lunes, 9 de noviembre de 2009

LAS ETAPAS DEL AMOR: EL REENCUENTRO

La lucha de poder se extenderá por toda la convivencia, sin embargo, los estilos de negociación exitosos serán utilizados cada vez que la pareja enfrente problemas. Cuando el estilo no sea eficaz, los cónyuges buscarán nuevas maneras de afrontar sus dificultades, por lo que la vida en común tenderá con más frecuencia a la estabilidad, por lo que la pareja tendrá tiempo para retomar su relación como amantes, a esta etapa la denominaré “el reencuentro”.
La función de padres también atenta contra la relación de amantes, obliga a cuidar a los hijos y confrontar diferencias de educación con la pareja. Al término de la adolescencia de los hijos, lo más probable es que la pareja tenga menos funciones parentales y disponga de más tiempo para retomar la historia amorosa.
Reencontrarse es volver a reconocerse en la vida del otro, ¿dónde nos quedamos?, terminó el paréntesis que impusieron el matrimonio y los hijos; también se aprendió a lidiar con las diferencias individuales y a negociar las desavenencias. Es tiempo de volver a mirarse a los ojos, de volverse a enamorar y de elaborar planes o quizás de comprender que no es posible continuar juntos.
El volverse a enamorar ocurre de forma diferente a como ocurrió en la juventud, ahora la pareja reconoce sus diferencias y las respeta, identifica los intereses y el sentido de realización. El amor emerge como actitudes racionales dirigidas a estimular el logro de metas de la persona amada. Es como darse cuenta del tiempo perdido en el afán utópico de hacer de dos uno solo y tratar de resarcir las renuncias personales que se hicieron para beneficiar al amor, a partir del apoyo para la realización de sueños independientes del vínculo amoroso. También surge la toma de conciencia de planes conjuntos postergados ya sea por la falta de recursos económicos o porque existían urgencias que debían ser atendidas.
La pareja se da cuenta que el tiempo ha pasado, por lo que se puede activar la nostalgia y la tristeza, como dicen los versos de Pablo Milanés:
El tiempo pasa
Nos vamos poniendo viejos
Yo el amor
No lo reflejo como ayer

En cada conversación
Cada beso cada abrazo
Se impone siempre un pedazo
De razón

Vamos viviendo
Viendo las horas
Que van pasando
Las viejas discusiones
Se van perdiendo
Entre las razones

Porque años atrás
Tomar tu mano
Robarte un beso
Sin forzar el momento
Hacía parte de una verdad

Porque el tiempo pasa
Nos vamos poniendo viejos
Yo el amor
No lo reflejo como ayer

En cada conversación
Cada beso cada abrazo
Se impone siempre un pedazo
De razón

A todo dices que sí
A nada digo que no
Para poder construir
Esta tremenda armonía
Que pone viejo los corazones

Porque el tiempo pasa
Nos vamos poniendo viejos
Yo el amor
No lo reflejo como ayer

En cada conversación
Cada beso cada abrazo
Se impone siempre un pedazo
De temor

Es tiempo para recordar y valorar lo construido. La pareja vuelve a mirar hacia la mirada del otro para volver a reconocerse, descubren que las expectativas afectivas infantiles no fueron satisfechas y que tampoco valieron la pena. Si existen nietos, la función de abuelos modifica las demandas que tuvieron como padres, puesto que también reconocen que el amor hacia los hijos entraña libertad.
Sin embargo, existen parejas que no son capaces del nuevo encuentro, ya sea porque se mantienen colusionadas o porque no supieron resolver los conflictos conyugales de por lo que aún continúan en la lucha de poder. Algunas son capaces de mantener triangulados a los hijos adultos y aún involucrar en sus juegos a los nietos.
Las familias “delegantes” utilizan a los abuelos para evadir la responsabilidad de crianza, y los abuelos asumen la función pseudoparental debido a la imposibilidad de reconocerse como pareja, perpetuando de esta manera los juegos conyugales.
Cuando la pareja es capaz de profundizar el reconocimiento mutuo: mirar al otro y mirarse a sí mismo, paulatinamente se descubren y al hacerlo dejan de mirarse para mirar hacia fuera de la relación. El amor se rebalsa, trasciende a sí mismo.
El amor que se trasciende promueve la acción conyugal dirigida hacia los demás, hacia el tercero desconocido. Por esto la “abuelidad” es un ejercicio de generosidad incondicional. El amor trascendido puede extenderse hacia los que necesitan, por lo cual la pareja empieza a forjar metas dirigidas hacia el bienestar social.
La sexualidad se devela serena y tierna, la fogosidad de la pasión incluye a la calma del amor. La fusión del deseo con el afecto amoroso promueve que la vejez no sea la enemiga encarnizada del erotismo sino su cómplice. El placer sexual está en relación con la intimidad y la comunicación antes que en la disminución de la libido. La pareja se involucra en el juego de caricias (con o sin coito) incrementando la calidad del encuentro sexual en vez de concentrarse en la intensidad y en la cantidad.
Los amantes se concentran en disfrutar de lo que construyeron: familia, espacios vitales, comodidades, etc. Continúan planeando actividades conjuntas al mismo tiempo que deben enfrentar la aparición de enfermedades y la proximidad de la muerte.

lunes, 28 de septiembre de 2009

LAS ETAPAS DEL AMOR: LUCHA DE PODER

Después del “desencanto” los amantes quedan pasmados al reconocer que desconocen a su pareja; las ideas del amor romántico producen crisis debido a que se espera un amor eterno e incondicional. Sin embargo, el despertar es abrupto y conlleva la confrontación de las diferencias.
Por lo general, la verificación de que se ha estado enamorado de un extraño ocurre durante el matrimonio, porque debido a la idealización del enamoramiento creemos que amamos cuando deseamos y pensamos que debemos casarnos en ese estado de alteración de la conciencia. Algunos matrimonios (los más apasionados) suelen confundir el desvanecimiento del deseo con el fracaso marital por lo que dan término muy temprano a la convivencia.
Si el letargo del deseo no se produce, es la función de esposos la que despierta a los ensoñados amantes. El matrimonio exige la supervivencia de la pareja, deben activarse las potencialidades de cada uno para compartir la comida y el techo, además de aprender a adaptarse a las costumbres del otro.
El dejar de mirarse a los ojos obliga a dirigirse hacia el entorno, si se sale de un vínculo simbiótico la colisión con la realidad cotidiana puede producir una crisis emocional devastadora, porque se presenta la soledad de forma intempestiva. La simbiosis se organiza alrededor del miedo al abandono, los amantes sacrificaron muchas cosas de sí mismos para encadenarse al otro; el renunciar a espacios personales vitales obligó a que cada uno se despoje de relaciones con otros sistemas ajenos a la relación, principalmente con la familia de origen y las amistades.
El desencanto en la simbiosis va acompañado de violencia por el afán de impedir la separación de los amantes y al no poseer recursos externos que puedan reducir las tensiones internas. Darse cuenta que el otro no es alguien que convenga para el desarrollo personal produce una intensa desazón que dirigirá las conductas hacia un solo fin: romper el vínculo. Si el otro aún se encuentra afianzado al pseudoamor, entonces los intentos de ruptura provocarán amenazas de violencia (suicidio, maltrato, asesinato, etc.) o directamente se pasará a las acciones que precipiten la culpa en la persona que intenta acabar la relación, de tal manera que atemorizado se mantenga afianzado a la insulsa relación.
Cuando la pareja está colusionada, es decir, que no puede ser capaz de intimidad ni de alejamiento debido a que ambos esperan que el otro satisfaga necesidades infantiles, los problemas cotidianos de la convivencia se convertirán en armas de lucha en vez de ser afrontados y resueltos. La permanente insatisfacción afectiva que se hace presa de los amantes, ocasiona una insoportable angustia que suele recubrirse de irracionalidad al manifestar la absurda búsqueda de culpables en vez de soluciones. Por ejemplo, el esposo abatido por los celos encontrará justificaciones para su delirio ante cualquier planteamiento de problema cotidiano, cualquier cosa le recordará el miedo que tiene de ser abandonado.
Tanto en la simbiosis como en la colusión la posibilidad de establecer contratos equitativos para la supervivencia quedan restringidos por las necesidades inmaduras de los cónyuges. Si a esta imposibilidad de negociación se agregan las funciones parentales y maternales, los hijos serán convocados a la batalla encarnizada, triangulándolos en un combate desleal que jamás tendrá ganadores.
El involucrar a los hijos en la lucha de poder de los amantes, conlleva a que los primeros tengan que sacrificar su vida para hacerse cargo del conflicto parental con la esperanza de que de esa manera puedan recuperar la protección y el cuidado que necesitan.
La lucha de poder en la colusión deriva en violencia conyugal o en la organización de sistemas familiares patológicos. La violencia se expresará como producto de la incapacidad para llenar los vacíos dejados por las carencias infantiles que se exigen sean satisfechos por el cónyuge. La única manera que se percibe para reducir la incertidumbre interna es congelar las conductas del otro, impidiendo su crecimiento, es como prohibirle a la oruga que se convierta en mariposa.
Se exige al otro que pague la deuda adquirida en la familia de origen. Al no conseguir los réditos esperados se convoca a un tercero para que se aliarlo en contra del cónyuge, produciéndose así la segunda consecuencia de la colusión: la organización de un sistema familiar patológico.
En la triangulación, los problemas de supervivencia conyugal son rezagados por los síntomas de los hijos. Por ejemplo, cuando la esposa espera que el marido sea con su hija aquello que ella no tuvo con su padre y el marido espera de su esposa sea con él la madre que no tuvo, ambos pueden triangular a la hija de tal manera que la madre exigirá al esposo que sea un padre abnegado, el esposo esperará que la hija se aparte de la relación que él desea tener con su esposa-madre; la hija se sentirá doblemente expulsada: una madre que la arroja hacia el padre y un padre que trata de sacarla del medio. La hija puede desarrollar un síntoma para congelar el juego de sus progenitores, la anorexia sería un excelente recurso, puesto que hace que ambos se preocupen por ella, al mismo tiempo que los castiga.
Cuando la pareja es funcional, se encuentra conformada por dos personas maduras, capaces de vivir el uno sin el otro, se han permitido realizar sus metas personales y cuentan con que el cónyuge legitimará su felicidad, la lucha de poder se presentará como un obstáculo que la pareja debe enfrentar para conseguir adaptarse a los problemas de la cotidianeidad.
La lucha de poder implica la confrontación de necesidades incompatibles, uno desea algo que el otro no, por lo tanto cada quien se esfuerza para imponer su deseo. Es difícil convivir con un extraño porque cada uno tiene distintas formas de vida. No se trata de aceptarlo todo sin reclamo alguno, se debe discutir y buscar soluciones. La pareja está obligada a negociar.
Entendemos por negociación a “la acción conjunta entre dos partes para beneficio potencial de cada una” (Ramírez, 2000). Para negociar se debe asumir que es la mejor opción para obtener un resultado mejor que si no se hubiese hecho ningún trato, en otras palabras: si no se negocia se pierde. La pareja debe ser una aliada para alcanzar algo mejor de lo que se tiene; para negociar es indispensable la cooperación, por tanto, ambos deben estar interesados en el resultado, al final de la negociación los participantes deben encontrarse satisfechos con el resultado.
La presencia del amor predispone a la negociación, puesto que amar es legitimar al otro, la principal virtud de la negociación –escuchar- está presente, facilitando el diálogo y la actitud generosa.
La lucha de poder insertada en el enamoramiento, difícilmente es concebida como una necesidad de adaptación. Los enamorados ignoran las diferencias, o bien las insertan como incordios sentimentales, tanto los problemas como las soluciones son consideradas como parte del quererse; por eso, ningún problema de adaptación es resuelto, al contrario, se mantienen, ya sea ignorándolos o planteándolos como pasajeros, esperando que la intensidad del amor produzca el milagro de las soluciones.
Cuando la presencia de un conflicto es insostenible desde las emociones erotizadas, se produce la colisión, esta experiencia produce un impacto catastrófico, despertando intempestivamente a la persona enamorada. Por lo general, la relación se rompe o se torna patológica.
Si la lucha de poder coincide con el desencanto, la pareja puede confundir la presencia de conflictos con la erradicación del amor. Muchas parejas suelen acudir a terapia en situaciones como la mencionada; uno o ambos cónyuges están convencidos de que la mejor solución es la separación, sin percatarse que es inevitable el afrontamiento de diferencias.
El ciclo vital personal y el familiar determinan el surgimiento de nuevas disyuntivas que fuerzan a al enfrentamiento de nuevas necesidades de adaptación, por lo cual una y otra vez se debe reanudar la emergencia de negociaciones.
Sager (1980) fue uno de los primeros en sugerir un sistema de evaluación e intervención en las áreas conflictivas de la convivencia conyugal. Este psicoterapeuta plantea la necesidad de trabajar en la elaboración de un “contrato matrimonial” que facilite la adaptación de los cónyuges. En mi experiencia clínica con parejas he visto que las áreas de mayor contienda en los matrimonios paceños que acudían a mi consultorio son las siguientes:
a) Familias de origen. Si la esposa y/o el esposo aún no se han desvinculado y/o emancipado de sus padres se manifiesta el conflicto conyugal debido a que se confunden las prioridades amorosas, por un lado la necesidad de mantenerse ligado a los padres y por otro, la organización de una propia familia. Haley (2006) plantea que no es posible un vínculo conyugal cuando uno o ambos cónyuges aún siguen “siendo hijos”. Es frecuente en nuestro medio que la pareja se case sin haberse aún emancipado, por lo que los procesos de emancipación y desvinculación suelen ocurrir después del matrimonio. Un motivo de desencanto es descubrir que el cónyuge se encuentra ligado a su familia de origen. Decidir a favor del matrimonio en vez de las relaciones con la familia de origen no es una tarea sencilla, debido a los mitos sociales sobre el “amor a la madre” y la “familia unida”.
b) Las amistades. Es un área de conflicto más frecuente para las esposas que para los esposos. Consecuencia de la ideología machista, los varones suelen mantener sus actividades juveniles con sus amigos, siéndoles difícil reconocer que el matrimonio exige que se renuncie a la vida de soltero. Las relaciones con los amigos se solapan con el consumo de alcohol y la posibilidad de entablar relaciones sexuales extramaritales. De ahí que la demanda oculta cuando la mujer exige al marido que reduzca el tiempo con sus amistades es la de evitar la posibilidad de infidelidad venérea.
c) Crianza de los hijos. Se manifiesta de dos maneras, la primera, cuando los hijos son más importantes que la relación conyugal y la segunda cuando no hay acuerdos en cuanto a las normas de la crianza. El primer caso es consecuencia del mito de la “madre abnegada”, ocasionando que la esposa sacrifique sus vínculos de pareja y sus funciones se restrinjan al cuidado y protección de los hijos; esto puede generar celos encubiertos en el marido, quien ante el distanciamiento de la esposa puede ingresar a una crisis emocional, la cual hace más probable el surgimiento de la “infidelidad venérea”. El segundo caso está relacionado con los mandatos familiares, poniendo en tela de juicio la validez de los valores de cada uno de los miembros de la pareja, los mismos que se manifiestan en actitudes relacionadas por ejemplo, en la elección de escuela, la ayuda en las tareas, etc.
d) Manejo del dinero. Los cambios en los roles de género han ocasionado la necesidad de establecer normas equitativas en la distribución y manejo del dinero. No existe una norma general que pueda satisfacer los estilos económicos de todos los matrimonios, cada uno de ellos establece una forma de organización económica. Algunos consideran que el dinero de la esposa y del esposo es un fondo común; otros distribuyen los pagos de los requisitos de mantenimiento del hogar y la educación de los hijos, dejando el resto a uso discrecional de cada uno de los cónyuges; en otros se define una bolsa para la familia y la pareja y el resto le pertenece a cada cónyuge; no falta el matrimonio tradicional que maneja la economía designando al marido como proveedor y a la esposa como administradora.
e) Hábitos. No son raros los matrimonios interculturales en Bolivia, por ejemplo que el esposo sea cruceño y la esposa paceña, o que uno de ellos provenga del campo y el otro de la ciudad. A mayor diferencia cultural existirán más dificultades en la conciliación de hábitos.
f) Sexualidad. Resulta sorprendente que en pleno siglo XXI aún existan parejas con problemas sexuales debido a la falta de información. La ignorancia sexual repercute en la vida erótica de la pareja, por ejemplo: maridos que consideran a sus esposas anorgásmicas cuando son ellos los que padecen de eyaculación precoz (Abal y Linares, 2005). La pareja confronta dificultades sexuales en relación a la frecuencia, los juegos previos, las posturas coitales, el uso de juguetes sexuales, uso de métodos anticonceptivos, realización de fantasías, etc.
g) Realización personal. En una sociedad que ha facilitado la realización de los varones en desmedro de la de las mujeres, es frecuente que se presenten crisis en los esposos cuando enfrentan la decisión de emancipación de sus esposas. La experiencia puede ser insoportable para el marido, acostumbrado al modelo de subyugación de la mujer, peor aún cuando debe enfrentarse con un mundo que está equilibrando los derechos sexuales. Lorente (2009) propone que el postmodernismo ha traído consigo un “postmachismo” que se traduce en las nuevas estrategias masculinas para que nada cambie en relación al dominio masculino.
La consecuencia infortunada de la incapacidad de negociación es el surgimiento de la violencia, tema que será abordado en otro capítulo. Sin embargo, vale la pena señalar que el proceso de confrontación de las diferencias conyugales produce inevitablemente sensaciones de enojo ante la frustración y la angustia, por lo que se hace indispensable que los miembros de la pareja tengan la capacidad de manejar la rabia para direccionarla hacia la asertividad, es decir que sean capaces de reclamar por sus derechos sin necesidad de herir al otro.
Los conflictos pueden resolverse, postergarse, o empeorarse. Es evidente que la primera opción es la mejor, pero no siempre los impases pueden ser superados debido a diversos factores, entre ellos: la disponibilidad de recursos y la temporalidad. Algunas parejas prefieren la “procrastinación” -neologismo para referirnos a la postergación de las soluciones-, se niega el problema o se atiende otras situaciones evitando la confrontación del conflicto manteniéndolo incólume hasta que explote, destruyendo la relación o generando otros problemas a su alrededor. Finalmente, la pareja puede empeorar la situación cuando la solución se convierte en problema (Watzlawick, Weakland y Fish, 1986).
La lucha de poder se presentará durante toda la vida conyugal, sin embargo, si la pareja ha sido capaz en el pasado de resolver sus conflictos, recurrirá a los estilos de negociación y afrontamiento de problemas que fueron efectivos. Aquellas parejas que se mantuvieron juntas a pesar de los conflictos irresueltos, ante nuevas dificultades utilizarán con mayor probabilidad las mismas alternativas equivocadas del pasado. Otras no podrán soportar la tensión ocasionada por la confrontación y preferirán abandonar el campo de batalla a través de la separación o el divorcio.
La lucha de poder conyugal muestra que la idea romántica del amor eterno crisol de la paz y la felicidad está muy lejana de la realidad, puesto que es imposible que dos personas extrañas no tengan que poner en tela de juicio sus diferencias. La pelea es un ingrediente de la vida en pareja, pero también lo es el placer que produce el alcanzar un acuerdo que satisface a los dos compañeros, quienes al percatarse de su capacidad de conciliación, no pueden hacer otra cosa que intensificar su amor.





Referencias
Abal, Y., Linares, E. (2005) Trastorno orgásmico femenino. En: Psiquiatría Noticias. Vol. 7 No 3.
Haley, J. 1989 Trastornos de la emancipación juvenil y terapia familiar. Buenos Aires: Amorrortu
Lorente, M. (2009) Los nuevos hombres nuevos. Barcelona: Planeta
Ramírez, J.S. (2000) Negociar es bailar. La Paz: Santillana
Sager,C. 1980 Contrato matrimonial y terapia de pareja. Bs.Aires: Amorrortu.
Watzlawick, P., Weakland, J., Fisch, R. (1986) Cambio. Barcelona: Herder.

jueves, 23 de julio de 2009

LAS ETAPAS DEL AMOR: LA SIMBIOSIS

“Simbiosis” es un término de la biología, usado para referirse a la unión entre dos o más especies distintas para facilitar la supervivencia; por ejemplo, la anémona de mar y el cangrejo ermitaño: la primera ofrece protección debido a sus tentáculos venenosos y el segundo movilidad.

La idea romántica del amor favorece el establecimiento de esta etapa como si se tratara de la meta que toda relación de pareja debería alcanzar. Dicha idea se patentiza en la concepción del amor como el encuentro entre dos medias naranjas.

Quizás la metáfora sea una pobre emulación del mito del andrógino relatado en “El Banquete” de Platón. Aristófanes cuenta que al inicio de los tiempos existían tres sexos: los varones, las mujeres y los andróginos. Estos últimos eran redondos, tenían cuatro brazos y cuatro piernas, dos rostros y los genitales masculinos estaban junto a los femeninos por lo que no procreaban como el resto de los mamíferos, sino que derramaban sus semillas en el suelo. Los andróginos eran arrogantes e intentaron subir al cielo para enfrentar a los dioses. Ante la afrenta Zeus decidió partirlos por la mitad. Apolo se compadeció de los pobres mutilados y curó sus heridas. Desde aquellos tiempos el Amor intenta unir las partes separadas, de tal manera que cuando se encuentran se funden para toda la vida haciendo que dos se conviertan en uno indivisible .

En el último episodio de la séptima temporada de la serie Seinfeld, Jerry le comenta a su amigo Cosmo que encontró a su media naranja. Cosmo lo duda, por lo que Jerry le explica que la chica que conoció tenía exactamente sus mismos intereses, entonces el desgarbado amigo le dice: “¡te enamoraste de ti mismo!”

Ir al encuentro de nuestra media naranja es buscarnos a nosotros mismos en el otro, y si el otro no es como queremos vernos, lo debemos convertir en lo más parecido a nosotros. Se trata de personas que no escarmentaron con la desafortunada muerte de Narciso, aquel vanidoso que se lanzó al agua en el afán de amarse a sí mismo.

¡Por supuesto que existen personas que encontraron su símil! Esas parejas excepcionales justifican el mito del andrógino y echan por tierra el suicidio de Narciso. Pero son excepciones, no la regla. La mayoría de las personas se vincula amorosamente con un desconocido. Durante la etapa de la conquista se puede recurrir a la seducción a través de la sugerencia de similitud, pero será recién en la convivencia cuando los cónyuges descubran sus diferencias y aprendan a negociarlas, a la par que compartirán actividades comunes y construirán nuevos espacios de relación. Nadie sabe de quien realmente se está enamorando hasta que se desencanta.

La simbiosis amorosa se produce entre dos personas inmaduras. La inmadurez la defino como la incapacidad de valerse por sí mismo, desvincularse de la familia de origen y asumir responsabilidades sociales. Gikovate asocia la simbiosis al encuentro de dos seres incompletos, el amor en cambio, sólo es posible entre dos personas completas.

No es posible una relación amorosa cuando no tienen nada propio que entregarse el uno al otro, el juego del amor obliga a la reciprocidad, por lo que se hace indispensable el dar y recibir desde la pertenencia. Un amante adolescente depende de sus padres, no ha definido el sentido de su vida, en sí no tiene nada suyo a no ser su cuerpo. El vínculo entre dos adolescentes no es amoroso, es erótico. O en términos de Sternberg , sólo puede ser “encaprichamiento” [pasión] o “romántico” [pasión + intimidad]; pero no puede establecerse un amor pleno, porque no existe la posibilidad del compromiso. Por esas razones es que la simbiosis es una etapa típica de los romances juveniles, aunque no su exclusividad, porque puede ocurrir en cualquier momento de la vida.

La simbiosis se refiere al establecimiento de un vínculo de pareja interdependiente: el uno creo que no puede ser sin el otro. Caillé plantea que la suma en el amor es de 1 + 1 = 3, significando que una persona va al encuentro de otra y entre ambos construyen una nueva entidad denominada “nosotros”. En cambio, en la simbiosis lo que se da es: 1 + 1= 1, en el sentido de que una persona se aferra a la otra y la otra hace lo mismo.

Las frases que identifican a esta etapa entre otras, son las siguientes: “Sin ti no vivo”. “Te necesito”. “Nunca cambies”. “Jamás me dejes”. “Somos el uno para el otro”, etcétera.

La pareja evita reconocer al otro como es, impone la imagen que se ha construido de la persona y no permite que haya ninguna incongruencia. El otro en su afán de complacer para mantener la unidad se niega a sí mismo y se ajusta a las exigencias especulares del otro. Ambos se entregan a un juego de espejos infinitos hasta perderse a sí mismos.

La simbiosis es el producto emergente de un sistema cerrado : nada entra ni nada sale. Se niega la individualidad, se restringe la libertad. Nada puede ser más importante que el otro, nada que no involucre a la pareja es permitido. El fundamento de la ligazón es el sacrificio y por la regla de la reciprocidad , si uno renuncia a algo el otro también debe hacerlo. La pareja se aísla del mundo exterior, se constriñe y la diferenciación se hace imposible.

Cada uno está hipnotizado por el otro: “A menudo, los cónyuges se sienten individualmente atrapados en un diálogo vertiginoso en el que se profieren palabras dolorosas e hirientes y se estimulan estados de conciencia hipnóticos”. La pareja no puede salir del trance porque el hipnotizador también lo está. Se niega el dolor, se anulan las pérdidas, cada uno ha entregado la totalidad de su vida al otro y nada propio les queda.

La atadura es imposible de cortar, cualquier intento conlleva a enfrentar la soledad en el mundo exterior, por lo tanto es mejor retornar al juego interminable. Cualquier intento por abandonarlo es descalificado por el otro, el terror al abandono se inserta ferozmente en el corazón de los amantes, dispuestos a cualquier cosa por mantener al otro. Ninguno de los dos puede autorrealizarse porque todo debe estar dispuesto hacia el mantenimiento del vínculo.

El aislamiento ocasiona que no sea factible el ingreso de incertidumbre externa, porque lo de afuera no importa. Pero al cerrarse, el más mínimo desequilibrio interno produce conflicto, es por eso imprescindible la búsqueda interminable de la estabilidad perpetua. La consecuencia es que la relación erótica tarde o temprano dará lugar a una relación violenta.

Tipos de simbiosis

Existen dos tipos de simbiosis: simétrica y complementaria . La simbiosis simétrica ocurre cuando ambos miembros de la pareja intentan igualar su conducta recíproca: si uno da el otro debe devolver en la misma proporción y así sucesivamente generando progresiones simétricas. La simetría puede ser positiva cuando la entrega es beneficiosa para el otro, como en el caso de las caricias; es negativa cuando la donación es perjudicial, como ocurre con los golpes e insultos. A una caricia el otro responde con otra caricia, a un golpe el otro responde con otro golpe. Como no existen posibilidades de enriquecer el repertorio porque no hay salida del sistema, se oscila entre la simetría positiva y la negativa. Para continuar el juego los amantes deben provocar situaciones que permitan su continuidad. Es lo que pasa en el círculo de la violencia: maltrato, arrepentimiento, promesa de reparación, éxtasis, nuevo maltrato .

En la simbiosis complementaria, uno domina y el otro es dominado, es una relación de un padre o madre hacia un hijo o hija. Uno sabe, el otro es ignorante; uno protege el otro es indefenso. La dependencia es de ambos, no puede existir el mandón sin la persona obediente. Para mantener el juego los amantes boicotean la posibilidad del cambio, cuando el que cumple el papel de dominado alcanza las exigencias del dominante, cualquiera de los dos busca una alternativa para continuar en el mismo estado de poder, ¡el cambio no es suficiente! También puede darse que intercambien los roles, el dominante se hace dominado y viceversa.

Los extremos patológicos de la simbiosis son el asesinato y el suicidio. El “asesinato pasional” ocurre en parejas simbióticas cuando uno de los amantes no tolera el desencanto, cuando el otro sale del trance hipnótico y quiere terminar la relación. También uno de los miembros de la pareja puede matar al otro cuando se ha quebrantado alguna de las reglas establecidas en la relación.

El suicidio puede ser de dos maneras, como un recurso de manipulación o como una salida ante la desesperación. Cuando uno de los dos decide salir de la simbiosis, el otro puede amenazar con suicidarse y ejecutar la amenaza ante el “abandono”. La otra opción se da cuando la persona se siente desamparada, engañada o abandonada por el otro, la sensación de soledad, el reconocer que se ha obsequiado la vida a alguien que no la merecía y la vergüenza hacia los que dijeron que la relación no valía la pena y no se les escuchó se hacen insoportables, por lo que la muerte se presenta como la mejor opción.

Etiología de la simbiosis

a) Quienes provienen de familias hiperprotectoras . Una familia hiperprotectora es aquella en la que los adultos sustituyen continuamente a los hijos, hacen su vida más fácil, intentan eliminar todas las dificultades, llegando a hacer las cosas en su lugar. Se ha configurado un apego inseguro ansioso del tipo ambivalente , el niño/la niña han sido incapaces de desarrollar una afectividad segura, han sido asfixiados por sus cuidadores, no saben si los quieren cerca o lejos. En su desarrollo los cuidadores han sido incapaces de abandonar la idea de que son niños. La desvinculación es imposible, los hijos jamás podrán valerse por sí mismos La simbiosis se produce cuando encuentra una persona que lo reconoce como alguien que puede proteger. Se trata de un pseudo adulto porque ha construido una imagen de sí mismo a partir de la idealización de la madurez, es alguien que se presenta como un sabelotodo sin haber tenido experiencia con la vida.

b) Quienes provienen de familias sacrificantes . Las familias sacrificantes se caracterizan por partir del principio según el cual para ser aceptado por el otro es necesario sacrificarse. Como resultado se produce la insatisfacción de los deseos personales y la continua condescendencia con las necesidades de los demás. Los hijos se han criado en un sistema afectivo de apego inseguro por evitación, han sido castigados cuando se atrevían a darse algún placer. El mandato familiar es que los padres se sacrifican por los hijos y éstos deberán hacerlo por sus padres. Es inaceptable la desvinculación de los hijos porque deben cuidar de sus padres. La simbiosis ocurre cuando la persona encuentra alguien que le ofrece la oportunidad de cambiar de objeto de sacrificio: en vez de sacrificarse por sus padres deberá sacrificarse por ella. Se configura una relación afectiva “sado-masoquista” porque para mantenerse juntos será necesaria la presencia del sufrimiento, uno se presentará como sanador y el otro como sufriente.

c) Quienes pertenecen a una familia autoritaria. Una familia autoritaria se caracteriza porque los padres esperan que los hijos sean obedientes, para lograr tal fin se recurre al castigo y al maltrato . Los hijos crecen en un ambiente hostil que les produce miedo y desconfianza, con el tiempo el temor se convierte en furia contenida y necesidad de venganza. La afectividad ha sido formada en un estilo de apego inseguro por evitación, de ahí la necesidad de evitar la intimidad y fomentar la pasión desenfrenada que se patentiza en la violencia por la necesidad imperiosa de posesión. La desvinculación es aparente porque es difícil abandonar el resentimiento. Estas personas se hacen simbióticas con alguien que les permita alimentar la sensación de dominio y que posibilite la proyección de la venganza.

d) Quienes han sido desplazados. Aquellas personas que sufrieron el desplazamiento afectivo de sus padres hacia un/una hermano/hermana o el advenimiento intempestivo de una enfermedad crónica en alguno de los miembros de la familia, buscarán compensar su carencia con alguien que esté dispuesto a devolverles la atención y el cariño perdidos.

e) Quienes han sufrido una pérdida irreparable. Tanto en el caso del duelo no resuelto , como en la pérdida ambigua , la persona que no encuentra en su familia los recursos para terminar el duelo o afrontar la ambivalencia ante una pérdida inminente, pueden establecer una relación simbiótica con alguien dispuesto al consuelo y a devolverle la esperanza.

f) Quienes no han tenido experiencias amorosas previas. Personas que no experimentaron las fases del amor y tampoco sufrieron pérdidas amorosas, cuando son presas del enamoramiento pueden fácilmente caer en la creencia de que encontraron al amor verdadero y alentar la atadura simbiótica.

Evolución de la simbiosis

a) El enamoramiento. Dos extraños se sienten atraídos sexualmente, luego ambos se involucran en un juego amoroso altamente erotizado. La inhibición del impulso sexual ocasiona estados alterados de la conciencia que fomentan la idea de estar frente a algún designio misterioso. El enamoramiento fugaz como empezó se desvanece, dando lugar al despertar y reconocer con quién la persona se involucró.

b) La simbiosis “normal”
En los primeros amores juveniles es común el establecimiento de una etapa simbiótica caracterizada por la exacerbación de las pasiones. La relación de pareja se centra en la sexualidad hasta que surge la necesidad de diferenciarse del otro. Uno o ambos amantes reconocen que el vínculo los está privando del crecimiento personal por lo que van espaciando los encuentros o rompen abruptamente la relación. Una vez propiciado el distanciamiento recién pueden contemplar las ventajas y desventajas de su relación para decidir si la continúan o la detienen.

c) Imposibilidad de aceptar el desencanto. Una vez que disminuye el deseo sexual, la pareja necesita reconocerse y evaluar la compatibilidad. Las relaciones amorosas normales pasan del enamoramiento al desencanto sin estancarse. Las parejas simbióticas evitan afrontar la diferencia entre la imagen ideal y la real , por lo que mantienen la idealización de la relación. Ante las muestras de que lo real difiere de lo ideal surgen los recursos de resistencia al cambio.

d) Mantenimiento de la simbiosis. Para evitar el cambio, la pareja se ve obligada a aislarse y a proponer juegos simétricos o complementarios infinitos. Se plantean reglas absurdas para evitar el encuentro basadas en la siguiente proposición: “evita que cambie y yo haré lo mismo contigo”. El resultado es una relación posesiva, el otro es un objeto que se debe preservar.

c) Celos. La necesidad de evitar el desprendimiento del otro conlleva a la producción de delirios celotípicos y conductas de control asumidas como reglas indispensables para mantener el “amor”. Cualquiera de afuera de vuelve una amenaza para la relación por lo que el cimiento del vínculo debe ser la “sinceridad” y la “fidelidad” absolutas. El contenido de la comunicación es la revisión de las reglas y la competencia sobre cual de los dos es más fiel y más sincero. Los celos son miedos al abandono y a ser reemplazado por otro, reflejan las características del apego inseguro de la infancia.

d) Violencia. Como es imposible la certeza, más aún la referida a los sentimientos del otro, las pruebas del amor son insuficientes para esclarecer la lealtad del amante. Las exigencias se incrementan, las reglas se hacen más rígidas, el mundo debe reducirse cada vez más para que sólo el uno sea el satisfactor del otro. La consecuencia es la transgresión de las normas porque el límite entre lo permitido y lo prohibido se ha ido haciendo más estrecho. Ante la contravención emana la desesperación y ésta activa la violencia como último recurso para mantener el sistema estable. La violencia se convertirá así en el problema que la pareja debe resolver sin darse cuenta que está llenando el vacío producido por la falta de individualidad.

e) El círculo vicioso de la violencia. Madanés escribió: “Cuanto más intenso es el amor, más cerca está de la violencia, en el sentido de posesión intrusiva” . El maltrato conlleva al arrepentimiento en el abusador y en la pareja simbiótica a la negación del dolor a través de dos posibles racionalizaciones: “me lo merezco” y/o “va a cambiar”. El asumir la responsabilidad por la maldad del otro y el alentar esperanzas de cambio evitan que sea posible reconocer que nadie tiene derecho de lastimarnos. Puede ocurrir también que los actos de violencia saquen del trance a la persona maltratada y que ésta intente romper el vínculo, pero al intentarlo se incrementa la agresión del otro por lo que la persona lastimada se mantiene en la relación por el miedo. Después del arrepentimiento se produce la promesa del “nunca más” y la reconciliación generalmente expresada de manera sexual. Cualquiera haya sido el problema que la violencia intentó resolver, éste no ha desaparecido, por lo que volverá a manifestarse la conducta opresora.

f) El matrimonio como solución. Algunas parejas simbióticas deciden casarse como consecuencia de dos posibilidades: la primera, confunden su estado simbiótico con el verdadero amor o la segunda, ven en el matrimonio la esperanza de salir del círculo vicioso.

g) La colusión. Si la pareja simbiótica empieza a convivir, enfrentan inicialmente los problemas de adaptación frecuentes en la primera etapa del matrimonio, esto puede distraer durante un tiempo el estado de interdependencia, pero más tarde volverán a surgir los impasses producidos por la atadura. El matrimonio añade el compromiso lo que dificulta aún más la posibilidad de diferenciación entre los miembros de la pareja. Ambos esperan ver satisfechas sus necesidades infantiles con más ahínco que antes porque cumplieron el sueño de estar juntos para siempre . No podrán estar juntos ni separados. Algunas parejas verán en el divorcio la solución, pero éste se convertirá en una manera más de mantenerlos unidos.

h) La triangulación. La simbiosis sólo puede mantenerse si se introduce un tercero. Es así que el nacimiento de un hijo permite a los cónyuges asumir un nuevo rol: padres. Tarde o temprano, sin embargo volverá la angustia y se peleará para que el hijo se vuelva aliado de uno en contra del otro o para protegerse del otro

Saliendo de una relación simbiótica

Por supuesto que sería mejor no involucrarse en una relación de interdependencia, pero como afirmó Wittgenstein: “quien está intranquilo por amor obtendrá poca ayuda de una explicación hipotética. Esto no lo tranquilizará.” El enamoramiento produce locura y estrechez mental, no puede ser que algo que se siente tan intenso sea una equivocación.

Es posible plantear el antídoto: madurez. Preguntarse, por ejemplo, ¿qué tengo que sea mío para ofrecerle al otro?, ¿he realizado mis sueños para compartirlos con esta persona? Queda claro que el amor sólo puede construirse cuando los amantes se han desvinculado de sus familias de origen y que además pueden valerse por sí mismos. ¡Esas personas difícilmente aceptarán una relación asfixiante!

Pero si uno se encuentra dentro del juego de la simbiosis, ¿qué puede hacer? El pato se da cuenta que no es pez cuando necesita tomar aire. Así la persona simbiótica tendrá momentos en que necesite salir de la relación, cuando lo haga debe analizar su vida personal y cuánto le está costando renunciar a ella. ¿Vale la pena? ¿El amante tiene derecho a arrebatarle la vida?

Quien me ama me respeta y me alienta para que me realice, me apoya pero no me obliga. Me invita a conocer su camino pero no me fuerza a caminar con él. Deja que mis metas sean distintas a las suyas. Se alegra con mis cambios, se entusiasma con volverme a conocer. No tenemos miedo que la relación termine porque sabemos que puede ocurrir, por eso aprovechamos el estar juntos concientes de la posibilidad del adiós.

Mientras más pronto la persona sea capaz de distanciarse más probabilidades tendrá de sobrevivir. No se debe esperar a que ocurran actos violentos, pero si ocurren es señal suficiente de que el otro no está dispuesto a amar, porque amor es legitimar al otro como es y no intentar cambiarlo.

Si los intentos personales para salir de la simbiosis han fracasado y el individuo se da cuenta que la relación está enferma, puede ayudar el buscar un terapeuta experimentado en el manejo de parejas. Lo óptimo es iniciar una terapia conyugal, pero si no es posible, la persona desencantada podría comenzar una terapia individual.

sábado, 18 de julio de 2009

AMOR Y SEXUALIDAD EN EL CLIMATERIO FEMENINO

Se debe entender como menopausia al cese de la mensturación, mientras que al climaterio como el proceso a largo plazo que incluye a la menopausia e involucra el declive gradual de la producción de estrógenos y con ello la pérdida reproductora (Rathus, Nevid y Fichner-Rathus, 2005).

La menopausia corresponde a la última menstruación identificándose una vez que han transcurrido doce meses de amenorrea (Prior 1998). Ocurre alrededor de los 48 a 51 años (Lozano, Radón y otros 2008). Sin embargo, en regiones altas se presenta a edad más temprana, aunque la sintomatología es similar (Gonzales y Carrillo 1994).

En la lengua aymara se dice wila chhaqxaña para referirse a la menopausia, literalmente significa “perderse ya la sangre”, se trata de una etapa en la vida femenina que ocurre a los cincuenta años (Arnold, Yapita y Tito 1999). La mayoría de las investigaciones antropológicas acerca del desarrollo humano en la cultura aymara eluden el análisis del climaterio (v.g. Carter y Mamani 1989; Isbell 1997). Considerando que la maternidad es la cualidad más importante para la definición de la mujer en la cultura andina (Valderrama, R., Escalante, C. 1997; Crognier, Villena y Vargas, 2001 y 2002) es factible que la experiencia menopáusica sea difícil de asimilar en las mujeres aymaras.
Mori y Decuop (2004) indican que los estudios sobre la menopausia se extendieron a partir de un artículo escrito por Robert Wilson en 1966 acerca de la disminución estrogénica y su influencia en el estado de ánimo. El advenimiento de la tecnología farmacéutica ha mitificado la menopausia debido al gran negocio que significa la venta de hormonas estabilizantes (Buchanan, Villagran y Ragan 2001). Las primeras objeciones a la configuración de la menopausia como una “enfermedad” provinieron de la feminista Greer (1971), puesto que un evento natural es enfocado como si se tratara de una “anormalidad” que amerita intervención médica (Vanwesenbeeck, Vennix, Van de Wiel, 2001)

Durante el climaterio la disminución de estrógenos es concomitante a la manifestación de calores, insomnio y disminución del deseo sexual (López, Gutierrez, Quiróz, Malacara y Pérez, 2006; Hunter, Battersby, Whithehead, 2008). También durante esta etapa se incrementa el riesgo de afecciones neurológicas, como ser: apoplejía, epilepsia, enfermedad de Parkinson y demencia de Alzheimer (Henderson, 2007; Henderson, 2009).

Sin embargo no existe coincidencia en los estudios que refieren la expresión de síntomas psicológicos: ansiedad, mayor vulnerabilidad al estrés, miedo, depresión, irritabilidad, angustia y sentimientos de soledad (García, Muñoz, Ross y Salazar 1982; Gutierrez, Urrutia y Cabieses, 2006).

Ibarra, y sus colaboradores (2001) consideran que la depresión no necesariamente es resultante de los cambios hormonales, sino que la mujer durante el climaterio está enfrentando cambios vitales importantes como la emancipación de los hijos, crisis laborales y maritales. Illanes (2002) y Jokinen (2003) afirman que los cambios psicológicos no se pueden atribuir exclusivamente a la alteración serotoninérgica resultante de la disminución de estrógenos. Este punto de vista fue planteado en los primeros estudios acerca del tema (v.g. Neugarten 1965) donde se apreciaba que la preocupación sobre las consecuencias de la menopausia eran más inquietantes que los síntomas fisicos.

Sarmiento y Gutierrez (2002) concluyen enfáticamente que los síntomas psicológicos durante el climaterio dependen de la actitud que la mujer tenga hacia la menopausia; estos investigadores identifican que los factores influyentes son: la experiencia menstrual, la feminidad y los rasgos de personalidad. Elavsky y Mc Auley (2007) confirman la importancia de los factores psicosociales en la manifestación o no de la depresión menopáusica Por su parte Holte y Mikkelsen (1991) plantearon que la experiencia menopáusica será negativa en las mujeres que durante la premenopausia hayan enfrentado acontecimientos vitales estresantes: muerte de los padres, viudez, enfermedad crónica e inactividad profesional.

Casas, Caulo y Couto (2003) consideran que los sudores nocturnos se asocian con el insomnio, lo que deriva en fatiga e irritabilidad, sin embargo, la dinámica familiar, las relaciones interpersonales y la satisfacción laboral son más importantes para el desarrollo de la depresión. En el estudio que llevaron a cabo en Santiago de Cuba, constataron que sólo el 41% de las mujeres climatéricas con nivel educativo superior manifestaban sentirse deprimidas. También encontraron que a mayor apoyo familiar son menos los síntomas psicológicos.

Ojeda y Bland (2006) observaron que las mujeres menopáusicas que tienen mayores probabilidades de desarrollar trastornos psicológicos son aquellas que presentan trastornos de personalidad.

Además de las crisis vitales y los trastornos de personalidad, otro factor que influye en la expresión de alteraciones del humor y el comportamiento es la falta de conocimiento acerca del climaterio. Fernández, Ojeda, Padilla y De la Cruz (2007) observaron en una muestra mexicana de 4162 mujeres entre los 45 a 59 años que el 87% de ellas poseían poco conocimiento.

Bromberger y su equipo de investigación (2005) observaron que la irritabilidad, la ansiedad y la tristeza no es un fenómeno universal, sino que se relativiza con la cultura. Sommer, Avis, Meyer y otros (1999) establecieron que las mujeres africanas tienen mejor actitud hacia la menopausia que las asiáticas. Im (2005) encuentra que los calores, dolores de cabeza y aumento de peso eran los únicos síntomas comunes en cinco grupos de mujeres de distinta raíz étnica.

Jimenez y Marván (2005) en México y Mori y Decuop (2004) en Canadá establecen que las mujeres que trabajan tienen menos probabilidades de desarrollar síntomas psicológicos durante el climaterio en relación a las mujeres que no lo hacen.

En definitiva, es posible afirmar que la reivindicación femenina ha modificado el mito del climaterio (Ciornai 1999). Se plantea que ha sido la medicina la responsable de generar la imagen negativa de la mujer menopáusica (Buchanan, Villagran, Ragan, 2002), un ejemplo de ello es que últimamente existe una sobrevaloración de la delgadez femenina lo que conlleva al deterioro de la autoimagen en las mujeres menopáusicas (Filip y otros 2000).

La mayoría de los investigadores coincide en señalar que durante el climaterio se produce una reducción del deseo sexual. Kopera (1992) señaló la relación entre la disminución de estrógenos y las alteraciones del deseo sexual durante el climaterio. Nappi y colaboradores (2007) plantearon que uno de los factores que ocasiona la disminución del deseo es el dolor producido durante el coito (dispareunia) y las caricias clitorídeas debido a que se produce una alteración en la irrigación del clítoris­. Natoin, McClusky y Leranth (1998) señalan que las alteraciones en la sexualidad menopáusica se deben fundamentalmente a la alteración de las sensaciones vibratorias del clítoris y la vagina.

Las alteraciones del deseo en el climaterio se producen debido a la disminución de la testosterona, hormona esencialmente masculina que se hace indispensable para que se inicie la respuesta sexual femenina (Rako 1996). Sin embargo, Castelo-Branco (2003) señala que más de la mitad de las mujeres menopáusicas de la muestra de su investigación manifiestan además de la disminución del deseo, trastornos en la excitación, dispareunia y trastorno del orgasmo. Ibarra y colaboradores (2001) plantean que el 67% de las mujeres de su estudio expresan rechazo hacia las relaciones sexuales con sus parejas, siendo que el 89% de ellas tiene disminuido el deseo y 96% padecen de anaorgasmia.

Sin embargo, otras investigaciones contradicen la universalidad de la presencia de disfunciones sexuales durante el climaterio, por ejemplo, Stanford y colaboradores (1987) hallaron que el 72% de las mujeres percibieron cambios en el interés sexual en los años cercanos a la menopausia; en el 48% de los casos la alteración fue disminución del interés sexual, en cambio 23% notaron un aumento del deseo y 20% de las mujeres encuestadas no notaron modificaciones.

En otro estudio llevado a cabo en 2001 mujeres australianas con edades comprendidas entre 45 y 55 años se determinó que la mayoría de las mujeres de la muestra (62%) no informó sobre cambios en su interés sexual, mientras el 31% reportó un decremento (Dennerstein, Smith y Burger 1994). En Dinamarca, se observó que de 474 mujeres nacidas en 1936, entrevistadas a los 40, 45 y 51 años, el 70% no había experimentado cambio en su deseo sexual durante el climaterio. Fue interesante ver que la modificación en el deseo sexual en las mujeres de 51 años no se produjo con la menopausia. La conclusión a la que llegan estos investigadores es que las alteraciones de la respuesta sexual son producto de la interpretación que la mujer le da a su experiencia menopáusica.

Otro tema de investigación se ha referido a la actividad sexual durante el climaterio, por ejemplo el Instituto Vasco de la Mujer (1993) señala que 42% de las mujeres de 50 años son inactivas sexuales, incrementándose el porcentaje a 73% a partir de los 60; en contraste, el 7% de los varones son inactivos sexuales a los 50 años y el 24% a partir de los 60. En Arizona se encuestaron a 2109 mujeres de 40 a 60 años de edad, encontrándose que el 60% se mantienen activas sexualmente. Además los investigadores observaron que la satisfacción sexual se relaciona con el contexto cultural, por ejemplo, las mujeres afroamericanas del estudio manifestaron que se sentían más satisfechas sexualmente en comparación a las de origen americano; la presencia de disfunciones sexuales fue más frecuente en las mujeres que no poseían título universitario (Addis y otros 2006). En Santiago de Chile un estudio realizado en una muestra compuesta por 1204 mujeres entre 44 a 64 años mostró que el 64% de ellas tenía actividad sexual (Aedo y otros 2006).

A partir de los estudios señalados, se puede apreciar que la actividad sexual femenina durante el climaterio no necesariamente disminuye, depende de las características socioculturales del grupo al que se dirige el estudio.

El climaterio es una etapa de la vida femenina que produce una crisis en la identidad de la mujer. Sin embargo, la crisis puede ser interpretada como una oportunidad o como un peligro, tal como se sugiere en el ideograma chino para la palabra.

La tendencia desde la década de los sesenta ha sido presentar a la menopausia como una anormalidad, de tal manera que se ha generado un negocio médico a partir de la mitificación de la menopausia. Por ejemplo, en 1994 se calculaba que 45000 mujeres estadounidenses estaban recibiendo sustitución hormonal, la misma cifra de histerectomías se llevaron a cabo en Australia, siendo que el 90% de las cirugías eran innecesarias (En: Aldana, 2008).

Cuando cesa la menstruación la mujer se pregunta: “¿qué está pasando conmigo? ¿Qué enfrentaré? ¿Quién soy ahora?” Las respuestas a esas preguntas pueden tener un mayor impacto que el cambio hormonal. Su vida amorosa se puede afectar en función al tipo de amor que haya construido con su pareja.

En el caso de los esposos maltratadores, la conyugalidad puede deteriorarse debido a la presencia de creencias que desvaloricen la identidad de la mujer, puesto que ella se habrá mantenido al lado del marido gracias a la presencia de hijos que la necesitaban. “Por ustedes he tenido que aguantar a su padre”, es la expresión que sintetiza la situación de la mujer maltratada. Cuando enfrenta la posibilidad de que los hijos se vayan de casa, no le queda más remedio que dirigir la mirada hacia su marido. Tiene tres opciones: primera, impedir que los hijos se vayan de casa; segunda, romper el matrimonio; tercera, sumergirse en la depresión.

La mujer que ha construido su identidad a partir del servicio al marido, vivirá la menopausia sin grandes cambios, ella ya anuló el placer y toda posibilidad de realización personal. El sentido de su vida ha sido hacer feliz al esposo, los hijos se constituyeron en trofeos obtenidos en la victoria contra las adversidades que se presentaban para frenar la realización de las expectativas del esposo sobre los hijos. La frase “he dejado mi vida por ti” resume el sentir de este tipo de mujeres. Renunciaron y soportaron todo, esperan una recompensa divina por lo que generalmente se introducen de lleno en supersticiones religiosas cuando la realidad les muestra que fracasaron.
La mujer que se quedó soltera porque asumió la responsabilidad de “cuidar” a sus padres, al enfrentar la menopausia reconocerá que su vida la ha regalado a otros y que el tiempo que le queda es muy corto para apropiarse de ella; además, es probable que sus progenitores mueran, por lo que experimentará un profundo vacío que le será muy difícil llenar.

Aquella que hizo del sentido de su vida el ser madre, cuando llega a la menopausia debe asimilar que no podrá traer nuevos hijos al mundo y contemplar cómo los que tiene se separan de ella para emanciparse. Para que la vida aún pueda ser vivida, se aferran de los hijos impidiéndoles la desvinculación, a través de hacerlos sentir culpables por dejarla, una frase común es: “no me pueden dejar después de que sacrifiqué mi vida por ustedes”. Sus alegrías se han limitado a los éxitos de su progenie, lo propio con el sufrimiento, ha estado supeditado a las desdichas de los hijos. Estas madres se convierten en las suegras que invaden la vida conyugal de sus hijos, descalificando a la nuera o al yerno.

A decir de Marcela Lagarde (1993), estas cuatro mujeres [maltratadas, al servicio del marido, madres de sus padres y madres eternas] se tipifican como las “madresposas” que cometieron “micro suicidio”, en el sentido que renunciaron a sí mismas para vivir para los otros. El climaterio les obliga a mirarse y al no encontrar nada que las haya realizado sin depender de los demás se deprimen. Les ocurre lo que a los pajarillos que vivieron enjaulados: cuando se les abre la jaula prefieren mantenerse en ella porque ¡tienen miedo a volar!

La mayoría de las hijas de las “madresposas” han luchado en contra del modelo de mujer que les ofrecieron. Los movimientos feministas son la expresión radical de la negación de la mujer como madre y esposa abnegada. La manifestación de la liberación ha ocasionado que los varones entremos en crisis. Acostumbrados a ser “atendidos” por nuestras madres y con un modelo de hombre proveedor ofrecido por nuestros padres, hemos sido incapaces de construir un modelo masculino que involucre aspectos femeninos como ser: la expresión de sentimientos y los quehaceres en el hogar.

Los varones de todas las culturas tienen la necesidad de probar continuamente su masculinidad, para ello, además de competir en actividades de fuerza, se ha utilizado a la mujer como trofeo (Gilmore 1994, pág.25). La rebelión de las mujeres ha sido insoportable para los varones machistas porque la emancipación femenina los dejaba a expensas de sus incapacidades de sobrevivencia en el hogar: los varones no han sido entrenados para ser madres ni amas de casa.

Las mujeres en proceso de emancipación deben batallar contra los sentimientos de culpa ocasionados por los mandatos rígidos dirigidos a la manutención del rol de “madresposa”. La autorrealización está cargada de culpa porque se asocia al abandono de las tres funciones del mandato machista: ser madre, ser esposa y ser ama de casa.

Las “madresposas” censuran tácitamente a las mujeres que trabajan, a las que son capaces de alcanzar el placer y a las que deciden realizar sus sueños exentos del servicio a los demás. Los esposos machistas boicotean los intentos de emancipación y autorrealización a través del maltrato y el chantaje.

Las “madresposas” no podían romper sus matrimonios porque no eran autónomas económicamente, los maridos las chantajeaban con el dinero y con la tenencia de los hijos. Las mujeres en proceso de emancipación pueden dejar a sus esposos puesto que han logrado autonomía económica. Por ello es que el único recurso para el chantaje que les queda a los maridos machistas es la tenencia de los hijos.

Las mujeres en proceso de emancipación que no tuvieron más remedio que asumir el rol de “madresposas” viven la menopausia como señal de que se acerca el final de sus vidas y no lograron realizarse, por ello esperan que sus hijas logren lo que ellas no fueron capaces de alcanzar. El vínculo amoroso en su matrimonio estará carente de pasión e intimidad; la menopausia se convertirá en un pretexto para distanciarse de su pareja.

Cuando ocurre la menopausia en las mujeres emancipadas, la pasión que sienten por realizar sus sueños hace con que prácticamente pase desapercibida porque el sentido de su vida es indiferente al anuncio del término de su fertilidad. Si se mantienen casadas, el esposo es alguien que apoya el desarrollo de sus logros, y probablemente se trate de un varón que abandonó la estructura mental machista por lo que será capaz de asumir funciones tradicionalmente femeninas.

Cuando la mujer emancipada deja de menstruar su vida sexual se adaptará a los cambios. Con su pareja encontrarán alternativas eróticas para continuar disfrutando de sus encuentros sexuales. Se producirá una especie de “adolescencia adulta”, porque las modificaciones hormonales se ligarán con nuevas sensaciones: la sensualidad se hará más táctil y más serena. La renovación erótica y la desvinculación de los hijos promueven en la pareja el incremento de la intimidad, el volver a enamorarse y la forja de nuevos planes conyugales.

Si la mujer rompió su matrimonio porque reconoció en su pareja alguien incapaz de acompañarla en el camino que la lleva a la autorrealización, cuando le sucede la menopausia, no se contemplará a sí misma como un ser humano incapacitado de amar, todo lo contrario, sentirá la necesidad de compartir su nuevo cuerpo y su nueva alma con alguien dispuesto a recibirlos. Es así que se abre la posibilidad de que pueda reescribir su historia de amor con nuevos ojos y con la madurez suficiente que le permitirá involucrarse plenamente en la experiencia de amar y ser amada.







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sábado, 13 de junio de 2009

LAS VICISITUDES DEL PRENDE

El “prende” es una forma de relación amorosa entre dos personas que deciden establecer un vínculo pasional por un breve tiempo –por lo general una noche- sin que se desarrolle ningún tipo de compromiso, al encontrarse después, ninguno de los dos hará mención al hecho.

Se procedió con un estudio sobre una muestra representativa de jóvenes varones y mujeres, si bien los datos no pueden generalizarse a toda la población juvenil de la ciudad de La Paz, nos permite tener algunos datos para profundizar sobre este fenómeno.

La incidencia del prende entre la gente joven de la muestra estudiada es de alrededor del 80%[1], no implica enamoramiento ni relaciones sexuales que involucren al coito. Por lo tanto, se trata de una forma de relacionamiento amoroso común entre la juventud actual que surge en respuesta a la necesidad de vivenciar experiencias placenteras sin que exista la posibilidad de intimidad afectiva ni compromiso.

Llama la atención la actitud moral ambivalente hacia el “prende”, el 20% de los muchachos y el 40% de las jóvenes consideran que es una práctica moralmente mala y el 80% de ambos sexos considera que “prenderse” con alguien teniendo una relación formal con otra persona es una muestra de infidelidad. Sin embargo apenas alrededor del 20% de los encuestados (tanto mujeres como varones) expresa haberse arrepentido alguna vez después de “prenderse”.

Para tener un “buen prende” es indispensable que ambos protagonistas del hecho estén de acuerdo en las siguientes reglas básicas:
Serán “enamorados” únicamente durante el tiempo que dure el “prende”.
Habrán caricias eróticas que no deberán concluir en el coito.
No deberán entablar ningún tipo de intimidad afectiva.
Se evitará el compromiso y el enamoramiento.
Al encontrarse después del “prende” ninguno de los dos hará mención a lo acontecido.

¿Cómo saber que el otro está dispuesto a “prenderse”? Nadie invita al otro a “prenderse” expresándolo de manera verbal. Se trata de un complejo juego no verbal en una escalada simétrica de insinuaciones que pueden ser aceptadas o no. Está claro que si una de las dos personas siente auténtica atracción por el otro no cederá a las instigaciones, porque se considera incorrecto establecer un vínculo amoroso genuino con alguien que está dispuesto a “prenderse”.

Considero que el “prende” se manifiesta como expresión de la insatisfacción de los jóvenes ante el amor romántico, el machismo y el compromiso amoroso.

El amor romántico ha sido incorporado en la cultura occidental con el advenimiento del amor cortesano en el siglo XI[2], según el cual el ideal era la pasión exaltada a través del adulterio. Surge como un reclamo hacia la castidad matrimonial, pregonando la necesidad de la expresión libre del amor en relaciones extramaritales porque sólo de esa manera era posible la reciprocidad del placer, puesto que gracias a los mandatos cristianos la pasión había sido erradicada entre los esposos.

La meta del matrimonio era fundamentalmente la procreación, y a pesar de ello a los ojos de la Iglesia Católica era preferible el celibato porque según San Pablo: “'Huid de la fornicación. Cualquier pecado que cometa un hombre, fuera de su cuerpo queda; pero el que fornica, peca contra su propio cuerpo” (1 Cor. , 6, 18). Se trata de insistir en que el cuerpo es nada más que un receptáculo del Espíritu Santo y como tal una incomodidad. Tal insistencia condenó el placer en todas sus manifestaciones pero principalmente al placer sexual relacionado forzosamente con el pecado original.

Las corrientes más ortodoxas[3] de la Iglesia Católica preferirían que los varones fueran eunucos[4] siguiendo la línea de San Pablo, al que no le queda más remedio que aceptar el matrimonio a pesar de sus objeciones: “En cuanto a lo que me habéis escrito, bien le está al hombre abstenerse de mujer. No obstante, por razón de la impureza, tenga cada hombre su mujer, y cada mujer su marido” (1 Cor. 7,2-1), pero acaba de esta manera: “Por tanto, el que se casa con su novia, obra bien. Y el que no se casa, obra mejor” (1 Cor.7, 38).

Así el concepto de amor se forjó dentro de la doctrina “anhedónica” del pensamiento cristiano, extirpándole cualquier atisbo de placer. La actividad sexual estaba prohibida antes del matrimonio y durante debía ceñirse dentro de la función procreativa.

Es evidente que la concepción tradicional del matrimonio conlleva valores machistas explicitados por San Pablo: “A la mujer no le consiento enseñar ni arrogarse autoridad sobre el varón, sino que ha de estarse tranquila en su casa” (I Tim 2,12). Bastaba nacer mujer para que el destino sea el cautiverio. Fueron condicionadas para pensar que el sentido de su vid era estar en función del otro: “Si trabajo, si me someto, si hago cosas por el otro, si le doy mis bienes, si me doy, será mío, y yo, seré”[5]. La condición de “madresposa” le definió el cuerpo para concebir, amamantar y ser objeto de placer del varón. La mujer negó su posibilidad de goce.

La exigencia de perpetuidad amorosa impuesta al matrimonio se ha convertido en el crisol de los conflictos de pareja y el advenimiento del divorcio como alternativa de solución a un problema creado por la cultura tradicionalista. ¿Cómo es posible el amor eterno en una relación ajena al placer? ¿Cómo amar al que me oprime?

Según el INE[6] el 2005 se registraron 22.000 matrimonios en todo el territorio nacional, mientras que en 1991 fueron 40.861. Estos datos muestran la disminución de parejas que deciden casarse. A la par que disminuyen las parejas que se casan, se incrementan las que se divorcian (11% de las mujeres bolivianas son separadas o divorciadas).

Los padres de los actuales jóvenes han pertenecido a la generación donde las mujeres lucharon por su emancipación, forjándose así una identidad femenina exenta del referente masculino. En el matrimonio de los abuelos se vivía la hegemonía masculina y la erradicación del placer, situación que la siguiente generación intentó modificar sin tener referentes. La consecuencia fue que el matrimonio colapsó debido a que los varones no estaban entrenados para enfrentar las consecuencias de la equidad de género. Como efecto de la lucha de poder entre los géneros se incrementó la violencia del varón hacia la mujer llegándose a datos extremos: 67,6 % de las mujeres bolivianas han sido víctimas[7].

Las mujeres bolivianas en todos los estratos sociales abandonaron el rol “paulista” de “madresposas” para buscar su identidad apartadas de la sombra masculina; los varones fueron presa de una crisis en su identidad debido a las exigencias femeninas: las mujeres desean varones que puedan atender el hogar, cuidar de los niños y ofrecer ternura. Sin parámetros en sus progenitores, los varones incrementaron sus conductas machistas.

La familia patriarcal empezó su transacción hacia una familia democrática, sin embargo, el cambio ofreció una madre con doble jornada laboral (dentro y fuera de la casa) y un padre ausente (huyendo del hogar). Los hijos se decepcionaron del matrimonio y de la familia tradicional, no desean repetir la historia de sus padres por lo que están promoviendo la convivencia sin compromiso y la tenencia de hijos sin necesidad del matrimonio.

Los padres de los jóvenes actuales dan énfasis al futuro antes que al presente, contrariando a los abuelos, quienes preferían el pasado. Los jóvenes no comprenden la visión hacia el mañana de sus padres porque han gestado una generación “hic et nunc” (aquí y ahora), en la que lo más importante es disfrutar del momento.

En un estudio acerca de las actitudes hacia el amor[8] se identificó el amor tipo “Eros” como predominante tanto en varones como en mujeres universitarios bolivianos. El amor “Eros” se refiere al amor apasionado y romántico, caracterizado por la atracción física y la pasión. En cuanto a los componentes del amor, mujeres y varones priorizan la pasión, mientras que la intimidad es un poco más importante para ellas que para ellos, en relación al compromiso, los varones tienden a señalarlo como más importante que en el caso de las mujeres.

El “prende” intenta producir la misma revolución que ocasionó el amor cortesano ante la abolición del amor en la elección de pareja. Sin embargo, el “prende” no se erige como una alternativa ante el matrimonio, sino como una alternativa erótica y lúdica ante la formalidad de la relación amorosa antes del matrimonio.

El “prende” se instala como una forma de rebelión ante las formas de relación establecidas por la generación anterior. Por un lado cuestiona al amor romántico al plantear la posibilidad del placer sin amor, por otro, se rebela contra la hegemonía masculina al permitir el disfrute en la mujer cuando se involucra en iguales condiciones que su eventual pareja en el juego erótico, también enfatiza la importancia de vivir el presente: carpe diem quam minimum credula postero: vive el momento, no confíes en mañana.

¿Cuáles son los riesgos del “prende”? Justamente que fracase en sus intenciones revolucionarias:

Fracaso en su intención de desprestigiar al amor romántico. Ocurre cuando uno de los dos “prendidos” olvida la regla principal: ¡no te involucres afectivamente! Puede ocurrir como error al interpretar las señales del otro y pensar que se trata de una relación seria, o puede incurrirse en el “prende” cuando se desea “algo más”, o finalmente no tener la madurez suficiente para evitar el vínculo amoroso.
Fracaso en la intención de reivindicar a la mujer. Cuando el varón utiliza la experiencia como un recurso para sacar provecho sexual sin importarle los sentimientos de ella, comportándose como un violador.
Fracaso ante el machismo. Los varones rechazan a las mujeres que se han “prendido” por considerarlas putas, mientras que entre ellos se valora como “macho” al que se “prende” con la mayoría de chicas.

Es interesante observar que las formas de relacionamiento amoroso remiten obligatoriamente a una reflexión sobre el sistema de valores de la cultura donde se realizan. En nuestro caso en particular, debe llamarnos la atención la crisis de valores de los adultos que ha ocasionado una juventud decepcionada de sus padres y que desesperadamente busca alternativas que les permita sobrevivir en medio del caos político y social que han heredado. Se hace urgente el diálogo generacional, los adultos tienen mucho que aprender de los jóvenes y viceversa, es imprescindible abandonar los prejuicios que tienen unos y otros para fomentar la creación de un espacio común que permita la convivencia.

Los jóvenes piden orientación pero ésta no es posible si desconocemos su mundo, sus intereses y valores. Nada logramos al cerrar los ojos y negar la existencia de cosmovisiones extrañas a nuestra lógica, debemos abrir los ojos, reconocer los errores que cometimos y alentar a nuestros hijos para que encuentren mejores derroteros hacia la felicidad.


[1] Se llevó a cabo una investigación al respecto en una universidad paceña, considerando una muestra de 311 jóvenes (194 mujeres y 117 varones). El 90% de la muestra señaló que el “prende” no comprende al coito, un porcentaje similar considera que no implica enamoramiento.
[2] Branden, N. (2000) La psicología del amor romántico. Barcelona: Paidós (Págs. 39-41)
[3] Por ejemplo los miembros del Opus Dei, ver: http://www.opusdei.org.bo/art.php?p=29001
[4] Basados en esta frase del Evangelio: “Hay eunucos que nacieron así del seno materno, y hay eunucos hechos por los hombres, y hay eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el Reino de los Cielos. Quien pueda entender, que entienda” (Mt 19,12).
[5] Legarde, M. (1993) Los cautiverios de las mujeres: madresposas, monjas, putas, presas y locas. México DF: Universidad Nacional Autónoma de México. Pág. 17.
[6] Instituto Nacional de Estadística (Bolivia). Disponible en: http://www.ine.gov.bo/indice/visualizador.aspx?ah=PC3100201.HTM
[7] INE (2004) Encuesta Nacional de Demografía y salud. Bolivia: ORC Macro/Measure
[8] Cooper, V., Pinto, B. (2007) Actitudes ante el amor y la teoría de Sternberg. Un estudio correlacional en jóvenes universitarios de 18 a 24 años de edad. La Paz: Universidad Católica Boliviana (Tesis de grado para la Licenciatura en Psicología). Artículo disponible en Revista electrónica “Ajayu” Año 2008 Volumen VI No. 2. Disponible en: http://www.ucb.edu.bo/Publicaciones/Ajayu/caratula.htm

sábado, 2 de mayo de 2009

EMPATÍA Y LENGUAJE EN HIPNOSIS Y PSICOTERAPIA

Pronunciar una palabra es como ejecutar una nota en el teclado de la imaginación.
Wittgenstein


Tanto en la terapia sistémica como en la hipnosis clínica es indispensable la capacidad del terapeuta para sintonizarse en los procesos cognitivos del paciente: estilos cognitivos, emociones, lógica, elaboración de significados. El terapeuta debe atender a los siguientes aspectos del lenguaje del paciente: proxemia, prosodia, paralenguaje facial, gesticulación, representación perceptiva, lógica del discurso, estilo cognitivo, rasgos de personalidad y formas de vida.

a) Proxemia: hace referencia a la distancia para la comunicación, las fronteras o los límites del contacto físico. Algunas personas se sienten incómodas cuando el interlocutor está muy cerca de ellas, mientras que otras al contrario, se sienten incómodas con la distancia. Están quienes prefieren que se les mire a los ojos mientras se conversa con ellas mientras que a otras les ocasiona ansiedad. Existen individuos que necesitan ser tocados mientras se conversa con ellos y por otra parte están los que prefieren no serlo. Por eso es aconsejable durante el primer encuentro, dejar que sea el paciente quien tome la iniciativa del saludo, éste se convertirá en un referente de sus fronteras corporales: si acerca su cuerpo al cuerpo del terapeuta, el terapeuta deberá acercar el suyo; si el paciente extiende la mano para estrechar la del psicólogo, éste deberá extender la suya; si el paciente solamente saluda con una inclinación de cabeza sin ninguna señal de acercamiento, el terapeuta debe responder al saludo de la misma manera.
Sin embargo, están las personas que responden a la acción física del terapeuta y no toman la iniciativa, en ese caso, se debe ser cauteloso y partir de cierta distancia que provoque la respuesta del paciente para continuar con la secuencia de acercamiento o alejamiento.
También puede ocurrir que conozcamos a personas que al inicio de la relación prefieren la distancia, pero en la medida que se incrementa la confianza provocarán mayor acercamiento físico. El terapeuta debe estar atento a esos cambios de actitud corporal para responder según la expectativa proxémica del paciente.
Podemos leer erróneamente las señales de demanda de cercanía/distanciamiento e invadir el espacio físico del paciente, éste reaccionará con disgusto mirando a otro lado, frunciendo el seño; retrocederá si nos acercamos mucho o se acercará si nos hemos alejado demasiado.
Durante la relación los límites de contacto varían, por ejemplo: es común que los varones cuando están conmovidos emocionalmente soliciten distanciamiento físico, las mujeres al contrario requerirán cercanía. Los terapeutas varones pueden equivocarse al responder del modo masculino ante la expresión del dolor femenino, alejándose físicamente, lo propio les puede ocurrir a las terapeutas mujeres con los pacientes varones que rompen en llanto, acercándose. Eso no quiere decir que todos los varones y todas las mujeres tengan la misma proxemia ante sus explosiones de tristeza.
Para la inducción del trance hipnótico es necesario que en el periodo introductorio, el hipnotizado pida permiso para tocar al paciente durante la hipnosis: “en algún momento del trance me gustará ayudarle tocando su brazo o mano, ¿esto a usted le incomodará de alguna manera?” si la persona dice que le será incómodo se respetará su decisión y se le asegurará que de ninguna manera se la tocará durante el trance.
En relación a la mirada, es fácil determinar la forma como la persona la prefiere, lo mejor es mirar a los ojos desde el inicio de la conversación, si la persona inclina la mirada o manifiesta algún gesto de incomodidad, entonces retiramos delicadamente la mirada de sus ojos, si no, continuaremos con la mirada en sus ojos. Si las señales son confusas, lo mejor será preguntar con delicadeza de la siguiente manera: “existen personas a las que les incomoda que se les mire a los ojos mientras se conversa, ¿a usted le pasa lo mismo?” Deberemos respetar la decisión de la persona.
El llanto modifica la proxemia, habrá quienes se distancien y aparten la mirada y los que se acerquen y busquen nuestra mirada. La demanda del consuelo varía desde el silencio al abrazo e inclusive la solicitud no verbal de un pañuelo. En terapia individual el terapeuta debe respetar la solicitud de consuelo y satisfacerla. En terapia de pareja y familiar suele ser un error que sea el terapeuta quien consuele, lo mejor es solicitar a los familiares para que ellos lo hagan. En la terapia grupal debe ser el grupo el encargado del quitapesares.
La despedida marcará el tipo de frontera física entre el paciente y el terapeuta, se mantendrá el nivel de distancia inicial a pesar de la confianza creada o se romperán las barreras iniciales o se ampliarán las distancias debido a la desconfianza.
Es importante que los terapeutas hayan aprendido a flexibilizar sus límites de contacto para producir los grados de empatía necesarios en sus relaciones con los pacientes.

b) La prosodia. Hace referencia a los fenómenos no verbales (paraverbales) que emergen con la palabra: acentuación, entonación y ritmo. La intensidad (volumen) de la voz es dependiente del modo cómo respiramos, por ello debemos sintonizar nuestra respiración con la respiración del paciente.
Las personas que no aprendieron a respirar adecuadamente lo hacen sin la participación plena del diafragma concentrando la inspiración y espiración en la región torácica; las que respiran bien, promueven la participación del diafragma y el abdomen. Las personas ansiosas hablan sin darse pausa para respirar, por lo que pronto la voz se les entrecorta, obligándolas a llevar a cabo inspiraciones repentinas, mientras que las depresivas alargan las frases y entrecortan las palabras a la par que extienden la espiración. Es interesante observar que imitando la respiración ansiosa o depresiva se activan esas emociones.
La intensidad y el ritmo de la voz se ven afectados por las emociones, la ira ocasiona que se aumente el volumen y se acelere el ritmo, al contrario, la tristeza hace que se baje la intensidad y disminuya el ritmo.
Konstantin Ivanovich Platonov (1899-1951) fue el primero en demostrar que la voz influye en la provocación de emociones, por eso la voz del hipnotizador juega un papel importantísimo en el proceso hipnótico. Se debe sintonizar inicialmente la voz con la voz del paciente y paulatinamente disminuir el ritmo mientras se modula el tono de voz hacia tonos cada vez más graves. La entonación grave se relaciona con estados profundos de relajación y la aguda con el despertar.

c) Paralenguaje facial. Es el uso de las expresiones del rostro que acompañan la comunicación. Son cuatro: emblemas, auto manipulación, ilustradores y reguladores.
- Emblemas: son los gestos simbólicos de la cara que se manifiestan como frases, por ejemplo, una sonrisa puede decir que la persona está de acuerdo con nuestros argumentos, un guiño puede expresar complicidad, etc. Las mujeres decodifican mejor que los varones los emblemas del rostro, por lo que los varones suelen creer que ellas “leen nuestros pensamientos”. Es imprescindible que el terapeuta aprenda a leer los emblemas en los rostros de los pacientes, si existe confusión, lo mejor es manifestar lo que creemos que el emblema quiere decirnos pidiendo la confirmación o la refutación de nuestra información.
- Auto-manipulación: se pueden usar de partes del rostro para manipularlo, por ejemplo, morderse los labios, cerrar o abrir los ojos, lamerse los labios, frotarse las fosas nasales con el labio superior, etc. Como también recurrir al uso de los miembros superiores o inferiores, por ejemplo, rascarse la cabeza, acariciarse la oreja, mecer las piernas etc.
La auto-manipulación surge generalmente en presencia de la ansiedad. El terapeuta debe estar atento al antecedente y al consecuente de la auto-manipulación, porque ésta se constituye en una señal de la presencia de alguna emoción perturbadora asociada al tema que se está tratando. Puede ser, por ejemplo, que una persona se toque la oreja cada vez que habla de sí mismo, otra puede hacer lo mismo cuando está mintiendo. Las personas que usan lentes utilizan ese objeto como recurso para puntuar el tipo de información que dan: mentiras, frases tácitas, inseguridad, etc.
- Ilustradores: son los movimientos faciales que proporcionan un contexto de viveza a las palabras, existen tres ilustradores fundamentales: los que hacen hincapié en las palabras que se dicen, por ejemplo levantar las cejas antes de manifestar una frase de admiración; los que sustituyen a las palabras, como en el caso de mover las cejas hacia abajo mientras se cierran los ojos para indicar que nuestro interlocutor se calle; por último sustituyen la señalización espacial, como mover la cabeza para indicar un lugar. Milton Erickon ha sido el maestro en el uso de los ilustradores como inductores de trance hipnótico.
-Reguladores: son señales dadas con las expresiones faciales para marcar los turnos de la comunicación, demostrar que hemos comprendido o no un mensaje, indicamos que queremos hablar o que hemos terminado de hablar.

d) Gesticulaciones: son los movimientos del cuerpo que sirven como medio de comunicación. Raras son las personas que no utilizan las manos cuando hablan, algunas lo hacen sobremanera otras poco. Es interesante observar que la mano derecha acompaña las frases lógico-conceptuales y la izquierda las analógicas. Por ejemplo, cuando buscamos una palabra por lo general giramos la mano derecha hacia delante y hacia atrás, y si procuramos una emoción lo hacemos con la mano izquierda.
Como tenemos menos conciencia de las piernas, éstas suelen delatar nuestro nerviosismo. Por ejemplo, cuando las expresiones de nuestro interlocutor nos hacen enojar, es común que agitemos nuestros pies.
Las personas ansiosas tienden a sentarse al borde de la silla, las tristes se desparraman en ella, es como que la ansiedad achicara el espacio y la depresión lo extendiera.
Como en los otros casos, el terapeuta debe acompañar las expresiones verbales del paciente.

e) Representación perceptiva. Es la forma cómo la persona integra la información para darle significado. Existen cuatro formas de representación perceptiva: visual, auditiva, corporal y lógica. Le presento las descripciones del cuadro “relojes blandos” de Salvador Dalí para poder ejemplificar cada una de las representaciones. (Puede verlo en: http://www.geocities.com/neferett/artdali.html)


-Visual: “me impresiona la combinación de colores, veo al fondo el brillo del agua, me sugiere el mar. A primera vista observo una especie de rostro…es una ilusión óptica porque si se mira bien se puede ver el ojo y el pico de un pato…el pinto ha querido aclarar la idea de lo que es el tiempo, su perspectiva abstracta me muestra los misterios oscuros de la temporalidad”
-Auditivo: “es difícil comprender lo que Dalí nos ha querido decir con esta pintura…comprendo que trata sobre el tiempo…parece que el tictac de los relojes se hubiera callado y el mar suena lejano…estoy a tono con mucha paz porque nos habla de armonía…me llama la atención el silencio de los relojes…”
-Corporal: “hay que sentir este cuadro con el corazón en la mano…Dalí fue muy sensible al dolor humano…es el caso de esta obra que nos sumerge en sensaciones encontradas…frío y calor…los relojes están desparramándose sobre la quietud del paisaje…experimento la levedad del tiempo que cae sobre la efímera realidad”
- Lógico-conceptual: “es innegable que Dalí fue un pintor extraordinario, en este ejemplo de su trabajo se patentiza su genialidad, era temático con los grandes temas de la humanidad…el tiempo, Dios, el espacio…su técnica es única…hasta los detalles tienen significado”
Si bien es cierto, que son pocas las personas que decodifican la realidad con la exclusividad de un sentido, lo es también que le damos preferencia a alguno de ellos. Para inducir al trance el terapeuta obtendrá mejores resultados si recurre a las representaciones perceptivas del paciente, el efecto de las sugestiones será más efectivo si procede de la misma manera. En terapia el paciente se sentirá más a gusto con un terapeuta que sabe decodificar la realidad de la misma manera como él lo hace.

f) Lógica del discurso. Fundamentados en la hipótesis de Whorf: la expresión lingüística determina la forma en cómo la persona conceptualiza, memoriza y clasifica la "realidad", podemos establecer que la organización sintáctica de la frase indica la manera cómo la persona piensa. Existen dos tipos básicos de razonamiento, el inductivo y el deductivo; en el primero la persona analiza los problemas identificando los detalles importantes y asociándolos con otros para elaborar una solución; en el segundo, la persona parte de una hipótesis general que luego espera confirmar a través del análisis de las relaciones entre los elementos del problema; en el primer caso se ve primero el árbol luego el bosque, en el segundo se ve primero el bosque y después el árbol.
Cuando le pedimos a una persona que describa un cuadro, puede hacerlo partiendo de los detalles (inductiva) o dando una apreciación general del cuadro (deductiva).
Para facilitar la empatía, el terapeuta debe organizar su propio discurso siguiendo la lógica expresada en la organización de la narración del paciente. Por ejemplo, si pretendemos relajar al paciente usando imágenes y detectamos que su razonamiento es inductivo, empezaremos describiendo los detalles del paisaje; si en cambio, la persona razona de manera deductiva procederemos a señalar los aspectos generales del paisaje.
Si ambos se relajan con el paisaje de una playa podemos decir en el primer caso: “[…] escucha el sonido de las olas … siente la brisa acariciando cada una de las partes de tu cuerpo… contempla las conchitas que están desparramadas en la arena… tú estás caminando despacio sobre la suave arena… dejando marcadas delicadas huellas de tus pies descalzos sobre ella… que pronto serán lavadas por el agua del mar… y sentirás que cada uno de los músculos de tu cuerpo se relajan profundamente… siente la sensación de calor que asciende por tus pies[…]”.
Si la persona utiliza predominantemente el razonamiento deductivo, para relajarla diremos: “[…] imagina un paisaje en el mar…un paisaje apacible de una playa serena…cubierta por un cielo azul que es acariciado por nubes blancas, muy blancas…tú estás en la playa...en un lugar desde donde puedes vislumbrar todo el paisaje…la brisa es tibia…todo tu cuerpo está relajado…todos tus músculos …[…]”.

g) Estilo cognitivo. Es la forma cómo se organiza la realidad a nivel perceptivo y conceptual. Herman Witkin (1916-1979) describió dos estilos cognitivos: el independiente y el dependiente de campo.
Las personas con estilo cognitivo independiente de campo, organizan su realidad y toman decisiones tomando distancia de su medio social, tiene confianza en sus construcciones personales, resuelve los problemas sin desprender la información del contexto o dándole una forma personal. Las de estilo cognitivo dependiente, orientan la realidad a partir del contexto, necesitan referentes externos para resolver problemas.
Las personas dependientes de campo deben ser hipnotizadas con inducciones directas y las sugestiones que se les haga tienen que ser convencionales; al contrario, las personas con estilo cognitivo independiente de campo responderán a las inducciones indirectas y a las sugestiones que lo hagan protagonista.

h) Rasgos de personalidad. Recurriendo a la teoría de los rasgos de Eysenck, entenderemos que la personalidad una organización estable del carácter, temperamento e intelecto y físico de una persona, que determina su adaptación única al ambiente. En ese sentido, existe un rasgo fundamental en todas las personas: extraversión-introversión.
La personalidad extravertida se caracteriza por la predominancia de actividades sociales, buscan la estimulación, tienden a la impulsividad y a correr riesgos. La introvertida prefiere la soledad y poca estimulación, controlan la expresión de sus emociones y evitan correr riesgos.
Para la inducción al trance a las extravertidas hay que relajarlas con estímulos externos y sugestionarlas con actividades con personas; a las introvertidas con estímulos internos y con actividades solitarias.
Las introvertidas son más difíciles de inhibir por lo que demoran en tener experiencias de trance profundo, mientras que las extravertidas tardan en ingresar en trance pero rápidamente acceden al trance profundo.

i) Formas de vida. Es la atribución que le damos a nuestra experiencia a partir de nuestras actividades cotidianas. Wittgenstein consideró que la forma de vida establece los juegos de lenguaje y éstos a su vez organizan el mundo. El terapeuta debe interiorizarse del mundo en el que vive el paciente, comprender la valoración que le da a sus cosas y respetarla siempre y cuando se circunscriba en actividades éticas. Una vez que conozcamos su forma de vida, podremos utilizar su lenguaje.
Si vamos a hipnotizar a un fanático del fútbol con representación perceptiva visual podemos inducir el trance de la siguiente manera: “imagine que se encuentra sentado cómodamente en una butaca del estadio Hernando Siles…no hay nadie, usted está solo contemplando el verde césped de la cancha…se siente muy contento porque está en un lugar privilegiado para poder ver el partido de su equipo favorito…”
En cambio si hipnotizáramos a un pianista profesional con representación perceptiva corporal podemos inducir el trance de otra manera: “usted se siente tranquilo como debe sentirse un piano que sus espera los dedos ágiles de un pianista deslizándose sobre ellas… hay un silencio sereno alrededor de la sala donde descansa el piano…”
Un niño con el rostro quemado al que le gusta Batman puede ser inducido al trance de la siguiente manera: “…tienes puesta la máscara de Batman, te protege del dolor, los puñetazos del Guasón rebotan en ella…, nada puede lastimar tu carita…siente cuán suave es la máscara que está sobre tu rostro…”

Terapeutas e hipnoterapeutas deben aprender necesariamente a hablar en el lenguaje del paciente, lo que nos obliga a flexibilizar nuestros esquemas mentales, juicios de valor y recursos discursivos. Es incuestionable que la confianza no se fundamentará en las técnicas descriptas en este artículo, sino que serán fruto de la autenticidad del terapeuta y de su legítimo interés por el sufrimiento de sus pacientes. Si existe esa predisposición las técnicas serán un simple complemento sino caerán en el vacío.






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