miércoles, 14 de enero de 2009

Amor y cambio

Cuando Heráclito planteó que no podemos bañarnos dos veces en el mismo río, rompió la organización de la realidad en nuestro cerebro, el cual está acostumbrado a detener los procesos: nos obligaba a ver el río como una fotografía. El cerebro nos engaña y nos fuerza a caer en sus trampas, es un órgano que nos predispone, por eso no tolera las modificaciones del entorno, si ocurren hace cosas para que no las apreciemos.
Cuando una persona sufre una lesión cerebral que altera su percepción, podemos comprender la función que cumple aquella región lastimada cuando está intacta, es así que Paul Broca (1824-1880) definió a la tercera circunvolución frontal del hemisferio izquierdo como la zona del lenguaje. Hoy sabemos que los procesos neurológicos involucrados en la producción lingüística son mucho más complejos de lo que se pensaba el anatomista decimonónico. Lo que ocurre es que el cerebro humano se estudia a sí mismo y proyecta su forma de organizar la realidad. También lo podemos ver desde la óptica de Wittgenstein: el mundo no tiene lógica, la lógica está en nuestro cerebro[1].
Un ejemplo de cómo la neuropsicología nos ayuda a descubrir los trucos neuronales es la agnosia para el movimiento (akinetoagnosia), ocurre después de una lesión en la zona V5 de la región parietal, produce la incapacidad de ver la dinámica de las cosas, la persona percibe la acción como si estuviera constituida por fotografías independientes. Lo que significa que para percibir el movimiento, nuestro cerebro debe replicar el truco del cinematógrafo, hacer que una imagen se suceda rápidamente a la siguiente.
En síntesis: nuestro cerebro está hecho para crear certidumbre, no tolera el caos, todo debe ordenarse, mejor si se establece en secuencias causales[2]. En el fascinante libro: “Kant y el ornitorrinco”[3], Umberto Eco incursionó en las paradojas del conocimiento a partir de la broma de Dios al crear a ese animalito antipático para el cerebro: el ornitorrinco. ¿Qué es?, ¿un ave porque pone huevos y tiene patas palmípedas?, ¿un anfibio porque vive en el agua y la tierra?, ¿un mamífero porque sus crías maman de las tetillas de su madre? Al final los cerebros de los zoólogos concluyeron: ¡mamífero! Bueno, al bichito no le importa a qué clase zoológica pertenece y sigue nadando en las aguas de los ríos australianos.
Explique a un niño que Plutón dejó de ser un planeta porque 2500 científicos lo decidieron el 2006[4] y si pregunta por qué, manifiéstele que es muy pequeño para entender.
El cerebro no tolera la irracionalidad, enloquece ante el desorden.
Por su parte, el amor se constituye en el daimon que revolotea alrededor de Dionisos para enfadar a Febo y a los demás dioses de la racionalidad. El cerebro intenta reducir al amor a uno de sus constituyentes básicos: el deseo, porque sí comprende su función: la reproducción. No entiende que la persona continúe relacionándose con su pareja a pesar de que ya no existe la presencia de feniletilamina que ordena la cópula.
El amor es irreverente con la biología, el cerebro intenta darle sentido: ¿es depresión?, ¿es obsesión?, ¿es adicción? Los amantes son víctimas de la desenfrenada búsqueda de estabilidad orgánica, algunos son abatidos por ella: están los que creen que ya no aman porque no desean, están los que tienen miedo a la pérdida y se vuelven posesivos[5].
El cambio es lo contrario a la persistencia, es hacer algo distinto y no más de lo mismo[6], es ser capaz de decidir no importando las circunstancias. Somos esclavos de un órgano conservador, lo fácil es rendirnos a sus pies, mejor dicho a sus axones y negar nuestra libertad a pesar de los mandatos genéticos.
Cuando alguien nos dice que nos ama y reconoce en nosotros aspectos que desconocíamos, nuestro cerebro se ve en la obligación de revisar sus esquemas cognitivos, ¡otro cerebro está pretendiendo corregirlo! El cerebro se esfuerza para crear la ilusión de un yo inconmovible y perfecto[7], nuestra autoimagen y autoestima se establece gracias a las disonancias cognitivas que se crean entre el esquema yoico del cerebro y las experiencias del sujeto. En fin… el cerebro sabe con certeza, el amor pone en duda sus construcciones.
Las personas que rodean a los amantes les dicen que los notan cambiados, no son los mismos, sus cerebros están confundidos, no soportan la nueva imagen; pero los enamorados están tan embadurnados de oxitocina, feniletilamina y testosterona[8] que las neuronas no tienen espacio para modificar su estructura química.
Al amar cambiamos para conquistar al otro, modificamos esquemas rígidos sobre el mundo y sobre nosotros mismos sin más argumento persuasivo que la necesidad de agradar. Nos involucramos en el mundo del otro, y al hacerlo asumimos nuevas actitudes y aprendemos nuevos comportamientos que pueden convertirse en parte de nuestro repertorio conductual. Cuando la intensidad del deseo es grande o cuando el afecto se convierte en pasión, la persona puede cambiar sus valores, transformar sus creencias e inclusive darle un nuevo sentido a su vida.
He visto varias parejas que consolidaron su relación en un matrimonio a pesar de que antes de conocerse no coincidían en valores religiosos ni morales. Por ejemplo, Juana*, una mujer casada de treinta y tantos años, asiste por primera vez a la consulta psicológica porque estaba deprimida después de haber descubierto que su esposo sostenía una relación extramarital. En las sesiones individuales y en las conyugales, Juana expresó una postura moral rígida en relación al adulterio y manifestó actitudes puritanas hacia la sexualidad. Después de la terapia de pareja, Juana y su esposo decidieron continuar juntos a pesar de tener creencias distintas en relación a la vida conyugal.
Pasaron tres años y Juana volvió a buscar ayuda psicológica porque había iniciado una relación extraconyugal con una persona diez años menor que ella con quien mantenía relaciones sexuales sadomasoquistas y estaba pensando divorciarse. Juana había cambiado su moral, la actual no tenía nada que ver con los discursos acerca de la sexualidad puritana ni sobre sus ideas sobre la fidelidad matrimonial que vertió años antes, reconoció el cambio de su filosofía y lo atribuyo simplemente ¡a que se había enamorado!
El amor se implanta como una entropía que ocasiona una hecatombe en el sistema de creencias de los amantes; por ello, tanto el sistema nervioso como el cognitivo se esfuerzan para dar sentido a lo que no tiene sentido. Los reguladores externos no funcionan, los amantes están sordos ante las argumentaciones de los que preocupados observan los cambios en la persona; tampoco los controles internos son efectivos, el amante ignora sus propias consideraciones racionales acerca de su relación irracional.
Francesco Alberoni ha denominado a la etapa del enamoramiento como un “estado naciente de un movimiento colectivo de dos”[9]. Es naciente porque se presenta como una novedad en la experiencia del individuo, tanto a nivel orgánico como psicológico; es un movimiento colectivo porque se produce una revolución en los sistemas individuales y sociales de los amantes. Por eso es coherente la consideración que Wilhelm Reich hacía en relación al orgasmo: ¡al capitalismo no le conviene![10] El amor cuestiona lo establecido, de ahí que el fundamentalismo es el peor enemigo del amor y del deseo, por ello Mencken definió al puritanismo como “el miedo obsesionante de que alguien, en algún lugar, pueda ser feliz”[11].
Las religiones han intentado otorgarle reglas al amor, prohibiendo esto o aquello, han convertido en pecado lo que ocasiona placer, ¡condenaron al amor en nombre del amor!
Ni a la política ni a la religión les conviene la existencia de los amantes, porque ellos siempre cuestionaran al Estado y a Dios. El amor es gratuito, furtivo y naturalmente creativo. Nada importa más que el amado cuando se está con él, el mundo se reduce a dos enredando sus cuerpos y almas, mirándose para descubrirse, hablando en silencio para decirse, tocándose para cerciorarse de que no el otro existe en las propias sensaciones. Abandonamos nuestro yo y todo lo qué él arrastra consigo: las fútiles pertenencias del mundo. El cerebro cansado se rinde ante la evidencia, inhibe sus funciones corticales para dar permiso a las zonas subcorticales, dejamos de pensar mientras nos inundamos de sentimientos. Al despertar no seremos los mismos, aunque volvamos a la cotidianeidad, habremos cambiado, traeremos en nosotros los vestigios de la experiencia con el ser amado, y cuando volvamos a encontrarlo será otro para volver a comenzar una y otra vez en el encuentro infinito de dos almas que sólo saben que existen en las miradas silenciosas del otro.

[1] Wittgenstein, L. 1922/1997 Tractatus Logico-Philosophicus. Madrid: Alianza.
[2] Punset, E. 2006 El alma está en el cerebro. Madrid: Punto de lectura.
[3] Eco, U. 1999 Kant y el ornitorrinco. Barcelona: Lumen
[4] Página electrónica oficial de la NASA: http://www.nasa.gov/worldbook/pluto_worldbook.html

[5] Para mayor información sobre las formas de amar en casos de trastornos de personalidad revisar: Pinto, B. 2005 Porque no sé amarte de otra manera. Estructura individual, conyugal y familiar de los trastornos de personalidad. La Paz: Universidad Católica Boliviana “San Pablo”
[6] Watzlawick, P., Weakland, J., Fisch, R. 1986 Cambio. Barcelona: Herder.
[7] Gazzaniga, M. 1998 El pasado de la mente. Barcelona: Andrés Bello
[8] Fisher, H. 2007 Anatomía del amor. Historia natural de la monogamia, el adulterio y el divorcio. Barcelona: Anagrama.
* Tanto el nombre como algunos datos son ficticios, con la finalidad de proteger la confidencialidad en la que se obtuvo la información.
[9] Alberoni, F. 2005 Enamoramiento y amor. Barcelona: Gedisa.
[10] Reich, W. 1977 La función del orgasmo. Buenos Aires: Paidós.
[11] Mencken, H.L. Citado en: http://www.sindioses.org/frasesracionalistas.html