miércoles, 1 de marzo de 2017

Actitud ética en Psicoterapia sistémica



Actitud ética en psicoterapia sistémica

Por: Dr. Bismarck Pinto Tapia, Ph.D.


Está claro que la ética no puede expresarse con palabras.
Ludvig Wittgenstein

El estudio de las actitudes es función de la Psicología Social, las define como la dirección del comportamiento, los sentimientos y los pensamientos hacia determinados objetos sociales. El ámbito donde más se las estudió es en política, por ejemplo, interesa conocerlas en relación a los partidos políticos y sus candidatos durante las elecciones. También ha sido de la incumbencia de esta área de la Psicología el análisis de los prejuicios, considerados como actitudes irracionales asentados en estereotipos. Sin embargo, se ha interesado muy poco en las actitudes en las relaciones terapéuticas, las actitudes de los terapeutas hacia los pacientes y viceversa.
La ética es campo de reflexión de la filosofía, puede ser entendida como la rama encargada de la crítica a la moral o como una decisión ante situaciones relacionadas con el bien y el mal. En esta segunda acepción es importante diferenciarla de la moralidad. La moral es la decisión ubicada en las normas sociales relativas a la socio historia de una cultura, determina el actuar, sentir y pensar correctos o incorrectos determinados por los mandatos arbitrarios de la sociedad a la cual pertenece la persona.
Una decisión es moralmente correcta o incorrecta si obedece a los principios establecidos por las normas y reglas sociales, usualmente ceñidas en el castigo. Las normas hacen referencia a  principios estipulados en documentos determinados por consenso y aprobadas por la institución reguladora. Las reglas son lineamientos fijados por acuerdos reconocidos como válidos pero que aún no se han instituido en un acuerdo escrito. Desde ese punto de vista un comportamiento puede ser moralmente correcto en una cultura e incorrecto en otra. Por ejemplo, en algunas culturas es correcta la ablación del clítoris en las núbiles, por lo tanto es un procedimiento obligatorio, mientras en otras sociedades se considera una práctica aberrante. Otro ejemplo, matar a un semejante es incorrecto, pero se convierte en correcto durante la guerra, al grado de considerarse un acto antipatriótico el rechazo a asesinar durante un combate, y puede ser sancionado con la muerte.
La ética es superlativa a la moral, es la elección entre el bien o el mal, a diferencia de la moral no responde a un código establecido por la normatividad, por lo tanto no es relativa a ninguna condición pre establecida, es absoluta. No necesariamente es racional. Durante el juicio moral las personas analizamos nuestra conducta en función a las reglas, reflexionamos sobre las consecuencias de nuestro accionar; mientras que en el juicio ético actuamos y después razonamos.
El comportamiento moral puede ser juzgado por los demás, el referente es si nos comportamos según los principios predeterminados o no. Durante un partido de fútbol el árbitro moralista evalúa las jugadas a partir de los parámetros definidos por los reglamentos establecidos por la FIFA. Veamos un ejemplo: Messi ha gambeteado a tres jugadores, queda solo frente al arquero y un defensor desesperado lo empuja, a pesar de ello el extraordinario jugador argentino continúa con la jugada…el árbitro rigorista sanciona la falta. La persona moralmente correcta sabe que actúo “bien” si compara su comportamiento con los dictámenes del reglamento. En la Universidad, un estudiante aprueba con 51, el profesor rigorista considerará 50,5 como correspondiente a reprobación.
Kohlberg propuso un modelo acerca del desarrollo de la moral, la evolución del juicio moral hace alusión a los sentimientos de miedo, responsabilidad y culpa. El niño decide su accionar correcto porque inicialmente teme el castigo, posteriormente lo hará pensando en su autoimagen, su miedo no será el castigo sino el dejar de ser querido, posteriormente habrá interiorizado las enseñanzas recibidas y si actúa en contra de ellas sentirá culpa. El conjunto de ese proceso, Kohlberg lo denominó pre convencional. Posteriormente, en la adolescencia se desarrolla la conciencia social, por lo tanto el juicio moral se hace reflexivo en función al cumplimiento de las normas y reglas sociales.
El juicio ético puede equipararse con la sexta etapa del desarrollo moral de Kohlberg, la última del estadio post convencional, articulada con la autoconciencia de los criterios utilizados para la consecuencia de su “juicio moral”. La persona de desliga de los referentes normativos al enfrentar dilemas éticos, su discernimiento deja de ser referencial, se hace consciente, como señaló Kierkegaard, la persona trasciende al contexto y autotrasciende porque debe abandonar sus intereses para propiciar el bienestar del otro.
Es interesante corroborar esta aproximación a las decisiones éticas con los estudios neuropsicológicos del juicio  moral. Las decisiones morales son procesadas a nivel de las regiones corticales, principalmente en la zona prefrontal obicular superior; mientras que las decisiones éticas son procesadas en regiones subcorticales como la ínsula y el cíngulo.
En la psicoterapia los dilemas éticos  son cotidianos, los terapeutas debemos tomar decisiones éticas en el momento de asumir una intervención. La terapia de pareja tiene sus orígenes en la solución de esos dilemas. Era común escuchar la versión de uno de los cónyuges sin conocer al otro, de tal modo que se trabajaba con la persona sin tener la panorámica completa. Usualmente al escuchar la versión de la pareja la anterior quedaba incongruente. Al tener a ambos cónyuges en las sesiones de terapia nos liberamos del sesgo que significa escuchar a solo uno de ellos.
Otra situación común se presenta cuando un hijo o hija en sesión individual enuncia un tema que lo pone en riesgo o arriesga a otras personas: ¿es pertinente informar de ello a los padres? La situación es compleja, no hay manera de estar seguros si lo que los pacientes nos dicen son verdades, parafraseando a Dr. House: “todos mienten”. La decisión la debemos tomar en la más profunda soledad, no existe un referente externo que nos diga lo conveniente. Además de hacer un cálculo de probabilidades tenemos que revisar nuestros principios morales y trascenderlos para actuar.
Todo mi quehacer como terapeuta se rige al principio de la benevolencia, esto es, hacer lo posible para no dañar. Sin embargo, no se trata solamente de no dañar al paciente, sino a las personas que interactúan con él o ella. El enfoque relacional sistémico nos obliga a ver más allá de la persona, lo cual es favorable para el respeto de quienes no están con el terapeuta en su consultorio.
La actitud ética, por lo tanto no está regida a los momentos de intervención solamente, sino a la relación establecida con las personas que asumen su papel de pacientes. Esa actitud es la dirección que toma nuestra valoración del otro, el sentido deberá siempre ser el bienestar, la dignidad y el respeto.
Debo contrastar mis creencias y valores con los de mis pacientes. Dilucidar sobre las coincidencias y diferencias. Reflexionar sobre la posibilidad de respetar las que la persona trae consigo. Si no es posible debido a colisiones entre sus creencias y valores con los míos, debo evitar hacerme cargo de los problemas que la persona trata de resolver con mi trabajo. No se trata de adoctrinar al otro en lo que yo considero como deben ser las cosas, es tener la capacidad de construir de manera conjunta una relación que no sea dañina ni para los pacientes ni para el terapeuta.
Desde esa perspectiva es importante que los pacientes conozcan mis creencias y posturas con la vida, los sustentos principales de mi actitud moral, afianzados como parte de mi ser y que no podrán ser puestos en el juego de la negociación. Caso contrario puedo caer en el error del adoctrinamiento en lugar de ayudar en el proceso de resolver problemas.
He seguido de cerca a colegas con vida consagrada, por supuesto que para ellos y ellas el trabajo terapéutico ha significado una crisis en su vocación religiosa. Algunos y algunas no lograron el equilibrio cuando se percataron en que las exigencias éticas de la psicoterapia sobrepasaban la posibilidad de sostenerse dentro de su estilo de vida. Dejaron la psicoterapia y se inclinaron hacia la consejería dentro de los marcos de su vida consagrada.
Alguna vez escuché que los terapeutas debemos ser “amorales”. Eso es imposible, puesto que nuestra condición humana nos obliga a definir nuestro accionar dentro de un sistema de valores, a su vez asentados en principios morales. Un terapeuta amoral es inconcebible, es más probable uno inmoral.
La actitud ética obliga a considerar válidos los sistemas morales de nuestros pacientes siempre y cuando no atenten contra el bienestar de las personas. No se trata de ubicarnos en una situación moral relativa a las singularidades, postura común en las visiones posmodernas, donde la maldad se asocia con la construcción social de realidades, entonces, el malvado es víctima de sus circunstancias socio históricas. Planteamiento por demás absurdo, anula el libre arbitrio, condenando a las víctimas por ser propiciadoras de los actos de sus agresores, en un afán de conciliar realidades.
Los razonamientos dialécticos apuran síntesis ajenas a las clases de análisis, presentándose como resultado de la lucha de contrarios, fomentando de esa manera actitudes contrarias al bienestar de las personas. No se trata de trascendencias, sino de inmanencias porque fomentan y justifican la violencia.
Sobre todo está la dignidad de las personas, independientemente a su sexo, edad y cultura. No está bien justificar el mal porque así es en determinada sociedad. Por ejemplo, no está bien que la mujer sea sometida en la cultura aymara o que se maltrate a los niños porque así nomás es. La trascendencia es el medio a través del cual el terapeuta o la terapeuta son capaces de cuestionar los sistemas morales y los juegos de vida.
Según la filosofía de Kierkegaard, la trascendencia es consecuencia de la angustia ante la libertad, el desbrozarse sobre el abismo de la nada, el vivir en la incertidumbre del absurdo. Darnos cuenta de que nuestro ser es a pesar de las circunstancias establecidas por el mundo. Unamumo contempla la existencia inerme ante la inminente muerte, vivimos en un sinsentido maquillado por las construcciones sociales de los logros personales en la vorágine de la competencia, como si al ser el mejor espantáramos a la muerte. La cruda contemplación de nuestra miseria ante la inmensidad del universo y la omnipotencia de Dios nos hace desesperar.
La desesperación es inevitable para la construcción de la vida de un(a) terapeuta. La angustia ante el sufrimiento de nuestros pacientes es inevitable. Sin embargo la actitud ética nos permite trascender, por lo que podemos ser irreverentes con las convenciones y juegos de la vida. Mantendremos la reverencia ante el sufrimiento y el dolor, la última capa que cubre la esencia humana común a todos.
El proceso más difícil al cual estamos obligados a someternos en nuestro oficio es la autotrascendencia. Concepto formulado por Viktor Frankl en la Logoterapia. Autotrascender es llegar más allá de uno mismo, es la búsqueda del sentido de la vida, salir de sí para encontrarse en el ser con los otros; cuando el otro se hace más importante que uno mismo. Es la base del amor, la posibilidad de entrega.
La psicoterapia se enmarca en el amor caritativo, es prestarnos a ayudar al otro entregándonos en plenitud. Estamos obligados a renovar nuestro conocimiento científico en relación a las técnicas eficientes para la solución de problemas asociados a los trastornos mentales, debemos estar prestos a reconocer nuestras limitaciones teóricas y técnicas, además de vislumbrar las resonancias en la atención de los pacientes para poder discriminar mi yo del otro en un vaivén permanente entre la empatía y la ecpatía.