jueves, 23 de julio de 2009

LAS ETAPAS DEL AMOR: LA SIMBIOSIS

“Simbiosis” es un término de la biología, usado para referirse a la unión entre dos o más especies distintas para facilitar la supervivencia; por ejemplo, la anémona de mar y el cangrejo ermitaño: la primera ofrece protección debido a sus tentáculos venenosos y el segundo movilidad.

La idea romántica del amor favorece el establecimiento de esta etapa como si se tratara de la meta que toda relación de pareja debería alcanzar. Dicha idea se patentiza en la concepción del amor como el encuentro entre dos medias naranjas.

Quizás la metáfora sea una pobre emulación del mito del andrógino relatado en “El Banquete” de Platón. Aristófanes cuenta que al inicio de los tiempos existían tres sexos: los varones, las mujeres y los andróginos. Estos últimos eran redondos, tenían cuatro brazos y cuatro piernas, dos rostros y los genitales masculinos estaban junto a los femeninos por lo que no procreaban como el resto de los mamíferos, sino que derramaban sus semillas en el suelo. Los andróginos eran arrogantes e intentaron subir al cielo para enfrentar a los dioses. Ante la afrenta Zeus decidió partirlos por la mitad. Apolo se compadeció de los pobres mutilados y curó sus heridas. Desde aquellos tiempos el Amor intenta unir las partes separadas, de tal manera que cuando se encuentran se funden para toda la vida haciendo que dos se conviertan en uno indivisible .

En el último episodio de la séptima temporada de la serie Seinfeld, Jerry le comenta a su amigo Cosmo que encontró a su media naranja. Cosmo lo duda, por lo que Jerry le explica que la chica que conoció tenía exactamente sus mismos intereses, entonces el desgarbado amigo le dice: “¡te enamoraste de ti mismo!”

Ir al encuentro de nuestra media naranja es buscarnos a nosotros mismos en el otro, y si el otro no es como queremos vernos, lo debemos convertir en lo más parecido a nosotros. Se trata de personas que no escarmentaron con la desafortunada muerte de Narciso, aquel vanidoso que se lanzó al agua en el afán de amarse a sí mismo.

¡Por supuesto que existen personas que encontraron su símil! Esas parejas excepcionales justifican el mito del andrógino y echan por tierra el suicidio de Narciso. Pero son excepciones, no la regla. La mayoría de las personas se vincula amorosamente con un desconocido. Durante la etapa de la conquista se puede recurrir a la seducción a través de la sugerencia de similitud, pero será recién en la convivencia cuando los cónyuges descubran sus diferencias y aprendan a negociarlas, a la par que compartirán actividades comunes y construirán nuevos espacios de relación. Nadie sabe de quien realmente se está enamorando hasta que se desencanta.

La simbiosis amorosa se produce entre dos personas inmaduras. La inmadurez la defino como la incapacidad de valerse por sí mismo, desvincularse de la familia de origen y asumir responsabilidades sociales. Gikovate asocia la simbiosis al encuentro de dos seres incompletos, el amor en cambio, sólo es posible entre dos personas completas.

No es posible una relación amorosa cuando no tienen nada propio que entregarse el uno al otro, el juego del amor obliga a la reciprocidad, por lo que se hace indispensable el dar y recibir desde la pertenencia. Un amante adolescente depende de sus padres, no ha definido el sentido de su vida, en sí no tiene nada suyo a no ser su cuerpo. El vínculo entre dos adolescentes no es amoroso, es erótico. O en términos de Sternberg , sólo puede ser “encaprichamiento” [pasión] o “romántico” [pasión + intimidad]; pero no puede establecerse un amor pleno, porque no existe la posibilidad del compromiso. Por esas razones es que la simbiosis es una etapa típica de los romances juveniles, aunque no su exclusividad, porque puede ocurrir en cualquier momento de la vida.

La simbiosis se refiere al establecimiento de un vínculo de pareja interdependiente: el uno creo que no puede ser sin el otro. Caillé plantea que la suma en el amor es de 1 + 1 = 3, significando que una persona va al encuentro de otra y entre ambos construyen una nueva entidad denominada “nosotros”. En cambio, en la simbiosis lo que se da es: 1 + 1= 1, en el sentido de que una persona se aferra a la otra y la otra hace lo mismo.

Las frases que identifican a esta etapa entre otras, son las siguientes: “Sin ti no vivo”. “Te necesito”. “Nunca cambies”. “Jamás me dejes”. “Somos el uno para el otro”, etcétera.

La pareja evita reconocer al otro como es, impone la imagen que se ha construido de la persona y no permite que haya ninguna incongruencia. El otro en su afán de complacer para mantener la unidad se niega a sí mismo y se ajusta a las exigencias especulares del otro. Ambos se entregan a un juego de espejos infinitos hasta perderse a sí mismos.

La simbiosis es el producto emergente de un sistema cerrado : nada entra ni nada sale. Se niega la individualidad, se restringe la libertad. Nada puede ser más importante que el otro, nada que no involucre a la pareja es permitido. El fundamento de la ligazón es el sacrificio y por la regla de la reciprocidad , si uno renuncia a algo el otro también debe hacerlo. La pareja se aísla del mundo exterior, se constriñe y la diferenciación se hace imposible.

Cada uno está hipnotizado por el otro: “A menudo, los cónyuges se sienten individualmente atrapados en un diálogo vertiginoso en el que se profieren palabras dolorosas e hirientes y se estimulan estados de conciencia hipnóticos”. La pareja no puede salir del trance porque el hipnotizador también lo está. Se niega el dolor, se anulan las pérdidas, cada uno ha entregado la totalidad de su vida al otro y nada propio les queda.

La atadura es imposible de cortar, cualquier intento conlleva a enfrentar la soledad en el mundo exterior, por lo tanto es mejor retornar al juego interminable. Cualquier intento por abandonarlo es descalificado por el otro, el terror al abandono se inserta ferozmente en el corazón de los amantes, dispuestos a cualquier cosa por mantener al otro. Ninguno de los dos puede autorrealizarse porque todo debe estar dispuesto hacia el mantenimiento del vínculo.

El aislamiento ocasiona que no sea factible el ingreso de incertidumbre externa, porque lo de afuera no importa. Pero al cerrarse, el más mínimo desequilibrio interno produce conflicto, es por eso imprescindible la búsqueda interminable de la estabilidad perpetua. La consecuencia es que la relación erótica tarde o temprano dará lugar a una relación violenta.

Tipos de simbiosis

Existen dos tipos de simbiosis: simétrica y complementaria . La simbiosis simétrica ocurre cuando ambos miembros de la pareja intentan igualar su conducta recíproca: si uno da el otro debe devolver en la misma proporción y así sucesivamente generando progresiones simétricas. La simetría puede ser positiva cuando la entrega es beneficiosa para el otro, como en el caso de las caricias; es negativa cuando la donación es perjudicial, como ocurre con los golpes e insultos. A una caricia el otro responde con otra caricia, a un golpe el otro responde con otro golpe. Como no existen posibilidades de enriquecer el repertorio porque no hay salida del sistema, se oscila entre la simetría positiva y la negativa. Para continuar el juego los amantes deben provocar situaciones que permitan su continuidad. Es lo que pasa en el círculo de la violencia: maltrato, arrepentimiento, promesa de reparación, éxtasis, nuevo maltrato .

En la simbiosis complementaria, uno domina y el otro es dominado, es una relación de un padre o madre hacia un hijo o hija. Uno sabe, el otro es ignorante; uno protege el otro es indefenso. La dependencia es de ambos, no puede existir el mandón sin la persona obediente. Para mantener el juego los amantes boicotean la posibilidad del cambio, cuando el que cumple el papel de dominado alcanza las exigencias del dominante, cualquiera de los dos busca una alternativa para continuar en el mismo estado de poder, ¡el cambio no es suficiente! También puede darse que intercambien los roles, el dominante se hace dominado y viceversa.

Los extremos patológicos de la simbiosis son el asesinato y el suicidio. El “asesinato pasional” ocurre en parejas simbióticas cuando uno de los amantes no tolera el desencanto, cuando el otro sale del trance hipnótico y quiere terminar la relación. También uno de los miembros de la pareja puede matar al otro cuando se ha quebrantado alguna de las reglas establecidas en la relación.

El suicidio puede ser de dos maneras, como un recurso de manipulación o como una salida ante la desesperación. Cuando uno de los dos decide salir de la simbiosis, el otro puede amenazar con suicidarse y ejecutar la amenaza ante el “abandono”. La otra opción se da cuando la persona se siente desamparada, engañada o abandonada por el otro, la sensación de soledad, el reconocer que se ha obsequiado la vida a alguien que no la merecía y la vergüenza hacia los que dijeron que la relación no valía la pena y no se les escuchó se hacen insoportables, por lo que la muerte se presenta como la mejor opción.

Etiología de la simbiosis

a) Quienes provienen de familias hiperprotectoras . Una familia hiperprotectora es aquella en la que los adultos sustituyen continuamente a los hijos, hacen su vida más fácil, intentan eliminar todas las dificultades, llegando a hacer las cosas en su lugar. Se ha configurado un apego inseguro ansioso del tipo ambivalente , el niño/la niña han sido incapaces de desarrollar una afectividad segura, han sido asfixiados por sus cuidadores, no saben si los quieren cerca o lejos. En su desarrollo los cuidadores han sido incapaces de abandonar la idea de que son niños. La desvinculación es imposible, los hijos jamás podrán valerse por sí mismos La simbiosis se produce cuando encuentra una persona que lo reconoce como alguien que puede proteger. Se trata de un pseudo adulto porque ha construido una imagen de sí mismo a partir de la idealización de la madurez, es alguien que se presenta como un sabelotodo sin haber tenido experiencia con la vida.

b) Quienes provienen de familias sacrificantes . Las familias sacrificantes se caracterizan por partir del principio según el cual para ser aceptado por el otro es necesario sacrificarse. Como resultado se produce la insatisfacción de los deseos personales y la continua condescendencia con las necesidades de los demás. Los hijos se han criado en un sistema afectivo de apego inseguro por evitación, han sido castigados cuando se atrevían a darse algún placer. El mandato familiar es que los padres se sacrifican por los hijos y éstos deberán hacerlo por sus padres. Es inaceptable la desvinculación de los hijos porque deben cuidar de sus padres. La simbiosis ocurre cuando la persona encuentra alguien que le ofrece la oportunidad de cambiar de objeto de sacrificio: en vez de sacrificarse por sus padres deberá sacrificarse por ella. Se configura una relación afectiva “sado-masoquista” porque para mantenerse juntos será necesaria la presencia del sufrimiento, uno se presentará como sanador y el otro como sufriente.

c) Quienes pertenecen a una familia autoritaria. Una familia autoritaria se caracteriza porque los padres esperan que los hijos sean obedientes, para lograr tal fin se recurre al castigo y al maltrato . Los hijos crecen en un ambiente hostil que les produce miedo y desconfianza, con el tiempo el temor se convierte en furia contenida y necesidad de venganza. La afectividad ha sido formada en un estilo de apego inseguro por evitación, de ahí la necesidad de evitar la intimidad y fomentar la pasión desenfrenada que se patentiza en la violencia por la necesidad imperiosa de posesión. La desvinculación es aparente porque es difícil abandonar el resentimiento. Estas personas se hacen simbióticas con alguien que les permita alimentar la sensación de dominio y que posibilite la proyección de la venganza.

d) Quienes han sido desplazados. Aquellas personas que sufrieron el desplazamiento afectivo de sus padres hacia un/una hermano/hermana o el advenimiento intempestivo de una enfermedad crónica en alguno de los miembros de la familia, buscarán compensar su carencia con alguien que esté dispuesto a devolverles la atención y el cariño perdidos.

e) Quienes han sufrido una pérdida irreparable. Tanto en el caso del duelo no resuelto , como en la pérdida ambigua , la persona que no encuentra en su familia los recursos para terminar el duelo o afrontar la ambivalencia ante una pérdida inminente, pueden establecer una relación simbiótica con alguien dispuesto al consuelo y a devolverle la esperanza.

f) Quienes no han tenido experiencias amorosas previas. Personas que no experimentaron las fases del amor y tampoco sufrieron pérdidas amorosas, cuando son presas del enamoramiento pueden fácilmente caer en la creencia de que encontraron al amor verdadero y alentar la atadura simbiótica.

Evolución de la simbiosis

a) El enamoramiento. Dos extraños se sienten atraídos sexualmente, luego ambos se involucran en un juego amoroso altamente erotizado. La inhibición del impulso sexual ocasiona estados alterados de la conciencia que fomentan la idea de estar frente a algún designio misterioso. El enamoramiento fugaz como empezó se desvanece, dando lugar al despertar y reconocer con quién la persona se involucró.

b) La simbiosis “normal”
En los primeros amores juveniles es común el establecimiento de una etapa simbiótica caracterizada por la exacerbación de las pasiones. La relación de pareja se centra en la sexualidad hasta que surge la necesidad de diferenciarse del otro. Uno o ambos amantes reconocen que el vínculo los está privando del crecimiento personal por lo que van espaciando los encuentros o rompen abruptamente la relación. Una vez propiciado el distanciamiento recién pueden contemplar las ventajas y desventajas de su relación para decidir si la continúan o la detienen.

c) Imposibilidad de aceptar el desencanto. Una vez que disminuye el deseo sexual, la pareja necesita reconocerse y evaluar la compatibilidad. Las relaciones amorosas normales pasan del enamoramiento al desencanto sin estancarse. Las parejas simbióticas evitan afrontar la diferencia entre la imagen ideal y la real , por lo que mantienen la idealización de la relación. Ante las muestras de que lo real difiere de lo ideal surgen los recursos de resistencia al cambio.

d) Mantenimiento de la simbiosis. Para evitar el cambio, la pareja se ve obligada a aislarse y a proponer juegos simétricos o complementarios infinitos. Se plantean reglas absurdas para evitar el encuentro basadas en la siguiente proposición: “evita que cambie y yo haré lo mismo contigo”. El resultado es una relación posesiva, el otro es un objeto que se debe preservar.

c) Celos. La necesidad de evitar el desprendimiento del otro conlleva a la producción de delirios celotípicos y conductas de control asumidas como reglas indispensables para mantener el “amor”. Cualquiera de afuera de vuelve una amenaza para la relación por lo que el cimiento del vínculo debe ser la “sinceridad” y la “fidelidad” absolutas. El contenido de la comunicación es la revisión de las reglas y la competencia sobre cual de los dos es más fiel y más sincero. Los celos son miedos al abandono y a ser reemplazado por otro, reflejan las características del apego inseguro de la infancia.

d) Violencia. Como es imposible la certeza, más aún la referida a los sentimientos del otro, las pruebas del amor son insuficientes para esclarecer la lealtad del amante. Las exigencias se incrementan, las reglas se hacen más rígidas, el mundo debe reducirse cada vez más para que sólo el uno sea el satisfactor del otro. La consecuencia es la transgresión de las normas porque el límite entre lo permitido y lo prohibido se ha ido haciendo más estrecho. Ante la contravención emana la desesperación y ésta activa la violencia como último recurso para mantener el sistema estable. La violencia se convertirá así en el problema que la pareja debe resolver sin darse cuenta que está llenando el vacío producido por la falta de individualidad.

e) El círculo vicioso de la violencia. Madanés escribió: “Cuanto más intenso es el amor, más cerca está de la violencia, en el sentido de posesión intrusiva” . El maltrato conlleva al arrepentimiento en el abusador y en la pareja simbiótica a la negación del dolor a través de dos posibles racionalizaciones: “me lo merezco” y/o “va a cambiar”. El asumir la responsabilidad por la maldad del otro y el alentar esperanzas de cambio evitan que sea posible reconocer que nadie tiene derecho de lastimarnos. Puede ocurrir también que los actos de violencia saquen del trance a la persona maltratada y que ésta intente romper el vínculo, pero al intentarlo se incrementa la agresión del otro por lo que la persona lastimada se mantiene en la relación por el miedo. Después del arrepentimiento se produce la promesa del “nunca más” y la reconciliación generalmente expresada de manera sexual. Cualquiera haya sido el problema que la violencia intentó resolver, éste no ha desaparecido, por lo que volverá a manifestarse la conducta opresora.

f) El matrimonio como solución. Algunas parejas simbióticas deciden casarse como consecuencia de dos posibilidades: la primera, confunden su estado simbiótico con el verdadero amor o la segunda, ven en el matrimonio la esperanza de salir del círculo vicioso.

g) La colusión. Si la pareja simbiótica empieza a convivir, enfrentan inicialmente los problemas de adaptación frecuentes en la primera etapa del matrimonio, esto puede distraer durante un tiempo el estado de interdependencia, pero más tarde volverán a surgir los impasses producidos por la atadura. El matrimonio añade el compromiso lo que dificulta aún más la posibilidad de diferenciación entre los miembros de la pareja. Ambos esperan ver satisfechas sus necesidades infantiles con más ahínco que antes porque cumplieron el sueño de estar juntos para siempre . No podrán estar juntos ni separados. Algunas parejas verán en el divorcio la solución, pero éste se convertirá en una manera más de mantenerlos unidos.

h) La triangulación. La simbiosis sólo puede mantenerse si se introduce un tercero. Es así que el nacimiento de un hijo permite a los cónyuges asumir un nuevo rol: padres. Tarde o temprano, sin embargo volverá la angustia y se peleará para que el hijo se vuelva aliado de uno en contra del otro o para protegerse del otro

Saliendo de una relación simbiótica

Por supuesto que sería mejor no involucrarse en una relación de interdependencia, pero como afirmó Wittgenstein: “quien está intranquilo por amor obtendrá poca ayuda de una explicación hipotética. Esto no lo tranquilizará.” El enamoramiento produce locura y estrechez mental, no puede ser que algo que se siente tan intenso sea una equivocación.

Es posible plantear el antídoto: madurez. Preguntarse, por ejemplo, ¿qué tengo que sea mío para ofrecerle al otro?, ¿he realizado mis sueños para compartirlos con esta persona? Queda claro que el amor sólo puede construirse cuando los amantes se han desvinculado de sus familias de origen y que además pueden valerse por sí mismos. ¡Esas personas difícilmente aceptarán una relación asfixiante!

Pero si uno se encuentra dentro del juego de la simbiosis, ¿qué puede hacer? El pato se da cuenta que no es pez cuando necesita tomar aire. Así la persona simbiótica tendrá momentos en que necesite salir de la relación, cuando lo haga debe analizar su vida personal y cuánto le está costando renunciar a ella. ¿Vale la pena? ¿El amante tiene derecho a arrebatarle la vida?

Quien me ama me respeta y me alienta para que me realice, me apoya pero no me obliga. Me invita a conocer su camino pero no me fuerza a caminar con él. Deja que mis metas sean distintas a las suyas. Se alegra con mis cambios, se entusiasma con volverme a conocer. No tenemos miedo que la relación termine porque sabemos que puede ocurrir, por eso aprovechamos el estar juntos concientes de la posibilidad del adiós.

Mientras más pronto la persona sea capaz de distanciarse más probabilidades tendrá de sobrevivir. No se debe esperar a que ocurran actos violentos, pero si ocurren es señal suficiente de que el otro no está dispuesto a amar, porque amor es legitimar al otro como es y no intentar cambiarlo.

Si los intentos personales para salir de la simbiosis han fracasado y el individuo se da cuenta que la relación está enferma, puede ayudar el buscar un terapeuta experimentado en el manejo de parejas. Lo óptimo es iniciar una terapia conyugal, pero si no es posible, la persona desencantada podría comenzar una terapia individual.

sábado, 18 de julio de 2009

AMOR Y SEXUALIDAD EN EL CLIMATERIO FEMENINO

Se debe entender como menopausia al cese de la mensturación, mientras que al climaterio como el proceso a largo plazo que incluye a la menopausia e involucra el declive gradual de la producción de estrógenos y con ello la pérdida reproductora (Rathus, Nevid y Fichner-Rathus, 2005).

La menopausia corresponde a la última menstruación identificándose una vez que han transcurrido doce meses de amenorrea (Prior 1998). Ocurre alrededor de los 48 a 51 años (Lozano, Radón y otros 2008). Sin embargo, en regiones altas se presenta a edad más temprana, aunque la sintomatología es similar (Gonzales y Carrillo 1994).

En la lengua aymara se dice wila chhaqxaña para referirse a la menopausia, literalmente significa “perderse ya la sangre”, se trata de una etapa en la vida femenina que ocurre a los cincuenta años (Arnold, Yapita y Tito 1999). La mayoría de las investigaciones antropológicas acerca del desarrollo humano en la cultura aymara eluden el análisis del climaterio (v.g. Carter y Mamani 1989; Isbell 1997). Considerando que la maternidad es la cualidad más importante para la definición de la mujer en la cultura andina (Valderrama, R., Escalante, C. 1997; Crognier, Villena y Vargas, 2001 y 2002) es factible que la experiencia menopáusica sea difícil de asimilar en las mujeres aymaras.
Mori y Decuop (2004) indican que los estudios sobre la menopausia se extendieron a partir de un artículo escrito por Robert Wilson en 1966 acerca de la disminución estrogénica y su influencia en el estado de ánimo. El advenimiento de la tecnología farmacéutica ha mitificado la menopausia debido al gran negocio que significa la venta de hormonas estabilizantes (Buchanan, Villagran y Ragan 2001). Las primeras objeciones a la configuración de la menopausia como una “enfermedad” provinieron de la feminista Greer (1971), puesto que un evento natural es enfocado como si se tratara de una “anormalidad” que amerita intervención médica (Vanwesenbeeck, Vennix, Van de Wiel, 2001)

Durante el climaterio la disminución de estrógenos es concomitante a la manifestación de calores, insomnio y disminución del deseo sexual (López, Gutierrez, Quiróz, Malacara y Pérez, 2006; Hunter, Battersby, Whithehead, 2008). También durante esta etapa se incrementa el riesgo de afecciones neurológicas, como ser: apoplejía, epilepsia, enfermedad de Parkinson y demencia de Alzheimer (Henderson, 2007; Henderson, 2009).

Sin embargo no existe coincidencia en los estudios que refieren la expresión de síntomas psicológicos: ansiedad, mayor vulnerabilidad al estrés, miedo, depresión, irritabilidad, angustia y sentimientos de soledad (García, Muñoz, Ross y Salazar 1982; Gutierrez, Urrutia y Cabieses, 2006).

Ibarra, y sus colaboradores (2001) consideran que la depresión no necesariamente es resultante de los cambios hormonales, sino que la mujer durante el climaterio está enfrentando cambios vitales importantes como la emancipación de los hijos, crisis laborales y maritales. Illanes (2002) y Jokinen (2003) afirman que los cambios psicológicos no se pueden atribuir exclusivamente a la alteración serotoninérgica resultante de la disminución de estrógenos. Este punto de vista fue planteado en los primeros estudios acerca del tema (v.g. Neugarten 1965) donde se apreciaba que la preocupación sobre las consecuencias de la menopausia eran más inquietantes que los síntomas fisicos.

Sarmiento y Gutierrez (2002) concluyen enfáticamente que los síntomas psicológicos durante el climaterio dependen de la actitud que la mujer tenga hacia la menopausia; estos investigadores identifican que los factores influyentes son: la experiencia menstrual, la feminidad y los rasgos de personalidad. Elavsky y Mc Auley (2007) confirman la importancia de los factores psicosociales en la manifestación o no de la depresión menopáusica Por su parte Holte y Mikkelsen (1991) plantearon que la experiencia menopáusica será negativa en las mujeres que durante la premenopausia hayan enfrentado acontecimientos vitales estresantes: muerte de los padres, viudez, enfermedad crónica e inactividad profesional.

Casas, Caulo y Couto (2003) consideran que los sudores nocturnos se asocian con el insomnio, lo que deriva en fatiga e irritabilidad, sin embargo, la dinámica familiar, las relaciones interpersonales y la satisfacción laboral son más importantes para el desarrollo de la depresión. En el estudio que llevaron a cabo en Santiago de Cuba, constataron que sólo el 41% de las mujeres climatéricas con nivel educativo superior manifestaban sentirse deprimidas. También encontraron que a mayor apoyo familiar son menos los síntomas psicológicos.

Ojeda y Bland (2006) observaron que las mujeres menopáusicas que tienen mayores probabilidades de desarrollar trastornos psicológicos son aquellas que presentan trastornos de personalidad.

Además de las crisis vitales y los trastornos de personalidad, otro factor que influye en la expresión de alteraciones del humor y el comportamiento es la falta de conocimiento acerca del climaterio. Fernández, Ojeda, Padilla y De la Cruz (2007) observaron en una muestra mexicana de 4162 mujeres entre los 45 a 59 años que el 87% de ellas poseían poco conocimiento.

Bromberger y su equipo de investigación (2005) observaron que la irritabilidad, la ansiedad y la tristeza no es un fenómeno universal, sino que se relativiza con la cultura. Sommer, Avis, Meyer y otros (1999) establecieron que las mujeres africanas tienen mejor actitud hacia la menopausia que las asiáticas. Im (2005) encuentra que los calores, dolores de cabeza y aumento de peso eran los únicos síntomas comunes en cinco grupos de mujeres de distinta raíz étnica.

Jimenez y Marván (2005) en México y Mori y Decuop (2004) en Canadá establecen que las mujeres que trabajan tienen menos probabilidades de desarrollar síntomas psicológicos durante el climaterio en relación a las mujeres que no lo hacen.

En definitiva, es posible afirmar que la reivindicación femenina ha modificado el mito del climaterio (Ciornai 1999). Se plantea que ha sido la medicina la responsable de generar la imagen negativa de la mujer menopáusica (Buchanan, Villagran, Ragan, 2002), un ejemplo de ello es que últimamente existe una sobrevaloración de la delgadez femenina lo que conlleva al deterioro de la autoimagen en las mujeres menopáusicas (Filip y otros 2000).

La mayoría de los investigadores coincide en señalar que durante el climaterio se produce una reducción del deseo sexual. Kopera (1992) señaló la relación entre la disminución de estrógenos y las alteraciones del deseo sexual durante el climaterio. Nappi y colaboradores (2007) plantearon que uno de los factores que ocasiona la disminución del deseo es el dolor producido durante el coito (dispareunia) y las caricias clitorídeas debido a que se produce una alteración en la irrigación del clítoris­. Natoin, McClusky y Leranth (1998) señalan que las alteraciones en la sexualidad menopáusica se deben fundamentalmente a la alteración de las sensaciones vibratorias del clítoris y la vagina.

Las alteraciones del deseo en el climaterio se producen debido a la disminución de la testosterona, hormona esencialmente masculina que se hace indispensable para que se inicie la respuesta sexual femenina (Rako 1996). Sin embargo, Castelo-Branco (2003) señala que más de la mitad de las mujeres menopáusicas de la muestra de su investigación manifiestan además de la disminución del deseo, trastornos en la excitación, dispareunia y trastorno del orgasmo. Ibarra y colaboradores (2001) plantean que el 67% de las mujeres de su estudio expresan rechazo hacia las relaciones sexuales con sus parejas, siendo que el 89% de ellas tiene disminuido el deseo y 96% padecen de anaorgasmia.

Sin embargo, otras investigaciones contradicen la universalidad de la presencia de disfunciones sexuales durante el climaterio, por ejemplo, Stanford y colaboradores (1987) hallaron que el 72% de las mujeres percibieron cambios en el interés sexual en los años cercanos a la menopausia; en el 48% de los casos la alteración fue disminución del interés sexual, en cambio 23% notaron un aumento del deseo y 20% de las mujeres encuestadas no notaron modificaciones.

En otro estudio llevado a cabo en 2001 mujeres australianas con edades comprendidas entre 45 y 55 años se determinó que la mayoría de las mujeres de la muestra (62%) no informó sobre cambios en su interés sexual, mientras el 31% reportó un decremento (Dennerstein, Smith y Burger 1994). En Dinamarca, se observó que de 474 mujeres nacidas en 1936, entrevistadas a los 40, 45 y 51 años, el 70% no había experimentado cambio en su deseo sexual durante el climaterio. Fue interesante ver que la modificación en el deseo sexual en las mujeres de 51 años no se produjo con la menopausia. La conclusión a la que llegan estos investigadores es que las alteraciones de la respuesta sexual son producto de la interpretación que la mujer le da a su experiencia menopáusica.

Otro tema de investigación se ha referido a la actividad sexual durante el climaterio, por ejemplo el Instituto Vasco de la Mujer (1993) señala que 42% de las mujeres de 50 años son inactivas sexuales, incrementándose el porcentaje a 73% a partir de los 60; en contraste, el 7% de los varones son inactivos sexuales a los 50 años y el 24% a partir de los 60. En Arizona se encuestaron a 2109 mujeres de 40 a 60 años de edad, encontrándose que el 60% se mantienen activas sexualmente. Además los investigadores observaron que la satisfacción sexual se relaciona con el contexto cultural, por ejemplo, las mujeres afroamericanas del estudio manifestaron que se sentían más satisfechas sexualmente en comparación a las de origen americano; la presencia de disfunciones sexuales fue más frecuente en las mujeres que no poseían título universitario (Addis y otros 2006). En Santiago de Chile un estudio realizado en una muestra compuesta por 1204 mujeres entre 44 a 64 años mostró que el 64% de ellas tenía actividad sexual (Aedo y otros 2006).

A partir de los estudios señalados, se puede apreciar que la actividad sexual femenina durante el climaterio no necesariamente disminuye, depende de las características socioculturales del grupo al que se dirige el estudio.

El climaterio es una etapa de la vida femenina que produce una crisis en la identidad de la mujer. Sin embargo, la crisis puede ser interpretada como una oportunidad o como un peligro, tal como se sugiere en el ideograma chino para la palabra.

La tendencia desde la década de los sesenta ha sido presentar a la menopausia como una anormalidad, de tal manera que se ha generado un negocio médico a partir de la mitificación de la menopausia. Por ejemplo, en 1994 se calculaba que 45000 mujeres estadounidenses estaban recibiendo sustitución hormonal, la misma cifra de histerectomías se llevaron a cabo en Australia, siendo que el 90% de las cirugías eran innecesarias (En: Aldana, 2008).

Cuando cesa la menstruación la mujer se pregunta: “¿qué está pasando conmigo? ¿Qué enfrentaré? ¿Quién soy ahora?” Las respuestas a esas preguntas pueden tener un mayor impacto que el cambio hormonal. Su vida amorosa se puede afectar en función al tipo de amor que haya construido con su pareja.

En el caso de los esposos maltratadores, la conyugalidad puede deteriorarse debido a la presencia de creencias que desvaloricen la identidad de la mujer, puesto que ella se habrá mantenido al lado del marido gracias a la presencia de hijos que la necesitaban. “Por ustedes he tenido que aguantar a su padre”, es la expresión que sintetiza la situación de la mujer maltratada. Cuando enfrenta la posibilidad de que los hijos se vayan de casa, no le queda más remedio que dirigir la mirada hacia su marido. Tiene tres opciones: primera, impedir que los hijos se vayan de casa; segunda, romper el matrimonio; tercera, sumergirse en la depresión.

La mujer que ha construido su identidad a partir del servicio al marido, vivirá la menopausia sin grandes cambios, ella ya anuló el placer y toda posibilidad de realización personal. El sentido de su vida ha sido hacer feliz al esposo, los hijos se constituyeron en trofeos obtenidos en la victoria contra las adversidades que se presentaban para frenar la realización de las expectativas del esposo sobre los hijos. La frase “he dejado mi vida por ti” resume el sentir de este tipo de mujeres. Renunciaron y soportaron todo, esperan una recompensa divina por lo que generalmente se introducen de lleno en supersticiones religiosas cuando la realidad les muestra que fracasaron.
La mujer que se quedó soltera porque asumió la responsabilidad de “cuidar” a sus padres, al enfrentar la menopausia reconocerá que su vida la ha regalado a otros y que el tiempo que le queda es muy corto para apropiarse de ella; además, es probable que sus progenitores mueran, por lo que experimentará un profundo vacío que le será muy difícil llenar.

Aquella que hizo del sentido de su vida el ser madre, cuando llega a la menopausia debe asimilar que no podrá traer nuevos hijos al mundo y contemplar cómo los que tiene se separan de ella para emanciparse. Para que la vida aún pueda ser vivida, se aferran de los hijos impidiéndoles la desvinculación, a través de hacerlos sentir culpables por dejarla, una frase común es: “no me pueden dejar después de que sacrifiqué mi vida por ustedes”. Sus alegrías se han limitado a los éxitos de su progenie, lo propio con el sufrimiento, ha estado supeditado a las desdichas de los hijos. Estas madres se convierten en las suegras que invaden la vida conyugal de sus hijos, descalificando a la nuera o al yerno.

A decir de Marcela Lagarde (1993), estas cuatro mujeres [maltratadas, al servicio del marido, madres de sus padres y madres eternas] se tipifican como las “madresposas” que cometieron “micro suicidio”, en el sentido que renunciaron a sí mismas para vivir para los otros. El climaterio les obliga a mirarse y al no encontrar nada que las haya realizado sin depender de los demás se deprimen. Les ocurre lo que a los pajarillos que vivieron enjaulados: cuando se les abre la jaula prefieren mantenerse en ella porque ¡tienen miedo a volar!

La mayoría de las hijas de las “madresposas” han luchado en contra del modelo de mujer que les ofrecieron. Los movimientos feministas son la expresión radical de la negación de la mujer como madre y esposa abnegada. La manifestación de la liberación ha ocasionado que los varones entremos en crisis. Acostumbrados a ser “atendidos” por nuestras madres y con un modelo de hombre proveedor ofrecido por nuestros padres, hemos sido incapaces de construir un modelo masculino que involucre aspectos femeninos como ser: la expresión de sentimientos y los quehaceres en el hogar.

Los varones de todas las culturas tienen la necesidad de probar continuamente su masculinidad, para ello, además de competir en actividades de fuerza, se ha utilizado a la mujer como trofeo (Gilmore 1994, pág.25). La rebelión de las mujeres ha sido insoportable para los varones machistas porque la emancipación femenina los dejaba a expensas de sus incapacidades de sobrevivencia en el hogar: los varones no han sido entrenados para ser madres ni amas de casa.

Las mujeres en proceso de emancipación deben batallar contra los sentimientos de culpa ocasionados por los mandatos rígidos dirigidos a la manutención del rol de “madresposa”. La autorrealización está cargada de culpa porque se asocia al abandono de las tres funciones del mandato machista: ser madre, ser esposa y ser ama de casa.

Las “madresposas” censuran tácitamente a las mujeres que trabajan, a las que son capaces de alcanzar el placer y a las que deciden realizar sus sueños exentos del servicio a los demás. Los esposos machistas boicotean los intentos de emancipación y autorrealización a través del maltrato y el chantaje.

Las “madresposas” no podían romper sus matrimonios porque no eran autónomas económicamente, los maridos las chantajeaban con el dinero y con la tenencia de los hijos. Las mujeres en proceso de emancipación pueden dejar a sus esposos puesto que han logrado autonomía económica. Por ello es que el único recurso para el chantaje que les queda a los maridos machistas es la tenencia de los hijos.

Las mujeres en proceso de emancipación que no tuvieron más remedio que asumir el rol de “madresposas” viven la menopausia como señal de que se acerca el final de sus vidas y no lograron realizarse, por ello esperan que sus hijas logren lo que ellas no fueron capaces de alcanzar. El vínculo amoroso en su matrimonio estará carente de pasión e intimidad; la menopausia se convertirá en un pretexto para distanciarse de su pareja.

Cuando ocurre la menopausia en las mujeres emancipadas, la pasión que sienten por realizar sus sueños hace con que prácticamente pase desapercibida porque el sentido de su vida es indiferente al anuncio del término de su fertilidad. Si se mantienen casadas, el esposo es alguien que apoya el desarrollo de sus logros, y probablemente se trate de un varón que abandonó la estructura mental machista por lo que será capaz de asumir funciones tradicionalmente femeninas.

Cuando la mujer emancipada deja de menstruar su vida sexual se adaptará a los cambios. Con su pareja encontrarán alternativas eróticas para continuar disfrutando de sus encuentros sexuales. Se producirá una especie de “adolescencia adulta”, porque las modificaciones hormonales se ligarán con nuevas sensaciones: la sensualidad se hará más táctil y más serena. La renovación erótica y la desvinculación de los hijos promueven en la pareja el incremento de la intimidad, el volver a enamorarse y la forja de nuevos planes conyugales.

Si la mujer rompió su matrimonio porque reconoció en su pareja alguien incapaz de acompañarla en el camino que la lleva a la autorrealización, cuando le sucede la menopausia, no se contemplará a sí misma como un ser humano incapacitado de amar, todo lo contrario, sentirá la necesidad de compartir su nuevo cuerpo y su nueva alma con alguien dispuesto a recibirlos. Es así que se abre la posibilidad de que pueda reescribir su historia de amor con nuevos ojos y con la madurez suficiente que le permitirá involucrarse plenamente en la experiencia de amar y ser amada.







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