Por: Bismarck Pinto Tapia, Ph.D.
Lo único que destruimos son castillos de naipes y
limpiamos el terreno lingüístico sobre el que
estaban.
Ludwig Wittgenstein
El
|
contexto terapéutico es un escenario
relacional donde se establecen vinculaciones alrededor del sufrimiento. Los
pacientes al atravesar el umbral del consultorio dejan tras de sí sus roles
convencionales y se presentan como personas rescatadas del mundo. Los
terapeutas al trascender han sido entrenados para escuchar historias relativas
a la cultura y los entornos sociales singulares, les interesa lo esencial, aquello
que determina la búsqueda del sí mismo a pesar de las imposiciones.
La actitud
irreverente facilita el alcance de las cuestiones existenciales apartando las
sinuosas condiciones ajenas a la legitimidad de la existencia vital de los
pacientes. Así el discurso se instaura como un puente entre aquello de lo cual
no se puede hablar: ética y estética con las emociones impertérritas presentes
a pesar de su futilidad en el mundo arbitrario de la cultura.
El discurso
del paciente se ha organizado en los mundos donde se desenvuelve, aquellos
ajenos e incomprensibles y los otros, propios y apasionantes. Acostumbrado a
extender los espacios semánticos con los temas donde los demás se sienten
cómodos. Hablar con niños es el mejor ejemplo. Ellos esperan las preguntas
adultas de siempre: edad, curso y colegio, etc. En el contexto terapéutico esos
espacios son intrascendentes, el terapeuta hará otras preguntas, a veces
antecedidas de una tácita descalificación del espacio semántico ingenuo: “no me
interesan esas cosas, háblame de ti…”.
En terapia de
pareja suelo sorprender a los pacientes con una pregunta de entrada: “¿Quién
eres?”…para preguntar luego “¿Quién crees que es tu esposa (o)?”. Estas
preguntas inciden en el propósito del encuentro terapéutico: la reflexión sobre
el sí mismo y la búsqueda del sufrimiento.
Estos
postulados reflejan con claridad el cimiento de la actitud terapéutica
sistémica: la deconstrucción del sentido de vida en relación con los otros
significativos. Tanto el apego como la legitimación se yerguen desde el vínculo
amoroso de los demás, la seguridad emocional y la libertad sólo son posibles si
hemos sido protegidos y reconocidos. El producto es la autonomía consecuente
con la desvinculación afectiva. Los encuentros y despedidas indispensables para
la apropiación de nuestra vida.
No interesan
las palabras sino su elección. En el procesamiento del lenguaje participa todo
el cerebro, decir algo es decidir por la mejor opción. Por eso hablar es el
producto de un cálculo de probabilidades lógico, donde la actuación será
consecuencia de la idea que tenemos de la posibilidad de interpretación del
otro, la estructura profunda es donde radican las leyes básicas y universales
del lenguaje según la teoría generativa de Chomsky.
La transformación de la estructura profunda en superficial entraña una dinámica
intermedia consistente en la teoría de la mente y la empatía.
Si hablamos
español e inglés, cuando estamos con un estadounidense que no sabe nuestro
idioma, lo acertado es hablar en su idioma. Será desatinado no utilizar la
lengua del otro, si nuestra intención es ser comprendidos.
Dependiendo
del contexto elegiremos las palabras, además de con quien estamos hablando. En
casa hablaremos de una manera distinta a como lo hacemos en el trabajo, no es lo
mismo hablar con un hermano que hacerlo con el jefe. Elegimos las palabras en
función a la posibilidad de ser comprendidos.
Una de las
habilidades de los terapeutas sistémicos es nuestra capacidad para adecuar
nuestro lenguaje a los distintos mundos de los pacientes. Partimos del
principio ericksoniano: “hablar el lenguaje del paciente”. Nos movemos en su
discurso y en sus gestos, nos introducimos sutilmente en su mundo interno de
donde fluyen las ideas y las palabras. Constantemente y con perseverancia
consultamos si nuestro acercamiento es el pertinente o si nos alejamos de su
percepción del mundo, mis preguntas reguladoras preferidas después de una
apreciación son: ¿es así?, ¿es como usted lo ve? También suelo usar: ¿puede
ser?
En muchas
ocasiones, sobre todo con los adolescentes, me tomo el tiempo suficiente para
comprender su mundo a través de las narraciones. He visto a jovencitos
desesperarse al tratar de que mi cabeza comprenda, no es fácil cuando estamos
en mundos muy diferentes. Pienso que el sólo hecho de interesarme por
comprender hace con que los pacientes confíen en mis buenas intenciones.
Sin embargo,
no es solamente el terapeuta que debe navegar en los océanos turbulentos de las
situaciones semióticas de los pacientes, sino que ellos también lo deben hacer.
El lenguajear de Maturana, es el juego divertido del uso de las palabras, vienen y
van, van y vienen. En el afán de construir un espacio semántico común para
partir juntos hacia las metas planteadas por la interacción terapéutica. Lo
hacen los pacientes, lo hacen los terapeutas.
El primer afán
es comprender el mundo del paciente, para ello verificamos la precisión de
nuestras apreciaciones, cuando hay coincidencia definimos juntos el conflicto y
las expectativas del trabajo terapéutico. Luego empezaremos a intervenir. Las
intervenciones acertadas son aquellas coincidentes con la semántica de los
pacientes, sin embargo están aquellas pertenecientes al mundo del terapeuta,
por eso también debemos comprobar si estamos siendo comprendidos.
En la terapia
individual no tenemos a un tercero para corregir las apreciaciones de uno y de
otro. En la terapia de familia cada miembro que la compone puede clarificar los
significados de las palabras, hasta conseguir un acuerdo común. El reencuadre y
la redefinición, son el uso de nuevas palabras para designar las cosas
nombradas antes de otra manera, facilitando el manejo más certero de las
soluciones.
En la terapia
de pareja, las cosas son más complicadas. Cada consorte propone su visión del
mundo como la acertada, ninguno está interesado en ver los problemas de otra
manera, es un diálogo de sordos y ciegos. El terapeuta incauto se triangula en
el conflicto al intentar dar sentido a lo sin sentido. Cualquier redefinición
con uno es descalificada inmediatamente por el otro. Es común el hablar, pensar
y sentir por el otro cuando se han simbiotizado.
De ahí el peligro de escuchar a uno sin haber escuchado al otro, el terapeuta
puede asumir la realidad de la relación desde la mirada parcializada de uno
solo de los cónyuges.
La primera
tarea en la terapia de pareja es separar a los organismos unidos. La
emancipación es dolorosa por lo tanto prefieren continuar los juegos
telepáticos. No es suficiente explicarles los juegos de su lenguajear, sino activar las necesidades personales insatisfechas,
para promover la escucha del consorte quien al ser ajeno a ese nuevo contexto
puede escuchar sin interrumpir, sin defenderse y sin atacar, escindiéndose de
la vinculación. La consigna es “háblame de ti, no me hables por el otro”.
Asunto doloroso porque se ha buscado al otro para evitar la contemplación del
vacío personal. Pienso que la pareja colusionada habla con el otro como si éste
fuera un espejo, se produce en encuentro de dos espejos, las imágenes son
infinitas.
En los albores
de una terapia conyugal, los consortes no se escuchan ni a sí mismos ni al
otro. Proyectan sus expectativas sin ser capaces de reconocer la individualidad
del otro. Buscan en el terapeuta la confirmación de su realidad, en ese afán es
fácil entrelazarse en la iniquidad del lenguaje conyugal favoreciendo además el
establecimiento de alianzas.
En el
lenguajear de la familia, la irreverencia de los niños y la anarquía de los
jóvenes suelen quebrar las intenciones de la evitación del sí mismo en los
padres. La definición del problema emerge como el recurso neguentrópico.
Detiene la crisis evolutiva favoreciendo el estancamiento y con él la
incapacidad del sistema de afrontar los cambios. El lenguaje se reduce a la
definición y explicación del problema, la familia lo hace desde el sentido
común, los terapeutas desde la ciencia. Algunas veces el problema es un
verdadero problema, en otros casos no lo es, en los peores no era un problema y
se convirtió en problema.
La palabra
“problema” derivada del griego: del prefijo πρό (prá, "delante") y βλῆμα (blẽma, "lance"),
sobre el modelo de προβάλλω (probállō), de βάλλω (bállo, "arrojar"),
fue usada por los romanos con el significado de “tema de debate” y “enigma”. En
ese sentido su aparición debería poner en riesgo al sistema, pues lo
desequilibra. Sin embargo en los sistemas familiares los estabiliza, porque su
presencia obliga a una pausa en la evolución del ciclo vital.
Las familias
funcionales son capaces de regularse nuevamente y proseguir con la evolución
del sistema. No así las familias disfuncionales, incapaces de promover el
cambio se estancan en el juego de anular la responsabilidad del portador del
problema, por lo que jamás la situación se resuelve. El gobierno lo tiene el
lenguaje, se habla pero no se hace nada para intervenir en las soluciones. Es
como si el problema se instituyese como un miembro más de la familia, tiene una
historia y su incidencia en las relaciones.
Hablar sobre
el problema puede resultar interesante o tedioso, buscar su origen un afán
inservible para su solución. El lenguajear
conductual al operacionalizar la
situación problemática reduciéndola a estímulos discriminativos, respuestas y
consecuencias, permite estrechar las posibilidades semánticas a definiciones
taxativas de los problemas. Watzlawick
y su equipo del MRI, consideraban al conductismo la única psicología dirigida
al cambio. Esto es así porque su lenguaje se fundamenta en la descripción
rigurosa de la conducta y la búsqueda sencilla de sus contingencias.
La familia
evita el cambio, plantea el problema pero a la vez pide el mantenimiento del
equilibrio. Elkaim sintetiza las
exigencias de la familia en una frase: “cámbiennos sin cambiarnos”. Paradoja
con la que se inicia el proceso terapéutico. Si los terapeutas nos centramos en
la demanda tarde o temprano seremos integrados por el sistema familiar,
convirtiéndonos en un homeostato, caminando en un callejón sin salida la
terapia puede prolongarse hasta el infinito.
El nombrar
crea la ilusión de la objetividad, la posibilidad de concretar la realidad. El
nombre obliga a su explicación y con ella se producen redundancias insalvables,
una proposición genera nuevas, éstas pueden ser rebatidas o no. La falacia es
pensar en el problema como si se tratase de una palabra, cuando es un proceso
relacional conductual.
El pensar no
responde necesariamente a la lógica del lenguaje verbal, la lógica lingüística
es lineal en una sucesión de sintagmas verbales y nominales. La lógica ordena
la realidad, desde sus parámetros silogísticos, parte siempre de una premisa la
cual deberá ser confirmada o refutada. La confirmación debería basarse en la
experiencia, por eso las premisas idóneas son hechos y no palabras. La
discusión para la confirmación de una idea sometida a la expresión verbal
requiere necesariamente de juegos lingüísticos para definir la veracidad de la
semántica. Sin embargo las palabras así expresadas son polisemánticas, el
significado dependerá del punto de vista.
El ejemplo más
nefasto para la psicología fue la imposición de la palabra “inconsciente”,
cualquier cosa puede explicarse desde esa premisa. Parafraseando a Wittgenstein, es posible afirmar que no
porque una explicación tenga lógica es una explicación verdadera. Eso pasa con
el Psicoanálisis y con otras psicologías, incluyendo a la visión sistémica
cuando se olvida de su condición básica: es una manera de comprender la realidad,
la realidad no es sistémica. El enfoque sistémico ordena la realidad de una
manera distinta a la lógica causal, introduce elementos de análisis ajenos a la
tradición epistemológica positiva. El más importante: las relaciones
intrínsecas y extrínsecas. Es en ese maremágnum donde se instala el problema,
en las vinculaciones con las personas del entorno. No sólo ocurre en la
familia, sino en cualquier sistema conformado por seres humanos.
Resulta útil
la concepción de Wittgenstein sobre
los juegos del lenguaje, nos dejamos de preocupar por el significado y nos
adentramos al uso del lenguaje, entonces se verifica la multiplicidad de su
empleo. Estos juegos dialógicos construyen la realidad entre las personas, son
acuerdos implícitos en función a la idea de una semántica unívoca, cuando ninguna
palabra lo es, pues su significado dependerá del sentido de su destino. El
aporte del MRI fue considerar el factor poder como el eje de quien define el
sentido de la comunicación, entonces se comprenderá la definición por el
dominio y la sumisión.
En la terapia
familiar quienes definen el problema usualmente son los padres y quien se
resiste a asumirlo es el portador. Puede pasar incluso que en otro entorno
social quien padece por el problema no lo haga. Por ejemplo, padres que
rechazan los intereses musicales de un hijo arguyendo premisas del mito
profesional pueden descalificar el éxito artístico del hijo.
Los logros
terapéuticos del enfoque narrativo se deben a la deconstrucción de las
historias, sin embargo carecen de la fundamentación necesaria para la
reestructuración del sistema y los parámetros éticos envueltos en el quehacer
interactivo de los participantes del juego familiar. La postura posmoderna
adolece de la rigurosidad exigida por el quehacer científico, colindando por lo
tanto con postulados lacanianos y foucaultianos. Derivando en
consideraciones relativistas ajenas a la concreción de teorías falseables.
La
psicoterapia sistémica se caracteriza porque debe trascender al lenguajear, avizorando el sufrimiento
legítimo de quienes han sido negados a existir independientemente del mito y de
los contextos semánticos donde se obliga a ser aquello que asigna el nombre. No
es fácil abandonar la lógica implícita en las frases y la tendencia a asumir el
significado sin cuestionarlo. No solamente es un riesgo ignorar la polisemia,
sino aunque la tomemos en cuenta establecer sentidos dados por nosotros mismos
ajenos al contexto semántico del paciente.
En el diálogo
terapéutico el paciente trae consigo su bagaje lógico-lingüístico para relatar
su historia. Los terapeutas tenemos fuentes distintas pero coincidimos en
varios estamentos del lenguajear del
paciente, al mismo tiempo disentimos por nuestra propia historia, a ella se
suman los juegos del lenguaje de nuestra teoría psicológica. La puesta en común
define una realidad relativa al encuentro.
La atención
estará dirigida al trasfondo de la semántica. Ésta es resultante de la
integración de la información a partir de las experiencias previas y de los
filtros cognitivos relacionados con los estilos de selección y análisis. La
palabra remite a referentes cognitivos implantados como esquemas y a la
organización de los algoritmos para definir el sentido. Es importante añadir
que durante el diálogo además del lenguaje verbal participa el no verbal, los
estímulos visuales, auditivos y somestésicos derivan también en la integración
significativa a nivel de modelos semánticos predeterminados por la experiencia
y ceñidos en construcciones esquemáticas destinadas a darle significado a los
estímulos.
Es importante
reconocer la flexibilidad de los esquemas cognitivos, se deben ajustar al
entorno para determinar la adaptación de la persona. Sin embargo, existen los
esquemas rígidos gestados por la consolidación de los mitos. Es por eso que la
terapia cognitiva se centró en la modificación de tales esquemas configurados
como creencias y mantenidos por pensamientos irracionales. Cuando la evidencia
contradice la creencia desarrollamos la disonancia cognitiva. Cuando los hechos
promueven la obligatoriedad de un cambio gestamos la ceguera voluntaria. Y
cuando los hechos no pueden ser reconocidos como tales porque estamos
zambullidos desde siempre en ellos, no podemos registrarlos. Cuando son
novedosos podemos registrarlos como si fueran otros más conocidos.
La función del
terapeuta cognitivo es la de realizar cambios en el procesamiento desadaptativo
de la realidad. Los terapeutas sistémicos hacemos lo mismo agregando la
modificación de los vínculos para patrocinar el cambio en el sistema
relacional, no solamente en la organización de las estructuras mentales.
El ingreso al
mundo representacional de los pacientes se lo hace a través de las palabras y
los gestos, el acercamiento es posible a través de la empatía y la teoría de la
mente. El terapeuta está entrenado para regular los procesos del diálogo a
partir de la confirmación del sentido y la de-construcción de los significados.
A partir de lo puesto en común se reformula la idea inicial y se la vincula con
las relaciones. Veamos un ejemplo simple, se trata de una persona con trastorno
de la respuesta de erección, en una sesión individual ocurrió el siguiente
incidente:
Paciente: soy
una persona muy tímida (afirmación significativa tácita)
Terapeuta:
¿qué quiere decir con eso? (búsqueda del sentido de la palabra)
Paciente:
Pues…cómo decirle…(cuestionamiento de la semántica)…., me cuesta hablar con las
personas desconocidas (especificación del significado)
Terapeuta:
Usted quiere decir que sí puede conversar con personas conocidas (estableciendo
el distingo)
Paciente:
Aunque no soy muy expresivo…(redefinición)
Terapeuta:
¿Dónde aprendió que debe decirlo todo?
Paciente: Mi
madre insiste en que soy introvertido…y que es difícil sacarme las palabras
(ampliación del concepto hacia las vinculaciones)
Terapeuta: ¿Le
pasa lo mismo con su esposa? (Indagando otros vínculos en relación al concepto)
Paciente: Ella
me reclama todo el tiempo que nunca le digo lo que siento (confirmación del
espacio semántico en la vinculación conyugal)
Terapeuta: Eso
quiere decir que su madre le enseñó que se debe expresar todo lo que le pasa
por dentro, y luego lo aplica también a los problemas en su relación de pareja,
¿es así? (Regulación del significado)
Paciente: No
entiendo…es que…
Terapeuta:
Veamos…si de pronto usted pudiese decir lo que pasa por dentro a su esposa…¿su
relación mejoraría? (Cuestionamiento del esquema)
Paciente: Me
imagino que sí (Trascendencia del contexto semántico aprendido)
Terapeuta: ¿Al
decirle a su esposa lo que piensa y siente ella usted tendrá una erección?
(Cuestionando la lógica)
Paciente: Tal
vez, no sé…¿pero qué debería decirle? (Busca una nueva asignación del problema)
Terapeuta:
Dígamelo usted (Confrontación con la redefinición del problema)
Paciente: La
verdad…es que ha dejado de gustarme, engordó mucho…(Cambio de contexto)
Terapeuta: Es
muy duro que usted le diga que no se excita porque la ve fea…(Ampliación
semántica)
Paciente: Es
muy duro….(Confirmación semántica)
Terapeuta: Por
eso es mejor pensar que usted es tímido…(Retorno al concepto)
Paciente:
Tiene razón…así no creo un conflicto (Redefinición de la lógica)
Terapeuta:
Entonces usted no es tímido…es una persona considerada…(Cambio de semántica)
Paciente:
Visto así…es razonable (Confirmación del nuevo sentido)
Terapeuta:
Veamos…si usted es considerado…también lo es su pene…(de-construcción del
síntoma). Yo pensé que su pene también era tímido, pero por lo visto es tan
considerado como usted…ambos no son capaces de ser hipócritas…usted calla lo
que piensa y él actúa…(alteración del sistema lógico)
Paciente:
¿Entonces mi impotencia es porque ella ha dejado de gustarme? (Reflexión sobre
el nuevo sistema semántico y lógico).
Terapeuta: eso
explica la aparición de su amante, con quien usted tiene relaciones sexuales
magníficas (Confirmación de la premisa)
Paciente: Pero
no está bien (Reflexión sobre el nuevo contexto semántico)
Terapeuta:
Usted lo ha dicho, no está bien, termina engañándose…(Nueva propuesta lógica)
Paciente: Sí
es así, porque me niego a aceptar que he dejado de amar a mi esposa…(Disonancia
cognitiva)
Terapeuta: Si
lo asume, tendrá que afrontarlo y dejar de jugar a la timidez (Descalificación
del esquema).
Pávlov señaló que el
lenguaje es un segundo sistema de señales, es la representación de la
representación. Con él creamos un mundo de ideas entreveradas y muchas de ellas
ajenas a la realidad real. No se trata de pensar que toda realidad es
construida, existe un mundo real al cual nos es difícil tener acceso pleno. La
palabra ha creado la ilusión de la reducción de la incertidumbre en el proceso
de conocer, podemos confundir la palabra con el objeto y para colmo de males
darle un sentido a partir de la lógica, de tal modo que pensamos que las cosas
son así porque las pensamos de esa manera. Valga como ejemplo el tedioso afán
en la Edad Media de invalidar la teoría heliocéntrica de Copérnico, al grado de condenar a Galileo por reivindicarla.
Si tenemos
problemas a la hora de concordar sobre la realidad real, es más complejo
ponernos de acuerdo sobre el mundo de las ideas. Lo asombroso es que a pesar de
tantos atolladeros semánticos, podamos comprendernos. La terapia de pareja es
el mejor reducto para zambullirnos en el confuso mundo de las palabras, son los
desencuentros frenéticos entre esquemas, conceptos y significados traídos por
cada uno de los cónyuges.
No hay comentarios:
Publicar un comentario