Por: Bismarck Pinto Tapia, Ph.D.
¿Hay
algo que puedas conocer que no sea ilusión?
Si una ilusión se disipara no debes mirar o te
convertirías en estatua de sal.
Franz
Kafka
Por sí misma la
Psicología se funda como la ciencia de la subjetividad, de los procesos
mentales invisibles. El conductismo positivista en su afán de objetividad,
intentó establecer las bases de la ciencia psicológica en el estudio del
comportamiento, la acción como evidencia. Los principios del comportamiento
remarcan la importancia de la predicción del quehacer humano. Sin embargo, no
se pudieron cerrar los ojos ante la inminente presencia del procesamiento
cognitivo de la información. Chomsky
desarrolla una sólida teoría lingüística para explicar la generatividad de las
normas gramaticales, sólo comprensibles si se asume la presencia de una
estructura profunda donde radica la organización lógica de las construcciones
lingüísticas.
Con el advenimiento de
la Neuropsicología, consecuencia del estudio del comportamiento de lesionados
cerebrales, se pudo ingresar al mundo interior de las estructuras cerebrales
involucradas en la construcción subjetiva de la realidad. Por un instante se
retomó la hipótesis del fantasma de la máquina, remontándonos a las
especulaciones de Descartes sobre la
formación de la mente escindida del organismo, la res cogitans estaría gobernada por un misterioso ente mental.
Los novedosos estudios
de Michael Gazzaniga, permitieron el
surgimiento de una nueva hipótesis sobre el comando de la mente: el intérprete. Se abandona la misteriosa
imagen del fantasma por otra más pragmática, la del mediador entre las
sensaciones y su sentido. Fue Luria
quien esbozó el principio de la regulación de las funciones psíquicas
superiores al identificar las funciones de las denominadas terceras unidades
funcionales, estructuras cerebrales eminentemente humanas, con las funciones de
corregir y regular la actividad cerebral. Los mecanismos de inhibición y excitación
dejan de ser automáticos para tornarse voluntarios.
La regulación y la
integración de la información conllevan al sentido de la acción. Las
intrincadas investigaciones de los cerebros dañados y sus correlatos en la
ejecución de acciones alteradas, fueron la base para el surgimiento de la
hipótesis del intérprete como el recurso neuropsicológico en la construcción de
la realidad. Postura que favorece con creces el pensamiento filosófico del
constructivismo. Desafiando tenazmente a la objetividad promovida por el
positivismo.
El neo positivismo (Russell) y el constructivismo (Von Foster y Maturana), relativizan la
realidad a la subjetividad construccional del cerebro y a los condicionantes
culturales. No reniegan de la ciencia como lo hará el posmodernismo y sus
descabelladas especulaciones sobre la construcción social de la realidad; al
contrario, ofrecen una epistemología crítica sobre el conocimiento científico y
suscitan una ciencia capaz de rendir cuentas de los fenómenos invisibles que
atañen a la Psicología.
Durante estos últimos
años se ha producido un gran entusiasmo en el estudio de la empatía a partir
del descubrimiento de las neuronas espejo llevado a cabo por el equipo de Rizzolatti en la Universidad de
Palermo. Si bien la explicación de la empatía propuesta por este investigador
es demasiado simple y quizás esté más relacionada con la imitación, dio lugar a
que otros científicos profundizasen en el tema, encontrando procesos neurofisiológicos
mucho más complejos, como por ejemplo la participación del lóbulo de la ínsula.
Si entendemos a la
empatía como el proceso psicológico a través del cual podemos comprender los
sentimientos de los demás a partir del eco
emocional que nos producen, la teoría
de la mente lo es a nivel de pensar lo que la otra persona probablemente
piensa. Ambos procesos son indispensables en el trabajo psicoterapéutico para
la construcción de hipótesis sobre los sentimientos y pensamientos de los
pacientes.
Esta es pues la primera
entidad invisible presente en la psicoterapia en general y en la sistémica en
particular, podemos llamarla mente, entendida
como el cúmulo de los procesos cognitivos. Accedemos a ella a través del
lenguaje tanto verbal como no verbal, procesamos dos niveles de interacción:
siento lo que sientes y pienso lo que piensas. La superposición de niveles es
compleja e infinita: siento lo que sientes que siento y pienso lo que piensas
que pienso.
El recurso de
acercamiento al sentimiento del otro es la empatía y al pensamiento la teoría
de la mente. En la terapia sistémica se enfatiza la precisión de las preguntas
para confirmar los estados mentales del paciente. Constantemente el terapeuta
contrasta su sentir y pensar sobre lo que el paciente siente y piensa con sus
propios sentimientos y pensamientos. Mucho de la terapia consiste en buscar las
coincidencias del sistema emocional del terapeuta con el sistema emocional del
paciente, al mismo tiempo de hacerlo con las estructuras lógicas de uno con el
otro.
A diferencia del
psicólogo forense preocupado en la confirmación verídica de los hechos
relatados por el consultante para definir la veracidad de su testimonio, el
terapeuta está preocupado con el aquí y ahora, independientemente a los hechos,
interesa cómo la persona construye su realidad, cómo la interpreta y cómo le
impacta.
El psicoterapeuta
cognitivo comportamental está entrenado para modificar los pensamientos
irracionales convencido de que son la fuente de la manifestación de
comportamientos desadaptados, a diferencia del terapeuta conductual interesado
en el cambio de conductas a partir de la modificación de los estímulos
externos.
Nosotros estamos
interesados en comprender la mente de la persona para modificar las relaciones
interpersonales perturbadas, coincidiendo muchas veces con el enfoque cognitivo
comportamental y con el conductual. La diferencia sustancial es nuestro interés
en la relación interpersonal.
Vittorio
Guidano desarrolló una terapia eslabón entre el modelo
cognitivo comportamental y el modelo relacional sistémico: la terapia cognitiva
pos racionalista. Postuló la indisolubilidad entre la razón y la emoción a la
par que insistió en la importancia de los vínculos afectivos para la
construcción del sí mismo (self).
Por su parte la terapia
narrativa pone énfasis en el discurso como elemento central en la construcción
de la realidad, abandonando tácitamente los intentos de comprender la mente, a
la cual la considera un concepto moderno e innecesario, despoja al terapeuta de
los recursos empáticos y racionales para sugerir su inmersión intuitiva en la narración para
crear nuevas narraciones.
Salvador
Minuchin ha manifestado sus críticas hacia la pretensión de
la terapia narrativa de considerarse sistémica porque se aleja claramente del
trabajo en las interacciones. El problema es que la terapia narrativa al
carecer de un modelo psicológico puede fácilmente proponer alternativas
pseudocientíficas.
La segunda entidad
invisible es la pareja, Caillé ha
sugerido la existencia de la notrosidadcomo el paciente en la psicoterapia de pareja. El uso de una silla vacía
permite a los cónyuges comprender que el interés de la psicoterapia se centra
en trabajar con el paciente invisible: la relación.
La psicoterapia de la
pareja evoluciona en tres etapas, la primera relacionada con la individualidad
de los cónyuges, usualmente la hipótesis inicial manejada por la pareja: “el
otro debe cambiar”. La segunda vinculada con la interacción: “lo que él hace
afecta lo que yo hago y lo que yo hago lo afecta a él”. La tercera asociada con
el self de la pareja, la construcción
abstracta del amor.
La tercera entidad
invisible es la familia. Una buena definición es: La familia es un núcleo de
convivencia y solidaridad en la vida cotidiana; es un núcleo de complicidad,
que permite afrontar adecuadamente los retos del mundo exterior; es, a la vez,
una escuela de convivencia para los hijos y la transmisora de valores y
aprendizajes fundamentales que se realizan mediante los cuidados pragmáticos en
los primeros años de vida del ser humano, en el transcurso de su desarrollo
biológico, afectivo y en el acomodo a la cultura o socialización (Minuchin,
1984; Linares 1996; Ceberio y Linares, 2000)[1].
Es un “núcleo de
convivencia”, es decir, un espacio de interacción, como ocurre con la relación
de pareja, se forja también un espacio significativo, un “espíritu de la
familia”. El terapeuta familiar protege a los miembros de la absorción de dicho
espíritu. La familia es una
construcción social, se ha instalado como una institución invisible, la frase:
“el núcleo de la sociedad es la familia”, plantea la asunción de la existencia
de abstracciones como si fuesen seres tangibles.
Es posible hacer
referencia al self de la familia,
reemplazando el concepto místico de espíritu. Un sí mismo que otorga identidad
a las personas consideradas por sí mismas como pertenecientes a la familia.
Ronald Laing, ha propuesto que familia es lo que la persona significa por tal,
es el espacio significativo de las interrelaciones.
Tal ente invisible es
indispensable en la construcción de la identidad personal, reafirma la
pertenencia a un grupo referencial afectivamente significativo donde las
personas podemos establecer nuestros referentes de semejanzas y diferencias,
“soy como” y “no soy como”.
La familia no hace
referencia a las interacciones sino a la constitución de una entidad
institucionalizada por un lado, y construida en las relaciones afectivas por
otro. Fuente de mitos y leyendas da el sentido de la existencia de sus
componentes, la búsqueda de la legitimación y valoración de los talentos se
inicia en ella. Es un self que se
alimenta del cumplimiento de los legados establecidos por antepasados.
La Psicoterapia
Relacional Sistémica (PRS) surge del modelo matemático propuesto por Ludwig von Bertalanffy para explicar la
organización compleja de los sistemas, interesa el estudio de las relaciones
entre los componentes de un sistema, cada elemento es interdependiente del
resto de elementos. El todo existe por la interacción de sus componentes, no es
la suma de ellos, es producto de las relaciones.
Un sistema existe en
función a la meta que persigue, la interacción de sus unidades permite su
consecución. El sistema se mantiene hasta que se alcanza su finalidad. De ahí
que un sistema es funcional cuando consigue alcanzar su objetivo y disfuncional
cuando no lo logra.
Las entidades
invisibles son creaciones humanas emergentes de las interacciones sociales. La
mente es producto de la socio historia, la pareja lo es de la vinculación
amorosa y la familia de una imposición socio económica. Estos seres fantasmales
regulan la interacción de las personas con otras personas y consigo mismas. La
mente se sustenta en un sí mismo como lo hacen la pareja y la familia. La conciencia
asume la existencia del yo en el caso de la mente, de la pareja en el caso del
amor y de la familia en el caso de la convivencia.
Las personas no aman a
la familia, aman a los que la componen, sin embargo la pertenencia crea la
ilusión de la existencia real del constructo abstracto y por ende es posible
decir que se ama o no a la familia, aunque resulta aberrante e incongruente.
Cuando se aplica el
test proyectivo de Corman, ante la instructiva “dibuja una familia”, los niños
dibujan personas. El concepto de familia ha evolucionado de la nuclear a la
extensa, de la biparental a la monoparental, lo que tiene en común a pesar de
los cambios es su significado: la atribución se refiere a quiénes son
representativos para sus componentes. Se configura por las relaciones entre sus
miembros, quién pertenece a la familia es la persona a quien se le otorga el
afecto suficiente para considerarlo parte de ella.
En un estudio reciente,
con una muestra de 2564 personas, el 98,8% considera a su mascota como parte de
la familia. No podemos saber lo que piensan los animalijos al respecto, por lo que no es necesario un acuerdo
explícito para definir quién pertenece y quien no al sistema familiar. Por lo
tanto la designación de los miembros de la familia es una simple asignación: tú
si o tú no.
Ser parte de una
familia no es una elección, ¡es una imposición! Somos integrados a nuestra
familia sin consulta previa. Crecemos en ella, aprendemos, adquirimos nuestra
identidad y sin embargo nunca la definimos. No es el espacio físico donde
vivimos, ni se establece necesariamente por la presencia de un grupo sanguíneo
común, cándidamente asumimos su existencia, hace parte de nuestro lenguaje, la
mencionamos como si se tratara de un personaje, y los demás hacen lo mismo,
muchas veces he recibido la siguiente frase: “saludos a tu familia”.
Es un ente invisible
poderoso, determina la identidad y el sentido de nuestra vida. Es posible
deducir su inexistencia en los albores de la humanidad, por lo tanto no se
trata de una condición natural, sino resultante del desarrollo de la
civilización. En la cultura aymara en vez de ella existía el ayllu cuando llegaron los españoles, una
manera de interacción fundamentada en lazos consanguíneos pero que no responde
al concepto occidental de familia. En el caso de varias etnias amazónicas la
idea de familia es extraña. Las formas de organización para dar sustento a los
niños no necesariamente corresponden a la familia.
Parafraseando a Wittgenstein, si se nombra es que existe. Existe en el sentido de idea,
independientemente a su relación con un objeto físico. Sin embargo es una idea
de algo indefinido, asumido como presente en su ausencia, lo que existen son
las personas protagonistas de los vínculos familiares, mientras que la familia
en sí es invisible.
¿Qué significa entonces
realizar una terapia de la familia? No es lo mismo decir “terapia familiar” que
“terapia de la familia” si vamos a ser precisos. La terapia familiar debería
hacer alusión al trabajo con los miembros de una familia, mientras que terapia
de la familia debería restringirse al trabajo con la entidad invisible.
La terapia de la
familia hace referencia a la reflexión con sus componentes acerca de la
construcción que hicieron de esa entidad, ¿cómo influye en sus vidas y cómo
ellos la alimentan? El trabajo se realiza siguiendo la misma lógica de la
terapia de la pareja, donde con los cónyuges se reflexiona sobre la
construcción que ellos hicieron sobre su entidad invisible.
En ambos casos el
terapeuta se constituye en un mediador entre los responsables por la entidad y
la propia entidad. Los constituyentes del sistema conyugal y del familiar deben
percatarse de su responsabilidad en el manejo de la entidad invisible. La
paciente es la pareja o la familia.
[1] Minuchin, S. (1984) Familias y
terapia familiar. Barcelona: Paidós
Ceberio,
M., Linares,J. (2000) Locura, marginación y libertad. Un análisis crítico del
enfermo mental y el manicomio, su segregación social y posibilidad de cambio.
Bs. Aires; Edicioones Culturales Universitarias argentinas.
Linares,
J. (1996) Identidad y narrativa. Barcelona: Paidós
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