lunes, 28 de marzo de 2016

El divorcio difícil




El divorcio difícil
Por: Dr. Bismarck Pinto Tapia, Ph.D.

Cuando odiamos a alguien,
odiamos en su imagen algo
que está dentro de nosotros.
Hermann Hesse.


El divorcio es un complejo proceso de duelo, de por sí es de difícil resolución al tratarse de una experiencia ligada a la pérdida ambigua, esto es, no existe una muerte eminente pero los sentimientos son comparables a lo que ocurre ante la pérdida real de alguien muy querido.

Se produce un enmarañamiento de emociones, porque un componente del sistema familiar se va, quien queda sufre, quien se va también; ambos pierden muchas cosas. Al mismo tiempo los hijos indefectiblemente experimentan sensaciones de abandono, rabia y añoranza, desconcierto y angustia, independientemente a su edad, sufren. El impacto de la ruptura alcanza a las familias de origen, los abuelos son testigos impotentes de lo que acontece con sus hijos y nietos. También se afectan los vínculos de amistad y las instituciones laborales. En síntesis: cualquier divorcio es complicado.

El divorcio es una experiencia psicológica devastadora para los cónyuges, está asociada al estrés, depresión, consumo de drogas y alcohol, además se vincula con la disminución de defensas orgánicas por lo que precipita enfermedades[1]. Es la principal causa de depresión infantil y disminución del rendimiento escolar[2].

Scott y su equipo de investigadores (2013) en una muestra de 52 personas, recolectadas de una población de 306 parejas divorciadas, establecen las razones con las que explican su decisión de terminar el vínculo matrimonial: la falta de compromiso 75%; infidelidad 59,6%; demasiado conflicto y 57,7%; casarse demasiado jóvenes 45,1%; los problemas financieros 36,7%, el abuso de sustancias 34,6%; la violencia doméstica 23,5; los problemas de salud 18,2; la falta de apoyo de la familia 17,3; Las diferencias religiosas 13,3; poca o ninguna educación prematrimonial, 12%.

La investigación señalada coincide con otros estudios similares (v.g. Wolcot, y cols (1999)[3]; Hawkins, y cols. (2012)[4]. Existe coincidencia en mencionar que el factor psicológico común es la carencia de habilidades en el manejo de los conflictos maritales (Kessler, 1978[5];Stevenson, y cols., 2007[6]; Gottman, 2014)[7]. Dichas habilidades pueden resumirse en las tres más importantes: negociación, comunicación y afrontamiento de problemas (Blanchard y cols. ,2009)[8] .

Cuando nos casamos, es difícil diferenciar los problemas del amor de los problemas de la convivencia. Muchos, pretenden resolver las dificultades del matrimonio con amor, fracasando plenamente. El matrimonio obliga a negociar la sobrevivencia, el amor es un instrumento equivocado, se parece a tratar de clavar un clavo con un globo multicolor. Peor aún los cónyuges tienen la inverosímil capacidad de transformar los conflictos de la convivencia en crisis amorosas. “No logramos comprar una casa porque no nos amamos”; ¡no logran comprarla porque no tienen los recursos económicos suficientes! Por más amor, éste no deriva en el incremento de la cuenta bancaria.

Para vivir en pareja se necesita racionalidad sobre todo, y para divorciarse también. Pero rara vez es posible, porque la mayoría de las parejas que se divorcian, lo hacen por no haber sido racionales en su matrimonio. Por lo tanto, lo serán menos para divorciarse.

Cualquier divorcio está teñido de odio y desesperanza. La tristeza, el miedo y la rabia gobiernan el sistema cognitivo de ambos contendientes. Son emociones asociadas a los recuerdos y a las expectativas. El odio puede apoderarse largo tiempo de la persona, luego la nostalgia y permanentemente el miedo. La incertidumbre hacia el futuro es ineludible, el temor a estar tomando la decisión equivocada es grande.

Una noticia indica que el 50% de las personas divorciadas se arrepienten de la decisión tomada, los motivos: echan de menos a la ex pareja, se sienten fracasados, se dieron cuenta que habían sido irracionales, se sienten solos, sienten celos[9]. El divorcio es pensado como una solución y se convierte en un problema. Las personas suelen definir al divorcio como un trámite burocrático, todo terminará cuando salga la sentencia. No es así, es un proceso largo, complejo y doloroso. Puede decirse que se trata de un duelo cotidiano, cada día se vivifica la pérdida (Graham, 2013)[10].

Así como se presenta el duelo complicado[11], también se produce el divorcio difícil[12]. De manera general hace referencia al divorcio donde la pareja no protege a sus hijos del sufrimiento provocado por el conflicto conyugal y la generación de la desorganización de la vida familiar. La pareja no sabe diferenciar su rol de padres del rol de pareja. 

Otros investigadores prefieren denominarlo divorcio con alto grado de conflicto[13]. Además de referirse a los desacuerdos durante el proceso legal (pensiones, división de bienes, tenencia de los hijos) hace alusión a los conflictos relacionales (afrontamiento de la situación, discusiones para llegar a acuerdos,  violencia verbal, física o coerciones de cualquier índole. Finalmente considera las actitudes hacia los procesos emocionales involucrados y la manera cómo se expresan.

En el divorcio con alto grado de conflicto los problemas no se resuelven, los litigantes boicotean las propuestas planteadas, tampoco se resuelve el duelo, se mantienen los sentimientos hostiles incapacitando la posibilidad del perdón. Todo ello conlleva al olvido de los roles parentales, ocasionando el abandono de los hijos.

En el divorcio difícil se identifican parejas colusionadas y triangulaciones. La colusión se produce en parejas con conflictos afectivos infantiles no resueltos. Estos conflictos activan procesos emocionales en los vínculos amorosos. Como consecuencia ambos componentes de la pareja esperan la solución de sus carencias en la relación conyugal. Por ejemplo, él espera protección y ella reconocimiento. Como estas demandas no tienen un parámetro real (no recibieron en su familia lo que reclaman), sus expectativas son idealizadas y por ende imposibles de realizar.

Ambos piden cosas desconocidas, pero al mismo tiempo tienen la certeza de encontrarlas para ser felices. Ambos provienen de estilos de apego inseguros. Carentes de amor legítimo en sus familias de origen se lanzan en pos de llenar sus vacíos personales. Como consecuencia, no son capaces de estar juntos ni separados. Ante la ausencia se deprimen y ante la presencia se enfurecen.

Durante los juegos relacionales de la colusión, el divorcio se presenta como una opción ideal. La ruptura del vínculo es achacada a la incapacidad del otro de ofrecer el amor prometido. ¡Ambos están en lo mismo! Incapaces de reconocer sus errores, se apropian del otro, obviando sus propias proyecciones, piensan y sienten por su pareja. Es imposible el divorcio emocional, llevan dentro de sí al otro idealizado.

La pugna de la colusión es el agujero negro de las relaciones de pareja, todo aquello que se acerca es atrapado por el lazo patológico. Como efecto, los hijos son convocados a ser parte de la lucha. Así, se atrapa hijos para atacar al cónyuge o para buscar protección en ellos. Al primer caso se denomina coalición, al segundo, alianza. Ya sea coalicionados o aliados, los hijos enfrentan conflictos ajenos a sí mismos. Reemplazan sus sentimientos por los sentimientos de los padres. Están los hijos parentalizados, aquellos abuelos de sí mismos, fungen de madre o padre de sus padres, abandonan sus necesidades de protección y legitimación.

En la triangulación se estabiliza el enlace conyugal. Los padres pierden el sentido de haber involucrado a los hijos en su juego cuando éstos manifiestan síntomas psicopatológicos (adicciones, trastornos de alimentación, fobias, etc.). A mayor intensidad de las crisis de pareja, más graves son los síntomas de los hijos. Los aliados y coalicionados requieren “deslumbrar” al matrimonio de sus padres para evitar la pugna conyugal. Cuando lo logran la pareja apacigua su lucha para atender los problemas del hijo o hijos. Entonces se produce un fenómeno interesante: a mayor conflicto conyugal, mayor intensidad del síntoma. Otro fenómeno es: ante la desaparición del síntoma, es posible la disgregación del matrimonio.

Cualquiera sea la consecuencia, el hijo, o los hijos están atrapados en el juego. Su salida promueve aquello que se trata de evitar: la vinculación de los padres con sus vacíos afectivos. En circunstancias dramáticas, puede sobrevenir el suicidio, como manera desesperada de no salir jamás del triángulo. Emerge la paradoja: el suicida está más presente con su ausencia.

La resolución del divorcio difícil requiere de psicoterapia familiar[14] para ayudar en el proceso de recomposición de los lazos afectivos entre padres e hijos. Promover el apoyo emocional entre hermanos y buscar el apoyo de las familias de origen. También puede ser pertinente la terapia individual de cada cónyuge ante el sufrimiento ocasionado por los complejos procesos de la ruptura[15].


[1] Scott, S. B., Rhoades, G. K., Stanley, S. M., Allen, E. S., & Markman, H. J. (2013). Reasons for divorce and recollections of premarital intervention: Implications for improving relationship education. Couple and Family Psychology: Research and Practice, 2(2), 131.
[2] Frisco, M. L., Muller, C., & Frank, K. (2007). Parents’ union dissolution and adolescents’ school performance: Comparing methodological approaches. Journal of Marriage and Family, 69, 721–741.
[3] Wolcott, I., Hughes, J., & Ilene, W. (1999). Towards understanding the reasons for divorce.
[4] Hawkins, A. J., Willoughby, B. J., & Doherty, W. J. (2012). Reasons for divorce and openness to marital reconciliation. Journal of Divorce & Remarriage, 53(6), 453-463.
[5] Kessler, S. (1978). Building skills in divorce adjustment groups. Journal of Divorce, 2(2), 209-216.
[6] Stevenson, B., & Wolfers, J. (2007). Marriage and divorce: Changes and their driving forces (No. w12944). National Bureau of Economic Research.
[7] Gottman, J. M. (2014). What predicts divorce?: The relationship between marital processes and marital outcomes. Psychology Press.
[8] Blanchard, V. L., Hawkins, A. J., Baldwin, S. A., & Fawcett, E. B. (2009). Investigating the effects of marriage and relationship education on couples' communication skills: a meta-analytic study. Journal of Family Psychology, 23(2), 203.
[9] Disponible en: http://www.emol.com/noticias/Tendencias/2014/08/29/740738/El-50-de-los-divorciados-se-arrepiente-y-lamenta.html
[10] Graham, A. (2013). Perspectives on everyday grief: seperation and divorce.
[11] Barreto, P., de la Torre, O., & Pérez-Marín, M. (2012). Detección de duelo complicado. Psicooncología, 9(2/3), 355.
[12] Isaacs, M. B., Montalvo, B., & Abelsohn, D. (1988). Divorcio difícil: terapia para los hijos y la familia. Amorrortu.
[13] Johnston, J. R. (1994). High-conflict divorce. The future of children, 165-182.
[14] Por ejemplo: Everett, C., & Lee, R. E. (2014). When marriages fail: Systemic family therapy interventions and issues. Routledge.
[15] Por ejemplo: Figley, C. (2014). Divorce Therapy. Routledge.

lunes, 14 de marzo de 2016

Papá...mamá...su divorcio me duele.





Papá...mamá...su divorcio me duele.

Por: Dr. Bismarck Pinto Tapia
Los hijos comienzan por amar a sus padres;
al crecer se ponen a juzgarlos. A veces los perdonan.
Oscar Wilde


El proceso de divorcio implica ineludiblemente el afrontamiento de una pérdida ambigua. Es un duelo sin muerte física. La familia sufre cambios intempestivos, las emociones concomitantes son confusas e indefinibles. Desaparece la familia, uno de los progenitores se va y el otro queda destrozado.

En la década de los ochenta, Pauline Boss investigó los efectos del divorcio en los niños. Identificando la presencia de tristeza asociada a las pérdidas complejas durante la separación de sus padres. Se trataba de una angustia incomprensible, a la cual denominó “pérdida ambigua”[1]. Es sentir una pérdida a pesar de la presencia de la persona, “está, pero no está”; o bien, al contrario, percibir una presencia ausente, “no está pero está”. Ambas experiencias las viven los hijos durante la ruptura amorosa de sus padres. Papá se fue, no está, pero está; mamá se quedó, pero no está. A lo que se suma la sensación de vacío con la nostalgia por la destrucción de la familia.

La desolación en los hijos es muy grande, independiente a la edad, les es imposible comprender lo acontecido.

En la familia existen tres espacios relacionales: parental, conyugal y filial. El primero hace alusión a los vínculos entre padres e hijos, es el subsistema en el cual los hijos construyen una imagen de sus padres. El conyugal se refiere a los lazos afectivos entre los padres como esposos del cual los hijos conocen muy poco: desconocen la historia de amor de sus padres, los conflictos conyugales y la manera íntima cómo papá y mamá se comportan al interior de su matrimonio. Finalmente, el tercero hace mención a la relación entre hermanos.

El impacto del divorcio se produce en función a la incongruencia o no entre el rol de padres y el de esposos. Por ejemplo, si el padre es violento con los hijos, cuando se produce la ruptura no existe incongruencia: “papá es malo, por lo tanto comprendo que mamá ya no lo quiera”. Sin embargo, se produce disonancia cuando papá es bueno y se atestigua la ruptura del matrimonio. ¡Los hijos no saben cómo es papá como esposo!

La situación se hace muy compleja, cuando uno de los cónyuges se esfuerza por mostrar al otro como malvado, en un círculo vicioso: más amoroso como padre es, más descalifico sus acciones parentales. También se complica cuando uno de los padres o ambos, fingen una buena relación como pareja ante los ojos de los hijos.

Me es común escuchar en mi práctica terapéutica a madres y padres diciendo: “no quiero que mis hijos me vean triste”. Esto suele producir ambigüedad en la percepción de los hijos, quienes intuyen la decepción sufrida por uno y otro cónyuge hacia su relación amorosa, incongruente con las actitudes aparentemente indiferentes o peor aún, alegres, mostradas por mamá o por papá. La comunicación se perturba por el doble vínculo: “estás triste y contenta, sufres pero te muestras indiferente o alegre”. ¿A cuál de los mensajes los hijos deben responder?

Los hijos inevitablemente sufrirán. No es posible evitar su dolor, lo más es acelerar el proceso de duelo y disminuir la intensidad del sufrimiento. Para ello es necesario comprender las tres posibles situaciones en las cuales los hijos pueden verse involucrados[2].

La primera, cuando el odio de los padres es muy grande, concentrados en su lucha encarnizada, abandonan sus funciones parentales. En esa circunstancia los hijos perciben la furia de las discusiones y los juegos maquiavélicos entre sus padres. La sensación de impotencia gobierna a los hijos, nada pueden hacer. Se instauran como testigos impasibles de los juegos insaciables de sus padres. A la par, han sido abandonados. No presentan sus labores escolares, hay descuido en su limpieza, los padres se olvidan de pagar las pensiones escolares, en fin, se trata de pequeños víctimas de negligencia. Si hay suerte, la familia extensa puede acoger a los pequeños, como el caso de los abuelos que fungen de padres. Las consecuencias emocionales en los hijos son dramáticas, se producen estados depresivos, manifiestos con aislamiento o violencia en la escuela. Si los hijos son adolescentes pueden sobrevenir conductas adictivas, trastornos alimenticios. Se producen vinculaciones amorosas tempranas, en las cuales se pretende encontrar aquello perdido en la familia: protección.

La segunda, cuando el vínculo amoroso entre los padres se rompe y ambos miembros de la pareja se ocupan de sí mismos, olvidándose de los hijos. Si no encuentran apoyo afectivo en los abuelos o en otros miembros de la familia extensa, se producen graves estados depresivos colindantes a ideas suicidas o conductas violentas favorecidas por el grupo de compañeros. Estos hijos pueden involucrarse en pandillas, barras deportivas agresivas, grupos ideológicos radicales y sectas religiosas destructivas. La desolación es insoportable, al menos los anteriores pueden comprender su situación al contemplar la batalla de sus padres, en este caso, no es así, de un momento a otro han sido abandonados. Si el eje emocional perdurable en el primer grupo es el odio, en este caso lo es la angustia, la cual se puede organizar dentro de un sistema de comportamiento autolesivo, es decir, la persona se hiere físicamente para darle sentido a su dolor y a su urgencia de protección: así cura la herida producida por sí mismo.

Por último, está la tercera situación relacional consecuente con el proceso de divorcio, consiste en lo que los terapeutas sistémicos denominan “triangulación”. Uno o ambos padres se involucran con el hijo en contra de su cónyuge (coalición) o buscan en los hijos protección (alianza). Ya sea un hijo como soldado de uno de los progenitores, o madre-hijo, se instalan en un juego ajeno del cual es muy difícil salir. Los hijos albergan en sus corazones sentimientos ajenos, pues pertenecen al padre o a  la madre. Se trata de un juego condicional, los hijos deben asumir la función delegada para recibir protección y reconocimiento. La triangulación es producto de la colusión, entendida como un acuerdo entre dos para perjudicar a un tercero[3]. Se trata de una pareja establecida por expectativas infantiles, ambos solicitan al otro satisfacer carencias afectivas de sus propias historias. El juego es infinito, al no poderse concretar lo esperado, la solución es involucrar a un tercero, a los hijos. Las consecuencias son devastadoras, los hijos dejan de vivir su vida para reparar los vacíos de sus padres, renuncian a su infancia y a su adolescencia en pos del amor de sus padres, al no recibirlo lo buscarán infructuosamente en sus relaciones de pareja.

Durante el proceso de divorcio, las relaciones con los hermanos se hacen fundamentales para recibir comprensión y protección. Es normal ante la decadencia de la función de padres que alguno de los hijos la asuma. Por lo general es el hermano o la hermana mayor quien se hace cargo del cuidado y protección de sus hermanitos. Esta acción puede ser beneficiosa para los hermanos protegidos, pero tiene un costo para el mayor: sacrifica su desarrollo personal. En muchos casos los padres enmarañados en su batalla y en la nostalgia, pueden obviar los cambios en los roles y funciones de los hijos, por lo cual no se percatan de la importancia del reemplazo. Así tenemos a un hijo renunciando a su vida por el amor a sus hermanos sin recibir reconocimiento por parte de sus padres, conllevando rencor. Las cosas pueden ser peores, cuando los hermanos no comprenden los esfuerzos del mayor, descalificándolo o agrediéndolo. Es común en esas circunstancias, el surgimiento de maltrato por parte del hermano mayor hacia sus hermanitos.

Valga la pena subrayar: el hermano mayor o hermana mayor no necesariamente lo es por serlo cronológicamente, sino por la función desempeñada. En un caso de tres hermanos mayores, la hermana menor fue quien asumió el rol de mayor. Identificaremos al hermano o hermana mayor por dos cosas: renuncia a su vida propia y se hace cargo de sus hermanitos.

Otro fenómeno frecuente, es “el hermano como testigo”. Cuando el hermano o la hermana mayor interceden en los conflictos de los padres, como por ejemplo, cuando el esposo golpea a la esposa y el hijo se interpone para evitar mayor maltrato, los otros hermanos pueden ser espectadores. Otra escena es cuando el padre o la madre desahogan su furia contra el hermano mayor y los otros hermanos lo presencian. La consecuencia es nefasta para los testigos. Saben que el hermano mayor los protege, entienden su sacrificio, pero se sienten impotentes de poderlo ayudar. El dolor es muy grande, puede asociarse a sentimientos de culpa cuando se evalúan a sí mismos al crecer. Es incomprensible el por qué no hicieron algo para defender al hermano querido. Juzgan al niño impotente con la mente del joven, no pueden verse a sí mismos como niños, de ahí la presencia de la angustia, precipitante no pocas veces de sentimientos depresivos.

El odio y la tristeza reprimidos, se mantiene durante el resto de la vida. Odio por la injusticia, si los padres dejan de quererse no es justo que involucren a los hijos. Tristeza por haber perdido el amor y la muerte de la familia. Son sentimientos rara vez tratados por el entorno, más aún cuando al divorcio se lo contempla como una solución a los malos matrimonios, sin percatarnos de la realidad: se arrastra a toda la familia hacia un abismo.

Las parejas en proceso de divorcio deben entender los efectos nocivos e inevitables asociados al sufrimiento vivido por los hijos. Insisto, el divorcio legal no es difícil, lo difícil es el divorcio emocional. Existen parejas convivientes divorciadas emocionalmente, hace mucho tiempo murió el amor entre ellos, se mantienen por evitar el dolor de los hijos y el qué dirán los demás; no se dan cuenta del daño ocasionado por el fingimiento, a veces más tremendo que la separación.






[1] Boss, P., & Greenberg, J. (1984). Family boundary ambiguity: A new variable in family stress theory. Family process, 23(4), 535-546.
[2] Linares, J. L. (2013). Pasos para una psicopatología relacional. Revista Mexicana de Investigación en Psicología, 5 (2), 119-146.
[3] Willi, J. (2002). La pareja humana: relación y conflicto. Ediciones Morata.