lunes, 31 de octubre de 2016

LA CONMOCIÓN EN LA PSICOTERAPIA SISTÉMICA



LA CONMOCIÓN EN LA PSICOTERAPIA SISTÉMICA
Por: Dr. Bismarck Pinto Tapia, Ph.D.
Miremos la perla. La perla es un producto del dolor y del sufrimiento. Atormentada por una materia extraña incrustada en su blanda carne, la ostra responde abrazando el objeto irritante hasta transformarlo en una pieza de gran belleza. La creación de la perla no sólo proporciona alivio a la ostra sino que también es una fuente de asombro y placer para muchos hombres. ¡Pero cuidado! El brillo único de la perla puede ser destruido fácilmente. Tintes o aceites pueden contaminar y destruir su belleza. Perlas depositadas en viejas tumbas a menudo se pudren con el cadáver de su propietario y su polvo se mezcla con el polvo de la muerte.
Sadhu-ji
Uno de los problemas más debatidos en el ámbito de la psicoterapia ha sido la pertinencia o no de la neutralidad del terapeuta. El psicoanálisis decidió por una paradoja, la asociación libre, suponiendo que de esa manera se evitaba influir en el paciente. Rogers propuso desarrollar unja vinculación empática, mientras Perls presentaba su terapia eminentemente directiva. La terapia cognitiva comportamental se afianzó en la objetividad del enfoque experimental aplicado al ámbito de la relación terapéutica.
Watzlawick y el equipo de Palo Alto a partir de los supuestos epistemológicos propuestos por Bateson, definen la imposibilidad de no comunicar como un axioma de la comunicación humana, y con él el postulado de una terapia eminentemente manipuladora, en la cual la manipulación es un procedimiento benevolente.
Las clarificaciones epistémicas formuladas por Von Foerster y las especulaciones sobre la objetividad de Maturana recaen en el planteamiento de Magoroh Maruyama acerca de la segunda cibernética. En la primera cibernética en el énfasis es puesto en el sistema de control regulado por el observador, podemos decir: el observador observa el sistema. Von Foerster hace referencia a la cibernética de la cibernética, para reflexionar acerca de ¿quién observa al observador?, de esa manera las disquisiciones epistémicas se centran en los procesos personales de quien observa, por ello la frase ahora es: el observador observando observar el sistema.
Las consecuencias de la ampliación de la visión del contexto terapéutico derivaron en críticas a la neutralidad del terapeuta, Carlos Sluzki define la importancia del construccionismo en la psicoterapia sistémica y Moni Elkaïm introduce el término “resonancias” para redefinir el concepto freudiano de contratransferencia.
Los cursos de formación en terapia sistémica conllevan la urgencia del trabajo personal de los estudiantes, partiendo del supuesto: es imprescindible conocer tu propio sufrimiento para recibir el sufrimiento del paciente. Se hizo también indispensable la formación con equipos supervisores alojados detrás de un espejo de visión unidireccional, para la detección de las resonancias en los aprendices y la posterior reflexión sobre su incidencia en el proceso terapéutico. Determinándose una recaída en el quehacer psicoanalítico donde el análisis es obligatorio para los futuros psicoanalistas. La diferencia es notable, en el caso de los psicoanalistas el proceso de análisis personal visa como objetivo central el control de la contratransferencia para evitar la influencia; en nuestro caso, el autoconocimiento hace alusión a la necesidad de utilizar las resonancias para introducirlas en la relación terapéutica.
Pienso que es posible identificar dos formas de concebir la psicoterapia, en la primera el fin es el cambio de la situación problema, en la segunda, además de promoverse el cambio se trabaja en la búsqueda de sentido (parafraseando a Viktor Frankl).
El síntoma se instala como un refugio para protegernos de las arremetidas vigorosas de quienes deciden impedir nuestra existencia a través de la desprotección y la legitimación. Así el síntoma me protege y me da identidad. Lamentablemente con el tiempo el síntoma devora nuestra vida y dejamos de vivir, por ello es más conveniente el retorno del monstruo a enfrentar el vacío dejado por el desamor.
Metafóricamente el síntoma es el cobertor del vacío. Reconocernos ausentes en la presencia, genera un inmenso sufrimiento, el cual subyace en las profundidades del infierno.
Juan Luis Linares ha elaborado un modelo fundamentado en la parentalidad y la conyugalidad para demostrar la activación de los procesos de identidad del sí mismo depresivo. La armonía entre los dos sistemas permite el desarrollo funcional de los hijos, el desequilibrio (armonía parental-desarmonía conyugal; armonía conyugal-desarmonía parental; desarmonía conyugal y parental) fomentas las alteraciones de identidad concomitantes a los diversos estados depresivos. Se trata de personas con una forma de vida anegada en el sufrimiento y el desamor. Se instalan en sus relaciones interpersonales los juegos de poder, con ellos la incapacidad de amar y reconocer ser amados, remembranzas trágicas de estilos de apego inseguros.
La desazón ante la incapacidad de encontrar reparación ante la pérdida se transforma en desesperación y con ella se produce el grito del sufrimiento vertido en el silencio agónico del vacío tremendo y oscuro, sin nombre. Es entonces cuando el síntoma se torna anodino, no es suficiente su precaria protección, ha quedado desnuda la miserable existencia de la soledad indefensa.
La familia interviene desconcertada ante la presencia insoslayable de la denuncia al falso amor patentada en la desesperación del paciente (el que sufre). Los profesionales de la salud mental hablarán de crisis o brote, para culpabilizar a la patología del desaforo producido. Hacen caso omiso al aforismo que dicta: si alguien grita, es probablemente que lo haga porque quiere ser oído. Y nadie escucha, entonces el síntoma se hizo presente, las lágrimas no alcanzan entonces llora la vejiga, la demanda no se escucha entonces grita el cuerpo, la rabia no encuentra asidero entonces emerge el vómito, etcétera.
Cuando el síntoma no alcanza a cubrir al vacío, surge nauseabunda desde el fondo del alma oscura la depresión, al no poderse esconder en la banalidad de las conductas sintomáticas. Puede emerger constreñida en ideaciones suicidas o desbordada en intenciones homicidas, talvez paralizando la vida de la persona en un perenne boicot de la felicidad. Esta es la circunstancia más difícil para afrontarse en la psicoterapia.
Difícil porque conmueve al terapeuta cuando éste encuentra referentes personales resonantes en la relación con el paciente, la pareja, la familia o el grupo. Experiencias personales archivadas o irreconocibles despertadas del letargo en la evocación provocada por el sufrimiento ajeno a la palabra manifestado por el paciente, el grito de la voz silenciosa del vacío.
Difícil porque puede ser inadmisible encontrar un referente personal, produciendo la inefable angustia en el afán de comprender el padecimiento, sin esquemas para definir la empatía indispensable en el vínculo relacional terapéutico.
Son las dos circunstancias que obligan a la remoción de la pasividad racional del terapeuta. Es urgente la conmoción. Palabra derivada del latín conmotiõ, según el diccionario de la Real Academia Española: Movimiento o perturbación violenta del ánimo o del cuerpo. Es exactamente eso en psicoterapia, la presencia de una perturbación ante el dolor del paciente.
Adelaide Berardi me decía en la formación como terapeuta familiar: “debes vaciar el dolor de tu corazón para recibir el dolor del paciente”. Frase extraña en su momento, aún sin la experiencia de vida y con experiencia terapéutica nobel, tuvieron que pasar muchas cosas en mi existencia y en mi práctica clínica para que pueda entenderla: debo contemplar mi sufrimiento para escuchar el silencio moribundo de los gritos desesperados del paciente. Eso es conmoverme.
Para conmoverme ante el sufrimiento debo sumergirme en las vivencias estancadas del abandono, soledad, desprotección, descalificación: palabras que intentan expresar la terrorífica sensación de inexistencia. Sólo mi accionar hacia el reconocimiento de aquello considerado ajeno a los demás permitirá a la persona diluir su depresión en la nueva sensación de sentirse vivo a partir de la legitimación del terapeuta, o del accionar del terapeuta que conmueve a la pareja, a la familia o a los miembros del grupo presentes en el instante intenso de la recuperación del sí mismo.
¿Qué hacer cuando la conmoción se produce a partir de la resonancia? Buscar dentro de nuestra propia historia los recursos utilizados para confrontar aquella experiencia similar a la reactivada en la sesión terapéutica. Reconocer que nuestros recursos no necesariamente son los del paciente, pero la puesta en común de ellos permitirá a ambos la reflexión sobre alternativas de solución.
Debemos hacer consciente lo consciente. Tomar contacto con las reacciones de nuestro cuerpo cuando recibimos el sufrimiento del paciente. Evitar la racionalización o la distracción. Es importante asumir el dolor que nos produce el sufrimiento. Además no se trata de una técnica, sino de la experiencia relacional legítima. Debería ser imposible no conmovernos ante el tormento de los pacientes. Nuestro trabajo tiene que ver sustancialmente con el alivio del sufrimiento, para lograr nuestra eficacia laboral debemos ser expertos en conocerlo al dedillo.
El enfoque sistémico define la terapia como un proceso relacional, así que no se trata de un profesional y un usuario, se trata de dos o más personas interactuando entre ellas, uno de ellos es el terapeuta, el experto en el sufrimiento. Ingresar al sistema implica involucrarse con su dolor, reconocerlo y comprenderlo. Será irrelevante para el paciente, la pareja, la familia o el grupo si no percibe nuestros afanes para ingresar a la turbulencia de su tormento.
La conmoción deriva en la compasión. La compasión es un sentimiento moral, según la tradición aristotélica hace referencia al dolor que sentimos ante el sufrimiento desafortunado e injusto de una persona que nosotros seríamos incapaces de soportar. Se trata de un sentimiento altruista indispensable para motivarnos en el auxilio de los demás.
Esta manera de proceder define una manera de trabajar en la psicoterapia sistémica, Carl Whitaker le llamó terapia experiencial. También creo que no todos los psicoterapeutas podrán incluir en su estilo esta manera de involucrarse con el paciente. Está bien, sin embargo independientemente a ello vale la pena reflexionar sobre la conmoción para clarificar su postura relacional.