Cuando las parejas se organizan
desde las expectativas infantiles de cada uno de sus componentes, se produce un
círculo relacional infinito: uno espera que el otro le entregue aquello que
ansió recibir en su niñez, el otro hace lo mismo. Puede pasar, que el amante
sea capaz de entregar aquello que el otro le solicita, pero aun así es
imposible la correspondencia, porque quien no tuvo jamás reconocerá lo que
espera aunque lo reciba. Lo más común, sin embargo es que el otro simplemente
esté más atento a recibir que a entregar,
aunque lo tenga o no preferirá seguir esperando recibir que entregar.
Por ejemplo, ella desconoce la
protección, fue usada como cuidadora de su propia madre desde pequeña, el padre
alcohólico era como si no existiera. Al crecer aprendió que amar es proteger,
cosa que sabe hacer con maestría, también aprendió que recibir amor es ser
protegida. Buscará en sus relaciones amorosas proteger y ser protegida.
Él viene de una familia en la
cual su existencia se supeditó a sus éxitos, los mismos que correspondían a la
expectativa de sus padres y no a sus propias potencialidades. Fue usado para
ser el orgullo de sus padres. Aprendió que amar es recibir admiración. Sin
embargo como jamás fue valorado por su verdadera valía, no es capaz de
reconocer cuando lo estiman de verdad.
Ambos se encuentran en un idilio
amoroso, ella cree amarlo cuando siente pena por la desolación, él cree amarla
cuando se siente útil. Ella busca ser protegida, él busca ser reconocido. Ninguna
de sus expectativas se realiza, ambos se angustian. Cuando están juntos se
asfixian, cuando se alejan se extrañan. No es posible consolidad la relación ni
romperla: están en una simbiosis.
En ese tipo de vínculo ocurren
situaciones que en otras parejas producirían la ruptura: infidelidad, celos,
violencia. Nada los separa, nada los une. Muchas de estas parejas confunden la
intensa pasión que produce la angustia de separación con el amor, definiendo de
esta manera la convivencia o el matrimonio. No logran establecer un compromiso
pleno, temen a la intimidad, el lazo amoroso se basa exclusivamente en los
sentimientos. Dependiendo de la estructura de personalidad de los cónyuges en
alguna primará el amor apasionado en otra el odio.
La cotidianeidad de la convivencia
acarreará problemas ínfimos o grandes que jamás serán resueltos porque se
instaurarán como argumentos para justificar la ausencia de intimidad. Es
patético: los problemas los mantienen estables.
Sin embargo, lo peor ocurrirá con
la llegada de los hijos. Cada uno de los cónyuges tratará de atraerlos consigo
en contra del otro o los usará para protegerse de las arremetidas violentas de
su pareja. El hijo o la hija son incorporados dentro del juego conyugal. Han
sido triangulados.
Las parejas organizadas de esa
manera, serán denominadas como parejas
colusionadas. La colusión es un acuerdo entre dos para perjudicar a un
tercero. El tercero perjudicado es el hijo. En lugar de ser amado es utilizado
para fortalecer los egos infames de sus padres.
El vínculo amoroso se equilibra,
ya sea que el hijo o la hija participe como un protector de sus padres, o tenga
que decidir amar a uno y odiar al otro aunque esos sentimientos vayan en contra
de sus propios, o tenga que asumir el rol de enfermo para atraer la atención de
sus padres deteniendo la furiosa relación que existe entre ellos.
El costo es demasiado alto, los
hijos y las hijas trianguladas deben renunciar a sus necesidades afectivas: en
vez de ser protegidos deben proteger; en vez de ser cuidados, cuidar; en vez de
ser valorados deben valorar. Se estancan en un triángulo del que no pueden
desvincularse, asumen sentimientos ajenos, contradicen sus propias emociones.
La única ventaja, una inmensa sensación de poder.
El poder es dominio, control, se
sustenta en la obediencia, y ésta en el miedo. El amor en cambio es libertad,
incertidumbre, se basa en la confianza, y ésta en el respeto. Lo contrario del
poder es el amor y viceversa. El poder ofrece la ilusoria impresión de
certidumbre, una especie de eternidad; el amor incertidumbre y angustia por la
separación.
Las parejas colusionadas son incapaces de soportar la angustia, los estilos de
apego necesariamente son inseguros. Por ello no pueden amar. La concepción del
amor se asienta en el romanticismo idealista: amar es un sentimiento. Así el
agresor manifiesta que ama porque siente la pasión intensa de posesión del
otro; el infiel no reconoce el daño a la relación, es capaz de “amar” a dos
personas a la vez, no existe culpa ni remordimiento, su moralidad es consecuencia
de su propio bienestar. Ante la posibilidad de ruptura estas personas se
enfurecen al grado de maltratar a quien dicen amar o hacerse daño a sí mismas
para culpar al otro.
En esta vorágine terrorífica los
hijos son víctimas inertes del falso amor de sus padres. Pueden triangularse de
tres maneras distintas:
·
Triangulación perversa, descrita principalmente
por Jay Haley. Uno de los progenitores seduce al hijo o a la hija para
apartarlo del cónyuge que detesta porque ha sido desilusionado. El mensaje es: “no seas como mamá o papá, sé quien quisiera
que sea mi pareja, te daré lo que jamás podrá él o ella darte”. Se
establece una especie de romance entre el padre o la madre con el hijo o la
hija. La persona triangulada idealiza a quien le sedujo y se aparta detestando
del progenitor odiado. Las consecuencias para sus relaciones amorosas son
desastrosas, buscará en su amante al padre o a la madre seductora para
confirmar su identidad sexual. El resultado es no saberse mujer o varón, ha
gestado su sí mismo sexual desde una idea inalcanzable. Se relaciona con
estructuras histéricas y obsesivas. La finalidad de la existencia es satisfacer
las expectativas del progenitor seductor: buscarlo incansablemente en sus
vínculos amorosos y odiar profundamente a las personas que se asemejan a la
pareja de quien le sedujo.
·
Triangulación rígida, analizada principalmente
por Salvador Minuchin. En esta triangulación los hijos se parentalizan, es decir, se convierten en padres o madres de sus
propios padres. ¡Son abuelos o abuelas de sí mismos! A diferencia de la
triangulación perversa donde la persona triangulada se nivela con uno de los
padres, en la rígida se coloca en una jerarquía superior. Es el hijo o hija que
protege a uno o a ambos padres. Se alía cuando se define como guardián de mamá
o papá para proteger a una o al otro de las arremetidas violentas de su
consorte. Se coaliciona cuando asume la función de agresor del progenitor
amenazante. En ambos casos el eje de su accionar es evitar la violencia. En
casos más dramáticos, los hijos pueden asumir el rol de protectores de ambos
padres, los que son percibidos como indefensos, inútiles e ignorantes. Según
Minuchin esta triangulación es la base de la organización antisocial: produce
egos inmensos y carencia de respeto por la autoridad. La concepción del amor se
cimienta en la protección y el cuidado. Por ello los vínculos amorosos de estas
personas son tortuosas, poseen egos rígidos y sobrevalorados, a la par que
esperan reconocimiento por sus esfuerzos de ayudar al otro, saben proteger y
cuidar pero son incapaces de amar de manera adulta; el otro es un niño o niña,
jamás será concebido como varón o mujer, el mandato es: “mereces reconocimiento
por tus esfuerzos”. En el otro extremo están quienes desarrollan una idea del
amor generosa en extremo, dependientes, buscarán personas que les protejan como
bebés, su amor se basa en la caridad, pueden jugar a ser víctimas para recibir
condescendencia, el precepto es: “sufre para que te protejan”. Se trata de
personalidades narcisistas en un extremo y dependientes en el otro. Las peores
son las que se estructuran alrededor del odio y la inmoralidad, antisociales y
pasivo agresivos.
·
Triangulación patológica. Descrita por Murray
Bowen. Es la peor de las triangulaciones.La relación amorosa de los padres se
presenta con pseudomutualidad.
Aparentan una relación saludable, armoniosa, amorosa: se tratan con cariño ante
los demás, sin embargo quien está triangulado sabe que es una farsa, una honorable fachada, detrás de la
apariencia se esconden secretos perversos. Además de la hipocresía la relación
con los hijos e hijas está inmersa en el doble vínculo, es decir los mensajes
verbales contradicen a los no verbales, por ejemplo golpea a la par que dice
que todo está bien. Esta disfuncionalidad familiar favorece el desarrollo de
graves trastornos de personalidad, a diferencia de las anteriores
triangulaciones, los egos son indefinidos, organizados en una estructura de
identidad caótica. Los vínculos amorosos están ceñidos por la violencia, tanto
hacia el otro como hacia uno mismo, harán cualquier cosa para no ser
abandonados, han definido el amor desde la negación de la soledad, incapaces de
confiar, controlan, vigilan, ponen a prueba el “amor” del otro.
Las parejas colusionadas son como
los agujeros negros del espacio, engullen a cualquiera que se acerca a ellos.
No por nada, Willi el psicólogo que describió la colusión la identificó en la
relación de estas parejas con su terapeuta: ¡lo triangulan! De ahí que la
psicoterapia de pareja y la familiar en casos de triangulaciones requieren una
formación especializada de los y las terapeutas. La principal meta es sacar del
triángulo a los hijos, emanciparlos y desvincularlos pronto, a la vez que se re
estructura la organización de la identidad tanto en los niveles cognitivos como
emocionales. Tarea complicada debido principalmente a que están entronizados y
les rodea un inmenso vacío, nadie quiere dejar el palacio para lanzarse al
abismo.
Usualmente los triangulados
portan un síntoma que los protege de la basura cósmica que se despliega
alrededor del agujero negro. Llegan al consultorio traídos por sus padres,
angustiados ante la posibilidad de cambio pretenden mantener las cosas como
están pero sin el síntoma. Moni Elkaïm, plantea que llegan diciendo al
terapeuta “cámbienos sin cambiarnos”. Paradoja que da inicio al encuentro con
un terapeuta o una terapeuta, capaces de trascender el ámbito de los mitos
familiares para arrebatar el alma secuestrada de los brazos ponzoñosos del
falso amor de sus padres.
1 comentario:
Felicidades y mil gracias, me oriento mucho.
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