jueves, 31 de agosto de 2017

Características personales indispensables para ser Psicoterapeuta Sistémico



Características personales indispensables para ser Psicoterapeuta Sistémico

Por: Bismarck Pinto Tapia, Ph.D.


Primero usted debe resolver sus propios sufrimientos. Si su cerebro no está en la condición normal, usted no podrá ayudar a los demás. Lo único que hará será volverlos más complicados de lo que son.
Taisen Deshimaru


L
a psicoterapia es un proceso relacional dirigido a aliviar el sufrimiento de quien hace la consulta. Independientemente a la escuela que el terapeuta pertenezca su labor será la de aliviar el dolor emocional. Si bien se puede pregonar terapias centradas en la solución de problemas, éstos lo son porque las personas los sufren. Es común que la gente nos pregunte si nuestro trabajo afecta nuestra vida personal, ¡claro que lo hace! Varios investigadores han mostrado que la vida de los terapeutas es muy difícil, genera altos grados de estrés, estamos entre los que más tendencia tenemos de suicidarnos, desarrollar adicciones y divorciarnos[1].

Estos hallazgos derivan en la necesidad de sistemas de protección para el quehacer de los terapeutas, no solamente por la salud mental de ellos, sino principalmente por la efectividad del servicio que prestamos. Siguiendo con este razonamiento, es factible deducir que no cualquier persona podrá ser psicoterapeuta, y no se trata solamente del conocimiento de técnicas terapéuticas efectivas, sino de la formación personal[2].

En las escuelas sistémicas se han presentado dos posturas, la primera, considera que no es necesario el desarrollo de programas de autoexploración sino un entrenamiento eficaz en técnicas terapéuticas. La segunda al contrario promueve la obligatoriedad del autoconocimiento en la formación[3]. El debate se polariza entre Haley y Minuchin, el primero defiende la formación dirigida a la consolidación de técnicas efectivas y el segundo una formación que vise las condiciones personales de los terapeutas. Propongo tres condiciones personales indispensables para ejercer como terapeuta sistémico: el reconocimiento del sufrimiento, la trascendencia y la felicidad.

1) Reconocimiento del sufrimiento

Mi formación se realizó bajo los cánones de la Accademia di Psicoterapia della Famiglia[4], bajo la tutela de Maurizio Andolfi. Adelaide Berardi fue la profesora con quien comenzó mi proceso de exploración personal. Al trabajar con ella  quedaron expuestos mis límites relacionales en la psicoterapia, fue difícil reconocerlos porque ameritó el afrontamiento de mis experiencias dolorosas donde se instalaron mis carencias afectivas, las cuales se activaban ante ciertas problemáticas de mis pacientes.

Es muy difícil investigar la relación entre los conflictos emocionales no resueltos de los terapeutas con la efectividad de la psicoterapia. Mony Elkaïm acuñó el término “resonancia”[5] para referirse al impacto que sufre el terapeuta cuando en terapia se produce un evento que moviliza sus propias experiencias dolorosas. Según esta teoría, cuando se suscitan elementos comunes en la interacción de sistemas humanos, se produce una resonancia, tal como ocurre con la vibración de los objetos.

El terapeuta sistémico debe ser capaz de recibir el sufrimiento de sus pacientes, para ello es imprescindible que reconozca sus propios sufrimientos para ser capaz de diferenciarlos de aquellos que está escuchando. La incapacidad de reconocer el propio dolor puede generar reacciones negativas hacia el padecimiento del paciente, evitarlo o confrontarlo cuestionando su valía. Si se toma conciencia de la resonancia es posible discernir sobre lo propio y lo ajeno.

La consideración de la realidad del otro se la realiza a partir de los referentes semánticos del terapeuta. Lo que es sufrimiento para el otro no necesariamente lo será para nosotros, pues la comprensión requiere de la búsqueda de referencias. La mente del terapeuta va y viene de la mente del paciente. Se trata de un proceso relacional cognitivo altamente complejo, requiere de concentración y de la emergencia de ideas y emociones que deben ser contrastadas permanentemente como hipótesis a ser confirmadas o refutadas por nuestros consultantes. La situación se complejiza más cuando se trata de terapia de familia o de pareja, se deben establecer vínculos diferenciales con cada uno de los miembros del sistema presente en el consultorio.

Es imposible dejar de lado nuestros referentes emocionales, sin ellos será infructuosa la posibilidad de compenetración. Tanto la teoría de la mente como la empatía son los procesos relacionales indispensables para interiorizarnos en el mundo del otro. El obstáculo más infranqueable es la resonancia.

A ella se suma la necesidad del ensamblaje, término de Elkaïm para referirse a las diferencias entre el paciente y el terapeuta, lo que obliga a la búsqueda de ajustes para poder establecer puentes comunicativos efectivos. No siempre el sufrimiento ajeno puede ser asimilado porque los referentes no alcanzan, ya sea porque es desmedido o porque es insignificante desde las experiencias del terapeuta.

En la interacción terapéutica, el terapeuta requiere el encuentro que legitima la posición del otro. El sufrimiento es el núcleo de la posibilidad de envolvimiento imperioso para el trabajo conjunto entre el sistema de los terapeutas (puede comprender al terapeuta,  coterapeuta y al equipo supervisor) y al sistema de los pacientes (individuo, pareja, familia o grupo).

Sintetizando, es posible parafrasear a Wittgenstein: si no conozco mi dolor no puedo conocer el dolor del otro. Mi maestra Berardi me dejó este regalo: “Bismarck, debes vaciar el dolor de tu corazón para recibir el sufrimiento del otro”. Ese vaciado desgarra la piel del alma porque duele demasiado reconocer nuestro sufrimiento, la consecuencia es la desesperación acompañada de la angustia, porque pasó y ahora nada puedo hacer, porque pasó y lo resignifique para negarlo, sabiendo que no es posible abandonar una experiencia pendiente. La psicoterapia me ha obligado a reconocerme indefenso, desprovisto de consuelo, urgido de amor, cuando niño no fui responsable de mis heridas. Ha sido el dolor de mis pacientes el que ha llamado a la puerta de mi indefensión, me ha obligado a abrirla porque sobre todo he sentido la emergencia de servir al otro para paliar su propio sufrimiento. Esa interacción me ha librado de mis pesares, me ha convertido en alguien más propicio para acoger la desolación de mis pacientes. Y por supuesto, para enseñar a mis estudiantes en formación a no temer a la congoja, al contario se la debe escuchar para dejarla partir aunque el destino sea y será una profunda soledad.

2) Trascendencia

Para discernir sobre esta segunda condición, es necesario reflexionar sobre el origen de la idea de la trascendencia. El referente filosófico se encuentra en la filosofía de Sören Kierkegaad. Para este filósofo danés, la persona se encuentra por encima de lo universal[6]. Separa al individuo del grupo, de tal forma que rinda cuentas de su responsabilidad y mismidad. La razón no alcanza para comprender la vida singular, toma como ejemplo el sacrificio de Isaac como mandato divino. Se trata de una situación absurda, primero Dios accede a darle un hijo y luego le conmina a matarlo, Isaac actúa irracionalmente basado en su fe. La fe se expresa, no se la justifica con la razón.

Kierkegaard hace alusión a la desesperación como consecuente de la insatisfacción en lo que denomina estadio estético, cuando el placer genera la necesidad de nuevas experiencias y en quienes evitan el placer al no vivenciarlo también desesperan. El problema reside en que la persona se encuentra limitada por lo temporal.

En el estadio ético, la persona desespera ante la necesidad de someterse a las normas sociales o guiarse por la voluntad de Dios. La normatividad tiene que ver con la necesidad de pertenecer a un grupo, lo cual genera la contradicción entre el ser uno mismo o ajustarse a los demás, la angustia se manifiesta debido al dilema entre el grupo y la autonomía. La ética se debe desprender de lo establecido para dar lugar a una ética personal, producto de la reflexión.

Para alcanzar el último estadio, el religioso, la persona debe desesperar ante la mundanidad del estado estético y del ético. No se trata de una decisión racional, sino de un acto apasionado asociado al estado de la angustia inmersa en la desesperación. La fe es el consuelo ante la toma de conciencia de nuestra mortalidad.

Kierkegaard pone énfasis en señalar que la angustia es el producto del vértigo de la libertad. Al asumir la pasión sobre la razón, enfrentamos el vacío del absurdo, lo que nos lleva inevitablemente a la angustia ante la incertidumbre gestada por el cuestionamiento a los parámetros racionales. La angustia es el temor ante la mortalidad, Kierkegaard le llama la enfermedad mortal.

Será Albert Camus quien ostente la filosofía del absurdo, planteada como la infructuosa búsqueda del sentido para vivir, dando como resultado el único fin de la existencia: ¡el suicidio! La existencia es absurda en un mundo indiferente a nuestra vida, donde nada tiene sentido. A diferencia de Kierkegaard, Camus asegura la inexistencia de Dios, por lo que no tenemos un referente para vivir. La tarea de los seres humanos es configurarse a sí mismo en una realidad absurda, construimos nuestra moral y le damos sentido a nuestro paso por el mundo, a sabiendas de lo imposible de lograrlo. La libertad es una condena, no podemos dejar de elegir a cada instante, hagamos lo que hagamos el fin siempre será una pachotada. Nos pasa lo mismo que al mítico Sísifo, la roca al regar a la cima, volverá rodando al pie de ella[7]. Pensamiento coincidente con la idea de Heidegger, según la cual hemos sido arrojados a un mundo pre establecido.

Estas circunstancias se patentizan en el trabajo con los pacientes, la desesperación está ligada al mundo absurdo, los mitos sociales gobiernan el sentido de vida de las personas, por ejemplo no se valida al hijo que no es profesional, se valoran los ingresos económicos en vez de los logros personales. Los pacientes devienen de esas categorías sociales que invalidan su existencia.

Los terapeutas han desesperado ante la estupidez de los cánones sociales de éxito. Es más, muchos han decidido estudiar psicología como refugio de su angustia. Viktor Frankl, recupera la filosofía existencialista de Kierkegaard, para construir su modelo terapéutico, la logo terapia, es decir, la terapia centrada en la búsqueda del sentido[8]. Para Frankl las personas buscamos darle sentido al sin sentido de la existencia, otorgando significancia a nuestro vivir, ese proceso es denominado voluntad de sentido.

El origen de la búsqueda de sentido está en la toma de conciencia del vacío resultante del absurdo de la realidad, cuando las tradiciones no condicen con la necesidad de existencia, Ortega y Gasset denomina espíritu del tiempo a las condicionantes sociales que enmarcan el destino de las personas. Por ejemplo la identidad femenina se ha circunscrito en los marcos referenciales del machismo, definiendo a la mujer como a la esposa y madre abnegada, bastaba nacer mujer para tener establecido el destino. Los movimientos feministas se manifiestan en protesta contra ese modelo. Sin embargo, Frankl no promueve revoluciones sociales, al final de cuentas, gane quien gane el resultado será el mismo, marcos referenciales para nuevos mitos.

Retomando la recuperación del individuo propuesto por el pensamiento de Kierkegaard, la postura teórica de Frankl, plantea la recuperación de la persona a pesar del entorno determinante. De ahí el concepto de trascendencia. Como el producto del cuestionamiento del absurdo de los mitos sociales y el resurgimiento del sí mismo a pesar de ellos. Trascender es el cuestionamiento irreverente de las pautas dispuestas por las convenciones sociales.

En el amor es inevitable la trascendencia, la urgencia amorosa de la aceptación del otro como un ser independiente a las expectativas de uno, obliga a la cotidianeidad de la rebelión, por ello Alberoni propone que el amor es una comunidad revolucionaria de dos[9]. Si retomamos la idea de Elkaïm, según la cual la psicoterapia es una relación amorosa, podemos cogitar que por ello es indefectiblemente un proceso revolucionario, pues obliga a que los pacientes cuestionen el sentido de sus vidas en un mundo absurdo.

El psicoterapeuta está obligado a la trascendencia, deberá reconocer los distintos referentes cotidianos plagados de mitos sociales, para ser irreverente[10]. La irreverencia es el cuestionamiento de lo establecido socialmente, aquello que nos enajena de nosotros mismos, nos perdemos en la exigencias del cumplimiento de las metas definidas por el entorno. La manifestación de los síntomas es un grito de la angustia ante la imposibilidad de existir.

A la trascendencia de lo establecido se sigue la necesidad de la autotrascendencia. Para Viktor Frankl se trata de una condición humana que nos permite superar los límites del tiempo y del espacio, el sentido del sí mismo se encuentra fuera de uno, la búsqueda de la significancia del existir. Autotrascender es abandonarse a sí para ir en pos del sentido. Es el considerar al ego como una instancia de interacción, no es la esencia del existir. Es la máscara de presentación al mundo y a uno mismo, detrás de ella está el vacío que requiere ser llenado para ser.

Entiendo a la autotrascendencia como el proceso indispensable para la interacción legítima con el otro. “Existir es estar por encima de sí mismo siempre”[11]. Si la psicoterapia obliga al encuentro legítimo y amoroso entre el terapeuta y sus pacientes, es ineludible la autotrascendencia del terapeuta. No se dará el encuentro si no se ha producido la desnudez del alma, no es posible el encuentro en presencia del ego, éste debe retirarse para dar lugar al puente relacional ofrecido por la autenticidad del terapeuta.

Gianfranco Cecchin, Gerry Lane y Wendel Ray[12] proponen que los terapeutas sistémicos deben ser espontáneos, para lograrlo requieren abandonar los dogmas de su modelo terapéutico, para ello deben actuar con irreverencia para sobrevivir a la psicoterapia. Entienden a la irreverencia como la ausencia de veneración de la teoría. Su propuesta se fundamenta en el nihilismo de la filosofía de Nietzsche[13]. Tiene que ver con la negación de lo establecido, más allá del bien y del mal.

La espontaneidad permite el ensamblaje del terapeuta con el sistema de los pacientes, es el ingreso con la posibilidad de salida. La implicación con el sistema consultante sólo es pertinente si tenemos la posibilidad de evitar ingresar al juego patológico, ingresamos sin pertenecer al sistema, removemos creando entropía y luego retornamos a nuestro sistema original. En la jerga de la terapia familiar, cuando el terapeuta se inserta como un participante de los juegos, decimos que el “sistema se lo tragó”, frase que expresa la imposibilidad del terapeuta para discernir su independencia de la relación interna de la familia.

El primer recurso es el manejo de las resonancias y el ensamblaje, el segundo, la trascendencia y la autotrascendencia. Veamos el tercer requisito indispensable para ejercer como terapeuta sistémico.


3) Felicidad

Lo expresó Mario Moreno “Cantinflas”: La primera obligación de todo ser humano es ser feliz.... la segunda, es hacer feliz a los demás. No podemos enseñar la senda de la felicidad a las personas amargadas, si nosotros no la hemos atravesado. Los pacientes deben albergar esperanzas con el sólo hecho de conocernos. Por eso, es obligatoria la felicidad en nuestro oficio.

La Psicología Positiva, entendida como la investigación científica de las experiencias positivas relacionadas con la mejora de la calidad de vida fue desarrollada a partir de los escritos de Martin Seligman[14]. Desde ese enfoque la felicidad puede definirse como el bienestar subjetivo, implica sentimientos de satisfacción[15]. Tanto el bienestar como la felicidad son conceptos intercambiables, lo uno va con lo otro. El estado de ánimo, los rasgos de la personalidad, la relación con los demás y el sentido de la vida generan los niveles de felicidad o de infelicidad.
Es posible identificar dos caracterizaciones de la felicidad, la primera, considera que se trata de un estado, una forma de ser y de vivir. La segunda, un sentimiento pasajero[16]. El estilo de vida de los terapeutas sistémicos corresponde a la primera acepción. La felicidad debe ser un rasgo de la vida del terapeuta.

La felicidad se relaciona con la autorrealización[17], entendida como la mayor realización posible de las potencialidades personales, todo lo que una persona puede llegar a ser. Abraham Maslow la relaciona con la madurez[18]. Así alguien autorrealizado tiene una percepción racional de su entorno, es creativo y autónomo.

Los terapeutas sistémicos debemos cultivar diversos espacios en nuestro estilo de vida, no contentarnos con el trabajo terapéutico, éste debe alimentarse de la realización en las otras facetas de nuestra vida. Lo óptimo es que el quehacer terapéutico no esté ligado a la ganancia de dinero, sino que pueda otorgarnos la sensación de realización el hecho de servir a los demás. La manutención de nuestro estatus debería corresponder a otra área laboral. Independientemente a ello, es indispensable que el terapeuta se sienta realizado con la labor que desempeña.

La felicidad debe vincularse con la actitud ética. No es posible una persona feliz dañando, su característica central es actuar para el bienestar del otro. Carl Rogers planteó que un rasgo fundamental de las personas es la congruencia[19], esto es hacer lo que se dice que se hace. Un terapeuta sistémico debe ser congruente, su vida está en constante evaluación, su capacidad de autoactualizarse como persona es concomitante a su autorrealización. Se trata de procesos dinámicos, dirigidos a la integridad personal, a la urgencia de ser consecuentes con nosotros mismos, en un afán cotidiano de estar abiertos a la experiencia, a jamás dejar de aprender y sobre todo a cumplir el mandato máximo de la ética: sobre todo no dañar.

No debemos temer a mostrarnos como somos ante nuestros pacientes, si bien hemos sido formados como científicos, la relación terapéutica no se basa únicamente en la razón, sino en un encuentro integral, de nuestra historia, nuestro saber y nuestras actitudes éticas. Como Abraham debemos trascender a nosotros y al entorno, actuar con pasión en una entrega incondicional al servicio del sufrimiento.

La relación con los pacientes no nos deja indemnes, al contrario nos debe afectar, Carl Whitaker señalaba que el proceso terapéutico también debe hacer crecer al terapeuta no solamente a los pacientes[20]. Es bueno darles la siguiente noticia a nuestros consultantes: ¡somos humanos! Como tales, estamos en el mismo afán de darle sentido a nuestra vida, la experiencia relacional terapéutica al ser un evento extraordinario, ofrece la posibilidad de generar vínculos auténticos derribando las convenciones sociales y definiendo un espacio de reflexión sobre los procesos de evolución que seguimos las personas. Indudablemente se trata de una oportunidad para encontrarnos a nosotros mismos en el afán de comprender el sufrimiento.








[1] Guy, J. D. (1995). La vida personal del psicoterapeuta: El impacto de la práctica clínica en las emociones y vivencias del terapeuta. Grupo Planeta (GBS); Mahoney, M. J. (1997). Psychotherapists' personal problems and self-care patterns. Professional Psychology: Research and Practice, 28(1), 14 ; Cherniss, C. (2016). Beyond Burnout: Helping Teachers, Nurses, Therapists and Lawyers Recover from Stress and Disillusionment. Routledge.
[2] Karasu, T. B. (2001). The advanced practice of psychotherapy. Harvard review of psychiatry, 9(3), 118-123; Tsuman-Caspi, L. (2012). The identity formation of psychotherapists in training: A dialectical and personal process. Columbia University.
[3] Canevaro, A., Abeliuk, Y., Condeza, M., Escala, M. A., García, G., & Montes, J. (2017). El nacimiento del terapeuta sistémico. El trabajo directo con las familias de origen de los terapeutas en formación. Revista REDES, (34); Garzón, D. I. (2008). Autorreferencia y estilo terapéutico: su intersección en la formación de terapeutas sistémicos. Diversitas: Perspectivas en psicología, 4(1), 159-171.
[4] http://www.accademiapsico.it/
[5] Elkaïm, M. (2004). L'expérience personnelle du psychothérapeute: approche systémique et résonance. Psychothérapies, 24(3), 145-150.
[6] Kierkegaard, S. (2016) Temor y Temblor. Buenos Aires: Losada

[7] Camus, A. (2015). El mito de Sísifo. Alianza editorial.
[8] Frankl, V. (2011). La voluntad de sentido: Conferencias escogidas sobre logoterapia. Herder Editorial; Frankl, V. (2015). El hombre en busca de sentido. Herder Editorial.
[9] Alberoni, F. (1980). Enamoramiento y amor: nacimiento y desarrollo de una impetuosa y creativa fuerza revolucionaria. Barcelona: Gedisa
[10]Cecchin, G., Lane, G., & Ray, W. A. (2002). Irreverencia: una estrategia de supervivencia para terapeutas (Vol. 86). Grupo Planeta (GBS).
[11] Frankl, V. E. (2011). Logoterapia y análisis existencial: textos de cinco décadas. Herder Editorial. Págs, 110-111
[12] Cecchin, G., Lane, G., & Ray, W. A. (1992). Irreverence: A strategy for therapists' survival. Karnac Books.
[13] Ferraris, M. (2000). Nietzsche y el nihilismo (Vol. 43). Ediciones AKAL.
[14] Seligman, M. E. (2012). Flourish: A visionary new understanding of happiness and well-being. Simon and Schuster.
[15] Diener, E. (2000). Subjective well-being: The science of happiness and a proposal for a national index. American psychologist, 55(1), 34.
[16] Kraut, R. (1979). Two conceptions of happiness. The Philosophical Review, 88(2), 167-197.
[17] Maslow, A. H., Frager, R., & Fadiman, J. (1970). Motivation and personality (Vol. 2, pp. 1887-1904). New York: Harper & Row.
[18] Maslow, A. H. (1994). La personalidad creadora. Editorial Kairós.
[19] Rogers, C. R., López, S. M., & Corona, J. L. (1980). Carl Rogers, el poder de la persona (No. 04; BF204, R6.). El Manual Moderno.
Whitaker, C. A., & Malone, T. P. (2014). Roots of psychotherapy. Routledge.
[20] Whitaker, C. A., & Keith, D. V. (1981). Symbolic-experiential family therapy. Handbook of family therapy, 1, 187-225.