jueves, 8 de diciembre de 2011

EL AMOR EN NAVIDAD

La Navidad es la fiesta de celebración del nacimiento de Jesús. El Niñito es el símbolo deslumbrante del amor. Nacido en un pesebre, rodeado de animales y del amor urgente de sus padres. Navidad anuncia el reinado del amor entre los seres humanos, la exegesis de la esencia humana, sin él no existiría humanidad, porque surge de la confianza entre las personas, de la necesidad de existir en la mirada del otro. El amor es la esencia del ser humano, lo que nos hace diferentes de una piedra y de una hormiga. La capacidad de redención de la generosidad en desmedro del egoísmo. El amor se instaura en medio de la sencillez, pues es la acción más humilde que podemos expresar, anulando obligatoriamente el placer y el poder, nos entregamos en silencio en los brazos de quien amamos. El amor es un fuego que nos quema por dentro y que sólo se puede apagar si nos entregamos, por eso es que sentimos la necesidad de dar hasta quedarnos sin nada. El regalo en Navidad simboliza la entrega: la esperanza que a través de mí el otro sea feliz. Todo lo que nos rodea en esta época nos recuerda la obligación de entrega: el árbol que ha muerto para convertirse en leña, la estrella que alumbra ingenua en la noche sin luna mientras anuncia el lugar donde está el amor. El amor está en la sonrisa de ese Niño inocente que irá a morir por nosotros como la máxima expresión de la bondad. La Navidad es la amplificación de aquello que debería ser cotidiano, amarnos los unos con los otros, promoviendo la ternura, la paciencia y la tolerancia. Amar es reconocer al otro como puede ser, agradecer el encuentro milagroso en la vida. Navidad es darnos cuenta del absurdo de la sociedad que se empeña en ser más importante que la vida misma, poniéndonos como verdades sus artificiales mentiras, pretendiendo enajenarnos de la posibilidad de intimidad, promoviendo la materia sobre el espíritu. Debemos humanizar las instituciones, familia, trabajo, empresa, escuela, etc. Humanizar no es otra cosa que “amorizarnos”, esto es, develar nuestra insignificancia en relación al inmenso universo ante la mirada sorpresiva del otro que nos revela como un ser factible de conciencia, del darnos cuenta de la vida a través del encuentro de las miradas. Nada más importante que el ser humano. Es tiempo de entregarnos a la experiencia de vivir a pesar de que esté prohibido, ser irreverentes con las convenciones y con las normas convincentes. Reconoce que lo único real es el encontrarnos vivos en torno del caos escondido en la rígida lógica y en los parámetros de felicidad establecidos por la época. La felicidad se produce en el contacto con el otro, el amor nos mira sin mirarnos, sin juzgarnos, dejándonos ser porque ni siquiera habla. El amor está más allá de las convenciones, más allá de la piel, se vivifica en el espíritu humano como el humo, como el viento, inaprensible, indefinible, es el efímero momento de la intimidad, el huidizo instante de la fusión de lágrimas o sonrisas. Porque el amor tiene un destino: la despedida. Mientras más te amo más me dolerá tu partida, y si te amo promuevo tu independencia, porque el amor es sinónimo de libertad. No es posible el amor sino en el marco de la libertad, del dejar ser, del gestar la realización del otro, al final de cuentas del dejar marchar. Es imposible amarte si le temo a la soledad, porque no existe mayor experiencia de soledad que cuando amamos. Si le temo a la soledad (es lo mismo que decir a mí mismo), entonces evito amarte porque prefiero controlarte, vivir tu vida, dirigirla, reprimir toda posibilidad de emancipación hasta la violencia. Dicen que se mata o muere por amor, no es así, se mata o muere por poder, porque el poder ofrece la sensación de certidumbre, estabilidad, tranquilidad, nada se consume, nada cambia, nadie se aleja. El amor en cambio obliga al cambio, a la vida, a la incertidumbre y la ruptura. Los que aman nunca son los mismos, cada encuentro los modifica. Me refiero a cualquier tipo de amor: padres, hijos, amantes, amigos, el amor a Dios. El amor transforma porque obliga a la rebelión que emana del cuestionamiento de lo establecido. El amor no necesita de nada más que de dos seres (por lo menos) que se entregan al ejercicio de vivir. El tiempo se anula, se disipa el espacio, se espantan las palabras, se enajenan las ideologías. Nada más importa que el otro. Por eso esa sensación de profunda soledad del Niñito Jesús en medio de la oscuridad del pesebre. Ni los villancicos logran silenciar la bulla del silencio denunciante de la mirada tierna, compasiva y suplicante del pequeño que me espera con los bracitos abiertos. El amor me quiere abrazar, atrapándome en su candorosa manera de ver el mundo: nada importa más que el otro. Yo he aprendido que Navidad es la más linda fiesta del año, porque me avisa que aún es posible forjar esperanzas entre nosotros, para recuperar nuestra sonrisa y el ingenuo asombro ante la existencia de alguien que sin motivo me ama, me ama porque simplemente existo. Y eso es suficiente para agradecer…para decirle al Niñito: bienvenido al mundo.

martes, 5 de julio de 2011

La desesperación en la construcción de la personalidad.

Kierkegaard hace alusión a la desesperación como una enfermedad mortal , se trata de un estado psicológico de quien ya no espera nada, ha sido aniquilada su esperanza. Es reconocer que hemos sido engañados: aprendimos mentiras como si fueran verdades .

La ingenuidad de Aristóteles le hizo suponer que era posible la aprehensión directa de la realidad , no se percató que es imposible no interpretarla tanto en la fisiología como en la psicología. Los sentidos sólo pueden captar aquello que es descifrable para sus sensores, por lo tanto necesariamente sesgan la realidad, a lo que debemos sumar la interpretación compleja de los sistemas cerebrales superiores, influidos por las atribuciones culturales. En fin: las estrellas están en el cerebro .

El mundo simbólico se ha insertado dentro de la naturaleza para robarse la realidad, hemos sido insertados en el orden artificial del lenguaje, arrojados sin ser consultados , degenerados por la sociedad hemos sometido nuestra esencia a la disparatada organización económica y productiva.

El sentido de la existencia ha sido esbozado por parámetros ajenos al ser, se hizo irreflexivo, más determinista que los genes. El tener se impuso ante el ser y el deber ante la libertad.

La escuela y la familia son las instituciones que tienen el encargo social de alienar al ser, obligarlo a abandonar sus potencialidades para que pueda constituirse en un sujeto productivo, han sido hechas para aniquilar sueños, proponiendo valores intrascendentes, reforzadas por los medios masivos de comunicación.

¡Está prohibido ser uno mismo! Quien sigue la consigna no llega a desesperar, su forma de vida se establece a partir de los parámetros exitistas: dinero, fama y poder. Los logros académicos y los económicos ofrecen certidumbre, se sabe a dónde llegar porque el camino está asfaltado y con excelentes señales: es imposible perderse.

Sin embargo, ni bien se inicia la carrera, estamos obligados a perder nuestra alma, se prohíben los sentimientos, se niega la posibilidad de existir: primero los deberes. La sociedad ha desarrollado excelentes sistemas de represión de todo aquello que pueda alertarnos sobre el engaño: se prohíbe el amor, el sexo y el arte.

El amor es el gran enemigo del poder, incierto conduce inevitablemente a la desesperación, no obliga, libera. Permite que dos seres puedan existir a partir del reconocimiento del otro, constituyéndose en un colectivo revolucionario de dos , el caos del amor intensifica el orden del mundo simbólico, obliga a la irreverencia, a la rebelión.

Los amantes existen en el nuevo mundo construido por ellos mismos, un mundo donde todo adquiere significados distintos, determinados por la voluntad y las ganas de llamarse de otra manera que surge detrás de la intimidad y la pasión.

Pero la sociedad inventó el matrimonio para inhabilitar la libertad de la pasión, obligados por la sobrevivencia los amantes tienen que declinar ante las exigencias sociales. El divorcio surge como una alternativa social ante el fracaso marital, un recurso feroz para arremeter contra la imposibilidad de amar y dejar de ser al mismo tiempo. Los esposos luchan frenéticamente para no dejar surgir a los amantes, el amor sede su lugar al poder: violencia, aburrimiento, rutina.

El orgasmo es una experiencia que permite la liberación de las tensiones corporales , breve instante de inconsciencia, el cuerpo se emancipa del dominio de la mente, adquiere independencia en los estertores del placer, se rebela contra la opresión del estrés.

El estrés es el grito desesperado del alma. Hemos llevado a nuestro cuerpo donde nuestra alma no debería estar. La tensión muscular es señal de huída o ataque en la naturaleza, en el mundo simbólico lo es del deber. Así el estrés postraumático se perfila como la más triste expresión del absurdo social: torturas, guerra, traumas. Todo ello a nombre del poder, de las ideologías, de las aniquiladoras de sueños.

Por ello, es mejor asociar el sexo al pecado, a la enfermedad, y con ello se condena a nuestro cuerpo, se le obliga a ser testigo impasible de la alienación del sí mismo. Descartes ayudó a escindirlo del alma, a pesar de que Aristóteles quiso unificarlos, el método cartesiano racionalmente nos dividió.
Sin cuerpo y sin amor, el poder puede hacer de las suyas. El miedo es la base de la moral precaria, la moral del mediocre, de aquél que jamás desespera, el que no se sabe vivo porque no reconoce su mortalidad. En silencio el alma expresa su desazón a través del arte.

El arte no sirve ni debe servir para ningún fin , simplemente es irreverente con lo establecido, ahí está intacta el alma: colorida en la pintura, fugaz en la danza, sonora en la música, estática en la escultura, secuestrando palabras en la poesía.

El arte denuncia la desesperación plasmándose en la estética, aquella que como la ética no puede decirse, escapa a la alienación del lenguaje, no puede ser atrapada por las convenciones, no puede ser regida por el poder, es así evanescente como el viento y la arena, no puede ser comprendida por aquél que no desespera, salvo que lo haga desesperar confrontándolo con su finitud e insignificancia, quizás sea la función del arte…sin querer, la de hacernos desesperar ante la magnificencia de la belleza.

¡Ay belleza! Emerge de la más profunda desesperación, Kierkegaard la asemejaba a los gritos desesperados de los condenados al toro de Fálaris , aquella cruel máquina que mientras asaba a los condenados convertía sus alaridos en música.

El arte deviene pues de la experiencia de la desesperación, es la angustia: el vértigo de la libertad , el miedo a ser libres , el terror a apropiarnos de nuestra vida, responsabilizarnos de nosotros mismos .

La desesperación nos acecha desde la mirada oscura de la muerte, la experiencia más democrática posible. Pues todos moriremos tarde o temprano, es la cadena que nos ata al mismo destino: dejar de vivir.

El poder no le teme a la muerte, el amor le tiene pavor. Los poderosos están dispuestos a morir por sus ideas, los amantes preferirán seguir vivos a pesar de las ideas. ¡Los amantes son cobardes! Sobre todo la vida y nada más que la vida.

Los poderosos se consideran inmortales, quieren ser dioses por decreto, inmortales por ley. Los amantes son mortales y por ello se desesperan enredándose en sus cuerpos y en sus almas hasta derretirse de besos y miradas: carpe diem quam minimum credula postrero (captura el día, no asegures que vendrá otro igual).

Los amantes como los maestros zen viven en el hic et nunc (aquí y ahora), convierten el tiempo en una experiencia relativa al instante apasionado. Y es que el amor duele apasionadamente, porque obliga a la constante confrontación con el vacío inefable de la ausencia.

Cuando la legitimación del otro me hace existir me abandono plenamente a mi existencia, produciéndose así la posibilidad de ser libre, y al liberarme expulso mi alma, desnuda al fin de las ropas hirientes impuestas por la enajenación, entonces el ser se siente íntegro, sus potencialidades se hacen posibles. De pronto debe darse la despedida, el momento es tenebroso debido a la exposición del sí mismo, la desesperación da lugar a la angustia, la angustia es la voz del vacío, el miedo a la nada es inmenso e intenso.

Es así que el amor nos precipita obligatoriamente a la nada, a reconocernos como fugaces pasajeros de la vida. Los amantes se atreven a todo porque lo han perdido todo, sólo se tienen a ellos mismos sin saber que siempre sólo se tuvieron a ellos mismos, están forzados a descarnarse, a mirarse a los ojos con sus propios ojos, cerrándolos para contemplar la oscuridad del silencio.

El éthos es el modo de ser, la manera como aparecemos ante el mundo, aquella instancia que nos da un lugar, una identidad, es la conciencia del sí mismo que se posesiona entre el ser y la personalidad.

El éthos se estructura para protegernos de las impertinencias del mundo, para que ocupemos un lugar, un poder ser sin enajenarnos. Para ello es preciso haber sido amados por nuestros cuidadores, es decir, protegidos y reconocidos. Sin la experiencia de protección y legitimación la máscara nos protege del otro en lugar de proteger nuestra esencia. Afanados en ser queridos nos olvidamos de quienes somos, buscamos desesperadamente la aceptación y el cariño.

Nos negamos a nosotros mismos para obtener ese reconocimiento, promovemos entonces la organización de armaduras rígidas que tensionan nuestro cuerpo, el carácter es la forma cómo mi cuerpo sobrevive a las represiones y se muestra a través de un ego rígido infranqueable porque detrás de él hemos perdido nuestro ser.

La personalidad es la cobertura del éthos, una máscara para presentarnos al mundo, nos oculta pero puede llegar a perdernos cuando se hace más importante que el alma. Esa máscara es un recurso para comunicarnos pero al mismo tiempo puede ser nuestra perdición cuando la confundimos con nosotros mismos. En otras palabras, la personalidad es un instrumento, una simple herramienta de interacción.

Cuando alguien confunde su personalidad con su esencia, pierde la posibilidad de amar porque no será capaz de desenmascararse – requisito indispensable en el amor-, como consecuencia se introducirá en el ego que requiere alimento del otro para darle sentido al sí mismo.

En ese sentido existen tres tipos de egos: el ego vanidoso, el dependiente y el difuso. En el primer caso se presentarán las personalidades narcisistas, pedantes y despreciativas de los demás. Por su parte, los egos dependientes pretenderán afianzarse a egos poderosos para poder existir, buscan ser protegidos y no toleran la soledad. Finalmente el ego difuso determina personalidades incoherentes, ambivalentes e impulsivas, debido a la falta de identidad buscan modelos para parecerse a ellos, mejor aún si son absorbidos por ellos.

Los trastornos de la personalidad tienen esos ribetes, personas incapaces de amar porque han perdido el alma al aferrarse a sus egos, han hecho del yo una realidad, olvidándose que es un invento construido para subsistir en el mundo prefabricado. Gazzaniga afirma que el yo es una construcción del cerebro, su intención es engañarnos para protegerlo.

Quien adolece de un trastorno de personalidad es incapaz de renunciar a su ego, el sentido de su vida gira alrededor de él, ya sea para alimentarlo, depender o buscarlo. La causa de esta organización pesarosa tiene raíces biológicas y familiares, las primeras relacionadas con la disponibilidad genética y la segunda con los juegos de la familia.

El trastorno de personalidad asegura la esperanza en vez de la desesperación. Desarrolla la fe en uno mismo en lugar de asumir la soledad y la incertidumbre. Promueve el poder como opresor o como eterna víctima, imposibilita el encuentro legítimo al favorecer la presencia plástica e inauténtica.

Referencias

Kierkegaard, S. (1995) Tratado de la desesperación. Buenos Aires: Leviatán.
Russell, B. (1956) Obras escogidas. Madrid: Aguilar.
Aristóteles. (1969) De Anima. Buenos Aires: Juárez.
Russell, B. ob.cit.
Popper, C., Eccles, J. (1985) El yo y su cerebro. Barcelona: Labor.
Stein, E. (2010) La filosofía existencial de Martin Heidegger. Madrid: Plaza
Alberoni, F. (1998) Enamoramiento y amor. Barcelona: Gedisa.
Reich, W. (1972) La función del orgasmo. Barcelona: Paidós.
Wilde, O. (1981) De profundis. Barcelona: Seix Barral
Kierkegaard, S. (1999) Diapsalmata. Santiago: Cuatro Vientos.
Kierkegaard, S. ob.cit.
Fromm, E. (2008) El miedo a la libertad. Barcelona: Paidós.
Sartre, J.P. (2007) La náusea. Buenos Aires: Losada.
Reich, W. (1996) Análisis del carácter. Buenos Aires: Paidós.
Gazzaniga, M. (1999) El pasado de la mente. Santiago: Andrés Bello

miércoles, 1 de junio de 2011

EL AMOR Y LAS EMOCIONES: UNA APROXIMACIÓN PSICOLINGÜÍSTICA

El amor y el odio no son ciegos, sino que están cegados por el fuego que llevan dentro.
Nietzsche

Las emociones son reacciones fisiológicas ante situaciones que amenazan a nuestro organismo o que promueven la reproducción. El miedo por ejemplo, es la emoción que nos alerta ante el peligro, la rabia ante una situación que nos obstaculiza un logro.
Las emociones están biológicamente determinadas, vienen en nuestra carga genética para que podamos sobrevivir. En la interacción con los otros seres humanos vamos aprendiendo a nombrarlas: esa sensación de querer desaparecer, huir, salir corriendo recibirá el nombre de miedo; aquella que nos genera las ganas de golpear, morder, matar, la llamaremos rabia. En algunos casos podemos aprender los nombres equivocados, por ejemplo a la rabia llamarle tristeza y a la tristeza: rabia.
Es en nuestra familia donde aprendemos a asignarles palabras a las emociones, luego las contrastaremos con los nombres que nuestros pares les dan. Toda la vida vamos cambiándoles los nombres, ampliando el espectro de las palabras en función a su intensidad. Diremos enojo, bronca, furia para designar el grado de la rabia; pena, sufrimiento, depresión para la tristeza. Y aún así faltarán palabras.
La relatividad del nombre en relación a la emoción se verifica en la incompatibilidad de las expresiones entre las personas. Para alguien pena puede equivaler a lo que para otro es depresión. Debido a que la experiencia de las emociones es subjetiva, su nominación es compleja e imprecisa, de tal modo que siendo de por sí las palabras arbitrarias, éstas no alcanzan a expresar la integridad de una emoción.
El sentimiento es el nombre de la emoción. La percepción del proceso fisiológico de la emoción implica necesariamente una atribución que oscila entre lo agradable y lo desagradable, connotaciones que asociadas a la intensidad definen el nombre. De ahí que cuando hablamos de las emociones siempre lo hacemos desde el sentimiento. La emoción se dirige a la acción, su significado está sesgado necesariamente por la valoración.
Los valores se estructuran en la cultura, en el diálogo que los seres humanos establecemos entre nosotros se forjan los acuerdos de los significados, si bien las emociones son universales, los sentimientos se restringen a las palabras construidas en las culturas.
Por ejemplo, en portugués se puede nombrar la experiencia emocional de la ausencia con la palabra “saudade”, término que si bien existe en el castellano no es utilizado con la frecuencia con que lo hace un brasileño. La “saudade” es más que nostalgia, se debe sumar el afecto, la ternura y la esperanza.
El inglés por su parte tiene menos palabras que el castellano para designar los matices emocionales. Se dice que las lenguas latinas (que descienden del latín de los romanos) están hechas para el amor. Pero ¿qué queremos decir con esa palabra? La palabra “amor”, ¿qué emoción designa?, si es una emoción ¿cuál es?
La primera etapa del amor se denomina “enamoramiento” en castellano, “to fall in love” (caer en el amor) en inglés, “tomber amoureux” (caerse en el amor) en francés, sich verlieben (con el mismo significado del inglés), en japonés ocurre lo mismo: “koi ni ochuro” significa caerse en el amor y lo mismo en chino “tan lian ai”. En portugués se dice: “ficar apaixonado” (estar apasionado).
En aymara se puede decir: juparupuniwa munta (es a ella a quien amo; la quiero), en el sentido de desear a alguien, aunque también podría utilizarse en el sentido del amor, no existe una diferencia clara entre el enamorarse y el amar.
Estar enamorado es un accidente, puesto que en los idiomas mencionados, exceptuando el aymara y el portugués ¡nos caemos en el amor!
Pero veamos cómo la confusión se hace mayor cuando revisamos la frase “te amo”. ¿Qué queremos decir? En castellano es gracioso, porque se utiliza el nombre del diosecillo griego “amor” y se lo lleva a la lengua, es como decir: “te Zeus”. ¡Nada que ver!
Otro posible origen dice que la palabra amor proviene de la raíz indoerupea “amma”, utilizada para llamar a la madre. Explicación etimológica que dejará muy contentos a los psicoanalistas esforzados en demostrar que el origen del amor se encuentra en la relación madre-hijo, o como ellos la llaman: la relación edípica.
En inglés “love” proviene de la lengua anglosajona del medioevo con la palabra luf, derivada del inglés antiguo: lufu, la misma que se origina de luba del antiguo alemán, y ésta de lubere.
De ahí que en alemán se diga “ich liebe dich” (te amo), donde liebe tiene la misma raíz latina que love: lubere.
“Lubere” es una palabra que los latinos usaban para referirse al acto de gustar, desear. Por lo tanto el sentido de la frase “I love you” es: “te deseo” o “me gustas”.
En castellano se dice “te amo” y “te quiero”, en nuestro medio se utiliza la primera más en el sentido de intimidad, mientras que la segunda infiere mayor pasión. Pasa lo mismo en italiano, puede decirse: “ti amo” o “ti voglio bene”.
Con la conquista española la lengua aymara se vio afectada, en el caso del amor tuvieron que reemplazar la palabra “waylluña” (enredarse, envolverse) que era utilizada para expresar el amor por la impuesta del español “desear” a “munaña” (desear, querer). De ahí que se forzó la expresión “te quiero” que en aymara tenía el sentido de desear una cosa. Por eso se puede decir: anchhiajj t’ant’amp kisump munaskta (en este momento estoy deseando un queso) o en el sentido de “quererse”, munasiña, cuando se expresa chacha warmijj jiwankam munasiñawa (los esposos deben quererse hasta la muerte).
Los griegos establecieron distintos tipos de amor y a cada tipo le asignaron una palabra: eros para el amor pasional, storge para la protección amorosa, phileo para la amistad y ágape para el amor abnegado, desinteresado.
Robert Sternberg intrigado por el significado que le damos a la palabra amor, llevó a cabo varios estudios con muestras representativas de los estadounidenses, consiguiendo finalmente una coincidencia estadística en tres factores que componen el concepto: pasión, intimidad y compromiso.
Pasión es el elemento erótico del amor, se relaciona con la sexualidad y la diversión, es esencialmente irracional.
La intimidad hace referencia a la confianza que permite la empatía, la posibilidad de contar el uno con el otro.
El compromiso, es el factor que tiene que ver con el contrato de pareja, las reglas de la convivencia, los límites del comportamiento de uno y otro. La decisión de que el otro es lo más importante en nuestra vida.
He replicado el estudio de Sternberg en poblaciones universitarias de la ciudad de La Paz y del área rural aymara, en todas ellas encontré la misma correspondencia que el psicólogo estadounidense: en nuestro medio se consideran los tres componentes del amor.
Investigaciones al respecto en otros países han establecido la universalidad de los tres componentes, aunque existe una tendencia a dividir la pasión en dos factores: pasión erótica y pasión romántica.
Las diferencias se encuentran en el ordenamiento de los tres factores, en algunas culturas es más importante la pasión que la intimidad y el compromiso, mientras en otras, como en la aymara, el compromiso y la intimidad priman sobre la pasión.
Parece a partir de la evidencia científica, que las personas usamos la palabra “amor” como si fuera un sentimiento, es decir, el nombre de una emoción. La emoción a la que hacemos referencia es el deseo erótico.
Evidencia de esta falacia lingüística es la referida a la ruptura amorosa cuando uno o ambos amantes dejan de sentir deseo, ignorando que el deseo es efímero, puede mantenerse, es cierto, a través de los juegos con la pasión, ocasionando la sensación de “enamoramiento” que nada dice acerca del amor. La necedad hace presa de las parejas románticas, duran poco, porque viven al amor como un sentimiento.
Ojalá el origen de la palabra inglesa “love” sea libere (libertad) en vez de lubere (deseo), pues con ese sentido coincide con la finalidad del amor: la libertad. Sería regio que cuando decimos “te amo” estuviéramos diciendo “te libero”. Amar es una construcción entre dos que permite la libertad de ambos.
Alberoni dice que el enamoramiento es un movimiento naciente de un movimiento colectivo de dos. En el amor las personas existimos, nos reconocemos a través de la legitimización del otro, ese reconocimiento nos otorga la posibilidad de ser auténticos: libres.
El amor sólo puede darse en la libertad, no es posesión, no es pasión, es un proceso de dos personas que se rebela contra lo biológico y lo cultural, es la expresión irreverente del pequeño cosmos que los amantes construyen para existir a pesar del caos inherente al amor, a pesar de estar rodeados de un orden agobiante, absurdo, impropio, creado por los sistemas sociales.
El amor nos libera inclusive de nosotros mismos, porque obliga a la entrega total, al desgarramiento salvaje del alma impropia para que el otro pueda vislumbrar nuestra esencia.
Qué triste haber aprendido a nombrar a la necesidad afectiva o al deseo con la palabra amor, la primera es un requerimiento básico de los niños, “attachment” en inglés, en castellano “apego” o “vínculo afectivo”. Es el storge de los griegos, la relación amorosa entre padres e hijos, la sensación de protección, la seguridad afectiva. Si no hemos recibido el storge en nuestra familia, lo más probable es que lo busquemos en la relación erótica, ocasionando dependencia, vínculos inmaduros, infantiles.
Cuando el amor designa exclusivamente al eros, su función se limita al placer y a la reproducción, nos quita su sentido humano, el de la recuperación del sí mismo perdido en los avatares de la socialización.
La intimidad de Sternberg puede reflejarse en el amor de amigos (phileos), la posibilidad de compartir con otro nuestros intereses, logros, penas, etc. Indispensable en la relación amorosa, pero insuficiente.
Ágape entraña la entrega desinteresada, desapasionada, generosa, que escapa al amor de los amantes, pues tiene que ver con la caridad, con el amor a la humanidad, al desvalido o a los ideales de justicia.
El amor como sentimiento no solamente puede ser el nombre del deseo, sino de la pena y la angustia. Pena cuando confundimos el deseo con la protección, angustia: cuando lo asociamos con la carencia afectiva infantil. En ambos casos el producto de la relación será una patología relacional, puede terminar en violencia o dependencia.
En definitiva, el amor no es un sentimiento, es una palabra huraña que no da cuenta de lo que implica la construcción rebelde de la pareja. La corrección lingüística sería: cuando decimos “te amo” queremos decir “existes”. Y como se ve, no estamos nombrando una emoción, nombramos un proceso relacional complejo: despojarnos de las mentiras aprendidas como verdades para poder ser delante de quien nos ama, entregarnos a la posibilidad de existir y de construirnos a partir de nuestras posibilidades, teniendo como testigo a alguien que hace lo mismo.
Amar no es hacer feliz al otro, amar no es poseerlo, tampoco apasionarnos por la eternidad, amar es construir un espacio para atestiguar la existencia ajena. Estar para que el amado pueda ser. Es un proceso de constante reconocimiento que nos obliga a abandonarnos para esforzarnos en el conocimiento del otro, a la par que construimos metas conjuntas nos dejamos ser.

martes, 24 de mayo de 2011

DAME UN TIEMPO...

La complejidad de la relación de pareja ocasiona que algunas no sean capaces de reconocer la necesidad de pasar de una etapa a la siguiente, estancándose en el proceso, y otras que ante el desencanto teman la ruptura. En ambos casos, es común que uno de los protagonistas plantee al otro la necesidad de darse un tiempo.
Otra situación se da cuando la persona teme la intimidad y se prefiere dar un paso atrás. Otro caso es cuando se tiene miedo lastimar al otro. Finalmente está aquella persona que verdaderamente necesita un respiro.
Cuando el antecedente es el estancamiento, lo más probable es el surgimiento del miedo al compromiso. Esto suele pasar en parejas que han establecido un vínculo rutinario, a veces durante varios años, sin que ninguno proponga el cambio hacia la convivencia. La rutina usualmente termina en aburrimiento, y el aburrimiento en ya no querer el estilo de relación. Sin embargo aparece la sensación de que ya no es como antes y se teme haber dejado de amar.
El problema se origina en confundir el amor con la sensación de enamoramiento. Estar enamorado es un estado emocional no un estado amoroso, el amor es una construcción vincular entre dos personas, implica mucho más que sentimiento, mucho más que deseo de estar juntos, es mirar hacia metas comunes, establecer planes para alcanzarlas, acompañarse, ser testigos del crecimiento del otro. Cuando sólo se están juntos, las parejas pierden el fin de su relación y puede plantearse el fin de la relación.
Pero como nada malo pasó, no hubo infidelidad sexual ni violencia, entonces uno de los dos sugiere que necesita tiempo para pensar y reflexionar sobre la relación. Otros, más osados crean problemas para darle sentido al sin sentido, pero de ellos escribiré en otro artículo.
Un error común es que se busque consejo en amigos y familiares, éstos responderán desde sus propias conveniencias, creando mayor confusión en la persona desesperada. Si se tiene tendencia a la sugestión, es probable que alguna opinión, sobre todo aquella que provenga de alguien significativo: el mejor amigo o mamá.
¿Qué espera quien quiere un tiempo durante el estancamiento? ¡Un milagro! Pues sí, que pase algo que diga si vale o no la pena seguir juntos. Cuando de lo que se trata es de discutir con la pareja el siguiente paso en la relación, es decir: la convivencia.
Pero eso significa cambiar muchas cosas, la primera: dejar la familia de origen. Algunas personas siguen siendo hijos cuando se embarcan en la nave del amor. El ancla es muy pesada por lo que no pueden salir del puerto. No podemos convivir con un extraño si tenemos deudas con nuestra familia de origen. Padres inmaduros necesitan de hijos que los cuiden. Pueden inclusive organizarse juegos de culpas para que los hijos no se vayan jamás de casa.
La segunda: asumir responsabilidades. Cualquiera puede enamorar, pero sólo las personas económicamente productivas pueden convivir. Para convivir hay que compartir con el otro nuestros bienes, asumir la responsabilidad por el hogar que estamos formando. Los dependientes de sus padres suelen a la par ser improductivos. Ese es un serio problema, porque no es posible un amor entre mantenidos.
Tercero: despedirse de la vida de solteros. El compromiso obliga a definir a la otra persona como la más importante en nuestra vida, no es posible mantener la juerga, se debe establecer prioridades, ya no se puede seguir siendo adolescente.
Cuarto: planear una familia. ¿Quiero hijos? ¿Cuántos? ¿Cómo criarlos? ¿Mi pareja coincide con mis ideas de familia? Nada fácil para alguien que no cumplió con los anteriores cambios.
He ahí a la persona esperando que el tiempo resuelva el conflicto. Pueden pasar tres cosas: volver a lo mismo, seguir esperando indefinidamente, animarse al cambio. Pero sea lo que sea no es una decisión de uno, es algo que deben resolver conversando entre los dos, porque es un problema de la relación de pareja, cada quien debe poner sobre la mesa su apuesta, en el caso del amor es todo o nada.
El otro caso es cuando surge el desencanto y se teme la ruptura. “No eras quien esperaba que fueras…pero creo que puedes cambiar”. Entonces el “dame un tiempo” puede ser utilizado como una estrategia manipuladora, la frase está mal planteada, debería ser: “quiero que en este tiempo dejes de ser quien creo que eres para que te conviertas en lo que necesito” o bien: “a ver si con mi ausencia cambias”.
El trasfondo es que la persona es inmadura, piensa que el amor del otro puede ser provocado, manipulado, forzado, o bien que las personas son de plastilina que puede ser modelada a nuestro placer. Ninguna de las dos posturas es racional. El amor implica libertad, el otro puede o no querernos, su amor no depende de nosotros. Quien cree que puede hacer cosas para ser amado, deja de amar y empieza a controlar, lo peor es que la relación termina en violencia y terror.
Amar es reconocer al otro como es y aceptarlo así; amar no es querer cambiar al otro para nuestro bienestar. El amor siempre es entrega sin retorno, si el otro nos ama devolverá lo entregado pero no lo hará por miedo o por dependencia, lo hará simplemente porque le da la gana.
Reconocer que nos equivocamos es una de las mayores dificultades del ser humano, más aún en el amor, donde le damos todo el crédito al sentimiento. Tengo una mala noticia: podemos enamorarnos de cualquiera. El enamoramiento no es señal de que el vínculo será bueno, sólo es un indicio del deseo hacia el otro, nada más que eso. El amor en cambio requiere de una filosofía de vida, valores y metas coincidentes, por eso es que se construye no es algo que nos viene dado.
Otras personas piden tiempo cuando se dan cuenta que la relación se ha vuelto seria, en el sentido que se exige intimidad, esto es, abrirse para mostrarse plenamente. Hay quienes le temen a ese encuentro de almas, porque no tuvieron experiencias de amor legítimo en su historia o peor, fueron abandonados. El miedo al abandono se solapa con la necesidad de ser amados, eso crea una gran disonancia: un corazón vacío no puede dar ni puede recibir pero necesita desesperadamente sentirse vivo. Las relaciones de este tipo se forjan desde la cautela, puede haber mucha pasión e inclusive varias relaciones al mismo tiempo, pero en ningún caso existe entrega. Se espera que la pausa enfríe el corazón del otro, o mejor aún, que la ruptura parta del otro.
Cuando el desencanto ocurre en una persona dependiente, puede producirse un miedo irracional a lastimar al otro: la pena gobierna la relación. En vez de decir que no vale la pena estar juntos, es mejor decir que necesitamos tiempo, con la esperanza que el otro se canse de esperar y se vaya enojado en vez de herido.
El amor duele, porque se fundamente en el desgarro, primero desgarrarme a mí mismo para luego desgarrarnos juntos, eso significa dejarlo todo por el otro y luego correr el riesgo de que el otro no quiera estar conmigo. Es imposible que el amor no nos duela, ya sea en la entrega, ya sea en la ruptura. Nada podemos hacer para que al otro que sigue enamorado, no le duela saber que nosotros ya no lo estamos. Mientras mayor inversión se haya dado mayor será el dolor. Recuerda: el amor que el otro te tiene no depende de ti. Puedes haber dejado de querer cuando el otro te sigue queriendo.
Rara vez hay coincidencia en las rupturas, lo común es que alguno resulte con el corazón roto. Es muy estúpido esperar que el tiempo haga que al otro no le duela la despedida porque la espera produce esperanza y la esperanza: desesperación. Lo mejor es armarse de valor, mirarle la cara al otro y decir adiós.
A pesar de esos antecedentes contrarios a la estrategia de “dame un tiempo”, existen ocasiones donde puede ayudar a la pareja, sobre todo en esos vínculos apasionados y estrechos que impiden la reflexión personal por estar fusionados el uno en el otro. Parar un tiempo para mirarse a uno mismo, renovarse para volver o para romper es una buena medida.
La diferencia radica en que no se trata de un tiempo para manipular, sino de un tiempo para uno mismo, puesto que en algunos casos el vínculo de pareja puede disminuir el desarrollo personal. No hay que olvidar que la autorrealización es indispensable para el amor. Amar es dar, pero ¿Qué se puede dar si no se tiene nada personal construido?
Durante ese tiempo deben quedar claras las reglas sobre todo en dos sentidos: nos comunicaremos o no, podemos tener otra relación de pareja o no. Lo mejor es plantear un encuentro intenso con la soledad, pero esto se debe resolver en una negociación entre los implicados.
¿Cuánto tiempo es bueno? El suficiente para reflexionar. En relaciones de corta duración (menos de un año), un mes puede ser suficiente, en relaciones de mayor duración, hasta tres meses. Se debe definir con precisión la fecha del encuentro y las reglas durante la ausencia, insisto, cada pareja debería establecerlas.

viernes, 4 de marzo de 2011

LA DEPENDENCIA AMOROSA

Abuela: ¡Qué boca tan grande tienes!
¡Para comerte mejor!
Y diciendo estas palabras, este lobo malo se abalanzó sobre Caperucita Roja y se la comió.
Charles Perrault


Estar enamorados no es amar, el sentirnos atraídos por una persona no indica que esa persona sea la indicada para construir una relación de pareja. La pasión no es suficiente en el amor, amar requiere de madurez, de independencia, de estar completos. La idea de la media naranja es una estupidez. No son dos medias naranjas que se encuentran, son dos personas completas, sólo en la integridad del ser es posible el amor.
Una intensa relación pasional no asegura una buena relación de pareja, puede predecir un excelente encuentro sexual pero no nos dice nada en relación a la convivencia. En otras palabras, un buen amante, una buena amante no necesariamente serán buenos como pareja.
Depender no es amar, depender es necesitar del otro. El amor no genera necesidad, no es un sentimiento, es una construcción que hacen dos personas al tomar la decisión de convertir su relación en prioridad. Amar es acompañarse en el crecimiento personal, disfrutarse y apoyarse, en suma, amar es ser testigo de la felicidad del otro.
Quien ama no hace feliz al otro ni al ser amados el otro nos hace feliz, la felicidad es el logro de nuestras metas que nos permiten conocernos y realizarnos. Quien nos ama nos acompaña pero no dictamina nuestra vida.
Quien te ama no vive por ti, no piensa ni siente por ti, te deja ser, con esa persona te sientes libre de mostrarte como eres, de realizar tus sueños, segura de que no serás juzgada sino que te sentirás comprendida.
El amor de pareja no nos hace crecer, crecemos porque nos da la gana, el amor nos hace sentir acompañados en el proceso de encontrarnos a nosotros mismos.
Es difícil en un tiempo donde se construyen falsas historias de amor en el cine, la televisión, los libros y demás cuentos. La idea romántica del amor es la pauta para los amores que no tendrán nada de románticos. Lamentablemente para la pasión, el amor se construye desde la racionalidad, el sentimiento es el acompañante silencioso de la posibilidad de compartir, negociar, tolerar y comprender.
Las personas que piensan que el amor es un intenso sentimiento pueden encontrarse con el Lobo Feroz o la Loba Feroz, al creer que esa intensa sensación de deseo, pena o admiración asegura una relación segura. No es así. La sensación no es suficiente, es imprescindible conocer al otro.
Los Lobos y Lobas son depredadores que esperan encontrar una presa para devorarla. No les interesa el amor, lo desconocen, les interesa el poder, desde el cual puedan someter y dirigir la vida de la otra persona. Saben escribir contratos con condiciones, usualmente comienzan con la frase: “si me amas…”luego agregan cualquier cosa: “…dejarías a tus amigas”, “…dejarías tus estudios”, “…te cambiarías de ropa”, “…harías esto o aquello por mí”.
Caperucita tiene pena por el lobito, confunde la compasión con el amor y cae en la trampa; puede asumir que el amor es sacrificarse por el otro y renunciar a aquellas cosas que la hacen persona.
Recuerda: quien te ama jamás pide que te desprendas de las cosas que quieres. Todo lo contrario, porque esas cosas te hacen feliz, te alienta a que las sigas cosechando. Si la persona que quiere amarte no tolera algunas de tus pasiones, simplemente termina la relación, no intenta cambiarte.
Amarte es aceptarte así como eres y aprender a amar tus cambios. Un encuentro amoroso legítimo no está marcado por el miedo ni por la pena, el amor nos hace sentir seguros de nosotros mismos, sabemos que quien nos ama nos acompañará a pesar de nuestros riesgos, riesgos que al final de cuentas nos pueden hacer cambiar, y en ese proceso tal vez nos ocurra que ya no queremos estar con esa persona porque hemos cambiado, entonces puede ser que decidamos romper la relación. Quien nos ama nos deja partir.
Dejar partir, he ahí la pauta del amor, por eso amar duele, porque amarte es un riesgo, el riesgo que crezcas y que cambies, de tal manera que dejes de ser la persona que esperaba que seas, luego debo aprender a amarte aún a pesar de tus cambios, si no lo logro, porque te amo…te dejo partir.
Amar, por lo tanto no es poseer, qué alejada del amor la frase: ¡eres mía! El amor exige a que seas tuya, que seas tuyo, que reconozcas que la vida te pertenece que no tienes más remedio que vivirla y entregarte a la realización de tus sueños. Suena bonito, lo sé, pero es extremadamente difícil.
Difícil porque nos juntamos con una persona que no conocemos, ¡nos jugamos por un desconocido! Por eso todo inicio amoroso es peligroso, nunca sabemos con quién estamos saliendo. Puede ser el Lobo o la Loba, puede ser el Príncipe o la Princesa, o peor, un monstruo disfrazado de oveja.
Por eso es imprescindible que no necesitemos de nadie, que hayamos aprendido a vivir solos, que disfrutemos de nuestra libertad, que reconozcamos que la soledad es inevitable, sólo en la soledad puede nacer el amor. Pero si tenemos miedo al abandono, creemos que el otro nos debe completar, o que el amor es servicio (trasponiendo la caridad al ámbito erótico), entonces no reconocerás al bicho carnívoro que acabará con tu alma y tu vida.
Si estamos completos, si sabemos hacia dónde vamos, si con claridad divisamos nuestras metas, entonces no tendremos miedo al abandono ni buscaremos ser admirados, simplemente buscaremos alguien que comparta nuestros valores e intereses, alguien que a nuestro lado pueda realizarse sin dependencias. No caeremos en trampas, es más al detectar alguna, rápidamente cambiaremos de camino, sin ese “tengo miedo lastimarlo”.
Cuando te sientas realizado desearás compartir tus emociones, y nada más hermoso que hacerlo con aquella persona que amas. A la par, con esa persona querrás satisfacer tus deseos eróticos, fundiéndose así el ágape con el eros.
Deja de buscar alguien que te ame, mientras más ingenua o ingenuo eres, más fácilmente te toparás con lobos y lobas aduladores. Si tienes tu ego de Alasitas, rápidamente te encontrarás entre los pútridos dientes del depredador. Deja de pensar que tu realización depende del que te ame. Busca alguien a quien amar, alguien que merezca tu amor. Una vez encontrado, ámalo y punto, si el otro te ama o no es su problema, el tuyo es hacerte cargo de tu amor.
Sí, lo he oído muchas veces, “no quiero lastimarlo”…Es un absurdo mayúsculo que permite ver cómo la persona conceptualiza a su pareja: un pobre cachorrito pulguiento y enfermo. Luego ¿cómo se puede tener una relación amorosa con un indefenso bebé? Si tu pareja es una mujer o un varón, entonces no tendrás miedo de lastimarla, sabrás que como persona madura supo a qué atenerse en el momento en que decidió jugar al amor contigo, ese juego tiene una finalidad: ¡conocernos!
Conocernos para ver si vale o no la pena seguir juntos, la respuesta puede ser sí o no, si es no hay que terminar la relación porque si siguen juntos será una pérdida de tiempo. Recuerda: el amor no cambia a nadie.
Verás que mientras más “amor” le pongas a la relación será peor, el otro no sólo no cambia, sino que se hace cada vez más monstruoso. Porque lo que estás poniendo no es amor, puede ser miedo, orgullo, pena, sacrificio, pero no es amor, porque si lo fuera lo aceptarías como es, y como no puedes aceptar a un Lobo o Loba (por si acaso lo olvidaste eres una ser humano) no lo puedes amar.
Es curioso, muchas personas creen que no son amadas, cuando en realidad son incapaces de amar a alguien que les hace daño. Es que no se puede amar a alguien que nos hace daño, eso de amar al enemigo, vale en la guerra o en la caridad, pero no en la relación de pareja. Tu pareja te ama, luego no te daña de ninguna manera. Si te daña simplemente no te ama, no le des más vueltas, no te ama y punto.
La pregunta entonces es: ¿puedo amarlo?, o más simple si quieres: ¿puedo aceptarlo así? Si tu respuesta es afirmativa, entonces lo amas, pero si te daña, no eres para esa persona, porque si te amara no trataría de cambiarte, entonces si lo amas y reconoces que no te ama, lo dejas partir, justamente porque lo amas.
No dejamos partir porque no nos aman, dejamos partir porque nos damos cuenta que no podemos amar a alguien así. Un Lobo es un Lobo y tarde o temprano tendrá hambre. Caperucita debe abandonar su tendencia zoofílica o su fantasía de convertir a un animal en un ser humano y buscar a alguien de su especie.

martes, 22 de febrero de 2011

CUANDO TERMINA UNA RELACIÓN AMOROSA

Abandonar puede tener justificación; abandonarse, no la tiene jamás.
Ralph Waldo Emerson
El amor es una construcción llevada a cabo por dos protagonistas, para su destrucción es suficiente uno de los dos. Puede ocurrir que uno aún tenga intenciones de seguir construyendo, mientras que el otro decidió detener la obra; o bien, ambos, por mutuo acuerdo concluyen que la edificación debe interrumpirse.
¿Qué hace con que se produzca el fin de una relación amorosa?
La causa más frecuente es el “desencanto”, etapa inevitable del desarrollo amoroso, en la cual los amantes se percatan de la necesidad de abandonar sus expectativas hacia el otro y asumirlo como se presenta: dejar de besar al sapo para que se convierta en príncipe y aceptarlo como es. Cuando la persona no acepta al otro, simplemente no lo ama, porque amar es reconocer al otro como un auténtico otro, libre de tomar sus propias decisiones.
Amar obliga a asumirnos como entidades solitarias e independientes, sólo en esas circunstancias es posible dejar ser al otro o dejarlo partir. Si no hemos alcanzado la posibilidad de valernos por nosotros mismos, nuestras relaciones se establecerán en función a la dependencia en vez de basarse en la libertad, y sin libertad no es posible amar.
La elección de pareja, si bien aún mantiene muchos de sus intrincados procesos en el misterio, probablemente se deba simple y llanamente al azar, más allá de la intervención de las feromonas, del destino o de Dios. Objetiva y racionalmente no podemos saber con quién empezamos a enamorar, lo vamos descubriendo en la relación y a medida que cada quien se va quitando las máscaras de la conquista.
Las relaciones inmaduras y las patológicas se fundamentan en expectativas infantiles o idealizadas. Se espera ser cuidado o cuidar, depender o hacer depender, admirar o ser admirado, se la puede plantear como un perenne enamoramiento definido como un eterno apasionamiento donde el deseo es indispensable. Las relaciones más peligrosas se organizan en la complementariedad: posesión - dependencia, y las más absurdas en la estabilidad aburrida de la costumbre.
Cuando ocurre el desencanto, las personas nos sentimos abrumadas por la estupidez, no podemos comprender cómo nos involucramos con esa persona que no tiene los atributos que esperaba, duele la irracionalidad y el tiempo perdido, conmueven las miradas de quienes nos quieren y que favorecieron o desfavorecieron nuestra relación, ¿qué dirán los unos y los otros? ¡Trágame tierra!
El placer de amar es sustituido por el miedo y el sufrimiento del dejar partir. Si el mundo se redujo a “nosotros dos”, mayor es el abismo que tienes que enfrentar: nadie, nadie para sostenerte. Lo mejor es volver al vínculo insulso pero que permite que cierres los ojos al vacío de una vida que dejó de ser vivida. La pareja se forja como una simbiosis, el uno no puede ser sin el otro, y ambos se devoran mutuamente, quedándose solos en el vacío. Basta que uno suelte la mano del otro para que surja una inmensa depresión.
Si la relación la configuraron dos personas maduras, esto es, emancipadas y desvinculadas de sus familias de origen, en pos de su realización, o mejor aún, habiéndola conseguido, seres humanos apropiados de su existencia y conscientes de su soledad e independencia, el proceso de ruptura será doloroso, por cierto, pero será ajeno a los miedos irracionales del abandono y de la opinión de la sociedad.
En el caso de las parejas inmaduras y patológicas, cuando uno de los miembros (más difícilmente ambos) se reconoce como una persona con derecho a la felicidad y que la felicidad del otro es responsabilidad del otro y no de ella, pude mirar su relación amorosa con objetividad y poder decidir si vale la pena continuarla o no.
Por lo tanto lo primero que debe ocurrir es que la persona necesita reconocer su nivel de desarrollo personal, a nivel externo e interno. Externo: ¿es dependiente económicamente y afectivamente de sus padres o familiares? Si la respuesta es afirmativa, es una persona inmadura socialmente. No puedes establecer un vínculo amoroso formal si aún no te emancipaste económicamente de otros, ni tampoco si tu familia de origen sigue siendo lo más importante en tu vida.
El nivel interno se refiere a la necesidad de protección y cuidado, la pregunta es: ¿me considero aún una niña (un niño) que necesita de la protección de otros? Si la respuesta es afirmativa, entonces estás en serios problemas, porque no conoces el amor, lo confundes con el miedo a ser abandonado (a) o la pena que te causa tu pareja.
El problema de estas personas suele ser que el desarrollo de su sexualidad no va a la par de su desarrollo social. Para desempeñarnos sexualmente no necesitamos independencia familiar ni madurez psicológica, basta que nuestro cuerpo reciba y exprese placer para dar rienda suelta a las relaciones eróticas. Pero eso no es suficiente en el amor.
Jugar al amor es fácil, encuentros apasionados y sentimientos de gran amistad: “nadie te amará como yo”, “nunca me sentí mejor en mi vida”, “lo eres todo”…Hasta que surge el planteamiento del compromiso, hacer una vida juntos. La intimidad y la pasión no alcanzan, se necesita verificar los intereses, valores y la posibilidad de ser dos adultos independientes el uno del otro en todo sentido.
Los celos, por ejemplo, son clara señal de inmadurez, cela el que no soporta la libertad de su pareja, por lo tanto no la ama, es violento con ella. Lo fatal es que muchas personas víctimas de los celos, no se reconocen como víctimas de violencia. Debemos recordar que violencia es querer cambiar al otro sin que el otro lo desee, imponer nuestros criterios a la vida de una persona que decimos amar. Si el otro no te convence ¡déjalo partir!, no intentes cambiarlo, busca alguien que realmente desees y que sea como tú quieres que sea, no hagas de una mariposa un chorizo, si vuelas y eres de la familia de las mariposas, ¡bárbaro!, ama a la otra mariposa, pero si eres un salame búscate un chorizo en el frial no en el bosque.
Cuando nos damos cuenta que el otro es un auténtico otro, debemos reflexionar si queremos seguir con esa persona, si la respuesta es no, entonces lo mejor es terminar. Es que va a doler, claro, y mucho porque te acostumbraste, pasaste momentos bonitos, se hicieron promesas cargadas de ilusión, pero, el amor obliga a no lastimarse, y lastimarse es seguir juntos sin avanzar a ningún lado. Tarde o temprano uno de los dos querrá moverse y será difícil, sino imposible.
Si el otro sigue queriéndome, decirle adiós será muy doloroso para él, sin embargo así como tuviste el coraje de comenzar la relación, debes tenerla para terminar. Fritz Perls decía: “El nosotros no existe, está formado por el yo y el tú”. Así es, la idea de vivir fusionados es probablemente la mayor irracionalidad de concepción del amor, 1 + 1 no es 1, es 3: yo, tú y lo que construimos. Pero nuestra construcción no puede devorarnos, debe hacernos mejores personas, a tu lado me siento libre, puedo ser yo mismo sin herirte, porque si te hiero no te amo, será cosa mía decidir arrancarme algunas espinas, pero debo hacerlo porque te amo, no porque me lo exiges.
Es lo que ocurre en las relaciones con personas adictas, la codependencia consiste en vivir por el vicio del otro, el sentido de la vida es que mi pareja deje su vicio cualquiera que este sea (alcohol, drogas, mujeres, varones, trabajo, etc.), uno se oculta en su vicio y el otro en su afán de “salvador”. Cuando la persona dependiente reconoce que no tiene vida propia, si aún es tiempo, suelta las amarras y deja partir. Amar es dejar partir, si el otro quiere volverá y dependerá de uno si lo quiere recibir o no.
El miedo te carcomerá el alma cuando reconozcas que la relación no va más, un miedo con mil cabezas, miedo a la soledad, a herir, a la crítica, al futuro, a la equivocación. La única manera de vencer al miedo es afrontarlo, caso contrario se convierte en angustia y ésta a su vez en culpa. Es razonable que tengas miedo, pero no lo es que te atormentes por él, sólo podrás conocer su verdadero rostro cuando termines la relación. Por lo general el miedo antes del fin es mucho mayor al miedo durante el proceso de la ruptura.
Otra característica del miedo es que oculta la rabia, y al hacerlo nos priva de la posibilidad de reconocer lo que nos perturba. El miedo puede dar lugar a justificar la relación, amplificando las cosas buenas y minimizando las malas, luego se producen encuentros eróticos intensos con nuevas promesas e ilusiones, claro, el miedo desaparece pero la situación sigue siendo la misma.
Es importante escuchar al miedo y a la rabia. La rabia te dirá qué no soportas más, y te mostrará el miedo ligado a ella. Por ejemplo, fue fatal que el día de tu cumpleaños haya preferido estar con sus amigos, esto te genera bronca y miedo a que se vuelva a repetir; peor aún, en otro caso te da mucha rabia que te haya golpeado y el miedo te anuncia que puede volver a ocurrir.
Pero si sólo escuchas al miedo, es un miedo ridículo porque te muestra tu inmadurez y tus propios temores no resueltos que no tienen nada que ver con tu pareja, por ejemplo, tienes miedo a la soledad, que fue el mismo motivo que te lanzó a sus brazos.
Una vez que asumas la rabia y el miedo asociados al análisis objetivo de lo que puede esperarte en el futuro con tu pareja, podrás decidir si continuas la relación como está, pides algunas modificaciones o terminas.
Si tu decisión es terminar, lo mejor es actuar con respeto por la otra persona, sobre todo si te sigue queriendo. Reconoce que tu decisión necesariamente los afectará a ambos, por lo que no hay manera de evitar el dolor y la rabia. Conversa con tu pareja, refiérete a tus sentimientos y expectativas, no hables por la otra persona, deja que ella también puede expresarse libremente; déjale claro tus motivos, evita cualquier contradicción y sobre todo no alientes ninguna esperanza. Lo mejor es hacerlo cara a cara, evita los mensajes o cartas. Si temes una reacción violenta, es preferible tener esta conversación en un lugar donde hayan personas (v.g. una plaza, un café).
En caso de que el fin de la relación sea consecuencia de una conducta imperdonable, será muy difícil que quieras encontrarte con la persona, entonces, lo mejor es simplemente hacerle saber que todo terminó utilizando una carta, un mensaje o una comunicación por teléfono, no vale la pena que te humilles otra vez enfrentando su rostro.
En los casos donde se estableció la simbiosis, puede ser necesario un tiempo para dilucidar el fin o la continuidad de la relación. El límite es de un mes a tres meses en el caso del noviazgo y de seis meses a un año en el caso del matrimonio. Aunque estos límites pueden variar dependiendo de la historia amorosa. Pero no se trata de un tiempo sin hacer nada, lo mejor durante ese tiempo es buscar ayuda psicológica de tal manera que con una (un) profesional calificado la persona pueda reflexionar sobre sí misma y su desarrollo personal. Una vez más: la simbiosis no es un problema de pareja, es un problema personal.
En mi experiencia atendiendo parejas, he visto que es muy difícil que una relación amorosa pueda luego constituirse en una amistad, por cierto que existen excepciones, probablemente sean de dos tipos: aquellas donde jamás fueron pareja y las de personas con un extraordinario nivel de madurez.
Una vez que ha terminado la relación, sobrevienen las emociones típicas del duelo: dolor, rabia, angustia, esperanza, vacío. Con ellas la reacomodación cognitiva de la persona que se va, dependiendo del tiempo de la relación, de la intensidad de la relación, del apoyo social, de la personalidad y la capacidad de adaptación.
El sufrimiento es inmenso, la sensación de vacío insoportable, mientras más se amó más se sufrirá, pero pasa, y se renace, salimos del fondo como mejores personas. Es necesario llorar, y mucho, es imprescindible decir adiós a todo lo que nos recuerda a esa persona, no solamente a la persona, sino las cosas, los lugares, los sueños. Es un proceso largo, puede durar meses en el caso del noviazgo y años en el caso del matrimonio. Pero, pasa… como escribió Taisen Deshimaru “El sufrimiento pasa con el tiempo y al final os parece un sueño”.

lunes, 7 de febrero de 2011

ELIXIR DE AMOR

En la ópera de Donizetti, “Elixir de amor” Nemorino está enamorado de Adina, sin embargo no es correspondido, porque él es un campesino y Adina aspira a mejorar su estatus social por lo que prefiere al sargento Belcor. El ingenuo y sufrido Nemorino se deja engatusar por el charlatán Dr. Dulcamara (una especie de pajpako italiano), quien le ofrece un elixir que supuestamente fue utilizado por Isolda para fascinar a Tristán.
Como era de esperar, el elixir no surtió el más mínimo efecto, Adina ignora al pobre Nemorino. La desilusión del campesino, hace con que considere que necesita beber más del elixir de Dulcamara, consigue el dinero necesario para comprarlo y vuelve a beber aquel filtro de amor (en realidad es vino de muy mala calidad). Nemorino se emborracha y la embriaguez le lleva a ser indiferente ante su amada. Ésta se siente despreciada por lo que busca el deseo de Nemorino, quien atribuye la inesperada respuesta amorosa de la muchacha a los poderes mágicos del elixir.
¿Existe el elixir del amor? En la química de nuestros organismos sí. En la mujer principalmente la oxitocina, en el varón la testosterona y en ambos la vasopresina.
La oxitocina es sintetizada por el núcleo supraóptico y el paraventricular del hipotálamo, tanto en los varones como en las mujeres , aunque en la mujer se produce en mayor cantidad. En la mujer es segregada en el torrente sanguíneo cuando se succionan los pezones, la estimulación de los genitales y la distensión del útero . Por lo tanto su presencia ocurre durante la lactancia, la estimulación sexual, el orgasmo y el parto.
Interactúa con la vasopresina y en el caso de las mujeres es regulada por el estrógeno. Se relaciona con el cuidado y protección tanto en los animales como en los seres humanos . La ecuación es la siguiente: a mayor oxitocina, mayor tendencia a la protección. Es probable que ésta sea una de las razones por la cual algunas mujeres pueden considerarse enamoradas de personas indefensas, cuando en realidad lo que sienten es pena .
El 2002, Macrae y sus colaboradores publicaron un estudio sobre la relación entre las hormonas femeninas y la atracción sexual. La investigación consistió en poner a prueba en el reconocimiento de rostros masculinos a cincuenta mujeres durante dos fases distintas de su ciclo menstrual: el día de la ovulación y los dos días anteriores y los tres primeros días del ciclo. Durante los días fértiles las participantes del estudio identificaban con un poco más de rapidez a un varón y lo asociaban con valores eróticos, mientras que los días menos fértiles el reconocimiento se hacía más lento y no otorgaban atributos atractivos a las fotografías.
La oxitocina se relaciona con la confianza, tal como lo demostró el estudio de Kosfeld, Heinrichs, Zak, Fischbacher y Fehr , la inhalación de la mencionada hormona incrementa la posibilidad de correr riesgos sociales. El elixir de amor para las mujeres debe poseer ingentes cantidades de chocolate, puesto que es probable que posea activadores de la oxitocina .
Es indudable que en las mujeres su estado fisiológico afecta la dirección de sus intereses amorosos, los residuos de los mandatos genéticos de nuestras antepasadas influyen aún en la activación sexual de las mujeres del siglo XXI.
Una comida con altos niveles de colesterol no benefician al erotismo, puesto que el colesterol se plasma como un inhibidor de la respuesta sexual masculina. Así lo indica el estudio realizado por un equipo de investigadores de la Universidad de Pavia . Por su parte Wells demostró que existe una estrecha relación entre bajos niveles de colesterol y la expresión de la ira y la manifestación de tristeza.
Por su parte el equipo de Wei demostró que los excesos de colesterol o su falta influyen directamente en la erección. Estudios similares coinciden en señalar la disminución de la actividad sexual o la expresión de problemas en la respuesta sexual de los varones con altos niveles de colesterol concomitantes a presión arterial elevada. La testosterona se relaciona con los grados de colesterol, por lo que es imprescindible su producción considerando la frontera entre lo saludable y lo insalubre. De ahí que si la oxitocina se encuentra en el chocolate, la testosterona lo hace en la carne con poca grasa.
Tomando en cuenta estas consideraciones, Asha y su equipo de investigación, elaboraron un listado de alimentos que podrían producir el incremento del deseo sexual y una adecuada respuesta sexual:
• Palta: tiene glutatión que es un importante antioxidante, pigmentos carotenoides que permiten la síntesis de la vitamina A, aceite monoinsaturado útil para el corazón y los importes superiores de la fibra, potasio y B6.
• Chile y locotos: por la presencia de capsaicina que acelera el metabolismo y estimula la circulación sanguínea y puede producir la sensación de irritación en los genitales ocasionando una sensación similar a la excitación sexual.
• Apio: produce en la sudoración masculina el mismo efecto de la androsterona, funciona por lo tanto, como feromona para atraer a las mujeres.
• Chocolate: por la activación de la oxitocina y la feniletilamina (hormona del deseo).
• Hinojo: posee una constitución química similar a los estrógenos femeninos.
• Aceite de oliva, aceitunas, nueces, almendras: la grasa saturada incrementa la producción de testosterona.
• Higo: contiene sustancias similares a las hormonas femeninas, se instaura como un alimento idóneo en el climaterio.
• Ajo: incrementa el deseo sexual.
• Miel: estimula la secreción de testosterona y feniletilamina.
• Regaliz negro: aumenta el flujo sanguíneo en el pene en un 13%.
• Nuez moscada: antiguo afrodisiaco poseedor de sustancias que incrementan la producción de anfetaminas. Su uso en exceso puede producir alucinaciones.
La ciencia del siglo XXI nos ofrece la posibilidad de producir un efectivo elixir de amor, sin ser propiamente un émulo del Dr. Dulcamara, puesto que a diferencia del mañoso doctor ofreceríamos legítimamente productos que en el laboratorio se mostraron eficaces. ¿Qué lograríamos? Un varón desesperado por concretar un coito y una mujer tierna con escozores, y aquél que se dio un banquete de apio irá desparramando en el aire el olorcillo de la feromona masculina. Lo que habríamos obtenido es un caldo para activar los genitales, de ninguna manera una poción de amor.
El deseo de amar es más intenso que el deseo de copular, los seres humanos queremos amar y ser amados, no solamente concretar un encuentro entre genitales. El elixir de amor no existe, apenas podemos preparar los picantes caldos del deseo. Aún si éstos funcionaran el efecto desaparecería después de saciado el deseo. Como suele ocurrir en el caso de los encuentros apasionados e irracionales de los jóvenes amantes.
El amor no se cocina con la mezcla de los productos mencionados en este artículo, el amor es una compleja construcción entre dos personas que son capaces de mantenerse unidas a pesar de la desaparición del deseo. El deseo es efímero, al satisfacerse deja de ser necesario. El erotismo pasional pronto da lugar al tedio, las parejas que se llevan bien sexualmente no necesariamente lo hacen en la convivencia cotidiana.
El amor requiere de la confrontación de intereses y valores, el planteamiento de metas comunes y el respeto por el desarrollo personal independiente de la relación. La atracción se hace a través de la intuición que nos indica que esa persona puede compartir con nosotros la vida. Si bien los elementos biológicos pueden ser la base de la selección de pareja, no son necesarios. Muchas parejas se han establecido a partir de encuentros fortuitos, otras por conveniencia y algunas por el deseo. Valdrá la pena investigar al respecto, mientras Nemorino y Adina disfrutan de su amor más allá de aquel brebaje embriagador que lo único que hizo fue enriquecer al Dr. Dulcamara.

Referencias
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