La “revolución sexual” se inicia con la publicación del libro “Conducta sexual del varón” de Alfred Kinsey en 1947, ocasionando un repentino cambio de actitudes hacia la sexualidad en los Estados Unidos y en Europa. Al finalizar la época franquista se produce la “liberación sexual” y el “destape” en España. El amor deja de asociarse con la sexualidad, ¡era posible amar sin sexo!, y ¡tener sexo sin amor!
El análisis de las cartas amorosas entre amantes brasileños de tres décadas diferentes llevado a cabo por Carpenedo y Koller[1], muestra que antes de los ochenta, las parejas asociaban el amor con la sexualidad, eran tímidas en la expresión de sus intereses sexuales, el varón era quien tomaba la iniciativa seductora y consideraban que el enamoramiento necesariamente debería llevar al matrimonio. Después de los ochenta, el contenido de las cartas amorosas se modifica notablemente, la sexualidad está exenta de connotaciones románticas, varón y mujer toman la iniciativa indistintamente, ambos expresan de manera directa sus intereses sexuales y no se busca el compromiso.
Mientras los europeos y estadounidenses se ajustaban a la nueva moral sexual, en Latinoamérica, el Brasil se constituía en el país que con mayor facilidad asimilaría los cambios de actitudes hacia el comportamiento sexual. Durante la década de los ochenta aparece una nueva forma de establecer vínculos eróticos entre los jóvenes, el “ficar” [quedar][2].
No se trata de sexo casual [casual sex][3]. En el “ficar” puede o no darse el coito, puesto que se trata de una forma de relacionarse placentera sin que amor y sexo vayan juntos; un joven brasileño lo define así: “Normalmente es un intercambio de besos y caricias durante un corto periodo de tiempo -una noche-, y después, no se vuelven a interesar el uno por el otro”. [4]
En los países sudamericanos de lengua castellana, el “ficar” es reemplazado por el “prende”. Probablemente el término se relacione con el “prenderse” de los jóvenes argentinos, en el sentido de “pasar a la acción”[5]; otro probable origen es la expresión italiana mi prende, que tiene el sentido de “agarrarse”. Sea como fuere el término llega a Bolivia y rápidamente se generaliza entre los jóvenes en la década de los noventa.
“Prenderse” no se relaciona con “agarrón”, palabra que se empleaba para referirse a una relación pasional sin compromiso ni intimidad, esencialmente sexual. “Prende” tiene el mismo significado que “ficar”. Se dice “prenderse” a la acción de establecer un “prende”.
Un “buen prende” se da cuando ambas personas coinciden en el juego sensual del encuentro amoroso casual. Sin embargo, no siempre es así, puede ocurrir que uno de los dos desee algo “serio” con el otro, si se da el caso, la relación está estropeada porque la moral juvenil dice: “no debes prenderte con aquella persona de la que esperas una relación seria”.
Otra circunstancia inesperada del “prenderse” es que se produzca el enamoramiento durante el “prende”, en ese caso se hace referencia a un “prende jodido”, sobre todo si solamente uno de los dos protagonistas se siente involucrado afectivamente en la relación y el otro no.
Se habla del “prende fijo” para hacer alusión a aquella persona que por lo general está dispuesta a “prenderse” con uno, de tal manera que pueden ocurrir infinidad de “prendidas” entre ambos.
El “prende” cuando es preámbulo de una relación sexual, deja de ser “prende” y se convierte en “algo más”; término que permite comprender mejor que la connotación del “prenderse” implica placer sensual y no necesariamente relaciones genitales.
El “prenderse” se ha convertido en un instrumento de manipulación en las relaciones interpersonales. Por ejemplo, si una muchacha o un muchacho, desea estropear una relación amorosa, puede generar un “prende” con alguno de los miembros de la pareja, y posteriormente de manera directa o indirecta hacerle saber al otro de la falta de honorabilidad de su consorte.
Otra manera de utilizar el “prende”, es saberlo aplicar con la destreza suficiente como para producir un “prende jodido” en el otro, ya sea para propiciar un vínculo amoroso en serio o para vengarse.
Esta forma de vinculación erótica entre los jóvenes, obliga a identificar con precisión el lenguaje no verbal para no caer en trampas o echar a perder la posibilidad de conquistar a una persona con la que se espera tener una relación amorosa seria. Los varones tienen más dificultades que las mujeres para decodificar las señales no verbales[6], por lo que confunden más fácilmente que las mujeres las invitaciones a tener un “prende”.
El “prende” se sitúa en una moral ambigua, puesto que la mayoría de los muchachos y muchachas afirma haberse “prendido” alguna vez; al mismo tiempo que consideran un acto de infidelidad si su pareja estable lo hace.
También es importante resaltar que el “prenderse” denota la actitud actual hacia el amor romántico[7] ó erótico[8], confirmando el estudio de Cooper y Pinto (2007)[9] que identificó la tendencia hacia un amor con intimidad y pasión sin compromiso en jóvenes universitarios de clase media de la ciudad de La Paz.
El amor casual emergente en la juventud es una muestra del cambio de actitud hacia la sexualidad y al amor. Lo sexual deja de ser solamente el encuentro genital y se enmarca en el contexto de la sensualidad, donde el placer y la intimidad adquieren primacía sobre el deseo sexual y el compromiso amoroso.
En el “prende” tanto la mujer como el varón se encuentran en las mismas condiciones de conquista y de intercambio de caricias, desplaza al “agarrón” machista, conformado por el que “agarra” y por la que es “agarrada”, para constituirse en una manera de amar independiente del género, en la que ambos se prenden apasionadamente por un breve periodo de tiempo.
El erotismo del “prende” es una danza de movimientos sutiles de seducción; cada uno de los participantes debe cautelosamente coordinar sus propios pasos con los pasos de su pareja produciendo una coreografía amorosa donde ambos saben que quizá sea la última vez que la vayan a bailar.
Se trata de un encuentro prohibido con alguien que puede estar traicionando a un tercero; al mismo tiempo existe la posibilidad de lanzarse al juego con la esperanza de conseguir “algo más” mientras se piensa que el otro puede estar esperando lo mismo; o simplemente ambos quieran sentirse en el abrazo perpetuo de la ternura regocijante de la experiencia perdida del apego infantil.
El “prende” puede darse en privado aunque más frecuentemente se lo haga en público, en las fiestas que se han convertido en el crisol de los amores casuales. Se genera así un pacto social de silencio, todos los presentes lo saben, él es el “prende” de ella y ella es el “prende” de él; pero deben callar, sólo lo hablarán en las tertulias de amigos íntimos, pero nadie se atreverá a denunciar a la pareja transgresora.
Los “prendidos” abandonan el sueño breve de su encuentro y al abrir los ojos tal vez comenten que se dejaron vencer por las pasiones. Volverán la mirada hacia su cómplice pero no reconocerán al compañero erótico, será como que se hubiera despojado de la magia del placer para volver a ser el amigo o la amiga de siempre, quizá se sonrían el uno al otro como remembranza pícara de lo que ocurrió entre ellos, o quizá fatalmente alguno de ellos no pueda liberarse de las sensaciones que aún hacen eco en el corazón y se sumirá en la tristeza que queda cuando alguien sabe que su amor no será correspondido.
[1] Carpenedo, C., Koller, S. (2004) Relações amorosas ao longo das décadas: um estudo de cartas de amor. En: Interação em Psicología. Vol. 8 Nº 1. Págs. 1-13.
[2] Gikovate, F. (1990) O amor nos anos 80. São Paulo: MG editores
[3] Sönmez, S. y otros (2006) Binge drinking and casual sex on spring break. En: Annals of Tourism Research. Vol. 33. Nº 4. Págs. 895-917
[4] En: http://br.answers.yahoo.com/question/index?qid=20071225153035AAx7pZI
[5] Ver en: http://www.geocities.com/mercuriusyelrincon/diccionario_del_chabon.htm
[6] Tannen, D. (1995) Tú no me entiendes. ¿Por qué es tan difícil el diálogo hombre – mujer. Buenos Aires: Vergara.
[7] Sternberg, R. (1989) El triángulo del amor. Barcelona: Paidós.
[8] Hendrick, C., Hendrick, S. (1987) Love and Sexual Attitudes, Self-disclosure and Sensation-seeking. En: Journal of Social and Personal relationships Vol. 4. Nº 3. Págs. 281-297.
[9] Cooper, V., Pinto, B. (2007) Actitudes ante el amor y la teoría de Sternberg. Un estudio correlacional en jóvenes universitarios de 18 a 24 años de edad. Tesis de licenciatura en Psicología. La Paz: Universidad Católica Boliviana “San Pablo” (No publicada).
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