martes, 27 de abril de 2010

EL AMOR Y LA SOBERBIA

¿Es posible el amor donde se ha instalado el orgullo? Adolfo Gustavo Becquer escribió los siguientes versos:

Asomaba a sus ojos una lágrima
Y a mi labio una frase de perdón;
Habló el orgullo y se enjugó su llanto.
Y la frase en mis labios expiró.
Yo voy por un camino; ella por otro;
Pero al pensar en nuestro mutuo amor,
Yo digo aun: ¿por qué calle aquel día?
Y ella dirá: ¿por qué no lloré yo?

¿Por qué el orgullo suele imponerse al amor? La voz del dolor calla ante la soberanía del ego, el quererte puede sucumbir ante la necesidad de proteger mi frágil yo. Y lo perdí todo, te dejé marchar cuando sabía que nos queríamos, me quedé con las manos vacías y el corazón destrozado porque preferí ocultarte mis sentimientos detrás de la férrea máscara de mi vanidad, ahora lloro en soledad, ante la mirada impasible de mi orgullo que parece reír a carcajadas al verme abandonado por su insistente demanda de callar antes de entregarlo al silencio del suplicio.

Dejar marchar, sentirnos incapaces de abordar a alguien que nos atrae o mantener un conflicto sin resolver, son algunas de las consecuencias del orgullo. Pero antes de seguir vale la pena detenernos un momento en su definición.

Según la Real Academia de la Lengua Española, la palabra orgullo proviene del catalán “orgull” o del francés “orgueil” y significa: arrogancia, vanidad, exceso de estimación propia, que a veces es disimulable por nacer de causas nobles y virtuosas.

En inglés la palabra pride (orgullo), deriva de proud (digno, valiente), por lo que el término posee una connotación positiva. En portugués la palabra “orgulho” es definida por el diccionario Aurelio de la siguiente manera: Sentimiento de dignidad personal, brío, altivez (…).

Tanto en inglés como en portugués la connotación es más bien positiva; mientras que en castellano se asocia con la arrogancia, que tiene que ver con “dar por sentado”, esto es: “presumir”, de donde sale el término “presumido”. Luego: orgulloso es aquél que presume, que toma por cierto algo que no necesita poner a prueba. De ahí que originalmente esta palabra poseía una acepción negativa.

Se considera que lo contrario al orgullo es la humildad, palabra que proviene del latín humus (tierra), se refiere a postrar a alguien en la tierra para que reconozca su inferioridad. Entonces, la palabra antónima más adecuada es “soberbia” porque proviene del latín “superbus”, significando: estar encima. Desde el punto de vista relacional, no es posible alguien encima si no está otro abajo, el concepto de soberbia requiere para su definición de alguien que es sometido.

El uso y abuso de las palabras, las traducciones que van y vienen han ocasionado confusiones con el término “orgullo”, puesto que se ha asociado con la idea de la valoración de uno mismo, por ejemplo en la frase “te falta orgullo”, que es lo mismo que decir “tienes baja autoestima”. Pero también se lo usó para referirse al exceso de ego: “eres un orgulloso” para decir: “¿quién te crees que eres?”. La consecuencia es que la palabra “orgullo” puede usarse con doble sentido: como un piropo y como un insulto.

Por estas razones lingüísticas es preferible recurrir a la palabra “soberbia” que además está considerada como la definición de uno de los pecados capitales, considerado el peor de los siete porque de él se derivan los otros seis (lujuria, envidia, pereza, gula, ira y avaricia), su origen se lo achaca a Lucifer cuando quiso ser superior a Dios. Ese deseo lo hemos heredado, la negación del poder divino, el considerarnos más que cualquier otra cosa en el universo, ser vanidoso al creer que nos merecemos todo y prepotente al considerar que los demás son inferiores y deben apartarse para darnos lugar.

La soberbia es la máscara de hierro del sufrimiento. Su origen es la ausencia de consuelo cuando experimentamos soledad después de un dolor. Por ejemplo, un niño ha sido maltratado en la escuela, al llegar a casa encuentra a sus padres discutiendo, el pequeño prefiere callar su problema para no causar un problema más y disimula su pena. Una niña ha sido insultada por el abuelo, corre hacia su madre, pero ésta está acongojada por algún problema personal, entonces, la hija disimula su dolor para evitarle uno más a mamá.

La soberbia nace a partir del dolor no expresado, es la disimulación que ofrece la idea de que está mal sufrir porque cuando se sufre nadie consuela. De ahí la idea que llorar es signo de debilidad, porque si no fuimos protegidos, lo más probable es que tampoco sepamos proteger.

El miedo a la soledad no es sino el temor al desconsuelo, a la desprotección, a no tener alguien que reciba el dolor. La primera necesidad humana es ser protegidos, de ella se desprenderá posteriormente nuestra capacidad de amar.

Aprendemos a buscar protección, la manera cómo lo hacemos determina nuestro estilo de apego. El apego seguro se refiere a la búsqueda de consuelo cuando nos sentimos desprotegidos y a la seguridad de que nos protegerán cuando estemos solos. El apego inseguro se refiere al temor de confiar o a la confusión ante la angustia porque no estamos seguros de que nos cuidarán.

Entonces la soberbia es el refugio de nuestro miedo ante la presencia del dolor; nos crea la ilusión de fortaleza porque con ella estamos ocultándonos de quien debería cuidarnos, ya sea porque así nosotros protegemos a quien nos debe proteger o porque a nadie le importa nuestro sufrir.

En el segundo caso, la soberbia se funde con nuestra identidad. No existimos sino cuando somos el orgullo de quien nos debería cuidar. El niño es un trofeo de sus cuidadores, sólo existe si tiene éxito, entendido como la consecución de las expectativas de sus padres. Pero no existe cuando se muestra auténtico o tiene un problema. Sólo importa si se adapta a la imagen que esperan de él, negándose a sí mismo.

La negación de sí a precio de existir para el otro a través de un ego falso que es legitimado por los cuidadores. La consecuencia es la soberbia transformada en personalidad, una forma de ser que impedirá los encuentros legítimos, un anatema en contra del amor que ha sido denominado “narcisismo”.

El amor requiere desnudez de cuerpo y alma: del eros al ágape. La pasión se transformará en romanticismo para desencadenar en el amor desinteresado. Las personas vanidosas se estancan en la pasión porque le temen a la intimidad y le huyen al compromiso. Como el erotismo se esfuma, la urgencia de intimidad expresada por la pareja se hace apabullante, el narcisista le huirá a la desnudez del alma porque no sabe proteger y desconoce lo que es ser protegido.

El pánico a la entrega es inmenso, la única vía conocida es enmascararse en el ego. La persona se buscará en el éxito, trabajará más, estudiará más o se embarcará en una nueva empresa.

Otra manera de evitar la entrega es adormecer la conciencia para apartarse de la realidad, esto se consigue a través del alcohol, las drogas o las aventuras eróticas: la solución es cerrar los ojos ante la deslumbrante faz del amor.

La pasión puede derretir el hierro de la máscara, pero entonces su fuego quema la piel, la persona queda desprotegida, vulnerable ante el amor del otro, el vacío gime angustia, como lo dice Piedad Bonnet en sus versos:

Como un depredador entraste en casa,
rompiste los cristales,
a piedra destruiste los espejos,
pisaste el fuego que yo había encendido…
Por mi ventana rota aún te veo.
En mi hogar devastado se hizo trizas el día,
pero en mi eterna noche aún arde el fuego.

El niño desamparado queda al descubierto, su dolor palpita en sus ojos ensombrecidos por la remota pena. No entiende lo que pasa, el deseo se ha desbordado dejando un silencioso vacío, una extraña sensación de abandono que no tiene que ver con la relación de pareja, porque nada malo ha pasado en ella. Buscará en los más recónditos lugares alguna justificación para la angustia, provocará el rompimiento del vínculo y si lo consigue se hundirá aún más en la desazón.

La confusión debe resolverse a través de lo conocido: el éxito o la alteración de la realidad mientras se deja al amor desconcertado. Muchas veces lo he oído en pacientes desesperados: “¡la (lo) dejé marchar! No entiendo”. Alfonsina Storni escribió aturdida por un amor pasional que acabó inesperadamente:

Y te dejé marchar calladamente,
a ti que amar sabías y eras bueno,
y eras dulce, magnánimo y prudente.
…Toda palabra en ruego fue poca,
pero el dolor cerraba mis oídos…
Ah, estaba el alma como dura roca.

No se entiende la razón de la ruptura, si todo estaba bien, o peor, el amor estaba en su máxima expresión. Justamente por eso, el soberbio no tolera la posibilidad de mostrarse a sí mismo, porque inevitablemente el erotismo se desbordará en el océano de la intimidad, donde no hay posibilidad de enmascaramiento.

El amor derrite la máscara de la soberbia, obliga a que la persona se confronte consigo misma, quien lo ama no tiene interés en el ego, importa el alma. Cuando se ama es inevitable la sensación de soledad y el requerimiento de protección. La soberbia tiene que apartarse para el ingreso de la pasión y la ternura; caso contrario, el amor no hace su nido en el corazón.

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