Por: Bismarck Pinto Tapia, Ph.D.
Podemos juzgar
el corazón de un hombre según trata a los animales.
Immanuel
Kant
Andrés[1] de
32 años, asiste a mi consulta debido a un duelo complicado relacionado con la
muerte de su perrita Lulú, una snauzer
de tres años, murió atropellada por un automóvil mientras él se distrajo por un
momento. La experiencia derivó en un trastorno de estrés agudo y una profunda
tristeza.
Fabiola
de 24 años, su familia vive en otra ciudad, se quedó en La Paz para estudiar. Tuvo
una ruptura amorosa con mucho sufrimiento, enamoraba con su novio hacia seis
años y de un momento a otro el muchacho decidió terminar la relación sin dar
explicaciones racionales. A partir de ese momento, ella decidió evitar
involucrarse amorosamente, centrando su vida en la crianza de su gata Ágata.
Juega, duerme y almuerza con ella.
Patricio
y Gisela son una pareja joven, conviven hace dos años, tienen dos perros criollos
(chapis), los consideran sus hijos, los tratan como tales, me buscan debido a
que están esperando un bebé y les preocupa sobremanera el destino de sus canes.
Orlando
y Antonella me buscan para que los ayude en su proceso de divorcio, uno de los
problemas más álgidos es el destino de Coco, un loro que han tratado como parte
importante de la familia, Antonella ha propuesto quedarse con él, sugerencia
rechazada tácitamente por su esposo, quien ha planteado el sacrificio del
animalito.
Estos
y otros casos son ejemplos de la importancia de las mascotas en la familia. Los
terapeutas sistémicos hemos sido los primeros en reconocer la importancia de
las mascotas en la vida familiar.
En
una reciente encuesta elaborada con Percy Medrano que apliqué a 2522 personas, el
99% considera a la mascota como parte de la familia, 53% la percibe como un
hijo, 30% como compañero, 11% amigo y el 6% la ve como un animal.
Los
japoneses utilizan la palabra aigandôbutsu
(animales para amar y jugar)[2],
sintetizando de esa manera la principal función de la mascota: un receptáculo
de amor. Esta noción explica la entrañable relación que algunas personas
establecen con sus animales. Se trata de definirlo como un recipiente de
afecto. De ahí que ante una pérdida las personas tiendan a afanarse más en el
cuidado de sus mascotas
Facundo Cabral
decía que el amor es como un fuego, si no lo entregamos termina por
consumirnos. Es lo que ocurre con el amor a las mascotas. Un ejemplo es lo que
ocurre con aquellas parejas cuando asumen a su animal como a un hijo, hasta que
tienen un bebé humano. Lo usual es el desplazamiento del bichito para dar lugar
al niño.
El
eje central de la efectividad de la Terapia Asistida por Animales se encuentra
en darle sentido a la persona a través del cuidado de un animal, éste se
instituye en el canal de expresión amorosa[3]. Winnicott propuso la teoría del objeto transicional para referirse al
objeto que permite la separación afectiva de la madre. Se trata de la presencia
de un objeto para facilitar los procesos de pérdida[4].
Triebenbacher
(1988) define a la mascota como un objeto
transicional[5],
demuestra que el afecto del niño hacia su animalito condiciona un desarrollo
emocional más adaptativo que en aquellos sin mascotas. Su estudio comprendió a
94 niños y 80 niñas, identificó la consideración de la mascota como amigo y
miembro de la familia, además de verificar una mayor capacidad de socialización
y soporte emocional en comparación a los niños y niñas sin mascotas. La
explicación dada se centra en la idea de la transferencia afectiva generada por
la mascota, confirmando la teoría de Winnicott
en relación a la importancia del sostén emocional otorgado por los objetos
asociados a las figuras de protección.
Por
su parte Beck y Madresh encontraron
relación entre el amor a los animales y el apego[6],
las personas tienden a considerar que sus mascotas les ofrecen felicidad y
bienestar, además sienten cariño por ellas, cuando enferman o mueren les afecta
como si se tratase de un lazo con una persona significativa. Estos aspectos
coinciden con los resultados de nuestra encuesta, el 99% de los encuestados
atribuye sentimientos a sus animales de compañía, el mismo porcentaje discurre
que reciben afecto por parte de ellos, el 93% se preocupa cuando su mascota
enferma y el 95% afirma que su muerte la vive como un proceso de duelo similar
a la pérdida de un ser querido.
La
investigación sobre el apego y los animales de compañía se ha realizado
utilizando principalmente la Pet Attachment Scale, desarrollada por Albert y
Bulcroft[7].
Es una escala con el fin de evaluar la vinculación emocional con las mascotas,
comprende doce ítems, por ejemplo: “me siento cercano a mi mascota como si
fuese un amigo”, “mi mascota me hace sentir querido”.
Otra
escala utilizada en el estudio de las relaciones entre el dueño y su mascota es
la Anthropomorphism Scale Interview,
creada por Albert y Bulcroft,
resultante de la tendencia de atribuir características humanas a los animales.
La tendencia se incrementa durante las rupturas amorosas y el divorcio; es más
probable en solteros que en casados y mucho mayor la posibilidad durante la
viudez. Ocurre con mayor frecuencia en personas que tienen más de dos hijos que
en aquellas sin hijos.
El
amor a las mascotas es relativo al momento del ciclo vital de la familia, será
mayor cuando se asocia con pérdidas y menor con la llegada de un hijo. Las
madres suelen manifestar culpa cuando nace su bebé al tener que postergar el
cuidado del animalito. Durante los procesos de duelo el bichito se establece
como un sustituto afectivo, coincidiendo con la idea de la palabra japonesa aigandôbutsu.
El
ingreso de un animalito a la familia, modifica la estructura de la familia. Power investigó los procesos de adaptación
a la familia por parte de los perros, planteando la existencia de familias más
que humanas, siendo aquellas que se esfuerzan para ajustar sus expectativas a
las características de su animal para lograr su inclusión al sistema familiar[8].
La presencia del perrito modifica la dinámica familiar debido a la interacción
de cada miembro de la familia con el animal.
Para
los niños la mascota es un compañero de juegos, mientras que para los
adolescentes se asocia con un vínculo de amistad, protección y mediador en su
vida social[9].
En las familias disfuncionales, la mascota juega un papel decisivo en la
protección y en la resiliencia de los hijos[10].
Es
interesante el resultado encontrado por Cain[11],
quien verificó la participación de los animales en los juegos familiares. Dicha
participación puede ser como pacificador cuando se presentan peleas, distractor
al llamar la atención ante situaciones de crisis, apegarse al miembro de la
familia más enojado o depresivo, actuar con ternura para disminuir la rabia o
el estrés, aparición ante la manifestación de tensiones y finalmente, el animal
hace cosas extrañas, ajenas a su forma de ser como llamadas de atención hacia
problemas de la familia.
En
el estudio que realicé el 95% de la muestra expresa que la muerte de su mascota
la vive como una experiencia de duelo. Moreno ha estudiado el proceso de duelo
ante la muerte de un animal de compañía[12].
La intensidad del duelo está en relación al significado del vínculo entre el
humano y su animalito, a mayor implicación afectiva más doloroso será el
proceso de duelo, por ello es posible afirmar la existencia de semejanza entre
la muerte de una mascota y la de un humano querido. El tiempo de duelo oscila
entre seis meses y un año con un promedio de diez meses. En algunos casos
inclusive se puede producir una incapacidad emocional afectando la vida normal
de la persona, en otros la sensación llega a ser de pérdida de sentido o de que
algo dentro que había muerto.
Adams, Bonnet y Meek[13],
detectaron que el 50% de las personas de su muestra, consideraban que la
sociedad no valoraba el significado de su pérdida, señalando que la gente
considera a la mascota como algo reemplazable sin considerar el vínculo creado.
Para estudiar el impacto de la pérdida de una mascota se debe comprender el
vínculo afectivo creado entre el humano y su animal de compañía. Indudablemente
el apego produce la sensación de seguridad y bienestar en el humano debido a
que la relación con el animal produce sentimientos de aceptación y amor
incondicional[14].
La
experiencia de duelo por la muerte de la mascota suele ser más intensa en los
niños, sobre todo si estos pertenecen a una familia pequeña o en aquella donde
los padres están ausentes la mayor parte del tiempo, por lo que suele
establecerse un lazo muy significativo. Los pequeños consideran que su mascota
está siempre disponible para ser escuchados y pueden sentirse acompañados, el
animal no los juzga ni critica, los niños suelen calificarlo como su mejor
amigo[15]. Fudin y Cohen encontraron que el
impacto de la pérdida se relaciona con el nivel de apego del niño hacia el
animalito, la capacidad cognitiva de comprender la muerte, las circunstancias
de la muerte y el apoyo afectivo que reciba[16].
Cabe señalar que la pérdida afecta más a las niñas que a los niños[17].
Ha quedado demostrada la disminución del estrés en los niños gracias a la
interacción con la mascota[18],
su muerte conlleva a la reaparición del estrés.
La
relación con un animal es muy beneficiosa para los ancianos, quienes han
experimentado varias pérdidas, por lo que la mascota permite la canalización de
los afectos además de otorgarle al anciano sentido a su existencia, ayuda a
mitigar la soledad y el aislamiento social[19],
un perro o un gato obliga a responsabilizarse por su bienestar, el anciano
abandona su depresión porque siente que es necesitado[20]
Por ello se establecen vínculos significativos los cuales determinan la
intensidad del duelo cuando fallece el animalito. Siegel encontró que los ancianos dedicados a cuidar una mascota
fueron menos veces al médico y experimentaban menos episodios de depresión en
comparación con aquellos sin mascota[21].
La
familia se ve afectada por la pérdida porque la mascota daba alegría y
fomentaba el desarrollo de rutinas asociadas con su presencia[22],
se produce un cambio en la organización familiar al alterarse los lazos en
ausencia del animal.
Es
interesante el hallazgo de Simmons y Lehmann,
en un estudio con 1283 mujeres víctimas de violencia, el maltrato a los
animales por parte del agresor se correlacionaba positivamente con la violencia
ejercida por sus parejas; así mismo, la presencia de buenos tratos a los
animales se asocia con el respeto y la ausencia de violencia en las familias,
es posible afirmar que el la crueldad con los animales se relaciona
positivamente con la violencia ejercida contra miembros de la familia[23]
El
apoyo durante el proceso de duelo por la muerte de una mascota debería ser
realizado por el veterinario, quien conoce la historia de la relación. Es más,
cuando realiza la eutanasia debe comprender el dolor en la familia del
animalito, asesorar a las personas involucradas, principalmente a los niños.
Debe decidir si es pertinente o no la presencia de los miembros de la familia
durante el procedimiento, si es mejor hacerlo en la casa de la familia o en el
consultorio. En un estudio al respecto se detectó que el 14% de los clientes
deciden cambiar de veterinario, el factor común fue que la actitud insensible
define la ruptura con el profesional[24]. La
presencia de sentimientos de culpa después de la eutanasia es frecuente cuando
el profesional no ha sabido explicar con precisión los motivos racionales para
su procedimiento.
Huelga
decir que la crianza de animales de compañía otorga bienestar en la vida de las
personas, además Mentzel y Rubun han
demostrados los efectos positivos en la prevención y recuperación de la salud
física y mental[25].
Las personas con mascotas son menos propensas a la depresión y a los estados de
angustia, son más generosas y extravertidas que las personas que no tienen
animales de compañía[26].
Las personas con mascotas cuidan más de su salud y se adhieren mejor a los tratamientos
médicos. Es interesante personas con diabetes, cuando se producía hipoglucemia,
sus perros aullaban y se ponían nerviosos[27].
La
mascota es un miembro de la familia, como tal ocupa un lugar, cumple la función
de ser receptáculo de amor, por ello ayuda en los procesos de transición
durante el ciclo vital familiar, también se instala como un adecuado vehículo
de reparación de pérdidas además de coadyuvar en los procesos de adaptación de
la familia. El amor que nos prodigan es silencioso e incondicional, dispuestos
a escuchar sin entendernos, no nos juzgan ni critican. Están ahí, amigos peludos,
sean perros, gatos, tortugas, loros, hamsters, conejos, etc., no importa la
especie ni la raza, son bellos, regalos de Dios para alegrar nuestras vidas y
muchas veces, quizás demasiadas, suelen ser mejores personas que las personas.
[1] Los nombres de las personas y de
las mascotas son ficticios.
[2] En: Díaz Videla,
M. (2017). ¿Qué es una mascota? Objetos y miembros de la familia? Ajayu Órgano de Difusión Científica del
Departamento de Psicología UCBSP, 15(1), 53-69.
[3] Por
ejemplo: San Joaquín, M. Z. (2002). Terapia asistida por animales de conpañia.
Bienestar para el ser humano. Temas de
hoy, 143-149.
[4] Winnicott, D. W. (1969). The use of an object. The
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[5] Triebenbacher, S. L. (1998). Pets as transitional objects: Their role in
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[6] Beck, L., & Madresh, E. A. (2008) Romantic Partners and Four-Legged Friends:
An Extension of Attachment Theory to Relationships with Pets.
[7] Albert, A.,
& Bulcroft, K. (1988). Pets, families, and the life course. Journal of
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[27] Wells, D. L., Lawson, S. W., & Siriwardena, A. N.
(2008). Canine responses to hypoglycemia in patients with type 1 diabetes. The Journal of
Alternative and Complementary Medicine, 14(10), 1235-1241.
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