sábado, 13 de junio de 2009

LAS VICISITUDES DEL PRENDE

El “prende” es una forma de relación amorosa entre dos personas que deciden establecer un vínculo pasional por un breve tiempo –por lo general una noche- sin que se desarrolle ningún tipo de compromiso, al encontrarse después, ninguno de los dos hará mención al hecho.

Se procedió con un estudio sobre una muestra representativa de jóvenes varones y mujeres, si bien los datos no pueden generalizarse a toda la población juvenil de la ciudad de La Paz, nos permite tener algunos datos para profundizar sobre este fenómeno.

La incidencia del prende entre la gente joven de la muestra estudiada es de alrededor del 80%[1], no implica enamoramiento ni relaciones sexuales que involucren al coito. Por lo tanto, se trata de una forma de relacionamiento amoroso común entre la juventud actual que surge en respuesta a la necesidad de vivenciar experiencias placenteras sin que exista la posibilidad de intimidad afectiva ni compromiso.

Llama la atención la actitud moral ambivalente hacia el “prende”, el 20% de los muchachos y el 40% de las jóvenes consideran que es una práctica moralmente mala y el 80% de ambos sexos considera que “prenderse” con alguien teniendo una relación formal con otra persona es una muestra de infidelidad. Sin embargo apenas alrededor del 20% de los encuestados (tanto mujeres como varones) expresa haberse arrepentido alguna vez después de “prenderse”.

Para tener un “buen prende” es indispensable que ambos protagonistas del hecho estén de acuerdo en las siguientes reglas básicas:
Serán “enamorados” únicamente durante el tiempo que dure el “prende”.
Habrán caricias eróticas que no deberán concluir en el coito.
No deberán entablar ningún tipo de intimidad afectiva.
Se evitará el compromiso y el enamoramiento.
Al encontrarse después del “prende” ninguno de los dos hará mención a lo acontecido.

¿Cómo saber que el otro está dispuesto a “prenderse”? Nadie invita al otro a “prenderse” expresándolo de manera verbal. Se trata de un complejo juego no verbal en una escalada simétrica de insinuaciones que pueden ser aceptadas o no. Está claro que si una de las dos personas siente auténtica atracción por el otro no cederá a las instigaciones, porque se considera incorrecto establecer un vínculo amoroso genuino con alguien que está dispuesto a “prenderse”.

Considero que el “prende” se manifiesta como expresión de la insatisfacción de los jóvenes ante el amor romántico, el machismo y el compromiso amoroso.

El amor romántico ha sido incorporado en la cultura occidental con el advenimiento del amor cortesano en el siglo XI[2], según el cual el ideal era la pasión exaltada a través del adulterio. Surge como un reclamo hacia la castidad matrimonial, pregonando la necesidad de la expresión libre del amor en relaciones extramaritales porque sólo de esa manera era posible la reciprocidad del placer, puesto que gracias a los mandatos cristianos la pasión había sido erradicada entre los esposos.

La meta del matrimonio era fundamentalmente la procreación, y a pesar de ello a los ojos de la Iglesia Católica era preferible el celibato porque según San Pablo: “'Huid de la fornicación. Cualquier pecado que cometa un hombre, fuera de su cuerpo queda; pero el que fornica, peca contra su propio cuerpo” (1 Cor. , 6, 18). Se trata de insistir en que el cuerpo es nada más que un receptáculo del Espíritu Santo y como tal una incomodidad. Tal insistencia condenó el placer en todas sus manifestaciones pero principalmente al placer sexual relacionado forzosamente con el pecado original.

Las corrientes más ortodoxas[3] de la Iglesia Católica preferirían que los varones fueran eunucos[4] siguiendo la línea de San Pablo, al que no le queda más remedio que aceptar el matrimonio a pesar de sus objeciones: “En cuanto a lo que me habéis escrito, bien le está al hombre abstenerse de mujer. No obstante, por razón de la impureza, tenga cada hombre su mujer, y cada mujer su marido” (1 Cor. 7,2-1), pero acaba de esta manera: “Por tanto, el que se casa con su novia, obra bien. Y el que no se casa, obra mejor” (1 Cor.7, 38).

Así el concepto de amor se forjó dentro de la doctrina “anhedónica” del pensamiento cristiano, extirpándole cualquier atisbo de placer. La actividad sexual estaba prohibida antes del matrimonio y durante debía ceñirse dentro de la función procreativa.

Es evidente que la concepción tradicional del matrimonio conlleva valores machistas explicitados por San Pablo: “A la mujer no le consiento enseñar ni arrogarse autoridad sobre el varón, sino que ha de estarse tranquila en su casa” (I Tim 2,12). Bastaba nacer mujer para que el destino sea el cautiverio. Fueron condicionadas para pensar que el sentido de su vid era estar en función del otro: “Si trabajo, si me someto, si hago cosas por el otro, si le doy mis bienes, si me doy, será mío, y yo, seré”[5]. La condición de “madresposa” le definió el cuerpo para concebir, amamantar y ser objeto de placer del varón. La mujer negó su posibilidad de goce.

La exigencia de perpetuidad amorosa impuesta al matrimonio se ha convertido en el crisol de los conflictos de pareja y el advenimiento del divorcio como alternativa de solución a un problema creado por la cultura tradicionalista. ¿Cómo es posible el amor eterno en una relación ajena al placer? ¿Cómo amar al que me oprime?

Según el INE[6] el 2005 se registraron 22.000 matrimonios en todo el territorio nacional, mientras que en 1991 fueron 40.861. Estos datos muestran la disminución de parejas que deciden casarse. A la par que disminuyen las parejas que se casan, se incrementan las que se divorcian (11% de las mujeres bolivianas son separadas o divorciadas).

Los padres de los actuales jóvenes han pertenecido a la generación donde las mujeres lucharon por su emancipación, forjándose así una identidad femenina exenta del referente masculino. En el matrimonio de los abuelos se vivía la hegemonía masculina y la erradicación del placer, situación que la siguiente generación intentó modificar sin tener referentes. La consecuencia fue que el matrimonio colapsó debido a que los varones no estaban entrenados para enfrentar las consecuencias de la equidad de género. Como efecto de la lucha de poder entre los géneros se incrementó la violencia del varón hacia la mujer llegándose a datos extremos: 67,6 % de las mujeres bolivianas han sido víctimas[7].

Las mujeres bolivianas en todos los estratos sociales abandonaron el rol “paulista” de “madresposas” para buscar su identidad apartadas de la sombra masculina; los varones fueron presa de una crisis en su identidad debido a las exigencias femeninas: las mujeres desean varones que puedan atender el hogar, cuidar de los niños y ofrecer ternura. Sin parámetros en sus progenitores, los varones incrementaron sus conductas machistas.

La familia patriarcal empezó su transacción hacia una familia democrática, sin embargo, el cambio ofreció una madre con doble jornada laboral (dentro y fuera de la casa) y un padre ausente (huyendo del hogar). Los hijos se decepcionaron del matrimonio y de la familia tradicional, no desean repetir la historia de sus padres por lo que están promoviendo la convivencia sin compromiso y la tenencia de hijos sin necesidad del matrimonio.

Los padres de los jóvenes actuales dan énfasis al futuro antes que al presente, contrariando a los abuelos, quienes preferían el pasado. Los jóvenes no comprenden la visión hacia el mañana de sus padres porque han gestado una generación “hic et nunc” (aquí y ahora), en la que lo más importante es disfrutar del momento.

En un estudio acerca de las actitudes hacia el amor[8] se identificó el amor tipo “Eros” como predominante tanto en varones como en mujeres universitarios bolivianos. El amor “Eros” se refiere al amor apasionado y romántico, caracterizado por la atracción física y la pasión. En cuanto a los componentes del amor, mujeres y varones priorizan la pasión, mientras que la intimidad es un poco más importante para ellas que para ellos, en relación al compromiso, los varones tienden a señalarlo como más importante que en el caso de las mujeres.

El “prende” intenta producir la misma revolución que ocasionó el amor cortesano ante la abolición del amor en la elección de pareja. Sin embargo, el “prende” no se erige como una alternativa ante el matrimonio, sino como una alternativa erótica y lúdica ante la formalidad de la relación amorosa antes del matrimonio.

El “prende” se instala como una forma de rebelión ante las formas de relación establecidas por la generación anterior. Por un lado cuestiona al amor romántico al plantear la posibilidad del placer sin amor, por otro, se rebela contra la hegemonía masculina al permitir el disfrute en la mujer cuando se involucra en iguales condiciones que su eventual pareja en el juego erótico, también enfatiza la importancia de vivir el presente: carpe diem quam minimum credula postero: vive el momento, no confíes en mañana.

¿Cuáles son los riesgos del “prende”? Justamente que fracase en sus intenciones revolucionarias:

Fracaso en su intención de desprestigiar al amor romántico. Ocurre cuando uno de los dos “prendidos” olvida la regla principal: ¡no te involucres afectivamente! Puede ocurrir como error al interpretar las señales del otro y pensar que se trata de una relación seria, o puede incurrirse en el “prende” cuando se desea “algo más”, o finalmente no tener la madurez suficiente para evitar el vínculo amoroso.
Fracaso en la intención de reivindicar a la mujer. Cuando el varón utiliza la experiencia como un recurso para sacar provecho sexual sin importarle los sentimientos de ella, comportándose como un violador.
Fracaso ante el machismo. Los varones rechazan a las mujeres que se han “prendido” por considerarlas putas, mientras que entre ellos se valora como “macho” al que se “prende” con la mayoría de chicas.

Es interesante observar que las formas de relacionamiento amoroso remiten obligatoriamente a una reflexión sobre el sistema de valores de la cultura donde se realizan. En nuestro caso en particular, debe llamarnos la atención la crisis de valores de los adultos que ha ocasionado una juventud decepcionada de sus padres y que desesperadamente busca alternativas que les permita sobrevivir en medio del caos político y social que han heredado. Se hace urgente el diálogo generacional, los adultos tienen mucho que aprender de los jóvenes y viceversa, es imprescindible abandonar los prejuicios que tienen unos y otros para fomentar la creación de un espacio común que permita la convivencia.

Los jóvenes piden orientación pero ésta no es posible si desconocemos su mundo, sus intereses y valores. Nada logramos al cerrar los ojos y negar la existencia de cosmovisiones extrañas a nuestra lógica, debemos abrir los ojos, reconocer los errores que cometimos y alentar a nuestros hijos para que encuentren mejores derroteros hacia la felicidad.


[1] Se llevó a cabo una investigación al respecto en una universidad paceña, considerando una muestra de 311 jóvenes (194 mujeres y 117 varones). El 90% de la muestra señaló que el “prende” no comprende al coito, un porcentaje similar considera que no implica enamoramiento.
[2] Branden, N. (2000) La psicología del amor romántico. Barcelona: Paidós (Págs. 39-41)
[3] Por ejemplo los miembros del Opus Dei, ver: http://www.opusdei.org.bo/art.php?p=29001
[4] Basados en esta frase del Evangelio: “Hay eunucos que nacieron así del seno materno, y hay eunucos hechos por los hombres, y hay eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el Reino de los Cielos. Quien pueda entender, que entienda” (Mt 19,12).
[5] Legarde, M. (1993) Los cautiverios de las mujeres: madresposas, monjas, putas, presas y locas. México DF: Universidad Nacional Autónoma de México. Pág. 17.
[6] Instituto Nacional de Estadística (Bolivia). Disponible en: http://www.ine.gov.bo/indice/visualizador.aspx?ah=PC3100201.HTM
[7] INE (2004) Encuesta Nacional de Demografía y salud. Bolivia: ORC Macro/Measure
[8] Cooper, V., Pinto, B. (2007) Actitudes ante el amor y la teoría de Sternberg. Un estudio correlacional en jóvenes universitarios de 18 a 24 años de edad. La Paz: Universidad Católica Boliviana (Tesis de grado para la Licenciatura en Psicología). Artículo disponible en Revista electrónica “Ajayu” Año 2008 Volumen VI No. 2. Disponible en: http://www.ucb.edu.bo/Publicaciones/Ajayu/caratula.htm