jueves, 8 de diciembre de 2011

EL AMOR EN NAVIDAD

La Navidad es la fiesta de celebración del nacimiento de Jesús. El Niñito es el símbolo deslumbrante del amor. Nacido en un pesebre, rodeado de animales y del amor urgente de sus padres. Navidad anuncia el reinado del amor entre los seres humanos, la exegesis de la esencia humana, sin él no existiría humanidad, porque surge de la confianza entre las personas, de la necesidad de existir en la mirada del otro. El amor es la esencia del ser humano, lo que nos hace diferentes de una piedra y de una hormiga. La capacidad de redención de la generosidad en desmedro del egoísmo. El amor se instaura en medio de la sencillez, pues es la acción más humilde que podemos expresar, anulando obligatoriamente el placer y el poder, nos entregamos en silencio en los brazos de quien amamos. El amor es un fuego que nos quema por dentro y que sólo se puede apagar si nos entregamos, por eso es que sentimos la necesidad de dar hasta quedarnos sin nada. El regalo en Navidad simboliza la entrega: la esperanza que a través de mí el otro sea feliz. Todo lo que nos rodea en esta época nos recuerda la obligación de entrega: el árbol que ha muerto para convertirse en leña, la estrella que alumbra ingenua en la noche sin luna mientras anuncia el lugar donde está el amor. El amor está en la sonrisa de ese Niño inocente que irá a morir por nosotros como la máxima expresión de la bondad. La Navidad es la amplificación de aquello que debería ser cotidiano, amarnos los unos con los otros, promoviendo la ternura, la paciencia y la tolerancia. Amar es reconocer al otro como puede ser, agradecer el encuentro milagroso en la vida. Navidad es darnos cuenta del absurdo de la sociedad que se empeña en ser más importante que la vida misma, poniéndonos como verdades sus artificiales mentiras, pretendiendo enajenarnos de la posibilidad de intimidad, promoviendo la materia sobre el espíritu. Debemos humanizar las instituciones, familia, trabajo, empresa, escuela, etc. Humanizar no es otra cosa que “amorizarnos”, esto es, develar nuestra insignificancia en relación al inmenso universo ante la mirada sorpresiva del otro que nos revela como un ser factible de conciencia, del darnos cuenta de la vida a través del encuentro de las miradas. Nada más importante que el ser humano. Es tiempo de entregarnos a la experiencia de vivir a pesar de que esté prohibido, ser irreverentes con las convenciones y con las normas convincentes. Reconoce que lo único real es el encontrarnos vivos en torno del caos escondido en la rígida lógica y en los parámetros de felicidad establecidos por la época. La felicidad se produce en el contacto con el otro, el amor nos mira sin mirarnos, sin juzgarnos, dejándonos ser porque ni siquiera habla. El amor está más allá de las convenciones, más allá de la piel, se vivifica en el espíritu humano como el humo, como el viento, inaprensible, indefinible, es el efímero momento de la intimidad, el huidizo instante de la fusión de lágrimas o sonrisas. Porque el amor tiene un destino: la despedida. Mientras más te amo más me dolerá tu partida, y si te amo promuevo tu independencia, porque el amor es sinónimo de libertad. No es posible el amor sino en el marco de la libertad, del dejar ser, del gestar la realización del otro, al final de cuentas del dejar marchar. Es imposible amarte si le temo a la soledad, porque no existe mayor experiencia de soledad que cuando amamos. Si le temo a la soledad (es lo mismo que decir a mí mismo), entonces evito amarte porque prefiero controlarte, vivir tu vida, dirigirla, reprimir toda posibilidad de emancipación hasta la violencia. Dicen que se mata o muere por amor, no es así, se mata o muere por poder, porque el poder ofrece la sensación de certidumbre, estabilidad, tranquilidad, nada se consume, nada cambia, nadie se aleja. El amor en cambio obliga al cambio, a la vida, a la incertidumbre y la ruptura. Los que aman nunca son los mismos, cada encuentro los modifica. Me refiero a cualquier tipo de amor: padres, hijos, amantes, amigos, el amor a Dios. El amor transforma porque obliga a la rebelión que emana del cuestionamiento de lo establecido. El amor no necesita de nada más que de dos seres (por lo menos) que se entregan al ejercicio de vivir. El tiempo se anula, se disipa el espacio, se espantan las palabras, se enajenan las ideologías. Nada más importa que el otro. Por eso esa sensación de profunda soledad del Niñito Jesús en medio de la oscuridad del pesebre. Ni los villancicos logran silenciar la bulla del silencio denunciante de la mirada tierna, compasiva y suplicante del pequeño que me espera con los bracitos abiertos. El amor me quiere abrazar, atrapándome en su candorosa manera de ver el mundo: nada importa más que el otro. Yo he aprendido que Navidad es la más linda fiesta del año, porque me avisa que aún es posible forjar esperanzas entre nosotros, para recuperar nuestra sonrisa y el ingenuo asombro ante la existencia de alguien que sin motivo me ama, me ama porque simplemente existo. Y eso es suficiente para agradecer…para decirle al Niñito: bienvenido al mundo.