Actitud ética en
psicoterapia sistémica
Por: Dr. Bismarck Pinto Tapia, Ph.D.
Está claro que la ética no
puede expresarse con palabras.
Ludvig Wittgenstein
El estudio de las actitudes es
función de la Psicología Social, las define como la dirección del
comportamiento, los sentimientos y los pensamientos hacia determinados objetos
sociales. El ámbito donde más se las estudió es en política, por ejemplo, interesa
conocerlas en relación a los partidos políticos y sus candidatos durante las
elecciones. También ha sido de la incumbencia de esta área de la Psicología el
análisis de los prejuicios, considerados como actitudes irracionales asentados
en estereotipos. Sin embargo, se ha interesado muy poco en las actitudes en las
relaciones terapéuticas, las actitudes de los terapeutas hacia los pacientes y
viceversa.
La ética es campo de reflexión de
la filosofía, puede ser entendida como la rama encargada de la crítica a la
moral o como una decisión ante situaciones relacionadas con el bien y el mal.
En esta segunda acepción es importante diferenciarla de la moralidad. La moral
es la decisión ubicada en las normas sociales relativas a la socio historia de
una cultura, determina el actuar, sentir y pensar correctos o incorrectos
determinados por los mandatos arbitrarios de la sociedad a la cual pertenece la
persona.
Una decisión es moralmente correcta
o incorrecta si obedece a los principios establecidos por las normas y reglas
sociales, usualmente ceñidas en el castigo. Las normas hacen referencia a principios estipulados en documentos determinados
por consenso y aprobadas por la institución reguladora. Las reglas son
lineamientos fijados por acuerdos reconocidos como válidos pero que aún no se
han instituido en un acuerdo escrito. Desde ese punto de vista un
comportamiento puede ser moralmente correcto en una cultura e incorrecto en
otra. Por ejemplo, en algunas culturas es correcta la ablación del clítoris en
las núbiles, por lo tanto es un procedimiento obligatorio, mientras en otras
sociedades se considera una práctica aberrante. Otro ejemplo, matar a un
semejante es incorrecto, pero se convierte en correcto durante la guerra, al
grado de considerarse un acto antipatriótico el rechazo a asesinar durante un
combate, y puede ser sancionado con la muerte.
La ética es superlativa a la moral,
es la elección entre el bien o el mal, a diferencia de la moral no responde a
un código establecido por la normatividad, por lo tanto no es relativa a
ninguna condición pre establecida, es absoluta. No necesariamente es racional.
Durante el juicio moral las personas analizamos nuestra conducta en función a
las reglas, reflexionamos sobre las consecuencias de nuestro accionar; mientras
que en el juicio ético actuamos y después razonamos.
El comportamiento moral puede ser
juzgado por los demás, el referente es si nos comportamos según los principios
predeterminados o no. Durante un partido de fútbol el árbitro moralista evalúa
las jugadas a partir de los parámetros definidos por los reglamentos
establecidos por la FIFA. Veamos un ejemplo: Messi ha gambeteado a tres
jugadores, queda solo frente al arquero y un defensor desesperado lo empuja, a
pesar de ello el extraordinario jugador argentino continúa con la jugada…el
árbitro rigorista sanciona la falta. La persona moralmente correcta sabe que
actúo “bien” si compara su comportamiento con los dictámenes del reglamento. En
la Universidad, un estudiante aprueba con 51, el profesor rigorista considerará
50,5 como correspondiente a reprobación.
Kohlberg propuso un modelo acerca
del desarrollo de la moral, la evolución del juicio moral hace alusión a los
sentimientos de miedo, responsabilidad y culpa. El niño decide su accionar
correcto porque inicialmente teme el castigo, posteriormente lo hará pensando
en su autoimagen, su miedo no será el castigo sino el dejar de ser querido,
posteriormente habrá interiorizado las enseñanzas recibidas y si actúa en
contra de ellas sentirá culpa. El conjunto de ese proceso, Kohlberg lo denominó
pre convencional. Posteriormente, en la adolescencia se desarrolla la
conciencia social, por lo tanto el juicio moral se hace reflexivo en función al
cumplimiento de las normas y reglas sociales.
El juicio ético puede equipararse
con la sexta etapa del desarrollo moral de Kohlberg, la última del estadio post
convencional, articulada con la autoconciencia de los criterios utilizados para
la consecuencia de su “juicio moral”. La persona de desliga de los referentes
normativos al enfrentar dilemas éticos, su discernimiento deja de ser
referencial, se hace consciente, como señaló Kierkegaard, la persona trasciende
al contexto y autotrasciende porque debe abandonar sus intereses para propiciar
el bienestar del otro.
Es interesante corroborar esta aproximación
a las decisiones éticas con los estudios neuropsicológicos del juicio moral. Las decisiones morales son procesadas
a nivel de las regiones corticales, principalmente en la zona prefrontal
obicular superior; mientras que las decisiones éticas son procesadas en
regiones subcorticales como la ínsula y el cíngulo.
En la psicoterapia los dilemas éticos son cotidianos, los
terapeutas debemos tomar decisiones éticas en el momento de asumir una
intervención. La terapia de pareja tiene sus orígenes en la solución de esos
dilemas. Era común escuchar la versión de uno de los cónyuges sin conocer al
otro, de tal modo que se trabajaba con la persona sin tener la panorámica
completa. Usualmente al escuchar la versión de la pareja la anterior quedaba
incongruente. Al tener a ambos cónyuges en las sesiones de terapia nos
liberamos del sesgo que significa escuchar a solo uno de ellos.
Otra situación común se presenta
cuando un hijo o hija en sesión individual enuncia un tema que lo pone en
riesgo o arriesga a otras personas: ¿es pertinente informar de ello a los
padres? La situación es compleja, no hay manera de estar seguros si lo que los
pacientes nos dicen son verdades, parafraseando a Dr. House: “todos mienten”.
La decisión la debemos tomar en la más profunda soledad, no existe un referente
externo que nos diga lo conveniente. Además de hacer un cálculo de
probabilidades tenemos que revisar nuestros principios morales y trascenderlos
para actuar.
Todo mi quehacer como terapeuta se rige
al principio de la benevolencia, esto es, hacer lo posible para no dañar. Sin
embargo, no se trata solamente de no dañar al paciente, sino a las personas que
interactúan con él o ella. El enfoque relacional sistémico nos obliga a ver más
allá de la persona, lo cual es favorable para el respeto de quienes no están
con el terapeuta en su consultorio.
La actitud ética, por lo tanto no
está regida a los momentos de intervención solamente, sino a la relación
establecida con las personas que asumen su papel de pacientes. Esa actitud es
la dirección que toma nuestra valoración del otro, el sentido deberá siempre
ser el bienestar, la dignidad y el respeto.
Debo contrastar mis creencias y
valores con los de mis pacientes. Dilucidar sobre las coincidencias y
diferencias. Reflexionar sobre la posibilidad de respetar las que la persona
trae consigo. Si no es posible debido a colisiones entre sus creencias y
valores con los míos, debo evitar hacerme cargo de los problemas que la persona
trata de resolver con mi trabajo. No se trata de adoctrinar al otro en lo que
yo considero como deben ser las cosas, es tener la capacidad de construir de
manera conjunta una relación que no sea dañina ni para los pacientes ni para el
terapeuta.
Desde esa perspectiva es importante
que los pacientes conozcan mis creencias y posturas con la vida, los sustentos
principales de mi actitud moral, afianzados como parte de mi ser y que no
podrán ser puestos en el juego de la negociación. Caso contrario puedo caer en
el error del adoctrinamiento en lugar de ayudar en el proceso de resolver
problemas.
He seguido de cerca a colegas con
vida consagrada, por supuesto que para ellos y ellas el trabajo terapéutico ha
significado una crisis en su vocación religiosa. Algunos y algunas no lograron
el equilibrio cuando se percataron en que las exigencias éticas de la
psicoterapia sobrepasaban la posibilidad de sostenerse dentro de su estilo de
vida. Dejaron la psicoterapia y se inclinaron hacia la consejería dentro de los
marcos de su vida consagrada.
Alguna vez escuché que los terapeutas
debemos ser “amorales”. Eso es imposible, puesto que nuestra condición humana
nos obliga a definir nuestro accionar dentro de un sistema de valores, a su vez
asentados en principios morales. Un terapeuta amoral es inconcebible, es más
probable uno inmoral.
La actitud ética obliga a
considerar válidos los sistemas morales de nuestros pacientes siempre y cuando
no atenten contra el bienestar de las personas. No se trata de ubicarnos en una
situación moral relativa a las singularidades, postura común en las visiones
posmodernas, donde la maldad se asocia con la construcción social de
realidades, entonces, el malvado es víctima de sus circunstancias socio
históricas. Planteamiento por demás absurdo, anula el libre arbitrio,
condenando a las víctimas por ser propiciadoras de los actos de sus agresores,
en un afán de conciliar realidades.
Los razonamientos dialécticos
apuran síntesis ajenas a las clases de análisis, presentándose como resultado
de la lucha de contrarios, fomentando de esa manera actitudes contrarias al
bienestar de las personas. No se trata de trascendencias, sino de inmanencias
porque fomentan y justifican la violencia.
Sobre todo está la dignidad de las
personas, independientemente a su sexo, edad y cultura. No está bien justificar
el mal porque así es en determinada sociedad. Por ejemplo, no está bien que la
mujer sea sometida en la cultura aymara o que se maltrate a los niños porque
así nomás es. La trascendencia es el medio a través del cual el terapeuta o la
terapeuta son capaces de cuestionar los sistemas morales y los juegos de vida.
Según la filosofía de Kierkegaard,
la trascendencia es consecuencia de la angustia ante la libertad, el
desbrozarse sobre el abismo de la nada, el vivir en la incertidumbre del
absurdo. Darnos cuenta de que nuestro ser es a pesar de las circunstancias
establecidas por el mundo. Unamumo contempla la existencia inerme ante la
inminente muerte, vivimos en un sinsentido maquillado por las construcciones
sociales de los logros personales en la vorágine de la competencia, como si al
ser el mejor espantáramos a la muerte. La cruda contemplación de nuestra
miseria ante la inmensidad del universo y la omnipotencia de Dios nos hace
desesperar.
La desesperación es inevitable para
la construcción de la vida de un(a) terapeuta. La angustia ante el sufrimiento
de nuestros pacientes es inevitable. Sin embargo la actitud ética nos permite
trascender, por lo que podemos ser irreverentes con las convenciones y juegos
de la vida. Mantendremos la reverencia ante el sufrimiento y el dolor, la
última capa que cubre la esencia humana común a todos.
El proceso más difícil al cual
estamos obligados a someternos en nuestro oficio es la autotrascendencia.
Concepto formulado por Viktor Frankl en la Logoterapia. Autotrascender es
llegar más allá de uno mismo, es la búsqueda del sentido de la vida, salir de
sí para encontrarse en el ser con los otros; cuando el otro se hace más
importante que uno mismo. Es la base del amor, la posibilidad de entrega.
La psicoterapia se enmarca en el
amor caritativo, es prestarnos a ayudar al otro entregándonos en plenitud.
Estamos obligados a renovar nuestro conocimiento científico en relación a las
técnicas eficientes para la solución de problemas asociados a los trastornos
mentales, debemos estar prestos a reconocer nuestras limitaciones teóricas y
técnicas, además de vislumbrar las resonancias en la atención de los pacientes
para poder discriminar mi yo del otro en un vaivén permanente entre la empatía
y la ecpatía.
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