miércoles, 12 de abril de 2017

EL SUFRIMIENTO EN LA PSICOTERAPIA



El sufrimiento en la psicoterapia

Por: Bismarck Pinto, Ph.D.


¡Por piedad!..¡Tengo miedo de quedarme
con mi dolor a solas!
Gustavo Adolfo Becquer
 La nocipercepción hace referencia a la capacidad de nuestro organismo de percibir el dolor. La función del dolor físico es alertar sobre el mal funcionamiento de algún tejido, nos obliga a atender la injuria que está sufriendo alguna parte del cuerpo. Por lo tanto es una sensación noble, el dolor se activa sabiendo que debe morir, es el grito del cuerpo indemne ante alguna agresión.
Es pertinente diferenciar al dolor físico del sufrimiento, éste último lo entenderemos como un padecimiento relacionado con la infelicidad. Se trata de la zozobra ante la incertidumbre. Es soportar consecuencias negativas para sí mismo, para las personas que amamos o los bienes.
Su etimología es griega, υποφέρω /ypófero/, en latín: suffere: sostener, sobrellevar. Tiene el sentido de soportar, aguantar, padecer. El dolor se alivia, el sufrimiento permanece. El sufrimiento es resultado de un proceso de interpretación cognitiva complejo. Da sentido a la situación existencial vivida por la persona. Por eso, una misma situación no ocasiona igual nivel de sufrimiento en una persona que en otra. El ejemplo clínico más interesante es el desarrollo de estrés post traumático (EPT). No todas las personas inmersas en situaciones altamente estresantes (v.g. batallas, torturas, asaltos, etcétera) presentarán con el pasar del tiempo los síntomas del ETP.
 
El sufrimiento por lo tanto, es resultado del significado atribuido por la persona a la situación estresante. Entendemos por disestrés o estrés negativo al resultado de una experiencia incómoda de la cual no se puede escapar. El disestrés debe ser entendido como resultado de la interacción entre la persona y su entorno, por ello el sentido que se da a la vivencia es la definitoria del estado de tensión muscular dando lugar a la inutilidad de la reacción para huir de las circunstancias. El estrés negativo aparece como consecuencia a la imposibilidad de afrontamiento de los estímulos aversivos, esa insuficiencia de recursos atañe a la desadaptación y emergencia de estados alterados del organismo.
 
Tanto el estrés como el sufrimiento deben entenderse como experiencias singulares. Dicho de otra manera, la interpretación de la situación es la que define la presencia o no de las respuestas estresantes. Entonces, la organización de significados es la determinante, no es una respuesta inmediata sino mediada necesariamente por el sentido y el valor dado a las contingencias ambientales. Sufrimos cuando nos sentimos impotentes ante la avalancha de infortunios, la angustia es el dolor existencial consecuente con el sufrimiento, el darnos cuenta de nuestra miseria ante la magnitud incólume de los eventos ajenos a nuestra voluntad. El sufrimiento simplemente ocurre.
 
Para los budistas es innegable la existencia del sufrimiento, relacionado con el vacío y la imperfección. Su toma de conciencia conlleva el surgimiento de la sabiduría, no se trata de una actitud pasiva ni pesimista, al contrario se debe vivenciar el sufrimiento para desapegarnos de él y de esa manera darle un sentido positivo[1].
 
Para los católicos el pecado original nos obligó a vivir en un valle de lágrimas, es decir, estamos inevitablemente inmersos en el sufrimiento, es inseparable de la existencia terrena. La resurrección de Cristo después de su padecimiento en la cruz nos ofrece la promesa de una vida eterna indemne de padecimientos. La experiencia del sufrimiento se relaciona con un sentido salvífico, se le da sentido al descubrir su significado: el Cristo en la cruz. El sufrir permite encontrarnos con nuestro destino: la superación de uno mismo. El sufrimiento genera compasión y respeto, promueve los sentimientos esencialmente humanos[2].
 
 
Viktor Frankl es el psicólogo más interesado en el sufrimiento, por sus vivencias en los campos de concentración Auschwitz y Türkheim. Según su postura, los seres humanos tenemos un interés primordial en la vida: encontrarle sentido a nuestra existencia. Es por ello que estamos dispuestos a sufrir a condición de que ese sufrimiento tenga sentido. El ser humano es una criatura dispuesta al sufrimiento, un “hombre doliente” capaz de darle un significado positivo al sufrimiento para trascender. Sufrimiento y trascendencia son los pilares del desarrollo humano. El sufrimiento nos confronta con nuestra dignidad, nos obliga a buscar nuestra felicidad en el padecimiento. Frankl escribe: “En realidad, ni el sufrimiento ni la culpa ni la muerte -toda esta triada trágica- puede privar a la vida de su auténtico sentido”[3].
 
Desde la perspectiva relacional, el sufrimiento es una experiencia implícitamente asociada con las pérdidas, por ende con la activación del sistema de apego. La ausencia nos confronta con nuestra soledad. Al establecer lazos afectivos organizamos sistemas relacionales, de tal manera que el otro tiene trozos míos y yo tengo algunos de los suyos. De ahí que cuando alguien muere no lloramos por el muerto sino por aquello que el muerto se llevó de nosotros[4].
 
La psicoterapia la defino como los procedimientos relacionales entre el psicoterapeuta y el paciente (o los pacientes, en la terapia de pareja, familia y de grupo) dirigidos al alivio del sufrimiento. Debemos asumir que las personas buscan ayuda psicológica para erradicar su padecimiento. Pueden ocurrir las siguientes alternativas: sufrimiento personal, sufrimiento por el otro, sufrimiento compartido.
 
El primer caso es cuando la persona me busca porque vivencia un sufrimiento insoportable. Es lo que ocurre con Nadia[5] una mujer de cuarenta años, divorciada con dos hijos. Busca ayuda desesperada después de una ruptura amorosa. Se involucró amorosamente con un compañero de trabajo diez años menor que ella hace ocho meses a pesar de la opinión extendida de que no era un hombre adecuado para ella, lo decían sus amigas y su madre después de conocerlo. No solamente era inadecuado por la edad, sino porque tiene problemas con el alcohol y se sabía de sus conductas maltratadoras en relaciones anteriores. A pesar de ello Nadia se ligó apasionadamente. Las consecuencias fueron desastrosas, la pegó en varias oportunidades, le hizo vergonzosas escenas en estado de embriaguez. Sin embargo Nadia tomó la decisión de separación cuando en un exabrupto su pareja golpeó a su hija menor. En la terapia esta mujer se mostró desconsolada y desesperada, afirmaba que aún lo amaba y era muy difícil alejarse de él. Me dijo que nunca antes había sentido tanto dolor, ni cuando se separó del padre de sus hijos. Se encontraba cayendo en un abismo sin fin, todo en su vida había dejado de tener sentido, inclusive sus hijos con quienes se manifestaba agresiva y negligente. Tal era el grado de desazón que tuvo ideas suicidas. 
 
Otro paciente, Daniel de 19 años, se presenta en mi consultorio aquejado por un inmenso sufrimiento. Su vida se centró en el fútbol, al parecer poseía el talento y las condiciones físicas para jugar profesionalmente. Sin embargo sufrió una lesión que lo inhabilitó para continuar practicando su pasión. Ingresó a la universidad al mismo tiempo que se dedicó a beber alcohol con sus amigos. Fue esa pérdida de sentido que lo llevó a solicitar ayuda.
 
El segundo caso, hace referencia al sufrimiento por el otro, frecuente en la terapia familiar. Por ejemplo, los padres de Maruja están desesperados al contemplar que su hija de 16 años se consume por la anorexia. Ella no siente ningún interés en abandonar sus malos hábitos alimenticios, a pesar de saber de los riesgos de muerte. Otros padres están angustiados por su hijo Pedro diagnosticado con esquizofrenia, se sienten impotentes ante las conductas bizarras del hijo. En otro caso, Manuela sufre porque su hijo de 23 años enamora con una muchacha ajena a sus expectativas.
 
Finalmente el sufrimiento compartido hace referencia usualmente a experiencias de duelo. Por ejemplo, Ximena es una mujer viuda con dos hijos pequeños, los tres están sufriendo por la muerte del padre, la terapia conlleva el compartir los sentimientos, diferenciar los procesos peculiares de duelo y planificar actividades conjuntas para afrontar la pérdida. También se suscita en la pérdida ambigua, cuando se confronta una enfermedad intempestiva en uno de los  miembros de la familia o en casos de desapariciones. Tal el caso de la familia de Sonia, hace un años ha desaparecido sin dejar rastro, los padres y hermanos comparten el dolor.
 
Partiendo del principio según el cual el sufrimiento es un proceso a soportar, la actitud del terapeuta deberá ser de respeto y compasión. El respeto hace alusión a la valoración incondicional de la dignidad de la persona, su estado obliga a sentir admiración ante la disposición de afrontar una situación sin solución. Es importante asumir la imposibilidad de comprender el sufrimiento que le aqueja al paciente, a pesar de los esfuerzos obligados para colocarnos en su lugar, nunca nuestros referentes personales pueden darnos la certeza de lo insoportable. 
 
Debemos recordar la inconmensurabilidad del sufrimiento, independientemente a su causa. Un ejemplo de ello es la primera ruptura amorosa, para la persona puede ser el pesar más intenso de su vida, porque no tiene con qué comparar. Las siguientes rupturas serán diferentes porque habrá vivenciado previamente la experiencia, usualmente la primera fue insoportable para posteriormente considerarla banal. 
 
Podemos tener una actitud de menoscabo hacia ciertas experiencias, sin embargo, ameritan el respeto y la comprensión aunque para nosotros no sean importantes. Por ejemplo, si unos padres viven con mucho abatimiento la pérdida de un año escolar de su hijo, puede que nos sintamos tentados y ser irreverentes con esa postura, lo cual será un error porque el sufrir es relativo a las creencias. También puede pasar lo contrario, tener una posición de sobrevaloración en relación a ciertas experiencias que los pacientes no las viven de esa manera.
 
La clave de la actitud terapéutica consiste en obviar el motivo y centrarnos en el sufrimiento, para luego promover una actitud de respeto, veamos un ejemplo tomado de una intervención con un paciente  de treinta años que vive con desabrimiento la muerte de su mascota:
 
Terapeuta: dime…¿cómo te sientes?
Paciente: no lo soporto (llora con amargura)…me vienen las imágenes de su muerte…
Terapeuta: (después de un largo silencio) ¿es como si…dejara de tener sentido tu vida?
Paciente: sí…así es…me siento muy solo sin él…lo levanté muerto de la calle…lo abracé…si yo lo hubiera llevado al parque no estaría muerto, por flojo no lo llevé, lo hizo mi papá y se le escapó…(llora)
Terapeuta: entonces…¿sientes culpa?
Paciente: así es…mucha…mucha culpa…
Terapeuta: es que lo amaste mucho…¿qué tenía para que lo amases tanto?
Paciente: (inquieto saca el celular para mostrarme una foto del perrito)…este era…vea qué bonito…estaba conmigo en las buenas y las malas…tenía algo diferente a mis otros perros…era el mejor…yo sentía que era como un amigo…
Terapeuta: no puedo imaginar cuánto estás sufriendo…
 
El sufrimiento necesariamente nos enfrenta con la soledad, al vacío se añade la desolación, como escribió Pablo Neruda: “me siento solo como un náufrago en una isla rodeado de un mar de llanto”. El sufrimiento conlleva otras cosas consigo, la más indescriptible la extraña sensación de abandono, nada más certera la afirmación de Heidegger: somos arrojados al mundo, parafraseándolo es como haber sido expulsado a la soledad. Nadie puede comprendernos.
Es donde se activa la compasión del terapeuta, entraña su potencial de consuelo, contención y protección. Para ello debemos hacer lo imposible para sentir un poco del sentimiento de tribulación que agobia al paciente. Es el instante de la empatía: sentir el sufrimiento ajeno, de ella surgirá una pregunta, sigamos con el caso mencionado:
 
Paciente: falta algo importante en mi vida, no está siendo como antes, ha perdido el color, llego a casa y no está Negrito para recibirme moviendo su colita…no está a la hora de acostarme jugueteando en la cama…extraño hasta los momentos en que me hacía renegar…(calla y llora)
Terapeuta: (después de un largo silencio) ¿sientes como un vacío dentro de tu cuerpo?
Paciente: Nada me puede llenar…es peor…es como un pozo oscuro y yo estoy en el fondo…
 
El terapeuta revisó internamente sus experiencias de pérdida y encontró en ellas sus vivencias de vacío interior, de ello surge su pregunta. El paciente señala que es peor y añade una analogía, la cual servirá para continuar el proceso terapéutico.
 
En la psicoterapia relacional, comprendemos el vínculo con el paciente como un encuentro auténtico, el respeto y la compasión, no son técnicas, son producto natural del proceso interactivo. 
 
El trabajo con el sufrimiento entraña fundamentalmente fomentar la trascendencia. En lugar de empantanarse y embadurnarse con el barro del dolor, el paciente debe soltarlo para que se hunda mientras se dice adiós y se reanuda la existencia. Es interesante la escena de la película “La historia sin fin”, cuando Atreyu se hunde con su caballo Artax en la ciénaga, tiene que soltarlo para sobrevivir[6]. Así ocurre con el sufrimiento, debemos dejar partir.
 
En muchos casos de adicciones incluyendo los trastornos de alimentación, las personas prefieren hundirse con su Artax en lugar de dejarlo hundir. La adicción adormece el sufrimiento, sin embargo éste resurge con más intensidad obligando a la persona a retomar la adormidera. 
 
La depresión en sí misma es sufrimiento, a diferencia de la tristeza no hay nada para dejar partir, ella se instala en el organismo deteriorando la alegría de vivir, ninguna forma de lucha voluntaria la elimina, la persona debe soportar la imposibilidad de disfrutar de su existencia, la fuerza que jala a Artax desde el fondo del armajal es demasiado vehemente, la única salida es el suicidio. Las personas creen que la situación se resolverá con la fuerza de voluntad, achacan a la persona de floja e incapaz de darle sentido a su vida, cuando el único sentido es acabar con la insólita sensación de haber muerto en vida.
 
La psicoterapia no es eficaz con la depresión, sí lo es con la tristeza. En la depresión urge el acompañamiento silencioso del sufrimiento, ayuda la explicación de lo que acontece, permitiendo al paciente entender la imposibilidad de salir del pantano ajena a sus recursos, nada funcionará porque es el organismo el perturbado. De ahí se desprende la ignorancia de algunos psicoterapeutas cuando descartan las razones biológicas de algunos sufrimientos. No todo depende de nuestro control.
 
En síntesis, el sufrimiento es un estado inherente a la condición humana, su origen se encuentra en la toma de conciencia de nuestra efímera existencia, surge como la alerta ante la enfermedad mortal de Unamuno, la certeza del Dasein de Heidegger y la desesperación de Kierkegaard: memento mori (recuerda que morirás). Nos interroga con el sentido de nuestra vida, nos obliga a intensificar nuestra vida, a amar con pasión sabiendo que a más amor mayor será el pesar de la despedida. No es posible vivir sin asumir el riesgo de sufrir, porque será el sufrimiento la señal más importante de que amamos de verdad, y muchas veces es preferible sufrir a permitir el sufrimiento de quienes amamos, entonces nos sacrificamos y el sufrimiento adquiere el mismo sentido del dolor, nos anuncia que algo malo pasa con nuestra alma, es la urgencia de actuar para dejar partir, soltar la carga para poder resurgir como mejor persona.


[1] http://www.revistadharma.com/sufrimiento.html
[2] Carta apostólica salvifici doloris del sumo pontífice Juan Pablo II. Disponible en: http://www.vatican.va/roman_curia/pontifical_councils/hlthwork/documents/hf_jp-ii_apl_11021984_salvifici-doloris_sp.html
[3] Frankl, V. 1994). Logotherapie und Existenzanalyse. Logoterapia y análisis existencial: textos de cinco décadas, p. 156
[4] Frankl, V. E., Silva, C., & de Malatesta, G. (1997). Lo que no está escrito en mis libros: San Pablo.
[5] Los nombres de mis pacientes han sido cambiados y algunos detalles para conservar la confidencialidad.
[6] https://www.youtube.com/watch?v=2ZXO_CHABus