SOBREVIVIENDO A LOS
AMORES PELIGROSOS
Por: Dr. Bismarck
Pinto Tapia, Ph.D.
No es posible detectar datos
acerca de los sobrevivientes a las relaciones amorosas peligrosas, tampoco de
quienes sucumben a ellas. Queda la experiencia clínica de la terapia de pareja
y la terapia de la ruptura amorosa. Está claro, la ruptura amorosa de una
relación peligrosa se convierte en una pérdida ambigua[1],
por lo tanto la persona vive un duelo complicado[2].
Entrar a un lazo amoroso destructivo es fácil, salir de él es difícil y cuando
se sale no nos espera un jardín de rosas[3].
El primer paso para poder romper
una relación amorosa destructiva es darse cuenta que se está en una relación
destructiva. Este es el momento más difícil, la persona no se percata de ser
parte de un juego amoroso patológico. La cerrazón mental es consecuencia de
varios factores: el miedo, la esperanza, la vergüenza y el orgullo.
La sensación de soledad es el
resultado de una historia de amor desgraciada, la misma fue forjándose poco a
poco, el vínculo se envuelve en una especie de hechizo debido a la inmersión
lenta de la pareja en el pantano destructivo del falso amor. La caída al fondo
ha sido lenta, tratar de salir del pozo se hace casi imposible, en la mayoría
de los casos debido a la incapacidad de reconocerse en el piso.
El miedo juega un papel
importante. Las personas involucradas generalmente provienen de experiencias
afectivas disfuncionales, carentes de protección y/o de valoración, tienen
miedo al abandono por eso se aferraron desesperadas a una relación dependiente
y posesiva. Ante el menor atisbo de incongruencia entre el ideal amoroso y lo
concreto, cierran los ojos asustadas de ver la posibilidad de volverse a sentir
solas. Es entonces, el miedo a la soledad el mantenedor de la unión disfuncional.
Otro sentimiento asociado con el
mantenimiento de la pareja es la esperanza de obtener algún día aquello
esperado: el otro cambiará. En el afán de luchar contra los defectos del otro
se lo deja de amar para controlarlo. El efecto es el contrario al esperado, el
otro se aleja ante la presión y la violencia. Querer cambiar al otro no es otra
cosa que ser violento, la violencia es obligar[4].
De ahí que la esperanza es indignante: ¡es la base de la violencia conyugal!
Como no recibo de ti lo esperado, te obligo a dármelo, negando tu ser, anulando
tu autenticidad.
La vergüenza se suma a los
sentimientos de indefensión, el ocultar la miseria de la relación porque no se
quiere defraudar a la familia de origen, a las amistades y a uno mismo.
Reconocer la estupidez en uno mismo es algo muy difícil en los seres humanos.
Se produce la ceguera voluntaria, también llamada ignorancia voluntaria[5].
La persona decide “hacerse la loca”, sabe que todo está mal, pero cierra los ojos por la vergüenza.
Es paupérrima la razón para anular la realidad, se teme por el decir de los
demás. En estos casos cuando se produce la ruptura, la gente del rededor queda
anonadada, no se imaginaban la crisis conyugal de esa pareja. Sin embargo, a
veces se produce una conspiración del silencio, todos conocen la miseria de la
relación, por lo tanto es un secreto a voces, todo para salvaguardar la
vergüenza.
Existen dos acepciones para la
palabra orgullo, la primera asociada con el amor propio y la segunda con la
soberbia. En la experiencia de una relación peligrosa, el amor propio es
destruido sin miramientos, es una de las primeras cosas que las personas
pierden. Paradójicamente a menor amor propio mayor es la soberbia, esa
sensación de sentirse poderoso a pesar de todo, alguien controlador, incapaz de
aceptar la incertidumbre aunque se viva en ella. El poder necesariamente está
ligado a la soberbia[6].
El orgullo es el recurso de los poderosos para esconder su indefensión ante la
incertidumbre. Es una especie de armadura para proteger la fragilidad de los
sentimientos emergentes a la desesperación[7].
Orgullo, vergüenza y culpa, son
sentimientos sociales, involucrados en el desarrollo de la identidad. Es
interesante observar su desarrollo a la par del juicio moral, de tal manera que
en las relaciones destructivas las personas pierden la conciencia ética de sus
actos. Ambos miembros de la pareja dejan sucumbir sus principios morales ante
la obnubilación ocasionada por la intensidad pasional. Ambos se abalanzan hacia
el hedonismo momentáneo y se contentan con la sensación de completarse en el
otro. Esos instantes de felicidad efímera se convierten en el sentido de los
encuentros, ya sea por el placer en sí mismo o el alivio después de las
reyertas.
Se instala un círculo vicioso:
esperanza-placer-alivio-desesperación-angustia-maltrato. Es muy difícil
percatarse de la autodestrucción y de la heterodestrucción, los contendientes
están enceguecidos por la conceptualización errónea del amor y por eso son
incapaces de darse cuenta de la insípida relación. Las parejas destructivas no
conocen el amor porque no fueron amados, por eso no pueden contrastar la
experiencia dañina con un referente amoroso verdadero, viven dentro de la
violencia por eso no la reconocen.
El contexto de la colusión
fácilmente involucra a otros en su caos. La terapia de pareja está destinada al
fracaso si el terapeuta no se percata del juego sinfín de los cónyuges; peor
aún puede ser absorbido por el sistema coludido, significa, convertirse en
parte del juego al tratar de darle sentido a lo sinsentido. La actitud
terapéutica será centrase en las carencias infantiles para lograr la reflexión
de la pareja en torno a su concepto erróneo del amor y a desenlazar el
enmarañado ovillo del apego adulto inseguro desarrollado en su historia de amor.
Si es una tarea difícil en el
entorno de la psicoterapia, cuán más lo será en la vida cotidiana. Los
sobrevivientes a las relaciones peligrosas son personas resilientes; es decir, tenían todo para ser derrotados por las
adversidades, pero lograron afrontarlas y superarlas[8].
Las personas con resiliencia son excepcionales, no cualquiera puede emerger
intacto del sufrimiento. Lo que poseen son algunas características peculiares
como adecuados niveles de autoeficacia, autoestima y autocontrol, tendencia a
la esperanza[9].
La mayoría de las personas no son
resilientes, por ello la toma de conciencia de ser parte de un juego amoroso
destructivo y salir de él, ocurren generalmente después de un impacto
inesperado precipitante del despertar.
La colisión más frecuente es encontrarse con la infidelidad concomitante al
engaño y la traición[10].
La infidelidad ocasiona una severa confrontación con la identidad personal,
cuestionando el sentido de la existencia y la inversión en la relación[11].
Sin embargo, en algunas circunstancias la decepción no se produce a pesar del
descubrimiento de la infidelidad y la relación continua.
En otros casos, el surgimiento de
una enfermedad grave en alguno de los miembros de la pareja impacta en el
vínculo relacional[12].
Sea como fuere, el cambio del juego sólo es posible si se presenta una
experiencia traumática en uno o en ambos miembros de la pareja. La violencia
física puede ser el factor desencadenante de la ruptura, cuando se manifiesta
de repente en juegos en los cuales existía violencia psicológica, pero no en
aquellas relaciones impregnadas de violencia
simétrica[13].
La violencia en la relación de
pareja puede ser simétrica o complementaria. La simétrica hace alusión a la
agresividad recíproca, ocasionándose una escalada proporcional de la violencia,
uno agrede y el otro responde, en un círculo vicioso interminAble. La
complementaria se refiere a la agresividad ejercida por un agresor sobre una
víctima[14].
La terapia de pareja es un
recurso pertinente ante la presencia de juegos conyugales destructivos. Sin
embargo, generalmente la pareja no recurre a la terapia por el problema
relacional, sino lo hace usualmente por la presencia de un hijo triangulado o
porque uno de los miembros de la pareja adolece de algún trastorno, como
adicciones[15] o
depresión[16].
Otra demanda usual es ayudar a la pareja en el trajín del divorcio,
principalmente cuando están colusionados[17].
El proceso terapéutico se inicia
con el establecimiento del diagnóstico del juego destructivo, continúa con la
evaluación de la pertinencia de la terapia de pareja o de la terapia
individual. Cuando se establece la terapia conjunta, es importante la
definición del problema exento a las personas y concentrado en la relación.
Dependiendo del tipo de juego, se definirá la importancia de recurrir a la
búsqueda de los esquemas personales y su historia para comprender la conjunción
que la pareja hace de los mismos en la construcción irracional del concepto de
amor. El trabajo terapéutico se concentrará en la deconstrucción de dicha idea
forjada a través de los mitos personales y familiares para establecer con la
pareja la construcción de un concepto más saludable para discernir la
posibilidad de la reconciliación o la ruptura.
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