domingo, 1 de abril de 2007

Cuando el pensamiento racional es irracional.

Desde que Renato Descartes (1596-1650) dividió al ser humano en res extensa y res cogitans, sumergió al pensamiento humano en la funesta dicotomía mente – cuerpo. Damasio (1994) no duda en tildar a Descartes como el directo responsable de la mayor falacia de todos los tiempos: el reduccionismo mentalista.
La célebre frase cartesiana “cogito ergo sum”, traducida como: “pienso, luego existo”, proviene de la premisa central de la filosofía racionalista: “Lo mismo despiertos que dormidos nunca debemos persuadirnos más que por la evidencia de nuestra razón” (Descartes, 1637/1971, pg. 21). Sin embargo, el cogito ergo sum, no es conclusión de un silogismo, no es argumento, es la consecuencia de una intuición. Con esto, Descartes otorga omnipotencia a la mente humana, puesto que la verdad existe en el pensamiento, no es posible la duda en la subjetividad.
Las consecuencias del pensamiento cartesiano han sido: la creencia en una verdad absoluta y la definición de la razón como el único recurso viable del conocimiento. La definición que Descartes da sobre el pensar incluye cualquier cosa que pase en nuestra mente: “Por pensar entiendo todo lo que en nosotros se verifica, de tal modo que lo percibimos inmediatamente por nosotros mismos; por lo cual, no sólo el entender, el querer y el imaginar, sino también el sentir, significan aquí lo mismo que pensar…” (Descartes 1644/1971, pg. 169). Luego, concluye que el pensamiento deviene directamente de Dios y por lo tanto, lo que proviene de la razón tiene que ser verdadero. Si nos equivocamos al pensar, el error no es producido por Dios, porque Él no puede engañarnos, luego, la equivocación pertenece a la acción de un “genio maligno” (Descartes, op.cit.).
Para el Modernismo, iniciado por Descartes, las raíces del conocimiento se fundamentan en la metafísica, se parte de la intuición de las verdades esenciales y se recurre a la deducción para fundamentarlas (Descartes, op.cit.).
Según el método cartesiano, el saber debe sustentarse en la matemática, siendo ésta la forma más elaborada del pensamiento humano. Los axiomas matemáticos son verdades incuestionables definidas por la intuición. Los teoremas son las proposiciones que emergen de las deducciones racionales que se ejecutan sobre los axiomas (Descartes, 1641/1971).
Sin embargo, el filósofo francés, consideraba que el conocimiento matemático, al igual que el resto del saber humano, era dudoso, porque es posible el error. La intuición, en cambio, no ofrece la posibilidad de la duda, porque proviene de la “luz natural”, facultad cognoscitiva dada por Dios (Descartes, op.cit.).
Las cosas deben ser vistas con la precisión de las “nociones comunes”, éstas se caracterizan por pertenecer al dominio de Dios insertado en el conocimiento matemático y lógico, los conocimientos válidos son solamente aquellos sobre los cuales tenemos absoluta certeza, los demás son falsos. La certeza es un estado de ánimo interno, por lo tanto su verificación depende exclusivamente del sujeto y no de instancias externas. De esta manera, Descartes impone la autarquía, fundamentada en la razón, que es lo mismo que decir, cimentada en Dios, por lo tanto, incuestionable y suficiente para resolver los problemas de la filosofía.
El conocimiento parte de la evidencia definida por la intuición, indiscutible, como vimos, por provenir de la “luz natural” y ocurrir en la mente humana sin necesidad de ningún argumento para justificarla, porque al hacerlo se estaría poniendo en duda al cogito.
Con Descartes la filosofía se divorció de la ciencia, porque las premisas metafísicas son incompatibles con el método científico. Para el racionalismo, “si tiene lógica es verdadero”, aunque los hechos demuestren lo contrario. El racionalismo es escéptico con la ciencia, la ciencia lo es con el racionalismo. Rossi (1990), estima que si seguimos la manera de pensar que propuso Descartes, terminaremos confundiendo las ideas que nos hacemos del mundo con el mundo mismo, o lo que es lo mismo, parafraseando a Korzybsky: pensaremos que el mapa es el territorio.
Wittggenstein (1889 – 1951) sostiene que el lenguaje tiene una lógica que no es necesariamente la lógica del pensamiento; sólo podemos pensar dentro de los límites del lenguaje: “Los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo” (Wittgenstein, 1921/1997, pg. 143). Luego: “La lógica llena el mundo; los límites del mundo son también mis límites. (…) Lo que no podemos pensar no lo podemos pensar; así pues, tampoco podemos decir lo que no podemos pensar” (Wittgenstein, op.cit., pg.143). La paradoja es que a través del lenguaje explicitamos las ideas, y el lenguaje no puede hablar de la esencia, y como enuncia Wittgenstein, “lo que puede ser mostrado, no puede ser dicho” (Wittgenstein, op.cit., pg. 67).
La lógica es solipsista, es decir, se refiere a sí misma, no puede referirse a otra cosa. De ahí la irreverencia de Wittgenstein con la filosofía, la cual al final de cuentas, sólo es un discurso lingüístico sobre la lógica del lenguaje; y el lenguaje se engaña a sí mismo, porque no existe “el lenguaje”, sino los juegos del lenguaje (Wittgenstein, 1953/1988). A propósito, Wittgenstein escribió: “¿Se compone de palabras un pensamiento? ¡No! Sino de constituyentes físicos que tienen el mismo tipo de relación con la realidad que las palabras. No sé que son esos componentes” (Wittgenstein, 1914-1916/1982).
El problema de la cognición humana se remite a la imposibilidad de expresar el pensamiento fuera del lenguaje (Peña, 1994), por lo tanto, ambos son interdependientes, tal como lo demuestra la teoría de la mediación de Vygotsky (1984). En ese sentido, la lógica del lenguaje se ha inmiscuido en la lógica del pensamiento contaminándola con sus reglas sintácticas, aunque la hipótesis de Sapir-Whorf, pretende invertir la influencia, sugiriendo que es el pensamiento el que tergiversa la lógica del lenguaje (En: Garnham y Oakhill, 1996, pgs. 64-68).
Pensamiento y lenguaje caminan por vías diferentes, al encontrarse, el pensamiento como un jinete monta el caballo lingüístico; de esta manera, las ideas tienen un medio para expresarse y las palabras un conductor que las guíe. La meta de ambos es controlar las realidades subjetivas y objetivas, que ellos mismos se han encargado de construir. Tal como ocurre con la historia empleada por Watzlawick, al referirse a la coleta del barón de Münschhausen: “En otra ocasión – así comienza una de las conocidas aventuras del barón de Münschhausen- me proponía saltar sobre una ciénaga que inicialmente no me pareció tan ancha como la encontré en cuanto me vi en medio del salto. Suspendido en el aire, di media vuelta y regresé al punto de partida, para tomar un mayor impulso. Pero también por segunda vez hice un salto demasiado corto y caí, no lejos de la orilla, hundiéndome en la ciénaga hasta el cuello. En este punto, habría muerto irremisiblemente, si la fuerza de mi brazo, asiendo mi propia coleta, no me hubiera sacado de allí, juntamente con el caballo, que yo apretaba firmemente entre mis rodillas.” (En: Watzlawick, 1992, pgs. 169-170).
Lenguaje y pensamiento nos hunden en la ciénaga de la realidad construida por nosotros, Descartes deja que nos ahoguemos, Wittgenstein nos dice que jalemos de nuestra coleta para salvar al caballo y al jinete de la muerte.
La paradoja que enfrentamos es que “No podemos pensar nada ilógico, porque de lo contrario tendríamos que pensar ilógicamente” (Wittgenstein, 1921/1997, pg. 29). Por eso, fácilmente caemos en la falacia autárquica cartesiana: “si es lógico, es verdadero”.
El término “razón” ha sido utilizado en diversos sentidos, Peña (1994), le otorga seis acepciones: justificación, conjunto de funciones cognitivas, instrumento para lograr el conocimiento, nivel supremo de reflexión, principio de explicación, una entidad cognitiva. En Lógica, el raciocinio es el proceso intelectual a través del cual de una premisa o varias, se obtiene una conclusión acorde a los principios lógicos de contradicción y de razón suficiente.
El Psicoanálisis es la máxima expresión del racionalismo modernista, se presenta como un conjunto de postulados tautológicos que resultan de la idea intuitiva del inconsciente. Laplance y Pontalis (1980), en su afán por elaborar un compendio del lenguaje psicoanalítico, consideran a la palabra “inconsciente” como el más importante descubrimiento freudiano. La consideran como adjetivo cuando se refiere al conjunto de contenidos externos a la conciencia y tópicamente es un sistema de contenidos reprimidos, los cuales fueron rechazados por el pre-conciente, a través del mecanismo de represión (pgs. 306 – 309).
Así como Descartes ha sido funesto para la filosofía, el Psicoanálisis lo ha sido para la Psicología. Freud (1856-1939) es uno de los más grandes inventores de falacias que ha conocido la historia del pensamiento científico. Es imposible validar el constructo de “inconsciente”, porque su contenido es la pulsión, y ésta se encuentra “en la frontera entre lo somático y lo psíquico, está más allá de la oposición entre consciente e inconsciente; por un lado, nunca se puede tornar objeto de la conciencia y, por otro, no está presente en el inconsciente sino por sus representantes.” (Laplance y Pontalis, op.cit. pg. 307). Estos representantes (vorstellung) –pulsional, psíquico e ideativo- no son el objeto sino la inscripción de los mismos en los sistemas mnésicos, los cuales se cargan – como energía psíquica- hacia objetos externos o a partes del cuerpo (op.cit. pg. 329).
Al tratar de explicar cada una de las nuevas palabras que surgían en su intento por justificar la intuición del inconsciente, Freud crea nuevas palabras, con las cuales elabora un intrincado modelo mecanicista de la motivación humana, concluyendo al final que el motor esencial de nuestra existencia se encuentra en la energía psíquica que él denominó libido, y que necesariamente está asociada a la transformación de la pulsión sexual. La libido es tan escurridiza como las hadas, no se puede reducir a la idea de “energía mental”, ni da cuenta de todo el espacio que ocupan las pulsiones, sin embargo, es un concepto cuantitativo, porque “permite medir los procesos y las transformaciones en el dominio de la excitación sexual” (op.cit. pg. 343).
En el absurdo pseudocientífico, Jacques Lacan (1901-1981), hace una nueva lectura de Freud, invierte el modelo de signo de De Saussure, introduce inverosímiles argumentaciones matemáticas, como por ejemplo: “Así, calculando esa significación según el álgebra que utilizamos, a saber: S (significante) sobre s (significado) = S (el enunciado). Con S=1, tenemos s = Raíz Cuadrada de menos 1. Es así como el órgano eréctil viene a simbolizar el lugar del goce. No en cuanto él mismo, ni siquiera en cuanto a imagen, sino en cuanto parte faltante de la imagen deseada: por eso es igualable a Raíz Cuadrada de menos 1” (En: Vásquez, 2007).
El racionalismo tiende al dogmatismo, y nadie como Freud para demostrar aquello. Construyó una iglesia del inconsciente, a la cual sólo podían pertenecer aquellas personas que coincidieran plenamente con sus ideas. Adler y Jung fueron dos de los más importantes disidentes que probaron la furia del maestro, fueron expulsados como lo son los apóstatas de las más recalcitrantes sectas religiosas (Roazen, 1978).
El pensamiento psicoanalítico favorece al pesimismo determinista, porque nadie es capaz de ser feliz, menos los analizados, puesto que no tienen derecho a rebatir las interpretaciones de sus analistas, si lo hacen son víctimas de la resistencia, y si expresan su malestar hacia el trato que reciben, están transfiriendo afectos no resueltos hacia alguno de sus progenitores. Incluso si por algún efecto del azar, el análisis empieza a resolver el problema del paciente, éste está huyendo hacia la salud para evitar la confrontación con su inconsciente. Haley (2000) demuestra que el psicoanális como terapia, no es otra cosa que una lucha de poder en la cual el analista ganará siempre, el analizado está inmerso en una paradoja de la cual jamás podrá salir: cualquier cosa que diga será interpretada en su contra.
El psicoanálisis asume una postura radicalmente machista. Para Freud la mujer envidia al pene masculino, para Lacan, peor, la mujer es un ser “en falta”. Berger (2001), escribió que en relación a las mujeres “Freud decía la verdad; jamás comprendió a las mujeres, lo cual no es de extrañar ya que casi nunca se permitió intimar con ellas.” (Pg. 423).
El Psicoanálisis es una falsa ciencia racionalista porque recurre a la especulación partiendo de premisas sostenibles únicamente por el producto de su afán por sostenerse. El Psicoanálisis es autárquico porque se constituye en un monumental conjunto de conocimientos apriorísticos que solamente pueden demostrarse por la lógica del pensamiento freudiano o lacaniano. Acaba convirtiendo a sus acólitos en una especie de caballeros medioevales empecinados en defender un tesoro que no existe y que nunca existió.
Las pocas escuelas psicoanáliticas que sobreviven, están estructuradas como sectas religiosas, sistemas cerrados a los cuales no debe ingresar ninguna información que ponga en duda sus creencias, aunque se trate de los permanentes fracasos de sus terapeutas, aunque se trate de la vida de los incautos pacientes que en el afán de encontrar solución a sus sufrimientos cuentan sus historias legítimas para que sean deslegitimadas por los ostentadores de la certeza freudiana.
La alternativa a la racionalidad irracional, es la investigación científica de los fenómenos que preocupan a la Psicología, más aún en un país como Bolivia, donde el ser humano requiere de manera urgente propuestas que le permitan cambiar el entorno social en el cual nos desarrollamos. Necesitamos psicologías que den cuenta de la pobreza, del hambre y la resiliencia, porque somos un pueblo que continua creyendo en la fortaleza de su cultura, pelea diariamente para evitar las arremetidas envidiosas de la globalización racional contra nuestras creencias irracionales.
Es imprescindible que comencemos a denunciar las falacias provenientes de las falsas ciencias para evitar el retraso de la investigación, y permitir que surjan científicos del comportamiento humano dispuestos a trabajar seriamente en estudios enmarcados en la infinidad de contextos socio - culturales de nuestro país, desarrollando conocimientos falseables acerca del fenómeno humano. Lo cual, no solamente beneficiará a la ciencia básica, sino que permitirá la evolución de técnicas e instrumentos adecuados a las necesidades idiosincrásicas de las distintas culturas bolivianas.

Referencias

Berger, L. 2001 Freud, el genio y sus sombras. Barcelona: Grupo Zeta.
Damasio, A. 1994 El error de Descartes. Santiago: Andrés Bello
Descartes, R. 1637/1971 Discurso sobre el método que ha de seguir la razón para buscar la verdad en las ciencias. En: García, H. (editor) 1971 Obras de Renato Descartes. La Habana: Instituto Cubano del Libro.
Descartes, R. 1641/1971 Meditaciones metafísicas. En: García, H. (editor) 1971 Obras de Renato Descartes. La Habana: Instituto Cubano del Libro.
Descartes, R. 1644/1971 Los principios de la filosofía: En: García, H. (editor) 1971 Obras de Renato Descartes. La Habana: Instituto Cubano del Libro.
Garnham, A., Oakhill, J. 1996 Manual de psicología del pensamiento. Barcelona: Paidós.
Haley, J. 2000 El arte del psicoanálisis. En: Haley, J. 2000 Las tácticas de poder de Jesucristo y otros ensayos. Barcelona: Paidós.
Laplance, J., Pontalis, J.B. 1980 Vocabulário da psicanálise. 6ª edición. São Paulo: Martins Fontes
Peña, J. 1994 Wittgenstein y la crítica a la racionalidad. Bogotá: ECOE ediciones.
Roazen, P. 1978 Freud e seus discípulos. São Paulo: Cultrix.
Rossi, P. 1990 Las arañas y las hormigas. Una apologia a la historia de la ciência. Barcelona: Crítica.
Vásquez, A. 2007 Freud y Lacan: el fraude. En: Revista electrónica Cambio. Disponible en: http://www.cambiodemichoacan.com.mx
Vygotsky, L.S. 1984 A formação social da mente. São Paulo: Martins Fontes.
Watzlawick, P. 1992 La coleta del barón de Münchhausen. Barcelona: Herder.
Wittgesntein, L. 1921/1997 Tractatus Logico – Philosophicus. Madrid: Alianza Universidad.
Wittgenstein, L. 1953/1988 Investigaciones filosóficas. México DF: UNAM.
Wittgenstein, L. (1914-1916/1982) Diario filosófico. Barcelona: Ariel.