lunes, 29 de febrero de 2016




CUANDO PAPÁ SE VA…

Por: Bismarck Pinto Tapia, PhD
Lo mejor que hizo papá por mamá y por mí
…fue irse.
Facundo Cabral


No todas las personas tienen la capacidad de amar. El amor lo exige todo de uno, no se contenta con migajas, es como los procesos informáticos: todo o nada. Por esa razón no podemos formar pareja si aún tenemos vínculos estrechos con nuestra familia de origen, antes de convivir con alguien o casarnos (¡no es lo mismo!) debemos desvincularnos de nuestros lazos familiares, debemos divorciarnos de nuestra familia de origen. No se trata solamente de la emancipación física y económica, sino de colocar a nuestra familia en un lugar distinto al de nuestra pareja. Esta es la renuncia más compleja que nos exige el amor, decidir por ti sobre mis padres, hermanos, amigos, etcétera.
Si bien, la mayoría de las parejas paceñas tienen procesos de desvinculación progresivos, a diferencia de otras culturas, es frecuente que las parejas se casen manteniendo cierta vinculación afectiva con su familia de origen. El proceso conlleva la demarcación de límites por parte de los esposos en relación a ambas familias de origen. El hijo o la hija no pueden poner dichos límites, porque son hijos; las fronteras las establece la pareja, que no tiene nada que perder. Por eso la futilidad de las peleas entre esposos cuando uno exige al otro que establezca los confines con su familia de origen: ¡No puede! Es el esposo o esposa que debe plantear la raya divisoria entre su nueva familia y la familia de su pareja.
Enfatizo este aspecto, porque es la razón más común en mi consulta, de aquellas parejas incapaces de centralizar su relación haciendo periférica a su familia de origen y a los amigos con quienes sí podemos establecer reglas.
La situación es más compleja cuando nacen los hijos, muchas veces los abuelos no comprenden que su hijo o hija es padre o madre, interrumpiendo los procesos educativos con sus críticas o su invasión ingenua. Hay casos en los cuales los pequeños nombran a la abuela como mamá; si la abuela es la madre, la mamá es una hermana, por lo tanto no se la respeta.
El amor es reconocer al otro como un ser independiente de uno, de tal forma que se acompaña su crecimiento, ayudándole a sacar lo mejor de sí mismo. Amar no es cambiar al otro, ese es afán de padres o terapeutas, la pareja es testigo de nuestro desarrollo, silenciosamente se inserta en nuestra historia para acompañarnos en ella.
Algunas personas incapaces de amar, asumen la responsabilidad por la crianza de su pareja, en una vinculación paterna o materna-filial. Consideran que el amor es un sentimiento de protección, cuya función es hacer del otro aquello esperado, en lugar de dejar ser se plantea un amor del deber ser. ¡Listo! El amor deja su lugar al poder, la relación amorosa se transforma en relación de control y como el otro no responde a mis expectativas, mejor me voy a buscar alguien que acepte ser como yo deseo que sea.
Triste juego conyugal cuando hay hijos, éstos se sienten abandonados porque papá y mamá juegan al “pesca-pesca”, como es un juego infinito, los hijos se entrometen o son convocados para ser parte del juego, esta patética articulación forma un triángulo del cual los pequeños no pueden salir, gestándose un sufrimiento silencioso protegido por problemas psicológicos tempranos (enuresis, encopresis, violencia en la escuela, depresión infantil, etcétera).
Si bien la infidelidad suele ser el motivo al que aducen las parejas cuando rompen su matrimonio, no es la causa sino el efecto de la crisis emocional de la persona infiel, quien pretende resolver sus conflictos afectivos con un lazo romántico y/o sexual extramatrimonial.
¿Qué pasa con la familia cuando papá se va? La rabia y el dolor hacen presa de la esposa, dependiendo de la historia una será más dominante. La ruptura conlleva una pérdida ambigua, se establece como un duelo complicado, más aún si el divorcio subyace a una relación de pareja patológica, como aquellas donde es imposible estar juntos como separados: se reconcilian y vuelven a separarse una y otra vez. La presencia de violencia compromete aún más los sentimientos encontrados, a la rabia y al dolor se suman la vergüenza y el miedo.
Sea como fuere, cuando el esposo se va, la esposa sufre el impacto emocional de la pérdida conllevando cambios en su estado de ánimo. La sensación de soledad puede ser insoportable, por lo cual exclama ante los hijos: “su padre nos abandonó”. Esta expresión es fatal para el desarrollo emocional de los niños. Los hijos necesitan ser protegidos por adultos fuertes, si la madre dice haber sido abandonada, ofrece a los pequeños la imagen de indefensión, por lo tanto no es alguien en quien puedan apoyarse, sino ¡alguien a quien deben proteger!
Fácilmente la reestructuración de la familia cae en la disfuncionalidad de hijos cuidando a la madre. Los niños en esta situación abandonan su infancia y los jovencitos su adolescencia. Momento crucial en el planteamiento del concepto de amor. Se trata de personas con el concepto del amor asociado a la protección.
Al mismo tiempo se produce el mito de la inexorable necesidad del padre, expresado en frases iniciadas con: “…si hubiera tenido padre…”. Es un mito porque lo explica todo, sin percatarnos lo bueno de la partida de alguien inmaduro, inestable e inmoral. Su presencia podría haber sido peor, porque alguien irresponsable no puede constituirse en un buen ejemplo y tampoco en un referente de protección.
Quien se fue, tiene el derecho de irse porque no nos pertenece, su partida se explica por una de estas dos razones: dejó de amarnos o tiene algo o alguien a quien ama más. No queda sino la resignación, porque nadie es dueño de la vida de nadie.
Si bien es fácil escribirlo, es muy difícil comprenderlo. Nuestra pareja es al mismo tiempo padre de nuestros hijos, una y otra cosa está separada. Puede ser buen padre a pesar de haber sido pésimo esposo. Nuestros hijos tienen derecho de querer o de odiar a su padre. Tarea dificilísima la de ayudarles a separar los roles si nosotros mismos no podemos hacerlo. De cualquier manera la clave es hacer lo posible por evitar contaminar a los hijos de nuestros sentimientos de esperanza o de odio. No se trata solamente de no hablar mal de papá, se trata de autentificar nuestros sentimientos ante la persona que se fue, ya sea anhelo, frustración, amor desesperado u odio inconmensurable, respetando los sentimientos de nuestros hijos. Dicho de otra manera, los pequeños deben entender mi dolor y atender su propio proceso de duelo ante la partida de papá.
La tristeza de los hijos (sean niños o adolescentes) se relaciona con la partida de papá por un lado, pero sobre todo con la depresión de mamá. Las emociones se concentran en la angustia, resultante de la impotencia. Se reprime el dolor para no cargar a la madre con más tristeza, se esconde la rabia hacia el padre para no empeorar las cosas. Es una crisis en la soledad de la víctima inocente.
Ante esta circunstancia, es indispensable la integración fraterna, nadie mejor que los hermanos para acompañarnos en este proceso, pues se encuentran en similar situación, siempre y cuando no hayan sido triangulados, es decir convocados a favorecer a uno de los progenitores en contra del otro.
También juegan un papel indispensable los abuelitos y otros miembros de la familia extendida, quienes ante la soledad y desazón pueden establecerse como referentes de protección mientras dura el duelo de la madre.
A veces, la madre bien intencionada, anuncia su propia muerte: ¡Seré madre y padre! Al tratar de reemplazar al ausente, se abandona a sí misma. No podemos desdoblarnos. La madre debe ser madre nada más, no está el padre, se fue de la casa, pero puede si es capaz de seguir cumpliendo su función a pesar de ya no ser parte de la familia.
El proceso de duelo en la madre será prolongado, más aún si no tiene apoyo social, más aún si fue víctima de un marido machista, cayendo en la anulación de sí misma, en aquello que Marcela Lagarde llamó “micro suicidio”, porque la mujer mata su vida personal para vivir la vida de los demás. En esas circunstancias la mujer queda ante un tremendo vacío interior y exterior, convertida en una especie de zombi no encuentra consuelo, ni justicia, por lo que se asfixia junto con sus hijos.
Las cosas serían más fáciles si se asume que papá se fue porque dejó de amar a mamá. La ruptura es responsabilidad de la pareja, no de los hijos, quienes pueden sentirse culpables si no se les aclara lo acontecido. Recuerdo un pequeño de ocho años, consideraba la partida de papá consecuencia de sus problemas escolares, su madre empeoraba las cosas porque todos los días le exigía mejor rendimiento. Una adolescente con dos intentos serios de suicidio porque asociaba el alejamiento de su padre a su condición de mujer. Si los padres no informan a los hijos sobre los motivos de la ruptura, éstos crean sus propias explicaciones fundamentadas en fantasías más macabras que la verdad.
Papá se fue…y tenía derecho de irse. Así nomás es. Nadie puede detenerlo porque no valora lo que está dejando, él también sufrirá mucho, pero ahora no lo sabe porque está en la euforia del cambio; tarde o temprano lo lamentará, porque el divorcio no solamente lo aleja de su mujer, sino también de sus hijos. La familia ha muerto, aunque ahora tendrán mamá y papá la tarea de construir nuevas familias: mamá con sus hijos y papá con sus hijos. No hay una sola casa, hay dos. Los hijos deberán adaptarse a los cambios y asumir la existencia de dos nuevas familias, tarea difícil, peor aún si papá o mamá se apresuran a establecer un nuevo vínculo amoroso.
El impacto en la vida de los hijos dependerá de cómo los padres asumieron el proceso de pérdida de los hijos y el suyo propio. El desamparo puede producir un vacío afectivo imposible de ser llenado por lo cual serán incapaces de amar, porque el amor es dar lo que llevamos en el corazón, pero si este está hueco, buscaremos incansable llenarlo con el falso amor de la protección. Sin embargo, si a pesar de todo, uno o mejor ambos padres son capaces de seguir protegiendo, cuidando y valorando a sus hijos, éstos procesarán más rápido y mejor la ruptura de sus padres porque tendrán la seguridad que ofrece el amor, y cuando crezcan serán capaces de rebalsar el amor recibido de su madre y/o de su padre, quien a pesar de las grietas producidas por el desamor fueron capaces de comprender que sus hijos no tienen nada que ver con su error, por lo que los amaron a pesar del odio y del dolor.