lunes, 28 de septiembre de 2009

LAS ETAPAS DEL AMOR: LUCHA DE PODER

Después del “desencanto” los amantes quedan pasmados al reconocer que desconocen a su pareja; las ideas del amor romántico producen crisis debido a que se espera un amor eterno e incondicional. Sin embargo, el despertar es abrupto y conlleva la confrontación de las diferencias.
Por lo general, la verificación de que se ha estado enamorado de un extraño ocurre durante el matrimonio, porque debido a la idealización del enamoramiento creemos que amamos cuando deseamos y pensamos que debemos casarnos en ese estado de alteración de la conciencia. Algunos matrimonios (los más apasionados) suelen confundir el desvanecimiento del deseo con el fracaso marital por lo que dan término muy temprano a la convivencia.
Si el letargo del deseo no se produce, es la función de esposos la que despierta a los ensoñados amantes. El matrimonio exige la supervivencia de la pareja, deben activarse las potencialidades de cada uno para compartir la comida y el techo, además de aprender a adaptarse a las costumbres del otro.
El dejar de mirarse a los ojos obliga a dirigirse hacia el entorno, si se sale de un vínculo simbiótico la colisión con la realidad cotidiana puede producir una crisis emocional devastadora, porque se presenta la soledad de forma intempestiva. La simbiosis se organiza alrededor del miedo al abandono, los amantes sacrificaron muchas cosas de sí mismos para encadenarse al otro; el renunciar a espacios personales vitales obligó a que cada uno se despoje de relaciones con otros sistemas ajenos a la relación, principalmente con la familia de origen y las amistades.
El desencanto en la simbiosis va acompañado de violencia por el afán de impedir la separación de los amantes y al no poseer recursos externos que puedan reducir las tensiones internas. Darse cuenta que el otro no es alguien que convenga para el desarrollo personal produce una intensa desazón que dirigirá las conductas hacia un solo fin: romper el vínculo. Si el otro aún se encuentra afianzado al pseudoamor, entonces los intentos de ruptura provocarán amenazas de violencia (suicidio, maltrato, asesinato, etc.) o directamente se pasará a las acciones que precipiten la culpa en la persona que intenta acabar la relación, de tal manera que atemorizado se mantenga afianzado a la insulsa relación.
Cuando la pareja está colusionada, es decir, que no puede ser capaz de intimidad ni de alejamiento debido a que ambos esperan que el otro satisfaga necesidades infantiles, los problemas cotidianos de la convivencia se convertirán en armas de lucha en vez de ser afrontados y resueltos. La permanente insatisfacción afectiva que se hace presa de los amantes, ocasiona una insoportable angustia que suele recubrirse de irracionalidad al manifestar la absurda búsqueda de culpables en vez de soluciones. Por ejemplo, el esposo abatido por los celos encontrará justificaciones para su delirio ante cualquier planteamiento de problema cotidiano, cualquier cosa le recordará el miedo que tiene de ser abandonado.
Tanto en la simbiosis como en la colusión la posibilidad de establecer contratos equitativos para la supervivencia quedan restringidos por las necesidades inmaduras de los cónyuges. Si a esta imposibilidad de negociación se agregan las funciones parentales y maternales, los hijos serán convocados a la batalla encarnizada, triangulándolos en un combate desleal que jamás tendrá ganadores.
El involucrar a los hijos en la lucha de poder de los amantes, conlleva a que los primeros tengan que sacrificar su vida para hacerse cargo del conflicto parental con la esperanza de que de esa manera puedan recuperar la protección y el cuidado que necesitan.
La lucha de poder en la colusión deriva en violencia conyugal o en la organización de sistemas familiares patológicos. La violencia se expresará como producto de la incapacidad para llenar los vacíos dejados por las carencias infantiles que se exigen sean satisfechos por el cónyuge. La única manera que se percibe para reducir la incertidumbre interna es congelar las conductas del otro, impidiendo su crecimiento, es como prohibirle a la oruga que se convierta en mariposa.
Se exige al otro que pague la deuda adquirida en la familia de origen. Al no conseguir los réditos esperados se convoca a un tercero para que se aliarlo en contra del cónyuge, produciéndose así la segunda consecuencia de la colusión: la organización de un sistema familiar patológico.
En la triangulación, los problemas de supervivencia conyugal son rezagados por los síntomas de los hijos. Por ejemplo, cuando la esposa espera que el marido sea con su hija aquello que ella no tuvo con su padre y el marido espera de su esposa sea con él la madre que no tuvo, ambos pueden triangular a la hija de tal manera que la madre exigirá al esposo que sea un padre abnegado, el esposo esperará que la hija se aparte de la relación que él desea tener con su esposa-madre; la hija se sentirá doblemente expulsada: una madre que la arroja hacia el padre y un padre que trata de sacarla del medio. La hija puede desarrollar un síntoma para congelar el juego de sus progenitores, la anorexia sería un excelente recurso, puesto que hace que ambos se preocupen por ella, al mismo tiempo que los castiga.
Cuando la pareja es funcional, se encuentra conformada por dos personas maduras, capaces de vivir el uno sin el otro, se han permitido realizar sus metas personales y cuentan con que el cónyuge legitimará su felicidad, la lucha de poder se presentará como un obstáculo que la pareja debe enfrentar para conseguir adaptarse a los problemas de la cotidianeidad.
La lucha de poder implica la confrontación de necesidades incompatibles, uno desea algo que el otro no, por lo tanto cada quien se esfuerza para imponer su deseo. Es difícil convivir con un extraño porque cada uno tiene distintas formas de vida. No se trata de aceptarlo todo sin reclamo alguno, se debe discutir y buscar soluciones. La pareja está obligada a negociar.
Entendemos por negociación a “la acción conjunta entre dos partes para beneficio potencial de cada una” (Ramírez, 2000). Para negociar se debe asumir que es la mejor opción para obtener un resultado mejor que si no se hubiese hecho ningún trato, en otras palabras: si no se negocia se pierde. La pareja debe ser una aliada para alcanzar algo mejor de lo que se tiene; para negociar es indispensable la cooperación, por tanto, ambos deben estar interesados en el resultado, al final de la negociación los participantes deben encontrarse satisfechos con el resultado.
La presencia del amor predispone a la negociación, puesto que amar es legitimar al otro, la principal virtud de la negociación –escuchar- está presente, facilitando el diálogo y la actitud generosa.
La lucha de poder insertada en el enamoramiento, difícilmente es concebida como una necesidad de adaptación. Los enamorados ignoran las diferencias, o bien las insertan como incordios sentimentales, tanto los problemas como las soluciones son consideradas como parte del quererse; por eso, ningún problema de adaptación es resuelto, al contrario, se mantienen, ya sea ignorándolos o planteándolos como pasajeros, esperando que la intensidad del amor produzca el milagro de las soluciones.
Cuando la presencia de un conflicto es insostenible desde las emociones erotizadas, se produce la colisión, esta experiencia produce un impacto catastrófico, despertando intempestivamente a la persona enamorada. Por lo general, la relación se rompe o se torna patológica.
Si la lucha de poder coincide con el desencanto, la pareja puede confundir la presencia de conflictos con la erradicación del amor. Muchas parejas suelen acudir a terapia en situaciones como la mencionada; uno o ambos cónyuges están convencidos de que la mejor solución es la separación, sin percatarse que es inevitable el afrontamiento de diferencias.
El ciclo vital personal y el familiar determinan el surgimiento de nuevas disyuntivas que fuerzan a al enfrentamiento de nuevas necesidades de adaptación, por lo cual una y otra vez se debe reanudar la emergencia de negociaciones.
Sager (1980) fue uno de los primeros en sugerir un sistema de evaluación e intervención en las áreas conflictivas de la convivencia conyugal. Este psicoterapeuta plantea la necesidad de trabajar en la elaboración de un “contrato matrimonial” que facilite la adaptación de los cónyuges. En mi experiencia clínica con parejas he visto que las áreas de mayor contienda en los matrimonios paceños que acudían a mi consultorio son las siguientes:
a) Familias de origen. Si la esposa y/o el esposo aún no se han desvinculado y/o emancipado de sus padres se manifiesta el conflicto conyugal debido a que se confunden las prioridades amorosas, por un lado la necesidad de mantenerse ligado a los padres y por otro, la organización de una propia familia. Haley (2006) plantea que no es posible un vínculo conyugal cuando uno o ambos cónyuges aún siguen “siendo hijos”. Es frecuente en nuestro medio que la pareja se case sin haberse aún emancipado, por lo que los procesos de emancipación y desvinculación suelen ocurrir después del matrimonio. Un motivo de desencanto es descubrir que el cónyuge se encuentra ligado a su familia de origen. Decidir a favor del matrimonio en vez de las relaciones con la familia de origen no es una tarea sencilla, debido a los mitos sociales sobre el “amor a la madre” y la “familia unida”.
b) Las amistades. Es un área de conflicto más frecuente para las esposas que para los esposos. Consecuencia de la ideología machista, los varones suelen mantener sus actividades juveniles con sus amigos, siéndoles difícil reconocer que el matrimonio exige que se renuncie a la vida de soltero. Las relaciones con los amigos se solapan con el consumo de alcohol y la posibilidad de entablar relaciones sexuales extramaritales. De ahí que la demanda oculta cuando la mujer exige al marido que reduzca el tiempo con sus amistades es la de evitar la posibilidad de infidelidad venérea.
c) Crianza de los hijos. Se manifiesta de dos maneras, la primera, cuando los hijos son más importantes que la relación conyugal y la segunda cuando no hay acuerdos en cuanto a las normas de la crianza. El primer caso es consecuencia del mito de la “madre abnegada”, ocasionando que la esposa sacrifique sus vínculos de pareja y sus funciones se restrinjan al cuidado y protección de los hijos; esto puede generar celos encubiertos en el marido, quien ante el distanciamiento de la esposa puede ingresar a una crisis emocional, la cual hace más probable el surgimiento de la “infidelidad venérea”. El segundo caso está relacionado con los mandatos familiares, poniendo en tela de juicio la validez de los valores de cada uno de los miembros de la pareja, los mismos que se manifiestan en actitudes relacionadas por ejemplo, en la elección de escuela, la ayuda en las tareas, etc.
d) Manejo del dinero. Los cambios en los roles de género han ocasionado la necesidad de establecer normas equitativas en la distribución y manejo del dinero. No existe una norma general que pueda satisfacer los estilos económicos de todos los matrimonios, cada uno de ellos establece una forma de organización económica. Algunos consideran que el dinero de la esposa y del esposo es un fondo común; otros distribuyen los pagos de los requisitos de mantenimiento del hogar y la educación de los hijos, dejando el resto a uso discrecional de cada uno de los cónyuges; en otros se define una bolsa para la familia y la pareja y el resto le pertenece a cada cónyuge; no falta el matrimonio tradicional que maneja la economía designando al marido como proveedor y a la esposa como administradora.
e) Hábitos. No son raros los matrimonios interculturales en Bolivia, por ejemplo que el esposo sea cruceño y la esposa paceña, o que uno de ellos provenga del campo y el otro de la ciudad. A mayor diferencia cultural existirán más dificultades en la conciliación de hábitos.
f) Sexualidad. Resulta sorprendente que en pleno siglo XXI aún existan parejas con problemas sexuales debido a la falta de información. La ignorancia sexual repercute en la vida erótica de la pareja, por ejemplo: maridos que consideran a sus esposas anorgásmicas cuando son ellos los que padecen de eyaculación precoz (Abal y Linares, 2005). La pareja confronta dificultades sexuales en relación a la frecuencia, los juegos previos, las posturas coitales, el uso de juguetes sexuales, uso de métodos anticonceptivos, realización de fantasías, etc.
g) Realización personal. En una sociedad que ha facilitado la realización de los varones en desmedro de la de las mujeres, es frecuente que se presenten crisis en los esposos cuando enfrentan la decisión de emancipación de sus esposas. La experiencia puede ser insoportable para el marido, acostumbrado al modelo de subyugación de la mujer, peor aún cuando debe enfrentarse con un mundo que está equilibrando los derechos sexuales. Lorente (2009) propone que el postmodernismo ha traído consigo un “postmachismo” que se traduce en las nuevas estrategias masculinas para que nada cambie en relación al dominio masculino.
La consecuencia infortunada de la incapacidad de negociación es el surgimiento de la violencia, tema que será abordado en otro capítulo. Sin embargo, vale la pena señalar que el proceso de confrontación de las diferencias conyugales produce inevitablemente sensaciones de enojo ante la frustración y la angustia, por lo que se hace indispensable que los miembros de la pareja tengan la capacidad de manejar la rabia para direccionarla hacia la asertividad, es decir que sean capaces de reclamar por sus derechos sin necesidad de herir al otro.
Los conflictos pueden resolverse, postergarse, o empeorarse. Es evidente que la primera opción es la mejor, pero no siempre los impases pueden ser superados debido a diversos factores, entre ellos: la disponibilidad de recursos y la temporalidad. Algunas parejas prefieren la “procrastinación” -neologismo para referirnos a la postergación de las soluciones-, se niega el problema o se atiende otras situaciones evitando la confrontación del conflicto manteniéndolo incólume hasta que explote, destruyendo la relación o generando otros problemas a su alrededor. Finalmente, la pareja puede empeorar la situación cuando la solución se convierte en problema (Watzlawick, Weakland y Fish, 1986).
La lucha de poder se presentará durante toda la vida conyugal, sin embargo, si la pareja ha sido capaz en el pasado de resolver sus conflictos, recurrirá a los estilos de negociación y afrontamiento de problemas que fueron efectivos. Aquellas parejas que se mantuvieron juntas a pesar de los conflictos irresueltos, ante nuevas dificultades utilizarán con mayor probabilidad las mismas alternativas equivocadas del pasado. Otras no podrán soportar la tensión ocasionada por la confrontación y preferirán abandonar el campo de batalla a través de la separación o el divorcio.
La lucha de poder conyugal muestra que la idea romántica del amor eterno crisol de la paz y la felicidad está muy lejana de la realidad, puesto que es imposible que dos personas extrañas no tengan que poner en tela de juicio sus diferencias. La pelea es un ingrediente de la vida en pareja, pero también lo es el placer que produce el alcanzar un acuerdo que satisface a los dos compañeros, quienes al percatarse de su capacidad de conciliación, no pueden hacer otra cosa que intensificar su amor.





Referencias
Abal, Y., Linares, E. (2005) Trastorno orgásmico femenino. En: Psiquiatría Noticias. Vol. 7 No 3.
Haley, J. 1989 Trastornos de la emancipación juvenil y terapia familiar. Buenos Aires: Amorrortu
Lorente, M. (2009) Los nuevos hombres nuevos. Barcelona: Planeta
Ramírez, J.S. (2000) Negociar es bailar. La Paz: Santillana
Sager,C. 1980 Contrato matrimonial y terapia de pareja. Bs.Aires: Amorrortu.
Watzlawick, P., Weakland, J., Fisch, R. (1986) Cambio. Barcelona: Herder.

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