miércoles, 10 de diciembre de 2014

Falsos amores y triangulaciones



Cuando las parejas se organizan desde las expectativas infantiles de cada uno de sus componentes, se produce un círculo relacional infinito: uno espera que el otro le entregue aquello que ansió recibir en su niñez, el otro hace lo mismo. Puede pasar, que el amante sea capaz de entregar aquello que el otro le solicita, pero aun así es imposible la correspondencia, porque quien no tuvo jamás reconocerá lo que espera aunque lo reciba. Lo más común, sin embargo es que el otro simplemente esté más atento a recibir que a entregar,  aunque lo tenga o no preferirá seguir esperando recibir que entregar.
Por ejemplo, ella desconoce la protección, fue usada como cuidadora de su propia madre desde pequeña, el padre alcohólico era como si no existiera. Al crecer aprendió que amar es proteger, cosa que sabe hacer con maestría, también aprendió que recibir amor es ser protegida. Buscará en sus relaciones amorosas proteger y ser protegida.
Él viene de una familia en la cual su existencia se supeditó a sus éxitos, los mismos que correspondían a la expectativa de sus padres y no a sus propias potencialidades. Fue usado para ser el orgullo de sus padres. Aprendió que amar es recibir admiración. Sin embargo como jamás fue valorado por su verdadera valía, no es capaz de reconocer cuando lo estiman de verdad.
Ambos se encuentran en un idilio amoroso, ella cree amarlo cuando siente pena por la desolación, él cree amarla cuando se siente útil. Ella busca ser protegida, él busca ser reconocido. Ninguna de sus expectativas se realiza, ambos se angustian. Cuando están juntos se asfixian, cuando se alejan se extrañan. No es posible consolidad la relación ni romperla: están en una simbiosis.
En ese tipo de vínculo ocurren situaciones que en otras parejas producirían la ruptura: infidelidad, celos, violencia. Nada los separa, nada los une. Muchas de estas parejas confunden la intensa pasión que produce la angustia de separación con el amor, definiendo de esta manera la convivencia o el matrimonio. No logran establecer un compromiso pleno, temen a la intimidad, el lazo amoroso se basa exclusivamente en los sentimientos. Dependiendo de la estructura de personalidad de los cónyuges en alguna primará el amor apasionado en otra el odio.
La cotidianeidad de la convivencia acarreará problemas ínfimos o grandes que jamás serán resueltos porque se instaurarán como argumentos para justificar la ausencia de intimidad. Es patético: los problemas los mantienen estables.
Sin embargo, lo peor ocurrirá con la llegada de los hijos. Cada uno de los cónyuges tratará de atraerlos consigo en contra del otro o los usará para protegerse de las arremetidas violentas de su pareja. El hijo o la hija son incorporados dentro del juego conyugal. Han sido triangulados.
Las parejas organizadas de esa manera, serán denominadas como parejas colusionadas. La colusión es un acuerdo entre dos para perjudicar a un tercero. El tercero perjudicado es el hijo. En lugar de ser amado es utilizado para fortalecer los egos infames de sus padres.
El vínculo amoroso se equilibra, ya sea que el hijo o la hija participe como un protector de sus padres, o tenga que decidir amar a uno y odiar al otro aunque esos sentimientos vayan en contra de sus propios, o tenga que asumir el rol de enfermo para atraer la atención de sus padres deteniendo la furiosa relación que existe entre ellos.
El costo es demasiado alto, los hijos y las hijas trianguladas deben renunciar a sus necesidades afectivas: en vez de ser protegidos deben proteger; en vez de ser cuidados, cuidar; en vez de ser valorados deben valorar. Se estancan en un triángulo del que no pueden desvincularse, asumen sentimientos ajenos, contradicen sus propias emociones. La única ventaja, una inmensa sensación de poder.
El poder es dominio, control, se sustenta en la obediencia, y ésta en el miedo. El amor en cambio es libertad, incertidumbre, se basa en la confianza, y ésta en el respeto. Lo contrario del poder es el amor y viceversa. El poder ofrece la ilusoria impresión de certidumbre, una especie de eternidad; el amor incertidumbre y angustia por la separación.
Las parejas colusionadas son incapaces de soportar la angustia, los estilos de apego necesariamente son inseguros. Por ello no pueden amar. La concepción del amor se asienta en el romanticismo idealista: amar es un sentimiento. Así el agresor manifiesta que ama porque siente la pasión intensa de posesión del otro; el infiel no reconoce el daño a la relación, es capaz de “amar” a dos personas a la vez, no existe culpa ni remordimiento, su moralidad es consecuencia de su propio bienestar. Ante la posibilidad de ruptura estas personas se enfurecen al grado de maltratar a quien dicen amar o hacerse daño a sí mismas para culpar al otro.
En esta vorágine terrorífica los hijos son víctimas inertes del falso amor de sus padres. Pueden triangularse de tres maneras distintas:

·         Triangulación perversa, descrita principalmente por Jay Haley. Uno de los progenitores seduce al hijo o a la hija para apartarlo del cónyuge que detesta porque ha sido desilusionado. El mensaje es: “no seas como mamá o papá, sé quien quisiera que sea mi pareja, te daré lo que jamás podrá él o ella darte”. Se establece una especie de romance entre el padre o la madre con el hijo o la hija. La persona triangulada idealiza a quien le sedujo y se aparta detestando del progenitor odiado. Las consecuencias para sus relaciones amorosas son desastrosas, buscará en su amante al padre o a la madre seductora para confirmar su identidad sexual. El resultado es no saberse mujer o varón, ha gestado su sí mismo sexual desde una idea inalcanzable. Se relaciona con estructuras histéricas y obsesivas. La finalidad de la existencia es satisfacer las expectativas del progenitor seductor: buscarlo incansablemente en sus vínculos amorosos y odiar profundamente a las personas que se asemejan a la pareja de quien le sedujo.
·         Triangulación rígida, analizada principalmente por Salvador Minuchin. En esta triangulación los hijos se parentalizan, es decir, se convierten en padres o madres de sus propios padres. ¡Son abuelos o abuelas de sí mismos! A diferencia de la triangulación perversa donde la persona triangulada se nivela con uno de los padres, en la rígida se coloca en una jerarquía superior. Es el hijo o hija que protege a uno o a ambos padres. Se alía cuando se define como guardián de mamá o papá para proteger a una o al otro de las arremetidas violentas de su consorte. Se coaliciona cuando asume la función de agresor del progenitor amenazante. En ambos casos el eje de su accionar es evitar la violencia. En casos más dramáticos, los hijos pueden asumir el rol de protectores de ambos padres, los que son percibidos como indefensos, inútiles e ignorantes. Según Minuchin esta triangulación es la base de la organización antisocial: produce egos inmensos y carencia de respeto por la autoridad. La concepción del amor se cimienta en la protección y el cuidado. Por ello los vínculos amorosos de estas personas son tortuosas, poseen egos rígidos y sobrevalorados, a la par que esperan reconocimiento por sus esfuerzos de ayudar al otro, saben proteger y cuidar pero son incapaces de amar de manera adulta; el otro es un niño o niña, jamás será concebido como varón o mujer, el mandato es: “mereces reconocimiento por tus esfuerzos”. En el otro extremo están quienes desarrollan una idea del amor generosa en extremo, dependientes, buscarán personas que les protejan como bebés, su amor se basa en la caridad, pueden jugar a ser víctimas para recibir condescendencia, el precepto es: “sufre para que te protejan”. Se trata de personalidades narcisistas en un extremo y dependientes en el otro. Las peores son las que se estructuran alrededor del odio y la inmoralidad, antisociales y pasivo agresivos.
·         Triangulación patológica. Descrita por Murray Bowen. Es la peor de las triangulaciones.La relación amorosa de los padres se presenta con pseudomutualidad. Aparentan una relación saludable, armoniosa, amorosa: se tratan con cariño ante los demás, sin embargo quien está triangulado sabe que es una farsa, una honorable fachada, detrás de la apariencia se esconden secretos perversos. Además de la hipocresía la relación con los hijos e hijas está inmersa en el doble vínculo, es decir los mensajes verbales contradicen a los no verbales, por ejemplo golpea a la par que dice que todo está bien. Esta disfuncionalidad familiar favorece el desarrollo de graves trastornos de personalidad, a diferencia de las anteriores triangulaciones, los egos son indefinidos, organizados en una estructura de identidad caótica. Los vínculos amorosos están ceñidos por la violencia, tanto hacia el otro como hacia uno mismo, harán cualquier cosa para no ser abandonados, han definido el amor desde la negación de la soledad, incapaces de confiar, controlan, vigilan, ponen a prueba el “amor” del otro.

Las parejas colusionadas son como los agujeros negros del espacio, engullen a cualquiera que se acerca a ellos. No por nada, Willi el psicólogo que describió la colusión la identificó en la relación de estas parejas con su terapeuta: ¡lo triangulan! De ahí que la psicoterapia de pareja y la familiar en casos de triangulaciones requieren una formación especializada de los y las terapeutas. La principal meta es sacar del triángulo a los hijos, emanciparlos y desvincularlos pronto, a la vez que se re estructura la organización de la identidad tanto en los niveles cognitivos como emocionales. Tarea complicada debido principalmente a que están entronizados y les rodea un inmenso vacío, nadie quiere dejar el palacio para lanzarse al abismo.
Usualmente los triangulados portan un síntoma que los protege de la basura cósmica que se despliega alrededor del agujero negro. Llegan al consultorio traídos por sus padres, angustiados ante la posibilidad de cambio pretenden mantener las cosas como están pero sin el síntoma. Moni Elkaïm, plantea que llegan diciendo al terapeuta “cámbienos sin cambiarnos”. Paradoja que da inicio al encuentro con un terapeuta o una terapeuta, capaces de trascender el ámbito de los mitos familiares para arrebatar el alma secuestrada de los brazos ponzoñosos del falso amor de sus padres.