lunes, 26 de junio de 2017

El lenguaje en la Psicoterapia Sistémica



Por: Bismarck Pinto Tapia, Ph.D.


Lo único que destruimos son castillos de naipes y
limpiamos el terreno lingüístico sobre el que estaban.
Ludwig Wittgenstein

El
 contexto terapéutico es un escenario relacional donde se establecen vinculaciones alrededor del sufrimiento. Los pacientes al atravesar el umbral del consultorio dejan tras de sí sus roles convencionales y se presentan como personas rescatadas del mundo. Los terapeutas al trascender han sido entrenados para escuchar historias relativas a la cultura y los entornos sociales singulares, les interesa lo esencial, aquello que determina la búsqueda del sí mismo a pesar de las imposiciones.

La actitud irreverente facilita el alcance de las cuestiones existenciales apartando las sinuosas condiciones ajenas a la legitimidad de la existencia vital de los pacientes. Así el discurso se instaura como un puente entre aquello de lo cual no se puede hablar: ética y estética con las emociones impertérritas presentes a pesar de su futilidad en el mundo arbitrario de la cultura.

El discurso del paciente se ha organizado en los mundos donde se desenvuelve, aquellos ajenos e incomprensibles y los otros, propios y apasionantes. Acostumbrado a extender los espacios semánticos con los temas donde los demás se sienten cómodos. Hablar con niños es el mejor ejemplo. Ellos esperan las preguntas adultas de siempre: edad, curso y colegio, etc. En el contexto terapéutico esos espacios son intrascendentes, el terapeuta hará otras preguntas, a veces antecedidas de una tácita descalificación del espacio semántico ingenuo: “no me interesan esas cosas, háblame de ti…”.

En terapia de pareja suelo sorprender a los pacientes con una pregunta de entrada: “¿Quién eres?”…para preguntar luego “¿Quién crees que es tu esposa (o)?”. Estas preguntas inciden en el propósito del encuentro terapéutico: la reflexión sobre el sí mismo y la búsqueda del sufrimiento.

Estos postulados reflejan con claridad el cimiento de la actitud terapéutica sistémica: la deconstrucción del sentido de vida en relación con los otros significativos. Tanto el apego como la legitimación se yerguen desde el vínculo amoroso de los demás, la seguridad emocional y la libertad sólo son posibles si hemos sido protegidos y reconocidos. El producto es la autonomía consecuente con la desvinculación afectiva. Los encuentros y despedidas indispensables para la apropiación de nuestra vida.

No interesan las palabras sino su elección. En el procesamiento del lenguaje participa todo el cerebro, decir algo es decidir por la mejor opción. Por eso hablar es el producto de un cálculo de probabilidades lógico, donde la actuación será consecuencia de la idea que tenemos de la posibilidad de interpretación del otro, la estructura profunda es donde radican las leyes básicas y universales del lenguaje según la teoría generativa de Chomsky. La transformación de la estructura profunda en superficial entraña una dinámica intermedia consistente en la teoría de la mente y la empatía.

Si hablamos español e inglés, cuando estamos con un estadounidense que no sabe nuestro idioma, lo acertado es hablar en su idioma. Será desatinado no utilizar la lengua del otro, si nuestra intención es ser comprendidos.

Dependiendo del contexto elegiremos las palabras, además de con quien estamos hablando. En casa hablaremos de una manera distinta a como lo hacemos en el trabajo, no es lo mismo hablar con un hermano que hacerlo con el jefe. Elegimos las palabras en función a la posibilidad de ser comprendidos.

Una de las habilidades de los terapeutas sistémicos es nuestra capacidad para adecuar nuestro lenguaje a los distintos mundos de los pacientes. Partimos del principio ericksoniano: “hablar el lenguaje del paciente”. Nos movemos en su discurso y en sus gestos, nos introducimos sutilmente en su mundo interno de donde fluyen las ideas y las palabras. Constantemente y con perseverancia consultamos si nuestro acercamiento es el pertinente o si nos alejamos de su percepción del mundo, mis preguntas reguladoras preferidas después de una apreciación son: ¿es así?, ¿es como usted lo ve? También suelo usar: ¿puede ser?

En muchas ocasiones, sobre todo con los adolescentes, me tomo el tiempo suficiente para comprender su mundo a través de las narraciones. He visto a jovencitos desesperarse al tratar de que mi cabeza comprenda, no es fácil cuando estamos en mundos muy diferentes. Pienso que el sólo hecho de interesarme por comprender hace con que los pacientes confíen en mis buenas intenciones.

Sin embargo, no es solamente el terapeuta que debe navegar en los océanos turbulentos de las situaciones semióticas de los pacientes, sino que ellos también lo deben hacer. El lenguajear de Maturana, es el juego divertido del uso de las palabras, vienen y van, van y vienen. En el afán de construir un espacio semántico común para partir juntos hacia las metas planteadas por la interacción terapéutica. Lo hacen los pacientes, lo hacen los terapeutas.

El primer afán es comprender el mundo del paciente, para ello verificamos la precisión de nuestras apreciaciones, cuando hay coincidencia definimos juntos el conflicto y las expectativas del trabajo terapéutico. Luego empezaremos a intervenir. Las intervenciones acertadas son aquellas coincidentes con la semántica de los pacientes, sin embargo están aquellas pertenecientes al mundo del terapeuta, por eso también debemos comprobar si estamos siendo comprendidos.

En la terapia individual no tenemos a un tercero para corregir las apreciaciones de uno y de otro. En la terapia de familia cada miembro que la compone puede clarificar los significados de las palabras, hasta conseguir un acuerdo común. El reencuadre y la redefinición, son el uso de nuevas palabras para designar las cosas nombradas antes de otra manera, facilitando el manejo más certero de las soluciones.

En la terapia de pareja, las cosas son más complicadas. Cada consorte propone su visión del mundo como la acertada, ninguno está interesado en ver los problemas de otra manera, es un diálogo de sordos y ciegos. El terapeuta incauto se triangula en el conflicto al intentar dar sentido a lo sin sentido. Cualquier redefinición con uno es descalificada inmediatamente por el otro. Es común el hablar, pensar y sentir por el otro cuando se han simbiotizado. De ahí el peligro de escuchar a uno sin haber escuchado al otro, el terapeuta puede asumir la realidad de la relación desde la mirada parcializada de uno solo de los cónyuges.

La primera tarea en la terapia de pareja es separar a los organismos unidos. La emancipación es dolorosa por lo tanto prefieren continuar los juegos telepáticos. No es suficiente explicarles los juegos de su lenguajear, sino activar las necesidades personales insatisfechas, para promover la escucha del consorte quien al ser ajeno a ese nuevo contexto puede escuchar sin interrumpir, sin defenderse y sin atacar, escindiéndose de la vinculación. La consigna es “háblame de ti, no me hables por el otro”. Asunto doloroso porque se ha buscado al otro para evitar la contemplación del vacío personal. Pienso que la pareja colusionada habla con el otro como si éste fuera un espejo, se produce en encuentro de dos espejos, las imágenes son infinitas.

En los albores de una terapia conyugal, los consortes no se escuchan ni a sí mismos ni al otro. Proyectan sus expectativas sin ser capaces de reconocer la individualidad del otro. Buscan en el terapeuta la confirmación de su realidad, en ese afán es fácil entrelazarse en la iniquidad del lenguaje conyugal favoreciendo además el establecimiento de alianzas.

En el lenguajear de la familia, la irreverencia de los niños y la anarquía de los jóvenes suelen quebrar las intenciones de la evitación del sí mismo en los padres. La definición del problema emerge como el recurso neguentrópico. Detiene la crisis evolutiva favoreciendo el estancamiento y con él la incapacidad del sistema de afrontar los cambios. El lenguaje se reduce a la definición y explicación del problema, la familia lo hace desde el sentido común, los terapeutas desde la ciencia. Algunas veces el problema es un verdadero problema, en otros casos no lo es, en los peores no era un problema y se convirtió en problema.

La palabra “problema” derivada del griego: del prefijo πρό (prá, "delante") y βλῆμα (blẽma, "lance"), sobre el modelo de προβάλλω (probállō), de βάλλω (bállo, "arrojar"), fue usada por los romanos con el significado de “tema de debate” y “enigma”. En ese sentido su aparición debería poner en riesgo al sistema, pues lo desequilibra. Sin embargo en los sistemas familiares los estabiliza, porque su presencia obliga a una pausa en la evolución del ciclo vital.

Las familias funcionales son capaces de regularse nuevamente y proseguir con la evolución del sistema. No así las familias disfuncionales, incapaces de promover el cambio se estancan en el juego de anular la responsabilidad del portador del problema, por lo que jamás la situación se resuelve. El gobierno lo tiene el lenguaje, se habla pero no se hace nada para intervenir en las soluciones. Es como si el problema se instituyese como un miembro más de la familia, tiene una historia y su incidencia en las relaciones.

Hablar sobre el problema puede resultar interesante o tedioso, buscar su origen un afán inservible para su solución. El lenguajear conductual al operacionalizar la situación problemática reduciéndola a estímulos discriminativos, respuestas y consecuencias, permite estrechar las posibilidades semánticas a definiciones taxativas de los problemas. Watzlawick y su equipo del MRI, consideraban al conductismo la única psicología dirigida al cambio. Esto es así porque su lenguaje se fundamenta en la descripción rigurosa de la conducta y la búsqueda sencilla de sus contingencias.

La familia evita el cambio, plantea el problema pero a la vez pide el mantenimiento del equilibrio. Elkaim sintetiza las exigencias de la familia en una frase: “cámbiennos sin cambiarnos”. Paradoja con la que se inicia el proceso terapéutico. Si los terapeutas nos centramos en la demanda tarde o temprano seremos integrados por el sistema familiar, convirtiéndonos en un homeostato, caminando en un callejón sin salida la terapia puede prolongarse hasta el infinito.

El nombrar crea la ilusión de la objetividad, la posibilidad de concretar la realidad. El nombre obliga a su explicación y con ella se producen redundancias insalvables, una proposición genera nuevas, éstas pueden ser rebatidas o no. La falacia es pensar en el problema como si se tratase de una palabra, cuando es un proceso relacional conductual.

El pensar no responde necesariamente a la lógica del lenguaje verbal, la lógica lingüística es lineal en una sucesión de sintagmas verbales y nominales. La lógica ordena la realidad, desde sus parámetros silogísticos, parte siempre de una premisa la cual deberá ser confirmada o refutada. La confirmación debería basarse en la experiencia, por eso las premisas idóneas son hechos y no palabras. La discusión para la confirmación de una idea sometida a la expresión verbal requiere necesariamente de juegos lingüísticos para definir la veracidad de la semántica. Sin embargo las palabras así expresadas son polisemánticas, el significado dependerá del punto de vista.

El ejemplo más nefasto para la psicología fue la imposición de la palabra “inconsciente”, cualquier cosa puede explicarse desde esa premisa. Parafraseando a Wittgenstein, es posible afirmar que no porque una explicación tenga lógica es una explicación verdadera. Eso pasa con el Psicoanálisis y con otras psicologías, incluyendo a la visión sistémica cuando se olvida de su condición básica: es una manera de comprender la realidad, la realidad no es sistémica. El enfoque sistémico ordena la realidad de una manera distinta a la lógica causal, introduce elementos de análisis ajenos a la tradición epistemológica positiva. El más importante: las relaciones intrínsecas y extrínsecas. Es en ese maremágnum donde se instala el problema, en las vinculaciones con las personas del entorno. No sólo ocurre en la familia, sino en cualquier sistema conformado por seres humanos.

Resulta útil la concepción de Wittgenstein sobre los juegos del lenguaje, nos dejamos de preocupar por el significado y nos adentramos al uso del lenguaje, entonces se verifica la multiplicidad de su empleo. Estos juegos dialógicos construyen la realidad entre las personas, son acuerdos implícitos en función a la idea de una semántica unívoca, cuando ninguna palabra lo es, pues su significado dependerá del sentido de su destino. El aporte del MRI fue considerar el factor poder como el eje de quien define el sentido de la comunicación, entonces se comprenderá la definición por el dominio y la sumisión.

En la terapia familiar quienes definen el problema usualmente son los padres y quien se resiste a asumirlo es el portador. Puede pasar incluso que en otro entorno social quien padece por el problema no lo haga. Por ejemplo, padres que rechazan los intereses musicales de un hijo arguyendo premisas del mito profesional pueden descalificar el éxito artístico del hijo.

Los logros terapéuticos del enfoque narrativo se deben a la deconstrucción de las historias, sin embargo carecen de la fundamentación necesaria para la reestructuración del sistema y los parámetros éticos envueltos en el quehacer interactivo de los participantes del juego familiar. La postura posmoderna adolece de la rigurosidad exigida por el quehacer científico, colindando por lo tanto con postulados lacanianos y foucaultianos. Derivando en consideraciones relativistas ajenas a la concreción de teorías falseables.

La psicoterapia sistémica se caracteriza porque debe trascender al lenguajear, avizorando el sufrimiento legítimo de quienes han sido negados a existir independientemente del mito y de los contextos semánticos donde se obliga a ser aquello que asigna el nombre. No es fácil abandonar la lógica implícita en las frases y la tendencia a asumir el significado sin cuestionarlo. No solamente es un riesgo ignorar la polisemia, sino aunque la tomemos en cuenta establecer sentidos dados por nosotros mismos ajenos al contexto semántico del paciente.

En el diálogo terapéutico el paciente trae consigo su bagaje lógico-lingüístico para relatar su historia. Los terapeutas tenemos fuentes distintas pero coincidimos en varios estamentos del lenguajear del paciente, al mismo tiempo disentimos por nuestra propia historia, a ella se suman los juegos del lenguaje de nuestra teoría psicológica. La puesta en común define una realidad relativa al encuentro.

La atención estará dirigida al trasfondo de la semántica. Ésta es resultante de la integración de la información a partir de las experiencias previas y de los filtros cognitivos relacionados con los estilos de selección y análisis. La palabra remite a referentes cognitivos implantados como esquemas y a la organización de los algoritmos para definir el sentido. Es importante añadir que durante el diálogo además del lenguaje verbal participa el no verbal, los estímulos visuales, auditivos y somestésicos derivan también en la integración significativa a nivel de modelos semánticos predeterminados por la experiencia y ceñidos en construcciones esquemáticas destinadas a darle significado a los estímulos.

Es importante reconocer la flexibilidad de los esquemas cognitivos, se deben ajustar al entorno para determinar la adaptación de la persona. Sin embargo, existen los esquemas rígidos gestados por la consolidación de los mitos. Es por eso que la terapia cognitiva se centró en la modificación de tales esquemas configurados como creencias y mantenidos por pensamientos irracionales. Cuando la evidencia contradice la creencia desarrollamos la disonancia cognitiva. Cuando los hechos promueven la obligatoriedad de un cambio gestamos la ceguera voluntaria. Y cuando los hechos no pueden ser reconocidos como tales porque estamos zambullidos desde siempre en ellos, no podemos registrarlos. Cuando son novedosos podemos registrarlos como si fueran otros más conocidos.

La función del terapeuta cognitivo es la de realizar cambios en el procesamiento desadaptativo de la realidad. Los terapeutas sistémicos hacemos lo mismo agregando la modificación de los vínculos para patrocinar el cambio en el sistema relacional, no solamente en la organización de las estructuras mentales.

El ingreso al mundo representacional de los pacientes se lo hace a través de las palabras y los gestos, el acercamiento es posible a través de la empatía y la teoría de la mente. El terapeuta está entrenado para regular los procesos del diálogo a partir de la confirmación del sentido y la de-construcción de los significados. A partir de lo puesto en común se reformula la idea inicial y se la vincula con las relaciones. Veamos un ejemplo simple, se trata de una persona con trastorno de la respuesta de erección, en una sesión individual ocurrió el siguiente incidente:

Paciente: soy una persona muy tímida (afirmación significativa tácita)
Terapeuta: ¿qué quiere decir con eso? (búsqueda del sentido de la palabra)
Paciente: Pues…cómo decirle…(cuestionamiento de la semántica)…., me cuesta hablar con las personas desconocidas (especificación del significado)
Terapeuta: Usted quiere decir que sí puede conversar con personas conocidas (estableciendo el distingo)
Paciente: Aunque no soy muy expresivo…(redefinición)
Terapeuta: ¿Dónde aprendió que debe decirlo todo?
Paciente: Mi madre insiste en que soy introvertido…y que es difícil sacarme las palabras (ampliación del concepto hacia las vinculaciones)
Terapeuta: ¿Le pasa lo mismo con su esposa? (Indagando otros vínculos en relación al concepto)
Paciente: Ella me reclama todo el tiempo que nunca le digo lo que siento (confirmación del espacio semántico en la vinculación conyugal)
Terapeuta: Eso quiere decir que su madre le enseñó que se debe expresar todo lo que le pasa por dentro, y luego lo aplica también a los problemas en su relación de pareja, ¿es así? (Regulación del significado)
Paciente: No entiendo…es que…
Terapeuta: Veamos…si de pronto usted pudiese decir lo que pasa por dentro a su esposa…¿su relación mejoraría? (Cuestionamiento del esquema)
Paciente: Me imagino que sí (Trascendencia del contexto semántico aprendido)
Terapeuta: ¿Al decirle a su esposa lo que piensa y siente ella usted tendrá una erección? (Cuestionando la lógica)
Paciente: Tal vez, no sé…¿pero qué debería decirle? (Busca una nueva asignación del problema)
Terapeuta: Dígamelo usted (Confrontación con la redefinición del problema)
Paciente: La verdad…es que ha dejado de gustarme, engordó mucho…(Cambio de contexto)
Terapeuta: Es muy duro que usted le diga que no se excita porque la ve fea…(Ampliación semántica)
Paciente: Es muy duro….(Confirmación semántica)
Terapeuta: Por eso es mejor pensar que usted es tímido…(Retorno al concepto)
Paciente: Tiene razón…así no creo un conflicto (Redefinición de la lógica)
Terapeuta: Entonces usted no es tímido…es una persona considerada…(Cambio de semántica)
Paciente: Visto así…es razonable (Confirmación del nuevo sentido)
Terapeuta: Veamos…si usted es considerado…también lo es su pene…(de-construcción del síntoma). Yo pensé que su pene también era tímido, pero por lo visto es tan considerado como usted…ambos no son capaces de ser hipócritas…usted calla lo que piensa y él actúa…(alteración del sistema lógico)
Paciente: ¿Entonces mi impotencia es porque ella ha dejado de gustarme? (Reflexión sobre el nuevo sistema semántico y lógico).
Terapeuta: eso explica la aparición de su amante, con quien usted tiene relaciones sexuales magníficas (Confirmación de la premisa)
Paciente: Pero no está bien (Reflexión sobre el nuevo contexto semántico)
Terapeuta: Usted lo ha dicho, no está bien, termina engañándose…(Nueva propuesta lógica)
Paciente: Sí es así, porque me niego a aceptar que he dejado de amar a mi esposa…(Disonancia cognitiva)
Terapeuta: Si lo asume, tendrá que afrontarlo y dejar de jugar a la timidez (Descalificación del esquema).

Pávlov señaló que el lenguaje es un segundo sistema de señales, es la representación de la representación. Con él creamos un mundo de ideas entreveradas y muchas de ellas ajenas a la realidad real. No se trata de pensar que toda realidad es construida, existe un mundo real al cual nos es difícil tener acceso pleno. La palabra ha creado la ilusión de la reducción de la incertidumbre en el proceso de conocer, podemos confundir la palabra con el objeto y para colmo de males darle un sentido a partir de la lógica, de tal modo que pensamos que las cosas son así porque las pensamos de esa manera. Valga como ejemplo el tedioso afán en la Edad Media de invalidar la teoría heliocéntrica de Copérnico, al grado de condenar a Galileo por reivindicarla.

Si tenemos problemas a la hora de concordar sobre la realidad real, es más complejo ponernos de acuerdo sobre el mundo de las ideas. Lo asombroso es que a pesar de tantos atolladeros semánticos, podamos comprendernos. La terapia de pareja es el mejor reducto para zambullirnos en el confuso mundo de las palabras, son los desencuentros frenéticos entre esquemas, conceptos y significados traídos por cada uno de los cónyuges.

martes, 6 de junio de 2017

La función de la mascota en la familia



Por: Bismarck Pinto Tapia, Ph.D.


Podemos juzgar el corazón de un hombre según trata a los animales.
                                                                                                                          Immanuel Kant

Andrés[1] de 32 años, asiste a mi consulta debido a un duelo complicado relacionado con la muerte de su perrita Lulú, una snauzer de tres años, murió atropellada por un automóvil mientras él se distrajo por un momento. La experiencia derivó en un trastorno de estrés agudo y una profunda tristeza.
Fabiola de 24 años, su familia vive en otra ciudad, se quedó en La Paz para estudiar. Tuvo una ruptura amorosa con mucho sufrimiento, enamoraba con su novio hacia seis años y de un momento a otro el muchacho decidió terminar la relación sin dar explicaciones racionales. A partir de ese momento, ella decidió evitar involucrarse amorosamente, centrando su vida en la crianza de su gata Ágata. Juega, duerme y almuerza con ella.
Patricio y Gisela son una pareja joven, conviven hace dos años, tienen dos perros criollos (chapis), los consideran sus hijos, los tratan como tales, me buscan debido a que están esperando un bebé y les preocupa sobremanera el destino de sus canes.
Orlando y Antonella me buscan para que los ayude en su proceso de divorcio, uno de los problemas más álgidos es el destino de Coco, un loro que han tratado como parte importante de la familia, Antonella ha propuesto quedarse con él, sugerencia rechazada tácitamente por su esposo, quien ha planteado el sacrificio del animalito.
Estos y otros casos son ejemplos de la importancia de las mascotas en la familia. Los terapeutas sistémicos hemos sido los primeros en reconocer la importancia de las mascotas en la vida familiar.
En una reciente encuesta elaborada con Percy Medrano que apliqué a 2522 personas, el 99% considera a la mascota como parte de la familia, 53% la percibe como un hijo, 30% como compañero, 11% amigo y el 6% la ve como un animal.
Los japoneses utilizan la palabra aigandôbutsu (animales para amar y jugar)[2], sintetizando de esa manera la principal función de la mascota: un receptáculo de amor. Esta noción explica la entrañable relación que algunas personas establecen con sus animales. Se trata de definirlo como un recipiente de afecto. De ahí que ante una pérdida las personas tiendan a afanarse más en el cuidado de sus mascotas
Facundo Cabral decía que el amor es como un fuego, si no lo entregamos termina por consumirnos. Es lo que ocurre con el amor a las mascotas. Un ejemplo es lo que ocurre con aquellas parejas cuando asumen a su animal como a un hijo, hasta que tienen un bebé humano. Lo usual es el desplazamiento del bichito para dar lugar al niño.
El eje central de la efectividad de la Terapia Asistida por Animales se encuentra en darle sentido a la persona a través del cuidado de un animal, éste se instituye en el canal de expresión amorosa[3]. Winnicott propuso la teoría del objeto transicional para referirse al objeto que permite la separación afectiva de la madre. Se trata de la presencia de un objeto para facilitar los procesos de pérdida[4].
Triebenbacher (1988) define a la mascota como un objeto transicional[5], demuestra que el afecto del niño hacia su animalito condiciona un desarrollo emocional más adaptativo que en aquellos sin mascotas. Su estudio comprendió a 94 niños y 80 niñas, identificó la consideración de la mascota como amigo y miembro de la familia, además de verificar una mayor capacidad de socialización y soporte emocional en comparación a los niños y niñas sin mascotas. La explicación dada se centra en la idea de la transferencia afectiva generada por la mascota, confirmando la teoría de Winnicott en relación a la importancia del sostén emocional otorgado por los objetos asociados a las figuras de protección.
Por su parte Beck y Madresh encontraron relación entre el amor a los animales y el apego[6], las personas tienden a considerar que sus mascotas les ofrecen felicidad y bienestar, además sienten cariño por ellas, cuando enferman o mueren les afecta como si se tratase de un lazo con una persona significativa. Estos aspectos coinciden con los resultados de nuestra encuesta, el 99% de los encuestados atribuye sentimientos a sus animales de compañía, el mismo porcentaje discurre que reciben afecto por parte de ellos, el 93% se preocupa cuando su mascota enferma y el 95% afirma que su muerte la vive como un proceso de duelo similar a la pérdida de  un ser querido.
La investigación sobre el apego y los animales de compañía se ha realizado utilizando principalmente la Pet Attachment Scale, desarrollada por Albert y Bulcroft[7]. Es una escala con el fin de evaluar la vinculación emocional con las mascotas, comprende doce ítems, por ejemplo: “me siento cercano a mi mascota como si fuese un amigo”, “mi mascota me hace sentir querido”.
Otra escala utilizada en el estudio de las relaciones entre el dueño y su mascota es la Anthropomorphism Scale Interview, creada por Albert y Bulcroft, resultante de la tendencia de atribuir características humanas a los animales. La tendencia se incrementa durante las rupturas amorosas y el divorcio; es más probable en solteros que en casados y mucho mayor la posibilidad durante la viudez. Ocurre con mayor frecuencia en personas que tienen más de dos hijos que en aquellas sin hijos.
El amor a las mascotas es relativo al momento del ciclo vital de la familia, será mayor cuando se asocia con pérdidas y menor con la llegada de un hijo. Las madres suelen manifestar culpa cuando nace su bebé al tener que postergar el cuidado del animalito. Durante los procesos de duelo el bichito se establece como un sustituto afectivo, coincidiendo con la idea de la palabra japonesa aigandôbutsu.
El ingreso de un animalito a la familia, modifica la estructura de la familia. Power investigó los procesos de adaptación a la familia por parte de los perros, planteando la existencia de familias más que humanas, siendo aquellas que se esfuerzan para ajustar sus expectativas a las características de su animal para lograr su inclusión al sistema familiar[8]. La presencia del perrito modifica la dinámica familiar debido a la interacción de cada miembro de la familia con el animal.
Para los niños la mascota es un compañero de juegos, mientras que para los adolescentes se asocia con un vínculo de amistad, protección y mediador en su vida social[9]. En las familias disfuncionales, la mascota juega un papel decisivo en la protección y en la resiliencia de los hijos[10].
Es interesante el resultado encontrado por Cain[11], quien verificó la participación de los animales en los juegos familiares. Dicha participación puede ser como pacificador cuando se presentan peleas, distractor al llamar la atención ante situaciones de crisis, apegarse al miembro de la familia más enojado o depresivo, actuar con ternura para disminuir la rabia o el estrés, aparición ante la manifestación de tensiones y finalmente, el animal hace cosas extrañas, ajenas a su forma de ser como llamadas de atención hacia problemas de la familia.
En el estudio que realicé el 95% de la muestra expresa que la muerte de su mascota la vive como una experiencia de duelo. Moreno ha estudiado el proceso de duelo ante la muerte de un animal de compañía[12]. La intensidad del duelo está en relación al significado del vínculo entre el humano y su animalito, a mayor implicación afectiva más doloroso será el proceso de duelo, por ello es posible afirmar la existencia de semejanza entre la muerte de una mascota y la de un humano querido. El tiempo de duelo oscila entre seis meses y un año con un promedio de diez meses. En algunos casos inclusive se puede producir una incapacidad emocional afectando la vida normal de la persona, en otros la sensación llega a ser de pérdida de sentido o de que algo dentro que había muerto.
Adams, Bonnet y Meek[13], detectaron que el 50% de las personas de su muestra, consideraban que la sociedad no valoraba el significado de su pérdida, señalando que la gente considera a la mascota como algo reemplazable sin considerar el vínculo creado. Para estudiar el impacto de la pérdida de una mascota se debe comprender el vínculo afectivo creado entre el humano y su animal de compañía. Indudablemente el apego produce la sensación de seguridad y bienestar en el humano debido a que la relación con el animal produce sentimientos de aceptación y amor incondicional[14].
La experiencia de duelo por la muerte de la mascota suele ser más intensa en los niños, sobre todo si estos pertenecen a una familia pequeña o en aquella donde los padres están ausentes la mayor parte del tiempo, por lo que suele establecerse un lazo muy significativo. Los pequeños consideran que su mascota está siempre disponible para ser escuchados y pueden sentirse acompañados, el animal no los juzga ni critica, los niños suelen calificarlo como su mejor amigo[15]. Fudin y Cohen encontraron que el impacto de la pérdida se relaciona con el nivel de apego del niño hacia el animalito, la capacidad cognitiva de comprender la muerte, las circunstancias de la muerte y el apoyo afectivo que reciba[16]. Cabe señalar que la pérdida afecta más a las niñas que a los niños[17]. Ha quedado demostrada la disminución del estrés en los niños gracias a la interacción con la mascota[18], su muerte conlleva a la reaparición del estrés.
La relación con un animal es muy beneficiosa para los ancianos, quienes han experimentado varias pérdidas, por lo que la mascota permite la canalización de los afectos además de otorgarle al anciano sentido a su existencia, ayuda a mitigar la soledad y el aislamiento social[19], un perro o un gato obliga a responsabilizarse por su bienestar, el anciano abandona su depresión porque siente que es necesitado[20] Por ello se establecen vínculos significativos los cuales determinan la intensidad del duelo cuando fallece el animalito. Siegel encontró que los ancianos dedicados a cuidar una mascota fueron menos veces al médico y experimentaban menos episodios de depresión en comparación con aquellos sin mascota[21].
La familia se ve afectada por la pérdida porque la mascota daba alegría y fomentaba el desarrollo de rutinas asociadas con su presencia[22], se produce un cambio en la organización familiar al alterarse los lazos en ausencia del animal.
Es interesante el hallazgo de Simmons y Lehmann, en un estudio con 1283 mujeres víctimas de violencia, el maltrato a los animales por parte del agresor se correlacionaba positivamente con la violencia ejercida por sus parejas; así mismo, la presencia de buenos tratos a los animales se asocia con el respeto y la ausencia de violencia en las familias, es posible afirmar que el la crueldad con los animales se relaciona positivamente con la violencia ejercida contra miembros de la familia[23]
El apoyo durante el proceso de duelo por la muerte de una mascota debería ser realizado por el veterinario, quien conoce la historia de la relación. Es más, cuando realiza la eutanasia debe comprender el dolor en la familia del animalito, asesorar a las personas involucradas, principalmente a los niños. Debe decidir si es pertinente o no la presencia de los miembros de la familia durante el procedimiento, si es mejor hacerlo en la casa de la familia o en el consultorio. En un estudio al respecto se detectó que el 14% de los clientes deciden cambiar de veterinario, el factor común fue que la actitud insensible define la ruptura con el profesional[24]. La presencia de sentimientos de culpa después de la eutanasia es frecuente cuando el profesional no ha sabido explicar con precisión los motivos racionales para su procedimiento.
Huelga decir que la crianza de animales de compañía otorga bienestar en la vida de las personas, además Mentzel y Rubun han demostrados los efectos positivos en la prevención y recuperación de la salud física y mental[25]. Las personas con mascotas son menos propensas a la depresión y a los estados de angustia, son más generosas y extravertidas que las personas que no tienen animales de compañía[26]. Las personas con mascotas cuidan más de su salud y se adhieren mejor a los tratamientos médicos. Es interesante personas con diabetes, cuando se producía hipoglucemia, sus perros aullaban y se ponían nerviosos[27].
La mascota es un miembro de la familia, como tal ocupa un lugar, cumple la función de ser receptáculo de amor, por ello ayuda en los procesos de transición durante el ciclo vital familiar, también se instala como un adecuado vehículo de reparación de pérdidas además de coadyuvar en los procesos de adaptación de la familia. El amor que nos prodigan es silencioso e incondicional, dispuestos a escuchar sin entendernos, no nos juzgan ni critican. Están ahí, amigos peludos, sean perros, gatos, tortugas, loros, hamsters, conejos, etc., no importa la especie ni la raza, son bellos, regalos de Dios para alegrar nuestras vidas y muchas veces, quizás demasiadas, suelen ser mejores personas que las personas.


[1] Los nombres de las personas y de las mascotas son ficticios.
[2] En: Díaz Videla, M. (2017). ¿Qué es una mascota? Objetos y miembros de la familia? Ajayu Órgano de Difusión Científica del Departamento de Psicología UCBSP, 15(1), 53-69.
[3] Por ejemplo: San Joaquín, M. Z. (2002). Terapia asistida por animales de conpañia. Bienestar para el ser humano. Temas de hoy, 143-149.
[4] Winnicott, D. W. (1969). The use of an object. The International Journal of Psycho-Analysis, 50, 711.
[5] Triebenbacher, S. L. (1998). Pets as transitional objects: Their role in children's emotional development. Psychological reports, 82(1), 191-200.
[6] Beck, L., & Madresh, E. A. (2008) Romantic Partners and Four-Legged Friends: An Extension of Attachment Theory to Relationships with Pets.
[7] Albert, A., & Bulcroft, K. (1988). Pets, families, and the life course. Journal of Marriage and the Family, 543-552.
[8] Power, E. (2008). Furry families: making a human–dog family through home. Social & Cultural Geography, 9(5), 535-555.
[9] Cusack, O. (2014). Pets and mental health. Routledge.
[10] Brooks, R. B. (1994). Children at risk: fostering resilience and hope. American Journal of Orthopsychiatry, 64(4), 545.
[11] Cain, A. O. (1985). Pets as family members. Marriage & Family Review, 8(3-4), 5-10.
[12] Moreno Alfaro, A. (2015). El proceso de duelo tras la pérdida de una mascota: descripción y variables recomendadas. Tesis de maestría: Universidad de Comillas.
[13] Adams, C. L., Bonnett, B. N., & Meek, A. H. (1999). Owner response to companion animal death: development of a theory and practical implications. The Canadian Veterinary Journal, 40(1), 33.
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