martes, 22 de octubre de 2013

Amorcito, y ahora…¿qué hacemos con el amor?




Según datos del Instituto Nacional de Estadísticas, en 1990 se registraron 40322 matrimonios, durante el 2009 ocurrieron 25470. Por otra parte el 2011 se registraron 5877 divorcios, en Bolivia se ejecutan dieciséis divorcios al día.
Estos datos señalan que existe una disminución en el interés de las parejas para contraer matrimonio. Hace dos décadas las parejas sabían cuál era el destino de su amor: casarse. Hoy se ha perdido ese sentido. Algunas parejas deciden romper el vínculo antes que dirigir sus pasos al altar, otras establecen noviazgos interminables, y algunas deciden la convivencia en vez del matrimonio.
Casarse es establecer un vínculo amoroso con la aprobación de la sociedad y de Dios. Por eso es que se establece el matrimonio civil y el religioso, el primero consolida los derechos y deberes conyugales según las pautas de las leyes imperantes, el segundo sella el lazo amoroso ante las normas establecidas por la religión que profesan los cónyuges. Ambos lo que hacen es afirmar socialmente el compromiso de lealtad y de consolidación eterna de la relación de pareja.
La palabra matrimonio tiene su origen en el latín y quiere decir “lugar de la madre”, porque será en el espacio marital que los hijos podrán reconocerse como legítimos de la pareja. La palabra esposo/esposa, de origen griego (sponsus/sponsas) significaba “hacer un acuerdo”, hace pues alusión a la promesa del acuerdo conyugal para vivir juntos para siempre. Marido del latín maritus, hace referencia a “hombre” en el sentido de que la persona dejó de ser niño.
El matrimonio es una etapa del ciclo vital en la que los hijos dejan de ser tales para asumir la responsabilidad de construir una nueva familia. Recién es posible reconocer las diferencias en la convivencia, asumir la necesidad de adaptarse a ella y también aprender a negociar ante los impases.
Muy poco o casi nada saben el uno del otro durante el noviazgo, puesto que ninguno tiene que pelear por la prevalencia de sus valores. El matrimonio exige competencias de supervivencia y de adaptación a la convivencia. No existe relación entre la capacidad de amar y la capacidad de coexistencia. Es probable que los jóvenes novios consideren la posibilidad de evaluar la predictibilidad de éxito matrimonial antes de concretarse la convivencia.
No existe forma de asegurar la viabilidad de un matrimonio feliz antes de contraerlo. Si bien los niveles de pasión y de intimidad pueden fortalecerse durante el noviazgo, el matrimonio exige una renovación de los mismos puesto que las actividades cotidianas conllevan la aparición de la fatiga y el estrés, factores que indudablemente afectarán a la sexualidad y a la intimidad.
El casarse implica la formación de una nueva familia, la llegada de los hijos y las necesidades económicas requieren una organización empresarial sólida entre los esposos, si bien el amor puede fomentar positivamente las habilidades de negociación, comunicación y afrontamiento de problemas, no es suficiente para la eficacia del matrimonio. La nueva familia obliga a:
1.       la postergación de la realización personal debido a que la pareja debe asumir responsabilidades económicas para mantener el hogar y la educación de los niños.
2.       el establecimiento de límites con la familia de origen para concretar la formación de valores sinérgicos entre ambos cónyuges que determinarán los criterios de relacionamiento conyugal y los parámetros de educación de los hijos.
3.       el delimitar los vínculos con las amistades personales y la formación de amigos comunes a la pareja.
4.       la renuncia tácita a vínculos amorosos sexuales y/o afectivos con otras personas, estableciendo fidelidad perenne con la pareja.
5.       el abandono de la vida de solteros para concretar un estilo de vida matrimonial.
Es probable que los jóvenes teman abandonar sus metas personales porque intuyen que el matrimonio les obligará a plantear metas con su pareja. A la par de abandonar la casa de la familia de origen. Es interesante comprobar que en Europa los hijos se resisten a abandonar a sus padres debido a la crisis económica, por lo que es más seguro mantenerse dependientes que correr el riesgo del desempleo fuera de casa.
En nuestro país se está viviendo intensamente el proceso de emancipación femenina: las mujeres no quieren depender de los hombres. Por ello es que se presentan más crisis matrimoniales, además menos motivación para la maternidad y el matrimonio en las jóvenes.
Ya no está escrito que por el solo hecho de haber nacido mujer el destino es ser madre y esposa. Las mujeres se han rebelado contra el modelo paternalista y promueven como prioridad su autorrealización, motivo por el que es preferible la postergación del matrimonio. Los varones no hemos sido preparados para esta revolución femenina, mantenemos los moldes familiares machistas y el estereotipo maternal de la mujer. Cuando emerge la emancipación femenina durante el matrimonio, los esposos entramos en crisis, no tenemos los recursos para hacernos cargo del hogar. En los casos más lamentables, los hombres recurren a la violencia o al chantaje para mantener a la madre-esposa con ellos.
Las jóvenes de las familias violentas han vivido años contemplando la brutalidad de sus padres, por lo que esa experiencia se instaura una base sólida para evitar el matrimonio. Por lo tanto la integración de la necesidad de emancipación y la mala fama del matrimonio, derivan en el rechazo a la concreción de una familia.
Consecuencia de estas crisis es la desorientación de las parejas jóvenes, todos los días después de mirarse el uno al otro, se dicen: “amorcito…y ahora, ¿qué hacemos con nuestro amor?”. El amor se estaciona en el presente, los amantes no saben qué destino darle a su relación, deviene la desesperanza y la monotonía que suele pronosticar el final del vínculo y el anuncio de uno nuevo que tampoco sabrá a dónde ir.

miércoles, 9 de octubre de 2013

PARA QUE EL AMOR SOBREVIVA EN EL MATRIMONIO






Lo he dicho y escrito, el matrimonio es uno de los más mortales enemigos del amor. Sucede que el matrimonio es una institución social, el amor en cambio es una realidad construida por dos personas. El amor esencialmente es transgresor, los amantes reconocen que están inmersos en una sociedad definida por convenios arbitrarios, descubren que para ser felices es suficiente estar juntos independientemente a las condiciones históricas y económicas de su entorno. Por eso es que se hace comprensible que podamos amar a cualquiera, pero no deberíamos casarnos con cualquiera.
El amor exige la entrega total al ser amado, el matrimonio exige sobrevivir al ser amado. Es que nos casamos con un extraño, alguien que pertenece a otra familia, en algunas circunstancias a otra cultura, es de otro sexo, tiene otra historia, lo descubriremos en la convivencia. Lamentablemente esa convivencia está definida por el juego social: trabajar para tener dinero con el cual pagar el alquiler, comprar muebles, ropa, comida, transporte, etcétera. Y para esas exigencias el amor es insuficiente pero fundamental.
Insuficiente porque el alquiler se paga con dinero no con los besos que nos damos. Fundamental porque urge adaptarnos al otro y si no lo amamos: colapsamos. Es triste afirmar que puede haber un buen matrimonio sin amor, pero es cierto, porque para ser esposos se necesita saber negociar para construir una familia y criar a los hijos.
La primera en abandonar la casa es la pasión, porque los esposos trabajan y se cansan y se estresan…¿quién puede mantener una actividad sexual desenfrenada después de un tiempo completo en el trabajo y tiempo parcial en la casa? Eso explica el uso del sildenafilo (Viagra) por usuarios ejecutivos jóvenes y los “dolores de cabeza” en las esposas de los sildenafilófilos.
Según Helen Fisher[1] la pasión no aguanta más de cuatro años de matrimonio, y el amor en muchos casos ni se presenta, en otros patalea un tiempo hasta morir. Es que el amor es como una plantita delicada que requiere ser cuidada todos los días, un pulgón puede ser el anuncio de un desastre. Los requerimientos del matrimonio hacen que los amantes se olviden del amor. Este es un escenario preocupante, pues ha derivado en que la nueva generación de amantes evite contraer nupcias, porque intuyen que al casarse serán devorados por las obligaciones. ¿Qué hacer para que el amor venza al matrimonio?
Existen amores que han sobrevivido a la crueldad del casamiento, ¿qué han hecho esos amantes para que el amor no se muera? Pues bien, estas son las claves:
Primera: asumir que tu pareja es lo más importante de tu vida. Es una decisión que requiere trascender a los mandatos biológicos de la procreación indiscriminada, nuestro organismo está hecho para la infidelidad sexual, le interesa tener hijitos en cualquiera, donde sea y como sea. Felizmente somos humanos y no gorilas, el amor se impone al impulso sociosexual. Decides tratar a tu pareja como una reina o como un rey, es la persona que elegiste no es casualidad, por lo tanto debes hacer todo lo posible por apoyarla, aceptarla como es sin intentar cambiarla y conquistarla todos los días por el resto de tu vida, no hay tiempo para otra persona, ella te espera con los brazos abiertos, invertiste toda una vida en ese amor, abrázala porque puede dejar de amarte cualquier rato y tiene derecho. Todos los días piensa en ella, todos los días dale algo más de ti, deja que cuide tu amor, le pertenece, se lo entregaste no tienes derecho a andar por ahí repartiéndolo en quienes no son parte de esta maravillosa historia.
Segunda: construye fronteras. Toda buena relación produce envidia, mientras mejor te sientas con tu pareja alguien estará poniéndole alfileres a un muñeco de trapo que los representa. Pon fronteras, tu familia de origen es una accidente, tu matrimonio una decisión. Tus padres ya son lo suficientemente grandecitos para hacerse cargo de ellos mismos y no eres papá ni mamá de tus hermanos. Asume tu desvinculación con alegría, los padres que aman dejan partir, lo cual no significa que no dejes de estar  pendiente de ellos, los seguirás queriendo pero no dejarás que se conviertan en más importantes que tu relación amorosa. Haz lo mismo con los amigos, ellos y ellas no pueden ser más importantes que tu pareja. A los hijos hay que darles su lugar, al inicio exigirán mucho de los dos, ambos deben encontrar formas para darse “escapaditas” y cuando menos lo esperes ya no te necesitarán.
Tercera: pelea de manera racional. Como vivirás por el resto de los días con un extraño necesitas asumir que deberás defender tus derechos, negocia cuando sea posible y pelea por aquello que no merece la pena perder, pero hazlo sin ofender, sin agredir, sin manipular. La ley del amor es la reciprocidad, si en una ocasión ganas tú, en la otra ganará ella. Es muy importante no pelear cuando estamos enojados, la furia enceguece los ojos delicados del amor y enaltece al orgullo. Recuerda que no importa si tienes o no razón, si te pillas en una discusión de ese estilo no es parte del amor, es parte de la lucha de poder, cierra la boca, retírate del lugar, reflexiona, y conversa cuando la ira se haya pasado.
Cuarta: planes para todos los días. El amor es un entusiasta de los sueños, los empuja, los realiza. Por eso que la palabra que más se debe escuchar en el matrimonio es “nosotros”. Hacer planes para todos los días, propósitos a corto plazo y otros a largo plazo, sueños compartidos, no hay cosa más deliciosa en este mundo cuando los realizas. Y lo que hace eso es que dan ganas de volver a soñar, luego se toman de la mano mientras contemplan la meta que alcanzaron, son los orgasmos existenciales compartidos.
Quinta: dar rienda suelta a la ternura. Hoy sabemos que el amor activa nuestro estilo de apego, es decir nuestra manera de buscar protección. Por eso en la relación amorosa además de la presencia de la locura de la pasión está la serenidad del sentirse bien con el otro. Di cuánto lo amas, acaricia su alma con la dulzura de tus ojos, consuélalo aunque no comprendas el porqué de su tristeza, alégrate por sus alegrías aunque no sepas muy bien de qué se trata, acompáñalo sin saber a dónde te lleva, entrégate porque confías en que sabrá cuidar de ti. Anímate a mostrar tus debilidades, a buscar su consuelo, porque amar no solamente es dar sino también saber recibir.
Sexta: mirar juntos hacia Dios. Sea cual sea tu credo, Dios es amor, orar juntos es maravilloso, es conocer por un instante el rostro sagrado del creador. Déjense abrazar por Él, en ese silencio místico de las miradas furtivas, al llegar del trabajo, antes de dormir, al despertar, al tomarnos de la mano cuando tenemos que enfrentar una desgracia o una alegría, en todos esos silencios está la calidez de Dios. La gente feliz es gente de fe, a los amantes les urge anunciar su amor, que es lo mismo que decir: ¡Dios existe está entre nosotros dos!


[1] Fisher, H. (1994) Anatomía del amor: Historia natural de la monogamia, el adulterio y el divorcio. Barcelona: Anagrama.

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Coacción sexual, hormonas y tratamiento psicológico

Por: Dr. Bismarck Pinto Tapia

 1. Introducción 

Se entiende por coacción sexual a cualquier acción violenta que involucre aspectos sexuales desagradables para la víctima, aunque también supone la subyugación por parte del agresor a través del uso de la fuerza o por la amenaza (Mardorossian, 2002, Rathus, Nevid y Fichner- Rathus, 2005). La Organización Panamericana de la Salud (2003) estableció que se debe entender por violencia sexual a “todo acto sexual, la tentativa de consumar un acto sexual, los comentarios o insinuaciones sexuales no deseados, o las acciones para comercializar o utilizar de cualquier otro modo la sexualidad de una persona mediante coacción por otra persona, independiente de la relación de esta con la víctima, en cualquier ámbito, incluidos el hogar y el lugar de trabajo” (p. 161). El abuso sexual es una forma de violencia que atenta contra la integridad física, y psicológica de la víctima. Por ello, un abuso sexual constituye un acto sexual impuesto a un/a menor que carece del desarrollo emocional, madurativo y cognoscitivo para consentir en dicha actividad (Echeburúa, De Corral, Amor, 1997). Se deben considerar tres aspectos a la hora de establecer la presencia de abuso sexual: la asimetría de edad, el tipo de estrategias de coerción y el tipo de conductas sexuales (Lameiras, Carrera y Failde, 2008). El primer criterio hace referencia a que el agresor es una persona adolescente, adulto o anciano y el otro es un/a menor. El segundo criterio relacionado con las estrategias de manipulación a las que se somete al menor, entrañan engaños, presiones y chantajes. El tercer criterio implica todas las formas de conducta sexual con o sin contacto corporal, incluyendo contacto anal, genital u oral, caricias sexuales, peticiones sexuales pornografía o exhibicionismo (O´Donohuey Geer, 1992). Si partimos de que violencia es la imposición de la voluntad de una persona sobre otra (Laughlin y Warner, 2009), el abuso sexual es una forma de violencia, donde la genitalidad se presenta como un elemento añadido. Las personas que han sido víctima de abuso sexual no consideran haber tenido una experiencia sexual, sino una vivencia de terror ante la posibilidad de morir (Pereda, 2009). Es un error considerar al abuso sexual como un comportamiento sexual. La sexualidad implica necesariamente la interacción placentera entre personas responsables (Masters y Johnson, 1966; Lazarus, 1988). Si no existe libertad de decisión no es posible el placer, y sin placer no se puede hablar de sexualidad. Las agresiones sexuales infantiles son una experiencia traumática con repercusiones negativas en la salud mental de quienes las padecen (Echeburúa y De Corral, 2006). La prevalencia del abuso sexual contra mujeres es superior a la agresión contra varones, por ejemplo en un estudio sobre mujeres universitarias que fueron agredidas sexualmente en algún momento de su vida, se encontró que 15% lo había sido (Koss, Gidycz y Wiesniewski, 1987). No se trata pues, de una experiencia sexual, la víctima se referirá a ella como a un evento traumático asociado a la violencia que afecta sobre todo a la imagen de sí mismo/a, desarrollando mecanismos para afrontar la vida ceñidos en el evento violento (Kamsler, 2002)

 2. Perfil del agresor sexual 

¿Qué lleva a que una persona se comporte como un agresor sexual? Su perfil señala mayor probabilidad de varones que mujeres (80 a 92%) sobre todo cuando la víctima es mujer (González, Martínez, Leyton y Bardi, 2004). En un estudio efectuado en prisioneros de la cárcel de Pereiro de Aguiar (España) se encontró que los delincuentes sexuales de mujeres adultas presentan más síntomas de hostilidad, mientras que en los abusadores de menores se detectan más síntomas de ansiedad fóbica (Castro, López y Sueiro, 2009). El ofensor sexual tampoco se enmarca dentro de los cánones esperados del placer sexual, sino que lo reforzador es la sensación de poder y control (Madanes, 1993, Rambo, 2009). La conducta violenta no debe ser reducida a la respuesta sexual del agresor porque importa el contexto relacional donde se produce. La víctima se siente traicionada porque fue engañada por alguien en quien confiaba ya que la mayoría de agresores/as pertenecen al entorno cercano de la víctima, como por ejemplo en un estudio llevado a cabo en Chile se indica que las personas que perpetraron el acto criminal fueron: figuras paternas (38,04%), miembros de la familia extensa (29,19%) o conocidos de la víctima (17,70%) (En: Lameiras, Carrera y Failde, 2008) datos que coinciden con estadísticas internacionales (May-Chahl, y Cawson, 2005). ¿El agresor sexual responde necesariamente a un perfil de personalidad? El estudio de Maffioleti y Rutte (2008) plantea un rotundo no, porque los datos que obtuvieron en una muestra de 70 ofensores sexuales en Chile muestran que no es posible identificar factores psicosociales ni de personalidad que por sí solos sean típicos de los agresores sexuales. Si bien es posible identificar una falta en el control de los impulsos, eso no significa que los agresores sexuales no hayan podido adaptarse al medio en el que vivían antes de manifestar la conducta violenta.

3. Etiología hormonal y su tratamiento 

Si los determinantes de la agresión sexual no se refieren necesariamente a un prototipo de personalidad, el otro factor en juego es el biológico. Marshal (2001) señala que pocos estudios han encontrado una relación significativa entre la presencia de una hormona (eventualmente la testosterona) con los delitos sexuales, los que sí encontraron alguna relación la establecen entre el 5 al 15%. Dabbs es uno de los más interesados en el estudio de la testosterona y su relación con el comportamiento humano, después de muchas investigaciones y revisiones de artículos científicos sobre el tema, concluye que es evidente que la testosterona se relaciona con el comportamiento sexual pero que la relación no es precisamente clara (Dabbs, 2002, pág. 121). Dabbs, Carr, Frady y Riad (1995) revisan los niveles de testosterona en setecientos reclusos estadounidenses y obtiene “registros atemorizantes” en aquellos con más altos niveles de testosterona, pues eran autores de crímenes crueles (violación, abuso infantil, homicidio, asalto y robo). Estos reclusos estaban involucrados en comportamientos destructores y combativos dentro del penal, los guardias los identificaban con los más peligrosos. Uno de cada veinte prisioneros es mujer, por lo que Dabbs, Ruback, Frady, Hooper y Sgoutas (1988) sus colaboradores investigan el nivel de testosterona de 171 prisioneras, encontrando una relación significativa entre los niveles altos de testosterona y el crimen violento. Dabbs indica, por ejemplo, que tanto los varones con altos niveles de testosterona como aquellos con bajos manifiestan satisfacción en su vida sexual. Lo más significativo tiene que ver con que los varones con niveles de testosterona superiores al promedio manifiestan mayor variabilidad en su vida sexual (ob.cit.) Podemos concluir entonces, que la testosterona se relaciona con el comportamiento violento pero que no es posible aseverar lo mismo en relación al comportamiento sexual. Se han planteado como alternativas de prevención la castración quirúrgica y la inhibición de la testosterona. La primera es una operación irreversible, mientras que la segunda es reversible (Rösler y Witztum, 1998) Se ha usado la Depo-Provera (una forma sintética de la progesterona) para inhibir la producción de testosterona, es lo que se denomina “castración química”. Lemonick (1997) plantea que los estudios europeos acerca de la eficacia del método en la disminución del crimen deben ser revisados debido a que las personas sometidas a la Depo-Provera fueron criminales voluntarios para ser castrados, lo que las convierte en personas inusuales. “Cuando la castración química funciona, lo hace al disminuir la violencia general de un recluso más que disminuir su interés en el sexo” (Debbs, ob.cit., pág. 121). Otro problema en la elaboración de conclusiones sobre la testosterona y su influencia en el comportamiento sexual es que esta hormona incrementa la frecuencia de relaciones sexuales, pero a su vez, las relaciones sexuales incrementan la producción de la testosterona. ¿Qué es primero, el huevo o la gallina? Aún más, la anticipación del comportamiento sexual incrementa la testosterona (Debbs, ob.cit.). Por su parte, Fitzgerald (1990) promueve el uso de la Medroxiprogesterona acetato (MPA) como un recurso idóneo para la disminución del crimen puesto que disminuye el deseo sexual del agresor sexual permitiéndole seguir con el programa terapéutico de rehabilitación, además que no viola la integridad del acusado al no generarle ningún daño cruel. Guimón (2007) expresa que la mayor dificultad en la aplicación de los inhibidores de la testosterona es que resulta difícil diferenciar la parafilia o variación sexual atípica (ejemplo: sado masoquismo, voyeurismo, fetichismo, etc.) de la agresión sexual, principalmente porque su definición ha sido distinta en la historia y culturas. Es imprescindible diferenciar el deseo “desviado” del parafílico del impulso incontrolable del ofensor sexual. Las características del agresor sexual pueden referirse a perfiles parafílicos, trastornos de personalidad, trastornos de ansiedad o psicopatologías graves. Malamuth (2003) plantea que la conducta coercitiva sexual se presenta en una amplia gama de personalidades, en las que se superponen los rasgos de distintos cuadros psicopatológicos; los criminales y los no criminales poseen – a pesar del sentido común- características similares. En otro estudio, el mismo autor encontró que en los criminales sexuales el interés por la pornografía es un factor que incrementa la probabilidad de la acción sexual delictiva, sin embargo no todos los consumidores de material pornográfico son agresores sexuales (Vega y Malamuth, (2007). También se estableció que los agresores sexuales cometieron a menudo otros varios actos antisociales además de la agresión sexual, mientras que los no criminales presentaban indicadores de personalidad antisocial pero que nunca derivó en conductas sexuales violentas (Vega y Malamuth, ob.cit.). La directora del Instituto de Psicología Forense de Granada (España) ha manifestado que “la mayoría de los violadores no tienen un problema sexual, sino que utilizan la agresión sexual como medio para expresar su violencia” (En: Smik, 2010). Por lo tanto, el tratamiento hormonal sólo se aplica a aquellos delincuentes sexuales que poseen patrones sexuales anormales, según las estadísticas, al 10% de los agresores sexuales, para el resto lo mejor es la psicoterapia dirigida a resolver los problemas de hostilidad, control de impulsos y baja autoestima (Smik, ob.cit.). A pesar de no haberse resuelto la polémica en relación al uso de los inhibidores de la testosterona, la provincia de Mendoza en la Argentina procedió con su aplicación debido principalmente al argumento de la reincidencia de los violadores, aunque estos criminales no tienen la obligación de someterse a este programa pero quienes se nieguen perderán la posibilidad de reducir sus condenas y de obtener libertad condicional (Smik, 2010b). Estudios realizados en Estados Unidos, España y Francia demuestran que la reincidencia de violaciones disminuye en 60% (Smik, ob.cit.). Sin embargo la inhibición de la testosterona no afecta otros aspectos de la coacción sexual como el deseo de amenazar al otro. Por otra parte, se presentan efectos secundarios (v.g., crecimiento del vello corporal, acné crónico). En Francia se vio que después de tres a cuatro semanas los niveles de testosterona se volvían a equilibrar luego del tratamiento con inhibidores, para después presentarse una disminución notable del deseo sexual (Lissardy, 2009). El uso de inhibidores hormonales no es suficiente en el tratamiento de los agresores sexuales (Briken, Hill y Berner, 2003). Olver y Wong (2009) investigan la eficacia de los programas terapéuticos aplicados a 156 prisioneros diagnosticados como psicópatas en cárceles federales de los Estados Unidos, encontrando que en general, los resultados sugieren que, dada las intervenciones de tratamiento apropiadas, los delincuentes sexuales con importantes rasgos psicopáticos pueden mantenerse en un programa de tratamiento institucional y las mejoras pueden reducir el riesgo tanto para la reincidencia sexual y violencia. El senado Francés presentó un estudio donde se refiere que en Alemania, Bélgica, Dinamarca, España, Gran Bretaña y Suecia el tratamiento puede aplicarse a ciertos delincuentes si lo aceptan voluntariamente. Sin embargo, hubo oposición al planteamiento francés, principalmente porque se está atentando contra los derechos humanos. Se plantea la decisión voluntaria del recluso al mismo tiempo que se la amenaza con la pérdida de ciertos beneficios. Finalmente, se considera el proyecto como una medida política que no considera los factores sociales inmersos en la problemática (Lissardy, ob.cit.).

 4. El enfoque ecosistémico 

Partiendo de que la probabilidad de coacción sexual es mayor entre miembros de la familia, el problema debería considerar los factores familiares responsables. Perrone (1997) plantea que el abuso sexual en las familias reconstituidas y las monoparentales son las que tienen más probabilidades de fomentar contextos de coacción. El padre por lo general responde al siguiente perfil: reservado, poco asertivo, con vínculos relacionales pseudo igualitaristas o bien se sitúa en el otro extremo: violento con rasgos sádico-depredadores. La madre suele responder al siguiente perfil: inmadura, ambivalente, defensora de la unión familiar, niegan aquello que contradice su visión de familia y justifican todo lo que lo confirma (Perrone, ob,cit.) Linares (2002) valora los estudios acerca de los trastornos de apego y los enfoques ecosistémicos en la relación con la coacción sexual. Señala que los criminales sexuales pueden ser carentes de emociones inhibitorias y los desprovistos de una ley social de prohibición. Estos últimos pueden a su vez subdividirse entre los que justifican el abuso y los que fueron criados en contextos que no censuraban explícitamente la actividad sexual coercitiva. Barudy (1998) describe al padre abusador como perteneciente a uno de los dos grupos siguientes: el padre regresivo que vincula su coerción incestuosa con crisis existenciales y el obsesivo pedófilo crónico que tiende más al abuso extrafamiliar. La madre puede pertenecer a uno de tres grupos: aquella que rechaza y niega la presencia del incesto, la que es cómplice indirecta porque comparte aspectos de la visión del mundo del esposo, y la cómplice directa que instiga o participa en la coacción. La familia donde se produce el incesto se caracteriza por su disfuncionalidad ; la misma puede producirse en el ámbito conyugal o parental, o bien no existe armonía en la relación de los esposos o en la función protectora de los padres. Linares (2002) establece tres áreas de maltrato: la triangulación, la deprivación y el caos familiar. La triangulación hace referencia al involucramiento de los hijos en los conflictos conyugales (Pinto, 2005). La deprivación es la consecuencia del deterioro de las funciones parentales, deriva en el desinterés o la hostilidad hacia los hijos. El caos familiar es el resultado de la desorganización conyugal y parental propiciando una familia multiproblemática, donde se producen diversos fenómenos: emigración, precariedad laboral, prostitución, alcoholismo, etc., consecuentes todos ellos con la negligencia en el cuidado de los hijos (Linares, ob.cit.). La coacción sexual se produce en un contexto conformado principalmente por el agresor, la víctima, la familia de la víctima y el entorno social (Laughlin y Warner, 2009). Se trata de un ecosistema social donde el dolor ocasionado por el ofensor sexual no solamente atañe a su víctima sino al entono social. Por ello es imprescindible considerar las secuelas del abuso en los sentimientos de responsabilidad de los componentes sociales involucrados afectivamente con los actores principales del hecho. Existen cuatro dimensiones en la interacción familiar que corresponden al desarrollo emocional y espiritual de los miembros de la familia. En primer lugar se encuentra la dimensión donde las personas se esfuerzan para controlar su propia vida y la de los demás, es un lugar donde los miembros de la familia luchan entre sí para diferenciarse y ganar poder. La segunda dimensión se refiere al deseo de ser amado, se lucha para procurar atención y cuidados. La tercera tiene que ver con la necesidad de amar y proteger a los otros, obliga a establecer límites para no promover la intrusión, a mayor amor recibido más intensa es la necesidad de proteger a quien prodiga dicho amor. La cuarta dimensión se refiere al arrepentimiento y el perdón, es un lugar donde los miembros de la familia están dispuestos a reconocer los errores propios y ajenos, y donde se plantea la necesidad de perdonar (Madanes, 1993) Cuando se presenta el abuso sexual interno a la familia o externo, las cuatro dimensiones de la interacción se ven afectadas. Todos sienten que se ha fracasado en el afán de amar y ser amados, no se ha conseguido proteger por lo que se activa intensamente la cuarta dimensión: la necesidad del arrepentimiento y el perdón. Si no se ha reparado el dolor ocasionado por el abuso, toda la familia y no solamente la víctima sentirán los efectos de la experiencia a largo plazo. Se trata de efectos que lo invaden todo: el sentido de identidad, las relaciones con los demás, el amor, la sexualidad, la relación con los hijos, el trabajo y el equilibrio mental (Bass y Davis, 1995). El dolor del cuerpo es secundario al sufrimiento del espíritu: “…estuvo mal hecho porque provocó un dolor espiritual a la víctima” (Madanes, ob.cit., pág. 65). No importa cuál sea la religión o la cultura de la familia y la víctima, una coacción sexual es una violación del espíritu de la persona, se produce un dolor espiritual que impide la posibilidad de seguir viviendo. El dolor físico tiene un lugar donde duele, el dolor espiritual no. Algo se ha perdido, duele, pero no se sabe qué ni dónde (Boss, 2002). El ofensor sexual por lo general niega su conducta abusiva o culpa a los demás por sus actos. El proceso terapéutico se inicia con la confrontación de su responsabilidad, ayudarlos a comprender los motivos que le llevaron a cometer la conducta violenta, las consecuencias de lo que hicieron en la víctima y en quienes la aman, el efecto y sus propios seres queridos, promover el arrepentimiento y la necesidad de perdón, buscar alternativas para promover la reparación, alentar el desarrollo de mayor estima y respeto (Elms, 2002). Borduin y sus colegas (Borduin, Henggeler, Blaske, y Stein, 1990) mostraron un nivel de efectividad del 12,5% en la aplicación de Terapia Multisistémica (TMS) en relación al 75% de personas que volvieron a ser detenidas por delitos sexuales en tres años de seguimiento. Un segundo estudio, (Borduin, Schaeffer, y Heiblum, 2009) incluyó a 48 menores delincuentes sexuales al azar que fueron sometidos a la TMS. Ocho años y nueve meses después del tratamiento se observó que los participantes fueron significativamente menos propensos que sus contrapartes a cometer delitos sexuales (8% vs 46%) y no sexual (29% vs 58%). Letourneau, Henggeler, Borduin, Schewe, McCart, Chapman, Saldana (2009) presentan un estudio de eficacia donde comparan la TMS adaptada para los menores delincuentes sexuales con los servicios típicos de las previstas para los menores delincuentes sexuales en la juventud estadounidense. Fueron asignados al azar a la TMS 67 jóvenes agresores y al tratamiento habitual 60 adolescentes. Los resultados doce meses después fueron evaluados para identificar la presencia de problemas de comportamiento agresivo sexual. En relación con los jóvenes que recibieron apoyo con TMS se evidencia una reducción significativa en los problemas de comportamiento sexual, delincuencia y consumo de sustancias. Los resultados sugieren que la familia y las intervenciones que recurren a la comunidad, se manifiestan como una promesa considerable para satisfacer las necesidades clínicas de los delincuentes sexuales. El principal problema de la terapia aplicada a los agresores sexuales es la asistencia y llegada al término del tratamiento psicoterapéutico, por ejemplo, Larochelle, Diguer, Laverdière, Gamache, Greenman y Descôteaux, (2010) establecieron que el 40% de cincuenta abusadores sexuales de niños abandonaron un programa de tratamiento cognitivo conductual estimado en 65 sesiones. Luego vieron que aquellos que no cumplieron con el tratamiento respondían a estructuras de personalidad antisociales. Langevin (2006) en un estudio llevado a cabo sobre 778 varones recluidos por abuso sexual, encontró que el 50,6% manifestó interés en la psicoterapia, de los cuales el 42 % asistieron a algún programa de tratamiento psicológico y 13,6 % completaron el programa. Lo que muestra una vez más la pluralidad de factores que inciden en las características de los agresores sexuales. No es posible afirmar tácitamente qué tipo de tratamiento es el más conveniente, puesto que depende de distintas condiciones que no solamente involucran a la personalidad del agresor sino a las circunstancias del hecho. En un estudio llevado a cabo en un centro penitenciario de Madrid, se estudió el efecto de un programa sobre el control de impulsos en 21 prisioneros en comparación con 22 internos que no recibieron el tratamiento. Los resultados determinaron que el grupo experimental tuvo una reincidencia menor que el grupo control (13% vs. 4,5%) (Valencia, Andreu, Mínguez y Labrador, 2008).

 5. Conclusiones 

 Los estudios revisados coinciden en que no todos los ofensores sexuales pueden ser tratados de la misma manera, habrá los que respondan mejor al tratamiento biológico, aquellos que se adecúan para los programas basados en el control de la violencia, los que responden mejor a los tratamientos cognitivo comportamentales y los que se adaptan a las terapias de grupo. La terapia psicológica con enfoque sistémico se ha constituido en el último tiempo como una opción que permite el desarrollo de procesos terapéuticos breves aplicados a diversidad de trastornos. Una de sus aplicaciones es el abuso sexual en el tratamiento de la víctima, el agresor y sus respectivas familias (Madanes, 1993, Rambo, 2009). Los diputados de nuestro país desestimaron la propuesta de implementación de la “castración química” y elevaron la pena para el delito de abuso sexual a treinta años de cárcel. El proyecto debe ser analizado por los senadores (El Diario 17/09/2010) A partir de las consideraciones hechas en este artículo, la recomendación que emerge desde la psicología es que se debe tomar en cuenta la complejidad del problema, y se debe privilegiar los gastos del Estado para beneficiar a las víctimas y sus familias, propiciando espacios de atención psicoterapéutica. Los ofensores sexuales deberán ser sometidos a programas de rehabilitación que tomen en cuenta la singularidad de cada caso. Queda claro que no existe un medio terapéutico único para todos los criminales sexuales, sino que se debe ajustar la medida a la idiosincrasia de los sujetos.

Referencias.

Barudy, J. (1998) El dolor invisible de la infancia. Una lectura ecosistémica del maltrato infantil. Barcelona: Paidós.

Bass, E., Davis, L. (1995) El coraje de sanar. Guía para las mujeres supervivientes de abuso sexual en la infancia. Barcelona: Urano.

Borduin C., Henggeler S., Blaske D., Stein R. (1990) Multisystemic treatment of adolescent sexual offenders. En: International Journal of Offender Therapy and Comparative Criminology. No. 34, págs. 105–113.

Borduin C., Schaeffer C., Heiblum N. (2009) A randomized clinical trial of multisystemic therapy with juvenile sexual offenders: Effects on youth social ecology and criminal activity. En: Journal of Consulting and Clinical Psychology.

Boss, P. (2002) La pérdida ambigua. Barcelona: Gedisa.

Briken, P., Hill, A., & Berner, W. (2003). Pharmacotherapy of paraphilias with longacting agonists of luteinizing hormone-releasing hormone: a systematic review. En: Journal of Clinical Psychiatry. Vol. 6, No 8, págs. 890-897.

Castro, M., López, A., Sueiro, E. (2009) Sintomatología asociada a agresores sexuales en prisión. En: Anales de Psicología del Servicio de Publicaciones de la Universidad de Murcia. Vol. 25, No 1. Págs. 44-51.

Dabbs, J., Ruback, B., Frady, R., Hooper, Ch., Sgoutas, D. (1988) Saliva testosterone and criminal violence among women. En: Personality and individual differences. Vol. 9, págs. 269-275.

Dabbs, J., Carr, T., Frady, R., Riad, J. (1995) Testosterone, crime and misbehavior among 692 male prison inmates. En: Personality and individual differences. Vol. 18, págs. 627-633.

Dabbs, J., Godwin, M. (2000) Héroes, amantes y villanos. México DF: McGraw Hill Interamericana.  Echeburúa, E. , De Corral, P., Amor, P.J. (1997). Características psicopatológicas de los ofensores sexuales. En: Lameiras, M., López, A. (Editores.) (1997) Sexualidad y Salud. La transmisión sexual del VIH y las agresiones sexuales (págs. 165-180). Santiago: Tórculo.

Echeburúa, E., De Corral, P. (2006). Secuelas emocionales en víctimas de abuso sexual en la infancia. En: Cuadernos de Medicina Forense. No 43, Págs. 75-82.

El Diario. Bolivia rechaza la castración química para violadores. El Diario 17 de septiembre del 2010.

Ellis, L., Hoffman,H. (Directores) (1990) Crime in Biological, Social and Moral Contexts. Nueva York: Praeger.

Elms. R. (2002) Hostilidad, apatía y silencio. Cómo ayudar a los adolescentes agresores incitándolos a que modifiquen su conducta. En: Durrant, M., White, Ch. (2002) Terapia del abuso sexual. Barcelona: Gedisa.

Fitzgerald, E. (1990) Chemical Castration: MPA Treatment of the Sexual Offender. En: American Journal of Criminal Law. Vol.:18 No 1, págs. 1-60 • González, E., Martínez, V., Leyton,C. Bardi, A. (2004) Características de los abusadores sexuales. En: Revista de Sociología. Vol. 11, No 1. Págs. 6-1.

Guimón, J. (2007) Controversias en el tratamiento de los agresores sexuales. En: Avances en Salud Mental Relacional. Vol. 6, No 3. Revista Internacional On-Line, en: http://www.psiquiatria.com/revistas/index.php/asmr/article/viewFile/106/93/ 

Kamsler, A. (2002) La formación de la imagen de sí misma. Terapia con mujeres que sufrieron abuso sexual durante la infancia. En: Durant, M., White, Ch. (2002) Terapia del abuso sexual. Barcelona: Gedisa.

Koss M., Gidycz C., Wiesniewski N. (1987) The scope of rape: Incidence and prevalence of sexual aggression and victimization in a national sample of higher education students. En: Journal of Counseling Clinical Psychology No 55, págs. 162-17.

Lameiras, M., Carrera, M. y Failde, J.M. (2008) Abusos sexuales a menores: estado de la cuestión a nivel nacional e internacional. En: Revista d’estudis de la violència. No 6. Universida de Vigo.

Langevin, R. (2006) Acceptance and completion of treatment among sex offenders. En: International journal of offender therapy and comparative criminology. Vol. 50, No 4, págs. 402-417

Larochelle, S., Diguer, L., Laverdière, O, Gamache, D., Greenman, P., Descôteaux, J. (2010) Psychological dimensions of antisocial personality disorder as predictors of psychotherapy noncompletion among sexual offenders. En: Bulletin of the Menninger Clinic. Vol. 74, No 1, págs. 1-28.

Laughlin, M., Warner, K. (2009) Re-componer el yo: un enfoque relacional del tratamiento de los abusos sexuales. En: Green, Sh., Flemons, D. (Compiladores) (2009) Manual de terapia breve sexual. Barcelona: Paidós.

Lazarus, A. (1988) A multimodal perspective on problems of sexual desire. En: Leiblum, S.R.,

Rosen, R. (Compiladores) (1988) Sexual desire disorders. Nueva York: Guilford.

Lemonick, M. (1997) Young, single and out of control. En: Time, 13 de octubre de 1997, pág. 68.  Linares, J.L. (2002) Del abuso y otros desmanes. El maltrato familiar, entre la terapia y el control. Barcelona: Paidós.

Lyssardy, G. (2009) Castración química para delitos sexuales. En: BBC mundo. 19 de noviembre del 2009. Disponible en: http://www.bbc.co.uk/mundo/cultura_sociedad/2009/11/091119_1600_castracion_quimica_amab.shtml

Madanes, C. (1993) Sexo, amor y violencia. Barcelona: Paidós. • Maffioletti, F., Rutte, M.P. (2008) Perfil de personalidad de agresores sexuales. En: Marchiori, H. (directora) (2008) Victimología 4. Córdoba: Grupo encuentro.

Malamuth, N. (2003). Criminal and noncriminal sexual aggressors: integrating psychopathy in a hierarchical-mediational confluence model. En: Ann New York Academy of Science. No. 989, págs. 33-58

Olver M.E., Wong S. (2009) Therapeutic responses of psychopathic sexual offenders: treatment attrition, therapeutic change, and long-term recidivism. En: Journal of Consulting and Clinical Psychology, Vol. 77, No 2, págs. 328-336. • Mardorossian, C.M. (2002) Toward a new feminist theory of rape. En: Signs. Vol. 27, No 3, págs. 743-775.

Marshal, W. (2001) Agresores sexuales. Madrid: Centros Reina Sofía para el estudio de la Violencia.

Masters, W., Johnson, V. (1966) Human sexual response. Boston: Little Brown.

May-Chahl, C. y Cawson, P. (2005). Measuring child maltreatment in the United Knigdom: a study of the prevalence of child abuse and neglect. En: Child Abuse and Neglect, No 29, págs. 969-984.  O´Donohue, W. y Geer, J.H. (1992). The sexual abuse of children. Clinical issues. Hillsdale: Lawrence Erlbaum Associates.

Organización Mundial de la Salud (2003) Violencia sexual. Disponible en: http://www.un.org/spanish/Depts/dpi/boletin/mujer/ip3.html • Pereda, N. (2009) Consecuencias psicológicas iniciales del abuso sexual infantil. En: Papeles del psicólogo. Vol. 30, No 2. Págs. 135-144.

Perrone, R. (1997) Violencia y abusos sexuales en la familia. Un abordaje sistémico y comunicacional. Buenos Aires: Paidós.

Pinto, B. (2002) Porque no sé amarte de otra manera. Estructura individual, familiar y conyugal de los trastornos de la personalidad. La Paz: Universidad Católica Boliviana San Pablo/SOIPA.
 
Rambo, W. C. (2009) Transformar las historias: un enfoque contextual del tratamiento de los abusadores sexuales. En: Green, Sh., Flemons, D. (Compiladores) (2009) Manual de terapia breve sexual. Barcelona: Paidós.

Rathus, S. Nevid, J., Fichner-Rathus, L. (2005) Sexualidad humana. Madrid: Pearson/Prentice Hall.  Rösler, A., Witztum, E. (1998) Treatmen if men with paraphilia with a long acting analogue of gonadotropin releasing hormone. En: New England Journal of Medicine. No 338, págs. 416-422.

Smik, V. (2010) Polémica por tratamiento psiquiátrico para violadores en Argentina. En: BBC mundo, 28 de agosto del 20010. Disponible en: http://www.bbc.co.uk/mundo/america_latina/2010/08/100827_2307_argentina_tratamiento_violadores_fp.shtml

Smik, V. (2010b) Argentina aplicará castración química a violadores. En: BBC mundo, 17 de septiembre del 2010. Disponible en: http://www.bbc.co.uk/mundo/america_latina/2010/03/100316_0015_argentina_castracion_quimica_jrg.shtml

Thornhill, R., Palmer, C. (2000) A Natural History of Rape: Biological Bases of Sexual Coercion. Cambridge: MIT Press. • Valencia, O. Andreu, J.M., Mínguez, P., Labrador M.A. (2008) Nivel de reincidencia en agresores sexuales bajo tratamiento en programas de control de la agresión sexual. En: Psicopatología clínica legal y forense, Vol. 8, págs.7-18.

Vega, V., y Malamuth, N. (2007). Predicting sexual aggression: the role of pornography in the context of general and specific risk factors. En: Aggressive Behavior. Vol. 33, No 2, págs. 104-117.