Al
irme de casa…lo perdí todo…
Por: Dr. Bismarck Pinto Tapia, PhD
Bendito es el hombre
que oye muchas voces tiernas llamándolo padre.
Lydia M. Child
Hace
algunos años, un paciente me dijo: “después
de firmar el acuerdo transaccional de mi divorcio, salí del juzgado sin
entender mi tristeza. Cuando me percaté…cada paso me alejaba kilómetros de mis
hijos”.
Separarse
de la esposa es al mismo tiempo alejarse de los hijos, no es posible el
divorcio exclusivo del lazo romántico, el divorcio como el amor, no se contenta
con poco, exige la ruptura con todo. El sufrimiento no se ciñe únicamente con
la mujer que se deja, sino se expande a los hijos y al hombre que se va. Son
sufrimientos profundos, sin nombres. Es un duelo sin muerte, algo se ha perdido
pero no es posible identificarlo. Además, acontece mucho después de la ruptura,
a veces años después.
Es
cierto, el amor puede desvanecerse como un fueguito, tal como lo expresa Matilde
Casazola. También puede ocurrir la imposibilidad de la convivencia. Las
personas tenemos derecho a dejar de amar. Sin embargo el dolor puede consumir
al espíritu más férreo; si no es el dolor, lo será el odio desmesurado de la
persona desechada, o lo peor: la angustia de los hijos.
Durante
el proceso de la ruptura, el entusiasmo por la decisión tomada y la novedad de
una vida sin las presiones del mal matrimonio, pueden ocultar la visión del
futuro. Las prisas, la falta de diálogo, la rabia inmersa en la relación conyugal,
suelen ser factores inconvenientes para prever las consecuencias. La persona no
piensa en el afrontamiento del cambio de las relaciones con la familia ni las
complejidades del proceso de adaptación a un nuevo estilo de vida.
Si
un día decidimos casarnos es porque ambos pensamos que era lo mejor para nuestra
relación. Era la hora de convivir y poner a prueba la fortaleza de nuestros
lazos. Seguramente pasamos cosas lindas y momentos difíciles, invertimos lo
mejor que pudimos cada uno de nosotros. Al romper nuestro matrimonio se
presenta una brisa de nostalgia por lo que fuimos, y una sensación trágica por
lo que no pudimos ser. Tristeza y frustración son los sentimientos hacia el matrimonio
fallido.
Es
difícil discriminar el duelo por la muerte del matrimonio de la separación de
quien un día amamos. Esa persona ahora puede ser objeto de odio y
resentimiento. Odio porque no supo amarme y resentimiento porque no luchó por
mí. A ello se suma la incertidumbre por no estar seguro de haber tomado la
mejor decisión, ¿cómo saberlo? Quizás esté equivocado, quizás no…imposible
tener certeza.
Luchan
como perras hambrientas la esperanza y la desesperanza, a veces gana una, a
veces la otra. Rumiamos pensamientos y recuerdos para asentar la medida tomada,
sobrevienen estados de paz, seguidos por otros de desesperación.
La
gente se distribuye en tres bandos, los que apoya el divorcio, quienes lo
invalidan y los indiferentes. Lo mejor es reconocer que nadie puede ponerse en
nuestro lugar, la única persona capaz de hacerlo es ella, pero no está. A veces
las peores personas para consolarnos son
nuestros padres, ellos han sido testigos parciales, no conocen todo, no
comprenden nada.
Es
una soledad insoportable, quizás la peor de las soledades. Habrá quienes nos
acusen de ser los responsables por la muerte de la familia, algunos amigos nos
desilusionarán, otros, al contrario nos acompañarán en silencio, sin
comprender, pero con la actitud que necesitamos: simplemente estar ahí.
Los
fines de semana y los feriados se convierten en un tormento, extrañamos las
risas de nuestros hijos, la alegría de los juegos y los encuentros en los
almuerzos, en fin…extrañamos la rutina con nuestra familia, y también con ella.
La cama yace fría, nuestra casa, ahora tuya…tan lejana.
Habrá
quienes prefieran cerrar los ojos involucrándose con otra mujer o recuperando
la adolescencia. Se trata de momentos de ocultamiento del dolor: farras, sexo,
alcohol. Cuando pasa, de pronto se siente la inmersión en la oscuridad.
Si
el divorcio es difícil, tenemos que enfrentar las arremetidas de ella. Una vez
escuché a una esposa despechada decir: “¡no descansaré hasta verlo en la
calle!”.
La
lucha encarnizada pasa por encima de los hijos, se los aplasta, ignora o
utiliza. Sufren una experiencia de abandono e impotencia, muchas veces
incomprensibles, repercutiendo en la formación de su identidad y en la
definición de su futuro amoroso.
Los
abogados, carecen del conocimiento de los procesos psicológicos involucrados en
la experiencia del divorcio, pueden añadir mayores conflictos a la situación:
ahondan el odio, promueven la venganza, desvían la atención hacia los problemas
económicos. En el afán de ayudar, desbaratan las pocas posibilidades de
reconciliación. Por otra parte, psicólogos sin formación en la comprensión de
las relaciones conyugales, pueden alentar la esperanza, revivificar
ingenuamente los sentimientos amorosos cuando el problema es la convivencia,
estropear el proceso de duelo en los hijos. El cuadro se complica porque la
visión está puesta en la decisión y no en los procesos emocionales ni en la
reestructuración de la familia ante la ausencia del padre. Da la impresión que
todo acabará cuando salga la sentencia del divorcio.
No
es así, no se trata de un asunto legal, es un tema psicológico. Muy poco se
habla sobre el divorcio emocional, todo se centra en la disolución legal del
matrimonio. ¡Vaya estupidez! No es posible el divorcio cuando hay hijos de por
medio. ¡Papá dejó de ser esposo, pero sigue siendo papá!
La
esposa debe discriminar sus sentimientos de desolación, desencanto, furia y
tristeza que dirige hacia su esposo de los personales, individuales, singulares
de sus hijos hacia papá. Son dos personas diferentes, el esposo chambón y el
padre, puede ser bueno o malo, eso lo definen los hijos.
A
propósito, me viene a la mente un pequeño de ocho años, me dijo: “¡qué bueno
que mis papás se divorciaron!, ¡ahora sí tengo un papá de verdad!”.
Curiosamente, algunos padres al salir de casa se convierten en padres amorosos,
siempre y cuando sea un cariño legítimo y no parte de la estrategia para
vengarse de la esposa: “mira qué padre buenazo soy…”. En ese caso es fingir querer
a los pequeños para indirectamente descalificar a la madre. ¡No! El amor a los hijos
debe estar exento de los sentimientos hacia la mujer desechada.
Los
sentimientos con los hijos no dependen únicamente de los sentimientos del
padre, él los puede amar, pero los hijos tienen derecho a odiarlo. Debemos
diferenciar los afectos legítimos de nuestros hijos de los afectos de nuestra
esposa. No necesariamente ella los induce a odiarnos, ellos son autónomos no
son prolongaciones de mamá, poseen sus teorías sobre la separación y reaccionan
de acuerdo a ellas. Además fueron protagonistas durante la muerte de la
familia. Papá debe comprender esos sentimientos sin achacarlos a la madre. Debe
ocuparse de la relación con sus hijos para reconstruir los vínculos. Algunas
veces, lo siento…no es posible, el corazón de algún hijo puede resistirse al amor
del padre, y amarlo es aceptar esa resistencia…comprende…lo que hiciste también
le lastimó.
Es
tan estúpido, pero frecuente, el pensar y sentir por el otro. Asegurar sus
sentimientos y pensamientos como si fuéramos adivinos. Decir que ella siente
esto, piensa aquello, sin reparar que son hipótesis, posibles explicaciones.
Por ejemplo: “ella me ama…por eso….”, un ratito, no lo puedes saber, es una
especulación sobre la mente de alguien que no es quien pensabas que era, o
sea…todo mal. Es gastar energía, es perder el tiempo, es latiguearse sin
motivo. De lo único que puedes hacerte cargo es de ti mismo, de ella…que se
haga cargo ella. Acéptalo: ¡ella no está porque la dejaste! Así como tú te
encuentras en la soledad inconmensurable, ella está en la suya. Deja que ella
lleve su duelo, asume el tuyo. Respeta su espacio, sus decisiones, su manera de
amar a tus hijos. No es la misma forma, no lo es porque si así fuera seguirían
juntos. ¡Sácate esa mujer de tu cabeza y de tu corazón! Déjala partir.
El
sufrimiento tomará su tiempo, es un sentimiento noble, intenta por todos los
medios de reparar la ausencia. Recomponer la nueva familia (tú y tus hijos)
lleva tiempo, necesitas reconciliarte contigo mismo para sanar las heridas de
tus retoños. Lo mismo ellos, no pueden abrir sus brazos así nomás, requieren
liberarse de las penurias ocasionadas por el matrimonio. Por supuesto eres
responsable de ellas, como lo es ella. Reconoce lo hecho, entiende la
imposibilidad de no afectarlos.
La
infidelidad no es el motivo por el cual termina un matrimonio, es consecuencia
de una crisis personal insostenible. Para involucrarnos afectivamente con
alguien, necesitamos terminar con la mujer oficial. Muchas veces el amor estaba
muerto cuando apareció la otra persona, nunca la otra persona es la responsable
de la ruptura del casamiento. La persona responsable es uno, permitiste el
ingreso de ella en tu vida, seguramente sopesaste las consecuencias y por ende,
las debes asumir. La más dolorosa es la decepción ante tus hijos, a veces la
peor experiencia de sus vidas: ¡papá mi ídolo es un cochino!
Podrás
decir que no fue tu intención, quizás tengas razón, pero ellos interpretaron lo
que hiciste como una traición hacia la familia, hacia su madre y hacia ellos.
Por eso te odian, por eso no pueden abrir sus brazos. No pidas que acepten a tu
nueva pareja, aunque la conozcan, el problema no es ella, es lo que tú hiciste.
No estuvo bien, no hay justificativo, convivías con la madre de tus hijos, no
solamente con la mujer que dejaste de querer.
Los
adultos debemos ponernos los zapatitos de nuestros hijos, lo sé, aprietan,
lastiman, porque es duro ser niño y no poder hacer nada por papá y mamá a
quienes amamos. Ellos saben que es un problema de pareja, no pasa por ahí su
dolor. Es un dolor causado por ti, eso les duele, la desilusión: papá se va…
Algunos pequeñines racionalizan llegando a la conclusión: papá se fue por mí.
Una pequeñita de cuatro años, me decía: “papá se fue porque no me quiere. No me
quiere porque no tomo la sopa”. ¿Te das cuenta? Esa niña necesitaba de un padre
que le aclare la situación: “hijita, me fui porque dejé de amar a tu mamá…pero
al dejarla tenía que dejarte también a ti”. Esa es la verdad, punzante,
inevitable, por supuesto sufrirá, más mientras más la amas…
Al
irme lo perdí todo. Así es, por más decisión acertada, todos sufrirán, todos,
incluyendo a las familias de origen, y aunque parezca pueril, también las
mascotas.
La
tarea es volver a estructurar la relación con los hijos, asumiendo la ruptura
amorosa con la esposa. Se trata de considerar la construcción de una nueva
familia: yo y mis hijos. Aceptar la existencia de otra familia: ella y sus
hijos. Si bien, será imposible evitar el diálogo con ella como madre, eso no
debe implicar la intromisión de uno y de otro en los lazos amorosos con los
hijos. La comunicación versará sobre la información necesaria sobre el
bienestar de ellos, pero no sobre las formas de querernos.
La
situación es mucho más compleja cuando ella o él han establecido un nuevo lazo
amoroso. Lo pertinente sería esperar a que el dolor y la crisis amainen antes
de involucrarse en una nueva historia de amor. Las razones no solamente se
circunscriben en el ámbito del proceso de duelo, sino en el proceso de la
ruptura familiar. Por una parte, los hijos requieren asimilar las consecuencias
del divorcio, por otro, adaptarse a las dos familias emergentes. La presencia
de una persona desconocida, puede derivar en un torbellino emocional, asociado
al miedo de perder para siempre al padre o a la madre. Más aún si la pareja
recién llegada, en su afán de hacer las cosas bien, trata de inmiscuirse en la
relación entre los hijos y sus padres. Acontece que ahora no son dos familias,
sino tres, y en algunos casos cuatro.
La
soledad lastima, más a los varones, no estamos entrenados para vivir solos, no
hago referencia a la soledad física, sino a la psicológica. Es frecuente entre
mis colegas de género, formar un enlace amoroso durante el proceso de ruptura,
una especie de contención de las emociones devastadoras del duelo. Muerto el amor,
puede mantenerse el matrimonio basado en el compromiso, durante ese tiempo de aflicción
nuestro corazón queda vulnerable, por lo tanto, fácilmente podemos enamorarnos
de cualquier persona que prodigue consuelo o diversión. Curiosamente, cuando la
esposa descubre el affaire, propone
el divorcio como su efecto; en realidad, el amor murió antes.
Las
personas opinan porque tienen boca, nadie podrá juzgarte en la medida correcta,
cada quien verá en ti una oportunidad para contrastar su propia vida. Peor aún,
el peor juez de ti mismo eres tú. Tuviste que mentirte para sobrellevar las
contradicciones de tu decisión, seguro se dieron circunstancias insondables sobre
las cuales tejiste explicaciones lógicas pero no necesariamente reales. El
resultado es una construcción personal sobre los hechos, distinta a la versión
de tu esposa, quien por su parte hizo exactamente lo mismo: mentirse y llenar
vacíos con explicaciones plausibles.
No
deja de sorprenderme la tenacidad de las convicciones en los procesos de
divorcio, él seguro de ser el bueno, ella segura de lo contrario, y viceversa.
Los discursos convencen a los seres queridos, lo cual gesta batallas infernales
entre familias y amigos, mientras los
hijos al medio escuchan impasibles las denigraciones hacia sus padres. En
resumen, lo visible de hoy impide la comprensión de la historia conyugal, ambos
y ninguno tiene la razón. Las disonancias cognitivas pululan en cada uno de los
miembros de la pareja, las actitudes contradicen a sus creencias, por lo tanto
racionalizan para justificarlas, perdiéndose en la búsqueda de concordancias
lógicas, amarrando sus emociones a ellas, postergando la resolución del duelo.
No
hay razones, pasó porque pasó. El amor se esfumó, eso es todo, la rabia y el
dolor pretenden ocupar su lugar, lo pueden hacer con facilidad en el afán de
buscar culpables, escondiendo el vacío cubierto de esperanza. Muchos pacientes
hacen alusión a la semejanza de estar en un pozo y el temor de tocar fondo. Es
que no hay fondo, es un abismo infinito, por eso al creer que todo pasó, surgen
nuevas crisis, algunos prefieren cerrar el pozo, otros se aferran a las raíces
colgantes, estancándose para siempre.
La
solución consiste en dejarse llevar por el vacío, traspasando la esperanza
después de asumir al odio y al dolor, odio porque no me ayudaste, dolor porque
te perdí. Así es, volver a los instantes de mi vida antes de conocerte, retomar
las cosas pendientes, caminar solo. Hundirme en el vacío, aprender a vivir con
él, aceptar que nadie puede llenarlo, es mi vacío, el que anuncia la urgencia
de encontrarme a mí mismo para volver a buscarme. En el trayecto hacer todo lo
posible para ser un ejemplo para mis hijos, para dejarles recuerdos de este
padre, quien a pesar de todo, inclusive de sí mismo, nunca, nunca dejó de
amarlos.
4 comentarios:
Un aplauso y agradecimiento me a dado claves para abarcar correctamente el tema a futuro y e caído en cuenta de algunos puntos relacionados a mi vida familiar
Muy buen analisis Bismark, mando enlace a toda mi familia, gracias por tus esfuerzos sobre el amor.
Estimado escritor, es muy interesante su nota, sin embargo, en mi caso, el divorcio ha sido una una experiencia grata, he cortado de raíz una relación tóxica con mi expareja, ahora nuestro es mejor porque llevamos muy bien nuestros roles de padres, mis hijos tienen tiempo de calidad.... etc, en lo personal he podido recomenzar varios proyectos gracias a mi nuevo status. Sin duda, hay algunas complicaciones de inicio...... pero el divorcio es como el matrimonio.... hay que ponerle ganas a ambos..... saludos
Muy buen articulo, real, cierto y certero.
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