El concepto de colusión fue acuñado por Jürg Willi para referirse al “inconsciente común” en la relación conyugal[1]. Según este autor, la colusión es la presencia de un juego de pareja donde los conflictos se repiten constantemente en una sucesión relacional de acercamiento y alejamiento. La pareja no soporta la intimidad pero tampoco soporta la separación, de ahí que cuando se encuentran cercanos el uno del otro se sienten asfixiados y se alejan; cuando están lejos no toleran la soledad y vuelven a buscarse.
La colusión se establece como un reclamo de afectos infantiles entre ambos cónyuges, lo que conlleva a una irreal construcción de la imagen del otro, puesto que la misma es un constructo personal[2] que toma como referencia a las experiencias de la infancia.
El amor sólo se puede constituir cuando se abandonan tales expectativas y se reconoce al otro como un legítimo otro en la convivencia[3]. Forjarse expectativas imposibles de ser satisfechas por la pareja determina un vínculo patológico capaz de destruir la vida de cada uno de los cónyuges en lugar de la construcción amorosa del “nosotros”.
La teoría del apego adulto[4] señala que el estilo de apego durante la infancia influirá en la relación conyugal adulta, debido a que se activan las carencias y excesos recibidos de los cuidadores. El apego por lo tanto, es otro elemento que se debe tomar en cuenta para la comprensión de la patología conyugal, pues permite relacionar los afectos insatisfechos con las demandas hacia la pareja.
En la colusión el triángulo del amor siempre será incompleto. El amor pleno se constituye por la presencia de los tres elementos identificados por Sternberg[5]: intimidad, pasión y compromiso. La pareja colisionada evitará alguno de los componentes del amor y exacerbará otro, por ejemplo en la estructura de personalidad histérica, la persona enfatiza la búsqueda de la intimidad a través de la manifestación exagerada de la pasión evitando el compromiso; en el caso del trastorno de personalidad dependiente, la persona rechaza la pasión y exacerba la intimidad a la par que exige el compromiso.
Los padres colusionados como pareja triangulan a sus hijos; ante la tensión en la díada se producen emociones intensas en la familia, las cuales producen un triángulo relacional estabilizador[6]. Por lo tanto, donde existe un hijo triangulado existirán unos padres colusionados en su relación conyugal.
La importancia de la emancipación juvenil es analizada con detenimiento por Haley, quien destaca la importancia de la misma en la configuración de psicopatologías[7]. Para este autor, el momento más difícil del ciclo vital familiar se produce durante la adolescencia debido a que los hijos deberán dejar el hogar de sus padres. Cuando un hijo se encuentra triangulado, la emancipación será difícil e inclusive imposible.
La emancipación es el proceso por el cual el joven se hace independiente económicamente de sus padres. Sin embargo, según Cancrini y La Rosa[8], la emancipación es secundaria a la desvinculación.
La desvinculación implica un proceso de independencia afectiva hacia la familia de origen, es decir, la persona deja de hacer sus cosas para satisfacer las expectativas familiares. Durante la desvinculación se generan cuestionamientos a los mitos familiares, confrontación a las expectativas de los padres y el estado naciente del amor.
Alberoni es quien mejor define al enamoramiento: “es el estado naciente de un movimiento colectivo de dos”[9]. Es un estado naciente, porque se instaura como una novedad biológica y cognitiva en los amantes, al mismo tiempo se constituye en un movimiento colectivo, porque es revolucionaria cuando cuestiona los afectos recibidos en el seno familiar, además de poner en tela de juicio las expectativas de los padres al cotejarlas con las expectaciones del enamorado.
La desvinculación en una familia estructurada a partir de una triangulación a veces sólo es posible si se presenta un intenso enamoramiento que produzca niveles de entropía incapaces de ser reducidos por la regulación del sistema conyugal, no quedando otra alternativa que permitir la salida del elemento homeostático.
Son frecuentes las historias de amor escabrosas perpetradas por amantes que contravenían todas las normas de la familia, por ejemplo la novela de Shakespeare: “Romeo y Julieta”. Lo lamentable de esas historias románticas es que suelen acabar con la muerte de uno o ambos amantes. En la vida real, una vez que el intruso cumple la función de “salvar” a la persona triangulada, la relación conyugal deja de tener sentido, por lo que en la mayoría de los casos esos matrimonios se quiebran, y en no son pocas las personas que vuelven al triángulo.
Es posible afirmar que la colusión es una relación entre dos personas que no lograron desvincularse de sus familias de origen. No es posible el amor si aún se sigue siendo hijo. El amor lo exige todo, es indispensable jugarse entero, por lo que no se puede establecer un vínculo amoroso entre dos personas incompletas[10].
Para que no se produzca la colusión es indispensable dos seres humanos emancipados y desvinculados de sus familias de origen. La emancipación exige responsabilidad social y la desvinculación madurez afectiva.
La experiencia amorosa sólo es posible entre dos personas que asumen su soledad y que no imponen expectativas infantiles hacia su pareja. Asumir la soledad significa entender que es imposible la felicidad otorgada por el otro; amar no es necesitar del otro, menos obligar a que el otro ame como se espera ser amado. El amor va de la mano con la libertad, un amor que posee no es amor, es odio, porque odiar es obligar a que el otro ame como uno desea ser amado.
La imposición de expectativas infantiles es creer que el otro debe ajustarse a los requerimientos afectivos personales, en lugar de aceptar incondicionalmente la forma de ser del otro.
Aquellas cosas que impiden la convivencia deben negociarse con racionalidad, algunas se podrán resolver, otras se podrán tolerar. La reciprocidad obliga a que si uno cede el otro también lo haga, la escalada simétrica del amor permite el crecimiento individual; mientras que la lucha de poder ocasiona la escalada simétrica de la violencia.
El terapeuta de parejas debe considerar la posibilidad de trabajar primero en los vínculos afectivos irresueltos con la familia de origen en ambos o en uno de los cónyuges. Algunas veces convendrá intervenir en una terapia familiar para ayudar al cónyuge inmaduro a desvincularse de su familia, en otras, bastará con la reflexión durante las sesiones conyugales para que ambos amantes sean capaces de mirarse a los ojos en vez de mostrar sus espaldas mientras contemplan angustiados la colusión de sus padres.
Únicamente cuando la pareja es capaz de decir adiós a su familia de origen podrá dejar de mirar a su pareja para comenzar a mirar en la misma dirección para construir al fin un “nosotros”, además podrá retornar a la casa de sus padres para cuidarlos en la vejez o acercarse a ellos para sentirse protegidos sin deuda alguna, libre de culpa y rencores.
[1] Willi, J. (1993) La pareja humana: relación y conflicto. Madrid: Morata.
[2] Botella, L., y Feixas, G. (1998). La teoría de los constructos personales: Aplicaciones a la práctica psicológica. Barcelona: Laertes.
[3] Maturana, H. (1995) Emociones y lenguaje en educación y política. Santiago: Dolmen
[4] Mikulincer, M. Goodman, G. (2007) Dynamics of romantic love. Nueva York: The Guilford Press.
[5] Sternberg, R. (1989) El triángulo del amor. Barcelona: Paidós.
[6] Guerin, Ph., Fogarty, L., Gilbert, J. (2000) Triángulos relacionales. Buenos Aires: Amorrortu.
[7] Haley, J. (2003) Trastornos de la emancipación juvenil y terapia familiar. Buenos Aires: Amorrortu.
[8] Cancrini, L., La Rosa, C. (1996) La caja de Pandora. Maual de psiquiatría y psicopatología. Barcelona: Paidós.
[9] Alberoni F. (2005) Enamoramiento y amor. Buenos Aires: Gedisa. Pág. 9.
[10] Gikovate, F. (1996) Uma nova visao do amor. Sao Paulo: Editores associados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario