Dr. Bismarck Pinto Tapia[1]
Atormentados por nuestros
recuerdos,
nos dedicamos a pulir nuestra
memoria.
Boris Cyrulnik
La Psicología es una ciencia con un problema complicado: su lenguaje.
Las ciencias exactas poseen un sistema de comunicación ajeno a las palabras
cotidianas, mientras, nuestra ciencia carece de uno propio. Ribes-Iñesta (2009)
hace referencia al extravío del lenguaje
en el laberinto de la psicología. Tanto Pávlov como Freud recurrieron al
lenguaje de la física, palabras tales como inhibición e irradiación en el caso
del fisiólogo ruso; energía y represión en las palabras freudianas, ambos
matizaron sus conceptos con aquellos que estaban de moda en la filosofía de su
tiempo, el asociacionismo principalmente (Windholz y Lamal, 1986; Freud, S. y
Bonaparte, P., 1954).
En los modelos de la neuropsicología, Luria recurre al lenguaje de la
cibernética enmascarado por la dialéctica materialista, propuesto por Anokhin
en el afán de evitar la censura del Estado Comunista. Los neuropsicólogos
contemporáneos optaron por el discurso de la Informática: input, output, biofeedback.
Los juegos del lenguaje, obligan a que cada concepto psicológico sea
definido una y otra vez, dependiendo de la Escuela que lo trate. Ante un
término psicológico, la pregunta inmediata e inevitable es: ¿según quién?
Hemos creado mundos ficticios aparentemente consistentes desde la
perspectiva lógica pero insostenibles desde la evidencia (Shotter, 1990; Holt,
2001). Skinner intentó producir un sistema de expresiones acuñadas desde el
laboratorio experimental, estipuló la importancia de la operacionalización en el estudio de la conducta animal y humana
(Skinner, 1945). Intentó explicar el lenguaje utilizando el concepto de conducta operante (Skinner, 1981) e
inmediatamente fue criticado por Chomsky con los postulados de la gramática
generativa (Chomsky, 1959).
La carencia de un lenguaje propio en la Psicología, ocasiona
malentendidos, más aún cuando algunas escuelas psicológicas redundan en
posturas anticientíficas, proponen premisas equivocadas, sobre ellas producen
términos para justificarlas, y otros más para establecer la veracidad de los
anteriores. Por ejemplo, el concepto inconsciente,
considerado el núcleo de la teoría psicoanalítica, nunca tuvo asidero en la
evidencia, la definición freudiana se sustenta en la siguiente definición: “…explica el conjunto de los contenidos no
presentes en el campo actual de la conciencia, esto en el sentido descriptivo y
no tópico, esto es, sin discriminar entre los contenidos de los sistemas pre
consciente e inconsciente” (Laplanche y Pontalis, 1988, p.306). Ésta la concepción
desde el punto de vista descriptivo, se complejiza desde las consideraciones
tópicas, es decir, la supuesta configuración del aparato psíquico, y más según
la perspectiva económica fundamentada en la idea de cargas y descargas de
energía psíquica, para añadirse el modelo dinámico, término alusivo al conflicto
entre fuerzas de origen pulsional.
Nada de lo expresado en la definición puede ser falsable, porque se
trata de ideas concatenadas en un razonamiento lógico imposible de ser
contrastado con la realidad. Parafraseando a Wittgenstein: no porque tenga
lógica es verdadero (Mota, 2015).
El método científico ofrece la posibilidad de verificar las hipótesis
acerca del funcionamiento del universo, debido a su rigurosidad obliga que los
postulados sean falsables, esta postura denominada racionalismo crítico se opone tenazmente al racionalismo lógico (Silveira, 1996).
Este enfoque es suficiente para que la Psicología organice su
conocimiento alrededor de conceptos lo suficientemente sólidos como para
emigrar al ámbito de la aplicación, si no se actúa de esa manera corremos el
riesgo de ofrecer alternativas erróneas a nuestros usuarios, principalmente en
la Psicoterapia.
El lenguaje que usamos corre el peligro de insertarse en el mundo
cotidiano, descontextualizándolo, y peor aún ser usado por las falsas ciencias.
No es solamente un problema que atenta contra la dignidad de nuestra ciencia,
sino puede ocasionar daños en la vida de las personas, al ofrecerles esperanza
para la solución de sus problemas.
Me temo que esto está pasando con el vocablo resiliencia. Revisemos sus orígenes, historia, relaciones y
aplicaciones.
Su etimología se encuentra en el inglés resilence, del latín resiliens,
formada por el participio presente activo resiire,
en el sentido de retroceder. El
prefijo re hace referencia a la
reiteración, el verbo salire
significa saltar; el sufijo nt indica agente y el sufijo ia remite a la cualidad, sintetizando: la cualidad (-ia) del que (-nt) vuelve (re-)
a saltar (salire) (Sandoval, 2016).
La Real Academia de la Lengua Española, define resiliencia como:
1. f. Capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente
perturbador o un estado o situación adversos.
2. f. Capacidad de un material, mecanismo o sistema para recuperar su
estado inicial cuando ha cesado la perturbación a la que había estado sometido
(RAE 2016).
Originalmente se utilizó el término resiliencia
en el contexto de la física, donde se la define como la medida de la
resistencia de un material a los choques, se aplica a la Mecánica y a la
Ingeniería principalmente (Lévy, 1992).
En Psicología, se la ha definido de varias maneras; sin embargo, todas
ellas contienen tres palabras o sus sinónimos: supervivencia, adversidad y
recuperación. Como ejemplo: cualidad de
las personas para resistir y rehacerse ante situaciones traumáticas o de
pérdida, proyectarse en el futuro a pesar de acontecimientos
desestabilizadores, de condiciones de vidas difíciles y de traumas (Lamas y
Murruraga, 2005); otro: Ser resiliente,
es poder tolerar y superar la experiencia adversa, pudiendo vivir con ella,
pero preservando una adecuada calidad de vida, con el menor daño posible
(Schiera, 2005).
Al considerar a alguien resiliente,
en general, lo hacemos para indicar tres ideas básicas: es capaz de alcanzar
sus objetivos a pesar de la situación desfavorable; se mantiene competente;
supera situaciones traumáticas pasadas. Además, son personas que han experimentado
ciertas condiciones en su infancia: cariño incondicional; caricias y apoyo;
reconocimiento por sus logros; oportunidades para demostrar sus destrezas;
referentes éticos (Schiera, ob.cit.).
La Psicología después de las grandes guerras mundiales empezó a
preocuparse con los recursos humanos para enfrentar las adversidades. Scoville (1942), al interesarse por las
familias de trabajadores británicos, observó las reacciones de los niños ante el
distanciamiento de sus padres, algunos a pesar de las carencias afectivas se
sobreponían a su situación, para explicar el fenómeno utilizó el término invulnerabilidad (invulnerability).
Los estudios de la invulnerabilidad
se ocuparon de identificar las competencias de los niños invulnerables. El foco
de atención fue la aplicación de los modelos de riesgo a las incompetencias
para la adaptación, reconociendo la vulnerabilidad individual, familiar y el
estatus social. Se plantearon estudios comparativos entre muestras de niños
vulnerables e invulnerables. La conclusión era suponer que los padres con
alguna enfermedad mental ejercían violencia intrafamiliar, ocasionando
trastornos psicológicos en los hijos, esa violencia era el factor explicativo
de la vulnerabilidad (Garmezy, 1974).
Otros investigadores sustentaban que las madres con trastornos mentales
daban lugar a nacimientos de niños vulnerables a las mismas enfermedades (Field,
Goldberg, Stern y Sostek, 1980). La tendencia de asociar a los padres enfermos
mentales con el riesgo de que los hijos corran la misma suerte fue el tema
central de las investigaciones (Garmezy, 1993).
Al encontrar excepciones en la hipótesis: padres enfermos generan hijos enfermos, se optó por investigarlos (Seifer
y Sameroff, 1987). El término invulnerabilidad
fue criticado porque daba la impresión de puntualizar la presencia de inmunidad
total a pesar de la genética y el contexto desfavorable, por eso se prefiriò el
término resistencia en vez de estrés. Sin embargo, se eligió la
palabra resiliencia (Bronfenbrenner
1990). Vocablo derivado de la física aplicado a la ecología como la capacidad de los sistemas ecológicos de
recuperarse después de una calamidad (Reice, Wissmar y Naiman1990; Ryan,
2001). Al realizarse una comparación conceptual entre invulnerabilidad y resiliencia,
se tiende a preferir el segundo (Anthony, 1987).
Rutter (1985) encuentra tres incongruencias en el término invulnerabilidad: la resistencia al
estrés no es absoluta, depende de varios factores psicológicos y ambientales;
la invulnerabilidad no es una
competencia estable, varía en el tiempo y a las circunstancias; la resistencia
se produce por la combinación de elementos biológicos y aprendidos.
Es interesante la repentina aparición del concepto resiliencia como sustituto de invulnerabilidad
y resistencia al estrés como
resultado de la incapacidad de explicar la presencia de casos contradictorios
con el fenómeno de la transmisión familiar de trastornos mentales en los niños.
Una vez comprobada la ineludible evidencia de las excepciones se pasó a creer
en una causa determinante, para reconocer posteriormente la diversidad de
factores involucrados.
Rutter utiliza el término protectores
para indicar los elementos que se consolidan como resistentes a la influencia del
surgimiento de enfermedades mentales, así lo expresaba: los factores protectores se refieren a las influencias que modifican,
mejoran o alteran la respuesta de una persona a algún peligro ambiental favorecedores
de un resultado desadaptativo (p. 600).
Anthony y Rutter resuelven el problema de la invulnerabilidad hacia los
trastornos mentales con la construcción de un concepto, quedando así el
silogismo: si existen niños que deberían
manifestar indicadores de trastorno
mental porque provienen de padres enfermos, pero no ocurre, entonces se debe a
que poseen una condición especial.
En vez de refutar las dos premisas iniciales, padres enfermos generan
hijos enfermos y ambientes desfavorables para el desarrollo también se
relacionan con el fomento de los trastornos mentales, asumen una explicación
para insistir en la explicación de alguna manera determinante. Revisar las
hipótesis hubiera permitido la comprensión de la complejidad de la transmisión
genética y su relación con las variables del contexto.
En síntesis, el concepto resiliencia
intentó ser la explicación para entender cómo las personas eran capaces de
sobrevivir a pesar de vivir en contexto de pobreza, con experiencias de
violencia intrafamiliar o a pesar de desastres naturales (Garmezy, 1974).
El pensar de manera causal y emplear los moldes de la epistemología
cartesiana impidieron entender mejor el problema. Al sugerir un concepto
explicativo se eludió la investigación de la evidencia, sin percatarse, al
identificar los componentes de la resiliencia
quizás se los estaban involucrando en categorías a las cuales no pertenecían.
El estudio más importante fue el dirigido por Werner (1992),
investigación longitudinal de personas desde su nacimiento hasta los cuarenta
años, identificó algunos niños destinados a tener problemas en el futuro, sin
embargo, fueron personas exitosas. Esta investigación propagó la idea de la
existencia de condiciones inherentes a las personas para ser capaces de
sobreponerse a la adversidad, ir en contra del pronóstico.
La concepción de la resiliencia
puede hacerse desde cuatro ópticas: la que la relaciona con la adaptación;
asociada a habilidades particulares; aquella que destacan el nexo entre
factores biológicos, contextuales y espirituales; finalmente abordada como un
proceso (García, y de la
Ossa, 2013).
Considerarla como adaptación, lo hace desde la perspectiva determinista
de la genética en relación a las enfermedades mentales. La persona posee un
bagaje genético de riesgo, lo predispone a sufrir un trastorno, sin embargo, no
solamente es un ser incólume, sino será capaz de soportar experiencias
estresantes (Werner, 2001). Desde este punto de vista se trata a la resiliencia como sinónimo de adaptación positiva, dentro de la
relación entre riesgo y componentes de protección, además, es necesaria la toma
de decisión en momentos de crisis, comprendiendo a la persona resiliente como
alguien capaz de seguir adelante a partir de un momento desventajoso. Por ello
esta teoría se fija en un momento concreto de adversidad, donde es suficiente
que la persona haya logrado superarla para catalogarla como resiliente.
Pensarla como un conjunto de competencias enfatiza la influencia del
entorno, a diferencia de la anterior, discurre en favorecer el aprendizaje, por
ello es tratada como una condición humana universal que permite la superación
de la adversidad además de poder ser transformada por ella (Grotber, 1995). Se
habían identificado factores personales, ajenos a la familia, siendo
fundamentales para la resiliencia
como: autoestima adecuada; tendencia a la autonomía; esperanza; responsabilidad;
generosidad; rendimiento escolar bueno; creencia en Dios; alto nivel moral y
caridad. Para Grotberg estos aspectos son insuficientes para comprender la resiliencia porque se los identifica
aislados y no relacionados. Su posición es predominantemente social, piensa en
los trabajos de Werner y sus seguidores con matices individualistas, de ahí que
su propuesta amplía el concepto hacia grupos y comunidades (Grotberg, 2003). A
partir de su oferta se hace posible el entrenamiento en habilidades resilientes.
Desarrolla programas para niños de diversas culturas en situaciones de
desastres naturales. Lo hace en 22 países, según sus resultados, si bien notó
diferencias culturales, los niños y niñas aprendieron habilidades suficientes
para enfrentar los infortunios sufridos (Gretberg, 2001).
Sus programas identificaron las habilidades resilientes en tres áreas: ser, tener y poder. En el ser los
niños y niñas fomentaban ideas reforzantes para la autoestima como: me alegra hacer cosas buenas por los demás.
En el ámbito del tener recurrían a
connotar positivamente las acciones de los demás hacia ellos, por ejemplo: las personas a mi alrededor confío y que me
amarán, pase lo que pase. En cuanto al poder se decían a sí mismo frases
alentadoras para la confrontación con sus problemas, como: sé cuándo es un buen momento para hablar con alguien o tomar decisiones
(Gretberg, 2001).
La guía utilizada por Gretberg, presuponía a la resiliencia como la capacidad de triunfar sobre los traumas
potencialmente presente en todos, dejando de ser una excepción para
comprenderse como una condición humana, el único requerimiento era precipitarla
a través de orientaciones desarrolladas en su programa.
La tercera visión que integra los elementos internos con los externos
está representada principalmente por Vanistendael (2007), trabajando con
cuidados paliativos y desde su fe católica plantea a la resiliencia caracterizada por dos aspectos indisolubles: la
protección de la integridad sometida a estrés y la capacidad para definir una
actitud vital positiva a pesar de las adversidades (Vanistendael, 2003). Cree
que se trata de una condición humana universal, presente en todas las culturas,
sin embargo, solamente en inglés existe la palabra para designarla. La unidad
fundamental para su desarrollo es el sentirse
profundamente aceptado, se suman el descubrimiento de un sentido positivo
hacia la vida, sentido de humor constructivo, todo ello forma una persona
segura y con una imagen optimista de sí mismo sustentada en la fe
(Vanistendael, 1993).
Finalmente, proponer a la resiliencia
como un proceso se inicia con Rutter (1985), la caracteriza por un conjunto
de procesos sociales y psíquicos que favorecen llevar una vida saludable a
pesar de un contexto adverso. Estos procesos ocurren en el correr de los años,
por eso, no se trata de un atributo innato, sino forjados en la interacción de
la persona con su ambiente. Este psiquiatra infantil se especializó en el
manejo de niños diagnosticados como autistas, responsable por la inserción del
vocablo resiliencia en el ámbito
social. Para hablar de ella, debe cumplir cuatro requisitos: resistencia
absoluta al daño, se aplica a todas las circunstancias de riesgo, es una
característica intrínseca de la persona y se mantiene estable en el tiempo
(Rutter, 2012).
La interacción entre los genes y el entorno para moldear personas fue
investigada por Rutter en la depresión y la personalidad antisocial, sugiere
para realizar el pronóstico en ambos casos, es insuficiente el factor genético
y el factor ambiental, por lo tanto, lo más plausible es la participación de
ambos (Rutter y Silberg, 2012).
Está fuera de discusión el impacto de las condiciones adversas a las que
las personas se ven infortunadamente sometidas: pobreza, violencia
intrafamiliar, guerras, desastres naturales, enfermedades, estrés y otras. Sin
embargo, vivenciar esas experiencias como traumáticas depende del significado
singular (Velásquez, López, López y Cataño, 2011).
Una misma vivencia
puede ser experimentada como traumática por unas personas y no por otras
(Brewin, 2011), algunas le darán sentido y otras se detendrán en rememorarse
como víctimas (Finkelhor, Dzuiba, 1994). Se ha dispersado la idea del trauma
desde experiencias de padecimiento físico a sufrimientos psicológicos. Es más
efectiva la definición del trauma en presencia de daño físico, como el trauma por dolor crónico (Casey,
Greenberg, Nicassio, Harpin y Hubbard, 2008), trauma por tortura (Kira, Ashby, Odenat y Lewandowsky, 2013),
mientras, se dificulta la definición de algunos traumas psicológicos, por
ejemplo, trauma por traición (McNally,
2007); maltrato emocional (O'Hagan, 1995)
y los traumas sufridos por la guerra (Grill, 2009), atentados terroristas
(Greenberg, 2003) y desastres naturales (Díaz, Quintana y Vogel, 2012).
Tanto Rutter
(1991) como Grotberg (1995) suponen a la resiliencia
conformada por factores protectores, entendidos como los recursos de la
persona, del entorno o de la interacción entre ambos, que amortiguan el impacto
de los elementos adversos o convirtiéndolos en condiciones favorables. Se los
agrupa en dos campos, el biológico y el de acervos personales.
También se ha
identificado al apoyo social como un factor importante en la formación de
conductas resilientes (Ozbay, Johnson, Dimoulas, Morgan, Charney y Southwick,
2007). Dentro de esa categoría los pares son indispensables, sobre todo los
mejores amigos (Graber Turner y Madill, 2007).
También juega un
papel significativo el lazo familiar. Se han verificado como componentes
protectores familiares: el optimismo de la familia, la espiritualidad, la
tendencia a ponerse de acuerdo, flexibilidad en las reglas, comunicación
efectiva, manejo adecuado de los recursos económicos, uso de tiempo libre,
intereses recreacionales comunes, rutina y rituales, apertura al apoyo social
(Black y Lobo, 2008).
Varios estudios
han señalado la relevancia del sentido de humor como factor de protección (Cheung,
y Yue, 2012). La fe o espiritualidad ha sido definida como indispensable para
la generación de la resiliencia
(Niaz, 2006; Peres, Moreira, Nasello y Koenig, 2007), se la ha asociado a las emociones positivas y a la esperanza (Tugade
y Fredrickson, 2004;Smith, Ortiz, Wiggins, Bernard y Dalen, 2012).
Un tema recurrente
es el plantear a las emociones positivas como elementos de protección. Se
piensan a estas emociones como adaptaciones evolucionadas para formar recursos
duraderos de protección, al contrario de las emociones negativas que reducen la
atención, lentifican los procesos cognitivos y paralizan las respuestas
fisiológicas ante amenazas inminentes (Ong, Bergeman, Bisconti y Wallace, 2006).
Se ha estudiado la
relación entre los cinco grandes factores de la personalidad y la resiliencia,
se estima una relación negativa con inestabilidad emocional y positiva con
apertura a la experiencia y generosidad, es indiferente con extraversión y responsabilidad
(Oshio, Taku, Hirano y Saeed, 2018).
El nivel de
inteligencia también se asocia a los factores de protección, principalmente las
áreas de razonamiento matemático y verbal (Friborg, Barlaug, Martinussen,
Rosenvinge y Hjemdal, 2005). Se ha encontrado relación con la creatividad (Metzel
y Morell, 2008). Otra condición psicológica con la cual se enlazó a la resiliencia es la empatía, encontrando relaciones positivas con los niveles adecuados
y altos, negativas con los bajos (Hein, 2013). También se encontró relación
entre la resiliencia y la autoestima (Veselska, Geckova, Orosova,
Gajdosova, van Dijk y Reijneveld, 2009).
La inteligencia emocional es considerada
como la unidad esencial en la resiliencia
(Schneider, Lyons y Khazon, 2013), en países latinoamericanos se las relacionó
en estudios con trabajadores de la salud mental (Veloso, Cuadra, Antezana,
Avendaño y Fuentes, 2013); en adolescentes adictos (Gutierrez y Romero, 2014);
con la satisfacción vital (Mikulic, Crespi y Cassullo, 2010; Cejudo, López y
Rubio, 2016).
Benzies y Mychasiuk
(2009) identificaron nueve factores resilientes: locus de control, regulación emocional, sistemas de creencias,
autoeficacia, habilidades de afrontamiento efectivo, educación, habilidades y entrenamiento,
salud, temperamento y género.
En el caso de las
poblaciones vulnerables ha sido un concepto ampliamente utilizado, por ejemplo,
en el estudio de niños y niñas en situación de calle (Alcalde, Alcalde y
Palacios, 2001; Guillén, 2005; Obando, Villalobos y Arango, 2010). Otros
estudios se han focalizado en víctimas de abuso sexual (Pinto-Cortez, 2014). Se
han abordado los factores resilientes en adictos a las drogas (Becoña, 2007) y
al alcohol (Alonso, Camacho, Armendáriz, Alonso, Ulloa & Pérez, 2016). Otro
campo donde se ha introducido el concepto es el carcelario (Ferrer, 2014; Berg
y Castro, 2017) y el de las conductas delictivas juveniles (Llobet, 2005).
Otra área de
investigación está en el campo de las enfermedades crónicas. (Quiceno y Vinaccia,
2010), como lo es en el ámbito de las personas moribundas (de Llergo y Ariaza,
2009). Actualmente se estudia la resiliencia
en el caso de trastornos mentales: depresión (Saavedra, Castro e Inostroza,
2011); esquizofrenia (Linares y Vallerino, 2008); estrés postraumático (Poseck,
Baquero y Jiménez, 2006) entre otros.
El surgimiento de
la resiliencia se inicia en el
trabajo de Rutter con familias, no es de extrañar su aplicación en esa área. Walsh
(2004) propone que la familia es un núcleo de la resiliencia capaz de inculcarla a sus miembros. Por lo tanto,
identificar la resiliencia familiar
en los grupos familiares conlleva a favorecer el afrontamiento de las
adversidades de las personas que los componen. El interés se ha centrado en las
características resilientes de padres y madres de personas con esquizofrenia (Fernandez,
2011), autismo (Jimenez, 2016), capacidades diferentes y otros.
Delage (2002) ha
listado los factores de la familia resiliente: creencia en poder superar el
trauma; posibilidad de tener control de la situación; capacidad de mantener el funcionamiento
organizado, aunque la organización varíe; se mantienen las funciones, aunque
haya cambio de roles; se mantiene la sensación de seguridad gracias a las
relaciones internas; equilibrio entre la familia y las redes sociales externas;
existe solidaridad entre sus miembros; existen creencias religiosas sólidas; criterios éticos profundos; es posible la idea
de familia.
Considerando los
sistemas adyacentes a la familia, se ha tratado de identificar la presencia de
la resiliencia en los cuidadores
informales y formales de personas con enfermedades físicas y mentales (Córdoba
y Poches, 2016; de Lucena Carvalho, Calvo, Martín, Campos y Castillo, 2006). Se
la ha incluido como factor de reconciliación y protector contra el divorcio en
la vida conyugal (Graham, 2000; Reid y Amahad, 2015; Bradley y Hojjat, 2017; Asanjarani,
Galehdarpour, Estalkhi, Neghabi, Shahverdi, y Rajamand, 2017)
En el ámbito de
los desastres naturales (Quarentelli, 1998; 2005) se ha incluido a la resiliencia como un factor indispensable
para la comprensión de la psicología de los sobrevivientes (Turnbull, Sterrett
y Hilleboe, 2013). Torry (1979) en primer lugar, y Burton (2012) posteriormente
la concibieron como una condición de la comunidad para reponerse ante el
infortunio. Se ha configurado un modelo explicativo sobre la resiliencia en situaciones de desastre,
partiendo del supuesto de la posibilidad de cuantificarla. La resiliencia se sitúa como determinante
en los procesos de adaptación de comunidades destrozadas por fuerzas de la
naturaleza, es un potencial que permite la adaptación en contra de la
vulnerabilidad. La reposición ante la adversidad requiere de sustentabilidad como evidencia de
invulnerabilidad, es decir, la colectividad debe ser capaz de retornar al
estado previo de la catástrofe después de experimentar cambios inevitables. El
modelo contempla la existencia de recursos de afrontamiento presentes antes del
desastre; la anticipación de conductas protectoras ante el eminente peligro y
la capacidad de poner en práctica las habilidades aprendidas en otras ocasiones
y la intuición durante el evento; después, si se han cumplido los requisitos es
más probable el retorno a la normalidad (Cutter, Barnes, Berry, Burton, Evans,
Tate y Webb, 2008).
Se han realizado
propuestas para medir los niveles de resiliencia,
las más utilizadas son: The
Connor-Davidson Resilience Scale (CD-RISC) (Connor y Davidson, 2003); The Resilience Scale for Adults (RSA),
elaborada por Friborg, Hjemdal, Rosenvinge y Martinussen (2003). Se hicieron
adaptaciones en México (Palomar y Gomez, 2010), Colombia (Munévar, Vargas,
Borda, Alpi, y Quiceno, 2016), Chile (Cisternas, 2015). Otras escalas son: Resilience
Scale (Wagnild, 2009); The Brief
Resilience Scale (Smith, B. Dalen, Wiggins,Tooley, Christopher y Bernard,
2008); Adolescents Resilience Scale (Oshio,
Kaneko, Nagamine y Nakaya, 2003).
El concepto de resiliencia se ha difundido
popularmente, el libro Los patitos feos
(Cyrulnik, 2002), se consolidó como un best
seller, y su autor es famoso. Los investigadores se refieren a Cyrulnik
para justificar sus estudios sobre resiliencia,
utilizando su idea central: retornar a la vida después de experimentar un
trauma (Barudy y Dantagnan, 2005). Es una referencia ineludible en la Psicología Positiva (Lupano y Castro,
2010). Hablar de resiliencia es
referirse a Cyrulnik (Cala, 2020).
El concepto de resiliencia ha sufrido una vertiginosa
evolución, al principio interesaron las características de las personas, posteriormente sus procesos. Se forjase
como un concepto explicativo derivó en aplicativo. Hoy es posible escucharla en
diversas pseudociencias, por ejemplo: neuroresiliencia,
coaching de resiliencia, entre otras.
El concepto resiliencia surge
durante investigaciones sobre la presencia de trastornos mentales en los padres
y la posibilidad de que los hijos también los sufran. La discusión se producía
debido a las críticas de quienes ponían de relieve al aprendizaje. El sugerir
influencias genética y socio económicas dejaba de lado al libre albedrío,
condición indispensable en la cultura capitalista anglosajona. Considerar la invulnerabilidad como la explicación a
las excepciones en ambientes desfavorables libera al Estado de su
responsabilidad con la pobreza y las iniquidades sociales. La responsabilidad
no recae en el sistema económico y social, sino en las personas vulnerables. Presentando la supervivencia
de algunos, justifica la desgracia de muchos porque son vulnerables.
La palabra resiliencia
reemplaza invulnerabilidad, resistencia al estrés y otros asociados
necesariamente con las desventajas del entorno porque se focaliza
exclusivamente en procesos complejos inherentes a potencialidades de la
persona. No es el contexto el responsable por los factores resilientes, son las condiciones individuales. Con el
desplazamiento del concepto al ámbito familiar se sugiere al amor de los padres
como determinante en el desarrollo de las características resilientes: a pesar
de la pobreza, enfermedad, desastres, etc., es posible la supervivencia. Esta
manera de ver evita la necesidad de realizar cambios en los entornos
desfavorables. Es señalar a los vulnerables
por su infortunio, no poseen las capacidades resilientes.
La consecuencia práctica de la resiliencia
es la construcción de programas que la estimulen. Ya sea abocados a la persona
o a la familia, éstos supuestamente fortalecerán los recursos resilientes
latentes. No se dirige la mirada a las condiciones deplorables de la sociedad
donde habitan, sino a la falta de oportunidades. Una vez más nos encontramos
ante la influencia de las expectativas ideológicas en el desarrollo de las
ciencias humanas.
Resiliencia es inseparable del concepto trauma. Se entrevé a los supervivientes de las experiencias
traumáticas como portadores de destrezas extraordinarias, dándole credibilidad
debido a las anécdotas de Cyrulnik y otros supervivientes del Holocausto en
lugar de preocuparse con la pertinencia del término trauma.
El vocablo trauma proviene del
griego τραύμα (herida), utilizado con propiedad en la medicina, de donde, por
ejemplo, surge la palabra traumatología.
Es una metáfora en Psicología, para referirnos a la herida emocional. El primero en aplicar la palabra en el ámbito
psicológico fue John Erichsen, en 1860 se refirió al síndrome del trauma aplicado al terror a los accidentes de tren.
Luego fueron Charcot, Janet, Binet, Breuer y Freud quienes lo ligaron a una herida de la mente ocasionada por un impacto emocional intempestivo. En 1980
se lo utiliza para describir las severas alteraciones de personas
sobrevivientes de experiencias vividas en guerras, torturas, secuestros,
asaltos, en fin, vivencias indescriptibles. Acuñándose el término estrés post traumático, anteriormente neurosis de guerra. Los descriptores del
trastorno se vieron en figurillas al tratar de especificar el significado de trauma, soslayan la dificultad semántica
al describir como primer criterio del trastorno: Experiencia directa del suceso(s) traumático(s) (APA, 2014).
En la misma connotación ideológica de la resiliencia el trauma
soslaya la discusión acerca de las causas referidas a la indefensión de los
soldados ante las disputas entre las políticas sumidas en intereses económicos.
Se trata de un término construido para dar salida a problemas morales y
socioeconómicos, que es preferible analizarlos desde la perspectiva
psicopatológica (Gonzáles y Perez, 2007).
¿Qué define a una experiencia como traumática? Las investigaciones sobre
el recuerdo, indican que poseemos una memoria
protegida (Acarin y Acarin, 2001), las personas exitosas tienden a olvidar
sus experiencias traumáticas al
contrario de lo que ocurre en aquellas frustradas (Smith y Glaves, 2017),
fenómeno contradictorio con la teoría psicoanalítica del trauma, aparentemente son los neuróticos quienes reprimen sus
vivencias dolorosas. Según la perspectiva cognitiva, no es el evento en sí
mismo el estresante, sino la atribución que la persona le da (Folkman y
Lazarus, 1984).
Otro aspecto enlazado con la resiliencia
es la autoestima, funesto concepto
ajeno a la evidencia científica desde su construcción (Rosenberg, Schooler,
Schoenbach, y Rosenberg, 1995), entendido como causa del éxito, cuando es
efecto. Las escalas para medirlas no han ofrecido la consistencia ni fiabilidad
necesarias para confirmar la validez del concepto. He realizado un análisis
detenido sobre su falacia (Pinto, 2016). No es difícil deducir las erróneas
relaciones encontradas con el concepto resiliencia.
Enfatizar la sobrevivencia al estrés en la definición de resiliencia, conlleva un problema, ¿cómo
los investigadores están seguros de que la experiencia es traumática? Para comenzar asumen al concepto trauma como idóneo para referirlo como el evento al cual la persona
resiliente fue capaz de sobrevivir. En seguida, ¿cuál la evidencia de que la
experiencia fue indefectiblemente traumática? Resuelven esto con las anécdotas
cuando se recurre a una metodología cualitativa (Vadebenito,
Loizo y García, 2009) y a la
respuesta a preguntas en escalas sobre las habilidades resilientes aplicadas a
personas que se supone atravesaron
una experiencia traumática.
Si olvidamos que la selección de participantes se la hizo en un entorno
catastrófico o desfavorable, es probable que cualquiera puntúe alto en
preguntas como: Normalmente me las
arreglo de una manera u otra. Soy resuelto y decidido. Soy una persona con adecuada autoestima. Por supuesto los
resultados confirmarán a dichos atributos como significativos en personas resilientes (Sánchez y Robles, 2015).
La concepción de la resiliencia
evolucionó de ser atributo individual a social, entonces cualquier organización
sobreviviente a las adversidades estaba formada por fortalezas resilientes. Esto
la convirtió en un concepto explicativo: ¿por qué no sucumbió tal o cual
organización (individual o social) a los embates de la adversidad? Porque está
configurada por elementos protectores incluidos en la resiliencia.
Los componentes de la resiliencia
se dispersan desde lo biológico hasta lo espiritual, algunos se incorporan en
conceptos psicológicos: inteligencia, creatividad, personalidad, aunque, la
mayoría de ellos recurren a palabras de difícil definición: sentido de humor, ideología personal, independencia,
autoconocimiento, y otras.
Todos los investigadores de la resiliencia
coinciden en utilizar el término emociones
positivas como esencial en el desarrollo personal de los resilientes. ¿Es
posible identificar ese tipo de emociones? Conlleva obligatoriamente a la
clasificación de las emociones en positivas y negativas, tarea ajena a su investigación
(Frijda, 1988), desde el momento que definimos a las emociones como
experiencias subjetivas generadas por respuestas fisiológicas nos estamos
apegando a considerarlas indemnes de valoración, las emociones simplemente
están ahí para activar respuestas de nuestro organismo dirigidas a la
sobrevivencia, en todo caso todas son positivas. La valoración de la emoción
deviene de los procesos cognitivos complejos, otorgándoles significado y
permitiendo nominarlas (Frijda, 1970). Gazzaniga (1992) se refiere al intérprete como el recurso cognitivo que
da significado a la realidad, incluyendo a las emociones.
Entonces, las emociones no pueden tener ningún tipo de connotación
mientras no son procesadas e interpretadas. La idea de las emociones positivas
proviene del pensamiento que adjudica a la mente a través de los sentimientos
positivos de influenciar sobre el entorno (Seligman y
Csikszentmihalyi, 2014).
Al asociar la
felicidad con la resiliencia, se
presenta a los resilientes como personas felices, olvidándonos en la mayoría de
los casos de sus afecciones. ¿Es posible hablar de felicidad en el caso de un
niño autista o de otro en situación de abandono? ¿Pensar en la felicidad
después de haber experimentado una violación o vivir diariamente en un campo de
batalla? ¿Colmar de elogios a los padres de un muchacho esquizofrénico o a los
de un adicto a las drogas será beneficioso?
Ubicar los
recursos de la familia, de la pareja o de la persona no inciden en nada en la
realidad dolorosa cotidiana e irreparable. Por cierto, existen excepciones,
pero son eso nada más. Si vivimos en un país donde la pobreza es la norma, las
oportunidades para adaptarse y más aún para descollar entre la mayoría oprimida
son mínimos. No es suficiente la estimulación de las fortalezas latentes para
proporcionar alternativas de solución factibles.
También se
relacionó la resiliencia con la inteligencia emocional, término
desafortunado, porque comprende varios errores conceptuales. Una vez más
tropezamos con la candidez del uso de la palabra emoción, Goleman (2010) le da un sentido equívoco al introducirla
en el ámbito de la psicología de la inteligencia, olvidando que la inteligencia
humana fue estudiada por Spearman, quien la define como un factor general
factible de medirse y compuesta por habilidades que permiten inferir relaciones
y a partir de ellos aducir correlatos (Horn y McArdle, 2007). El concepto
carece de sustento científico, porque la palabra inteligencia y emoción no
pertenecen a las definiciones que se hacen de ellas, es una simbiosis forzada
de componentes ajenos el uno del otro.
Adjudicar
condiciones resilientes a la familia y a la pareja ha sido un aporte de los
estudios iniciados por Rutter (1987) al indagar sobre los mecanismos
protectores en personas resilientes. Walsh (1996) enriquece la explicación de
la resiliencia familiar al recurrir
al enfoque sistémico y a las teorías del estrés. Es así que la define como
conteniendo recursos para adaptarse y prosperar ante las experiencias
estresantes.
En cuanto a la resiliencia conyugal, se la ha definido
principalmente como una entidad capaz de sobrevivir al divorcio (Greene,
Anderson, Forgatch, DeGarmo, y Hetherington, 2012). La propuesta consiste en
adaptar los criterios de la resiliencia
familiar a la relación de pareja (Graham, 2000).
Al plantear
condiciones resilientes a la familia se las considera como los estamentos protectores
de las personas que las componen, no se está revisando a la familia y a la
pareja como la entidad que enfrenta adversidades, sino, a sus componentes.
Hablar de familia resiliente en casos de miembros con esquizofrenia, por
ejemplo, indaga acerca de los mecanismos familiares que permiten la adaptación
del esquizofrénico (Bishop y Greeff, 20159. Es lo mismo en el caso de la resiliencia conyugal, se la asocia con
la sobrevivencia a situaciones infortunadas, como es la presión económica (Conger,
Rueter y Elder, 1999). En ninguno de los dos temas se especifican los
componentes específicos que permiten la superación de la adversidad, al parecer
es la resiliencia en sí la promotora
de los beneficios. Por ejemplo, en el estudio de Conger, Rueter y Elder se
verificó que la capacidad de la pareja para afrontar problemas es una parte
importante para resolver los apuros económicos. En vez de contemplar a esa
habilidad como el recurso, se refiere a la resiliencia
y no a las habilidades para afrontar problemas.
La resiliencia es un término explicativo
para cualquier procedimiento en la solución de problemas. Definir los
obstáculos requirió el uso de conceptos espurios dando lugar a una terminología
vaga, adversidad depende de la
interpretación que se haga, trauma
indefinible, estrés relativo a la
persona. Se utilizó el término catástrofe
conectada a la naturaleza sin especificar las diferentes experiencias con el
evento de cada una de las personas seleccionadas en los estudios.
Quizás lo más aciago
en la aplicación del concepto resiliencia
se refiera al estudio de delincuentes. El problema eludido es el ético, no es
correcto dar lugar a entrevistas de criminales, más aún ofrecerles la
oportunidad para victimizarse. También resulta polémico trabajar con
poblaciones de menores implicados en acciones violentas, como es el caso de los
niños soldados (Cortes y Buchanan,
2007), los investigadores se muestran como testigos impasibles de las vivencias
de estos pequeños.
Como conclusiones
de este ensayo acerca del concepto resiliencia,
es posible señalar las siguientes:
·
El concepto es construido para reemplazar a la invulnerabilidad porque evita con mayor
eficiencia las consideraciones acerca de los condicionantes socio-económicos.
Permite establecer que no es el contexto el responsable por los factores
resilientes, sino las condiciones individuales.
·
Al asumirse la presencia de la resiliencia se suscita el desarrollo de programas para su
desarrollo, soslayando los cambios en el medio deplorado por las circunstancias
de pobreza y negligencia del Estado.
·
Se relaciona indefectiblemente con el trauma. Término con orígenes históricos
similares a los de resiliencia. Pone
énfasis en la persona, deslindado la responsabilidad de los actores del
contexto. Además, se trata de un concepto relativo a la interpretación
subjetiva.
·
La autoestima
es otro constructo infortunado asociado con la resiliencia.
·
Los cuestionarios para medirla, comprenden ítems
ambiguos, además de generar respuestas que no necesariamente se refieren a
cuestiones específicas de los mecanismos resilientes.
·
Es un concepto explicativo general, cualquier sistema
capaz de sobrevivir a las calamidades lo hace porque es resiliente, no se toman
en cuenta los elementos concretos coligados con los resultados estabilizadores.
·
La dispersión de los componentes resilientes van desde
la biología hasta la espiritualidad, de tal modo que cualquier factor identificado
en los resilientes inmediatamente puede añadirse a la extensa lista de los
mecanismos de la resiliencia.
·
Plantea la existencia de emociones positivas, sin fundamentarlas.
·
Utiliza la teoría de la Inteligencia Emocional sin reconocer en ella las falencias
conceptuales y su falta de cientificidad. Ambas teorías se retroalimentan dando
lugar al desarrollo vertiginoso de movimientos pseudocientíficos inmersos en la
New Age.
·
Se ubica como indispensable para la felicidad, ofreciendo la idea de la
felicidad como consecuencia del sufrimiento, sugiriendo al mismo tiempo que el
vencer las adversidades resulta en una vida plena.
·
Se acuñan los términos resiliencia familiar y resiliencia
conyugal para explicar la adaptación a la sociedad en personas aquejadas de
alguna condición deficitaria sin considerar que tanto la familia como la pareja
se incluyen en un contexto social más amplio. Además, no se trata de la familia
o la pareja resilientes, sino, son elementos protectores.
·
El estudio de poblaciones y personas vulnerables,
conlleva problemas éticos ignorados por los investigadores.
Cuidado con el uso
del vocablo resiliencia, no debe emplearse como la explicación rotunda de los
fenómenos sociales y psicológicos rodeados de infortunio. Impide la comprensión
cabal de lo que ocurre, no tanto en los resilientes sino en la mayoría de
personas afectadas. Debemos recordar que la resiliencia
es una excepción. Identificar los mecanismos resilientes para trasponerlos a la
comunidad, no resulta el mejor camino. ¿No es mejor preocuparnos con la
vulnerabilidad? Así podremos mejorar las circunstancias vitales a partir de
políticas sociales en vez de recurrir a la Psicología.
La gente sufre
porque no tiene las capacidades necesarias para adaptarse, como en el caso de
las personas con capacidades diferente o son víctimas de un entorno
desfavorable para su desarrollo, esto es palpable en la violencia contra la
mujer, ¿vamos a estudiar a mujeres resilientes víctimas de violencia? ¿O vamos
a preocuparnos con la organización personal del agresor y los referentes
sociales que desvalorizan a la mujer?
La teoría de la resiliencia es individualista, no
entiende la vulnerabilidad como un fenómeno multifactorial, se empecina en
valorar las condiciones de la persona, en una mirada infantil del superhéroe
capaz de enfrentarse con ella. Este pensamiento humanista derivó en enfocarse
en la persona olvidando a propósito al entorno.
Es un mal de la
Psicología humanista impresa en la historia occidental posterior a la Segunda
Guerra Mundial y reforzada en los Estados Unidos durante y después de la Guerra
de Vietnam. La noción es negar el mundo insufrible a través de técnicas basadas
en filosofías excéntricas o con tintes orientales, como ocurre con el mindfulness, haciendo eco de la terapia guestáltica dirigidas al
presente, encerrando a la persona en su experiencia personal trascendental.
La Psicología es
la ciencia del comportamiento humano, actualmente no es posible concebirla
fuera de la Ciencia. La psicoterapia debe dirigirse a fortalecer a las personas
para que puedan afrontar su entorno y entablar una relación realista con las
desventajas a las cuales está sometida. No debe ser un acumulo de saberes
ingenuos, frágiles y desatinados, difundidos para alentar falsas esperanzas en
un afán por explicar el sufrimiento humano como mera actitud personal.
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[1] Docente/investigador del
Departamento de Psicología de la Universidad Católica Boliviana San Pablo