jueves, 30 de marzo de 2017

¿QUÉ ES LA PSICOTERAPIA SISTÉMICA?



¿Qué es la psicoterapia sistémica?

Por: Bismarck Pinto Tapia, Ph.D.


Pero hay algo que tú sabes, aunque no sabes que lo sabes.
Milton Erickson

La
 Psicoterapia es la aplicación de los modelos teóricos de la psicología clínica y su fundamentación filosófica al tratamiento de los trastornos mentales. La Psicoterapia debe responder, por lo tanto a la continua verificación científica y a la continua reflexión filosófica crítica. Es un conjunto de procedimientos regulados por la investigación de su eficacia y eficiencia, su postura ética y autocrítica.
Comprende un conjunto de técnicas aplicadas a síndromes identificados como perturbadores en la vida de las personas, cuyo origen si bien puede ser multifactorial (atañe tanto a predisposiciones biológicas como a procesos socio-históricos) pueden ser sensibles de resolverse a través de intervenciones psicoterapéuticas.
Los procedimientos del tratamiento se ciñen a epistemologías y concepciones filogenéticas y ontológicas de la problemática humana. Por ello el enfoque terapéutico está sesgado necesariamente por tales consideraciones. La terapia cognitiva comportamental, por ejemplo, se contextualiza en el racionalismo positivista, la terapia existencialista lo hace enmarcada en los principios filosóficos humanistas-existenciales.
El surgimiento de la Teoría General de Sistemas permitió la comprensión de fenómenos biológicos y posteriormente sociales. Bateson se encargó de introducirla en el análisis de las culturas, Jackson a la tentativa de explicar la esquizofrenia. Con la organización de la Escuela de Palo Alto en los años setenta se establecieron los parámetros de su práctica en el manejo de los trastornos mentales.
Sus presupuestos epistemológicos son sólidos y cuestionaron el quehacer terapéutico tradicional, sobre todo poniendo énfasis en la importancia del cambio antes que en la búsqueda de explicaciones. El avance fue intempestivo, desde Estados Unidos se expandió por Europa, generándose varias escuelas: terapia estratégica, terapia estructuralista, terapia transgeneracional, terapia centrada en las soluciones. Todas ellas enmarcadas en el razonamiento relacional-sistémico, aunque con variantes en el énfasis, algunas lo hacen en la política y otras en la semántica.
El fundamento filosófico se encuentra en el trabajo de Milton H. Erickson, pasible de ubicarlo en la corriente neopositivista pragmática. Sus recursos terapéuticos estaban dirigidos a liberar al paciente del sufrimiento a cualquier costo, por lo que podía recurrir a soluciones creativas no convencionales.
Desde el abordaje ericksoniano, es factible definir el objetivo de la psicoterapia como el alivio del sufrimiento. Entendiéndose a éste como una condición humana relacionada con la necesidad de existir. Es indudable concebir la existencia en la vinculación con los otros significativos, su base es el apego, promotor de la sensación de bienestar y protección en el encuentro. A partir del estilo de apego se forja el concepto de sí mismo reforzado por la legitimación de quienes nos protegen. La consecuencia de esas interacciones afectivas es el desarrollo de la capacidad de amar y por ende del reconocimiento de ser amado. El sufrimiento es una experiencia existencial, la desesperación que conlleva angustia ante la imposibilidad de llenar el vacío.
El enfoque sistémico concibe al sufrimiento como el estancamiento de un sistema en el cumplimiento de su finalidad. Vista la familia como una organización cuyo fin es la autonomía de sus componentes, se comprende su disfuncionalidad como la incapacidad de gestar libertad en sus miembros. Haley describió magistralmente los juegos familiares factibles de emerger en el afán de evitar la emancipación. Así se ha desarrollado uno de los modelos más populares de nuestro enfoque: la triangulación.
La idea central es la relacionada con la vinculación patológica de los progenitores y el involucramiento es su juego de los hijos, de tal manera que se produce el detenimiento de los procesos dinámicos del sistema, en pos de una homeostasis paralizante de sus componentes. El desencadenante es el sufrimiento del portador del síntoma, quien en su afán de salir del juego se empantana, es lo mismo decir: en su desesperación por existir deja de ser identificándose con el síntoma. Se abandona como persona para definirse por su estúpido refugio. Ana no es Ana es la hija anoréxica, por ejemplo.
El proceder terapéutico sistémico es involucrarse con el sufrimiento sin dejar de contemplar los recursos homeostáticos del sistema, ya sea en su dimensión política o semántica. Asumiendo que la ruptura del juego dará lugar al incremento de la entropía, se producirá una crisis tremenda obligando a la re estructuración del sistema. De ahí las actitudes irreverentes hacia los síntomas y la tendencia a la confrontación de los juegos. La sola presencia del terapeuta rompe la monotonía de las interacciones, el sistema deja de ser el mismo desde el momento de su incorporación.
El (la) psicoterapeuta sistémico (a) es agente de entropía. Removemos la estabilidad del sistema, legitimamos al sufrimiento escondido detrás de los síntomas. Reclamamos por el amor indispensable en el ciclo del encuentro y la despedida.
El amor se debe instaurar como el elemento fundamental para promover el cambio. Es la condición humana de la legitimación y la protección indispensables para darle sentido a la existencia fuera de la familia. Las personas deben ir en pos del encuentro consigo mismas.
Juan Luis Linares habla sobre el “experto modesto” para identificarnos a los psicoterapeutas sistémicos. Nuestra labor parte del no saber, de la ignorancia de la realidad del paciente, palabra proveniente del griego πάσχειν [pashkein] sufrir, y luego en latín [patiens] sufriente, en castellano paciente. Entonces significa el que sufre.
 
Prefiero el vocablo paciente a cliente, término latino cliens cuya derivación al castellano cliente, hace referencia a la protección, específicamente, quien es protegido por su patrón. Si bien en el proceso terapéutico se genera compasión y por ella la protección, ésta es consecuente con el consuelo emergente del sufrimiento.
 
La postura psicoterapéutica es la reverencia con el sufrimiento, y para lograrla se hace indispensable la actitud modesta y humilde del terapeuta. Somos psicoterapeutas de rodillas ante el sufrimiento. No se trata de una postura artificiosa respondiente de un protocolo, es auténtica y permanente. No somos terapeutas a ratos, hemos asumido un estilo de vida trascendental en relación a lo establecido. Nos conmueve el sufrimiento ante los condicionantes sociales presentes como incansables enemigos de la esencia humana. Nada debe importarnos sino el transcurrir de la búsqueda de la individuación, la consecución del encuentro consigo mismo a pesar de lo inútil y absurdo de la faena. Ese buscarnos para toparnos con la nada, el vacío urgente de llenarse para vaciarse una y otra vez hasta la muerte.
 
Los trastornos mentales ya sean innatos o aprendidos, se establecen como protecciones ante las embestidas despiadadas de las instituciones y de las ideologías cualesquiera que éstas sean. Los manicomios se inventaron para ocultar la vergüenza del fracaso resonante de la sociedad, la locura espanta porque denuncia. El amor se inventó para transgredir lo establecido, tanto amantes como locos revelan el fracaso de la degeneración de la condición humana: la libertad.
 
En ese torbellino infame de emboscadas contra nuestra humanidad, el arte surge como clamor de la posibilidad de ser a pesar de los deberes, de la moral kantiana. Los anatemas de Nietzsche contra los fundamentos más sagrados de la modernidad repercuten en el accionar de los terapeutas sistémicos: irreverentes con la familia, el matrimonio y la escuela.
 
Nuestra visión se focaliza en la vida, en la posibilidad de ser a través de la realización del sí mismo. El contexto terapéutico debe propiciar la búsqueda de sentido personal, considerando a las relaciones interpersonales como facilitadoras del encuentro y no como obstáculos para la existencia. Es un accionar amoroso donde se hace indispensable la contención y la confrontación. 
 
La contención es la capacidad del terapeuta de consolar y proteger, su fundamento es la empatía compasiva. La confrontación es el accionar agresivo para desenmascarar y despojar al paciente del absurdo de su existir, acercarlo bruscamente al sentido del ser a pesar del mundo.
 
 
Contener implica proteger. En el proceso relacional terapéutico el psicoterapeuta debe mantener la protección de las zonas más frágiles y vulnerables del paciente, aquellas heridas factibles de destruir la integridad. Usualmente son defensas débiles del sí mismo, a pesar de ellas se han recibió laceraciones en las condiciones del sentido personal. Por ejemplo en los casos de anorexia, es frecuente la inadecuada protección de la autoimagen, en los intentos extremos de protegerla la personas se ha sumido en su terrorífica sintomatología. Si en terapia no se tiene cuidado de proteger la deleznable autoimagen, se corre el riesgo de perder la confianza de la paciente y con ella el retorno de los síntomas.
 
La contención terapéutica se realiza sobre aquello donde los demás han descalificado: los talentos. La terapia contiene la confirmación del sí mismo a través del elogio de las potencialidades rehusadas por el entorno. Esta valoración deriva en la sensación de reconocimiento y retoma del sentido existencial.
 
También se debe prestar atención continua a la necesidad de consuelo, cuando se manifiesta la indefensión el terapeuta debe recurrir a sus recursos de protección, sean verbales o no verbales. Decir palabras compasivas o abrazar siempre y cuando surjan de la autenticidad del momento relacional.
 
La provocación, término acuñado por la escuela romana de Andolfi, hace referencia a la acción agresiva del terapeuta provocando la expresión descuidada de los afectos escondida tras la máscara del ego, en todo caso quebrantable y cansino. La provocación  activa la emergencia de los sentimientos entremezclados en la angustia, muchas veces expresados como rabia o tristeza.
 
Esta acción agresiva jamás debe realizarse sobre el sí mismo, menos sobre los desfallecientes talentos. Sí es pertinente hacia la máscara y los síntomas. La provocación es el culmen de la irreverencia. Se la hace desde preguntas insólitas y cuestionamientos directos. Entre las primeras está la consabida pregunta de Frankl: ¿por qué no te has suicidado todavía? O la impertinente pregunta de Ellis: ¿qué es lo peor que puede pasar? Los re encuadres de la terapia centrada en el problema, pueden dar lugar a preguntas provocativas, cuando se invierte el punto de vista tácito planteado por el paciente, por ejemplo cuando expresa sus sentimientos de ingratitud ante sus empeñosas acciones protectoras, el terapeuta puede preguntar: ¿y a ti quién te protegió?.
 
Cuando se recurre a cuestionamientos, éstos son tangibles por la obviedad de la afirmación del terapeuta. Por ejemplo cuando una madre se queja delante de su familia de la soledad que le abruma, el terapeuta dice: ¿sabías que no es soledad? Es libertad…, por lo tanto tu problema es que ahora que tus hijos se van no sabes qué hacer con tu libertad, deja pues de quejarte de tu soledad, eso te estanca y culpabiliza a los que amas. 
 
El cuestionamiento tiene que ver con la reflexión sobre las afirmaciones incuestionables, son mentiras convertidas en afirmaciones. Parte de los mitos familiares y sociales, son los deberías definidos como axiomas. Los pacientes las dicen dando por sobreentendido el significado de la palabra. El terapeuta perspicaz, cuestiona dichas afirmaciones de manera irreverente e ingenua. Puede plantearse desde la pregunta: ¿Dónde aprendió…? Las personas debemos reflexionar entonces sobre el origen de la semántica de la afirmación tácita, obligando a su reformulación y con ella a la modificación del esquema. 
 
Si bien el primer nivel de intervención es el lógico, el nivel emocional es el definitivo para el cambio. Al resquebrajarse la razón quedan los sentimientos expuestos, momento para la intervención en el rescate del sí mismo. La persona vislumbrará sus carencias, reconociendo de inmediato los procesos relacionales estereotipados. El padrón inerme es consecuente con la búsqueda de la integridad personal descuidada en la infancia. Afectos sin consecuencias protectoras ni valorativas: el niño o la niña quedaron expuestos a la desolación. Sensación funesta que deriva en la búsqueda inútil de la completud del ser.
 
Por lo tanto todo reclamo afectivo tiene que ver con el proceso de individuación, tan bien descrito por la psicología junguiana. Es la búsqueda del self enmarañado en el arquetipo de la sombra proyectado indefectiblemente en el otro. La psicoterapia es el medio para retornar al camino del héroe, en la aventura de vivir sin reclamar, simplemente entregándose a la búsqueda del sí mismo con el afán de proyectarse a través de planes personales quitándole el sentido a lo impuesto para apropiarse de la vida.
 
De esta manera el quehacer terapéutico se inserta en el arte, puesto que el terapeuta hará uso indiscriminado de su intuición y de su creatividad. Sin embargo dicho accionar será posible dentro de los marcos de su enfoque epistemológico. No se deberá caer en la ridiculez del eclecticismo,  carente de fundamentación epistemológica define mal su alcance, justificando los medios para alcanzar el fin. Tampoco en la insensatez del todo vale, utilizando herramientas sin verificación científica, tal como ocurre con las Constelaciones Familiares. 
 
Se hace con creatividad pero con rigurosidad. La psicoterapia científica propone técnicas reproducibles y verificables, si bien en muchos casos aplicables a la singularidad del caso, deben provenir de experiencias contundentes en su eficiencia y efectividad.
 
Así la psicoterapia se instala en la vinculación relacional auténtica, promoviendo relaciones de crecimiento entre la persona del terapeuta y la persona de los pacientes a la par de producir cambios sustanciales en el estilo de vida absurdo, envuelto en el estereotipo ocasionado por la psicopatología, en juegos de vida anodinos y en muchos casos nefastos, impidiendo la evolución de los ciclos vitales, tanto personales, como conyugales y familiares. La autentificación del sí mismo suele ser suficiente para la erradicación de los patrones de conducta regidos por el síntoma. Como la terapia del síntoma puede repercutir en el desarrollo del sí mismo.
 
Lo mejor es la combinación del trabajo dirigido a la semántica y a la política del sistema personal. La semántica se relaciona con el sentido del sí mismo y la política con la erradicación del síntoma. El enfoque de ambas áreas proporcionará un marco de soluciones más efectivo, no sólo interesa la supresión de la psicopatología sino también el cambio del estilo de vida. La eliminación del síntoma puede empeorar el sentido de existencia, al no reconocer la función del síntoma como un homeostato en la vida personal y relacional, se descubre brutalmente las carencias y conflictos evitados gracias a la ridiculez del síntoma. Tampoco es recomendable centrarnos exclusivamente en las potencialidades personales dormidas, puesto que el poder del síntoma puede absorber aún el sentido de vida.
 
La validación de nuestra terapia pasa por la verificación de la eficiencia, entendida como el uso de recursos en el menor tiempo posible y la eficacia, comprendida como el logro de los objetivos. La terapia sistémica se caracteriza por ser breve y centrada en el cambio. Por sí sola se enmarca en la necesidad de ser eficiente y eficaz. Sin embargo, los aspectos existenciales inmersos en nuestro trabajo no son factibles de falseo, por ello la importancia del registro de nuestros éxitos y fracasos a nivel exclusivamente clínico.
 
La incertidumbre sobre la efectividad de la psicoterapia sistémica se gesta en la ilusión que puede producir los alcances terapéuticos centrados en la erradicación de la psicopatología, sin considerar el cambio sustancial en el estilo de vida de nuestros pacientes. Selvini-Palazzoli quedó pasmada al realizar el seguimiento de sus pacientes con trastornos de alimentación, al comprobar la gran incidencia de recaídas después de aparentes éxitos terapéuticos. 
 
Si bien la ciencia dictamina la efectividad, es la vida quien lo hace con la felicidad o infelicidad alcanzada después de una experiencia psicoterapéutica, no inmediatamente después de finalizado el proceso terapéutico sino mediatamente, en el transcurrir del tiempo. La cosecha es el indicador de una buena siembra. Y pueden pasar muchos años para evaluar las consecuencias del proceso terapéutico.

miércoles, 15 de marzo de 2017

Escudriñando el dolor



Escudriñando el dolor

Por: Bismarck Pinto, Ph.D.

¡Qué tristeza tan seria me da sombra!
Federico García Lorca

La
 Psicoterapia sistémica, tiene como fin el alivio del sufrimiento a través de la concepción relacional, proponiendo al paciente como portador del síntoma familiar, por ello el dolor de uno es el refugio del dolor de quienes se relacionan significativamente con el chivo expiatorio. Dentro de la teoría de los sistemas, es posible definir al síntoma como el factor homeostático de los sistemas disfuncionales.
El síntoma es un problema estúpido, se estructura como solución a la insoportable sensación de inexistencia de quien asumirá el sacrificio de su vida para equilibrar su familia. Si analizamos racionalmente los tipos de síntomas, coincidiremos en su constitución absurda: orinarse en la cama, roerse las uñas, dejar de comer, drogarse, consumir alcohol, etcétera.
El síntoma se forja como un escudo protector de quien lo porta, es frecuente que ante la aparición del síntoma los padres dejen de apropiarse de su vida y pasen a ocuparse de la solución del aparente problema emergente de la nada. Es como una absorción del sufrimiento en un comportamiento ridículo.
Sin embargo, con el paso del tiempo algunos síntomas dejan de ser protectores y se transforman en destructores. La anoréxica puede morir, el drogadicto puede enloquecer. Es en ese momento cuando el juego inocuo del inicio se establece como un juego con la muerte. El síntoma se instala como el gobernador del sistema familiar, todo gira a su alrededor, la interacción con él se hace patética, se opera con más de lo mismo, el síntoma en vez de desaparecer se agiganta. Algunas personas en su desesperación buscan ayuda psicoterapéutica.
El psicoterapeuta bisoño cae fácilmente en las garras del síntoma, lo planteará como el problema, sin percatarse que comenzó como solución al tratar de proteger el sí mismo del portador. Tanto la familia como los terapeutas se dejarán encandilar por el brillo del síntoma, creándose la ilusión de que ante su desaparición surgirá campante la felicidad. La familia ha olvidado el torbellino relacional condicionante del surgimiento del síntoma. Por ello, pueden ocurrir dos cosas ante la amenaza de supresión del síntoma: la primera, el abandono intempestivo de la terapia y el empeoramiento del cuadro sintomático.
La familia pide cambiar sin cambiar. La paradoja de la demanda terapéutica puede entenderse como el terror ante el sufrimiento legítimo yacente detrás de los sacrificios. Pretende el equilibrio como la meta inexorable de la vida, sin comprender la necesidad del conflicto para la reestructuración del sistema, en algunos casos permitir la emancipación y desvinculación de los hijos, en otras asumir el vacío de los vínculos pseudoamorosos, en otros, afrontar las pérdidas.
Los psicoterapeutas sistémicos hemos sido entrenados para actuar con irreverencia ante los síntomas. No nos dejamos llevar por el dramatismo que los acompaña. Nos interesa el sufrimiento subyacente escondido en el trasfondo de varios sentimientos.
Cuando el paciente o la familia nos presentan al síntoma, éste parece ser una persona importante. Es común en el problema con el alcohol, que la persona se presente así: “soy alcohólico (a)…” Es como si el síntoma se hubiese convertido en la identidad del portador, no dice: “a veces me meto en problemas cuando bebo alcohol”. No lo hace así, ES alcohólico.La familia presenta de igual forma a su hijo (a) con síntomas: “mi hija es anoréxica”.
El síntoma da identidad, retirarlo implica destruir el sentido de vida de la persona y de quienes están preocupados. La anoréxica dejará de ser anoréxica para mostrar el vacío de su existencia. La supresión del refugio desprotegerá a todos de la tormenta nociva. No quedará otra que mirarse unos a otros, vislumbrar el vacío detrás de la mirada.
Detrás del síntoma familiar usualmente se encuentra una pareja desamorada. Mientras mayor es la carencia de amor conyugal más gigantesco es el síntoma. Apartar al hijo (a) de la vinculación patológica obliga a los cónyuges a mirar hacia el abismo de su relación. Sin embargo las cosas no son tan sencillas.
La pareja es una ilusión, una extraña construcción abstracta, un ente inexistente. No existen dos, ni tres. Existe uno frente a una. Ese uno es una persona arrojada al océano del amor conyugal con la esperanza de encontrar su integridad en la conyugalidad. Pronto se instala el desencanto, ella (él) no es quien esperaba que sea. Es más me siento más solo con ella que cuando no la conocía. El amor exige desprendimiento de expectativas, obliga a la aceptación incondicional del otro y a la necesidad de sacar lo mejor del otro en un proceso infinito de reciprocidades.
Pero si uno (a) no fue amada, no sabrá amar. Esperará ser completado en la relación, buscará lo que no recibió y pretenderá cambiar al otro ante la decepción. En ese afán convocarán a los hijos en la batalla encarnizada para vengarse de quien les prometió completarlos.
Las parejas desamoradas provienen del sufrimiento, la inadecuada estructuración del sí mismo. De ahí que el síntoma del hijo(a) los distrae de sí mismos, es decir, del vacío personal.
El sufrimiento producido por la falta de legitimidad del sí mismo, promueve el encuentro con una persona en las mismas condiciones, carente de protección y de existencia previas ambos se embarcan en una relación apasionada. Cuando se produce el desencanto ambos se ven desolados por la acostumbrada presencia de la angustia. Se espera a los hijos con la esperanza de realizarse a través de ellos, cuando nacen, no ocurre lo esperado, son el depósito una vez más de las expectativas pendientes de las propias infancias. Durante la inserción de los (las) pequeños (as) a la escuela se suscita un juego vincular nuevo: los vástagos como víctimas del cónyuge. Se instala paulatinamente la triangulación, a través de alianzas y coaliciones, el sentirse atrapados obliga al creativo surgimiento del comportamiento estúpido.
El (la) psicoterapeuta debe hacer caso omiso del falso dolor producido por el artilugio sintomático y escudriñar con paciencia el sufrimiento hasta sentir en carne propia el sufrimiento generado por el rechazo, el abandono y la pérdida. Urge proteger a ese niño o a esa niña desolada habitante ingenuo del corazón, protector (a) desfalleciente del alma inerme donde radica el potencial de existencia, el sentido de la vida personal.
La terapia debe ofrecer el espacio para la emergencia sutil o abrupta del sentido del existir, en el afán del empoderamiento de la propia vida, comprendiendo que la desolación no debió ocurrir, los padres tenían el deber de cuidar y proteger, jamás tuvieron derecho de rechazar los talentos de sus hijos, su deber era apoyarlos sin condiciones orientando el quehacer moral de sus actos, al dotar de límites y obligar al respeto mutuo.
Reconocer la soledad injusta es muy doloroso, es preferible plantear al cigarro como el problema, a la comida como el problema, al rendimiento escolar como el problema, que asumir la falta de amor. También es doloroso darse cuenta de que no se amó a quien debió amarse. Descubrir con vergüenza las falencias como padres. Reclamaremos airosos por el retorno del síntoma…pero una vez develado su sentido ahora carece de sentido.
En terapia debe importarnos el sufrimiento sobre todas las cosas. Porque es donde radica el potencial del cambio, dejar de sufrir mueve a la búsqueda de horizontes donde sea posible la autorrealización. Para eso es ineludible dejarse consumir por la mirada de Medusa para luego activar el calor interno para destruir el barro que nos cubre…no es roca…es barro. Liberarse de las cargas ajenas, soltar los muertos podridos impedidos de partir, recuperar las cosas buenas recibidas y darle sentido a la rabia reprimida, algunas veces disfrazada de culpa o tristeza. Llorar hasta secar los ojos por ese niño o niña desvalido (a). Decir adiós y dar la bienvenida a la persona libre y dueña de sus decisiones.

miércoles, 8 de marzo de 2017

La mirada del vampiro



LA MIRADA DEL VAMPIRO
¿Por qué algunas mujeres se enamoran de psicópatas?
Por: Bismarck Pinto Tapia, Ph.D.

Una vez más, bienvenido a mi casa.
Ven libremente,
sal con seguridad;
deja algo de la felicidad que traes.
Drácula en la película de Coppola

Quedé estupefacto al leer el libro de Sheila Isenberg: “Women Who Love Men Who Kill”[1]. Relata la historia de varias mujeres que establecen vínculos amorosos con asesinos, trata de explicar por qué ocurre tan aberrante relación. Es interesante porque no solamente se centra en las mujeres sino en los criminales. Es fácil caer en el error de achacar a la ingenuidad de ellas sin considerar los artilugios de los asesinos. Al fin de cuentas es una relación de dos. Es muy difícil creer en la existencia de esas absurdas relaciones “amorosas”. La investigadora, sin ser psicóloga, recurre a la opinión de renombrados estudiosos de la conducta criminal para encontrar respuestas a su pregunta.
Finalmente propone un perfil de estas  mujeres. La mayoría sufrió mucho en las relaciones con su padre y madre: padres violentos o ausentes, y madres desamoradas. A lo que se suma, en varios casos, matrimonios disfuncionales con maltrato por parte de sus esposos. Se consolidan personalidades dependientes con rasgos histéricos y obsesivos y en los casos más dramáticos, se presentan mujeres con trastorno de personalidad limítrofe. 
Unas buscan protección por lo tanto se acercan a personajes posesivos y fuertes. Otras van en pos de un ideal masculino, lo hallan en la ferocidad desbordante de algún asesino. Las hay también afanadas en dar consuelo y protección. Sin embargo, Isenberg identifica mujeres normales, con historias de vida regulares. Por ello es aventurado concluir tácitamente que para enamorarse de un asesino se requiere tener necesariamente un trastorno.
La segunda parte, complementa la situación, el asesino desde su celda manipula con argucia a la damisela ingenua. Como todo depredador espera a su presa, la ataca y luego la devora.
El criminal recurre a la sugestión, desarrolla cautamente una especie de hechizo obnubilando a su víctima, quien cae en las trampas, enamorándose más y más del villano, perdiendo de vista los crímenes, aun cuando éstos sean bizarros, promoviendo deschavetadamente argumentos de inocencia, inclusive en casos donde la culpabilidad es inapelable. Es como la seducción de la mirada del vampiro.
Si bien las historias narradas en el libro son extraordinarias, no lo es el vínculo amoroso de mujeres que se enamoran de psicópatas adaptados. Revisemos un caso[2]:

Adela es una mujer de cuarenta años, tiene dos hijos jóvenes, uno emancipado y el otro estudia en la universidad. Desde algunos años el amor hacia su esposo ha ido disminuyendo, se ha sentido sola sin el cariño que caracterizó los primeros años de su matrimonio. Es consciente de haberse dedicado plenamente al cuidado de sus hijos, abandonando sus estudios universitarios y algunos eventuales trabajos. Actualmente trabaja en una empresa ocupando un cargo subalterno, sin embargo no se siente realizada porque le hubiera gustado dedicarse a la psicología. En este entorno laboral conoce a Cristopher, diez años menor que ella, divorciado, sin hijos. Inesperadamente el marido plantea el divorcio, argumentando que dejó de quererla hace muchos años y mantiene una relación amorosa con otra mujer. Tomada por sorpresa, Adela se deprime, busca consuelo en su joven amigo. Al poco tiempo la amistad se erotiza, a pesar de sus creencias cristianas Adela cede a los requerimientos sexuales y comienza una aventura sexual inaudita, donde según ella, por primera vez conoce lo que es un orgasmo.
Deslumbrada por el vigor, entusiasmo y atrevimientos de su amante, Adela se involucra más y más con él. La sensación de tener un romance prohibido la enardece aún más, llegan a tener encuentros coitales en los baños de la empresa. Ella se siente como una adolescente y no mide las consecuencias de su enamoramiento. Christopher le pide que lo ayude en el trabajo, al grado de que Adela termina haciendo todos los deberes de su amante. Al pasar los meses, él le pide prestada una buena suma de dinero porque deben intervenir quirúrgicamente a su madre. Adela desprendida como es, le presta el dinero que nunca más verá de vuelta. Ella le pide conocer a su madre, pero él se niega rotundamente.
Asisten juntos a una fiesta en un pueblo paceño, él se embriaga y de borracho propina una paliza a Adela porque la vio coqueteando con una persona. Al día siguiente pide perdón y asegura que jamás volverá a pasar algo así. La relación vuelve al cauce normal.
Las exigencias sexuales de Christopher se hacen cada vez más extrañas, le pide que se disfrace de colegiala, la amarra a la cama, y cosas por el estilo. El culmen surge cuando le exige tener coito anal. Ella se ofende y rechaza la oferta. Al día siguiente, él la espera con una prostituta para hacer un trío sexual, delante de ella tiene coito anal con la invitada, pidiéndole hacerlo luego con ella; Adela accede.
Denigrada y avergonzada busca mi ayuda. Quiere terminar la relación con su amante, piensa que ha llegado a perder su autoestima y que en algún momento su vida puede correr peligro.

De inmediato podemos pensar que se trata de mujeres con algún trastorno mental, Adela puede encajar en los criterios del trastorno de personalidad dependiente, sin embargo esta apreciación proviene de una visión individualizada, no toma en cuenta los aspectos relacionales. El amante no es un objeto incólume, se trata de alguien que interactúa con ella, como sucede con todas las mujeres involucradas en un lazo amoroso con un hombre cruel.
Siguiendo el análisis de Isenberg, es factible afirmar que una mujer con un trastorno de personalidad tiene mayores posibilidades de involucrarse con un psicópata. De tal manera que los rasgos de personalidad más propensos son: dependientes, evitativos, histéricos, obsesivos y limítrofes. Las historias personales de las mujeres entrevistadas denotan estructuras familiares propensas a la generación de desajustes en la identidad, depresión y angustia. Debemos cuidarnos, sin embargo, del hecho que es posible la desestructuración de la personalidad durante el vínculo amoroso, fomentando se ese modo discordancias a la hora de elaborar un diagnóstico.
En el caso de Adela, la terapia no fue suficiente para ayudarla a cortar la relación. Si bien, el evento sexual le ayudó a darse cuenta de las humillaciones a las cuales se veía sometida, al poco tiempo volvió a enredarse afectiva y sexualmente con su amante, abandonando la terapia.
¿Qué tienen en común estas mujeres? Todas ellas inician la relación destructiva en un momento de alta vulnerabilidad afectiva. Sufren una crisis que las anega en un vacío demandante. Todas ellas están viviendo la confrontación consigo mismas a partir de una ruptura o una crisis en su desarrollo personal. Veamos algunos casos:


Susana tiene 48 años, se casó joven con su primer amor, tienen un hijo casado hace dos meses. Después del matrimonio de su hijo los esposos retomaron las riendas de su matrimonio, pero éste había sucumbido hacía mucho tiempo. Susana manifestó síntomas de la menopausia, ocasionándole cambios intempestivos de su humor. Al mismo tiempo afrontó la  muerte de su madre. Mirándose a sí misma se percató de la pérdida de los años: abandonó su carrera, no trabajó nunca, durante el matrimonio el marido se hizo cargo de mantenerla. Piensa que el divorcio es una buena medida para retomar su vida. Conversa con  un abogado, de quien termina enamorándose. Tienen una intensa relación pasional, descubre sensaciones desconocidas. El abogado le ofrece participar en un negocio, situación muy atractiva para ella. Lamentablemente Susana es utilizada para el lavado de dólares, el amante resultó un hábil narcotraficante. Cuando se devela el engaño también lo hace la infidelidad. El marido la deja a la intemperie, el hijo rechaza la relación con su madre. El hermano la recibe en su casa y la ayuda a defenderse del problema legal. A pesar de todo debe ir a la cárcel. Cumplida su sentencia busca ayuda terapéutica.

Francisca tiene 52 años, casada con un exitoso empresario, dos hijas jóvenes. Mientras espera en el consultorio de un dentista conoce a Orlando de 20 años. Ella fue educada en una familia de mujeres, cuando niña muere el padre, siendo la hermana mayor cuida a sus dos hermanitas porque la madre se deprime profundamente. A los veinte conoce a su actual esposo, un hombre carente de afecto, encuentra en ella alguien dispuesto a consolarlo y protegerlo. Cuando se conoce con Orlando, había descubierto atisbos de infidelidad en su marido. Orlando se presenta como un muchacho apasionado y demandante de cuidados. Francisca lo ayuda al inicio con pequeñas cosas, le da dinero, lo orienta en sus estudios. Durante un año tienen encuentros furtivos, aunque ella afirma evitarlos termina en intensos encuentros sexuales. Le parece anormal estar con un joven de la edad de sus hijas, pero a pesar de los varios intentos por apartarse de él no lo consigue. Cuando el esposo empieza a sospechar, ella asume la ruptura con el muchacho. La hija mayor se hace amiga de Orlando sin saber la historia de su madre. Esto fue devastador para Francisca, porque su amante la chantajea. Para apartarse de su hija le pide un fuerte monto de dinero, Francisca se lo da. Orlando desaparece por el lapso de un año, pero vuelve y nuevamente retoman los encuentros prohibidos. Pasan los años, Orlando vive de Francisca. Ella busca ayuda porque tiene insomnio.

Natalia tiene 52 años, tiene una relación amorosa con Luis de 68 desde hace más de veinte años. Luis está casado, tiene cuatro hijos. Natalia entra en crisis cuando descubre que Luis ha tenido un bebé con una mujer joven. Es insostenible porque a los pocos años de iniciar su romance ella se embarazó y por imposición de él tuvo que abortar. La historia es de terror, el hombre la golpeaba y humillaba. Natalia proviene de una familia con un padre alcohólico que abusaba sexualmente de ella y su hermana, su madre se separó y se juntó con otra persona, dejando a sus hijas adolescentes solas. Natalia buscó refugio en una congregación de religiosas, no logró consagrarse porque se enamoró de un joven con quien tuvo una breve relación, se acabó porque él le fue infiel. Durante esa época intentó suicidarse, fue atendida en el hospital por Luis.

El matrimonio de Patricia se tornó muy aburrido, ella tiene 28 años y piensa que ha desperdiciado su juventud al casarse con Efraín de su misma edad. Se trata de un esposo abocado a su trabajo y sin ambiciones futuras. La presencia de su hijita de cuatro años ha detenido la decisión de separarse. Buscan terapia de pareja, y durante el proceso terapéutico ambos reconocen su insatisfacción marital, plantean darse un tiempo. Patricia ingresa a una fraternidad folclórica donde conoce a Tomás quien la deslumbra con atenciones y actividades atrevidas, inauditas para ella. Entusiasta se embarca en la relación. Tomás es la antítesis de Efraín: alegre, apasionado y tierno. A las dos semanas de conocerla le propone vivir con ella. Patricia rechaza el ofrecimiento. A partir de ese rechazo Tomás se convierte en alguien excesivamente persistente. Ella prefiere tomarlo como algo pasajero y continúa con la diversión, hasta que en una fiesta él se embriaga y la golpea brutalmente, rompiéndole una costilla y el tabique nasal. A pesar de la experiencia traumática, Patricia no pierde la esperanza y continúa con él. Hasta un evento mucho más dramático, él la cela en un ensayo de la fraternidad, enloquece golpeándola nuevamente, los amigos intervienen, se inmiscuye la policía…Patricia decide terminar con él.

Cinco son los aspectos vulnerables en las víctimas del psicópata seductor:
1. Necesidad de protección: se trata de personas carentes de amor en su infancia, enfrentaron situaciones estresantes (abuso sexual, maltrato físico, humillaciones, acoso escolar, etc.) sin recibir consuelo ni el afecto para sentirse seguras a pesar de la experiencia. O tuvieron que proteger a una madre deprimida y a hermanitos desamparados. Fácilmente son seducidas por un psicópata presentado como fuerte y protector.
2. Necesidad de reconocimiento: faltó la legitimidad de su identidad, aprendieron a vivir esperando la valoración que nunca les llegó. Su vida ha sido vivir frustraciones tras frustraciones. Algunas logran cierto nivel de éxito que jamás es suficiente porque desconocen la experiencia de agradecimiento. La seducción proviene de alguien adulador y aparentemente generoso ofreciendo alternativas de realización.
3. Necesidad de afianzamiento de la identidad sexual: no tienen referentes femeninos, buscan alguien para sentirse mujer, sin embargo al no conocer su feminidad piden algo imposible. Los seductores al reconocer su carencia promueven acciones y discursos dirigidos a valorar la feminidad.
4. Necesidad de identidad: quizás el grupo más vulnerable, se trata de mujeres angustiadas por el terror al abandono, sólo existen si se mimetizan en la relación con alguien, viven en el otro. El psicópata se apropia totalmente de estas mujeres, las usan y abusan porque saben que jamás los dejarán.
5. Necesidad de llenar el vacío ocasionado por una ruptura amorosa: si bien las anteriores mujeres pueden activar su apego inseguro a partir de una ruptura amorosa y caer en los brazos del vampiro, existen mujeres sin carencias infantiles que ante una pérdida ambigua gestada por una ruptura amorosa no son capaces de afrontar el proceso de duelo solas y buscan consuelo en un psicópata seductor, quien poco a poco se apodera de ella.

Cualquier mujer puede enamorarse de un psicópata, es más, se trata de hombres encantadores y seguros de sí definiéndose por personas muy atractivas. Sin embargo ante los embates incongruentes, se retiran de la relación. No así las mujeres vulnerables, quienes ante evidencias ineludibles de la inconveniencia de la relación continúan en ella, alentadas por la esperanza. ¿Cuáles son las acciones incongruentes?
Por ejemplo: sin conocerla el psicópata hace propuestas intempestivas: ir a vivir juntos, participar en un negocio, viajar, o cosas por el estilo. Es frecuente la propuesta de tener relaciones sexuales casi inmediatamente a los primeros encuentros, suele ir acompañada de “no haré nada si tú quieres”. Otra táctica es el alarde de sus logros, al detectar las carencias de la incauta, le cuentan maravillas sobre su vida, son grandes profesionales, exitosos empresarios, extraordinarios hijos y en algunos casos excelentes padres y esposos. En fin, usarán mentiras contadas como verdades hasta que son descubiertos en sus incongruencias. Las mujeres vulnerables, no pueden aceptar la disonancia, y aceptan explicaciones inauditas.

Veamos algunos ejemplos:
Claudia descubre que su pareja está casada, él al ser confrontado dice que no le contó para evitar su sufrimiento, su matrimonio está destrozado hace mucho tiempo, pero la esposa ruin no le da el divorcio.
Valeria descubre que su pareja no tiene la profesión que dice tener, él explica que tuvo problemas para validar su título, pues en Bolivia no existe la carrera que estudió en Finlandia y por lo tanto está demorando el trámite.
Alexandra descubre a su amante traficando con drogas, él explica que es la primera y última vez que lo hace pues necesita dinero para la operación de su madre. Sin embargo tiempo antes le contó a Alexandra que su madre vive en otro país. Al darse cuenta de su error, él dice que no le dijo la verdad para evitar su lástima.

En el libro de Isenberg es asombroso leer cómo varias de las mujeres enamoradas de asesinos defienden la inocencia de ellos a pesar de las evidencias tácitas sobre sus crímenes. Me impactó la historia de una mujer que establece una relación con Ted Bundy, el cruento psicópata asesino serial, según ella, Ted era un pobre individuo incomprendido, inocente de sus crímenes. Hasta el asesino payaso John Wayne Gacy estableció un vínculo amoroso desde la cárcel.
Desespera la estupidez de estas mujeres, su incapacidad para reflexionar y reconocer los riesgos. Nadie ni nada las conmueve, es una cerrazón inaudita. Sólo ante situaciones extremas pueden darse cuenta de dónde estuvieron metidas. Tal es la capacidad de manipulación de los psicópatas, hechizan, generan trances. Muchas veces sus víctimas intentaron romper la relación pero caen de nuevo, una y otra vez porque el vampiro secuestró su corazón.



[1] Puede adquirir el libro en: https://www.amazon.com/Women-Who-Love-Men-Kill/dp/0595003990
[2] El nombre y algunos datos han sido cambiados para proteger la identidad de mi paciente.