El absurdo y la irreverencia en psicoterapia sistémica
Por: Bismarck Pinto T., Ph.D.
El
sentido de la vida es el suicidio
Albert
Camus
H
|
ace algunos años atendí
a una señora que estaba viviendo un proceso de divorcio tormentoso, el esposo
había ganado la tenencia de los hijos y prácticamente estaba dejándola en la
calle. En una sesión llegó a mi consulta agobiada y me contó que durante el fin
de semana había pensado seriamente en suicidarse. Le pedí que se pusiera de
pie, yo hice lo mismo, lloró profusamente apoyando su cabeza en mi hombro
mientras la abrazaba. Cuando se dio una pausa para seguir llorando, le dije al
oído: “te felicito”, tomé asiento, mientras ella me contemplaba atónita, luego
me preguntó por el motivo de mi felicitación, le respondí: “¡Al fin te diste
cuenta que tu vida te pertenece!”.
El suicida se confronta
con una situación paradójica, toma la decisión de quitarse la vida cuando se
percata de la posibilidad de hacer con su vida lo que le venga en gana. El gran
novelista argelino Albert Camus, nos
confronta con el absurdo de la vida en dos obras notables: El extranjero y el Mito de
Sísifo. Escribe en la introducción de la segunda: “No hay más que un
problema filosófico verdaderamente serio, y ese es el suicidio”. Camus es crítico
como Kafka de la vida rutinaria,
cuando el sentido es recibir el salario para poder sobrevivir sin despertar a
la existencia, conlleva a una vida anodina, marcada por los parámetros
establecidos en un entorno incuestionable, hasta que desesperamos.
El enfoque sistémico de
la familia ha permitido comprender que la expresión de un síntoma en uno de sus
miembros es una denuncia de la situación relacional absurda existente en los
vínculos familiares. Cuando los mitos familiares se han impuesto a la necesidad
de libertad de sus miembros, los componentes dela familia se encuentran
absortos en el cumplimiento de sus delegaciones en vez de valorar la singularidad
personal. La propia familia es una institución cuya finalidad es favorecer la
emancipación de sus componentes, sin embargo en la disfuncionalidad la
institución se hace más importante que las personas.
El reclamo no se
escucha porque contradice el sentido del sistema familiar dirigido a la
perpetuidad de los mitos. Al no ser escuchado, se organiza el síntoma como
recurso de conmoción. Sin embargo la familia asume al portador como un
transgresor y lo define como enfermo. La demanda inicial de la familia en
terapia es: ¡haga que esta persona se calle!
Es devastador el
despertar. Es preferible mantener los ojos cerrados para no desesperar. Asumir
lo establecido como la realidad, convertir la vida en un sinsentido, cumplir
las normas sometiéndonos a los referentes de realización. Parafraseando a Heidegger: hemos sido arrojados a un
mundo absurdo. De lo que se trata es de darle sentido al sinsentido.
Watts escribió: la vida es un juego, cuya principal regla
es: esto no es un juego. Estamos inmersos en juegos, ganar y perder ofrecen
la posibilidad de reducir nuestra incertidumbre, hacer las cosas sin
cuestionarlas. Así pasa con muchas actividades, la necesidad inicial a dado
lugar a que sea más importante la formalidad, la solución se ha vuelto el
problema. Por ejemplo, las tareas escolares. Se supone que su función es
afianzar el aprendizaje, pero se ha perdido su sentido, convirtiéndose en el
fin, se evalúa la tarea y no el aprendizaje.
La historia de la
corbata es un ejemplo gracioso. Resulta que los soldados franceses durante el
reinado de Luis XIII para protegerse del frío imitaron a los militares croatas
que usaban un pañuelo anudado alrededor de sus gargantas, alrededor de 1650
Luis XIV la instaura para el uso de sus cortesanos, generando entre ellos una
competencia por quién la lucía más bonita. Será en el siglo XIX cuando la
corbata se instala como una prenda de vestir masculina en Europa. Su forma
actual fue diseñada en 1926 por Jesse Lagsdorf. ¿No es una prenda de vestir que
perdió su sentido original? Era como una chalina, ahora es un adorno.
Muchísimas actividades humanas comenzaron con una intención de resolver un
problema y luego se transformaron en costumbre.
El efecto más
lamentable es la burocracia, fundamentada en la desconfianza, un papel
certifica la autenticidad de otro papel, los procedimientos en su afán de
facilitar la organización suelen complicarla. Lo planteaba Russell: una sociedad desarrollada es aquella cuya base es la
confianza. A mayor burocracia, menor es la confianza. Etimológicamente proviene
del francés bureaucratie, palabra
instalada en el siglo XIX, significa “el
gobierno del escritorio”, tiene que ver con las delegaciones de funciones y
con ellas la necesidad de los papeles. Hasta después de muertos necesitamos
certificado de defunción para confirmar nuestro deceso. En nuestro país existe el título en provisión
nacional, se lo utiliza para certificar la veracidad del diploma académico, lo
interesante es que el papel que legaliza nuestro título profesional es más
importante que el académico.
Sabemos de la
importancia de la legitimación en el desarrollo del sí mismo, sin ella no
podemos configurar nuestra identidad, es un proceso relacional afectivo. Sin
embargo la legitimidad social no se fundamenta en el afecto, sino en el
cumplimiento de los roles establecidos por ella para la consecución de los
logros definidos por las instituciones. Sólo se es si se ha cumplido el rol
establecido.
Etimológicamente la
palabra absurdo hace referencia a lo disonante, sin embargo se ha insertado en
lo cotidiano como aquello sin sentido que da sentido a las actividades humanas.
Es la regulación de lo cotidiano sin posibilidad de cuestionamiento. Es el mundo 3 de Popper, la realidad humana conformada por regulaciones, juegos que
perdieron su condición lúdica. El mundo 3 es un conocimiento dispensable del
conocedor, está ahí, no requiere reflexión para existir. Su calidad
incuestionable lo hace un mundo imperativo, su fundamentación es la lógica, así
su existencia se justifica. Es un mundo autónomo.
El sustento de ese
mundo es el mito. Esto es, la mentira verdadera. Veamos por ejemplo al
matrimonio. Institución instaurada por los romanos para generar hijos legítimos
asegurándose la herencia de las propiedades de sus padres, servía además para
justificar uniones políticas o económicas. Con San Pablo recién fue asociado al
vínculo amoroso de la pareja.
El amor que es
fundamental para la conciencia del sí mismo, ha sido insertado dentro del
matrimonio, las parejas deben luchar para que el amor sobreviva, en muchos
casos sucumbe ante las presiones absurdas para la convivencia. Quizás este sea
el ejemplo más lamentable de la supremacía de lo convencional sobre la
libertad, es como que a la sociedad no le conviniera la manifestación revolucionaria
del amor. La mayoría de las parejas deciden casarse enamoradas, sin percatarse
que el matrimonio es el cementerio del amor. La generación de parejas actual ha
tomado conciencia de los riegos asociados con el casamiento, postergándolo, en
muchos casos indefinidamente.
Yo me refiero a dos
tipos de terapia de pareja: la terapia matrimonial y la terapia conyugal. La
primera tiene que ver con la organización de la convivencia, la segunda con la
sobrevivencia del amor. Son dos clases distintas de interacción: del absurdo a
lo esencial.
En las estructuras
familiares disfuncionales no existe conciencia del absurdo, es más, se lo
considera una realidad indiscutible. Los hijos llegan al seno familiar donde
les espera la sustracción silenciosa de su esencia, acomodándolos en funciones
ajenas a sus roles de hijos, deberán proteger a sus padres otorgándoles la
seguridad de su realización sin percatarse que ello acarrea el sacrificio de su
propia existencia, en el afán de ser reconocidos por el cumplimiento de sus
delegaciones.
El o la psicoterapeuta
pueden develar la miseria del sentido de la existencia en esas familias, sin
embargo no pueden afrontar sus juegos porque son incapaces de asumir la
poquedad de sus metas, porque no soportan el vacío infame inmerso en la
búsqueda insensata del éxito y el reconocimiento. Cuando algún hijo traiciona
la expectativa de la familia es negado su reclamo, aduciendo insania. Muchas
veces el sistema de salud mental (que nos incluye) fomenta la consolidación del
trastorno, en lugar de atender al grito desesperado de la insatisfacción con lo
absurdo.
Existe un concepto
interesante desarrollado por Bolívar
Echeverría: el ethos barroco,
hace referencia a la tendencia en Latinoamérica de “maquillar” la pobreza.
Vivimos de las apariencias, importa el prestigio antes que la realización
personal. El mestizaje escondió nuestros orígenes, la fiesta gobierna el
sentido cotidiano, no se trata de divertirnos, sino de ostentar, de tal manera
que las familias se aglutinan alrededor de los mitos sociales, todo se permite
para conseguir poder, porque desde el gobierno de los demás se existe.
La banalidad del
absurdo proporciona la concisión para la legitimidad de existir. Imponente
paradoja: dejar de ser para ser. El ethos
barroco, establece el único derrotero para el reconocimiento. Quien rechaza
los mandatos oficiales y no los cumple: es un desertor. Enarbolando la
vergüenza de la familia, estas personas son llevadas a la consulta psicológica.
El psicoterapeuta barroco es aquél funcionario responsable por el ajustamiento
de los desertores, acalla la voz de quien denuncia la chabacanería de las
exigencias absurdas.
En psicoterapia
sistémica, develamos los juegos políticos y las incongruencias semánticas, nos
interesa el trasfondo de los juegos, la confrontación con el vacío y la
renovación de la identidad de los pacientes a través del contacto temerario con
aquello perdido y olvidado: el sí mismo.
El sí mismo es la
entidad invisible resultante de las interacciones afectivas con las personas
significativas. Promovido inicialmente por el estilo de apego y reactivado
posteriormente en las relaciones amorosas. Se trata de la conciencia de poder
ser en cualquier entorno, es la trascendencia de la persona a pesar de la
inmanencia de las condiciones definidas por los estratos de las estructuras
sociales. Es la flor capaz de nacer en medio del asfalto. Es como si la
resiliencia dejó de ser excepcional para convertirse en indispensable para
existir en un entorno donde no conviene la existencia.
El sí mismo sólo se
manifiesta en entornos de libertad, donde la persona puede asumir la
responsabilidad por el destino de su existencia, de ahí que la psicoterapia es
escandalosa, porque remueve las estructuras absurdas para permitir el
surgimiento de la persona. Apropiarse de la vida significa asumir la libertad
de decisión, aunque ésta sea la idea del suicidio, conmoviendo de esa forma a
las máscaras asidas a la piel, porque necesitan de la vida para evitarla: “¡no
vivirás!”.
La irreverencia es la
actitud reveladora adoptada por los terapeutas sistémicos. Cuestiona, confronta
y provoca. Arranca la máscara sin piedad, dejando la piel desnuda al sol,
deslumbra, conmueve y desespera. Las personas deben dejar de ser pacientes,
abandonar el sufrimiento ceñido al absurdo para mirarse a sí mismas sin
máscaras. El síntoma fue un refugio, al salir de él la persona
indefectiblemente se precipita al vacío, la desolación es inmensa, al fin podrá
contemplar la nimiedad de su existencia, alertándose ante la inminencia de la
muerte como la única certeza humana, lo cual conlleva la urgencia de la vida,
en la última paradoja existencia: saber que somos mortales para entregarnos a
la efímera vida.
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