viernes, 12 de diciembre de 2014

¿Qué hacer con el corazón roto?



La ruptura amorosa es probablemente una de las más doloras experiencias por las que atraviesa un ser humano. Se manifiesta como un proceso de duelo sin que haya ocurrido muerte alguna. El cierre de la pérdida se presenta como algo aparentemente imposible, quien amamos ya no está pero está más presente ahora en su ausencia. Los recuerdos atormentan, la desazón se apropia del alma, hay furia, rencor, odio y a la vez nostalgia y cariño. Parece que despertaremos y todo seguirá como antes, pero no es así y todo, todo me recuerda a ella/él.
El dolor mezclado con la furia, la angustia y el cariño se deposita en el alma, rebalsa proliferando en todo el cuerpo. Mi cuerpo está resentido, no duerme, no se alimenta, no se cuida. La mente repasa una y otra vez lo que ocurrió, lo que no se debió hacer, lo que ella/él hizo, lo que debió hacer. Inocentemente emergen pensamientos irracionales, me achaco la ruptura, me tranquiliza encontrar explicaciones que luego me hunden en un pozo infinito al comprobar que a pesar de ellas sigo viviendo su ausencia. Nada me reconforta.
El cerebro acongojado, como al inicio de la relación comanda la segregación de sustancias que incrementan las sensaciones de nostalgia y ansia. Indudablemente, como los adictos a drogas, la persona sufre un tormentoso síndrome de abstinencia. De la esperanza (“llamará como antes”) se pasa a la desesperación (“se fue llevándose todo de mí”). Las lágrimas pretenden rodear al doliente de un océano para que nadando en él, huya de la soledad lastimera en la que se encuentra.
Así es, jamás habrá otra ocasión en que la persona se sentirá tan desolada. Inconsolable, porque nadie se puede poner en su lugar, es más, no faltarán las personas que en su afán de compasión señalarán las ventajas de la ruptura y otras tratarán de alegrarle la vida con frases ingenuas: “es lo mejor que te pudo pasar”, “pronto llegará tu amor verdadero”. El dolor clama por la muerte que se anuncia en cada esquina de cualquier lugar: todo ha perdido sentido.
Ella/él se llevó todo lo que le fue entregado, incluyendo los sueños y los planes conjuntos. Es difícil aceptar, más aún si la persona que queda sigue amando. Tan difícil es comprender que el amor es una construcción entre dos, basta que uno la abandone para que se rompa. Se debe asumir que nunca podremos ser uno, el amor es cosa de los individuos, es singular, egoísta, es cada quien aportando al vínculo. La metáfora de Platón adquiere sentido, un día fuimos un solo ser hasta que fuimos divididos para buscar inútilmente la integración; jamás dejamos de ser uno y otro, la simbiosis es una ilusión. Las parejas anonadas por los sentimientos de fusión aprenden a pensar y sentir por el otro, al grado de creer que saben más que el propio dueño de su vida. El “¿qué estará haciendo?”,  se transforma en “seguro que está haciendo tal cosa”. Aprendemos a predecir el comportamiento de quien amamos, la compenetración conlleva al incremento de la intuición al grado que la pareja cree que desarrolló prodigiosas coincidencias. Cuando la relación se quiebra, durante un buen tiempo se mantienen esas creencias absurdas, las cuales conllevan a la creación de eventos imaginarios que pueden tomarse como verídicos, por ejemplo: “seguramente la está pasando bien con su ex enamorado”, “¡Ah!, claro cómo no lo vi antes, ahora sí está con esa amiga que tanto nos envidiaba”, o tal vez: “¿qué hará sin mí, seguramente dejará todo lo que comenzó”, etc.
No es lo mismo el sentirse rechazado a rechazar. Quedarse amando puede derivar en depresión o estrés agudo que con el tiempo se forjará como estrés post traumático. Quien decide romper la relación porque ésta no tiene futuro o porque la persona amada no merece la vida que el amante puede ofrecer, es la ruptura por amor, en este caso el proceso de dolor es menos traumático que el primero porque hay una compensación por la benevolencia de la decisión tomada.
Desilusionarse o decepcionarse debido a la violencia, mentira, infidelidad y otras acciones desleales para la relación, conllevan la experiencia de colisión, porque como un choque una especie de terremoto inesperado destruyó aquello que parecía ser tan firme. El duelo en estos casos será más intenso, más traumático y más difícil de resolverse, porque todo aparentemente estaba bien.
Tampoco es lo mismo una ruptura durante el enamoramiento, el noviazgo o el matrimonio. En el enamoramiento la ruptura se produce antes de comenzar la relación, la persona ha sido despechada: la sensación de rechazo es intensa y la desilusión profunda. Durante el noviazgo el corazón se rompe junto a los planes y a las experiencias gratas de los encuentros románticos, la reparación dependerá del grado de intimidad, inversión y planes conjuntos. Durante el matrimonio, el divorcio es una experiencia tremendamente dolorosa, no solamente se rompe el lazo amoroso, también el matrimonio y la familia, de ahí que la superación del duelo conlleve varios años.
El tormento se ahonda hasta que paulatinamente se transforma en furia, “¿con qué derecho me hizo eso?”. Curiosamente a mayor pasión, mayor será la intensidad del odio. Algunas personas no son capaces de controlar el ímpetu de la rabia y pueden pasar a la acción, destruyendo la vida de quien amaron, difamándolo o rebelando secretos que solo el doliente conocía. En los peores casos la furia arroja a la persona al asesinato.
En otros casos, la furia es inadmisible, por lo que se la transforma en culpa. La culpa no es otra cosa que la rabia introyectada, en lugar de dirigirla a la persona que produce odio la persona la dirige hacia sí misma. Se insulta, se achaca los motivos de la ruptura, en fin, llega a odiarse a sí misma, por lo que no es extraño que se deprima como consecuencia del castigo que merece. En casos extremos puede suicidarse.
La ruptura nos confronta obligatoriamente con la soledad y el abandono, las peores experiencias que vivimos de niños, quienes no recibieron protección y consuelo durante sus experiencias de pérdida infantiles, tendrán inmensas dificultades en afrontar la ruptura. Por ello recurrirán a medidas extremas de manipulación para evitar el desamparo. Por un lado estarán quienes amenacen con hacer daño para generar miedo y los que se lastimen a sí mismos para provocar culpa. Las personas más inestables pueden llegar a matar o matarse.
En el caso de las personas normales (gracias a Dios, la mayoría), la experiencia de pérdida amorosa seguirá un curso por etapas hasta llegar a la resolución de la experiencia. Así de la etapa de la protesta ceñida por la furia seguirá la resignación anegada en la melancolía. Cuando se agotaron las posibilidades de la reconciliación, la esperanza deja su lugar a la desazón, “¿cómo pudo pasar?”. Y más allá de las explicaciones la persona siente el vacío que dejó quien se fue, no queda otra que aceptar la ruptura.
La aceptación sume a la persona en un estado de tristeza y melancolía. Pena por la muerte de la relación, melancolía por todo el amor que se depositó en el otro. Pablo Neruda inmortalizó ese momento crítico de la resignación en su poema veinte, comienza: “Puedo escribir los versos más tristes esta noche…” y acaba: “Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero. Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido. Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos,  mi alma no se contenta con haberla perdido. Aunque éste sea el último dolor que ella me causa, y éstos sean los últimos versos que yo le escribo”.
La desolación y la melancolía requieren un tiempo para estrujar hasta la última gota de sufrimiento de la persona. La ecuación es simple: a mayor intensidad del amor, mayor será el tiempo y la persistencia del dolor. Hasta que se puedan abrir los ojos para volver a contemplar la vida. La salida del dolor se hace manteniendo los recuerdos buenos de lo vivido con quien se fue, sintiendo gratitud por ello, siendo capaz de colocar al rencor en el lugar que debe estar sin necesidad que invada las experiencias positivas, se aclaran los niveles de responsabilidad y se puede decir el nombre de la persona que se amó sin sentir culpa ni odio.
Es muy difícil por no decir imposible, que luego de una relación romántica intensa y una ruptura traumática, los que fueron amantes puedan ser amigos. Lo usual es que se aparten sus vidas para siempre, salvo que estén divorciados y tengan hijos, situación que perjudica el alejamiento total, es que los padres jamás podrán divorciarse, se separan los amantes.
Para procesar el duelo no existe una estrategia universal, cada persona en función a su forma de ser, su historia de afecto familiar, el estilo de apego y la historia de la relación establecerá su propia estrategia para resolver la pérdida.
Se pueden señalar algunas pautas generales. La principal: asumir la pérdida, que es lo mismo que aceptar la soledad. Para ello es imprescindible reconocer las emociones que surgen en el camino del dolor, nombrarlas, expresarlas aunque la persona que se fue no las escuche: “Me da rabia…”, “Me entristece…”. “Extraño esto y aquello”, etcétera.
Vale la pena buscar consuelo aun sabiendo que no recibiremos comprensión. El mejor refugio es el abrazo silencioso. Se debe evitar al alcohol que profundiza la tristeza, corriendo el riesgo de transformarla en depresión. Tampoco se debe buscar una nueva pareja inmediatamente después de la ruptura, será un craso error, es imposible abrir algo nuevo si no se cerró lo viejo. Confundirá la urgencia de protección con sentimientos de enamoramiento.
Es importante la búsqueda de sentido espiritual, acercarse a Dios, orar para conseguir la protección divina. Algunas personas hacen lo contrario, se alejan de Él, y aún peor, rompen su vínculo religioso.
Y si a pesar de todo, el duelo se ahonda o se detiene, vale la pena buscar ayuda psicoterapéutica, es imprescindible que se cerciore que el/la profesional es especialista en el manejo de las relaciones de pareja y que coincide con sus valores y moral.

miércoles, 10 de diciembre de 2014

Falsos amores y triangulaciones



Cuando las parejas se organizan desde las expectativas infantiles de cada uno de sus componentes, se produce un círculo relacional infinito: uno espera que el otro le entregue aquello que ansió recibir en su niñez, el otro hace lo mismo. Puede pasar, que el amante sea capaz de entregar aquello que el otro le solicita, pero aun así es imposible la correspondencia, porque quien no tuvo jamás reconocerá lo que espera aunque lo reciba. Lo más común, sin embargo es que el otro simplemente esté más atento a recibir que a entregar,  aunque lo tenga o no preferirá seguir esperando recibir que entregar.
Por ejemplo, ella desconoce la protección, fue usada como cuidadora de su propia madre desde pequeña, el padre alcohólico era como si no existiera. Al crecer aprendió que amar es proteger, cosa que sabe hacer con maestría, también aprendió que recibir amor es ser protegida. Buscará en sus relaciones amorosas proteger y ser protegida.
Él viene de una familia en la cual su existencia se supeditó a sus éxitos, los mismos que correspondían a la expectativa de sus padres y no a sus propias potencialidades. Fue usado para ser el orgullo de sus padres. Aprendió que amar es recibir admiración. Sin embargo como jamás fue valorado por su verdadera valía, no es capaz de reconocer cuando lo estiman de verdad.
Ambos se encuentran en un idilio amoroso, ella cree amarlo cuando siente pena por la desolación, él cree amarla cuando se siente útil. Ella busca ser protegida, él busca ser reconocido. Ninguna de sus expectativas se realiza, ambos se angustian. Cuando están juntos se asfixian, cuando se alejan se extrañan. No es posible consolidad la relación ni romperla: están en una simbiosis.
En ese tipo de vínculo ocurren situaciones que en otras parejas producirían la ruptura: infidelidad, celos, violencia. Nada los separa, nada los une. Muchas de estas parejas confunden la intensa pasión que produce la angustia de separación con el amor, definiendo de esta manera la convivencia o el matrimonio. No logran establecer un compromiso pleno, temen a la intimidad, el lazo amoroso se basa exclusivamente en los sentimientos. Dependiendo de la estructura de personalidad de los cónyuges en alguna primará el amor apasionado en otra el odio.
La cotidianeidad de la convivencia acarreará problemas ínfimos o grandes que jamás serán resueltos porque se instaurarán como argumentos para justificar la ausencia de intimidad. Es patético: los problemas los mantienen estables.
Sin embargo, lo peor ocurrirá con la llegada de los hijos. Cada uno de los cónyuges tratará de atraerlos consigo en contra del otro o los usará para protegerse de las arremetidas violentas de su pareja. El hijo o la hija son incorporados dentro del juego conyugal. Han sido triangulados.
Las parejas organizadas de esa manera, serán denominadas como parejas colusionadas. La colusión es un acuerdo entre dos para perjudicar a un tercero. El tercero perjudicado es el hijo. En lugar de ser amado es utilizado para fortalecer los egos infames de sus padres.
El vínculo amoroso se equilibra, ya sea que el hijo o la hija participe como un protector de sus padres, o tenga que decidir amar a uno y odiar al otro aunque esos sentimientos vayan en contra de sus propios, o tenga que asumir el rol de enfermo para atraer la atención de sus padres deteniendo la furiosa relación que existe entre ellos.
El costo es demasiado alto, los hijos y las hijas trianguladas deben renunciar a sus necesidades afectivas: en vez de ser protegidos deben proteger; en vez de ser cuidados, cuidar; en vez de ser valorados deben valorar. Se estancan en un triángulo del que no pueden desvincularse, asumen sentimientos ajenos, contradicen sus propias emociones. La única ventaja, una inmensa sensación de poder.
El poder es dominio, control, se sustenta en la obediencia, y ésta en el miedo. El amor en cambio es libertad, incertidumbre, se basa en la confianza, y ésta en el respeto. Lo contrario del poder es el amor y viceversa. El poder ofrece la ilusoria impresión de certidumbre, una especie de eternidad; el amor incertidumbre y angustia por la separación.
Las parejas colusionadas son incapaces de soportar la angustia, los estilos de apego necesariamente son inseguros. Por ello no pueden amar. La concepción del amor se asienta en el romanticismo idealista: amar es un sentimiento. Así el agresor manifiesta que ama porque siente la pasión intensa de posesión del otro; el infiel no reconoce el daño a la relación, es capaz de “amar” a dos personas a la vez, no existe culpa ni remordimiento, su moralidad es consecuencia de su propio bienestar. Ante la posibilidad de ruptura estas personas se enfurecen al grado de maltratar a quien dicen amar o hacerse daño a sí mismas para culpar al otro.
En esta vorágine terrorífica los hijos son víctimas inertes del falso amor de sus padres. Pueden triangularse de tres maneras distintas:

·         Triangulación perversa, descrita principalmente por Jay Haley. Uno de los progenitores seduce al hijo o a la hija para apartarlo del cónyuge que detesta porque ha sido desilusionado. El mensaje es: “no seas como mamá o papá, sé quien quisiera que sea mi pareja, te daré lo que jamás podrá él o ella darte”. Se establece una especie de romance entre el padre o la madre con el hijo o la hija. La persona triangulada idealiza a quien le sedujo y se aparta detestando del progenitor odiado. Las consecuencias para sus relaciones amorosas son desastrosas, buscará en su amante al padre o a la madre seductora para confirmar su identidad sexual. El resultado es no saberse mujer o varón, ha gestado su sí mismo sexual desde una idea inalcanzable. Se relaciona con estructuras histéricas y obsesivas. La finalidad de la existencia es satisfacer las expectativas del progenitor seductor: buscarlo incansablemente en sus vínculos amorosos y odiar profundamente a las personas que se asemejan a la pareja de quien le sedujo.
·         Triangulación rígida, analizada principalmente por Salvador Minuchin. En esta triangulación los hijos se parentalizan, es decir, se convierten en padres o madres de sus propios padres. ¡Son abuelos o abuelas de sí mismos! A diferencia de la triangulación perversa donde la persona triangulada se nivela con uno de los padres, en la rígida se coloca en una jerarquía superior. Es el hijo o hija que protege a uno o a ambos padres. Se alía cuando se define como guardián de mamá o papá para proteger a una o al otro de las arremetidas violentas de su consorte. Se coaliciona cuando asume la función de agresor del progenitor amenazante. En ambos casos el eje de su accionar es evitar la violencia. En casos más dramáticos, los hijos pueden asumir el rol de protectores de ambos padres, los que son percibidos como indefensos, inútiles e ignorantes. Según Minuchin esta triangulación es la base de la organización antisocial: produce egos inmensos y carencia de respeto por la autoridad. La concepción del amor se cimienta en la protección y el cuidado. Por ello los vínculos amorosos de estas personas son tortuosas, poseen egos rígidos y sobrevalorados, a la par que esperan reconocimiento por sus esfuerzos de ayudar al otro, saben proteger y cuidar pero son incapaces de amar de manera adulta; el otro es un niño o niña, jamás será concebido como varón o mujer, el mandato es: “mereces reconocimiento por tus esfuerzos”. En el otro extremo están quienes desarrollan una idea del amor generosa en extremo, dependientes, buscarán personas que les protejan como bebés, su amor se basa en la caridad, pueden jugar a ser víctimas para recibir condescendencia, el precepto es: “sufre para que te protejan”. Se trata de personalidades narcisistas en un extremo y dependientes en el otro. Las peores son las que se estructuran alrededor del odio y la inmoralidad, antisociales y pasivo agresivos.
·         Triangulación patológica. Descrita por Murray Bowen. Es la peor de las triangulaciones.La relación amorosa de los padres se presenta con pseudomutualidad. Aparentan una relación saludable, armoniosa, amorosa: se tratan con cariño ante los demás, sin embargo quien está triangulado sabe que es una farsa, una honorable fachada, detrás de la apariencia se esconden secretos perversos. Además de la hipocresía la relación con los hijos e hijas está inmersa en el doble vínculo, es decir los mensajes verbales contradicen a los no verbales, por ejemplo golpea a la par que dice que todo está bien. Esta disfuncionalidad familiar favorece el desarrollo de graves trastornos de personalidad, a diferencia de las anteriores triangulaciones, los egos son indefinidos, organizados en una estructura de identidad caótica. Los vínculos amorosos están ceñidos por la violencia, tanto hacia el otro como hacia uno mismo, harán cualquier cosa para no ser abandonados, han definido el amor desde la negación de la soledad, incapaces de confiar, controlan, vigilan, ponen a prueba el “amor” del otro.

Las parejas colusionadas son como los agujeros negros del espacio, engullen a cualquiera que se acerca a ellos. No por nada, Willi el psicólogo que describió la colusión la identificó en la relación de estas parejas con su terapeuta: ¡lo triangulan! De ahí que la psicoterapia de pareja y la familiar en casos de triangulaciones requieren una formación especializada de los y las terapeutas. La principal meta es sacar del triángulo a los hijos, emanciparlos y desvincularlos pronto, a la vez que se re estructura la organización de la identidad tanto en los niveles cognitivos como emocionales. Tarea complicada debido principalmente a que están entronizados y les rodea un inmenso vacío, nadie quiere dejar el palacio para lanzarse al abismo.
Usualmente los triangulados portan un síntoma que los protege de la basura cósmica que se despliega alrededor del agujero negro. Llegan al consultorio traídos por sus padres, angustiados ante la posibilidad de cambio pretenden mantener las cosas como están pero sin el síntoma. Moni Elkaïm, plantea que llegan diciendo al terapeuta “cámbienos sin cambiarnos”. Paradoja que da inicio al encuentro con un terapeuta o una terapeuta, capaces de trascender el ámbito de los mitos familiares para arrebatar el alma secuestrada de los brazos ponzoñosos del falso amor de sus padres.

lunes, 3 de febrero de 2014

Sin ti sufro, contigo me asfixio: apuntes sobre la colusión



¿Conoces alguna pareja que no es capaz de romper la relación a pesar del daño que se ocasiona el uno al otro? ¿Retornan para volver a terminar? En casos de matrimonios, encuentran en el divorcio una aparente solución; sin embargo se convierte en un gran problema, aún divorciados son incapaces de separarse.

De por sí la vida de esas parejas es un tormento, pero lo es más para las personas que les rodean, sobre todo si son los hijos. Debido a esa incapacidad de dejarse o juntarse, involucran a terceros para mirar hacia otro lado que no sean los ojos de quien dicen amar. ¡Son los agujeros negros de las relaciones humanas! Nadie escapa a su vacío.

Las consecuencias son destructivas, la violencia no tarda en aparecer, creándose la ilusión que el problema que tienen es pelear. Se afanan en dejar de lado el maltrato con la esperanza de erradicarlo para ser felices. No lo logran, la violencia es un distractor del verdadero conflicto: la incapacidad de amar y recibir el amor del otro.

Mutuamente reclaman afectos infantiles: protección y reconocimiento. Lamentablemente ninguno los recibió en su infancia. Definen el amor de manera romántica: lo consideran un sentimiento. Pueden ser tiernos y apasionados pero son incapaces de construir una relación amorosa, están enamorados de la imagen del otro.

Esa imagen la construyen a partir de la idealización del romance, esperan una persona perfecta de quien recibirán incondicionalmente aquello que magnificaron en su infancia, ¡pero que no recibieron! Por lo tanto, aunque el otro se prodigara en proteger o reconocer, son ineptos para darse cuenta porque no tienen un referente que les permita identificar lo que creen necesitar.
Ambos miembros de la pareja están con el mismo afán, dos seres humanos incompletos esperando ser colmados por el otro. Es el principio de la media naranja. La definición irracional del amor: creer que existe en algún lugar del planeta la persona que nació para darme completitud. A este tipo de relación le denominamos “colusión”.

La colusión es un término del ámbito legal que hace referencia a dos instituciones o personas que se ponen de acuerdo para perjudicar a un tercero. El psicoanalista suizo Jürgen Willi (nacido en 1945) introdujo el concepto para explicar el por qué estas parejas continuaban asistiendo a terapia a pesar de que no se producía ningún cambio en la relación. Lo peor de todo es que terminaban colocándose en contra del terapeuta. 

El amor es una construcción entre dos personas completas, generalmente diferentes la una de la otra, sexualmente, culturalmente, históricamente, etcétera. El enamoramiento es una mera casualidad, no tiene nada que ver con Cupido ni con el destino, podemos enamorarnos de cualquiera. La clave del amor no es que la pareja se guste, sino que sepan ambos construir un vínculo para la convivencia. Amar es aceptar al otro como un ser distinto de uno mismo. Las personas inmaduras pretenden cambiar a su pareja, hasta que se cansan y desencantan, luego no les queda más remedio que aceptar al otro o terminar la relación.

Las parejas colusionadas no pueden desprenderse de las expectativas infantiles con las que construyen su concepto de amor, están convencidas de que el amor los hará felices, pretenden con certeza que es su pareja la inepta de amarlos. Generalmente se asume una relación donde uno se coloca en la posición parental y el otro en la filial.

En algunos casos se genera dependencia en otros,  terror. Los primeros hacen referencia a una persona que se coloca en posición de desvalida y la otra asume una postura maternal, la base de la relación es el cuidado. En los segundos, uno funge de víctima y el otro de verdugo, el vínculo se fundamenta en la obediencia.

En ese espectro de relaciones colusionadas que van de la protección al castigo, existen otras que se basan en la admiración, la perfección y la seducción. Todas ellas enmarcadas en el infierno de la violencia y la tragedia.

¿Cómo salir de una relación tan enferma? Es muy difícil porque ninguno de los miembros de la pareja es consciente de su irracionalidad, dramáticamente quienes les rodean se dan cuenta del daño que se hacen. Sin embargo la pareja es incapaz de reconocer su lazo destructivo, están enceguecidos por sus ilusiones y el afán de cambiar al otro. La psicoterapia de pareja es una opción, acuden a ella generalmente por los problemas que han ocasionado en sus hijos, a mayor complejidad de la colusión más graves son los trastornos: anorexia, drogadicción, depresión, etcétera.

Es más factible darse cuenta de aquellas personas que buscan su complemento para colusionar, se las debe evitar antes de verse involucrados en juegos peligrosos. Se presentan con actitudes benefactoras, hábiles en el consuelo o en deslumbrar, sin conocerte rápidamente ofrecen la luna y las estrellas, al inicio de la relación manifiestan celos o arranques de violencia en su entorno. Pueden expresar altos niveles de pasión y ser excelentes amantes sexuales o producir con facilidad sentimientos de compasión. Tienden a pensar, sentir y decidir por el otro, no consultan, actúan y se enojan si lo que pensaron no es reconocido como fidedigno.

Cuando pretendes romper la relación, manifiestan un sinfín de recursos para no ser abandonados, muchos son maestros para culpabilizar. Definitivamente son personas manipuladoras. Harán de todo para absorberte, jamás estarán de acuerdo con tu mundo, lo descalificarán de todas las maneras posibles, quieren ser únicos o únicas. Incapaces de empatía impondrán lo que consideran que es bueno para ti. El enganche es la sensación de poder que producen, ya sea al admirarles o al sentirse muy protegida, a ello se suma la probabilidad del buen sexo.
¡Huye antes de involucrarte con alguien así!