¿Eres tú o soy yo a quien hacemos feliz?
Rainer Maria Rilke
La pareja es el sistema social más pequeño. Se compone de dos elementos en permanente interacción para evitar el incremento de la entropía. Por eso es un sistema frágil, está expuesto al ingreso de entropía externa y a su provocación interna. El recurso que utiliza la pareja para estabilizar su sistema es la reciprocidad.
Von Bertalanffy (1968) estableció que la reciprocidad es el proceso por el cual una parte del sistema cambia y éste a su vez interactúa con las partes del sistema haciéndolas también cambiar[1]. El continuo proceso de intercambio permite la estabilidad del sistema, en el caso de la pareja es el único recurso interno que poseen sus miembros para evitar la gestación de niveles entrópicos imposibles de reducir.
En el área de la antropología cultural, Temple (1986)[2] considera a la reciprocidad como un intercambio de “dones”. Según este investigador la reciprocidad es contraria a la prestación, en la cual la persona entrega algo para satisfacer un interés propio, mientras que en el caso de la reciprocidad lo que interesa es el bienestar del otro. La ganancia se establece en la construcción de la relación entre los donantes[3].
La reciprocidad debe responder a dos reglas fundamentales: debe darse sólo a quien necesita[4], no debe darse más de lo que el otro pueda devolver[5].
En relación a la primera regla: cuando se da a quien no necesita, se produce el resentimiento, porque es una acción injuriosa para el que recibe, ¡no puede devolver! Algunas relaciones conyugales se establecen por gratitud y no por amor, la persona agradecida no tiene más remedio que mantenerse con quien no ama para de esa manera equilibrar un sistema donde no es posible la reciprocidad, uno de los dos dio demás.
La segunda regla, podríamos llamarla la regla de la “yapita”: para que el sistema continúe activo produciendo pequeñas entropías que pueden ser reducidas, se debe entregar con un poco más, de tal forma que el otro pueda devolver lo que le dimos con ese pequeño interés. Cuando se entrega cabal, el sistema se estabiliza y no puede crecer. Es necesaria la pequeña deuda para producir movimiento en la relación.
El vínculo amoroso se forja como una danza, el paso de uno dirige al paso del otro. Se trata de un baile en que ambos danzarines obtienen beneficios potenciales para cada uno[6]. La danza amorosa se produce gracias a los intercambios recíprocamente positivos: halagos, caricias, apoyo, actividades lúdicas, etc.
La psicoterapia conductual de pareja se centra fundamentalmente en el establecimiento de conductas que refuercen el comportamiento positivo del cónyuge. La reciprocidad positiva lleva necesariamente a la satisfacción conyugal a través de un círculo vicioso de gratificaciones[7].
La funcionalidad conyugal se produce en un sistema parcialmente abierto que permita el crecimiento personal de sus miembros. El producto de la reciprocidad es una entropía interna que requiere ser reducida a partir de nuevos productos de intercambio, si los amantes no son capaces de enriquecerse a sí mismos, tarde o temprano dejarán de tener dones para continuar con el intercambio. Si solo uno de ellos crece y el otro no, es probable que el vínculo se desequilibre produciéndose la recepción de uno solo rompiendo la primera regla de la reciprocidad. Si ninguno de los dos se enriquece el sistema se estabiliza impidiendo el crecimiento de la relación.
La afirmación de Gikovate “el amor se construye entre dos seres completos”[8], echa por tierra la idea de que amamos a nuestra “media naranja”. No es posible el amor entre medias naranjas porque no tienen nada distinto que ofrecer al otro. El amor obliga a que ambos miembros de la pareja tengan siempre algo que dar que al otro le falta pero en la medida justa: ni más ni menos.
Cuando el sistema amoroso es cerrado, no es posible la salida de ninguno de los miembros, ni la entrada de nuevos elementos, entonces se agota la posibilidad de dar y recibir. En un sistema conyugal cerrado es muy probable la emergencia de la violencia como recurso homeostático, la reciprocidad positiva da lugar a la negativa, dañándose a las personas que componen la relación. Los juegos de poder son producto de ese tipo de configuración conyugal, los celos y el control producen el miedo que reemplaza al amor.
La pareja como sistema abierto impide el enriquecimiento del vínculo porque será menos valorado que la realización personal. El modelo del “matrimonio abierto” como una alternativa a la vida conyugal tradicional no sostiene una relación amorosa, tal vez logre la satisfacción personal pero impide la construcción del amor. El amor exige libertad y compromiso: libertad para el crecimiento personal y compromiso para la construcción del “nosotros”.
Cuando el vínculo amoroso es producto de la persistencia recíproca del intercambio y la autorrealización de cada uno de sus miembros, es frecuente el asombro ante las permanentes novedades de la relación y de los cambios personales. El “nosotros” no absorbe a las personas ni es descuidado por ellas, sus cimientos descansan en la confianza mutua.
En ese clima de confianza los esposos pueden dejar de ser hijos y pueden ser padres, la pareja ha sido construida a través del mecanismo de la reciprocidad positiva que se torna una costumbre en la relación. Pueden ser padres sin dejar de ser pareja, y podrán dejar partir a los hijos porque se sostendrá la relación conyugal.
La construcción conyugal no es eterna, puede terminar con el divorcio o puede ocurrir la muerte de uno de los amantes, pero al haberse desarrollado la individualidad en el seno del amor, las personas pueden seguir sus vidas sin necesitar al otro. Sin embargo, cuando las personas se involucran en el desarrollo de los vínculos recíprocos la sensación que se tiene es la de infinitud, porque no existe límite al dar y recibir, cada poco que se entrega obliga a su devolución que es vivida como un nuevo recibimiento que debe ser devuelto, y así hasta el infinito.
La interrupción repentina de la mutualidad amorosa deriva en una desazón equiparable a la depresión: ¿qué hago con tanto que todavía tengo para dar?, ¿qué hago con lo que he recibido? La ruptura amorosa es vivida como un duelo sin objeto o una pérdida ambigua porque la única persona que puede entender el dolor es la persona que nos deja.
[1] Von Bertalanffy, L. (1968/1998) Teoría General de Sistemas. México: Fondo de Cultura Económica.
[2] Temple, D. (1986) La dialéctica del don. Ensayo sobre la economía de las comunidades indígenas. La Paz: Hisbol, AUMM, R y C.
[3] Temple, D., Layme, F., Michaux, J., Gonzales, M. Blanco, E. (2003) Las estructuras elementales de la reciprocidad.
[4] Ibid
[5] Weber, G. (2004) Felicidad dual. Bert Hellinger y su psicoterapia sistémica. Barcelona: Herder.
[6] Ramírez, J. S. (2000) Negociar es bailar. Conceptos y guías para la negociación eficaz. La Paz: Santillana/Aguilar
[7] Gilbert,M, Shmukler,D. (2000) Terapia breve de parejas. Un enfoque integrador. México: Manual Moderno
[8] Gikovate, F. (1996) Uma nova visão do amor: São Paulo MG editores.
Rainer Maria Rilke
La pareja es el sistema social más pequeño. Se compone de dos elementos en permanente interacción para evitar el incremento de la entropía. Por eso es un sistema frágil, está expuesto al ingreso de entropía externa y a su provocación interna. El recurso que utiliza la pareja para estabilizar su sistema es la reciprocidad.
Von Bertalanffy (1968) estableció que la reciprocidad es el proceso por el cual una parte del sistema cambia y éste a su vez interactúa con las partes del sistema haciéndolas también cambiar[1]. El continuo proceso de intercambio permite la estabilidad del sistema, en el caso de la pareja es el único recurso interno que poseen sus miembros para evitar la gestación de niveles entrópicos imposibles de reducir.
En el área de la antropología cultural, Temple (1986)[2] considera a la reciprocidad como un intercambio de “dones”. Según este investigador la reciprocidad es contraria a la prestación, en la cual la persona entrega algo para satisfacer un interés propio, mientras que en el caso de la reciprocidad lo que interesa es el bienestar del otro. La ganancia se establece en la construcción de la relación entre los donantes[3].
La reciprocidad debe responder a dos reglas fundamentales: debe darse sólo a quien necesita[4], no debe darse más de lo que el otro pueda devolver[5].
En relación a la primera regla: cuando se da a quien no necesita, se produce el resentimiento, porque es una acción injuriosa para el que recibe, ¡no puede devolver! Algunas relaciones conyugales se establecen por gratitud y no por amor, la persona agradecida no tiene más remedio que mantenerse con quien no ama para de esa manera equilibrar un sistema donde no es posible la reciprocidad, uno de los dos dio demás.
La segunda regla, podríamos llamarla la regla de la “yapita”: para que el sistema continúe activo produciendo pequeñas entropías que pueden ser reducidas, se debe entregar con un poco más, de tal forma que el otro pueda devolver lo que le dimos con ese pequeño interés. Cuando se entrega cabal, el sistema se estabiliza y no puede crecer. Es necesaria la pequeña deuda para producir movimiento en la relación.
El vínculo amoroso se forja como una danza, el paso de uno dirige al paso del otro. Se trata de un baile en que ambos danzarines obtienen beneficios potenciales para cada uno[6]. La danza amorosa se produce gracias a los intercambios recíprocamente positivos: halagos, caricias, apoyo, actividades lúdicas, etc.
La psicoterapia conductual de pareja se centra fundamentalmente en el establecimiento de conductas que refuercen el comportamiento positivo del cónyuge. La reciprocidad positiva lleva necesariamente a la satisfacción conyugal a través de un círculo vicioso de gratificaciones[7].
La funcionalidad conyugal se produce en un sistema parcialmente abierto que permita el crecimiento personal de sus miembros. El producto de la reciprocidad es una entropía interna que requiere ser reducida a partir de nuevos productos de intercambio, si los amantes no son capaces de enriquecerse a sí mismos, tarde o temprano dejarán de tener dones para continuar con el intercambio. Si solo uno de ellos crece y el otro no, es probable que el vínculo se desequilibre produciéndose la recepción de uno solo rompiendo la primera regla de la reciprocidad. Si ninguno de los dos se enriquece el sistema se estabiliza impidiendo el crecimiento de la relación.
La afirmación de Gikovate “el amor se construye entre dos seres completos”[8], echa por tierra la idea de que amamos a nuestra “media naranja”. No es posible el amor entre medias naranjas porque no tienen nada distinto que ofrecer al otro. El amor obliga a que ambos miembros de la pareja tengan siempre algo que dar que al otro le falta pero en la medida justa: ni más ni menos.
Cuando el sistema amoroso es cerrado, no es posible la salida de ninguno de los miembros, ni la entrada de nuevos elementos, entonces se agota la posibilidad de dar y recibir. En un sistema conyugal cerrado es muy probable la emergencia de la violencia como recurso homeostático, la reciprocidad positiva da lugar a la negativa, dañándose a las personas que componen la relación. Los juegos de poder son producto de ese tipo de configuración conyugal, los celos y el control producen el miedo que reemplaza al amor.
La pareja como sistema abierto impide el enriquecimiento del vínculo porque será menos valorado que la realización personal. El modelo del “matrimonio abierto” como una alternativa a la vida conyugal tradicional no sostiene una relación amorosa, tal vez logre la satisfacción personal pero impide la construcción del amor. El amor exige libertad y compromiso: libertad para el crecimiento personal y compromiso para la construcción del “nosotros”.
Cuando el vínculo amoroso es producto de la persistencia recíproca del intercambio y la autorrealización de cada uno de sus miembros, es frecuente el asombro ante las permanentes novedades de la relación y de los cambios personales. El “nosotros” no absorbe a las personas ni es descuidado por ellas, sus cimientos descansan en la confianza mutua.
En ese clima de confianza los esposos pueden dejar de ser hijos y pueden ser padres, la pareja ha sido construida a través del mecanismo de la reciprocidad positiva que se torna una costumbre en la relación. Pueden ser padres sin dejar de ser pareja, y podrán dejar partir a los hijos porque se sostendrá la relación conyugal.
La construcción conyugal no es eterna, puede terminar con el divorcio o puede ocurrir la muerte de uno de los amantes, pero al haberse desarrollado la individualidad en el seno del amor, las personas pueden seguir sus vidas sin necesitar al otro. Sin embargo, cuando las personas se involucran en el desarrollo de los vínculos recíprocos la sensación que se tiene es la de infinitud, porque no existe límite al dar y recibir, cada poco que se entrega obliga a su devolución que es vivida como un nuevo recibimiento que debe ser devuelto, y así hasta el infinito.
La interrupción repentina de la mutualidad amorosa deriva en una desazón equiparable a la depresión: ¿qué hago con tanto que todavía tengo para dar?, ¿qué hago con lo que he recibido? La ruptura amorosa es vivida como un duelo sin objeto o una pérdida ambigua porque la única persona que puede entender el dolor es la persona que nos deja.
[1] Von Bertalanffy, L. (1968/1998) Teoría General de Sistemas. México: Fondo de Cultura Económica.
[2] Temple, D. (1986) La dialéctica del don. Ensayo sobre la economía de las comunidades indígenas. La Paz: Hisbol, AUMM, R y C.
[3] Temple, D., Layme, F., Michaux, J., Gonzales, M. Blanco, E. (2003) Las estructuras elementales de la reciprocidad.
[4] Ibid
[5] Weber, G. (2004) Felicidad dual. Bert Hellinger y su psicoterapia sistémica. Barcelona: Herder.
[6] Ramírez, J. S. (2000) Negociar es bailar. Conceptos y guías para la negociación eficaz. La Paz: Santillana/Aguilar
[7] Gilbert,M, Shmukler,D. (2000) Terapia breve de parejas. Un enfoque integrador. México: Manual Moderno
[8] Gikovate, F. (1996) Uma nova visão do amor: São Paulo MG editores.
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