El amor y el odio no son ciegos, sino que están cegados por el fuego que llevan dentro.
Nietzsche
Las emociones son reacciones fisiológicas ante situaciones que amenazan a nuestro organismo o que promueven la reproducción. El miedo por ejemplo, es la emoción que nos alerta ante el peligro, la rabia ante una situación que nos obstaculiza un logro.
Las emociones están biológicamente determinadas, vienen en nuestra carga genética para que podamos sobrevivir. En la interacción con los otros seres humanos vamos aprendiendo a nombrarlas: esa sensación de querer desaparecer, huir, salir corriendo recibirá el nombre de miedo; aquella que nos genera las ganas de golpear, morder, matar, la llamaremos rabia. En algunos casos podemos aprender los nombres equivocados, por ejemplo a la rabia llamarle tristeza y a la tristeza: rabia.
Es en nuestra familia donde aprendemos a asignarles palabras a las emociones, luego las contrastaremos con los nombres que nuestros pares les dan. Toda la vida vamos cambiándoles los nombres, ampliando el espectro de las palabras en función a su intensidad. Diremos enojo, bronca, furia para designar el grado de la rabia; pena, sufrimiento, depresión para la tristeza. Y aún así faltarán palabras.
La relatividad del nombre en relación a la emoción se verifica en la incompatibilidad de las expresiones entre las personas. Para alguien pena puede equivaler a lo que para otro es depresión. Debido a que la experiencia de las emociones es subjetiva, su nominación es compleja e imprecisa, de tal modo que siendo de por sí las palabras arbitrarias, éstas no alcanzan a expresar la integridad de una emoción.
El sentimiento es el nombre de la emoción. La percepción del proceso fisiológico de la emoción implica necesariamente una atribución que oscila entre lo agradable y lo desagradable, connotaciones que asociadas a la intensidad definen el nombre. De ahí que cuando hablamos de las emociones siempre lo hacemos desde el sentimiento. La emoción se dirige a la acción, su significado está sesgado necesariamente por la valoración.
Los valores se estructuran en la cultura, en el diálogo que los seres humanos establecemos entre nosotros se forjan los acuerdos de los significados, si bien las emociones son universales, los sentimientos se restringen a las palabras construidas en las culturas.
Por ejemplo, en portugués se puede nombrar la experiencia emocional de la ausencia con la palabra “saudade”, término que si bien existe en el castellano no es utilizado con la frecuencia con que lo hace un brasileño. La “saudade” es más que nostalgia, se debe sumar el afecto, la ternura y la esperanza.
El inglés por su parte tiene menos palabras que el castellano para designar los matices emocionales. Se dice que las lenguas latinas (que descienden del latín de los romanos) están hechas para el amor. Pero ¿qué queremos decir con esa palabra? La palabra “amor”, ¿qué emoción designa?, si es una emoción ¿cuál es?
La primera etapa del amor se denomina “enamoramiento” en castellano, “to fall in love” (caer en el amor) en inglés, “tomber amoureux” (caerse en el amor) en francés, sich verlieben (con el mismo significado del inglés), en japonés ocurre lo mismo: “koi ni ochuro” significa caerse en el amor y lo mismo en chino “tan lian ai”. En portugués se dice: “ficar apaixonado” (estar apasionado).
En aymara se puede decir: juparupuniwa munta (es a ella a quien amo; la quiero), en el sentido de desear a alguien, aunque también podría utilizarse en el sentido del amor, no existe una diferencia clara entre el enamorarse y el amar.
Estar enamorado es un accidente, puesto que en los idiomas mencionados, exceptuando el aymara y el portugués ¡nos caemos en el amor!
Pero veamos cómo la confusión se hace mayor cuando revisamos la frase “te amo”. ¿Qué queremos decir? En castellano es gracioso, porque se utiliza el nombre del diosecillo griego “amor” y se lo lleva a la lengua, es como decir: “te Zeus”. ¡Nada que ver!
Otro posible origen dice que la palabra amor proviene de la raíz indoerupea “amma”, utilizada para llamar a la madre. Explicación etimológica que dejará muy contentos a los psicoanalistas esforzados en demostrar que el origen del amor se encuentra en la relación madre-hijo, o como ellos la llaman: la relación edípica.
En inglés “love” proviene de la lengua anglosajona del medioevo con la palabra luf, derivada del inglés antiguo: lufu, la misma que se origina de luba del antiguo alemán, y ésta de lubere.
De ahí que en alemán se diga “ich liebe dich” (te amo), donde liebe tiene la misma raíz latina que love: lubere.
“Lubere” es una palabra que los latinos usaban para referirse al acto de gustar, desear. Por lo tanto el sentido de la frase “I love you” es: “te deseo” o “me gustas”.
En castellano se dice “te amo” y “te quiero”, en nuestro medio se utiliza la primera más en el sentido de intimidad, mientras que la segunda infiere mayor pasión. Pasa lo mismo en italiano, puede decirse: “ti amo” o “ti voglio bene”.
Con la conquista española la lengua aymara se vio afectada, en el caso del amor tuvieron que reemplazar la palabra “waylluña” (enredarse, envolverse) que era utilizada para expresar el amor por la impuesta del español “desear” a “munaña” (desear, querer). De ahí que se forzó la expresión “te quiero” que en aymara tenía el sentido de desear una cosa. Por eso se puede decir: anchhiajj t’ant’amp kisump munaskta (en este momento estoy deseando un queso) o en el sentido de “quererse”, munasiña, cuando se expresa chacha warmijj jiwankam munasiñawa (los esposos deben quererse hasta la muerte).
Los griegos establecieron distintos tipos de amor y a cada tipo le asignaron una palabra: eros para el amor pasional, storge para la protección amorosa, phileo para la amistad y ágape para el amor abnegado, desinteresado.
Robert Sternberg intrigado por el significado que le damos a la palabra amor, llevó a cabo varios estudios con muestras representativas de los estadounidenses, consiguiendo finalmente una coincidencia estadística en tres factores que componen el concepto: pasión, intimidad y compromiso.
Pasión es el elemento erótico del amor, se relaciona con la sexualidad y la diversión, es esencialmente irracional.
La intimidad hace referencia a la confianza que permite la empatía, la posibilidad de contar el uno con el otro.
El compromiso, es el factor que tiene que ver con el contrato de pareja, las reglas de la convivencia, los límites del comportamiento de uno y otro. La decisión de que el otro es lo más importante en nuestra vida.
He replicado el estudio de Sternberg en poblaciones universitarias de la ciudad de La Paz y del área rural aymara, en todas ellas encontré la misma correspondencia que el psicólogo estadounidense: en nuestro medio se consideran los tres componentes del amor.
Investigaciones al respecto en otros países han establecido la universalidad de los tres componentes, aunque existe una tendencia a dividir la pasión en dos factores: pasión erótica y pasión romántica.
Las diferencias se encuentran en el ordenamiento de los tres factores, en algunas culturas es más importante la pasión que la intimidad y el compromiso, mientras en otras, como en la aymara, el compromiso y la intimidad priman sobre la pasión.
Parece a partir de la evidencia científica, que las personas usamos la palabra “amor” como si fuera un sentimiento, es decir, el nombre de una emoción. La emoción a la que hacemos referencia es el deseo erótico.
Evidencia de esta falacia lingüística es la referida a la ruptura amorosa cuando uno o ambos amantes dejan de sentir deseo, ignorando que el deseo es efímero, puede mantenerse, es cierto, a través de los juegos con la pasión, ocasionando la sensación de “enamoramiento” que nada dice acerca del amor. La necedad hace presa de las parejas románticas, duran poco, porque viven al amor como un sentimiento.
Ojalá el origen de la palabra inglesa “love” sea libere (libertad) en vez de lubere (deseo), pues con ese sentido coincide con la finalidad del amor: la libertad. Sería regio que cuando decimos “te amo” estuviéramos diciendo “te libero”. Amar es una construcción entre dos que permite la libertad de ambos.
Alberoni dice que el enamoramiento es un movimiento naciente de un movimiento colectivo de dos. En el amor las personas existimos, nos reconocemos a través de la legitimización del otro, ese reconocimiento nos otorga la posibilidad de ser auténticos: libres.
El amor sólo puede darse en la libertad, no es posesión, no es pasión, es un proceso de dos personas que se rebela contra lo biológico y lo cultural, es la expresión irreverente del pequeño cosmos que los amantes construyen para existir a pesar del caos inherente al amor, a pesar de estar rodeados de un orden agobiante, absurdo, impropio, creado por los sistemas sociales.
El amor nos libera inclusive de nosotros mismos, porque obliga a la entrega total, al desgarramiento salvaje del alma impropia para que el otro pueda vislumbrar nuestra esencia.
Qué triste haber aprendido a nombrar a la necesidad afectiva o al deseo con la palabra amor, la primera es un requerimiento básico de los niños, “attachment” en inglés, en castellano “apego” o “vínculo afectivo”. Es el storge de los griegos, la relación amorosa entre padres e hijos, la sensación de protección, la seguridad afectiva. Si no hemos recibido el storge en nuestra familia, lo más probable es que lo busquemos en la relación erótica, ocasionando dependencia, vínculos inmaduros, infantiles.
Cuando el amor designa exclusivamente al eros, su función se limita al placer y a la reproducción, nos quita su sentido humano, el de la recuperación del sí mismo perdido en los avatares de la socialización.
La intimidad de Sternberg puede reflejarse en el amor de amigos (phileos), la posibilidad de compartir con otro nuestros intereses, logros, penas, etc. Indispensable en la relación amorosa, pero insuficiente.
Ágape entraña la entrega desinteresada, desapasionada, generosa, que escapa al amor de los amantes, pues tiene que ver con la caridad, con el amor a la humanidad, al desvalido o a los ideales de justicia.
El amor como sentimiento no solamente puede ser el nombre del deseo, sino de la pena y la angustia. Pena cuando confundimos el deseo con la protección, angustia: cuando lo asociamos con la carencia afectiva infantil. En ambos casos el producto de la relación será una patología relacional, puede terminar en violencia o dependencia.
En definitiva, el amor no es un sentimiento, es una palabra huraña que no da cuenta de lo que implica la construcción rebelde de la pareja. La corrección lingüística sería: cuando decimos “te amo” queremos decir “existes”. Y como se ve, no estamos nombrando una emoción, nombramos un proceso relacional complejo: despojarnos de las mentiras aprendidas como verdades para poder ser delante de quien nos ama, entregarnos a la posibilidad de existir y de construirnos a partir de nuestras posibilidades, teniendo como testigo a alguien que hace lo mismo.
Amar no es hacer feliz al otro, amar no es poseerlo, tampoco apasionarnos por la eternidad, amar es construir un espacio para atestiguar la existencia ajena. Estar para que el amado pueda ser. Es un proceso de constante reconocimiento que nos obliga a abandonarnos para esforzarnos en el conocimiento del otro, a la par que construimos metas conjuntas nos dejamos ser.
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