miércoles, 16 de julio de 2008

Colusión conyugal y desvinculación familiar.

El concepto de colusión fue acuñado por Jürg Willi para referirse al “inconsciente común” en la relación conyugal[1]. Según este autor, la colusión es la presencia de un juego de pareja donde los conflictos se repiten constantemente en una sucesión relacional de acercamiento y alejamiento. La pareja no soporta la intimidad pero tampoco soporta la separación, de ahí que cuando se encuentran cercanos el uno del otro se sienten asfixiados y se alejan; cuando están lejos no toleran la soledad y vuelven a buscarse.
La colusión se establece como un reclamo de afectos infantiles entre ambos cónyuges, lo que conlleva a una irreal construcción de la imagen del otro, puesto que la misma es un constructo personal[2] que toma como referencia a las experiencias de la infancia.
El amor sólo se puede constituir cuando se abandonan tales expectativas y se reconoce al otro como un legítimo otro en la convivencia[3]. Forjarse expectativas imposibles de ser satisfechas por la pareja determina un vínculo patológico capaz de destruir la vida de cada uno de los cónyuges en lugar de la construcción amorosa del “nosotros”.
La teoría del apego adulto[4] señala que el estilo de apego durante la infancia influirá en la relación conyugal adulta, debido a que se activan las carencias y excesos recibidos de los cuidadores. El apego por lo tanto, es otro elemento que se debe tomar en cuenta para la comprensión de la patología conyugal, pues permite relacionar los afectos insatisfechos con las demandas hacia la pareja.
En la colusión el triángulo del amor siempre será incompleto. El amor pleno se constituye por la presencia de los tres elementos identificados por Sternberg[5]: intimidad, pasión y compromiso. La pareja colisionada evitará alguno de los componentes del amor y exacerbará otro, por ejemplo en la estructura de personalidad histérica, la persona enfatiza la búsqueda de la intimidad a través de la manifestación exagerada de la pasión evitando el compromiso; en el caso del trastorno de personalidad dependiente, la persona rechaza la pasión y exacerba la intimidad a la par que exige el compromiso.
Los padres colusionados como pareja triangulan a sus hijos; ante la tensión en la díada se producen emociones intensas en la familia, las cuales producen un triángulo relacional estabilizador[6]. Por lo tanto, donde existe un hijo triangulado existirán unos padres colusionados en su relación conyugal.
La importancia de la emancipación juvenil es analizada con detenimiento por Haley, quien destaca la importancia de la misma en la configuración de psicopatologías[7]. Para este autor, el momento más difícil del ciclo vital familiar se produce durante la adolescencia debido a que los hijos deberán dejar el hogar de sus padres. Cuando un hijo se encuentra triangulado, la emancipación será difícil e inclusive imposible.
La emancipación es el proceso por el cual el joven se hace independiente económicamente de sus padres. Sin embargo, según Cancrini y La Rosa[8], la emancipación es secundaria a la desvinculación.
La desvinculación implica un proceso de independencia afectiva hacia la familia de origen, es decir, la persona deja de hacer sus cosas para satisfacer las expectativas familiares. Durante la desvinculación se generan cuestionamientos a los mitos familiares, confrontación a las expectativas de los padres y el estado naciente del amor.
Alberoni es quien mejor define al enamoramiento: “es el estado naciente de un movimiento colectivo de dos”[9]. Es un estado naciente, porque se instaura como una novedad biológica y cognitiva en los amantes, al mismo tiempo se constituye en un movimiento colectivo, porque es revolucionaria cuando cuestiona los afectos recibidos en el seno familiar, además de poner en tela de juicio las expectativas de los padres al cotejarlas con las expectaciones del enamorado.
La desvinculación en una familia estructurada a partir de una triangulación a veces sólo es posible si se presenta un intenso enamoramiento que produzca niveles de entropía incapaces de ser reducidos por la regulación del sistema conyugal, no quedando otra alternativa que permitir la salida del elemento homeostático.
Son frecuentes las historias de amor escabrosas perpetradas por amantes que contravenían todas las normas de la familia, por ejemplo la novela de Shakespeare: “Romeo y Julieta”. Lo lamentable de esas historias románticas es que suelen acabar con la muerte de uno o ambos amantes. En la vida real, una vez que el intruso cumple la función de “salvar” a la persona triangulada, la relación conyugal deja de tener sentido, por lo que en la mayoría de los casos esos matrimonios se quiebran, y en no son pocas las personas que vuelven al triángulo.
Es posible afirmar que la colusión es una relación entre dos personas que no lograron desvincularse de sus familias de origen. No es posible el amor si aún se sigue siendo hijo. El amor lo exige todo, es indispensable jugarse entero, por lo que no se puede establecer un vínculo amoroso entre dos personas incompletas[10].
Para que no se produzca la colusión es indispensable dos seres humanos emancipados y desvinculados de sus familias de origen. La emancipación exige responsabilidad social y la desvinculación madurez afectiva.
La experiencia amorosa sólo es posible entre dos personas que asumen su soledad y que no imponen expectativas infantiles hacia su pareja. Asumir la soledad significa entender que es imposible la felicidad otorgada por el otro; amar no es necesitar del otro, menos obligar a que el otro ame como se espera ser amado. El amor va de la mano con la libertad, un amor que posee no es amor, es odio, porque odiar es obligar a que el otro ame como uno desea ser amado.
La imposición de expectativas infantiles es creer que el otro debe ajustarse a los requerimientos afectivos personales, en lugar de aceptar incondicionalmente la forma de ser del otro.
Aquellas cosas que impiden la convivencia deben negociarse con racionalidad, algunas se podrán resolver, otras se podrán tolerar. La reciprocidad obliga a que si uno cede el otro también lo haga, la escalada simétrica del amor permite el crecimiento individual; mientras que la lucha de poder ocasiona la escalada simétrica de la violencia.
El terapeuta de parejas debe considerar la posibilidad de trabajar primero en los vínculos afectivos irresueltos con la familia de origen en ambos o en uno de los cónyuges. Algunas veces convendrá intervenir en una terapia familiar para ayudar al cónyuge inmaduro a desvincularse de su familia, en otras, bastará con la reflexión durante las sesiones conyugales para que ambos amantes sean capaces de mirarse a los ojos en vez de mostrar sus espaldas mientras contemplan angustiados la colusión de sus padres.
Únicamente cuando la pareja es capaz de decir adiós a su familia de origen podrá dejar de mirar a su pareja para comenzar a mirar en la misma dirección para construir al fin un “nosotros”, además podrá retornar a la casa de sus padres para cuidarlos en la vejez o acercarse a ellos para sentirse protegidos sin deuda alguna, libre de culpa y rencores.
[1] Willi, J. (1993) La pareja humana: relación y conflicto. Madrid: Morata.
[2] Botella, L., y Feixas, G. (1998). La teoría de los constructos personales: Aplicaciones a la práctica psicológica. Barcelona: Laertes.
[3] Maturana, H. (1995) Emociones y lenguaje en educación y política. Santiago: Dolmen
[4] Mikulincer, M. Goodman, G. (2007) Dynamics of romantic love. Nueva York: The Guilford Press.
[5] Sternberg, R. (1989) El triángulo del amor. Barcelona: Paidós.
[6] Guerin, Ph., Fogarty, L., Gilbert, J. (2000) Triángulos relacionales. Buenos Aires: Amorrortu.
[7] Haley, J. (2003) Trastornos de la emancipación juvenil y terapia familiar. Buenos Aires: Amorrortu.
[8] Cancrini, L., La Rosa, C. (1996) La caja de Pandora. Maual de psiquiatría y psicopatología. Barcelona: Paidós.
[9] Alberoni F. (2005) Enamoramiento y amor. Buenos Aires: Gedisa. Pág. 9.
[10] Gikovate, F. (1996) Uma nova visao do amor. Sao Paulo: Editores associados.

miércoles, 4 de junio de 2008

Los juegos del amor: La infidelidad venérea

La infidelidad conyugal implica el establecimiento de una relación afectiva escondida del cónyuge. Este vínculo secreto se establece con alguien o algo a expensas del vínculo amoroso. Por ejemplo: con miembros de la familia de origen, con amigos, con algún vicio, con el trabajo, etc. Por lo tanto, dos son las condiciones para definir la infidelidad en general: un vínculo afectivo externo a la relación y el secreto.
Por su parte, la infidelidad conyugal denominada “adulterio” se refiere a un vínculo amoroso afectivo y/o sexual con una persona externa a la relación conyugal “oficial”. Para diferenciarla de la infidelidad general, planteo el término “infidelidad venérea” asociado a Venus, la diosa romana del amor y famosa por su tendencia a ser la amante de los dioses.
Es interesante señalar que Kinsey en 1953[1] mencionaba que el 26% de las esposas estadounidenses con 40 años o más eran infieles a sus esposos; alrededor 75% de los esposos manifestaron deseos ocasionales de tener una relación extramarital[2]. Hunt en 1974 estableció que el 41 % de los esposos estadounidenses admitían haber incurrido en coitos extramaritales[3].
Hoy en día las estadísticas de la infidelidad venérea se han modificado, por ejemplo: el 2005 en la China el 60 % de los esposos aceptan haber sido infieles a sus esposas, y 41% de las esposas[4]; el 2001 en Estados Unidos se estimaba que el 60% de los esposos eran infieles a sus esposas, mientras ellas alcanzaban el 40%[5]. En el libro: “Descobrimento Sexual do Brasil: para Curiosos e Estudiosos” de Carmita Abdo, se menciona que la infidelidad es un asunto que varía en cada estado brasileño: en Rio Grande Do Sul el 60% de los varones ha sido infiel en algún momento de su matrimonio y 32% de las mujeres. En el otro extremo está el Estado de Paraná con el 43% de los varones y el 19% de las mujeres[6]. En la encuesta del 2003 acerca de la infidelidad en Buenos Aires, el Centro de Estudios para la Opinión Pública (CEOP) encontró que el 30% de las esposas porteñas admitían haberles sido infieles a sus esposos, mientras que el 70% de los varones consideraban que las mujeres son más infieles en esta época que en anteriores[7].
No conozco datos acerca de la incidencia de la infidelidad en Bolivia, sin embargo, en mi práctica de psicoterapia de pareja, de cada cuatro parejas que buscan ayuda profesional, una lo hace debido a una experiencia de infidelidad venérea.
¿Por qué se produce la infidelidad venérea? Los etólogos consideran que la monogamia no es una condición natural de la especie humana, sino que se ha generado como consecuencia del establecimiento de la propiedad privada: el varón debe asegurarse de la continuidad de sus genes, por lo que sería indispensable la dispersión de su semen en muchas mujeres. Por su parte, las mujeres preferirán hombres que ofrezcan beneficios a la continuidad de la especie, de tal modo que reemplazarían a sus parejas débiles por otras más fuertes[8].
Sin la presencia del amor no sería necesaria la fidelidad. El amor es una construcción social mientras que el deseo es biológico; el primero responde a un contrato conciente, el segundo es determinación genética que no requiere de una puesta en común. El deseo es ciego, obedecerá a los impulsos reproductivos independientemente a la moral imperante.
Por lo tanto, es posible plantear la siguiente hipótesis: si el deseo es una condición biológica, entonces debe ser reprimido para favorecer el vínculo amoroso socialmente establecido.
La palabra fidelidad proviene del latín “fideres” [confianza]. La confianza es la base fundamental del amor, el amante considera que a partir del contrato de lealtad establecido con su pareja, ninguno de los dos definirá otro vínculo amoroso. Definir un vínculo amoroso con otra persona a espaldas de la pareja, requiere necesariamente la ruptura de la confianza y la contravención del contrato conyugal, por lo que la relación ha sido ofendida ocasionando mucha dificultad para la reparación.
Si admitimos que los seres humanos nos hemos constituido en seres “degenerados” en relación a nuestros genes[9], no es suficiente la explicación etológica del deseo para comprender el motivo de la infidelidad sexual. Por ello los activadores del comportamiento infiel se deben buscar en los vínculos sociales del infiel.
Muchas personas adúlteras sostienen que su comportamiento fue consecuencia de la insatisfacción marital en la que se encontraban; sin embargo si bien es posible determinar una relación significativa entre satisfacción marital e infidelidad[10], no necesariamente las parejas insatisfechas generan comportamientos adúlteros y tampoco es el principal motivo para la disolución matrimonial[11].
Las personas son responsables de sus decisiones, salvo que sean obligadas a optar por una alternativa bajo amenaza de muerte. ¡No es el caso de la infidelidad venérea! La infidelidad venérea es una solución emocional a problemas emocionales del infiel[12]
¿Cuáles son los motivos por los que una persona decide romper el contrato de lealtad conyugal? En mi práctica clínica he podido identificar siete motivos fundamentales: depresión, inmadurez, venganza, crisis del ciclo vital familiar, insatisfacción marital y enamoramiento.

Primer motivo: Depresión.
Segundo motivo: Estrés laboral.
Tercer motivo: Inmadurez.
Cuarto motivo: Venganza.
Quinto motivo: Crisis del ciclo vital familiar.
Sexto motivo: Insatisfacción marital.
Séptimo motivo: Enamoramiento.

La depresión: manifestada como respuesta a una pérdida, usualmente la muerte de algún ser querido o un cambio abrupto en el estilo de vida, por ejemplo la supresión de un trabajo. Ante la pérdida, la persona se siente abrumada pero evita compartir su dolor con la persona que ama, partiendo de la idea irracional de que no se debe lastimar al otro con el sufrimiento que uno porta. Por lo tanto, prefiere compartirlo con otra persona que es capaz de consolar, ocasionándose la confusión del consuelo con el enamoramiento.

Estrés laboral: varios estudios han demostrado que la probabilidad de infidelidad sexual se incrementa en los entornos laborales más estresantes[13]. La mayor parte de los infieles establecen el vínculo extra conyugal con personas del entorno laboral, quizás por que comparten los mismos intereses y preocupaciones. La relación entre disminución del estrés y actividad sexual es alta[14]; por lo tanto, ocurre lo mismo que en la depresión: se confunden emociones, en el primer caso el consuelo con el amor, en este: el deseo sexual con el amor.

Inmadurez: aquellas personas que tuvieron pocas experiencias sexuales con otras personas antes del matrimonio, tienen mayores probabilidades de ser infieles durante su relación conyugal[15]. La inmadurez se relaciona con el salto de etapas en la vida, por ejemplo: el adolescente que se dedicó plenamente a los estudios en vez de aprender a conquistar y entrablar relaciones amorosas. Una persona inmadura buscará llenar los vacíos dejados en su pasado, sobre todo cuando reconoce que se encuentra en la madurez y que no puede recuperar su juventud, por ello, puede buscar experiencias sexuales y/o románticas con personas más jóvenes. También se da el caso de adultos que prefieren no crecer y se mantienen en una especie de pubertad eterna[16].

La venganza: ocurre en aquellos matrimonios en los que se suscita un desequilibrio debido a que uno de los cónyuges se siente agredido por el otro. En vez de entablarse un diálogo para la reparación del daño, el miembro de la pareja que se considera injuriado, decide vengarse a través del establecimiento de un vínculo amoroso extramarital[17].

Crisis del ciclo vital familiar: todas las familias desarrollan crisis durante los cambios del ciclo vital familiar. Los dos momentos que incrementan la probabilidad de infidelidad son: la emancipación juvenil y el nacimiento de los hijos[18]. La emancipación de los hijos jóvenes puede producir un estado de depresión que coincide también con la posibilidad de infidelidad. Otra etapa del ciclo vital familiar que incrementa la posibilidad de infidelidad en los esposos es el nacimiento de los hijos que acarrea la sensación de abandono debido a que la mujer se concentra más en el bebé que en su relación amorosa.

Insatisfacción marital: algunas personas prefieren no afrontar los problemas de su relación conyugal, prefieren evitarlos a través de un envolvimiento amoroso extra conyugal[19]. En los varones la insatisfacción sexual o la inseguridad del rendimiento sexual es el motivo más frecuente que da lugar al romance pasional fuera del matrimonio; mientras que la insatisfacción afectiva lo es en el caso de las mujeres.

Enamoramiento: puede ocurrir que la infidelidad sea simplemente consecuencia de un enamoramiento. Es como haber encontrado al “amor de la vida” a pesar de que no exista conflicto personal o marital. Por lo general, si se da el caso, el vínculo amoroso extramarital se formaliza después de romper el vínculo matrimonial.

A partir de estas consideraciones teóricas, queda claro que antes de intervenir en terapia de pareja o en asesoramiento psicológico de los cónyuges ante la presencia de una infidelidad venérea, es necesario revisar los motivos personales del infiel, evitando culpabilizar a la pareja por una decisión que recae exclusivamente en la persona desleal. La reparación de la relación dependerá de las características de la infidelidad y de la capacidad de perdón que posea el cónyuge. Sin embargo, es posible predecir mayores dificultades de reconstrucción del vínculo amoroso en la infidelidad por venganza y por enamoramiento.

[1] Kinsey, A.C., Pomeroy, W., Martin, C. (1953) Sexual behavior in the human female. Philadelphia: Saunders.
[2] Kinsey, A.C., Pomeroy, W., Martin, C. (1948) Sexual behavior in the human male. Philadelphia: Saunders.
[3] Hunt, M. (1974) Sexual behavior in the seventies. Chicago: Play-boy Press.
[4] Zambrana, M. (2005) Noticias EFE, 15/11/2005.
[5] Gordon, D. (2001) High infidelity. En: Newsweek. Julio
[6] Abdo, C. (2004) Descobrimento Sexual do Brasil: para Curiosos e Estudiosos. Sao Paulo: Summus.
[7] Centro de Estudios para la Opinión Pública (CEOP) (2000). Informe sobre encuesta de infidelidad en Buenos Aires. Disponible en: http://www.avizora.com/publicaciones/sexualidad_humana/textos/0060_infidelidad_femenina_en_alza.htm
[8] Buss, D. (1996) La evolución del deseo. Madrid: Alianza editorial.
[9] Barylko, J. (2003) Reflexiones filosóficas. Los múltiples caminos hacia la verdad. Buenos Aires: El Ateneo.
[10] Buss, D., Shackelford, T. (1997) Susceptibility to Infidelity in the First Year of Marriage. En: Journal of research in Personality. Vol. 31. Nº 2, págs. 193-221.
[11] Previti, D., Amato, P. (2004) Is Infidelity a Cause or a Consequence of Poor Marital Quality? En: Journal of Social and Personal Relationships, Vol. 21, Nº 2, págs. 217-230
[12] Pinto, B. (2006) Terapia para resolver problemas y terapia narrativa aplicadas al trastorno límite de la personalidad. Trabajo de grado para el ingreso a la Maestría en Psicología de la Salud. La Paz: Universidad Católica Boliviana (No publicada).
[13] Por ejemplo: Charvoz, L., Bradbury, Th, Bertoni, A., Lafrate, R., Giuliani, Ch., Ranse, R., Behling, J. (2007) The role of stress in divorce: A three-nation retrospective study. En: Journal of Social and Personal Relationships. Vol. 24, Nº 5; págs. 708-728.
[14] Herbert J (1996): Sexuality, stress and the chemical architecture of the brain. En: Annu Rev Sex Res Vol. 7: págs. 1-43
[15] Atkins, D., Baucum, D., Jacobson, N. (2001) Understanding infidelity: Correlates in a national random sample. En: Journal of Family Psychology. Vol 15, Nº 4; págs. 735-749
[16] Kiley, D. (1983) The Peter Pan Syndrome: Men Who Have Never Grown Up. Nueva York: Dodd Mead.
[17] Care, S. (2007) El síndrome Bovary: infieles e infelices. Sevilla: Algaida.
[18] Eisenberg, F. (1999) La infidelidad a lo largo del ciclo vital de la pareja. En: Proyecciones, Publicación electrónica de la división de Administración y Ciencias Sociales de la Rectoría Zona Sur. Vol. 1 Nº 2. Disponible en: http://www.cem.itesm.mx/dacs/publicaciones/proy/n2/inv_infidelid2.html
[19] Previti, D., Amato, P. (ob.cit.)

martes, 26 de febrero de 2008

Los juegos del amor: La ruptura amorosa.

  • Cuando uno de los dos miembros de la pareja no reconoce en el otro a la persona que puede amar, entonces se rompe la relación. Raras veces ocurre que ambos componentes estén de acuerdo con el fin de la historia; por lo general, uno se queda amando mientras el otro se va.
    La ruptura amorosa debe considerarse como un proceso de duelo similar a cualquier otro; pues se trata de una pérdida. El duelo en este caso se circunscribe en la categoría de las pérdidas ambiguas (Boss 2001), en el sentido que el objeto querido aún está presente aunque ya no es el mismo, como ocurre en el caso de pacientes terminales, con Alzheimer, psicosis y otros. La familia entra en una depresión incomprensible, puesto que la persona amada aún está con vida pero ha dejado de ser lo que era.
    La ruptura amorosa también coincide con el duelo sin objeto, situación que se produce cuando fallece alguien y no se puede recuperar el cadáver, o en los casos de desaparecidos; los dolientes no pueden cerrar el proceso del duelo debido a que no tienen un objeto del cual despedirse.
    Amar habiendo dejado de ser amado es uno de los sufrimientos humanos más dolorosos, porque se vive la experiencia como una pérdida ambigua y un duelo sin objeto. La desesperación hace presa del amante, nada lo puede reconfortar, nadie lo puede comprender, porque la única persona que entendería el dolor es justamente la persona que ha producido el sufrimiento.
    La ruptura puede producirse lentamente mientras la pareja continua estando junta, ya sea durante el noviazgo o en la convivencia. El amante se percata del distanciamiento, se esfuerza por renovar la relación y aún guarda la esperanza de que el otro se acerque. “Ya no es lo mismo”, el otro ha cambiado. Tarde o temprano quien ha dejado de amar pedirá un tiempo, se alejará en silencio o planteará el punto final de la relación.
    Cuando este tipo de ruptura se produce dentro del matrimonio con hijos, es común que la pareja continúe junta aunque sin amor, estableciendo un compromiso de esposos y padres, el mismo que puede inclusive ser funcional. Son los divorcios emocionales sin quiebre de la relación. El matrimonio se configura como el crisol de la depresión, donde uno ha dejado de amar hace mucho tiempo y el otro niega el desamor.
    La ruptura es más dolorosa cuando se produce inesperadamente, muchas veces la persona que ama está viviendo con intensidad la relación, cuando el otro plantea la ruptura. Esa experiencia la he denominado “colisión” (Pinto 2005a), debido a que el amante se siente como si hubiera tenido un choque con la realidad.
    La ruptura amorosa pone a prueba la madurez emocional del doliente. Las personas que recibieron apego seguro durante su infancia tienen más probabilidades de soportar las pérdidas (Mikulincer 2006). Viven la pérdida siguiendo las etapas normales del duelo: insensibilidad, anhelo, desesperación y aceptación (Parkes en: Worden 1997).
    La insoportable sensación de vacío que conlleva la pérdida amorosa es más intensa en la persona simbiotizada, cuando la pareja lo es todo y en las colisionadas, cuando se espera que el otro llene las necesidades infantiles no resueltas (Ver Pinto 2005b).
    El dejar ir es insoportable cuando se vive la experiencia de un falso amor, cuando se ha establecido un vínculo de dependencia. Cuando se ama plenamente se deja marchar porque el amor exige la felicidad del otro sobre todas las cosas, y si uno no es parte de esa felicidad, entonces por la misma fuerza del amor se acepta el derecho que el otro tiene de no amarme.
    Las personas inmaduras manipularán para impedir la ruptura a través de dos recursos: auto destruirse, o la destrucción del otro. La personalidades limítrofes son capaces de usar ambas: amenazarán con suicidarse, se auto mutilarán o amenazarán de muerte al cónyuge o a quienes imaginan responsables por la ruptura; todo ello con la esperanza de provocar sentimientos de culpa que obliguen al retorno. Las personalidades dependientes recurrirán a la depresión o al consumo de alcohol. Las personalidades narcisistas enmascararán su depresión con relaciones amorosas intempestivas. Las histéricas se refugiarán en síntomas psicosomáticos. Las obsesivas tratarán de encontrarle lógica a la pérdida concluyendo en racionalizaciones acrobáticas que definitivamente ellas son las responsables.
    La ruptura amorosa demuestra que el amor es un proceso de construcción conjunta entre dos extraños. En el ínterin de la construcción los extraños se irán conociendo a través de permanentes des enmascaramientos. La convivencia obliga a tolerar y negociar cotidianamente, el amor establece la legitimación del otro sin condiciones y sin expectativas: a mayor madurez personal mayor es la aceptación de la libertad de quien amo.
    Amar requiere del reconocimiento de la libertad del amor de quien amo, si quiere me ama, si quiere deja de amarme. El sentido de mi amor no es ser amado, sino amar aunque existe desde el inicio del vínculo la posibilidad de dejar de ser amado. Orfeo debió confiar en la presencia de Eurídice en vez de dudar, su desconfianza fue el final del amor.
    ¿Cuál es la cura para la pérdida amorosa? Es vivir el proceso de duelo en soledad. Comprender que la esperanza y la depresión se turnarán para ocupar el vacío que dejó el amor, saber que a mayor intensidad del amor más tardará el dolor en abandonarnos. Se debe dar lugar a la tristeza y a la rabia, tristeza por las ilusiones desperdiciadas, por las alegrías que no volverán; rabia por el tiempo invertido, por la decepción. Es bueno dejarse abrigar por la soledad para poder sumergirse en el océano del sufrimiento. No es bueno buscar una nueva relación sin haber cerrado la herida. Es bueno buscar un amigo silencioso que permita el refugio sin consejos inútiles. Tarde o temprano el dolor pasará y seguiremos viviendo, como escribió Rainer María Rilke: Tenemos una cosa en común: yo sucedo en la soledad mía, y tú, tú sucediste…
    Referencias
    § Boss, P. (2001) La pérdida ambigua. Cómo aprender a vivir con un duelo no terminado. Barcelona: Gedisa.
    § Mikulincer, M. (2006) Attachment, caregiving, an sex within romantic relationships. En: Mikulincer, M., Goodman, G. (Editores) (2006) Dynamics of romantic love. Nueva York: The Guildford Press.
    § Pinto, B. (2005a) Porque no sé amarte de otra manera. Estructura individual, conyugal y familiar de los trastornos de personalidad. La Paz: Departamento de Psicología de la Universidad Católica Boliviana San Pablo.
    § Pinto, B. (2005b) Colisión, colusión y complementariedad en las relaciones conyugales. Disponible en: http://www.ucb.edu.bo/Publicaciones/Ajayu/volumen%203.1/articulos/Artículo%20Pinto.pdf
    § Worden,J.W. (1997) El tratamiento del duelo: Asesoramiento psicológico y terapia. Barcelona: Paidós.

martes, 29 de enero de 2008

Amor casual: el "prende".

La “revolución sexual” se inicia con la publicación del libro “Conducta sexual del varón” de Alfred Kinsey en 1947, ocasionando un repentino cambio de actitudes hacia la sexualidad en los Estados Unidos y en Europa. Al finalizar la época franquista se produce la “liberación sexual” y el “destape” en España. El amor deja de asociarse con la sexualidad, ¡era posible amar sin sexo!, y ¡tener sexo sin amor!

El análisis de las cartas amorosas entre amantes brasileños de tres décadas diferentes llevado a cabo por Carpenedo y Koller[1], muestra que antes de los ochenta, las parejas asociaban el amor con la sexualidad, eran tímidas en la expresión de sus intereses sexuales, el varón era quien tomaba la iniciativa seductora y consideraban que el enamoramiento necesariamente debería llevar al matrimonio. Después de los ochenta, el contenido de las cartas amorosas se modifica notablemente, la sexualidad está exenta de connotaciones románticas, varón y mujer toman la iniciativa indistintamente, ambos expresan de manera directa sus intereses sexuales y no se busca el compromiso.

Mientras los europeos y estadounidenses se ajustaban a la nueva moral sexual, en Latinoamérica, el Brasil se constituía en el país que con mayor facilidad asimilaría los cambios de actitudes hacia el comportamiento sexual. Durante la década de los ochenta aparece una nueva forma de establecer vínculos eróticos entre los jóvenes, el “ficar” [quedar][2].

No se trata de sexo casual [casual sex][3]. En el “ficar” puede o no darse el coito, puesto que se trata de una forma de relacionarse placentera sin que amor y sexo vayan juntos; un joven brasileño lo define así: “Normalmente es un intercambio de besos y caricias durante un corto periodo de tiempo -una noche-, y después, no se vuelven a interesar el uno por el otro”. [4]

En los países sudamericanos de lengua castellana, el “ficar” es reemplazado por el “prende”. Probablemente el término se relacione con el “prenderse” de los jóvenes argentinos, en el sentido de “pasar a la acción”[5]; otro probable origen es la expresión italiana mi prende, que tiene el sentido de “agarrarse”. Sea como fuere el término llega a Bolivia y rápidamente se generaliza entre los jóvenes en la década de los noventa.

“Prenderse” no se relaciona con “agarrón”, palabra que se empleaba para referirse a una relación pasional sin compromiso ni intimidad, esencialmente sexual. “Prende” tiene el mismo significado que “ficar”. Se dice “prenderse” a la acción de establecer un “prende”.

Un “buen prende” se da cuando ambas personas coinciden en el juego sensual del encuentro amoroso casual. Sin embargo, no siempre es así, puede ocurrir que uno de los dos desee algo “serio” con el otro, si se da el caso, la relación está estropeada porque la moral juvenil dice: “no debes prenderte con aquella persona de la que esperas una relación seria”.

Otra circunstancia inesperada del “prenderse” es que se produzca el enamoramiento durante el “prende”, en ese caso se hace referencia a un “prende jodido”, sobre todo si solamente uno de los dos protagonistas se siente involucrado afectivamente en la relación y el otro no.

Se habla del “prende fijo” para hacer alusión a aquella persona que por lo general está dispuesta a “prenderse” con uno, de tal manera que pueden ocurrir infinidad de “prendidas” entre ambos.

El “prende” cuando es preámbulo de una relación sexual, deja de ser “prende” y se convierte en “algo más”; término que permite comprender mejor que la connotación del “prenderse” implica placer sensual y no necesariamente relaciones genitales.

El “prenderse” se ha convertido en un instrumento de manipulación en las relaciones interpersonales. Por ejemplo, si una muchacha o un muchacho, desea estropear una relación amorosa, puede generar un “prende” con alguno de los miembros de la pareja, y posteriormente de manera directa o indirecta hacerle saber al otro de la falta de honorabilidad de su consorte.

Otra manera de utilizar el “prende”, es saberlo aplicar con la destreza suficiente como para producir un “prende jodido” en el otro, ya sea para propiciar un vínculo amoroso en serio o para vengarse.

Esta forma de vinculación erótica entre los jóvenes, obliga a identificar con precisión el lenguaje no verbal para no caer en trampas o echar a perder la posibilidad de conquistar a una persona con la que se espera tener una relación amorosa seria. Los varones tienen más dificultades que las mujeres para decodificar las señales no verbales[6], por lo que confunden más fácilmente que las mujeres las invitaciones a tener un “prende”.

El “prende” se sitúa en una moral ambigua, puesto que la mayoría de los muchachos y muchachas afirma haberse “prendido” alguna vez; al mismo tiempo que consideran un acto de infidelidad si su pareja estable lo hace.

También es importante resaltar que el “prenderse” denota la actitud actual hacia el amor romántico[7] ó erótico[8], confirmando el estudio de Cooper y Pinto (2007)[9] que identificó la tendencia hacia un amor con intimidad y pasión sin compromiso en jóvenes universitarios de clase media de la ciudad de La Paz.

El amor casual emergente en la juventud es una muestra del cambio de actitud hacia la sexualidad y al amor. Lo sexual deja de ser solamente el encuentro genital y se enmarca en el contexto de la sensualidad, donde el placer y la intimidad adquieren primacía sobre el deseo sexual y el compromiso amoroso.

En el “prende” tanto la mujer como el varón se encuentran en las mismas condiciones de conquista y de intercambio de caricias, desplaza al “agarrón” machista, conformado por el que “agarra” y por la que es “agarrada”, para constituirse en una manera de amar independiente del género, en la que ambos se prenden apasionadamente por un breve periodo de tiempo.

El erotismo del “prende” es una danza de movimientos sutiles de seducción; cada uno de los participantes debe cautelosamente coordinar sus propios pasos con los pasos de su pareja produciendo una coreografía amorosa donde ambos saben que quizá sea la última vez que la vayan a bailar.

Se trata de un encuentro prohibido con alguien que puede estar traicionando a un tercero; al mismo tiempo existe la posibilidad de lanzarse al juego con la esperanza de conseguir “algo más” mientras se piensa que el otro puede estar esperando lo mismo; o simplemente ambos quieran sentirse en el abrazo perpetuo de la ternura regocijante de la experiencia perdida del apego infantil.

El “prende” puede darse en privado aunque más frecuentemente se lo haga en público, en las fiestas que se han convertido en el crisol de los amores casuales. Se genera así un pacto social de silencio, todos los presentes lo saben, él es el “prende” de ella y ella es el “prende” de él; pero deben callar, sólo lo hablarán en las tertulias de amigos íntimos, pero nadie se atreverá a denunciar a la pareja transgresora.

Los “prendidos” abandonan el sueño breve de su encuentro y al abrir los ojos tal vez comenten que se dejaron vencer por las pasiones. Volverán la mirada hacia su cómplice pero no reconocerán al compañero erótico, será como que se hubiera despojado de la magia del placer para volver a ser el amigo o la amiga de siempre, quizá se sonrían el uno al otro como remembranza pícara de lo que ocurrió entre ellos, o quizá fatalmente alguno de ellos no pueda liberarse de las sensaciones que aún hacen eco en el corazón y se sumirá en la tristeza que queda cuando alguien sabe que su amor no será correspondido.





[1] Carpenedo, C., Koller, S. (2004) Relações amorosas ao longo das décadas: um estudo de cartas de amor. En: Interação em Psicología. Vol. 8 Nº 1. Págs. 1-13.
[2] Gikovate, F. (1990) O amor nos anos 80. São Paulo: MG editores
[3] Sönmez, S. y otros (2006) Binge drinking and casual sex on spring break. En: Annals of Tourism Research. Vol. 33. Nº 4. Págs. 895-917
[4] En: http://br.answers.yahoo.com/question/index?qid=20071225153035AAx7pZI
[5] Ver en: http://www.geocities.com/mercuriusyelrincon/diccionario_del_chabon.htm
[6] Tannen, D. (1995) Tú no me entiendes. ¿Por qué es tan difícil el diálogo hombre – mujer. Buenos Aires: Vergara.
[7] Sternberg, R. (1989) El triángulo del amor. Barcelona: Paidós.
[8] Hendrick, C., Hendrick, S. (1987) Love and Sexual Attitudes, Self-disclosure and Sensation-seeking. En: Journal of Social and Personal relationships Vol. 4. Nº 3. Págs. 281-297.
[9] Cooper, V., Pinto, B. (2007) Actitudes ante el amor y la teoría de Sternberg. Un estudio correlacional en jóvenes universitarios de 18 a 24 años de edad. Tesis de licenciatura en Psicología. La Paz: Universidad Católica Boliviana “San Pablo” (No publicada).