Cuidado con la autoestima
Por: Dr. Bismarck Pinto
Tapia, Ph.D.
Pasa a menudo con las
palabras, las decimos sin preguntarnos por su significado. Al respecto de la
palabra tiempo, San Agustín decía: si
nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo al que me lo pregunta,
no lo sé. Nuestra lengua tiene raíces indo europeas, latinas y árabes, si
consideramos el castellano utilizado en Bolivia, las cosas se hacen más
complejas, pues en nuestros diálogos usamos palabras aymaras, quechuas y guaraníes.
Algunas palabras castellanas han sido tergiversadas en su significado, otras
han sufrido influencias de países vecinos, y lo más nuevo es la introducción de
palabras anglosajonas. Una de ellas es la palabra autoestima.
La palabra autoestima
es un neologismo proveniente del inglés self-esteem:
Confidence in one’s own worth or
abilities; self-respect[1],
traducido al castellano: confianza en nuestro propio valor o habilidades;
auto-respeto. Un híbrido del griego y
del latín, formada por el prefijo griego αὐτός (aytós) proveniente del
pronombre adjetivo αὐτός, αὐτή, αὐτόν (aytón), significa por él mismo, a lo que
se suma el vocablo latino aestima, del verbo aestimo, aestimavi,
significa estimar, valorar. Asimilada al castellano por la Real Academia de la
Lengua Española, definiéndola de la siguiente manera: de auto y estima, valoración generalmente positiva de sí mismo[2].
La cultura aymara se sustenta en la comunidad, la organización de su lengua
refleja la ideología comunitaria, el individuo es extraño en su lógica, todo
está en relación a la influencia del entorno social, por lo tanto no existe la
palabra aymara para hacer referencia al estimarse a sí mismo, lo más cercano es
decir munasiña quererse a sí mismo,
aunque los aymaras lo usan más en el sentido de quererse entre ambos[3].
Lo propio ocurre con el quechua. En guaraní es posible decir valorarse a sí
mismo: oñemomba’eva[4].
En la calle, en la
universidad y en mi consultorio es frecuente escuchar esa palabra, como si se
tratase de una parte del cuerpo que baja y sube: “tengo la autoestima baja”, “mi hijo tiene problemas con su autoestima”, “estoy deprimido porque
tengo baja autoestima”, etcétera.
Cuando me atrevo a preguntar ¿qué quieren decir?, las personas me miran
perplejas, como si fuera evidente lo que pretenden expresar. Su incidencia
social ha sido tan grande, al grado de la creación en del “Comité de la autoestima” (Commission of
self-esteem) en los Estados Unidos, con el afán de crear políticas para
mejorar la autoestimas de los estadounidenses (Peplau y Perlman, 1982)
Es una palabra que
aparentemente lo explica todo, cuando en realidad nada dice. Los psicólogos
novatos exceden en su uso dentro de un lenguaje rimbombante al pretender
justificar los problemas de quienes les consultan. Por ejemplo: Fulano tiene problemas en su vida relacional
afectiva generados por alteraciones en sus niveles de autoestima. Otro: Mengano ha disminuido su rendimiento laboral
y afectado su vida amorosa debido a desequilibrios en su autoestima.
Inclusive notorios
psicólogos como Abraham Maslow, la consideraron fundamental en la comprensión
de la psicología humana. Es una necesidad, asociada al respeto y confianza en
uno mismo. Se trata de un requerimiento universal debido al deseo de ser
aceptados y valorados por los demás. Su concreción nos hace más seguros
anteponiéndonos a la imagen de vernos como fracasados.
Mientras que por su
parte, Albert Ellis asume una postura crítica en relación al concepto
autoestima, pues lo considera un mito peligroso en sí mismo (Ellis, 2006), es
fundamentalmente frustrante y destructivo porque emerge como una conclusión
definitiva, siendo irreal, ilógica y peligrosa para las personas y la sociedad.
Las premisas de donde surge el término son arbitrarias y pertenecen a la generalización
y al perfeccionismo, claros ejemplos de pensamientos irracionales (Ellis,
2001).
Sus orígenes en la
Psicología se remontan a la obra Principles
of Psychology de William James, consideraba que la estima de uno mismo se
relacionaba con el alcance de las metas, propone una relación entre logro de
metas y pretensiones, según esta ecuación si las pretensiones no coinciden con
los logros, disminuye la valía de sí mismo. Para James, la autoestima se estructura como sentimientos de realización o de
humillación, responde a la valoración del éxito en el alcance de nuestras metas,
es el resultado de la comparación entre los logros con las aspiraciones (James,
1890/2013).
El precursor de la idea
fue el teólogo anglicano Joseph Butler (1692-1752), quien en sus Fifteen Sermons (1726) hace alusión al
amor a uno mismo, asociado a la necesidad de maximizar los placeres personales.
Propone al amor propio como aprendido
en vez de natural, expone el dilema moral del egoísmo versus la benevolencia
con los demás, cuyo resultado sería el manejo de las pasiones (Mauri, 2011)
La fundamentación
filosófica se asienta en la filosofía empirista de David Hume (1711-1776). Este
filósofo escocés considera que la realidad es formada a través de la
experiencia, rechaza las ideas innatas y fomenta el psicologismo. Piensa que si
algo existe es por las impresiones recibidas pero no de la presencia real de lo
percibido, por ello lo real es creado por la imaginación. De ello se desprende
la idea del yo, podemos tomar conciencia de lo que deseamos y sentimos, pero no
existe la vivencia del yo; podemos experimentar una serie de vivencias, sin
embargo ninguna de ellas es el yo, por ende, ninguna de las sensaciones de mí mismo
se relacionan con el yo. El yo es una idea ficticia. La noción del sí mismo es
resultado de las asociaciones basadas en la contigüidad, se acoplan en la mente
uniéndose unas a otras. Las cosas se explican por las impresiones de ellas. La
realidad se explica porque se la siente y no por la lógica, por ello no existe
causalidad ni explicaciones, sino sólo descripciones (Hume, 1739/2014).
Para Hume los
sentimientos son el fundamento de la moral y no la racionalidad (Ríos, 2011).
Considera al amor propio como
secundario a nuestra tendencia prosocial (Hume y Cuadrado, 2006). La moralidad
está más allá de la conservación de uno mismo. Si bien acepta que la utilidad
es una fuente del sentimiento moral, niega que la moralidad sea indiferente a
un fin más allá de la persona, el bienestar de los demás es recomendable en sí
mismo y no por referirse a un interés individual, el sentimiento de
benevolencia está encima del amor propio (Hume, 1739/2014).
El concepto de “sí
mismo” es central en la filosofía humeana,
lo concibe como la sucesión de ideas y sensaciones recordadas en nuestra
conciencia íntima. Sin embargo es una ficción, no tiene sustancia, aunque es
indispensable para nuestra existencia, porque nos da seguridad y nos hace
sentir en el mundo. El “sí mismo” es la idea que tenemos de nosotros mismos, le
da sentido al mundo, porque la realidad siempre se vincula con nosotros (Hume,
1739/2014)
Para Hume, la autoestima se relaciona con el orgullo
excesivo, la arrogancia daña a los demás, de ahí la necesidad de establecer
reglas para regular el egoísmo humano. Nos recomienda la modestia, para
favorecer el bienestar hacia los demás, la relaciona con el respeto y el temor
a perjudicar a los otros (Hume 1740/2006). Reconoce la necesidad de aprobación
de sí mismo para evitar la humillación. La modestia es la virtud más preciada
al tornarse una moderación interna sincera ante “el jurado de la conciencia”.
No considera al deseo de alcanzar la fama como un vicio, siempre y cuando esté
moderado por el talento y la disposición generosa.
La concepción de la autoestima en la filosofía de Hume se
enlaza con la dignidad, independiente de la opinión social, es autónoma,
depende de la apreciación que la persona tiene de sí a partir del juicio del
“jurado de su conciencia”, concebido como un espectador interno del quehacer
moral (Ríos, 2011).
Es interesante la
coincidencia de las ideas morales de Hume con los descubrimientos actuales de
la organización cerebral en la regulación del comportamiento correcto (v.g. Tangney,
Stuewig, Mashek, y Hastings). La respuesta ética es emocional y
no racional (Greene, y Haidt, 2002), además existe un regulador interno,
localizado en la región supraóptica de las regiones prefrontales denominado “el
intérprete”, responsable por el análisis y disquisición de la acción
(Gazzaniga, 2012).
La concepción de la autoestima en Adam Smith es un concepto
indispensable en su ética coincidente en varios aspectos con Hume: ¿la moral es
dependiente de la conciencia de la persona o una condición aprendida? La
respuesta es el libre albedrío, sin embargo para llegar a él se precisa de un
concepto explicativo, la autoestima
es la idea imprescindible para explicar el comportamiento moral. Actuamos
correctamente porque deseamos sentirnos bien con nuestro obrar, el beneplácito
sólo es posible si la acción moral incrementa la valoración de mí mismo. En la
filosofía que dará origen al capitalismo, Smith deja de pensar en el interés
propio como un mal, lo transforma en el factor que favorece el orden en la
sociedad y el bien público (Smith, 1759/2010).
Smith diferencia al
vanidoso del virtuoso, el primero se centra en la opinión que los demás tienen
de él, lo cual coadyuva a las conductas inmorales pues no es una persona digna
al ser incapaz de asumir una imagen de sí mismo respetuosa y honorable. La
persona virtuosa, al contrario es feliz porque es independiente de la opinión
pública, su referente es la buena opinión que tiene de sí mismo en su propia
conciencia crítica. Reemplaza la idea del “jurado de la conciencia” por el
“espectador imparcial”, puesta su independencia del elogio, el individuo
virtuoso posee una conciencia autónoma, es libre al depender de su propia
opinión.
No identifica al amor propio con el egoísmo, lo ve como
una forma de generosidad hacia el prójimo por un “sistema de simpatía”, esto
es, la capacidad de colocarse en el lugar del otro. Este sistema es coincidente
con el concepto actual de “empatía”, Smith señala que no consiste solamente en
aprehender el sufrimiento del otro, sino en salir de uno mismo hacia el otro,
no es un accionar solipsista, sino una tendencia hacia la existencia del otro,
por ello no es un obrar egoísta sino generoso (Espinoza, 2008).
Hasta este punto, el
concepto de autoestima pertenece a la
filosofía individualista al ser una concepción del valor moral primario
achacado a las decisiones individuales, inspirada en Kant al plantear a los
seres humanos como fines en sí mismos, además de otorgarles autonomía, esto es
la capacidad de tomar decisiones a pesar de las influencias del entorno social
y los condicionantes biológicos (Honderich, 2011).
El problema radica en
la complicada definición del “sí mismo”. Hume lo define como intangible, una
ficción en resumidas cuentas. Se trata de reflexionar sobre el yo empírico,
esto es la conciencia de uno mismo. Según Hume es una construcción a partir de
las impresiones y sensaciones, por lo tanto resultante de sensaciones y
emociones en vez de razones. Es un ente irracional, al cual no se puede acceder
a través de la lógica. Se trata de una sustancia en constante flujo,
coincidiendo con la idea de yo sugerida por James, quien comprende al sí mismo
como todo aquello que llamamos “mí”, actuamos y sentimos a partir de ese ente,
todo lo que hacemos tiene que ver con mí mismo, efecto de nuestras experiencias
(James,
(1890/2013).
La neuropsicología ha demostrado
que no es posible la construcción del yo sin una memoria histórica (Conway, y
Pleydell-Pearce, 2000). Esa memoria da la sensación de permanencia a pesar de
la fluidez de las experiencias. Hume concluye que el acceso al yo se hace
gracias a la creencia en su existencia, el credo hacia el sí mismo se impone
emocionalmente. Plantea en relación al aforismo cartesiano, que existimos antes
de pensar: siento que siento y luego
pienso que existo (Elósegui, 1993). No es posible el conocernos de manera
objetiva porque somos resultado de sensaciones indecibles, indiscernibles e
ilógicas. La concepción de la autoestima surge
como evidencia de la existencia del “sí mismo” porque alguien lo juzga, es ese
“tribunal de la conciencia” el evaluador de la consistencia del “yo”, deriva en
la humildad o la soberbia. Lo que produce una sensación agradable relacionada
con uno mismo produce la pasión del orgullo, el cual es adorable y se dirige al
“yo”.
Freud (2014/1922) utilizó el
término Selbstgefühl (amor propio) para indicar la importancia
de la valoración de nosotros mismos en el desarrollo normal de la personalidad,
entendido como la experiencia del valor de nuestro sistema de ideales, es la
conciencia de uno mismo a partir de la comparación del ideal con el yo real.
El amor propio hace referencia al deseo de autoafirmación, ocurre en
las personas que dudan de su propia valía. El amor propio es el amor del yo hacia el propio yo, una instancia
asociada al egoísmo, independiente del aprecio de los demás, es voluntarismo
estúpido, el querer afirmarse como consecuencia de pensamientos y creencias
personales. Este concepto se enlaza con la vanagloria,
esto es la jactancia de uno mismo. Por todo ello es factible afirmar que el
amor propio se vincula con el narcisismo, esto es la inútil búsqueda de amarse
a sí mismo a expensas de la anulación del otro[5]
(Polaino-Lorente, y Manglano, 2003)
El amor propio implica el rechazo
del otro, se trata de una tiranía del yo, porque trata de imponerse sobre los
demás. Se fundamenta en la valoración del otro para uno mismo, cuando la
actitud saludable es valorarlo por sí mismo. No existe coincidencia entre este
concepto y la autoestima aunque
existe una vinculación, el amor propio puede considerarse parte de la autoestima. La autoestima se afecta por la opinión de los demás, mientras el amor
propio obvia a los otros, se centra exclusivamente en sí mismo. (Polaino-Lorente,
y Manglano, ob.cit.)
Alfred Adler (1870-1937)
desarrolla una teoría de la personalidad centrada en el yo. Dentro de ella
plantea la presencia del complejo de
inferioridad consecuente con una historia infantil donde se sufrieron
vejámenes y desvalorizaciones. Una persona al mostrarse como superior esconde
una baja valoración de sí mismo (Adler, 1964).
Los fundamentos de Adler subyacen
al constructo de perfeccionismo, lo pensaba como una condición de nuestra
especia. Actualmente es considerado en una dicotomía destructivo-beneficioso.
En el extremo de la destrucción existen posturas que lo sitúan como una
“insidiosa necesidad” (Pacht, 1984) y aquella que lo relaciona con la depresión
debido a los “suicidas intensamente perfeccionistas” (Barrow y Moore, 1983). El
polo positivo se relaciona con la visión de la perfección como meta, organiza
el comportamiento al dirigirlo hacia su realización, en ese sentido produce
entusiasmo y motivación (Slaney, Ashby, y Trippi, 1995).
Hamachek (1978) postula la
existencia de dos tipos de perfeccionismo, el neurótico y el normal. El primero
lo ubica en el extremo destructivo debido a la tendencia de la búsqueda
infructuosa y obsesiva de la perfección, impidiendo la adaptación y las
sensaciones de placer. El perfeccionismo normal genera habilidades para el
logro de metas dentro del reconocimiento de limitaciones.
Existe una ecuación entre
perfeccionismo y depresión: a mayor tendencia al perfeccionismo, más probable
deprimirse (Preusser, Rice, yAshby, 1994). El perfeccionismo es un factor
indispensable para la construcción de la autoestima.
La valoración del sí mismo tiene una franca vinculación con el yo ideal, éste se estipula dentro de los
cánones de la imagen perfecta de uno mismo. La retroalimentación de los logros
con la realización de lo esperado de uno, determina la evaluación de la
valoración del sí mismo (Horney,
1950/1991).
Carl Rogers (1902-1987) creador
de la Terapia Centrada en la Persona, coloca como núcleo esencial de su teoría
humanista a la autoestima,
considerándola como la necesidad de sentirnos amados. En el proceso de
encontrarse a sí mismo, la persona debe evaluar en nivel de satisfacción que se
tiene, una gran parte de su vida la ha dedicado a perderse, a dejar de ser para
deber ser, sometido a las expectativas de los demás. Rogers coincide con
Kierkegaard al referirse a la desesperación como aquél instante de revelación
cuando tomamos conciencia de haber dejado de ser uno mismo en pos de ser
diferente a lo que auténticamente deseamos ser (Kierkegaard, 1847/1960). La
entiende como un conjunto de percepciones dinámicas desarrolladas por la
persona hacia sí misma. Son aspectos valóricos organizados por la persona para
definir su identidad. Señala, además que se caracteriza por ser
fundamentalmente subjetiva, posee una cualidad individual, los atributos dados
a ella no pueden ser generalizables (Rogers, Smith, y Coleman, 1978).
Abraham Maslow (1908-1970)
también sustenta su teoría en el concepto de autoestima. En la escala de necesidades humanas, considera el
aprecio como fundamental. Según este autor, existen dos clases de aprecio, el
que se tiene a uno mismo (amor propio) y el recibido por los demás (Maslow,
1973).
El concepto autoestima ha sido utilizado de muchas maneras, durante los ochenta
fue su apogeo, para decaer notablemente en la investigación científica del
siglo XXI. Sin embargo se ha mantenido en el discurso popular y en algunos
modelos teóricos. Se mantiene en el DSM V, como parámetro de evaluación para
distintos trastornos, por ejemplo es un indicador importante en la distimia
(DSM V, p.168).
Habiendo sido definido de manera
imprecisa y muchas veces confusa, es necesario diferenciarlo de otros conceptos
con los cuales suele asociarse, tales como autoconcepto,
autoimagen, amor propio.
El término autoconcepto(Self-concept) está referido a la descripción de uno mismo,
cómo la persona se define. Es la imagen que la persona tiene de sí; se
encuentra determinada por la información externa e interna integrada y valorada
mediante la interacción de los sistemas de estilos (la manera específica que la
persona tiene de razonar sobre la información) y los valores (la selección de
los aspectos significativos de dicha información con prevalencia afectiva. Esta
integración es fruto de la coordinación entre aquello de lo cual ya se dispone
y lo nuevo que se debe integrar. (González-Pienda, Núñez, y cols. 1990).
Rosenberg (1979) entiende al autoconcepto
como la totalidad de pensamientos y sentimientos que hacen referencia a uno
mismo como objeto.
El autoconcepto comprende tres
factores: autoimagen, autoestima y
motivación (Burns, 1990). Entonces, es factible señalar a la autoestima como un componente del autoconcepto, es su elemento evaluador.
La validación del constructo ha demostrado incertidumbre a la hora de verificar
su confiabilidad, es difícil discriminar su connotación descriptiva de la
evaluativa (Shavelson, Hubner, y Stanton, 1976).
El constructo autoconcepto, ha sido utilizado de cinco
maneras: 1) como marco de referencia para juzgar el alcance de logros, 2)
atribución causal, las personas achacan a su autoconcepto el alcance de sus
metas, 3) reflejo de las apreciaciones de los demás, 4) experiencias de
dominio, se constituyen en esquemas del sí mismo creados en experiencias de
ciertas habilidades, 5) centralidad psicológica, se considera el eje de todo el
quehacer psicológico de la persona (Bong, y Skaalvik, 2003).
El siguiente concepto es el de autoimagen, definida como la
representación psicológica de uno mismo. Rosenberg (1965) introduce el término para explicar la
formación del sí mismo en los adolescentes. Sin embargo, varios autores hacen
uso del término sin discriminarlo del autoconcepto
ni de la autoestima (v.g. Steele,
Spencer, y Lynch, 1993). Se lo asume como un elemento más del proceso de
evaluación del sí mismo (Chon.1992). A pesar de todo, la autoimagen hace alusión a la percepción de uno mismo, se lo asimila
al término cognitivo autoesquema en
un proceso de percepción autorreferencial (Markus, Crane, Bernstein, y Siladi,
1982). La tendencia es utilizar el constructo autoesquema en la percepción del cuerpo y su relación con la
definición sexual (v.g. Elder, Brooks, y Morrow, 2012).
La autoimagen es la representación de uno mismo, posee connotaciones
afectivas, mientras que el autoconcepto
es la identidad, posee connotaciones racionales. Surge la posibilidad de considerar a la autoimagen como un componente del autoconcepto, sin embargo, a pesar de
estas distinciones sutiles, la tendencia es reemplazar el término autoimagen
por el de autoconcepto (Gonzales,
1999).
Por otra parte, el usual uso
indistinto del autoconcepto y de la autoestima es un error, de ahí la
aclaración: en tanto el autoconcepto
es la descripción y cognición del sí mismo, la autoestima es su evaluación (Watkins,
y Dhawan, 1989). El conocerse tiene que ver con el autoconcepto, la autoestima
con la evaluación.
Como vimos hay muchos problemas
en establecer una definición operativa del constructo sí mismo (self), lo cual
deriva en conflictos a la hora de referirnos al autoconcepto. ¿Cómo determinar un concepto de evaluación del autoconcepto, si es endeble su precisión?
Rosenberg (1986) define a la autoestima
visando al sí mismo como una realidad tangible, escribe: la autoestima es una actitud positiva o negativa hacia un objeto en
particular: el sí mismo (en: Polaino-Lorente, y Manglano, 1993). Rosenberg
parte de un modelo social, considera a la autoestima
como actitud, se desarrolla en procesos de comparación entre los valores y sus
discrepancias. La síntesis de la
autoestima es la relación entre la imagen del sí mismo en relación a los
valores personales adquiridos en las relaciones interpersonales de la
socialización. Si la relación entre el sí mismo ideal y el real es pequeña, la
valoración de la autoestima es mayor;
al contrario, cuanto mayor es la discrepancia, menor será la autoestima.
Es posible establecer cuatro
maneras de definir autoestima. La
primera, considerarla como una actitud, al plantear al sí mismo como un objeto
social factible de generar actitudes en la persona. La segunda, identificarla
como la diferenciadora entre el yo real y el yo ideal, esto es cuánto se acerca
el uno al otro. La tercera, hace referencia a la vinculación afectiva que la
persona le da a su self, es decir, el
sentimiento de valoración personal. La cuarta, propone a la autoestima como un elemento de la
personalidad, enlazada con la motivación (Vallejos, Bravo y Ruiz, 2000).
De algo podemos estar seguros, la
autoestima es un concepto forjado en
el ámbito social. Se crea en las interrelaciones con los demás. Ha sido central
en los estudios psicológicos del ámbito educativo, encontrándose relaciones
significativas con el aprendizaje (v.g. Trautwein, Lüdtke, Köller y Baumert,
2006). Por supuesto no se trata de un constructo exclusivamente social, la
persona decide en función a su autoconcepto
la validación que le dará (Campbell, 1990).
La autoestima es una construcción que se hace a partir de la idea de
lo que somos, esto es, desde el autoconcepto.
Es el descubrimiento de la persona como valor, el valor inalienable de ser
alguien. Su calidad tendrá que ver con la legitimación recibida en los primeros
años de vida (Jost, Burgess y Mosso, 2011). Así mismo, la autoestima va ligada
a la autoeficacia, al confirmarse la
realización de las metas planeadas se produce una adecuada valoración del sí
mismo (Judge, y Bono, 2001)
Al definirse la autoestima como una actitud hacia el autoconcepto, es posible establecer
parámetros estadísticos para medirla. Esto es lo que hace Rosenberg al crear su
cuestionario “Escala de Autoestima” (Rosenberg Self-esteem Scale). Es uno de
los instrumentos más utilizados en la Psicología Social, ha sido traducida a 28
idiomas, entre ellos al español (v.g. Rojas-Barahona, y Zegers, y Förster,
2009). Además ha sido validada interculturalmente en 50 países (v.g. Chen,
Starosta, 2000). Lamentablemente no se ha realizado su validación en Bolivia.
La construcción de la escala se hizo
a partir de una muestra de 5024 estudiantes de secundaria elegidos en diez
escuelas de Nueva York. Consta de diez preguntas formuladas en el formato
Likert (Rosenberg, 1965). Los ítems se agrupan en dos factores: autoconfianza y autodesprecio, definiéndose como una escala que responde a un
modelo bifactorial. La dimensión de la autoconfianza
hace referencia a los aspectos asociados al asumirse competente, la vinculada
al autodesprecio se vincula con la
antipatía hacia unomismo (Tafarodi
y Milne, 2002).
Se ha demostrado su validez en la
educación, tanto universitaria (v.g.Martín-Albo, Núñez, Navarro, y Grijalvo, 2007)
como escolar (Wood, Gladwell, y Barton, 2014). Se la utilizó para determinar la
relación entre la baja autoestima y la depresión (v.g.; Steiger, Allemand, Robins,
y Fend, 2014). Fue empleada para determinar la influencia de la familia en la
autoestima (v.g. Demo, Small, y Savin-Williams, 1987).
Se han producido varios estudios
sobre su validación, la mayoría de ellos concluye que se trata de una escala
con altos niveles de confiabilidad estadística y consistencia interna (Gray-Little,
Williams, y Hancock, 1997). Los valores de la alta consistencia interna
obtenidos en países de habla castellana oscilan entre 0,70 y 0,90, estos
números son coeficientes ideales, Cogollo,
Campo-Arias, y Herazo
(2015) citan como ejemplos a: Góngora y Casullo, (2009); Martin-Albo, Núñez,
Navarro y Grijalvo (2007); Meurer, Luft, Benedetti, & Mazo, 2012;
Rojas-Barahona, Zegers, & Förster, 2009; Sbicigo, Bandeira, y Dell’Aglio
(2010); Vasconcelos-Raposo, Fernandes, Teixeira, y Bertelli (2012).
Sin embargo, los problemas de la escala se relacionan con
el constructo y sus dos dimensiones. Por ejemplo, en un estudio de validación llevado
a cabo en Cartagena, se encontró una consistencia interna débil (coeficiente de
Kuder-Richardson de 0,63). La confiabilidad del constructo estuvo muy debajo
del esperado (coeficiente de Mosier de 0,61) (Cogollo, Campo-Arias, y Herazo, 2015).
En otro estudio se puso en duda
la pertinencia de la medición ofrecida por la escala debido a una probable
“tendencia techo”, es decir que las personas tienden a responder con dirección
positiva. En esta misma investigación, se encontró la duda acerca de la
bidimensionalidad de la escala, el análisis factorial sugiere una tendencia
hacia la unidimensionalidad. Otro problema se refiere a la comprensión de los
ítems, al parecer no es clara la interpretación de los mismos (Meurer, Luft,
Benedetti, y Mazo, 2012).
Otro investigador importante para
el estudio de la autoestima fue Stanley
Coopersmith (1926-1979). Al igual que Rosenberg, define la autoestima como la actitud hacia el sí mismo. Se diferencia en su
postura conductual y en la consideración de distintos niveles de autoestima. Para
este psicólogo, la autoestima es un
fenómeno universal, sin embargo dinámico porque puede modificarse dependiendo
de la situación en la que se encuentre la persona. La cualidad de rasgo y de
estado de la autoestima, se relaciona
con la construcción del sí mismo, que
sería según su visión resultado de las interacciones sociales y de las
experiencias personales. Una vez construido el sí mismo, la persona pasará a
evaluarlo, ese proceso es la actitud de valoración, a la cual Coopersmith llama
autoestima (Coopersmith, 1959; 1967).
Coopersmith define a la
autoestima de esta manera: “la evaluación que hace el individuo de sí mismo y
que tiende a mantenerse; expresa una actitud de aprobación o rechazo y hasta
qué punto el sujeto se considera capaz, significativo, exitoso y valioso. La autoestima es el juicio personal de la
valía que es expresada en las actitudes que tiene un individuo para sí mismo” (Coopersmith,
1967, pág. 5).
La autoestima es una abstracción que resulta de las relaciones
interpersonales, reacciones de la persona hacia sí misma, sus habilidades para
la resolución de problemas y su capacidad de afrontamiento. Todo ello incide en
las decisiones y por ende en la selectividad más compleja de las experiencias,
haciendo de la persona alguien que buscará experiencias en las cuales se sienta
bien consigo mismo. Es así que la autoestima
se instaura como un recurso mediador en la definición de conductas dirigidas a
un fin (Deniz, 2006).
Coopersmith crea un cuestionario
para medir la autoestima, consistente
en 25 ítems dicotómicos (sí-no). Es una prueba tridimensional, considera las
siguientes áreas: a) Si mismo general: hace referencia a las actitudes que
presenta la persona de su autopercepción
y propia experiencia valorativa sobre sus características físicas y
psicológicas; b) área social: las actitudes de la persona en su medio social.
Así como sus vivencias en el interior de instituciones educativas y su satisfacción con su rendimiento
académico o profesional; c) área familia: a las actitudes y/o experiencias en su
entorno familiar (Coopersmith, 1981).
Ryden (1978) encontró una
confiabilidad prueba-pos prueba de 0.80.
Por su parte Perlow(1987) al validar el constructo encontró diferencias
significativas entre la muestra de alta con la de baja autoestima.
Al analizar su confiabilidad,
Ryden (1978) encontró una confiabilidad test-retest de 0.80 en mujeres, en
períodos de 6 a 58 semanas. Con respecto a la validez del constructo, se
refieren diferencias significativas entre los grupos de alta y baja autoestima
(Perlow, 1987). Sin embargo, en otros estudios de validación se encontró
debilidad en el constructo (Cowan, Altmann, y Pysh, 1978), sobre todo cuando se contrasta el
cuestionario con otras pruebas.
La validación realizada en países
de habla castellana ha mostrado un alto nivel de significancia estadística, por
ejemplo: Villanueva (2014) en una muestra colombiana; en una muestra mexicana
se definió que los ítems de la escala discriminan significativamente, por lo
tanto el constructo es válido y la validez concurrente con el test de
Personalidad de Eysenck, también lo es (Acevedo y Cortés, 1993).
Además de las escalas de
Rosenberg y Coopersmith, se desarrollaron varias entre los años sesenta y
noventa, siendo las más utilizadas las que figuran en la Tabla 1. A partir de
los noventa a la actualidad ha disminuido el interés en construir nuevos
cuestionarios. La mayoría de los trabajos se realizaron sobre las mencionadas
escalas. Sin embargo, se llevaron a cabo meta análisis para evaluar la
pertinencia del constructo, los estudios muestran cierta ambigüedad, debido a
los sesgos que se encuentran en la comparación de grupos (Aberson, Healy, y Romero,
2000).
Otro asunto que se discute es la
debilidad del constructo cuando se realizan validaciones divergentes; por
ejemplo se halló relación entre la medida de la autoestima y los sentimientos de inadecuación (Janis, y Field,
1959) y las habilidades sociales (Helmerich, y Stapp, 1974). Se ha mostrado
evidencia acerca de los sesgos en los resultados obtenidos en estudios de
grupos.
Si bien las críticas
metodológicas realizadas por Wylie (1974) son antiguas, es quien más ha
insistido en las falencias psicométricas realizadas sobre los constructos de autoconcepto y autoestima, aduciendo la falta de consistencia interna de las
escalas utilizadas, definiendo componentes dispares.
En defensa del constructo uno de
los estudios más citados es el realizado por Hogg y Abrams (1990), estos investigadores
encontraron dos corolarios críticos en la medida de la autoestima. El primero hace referencia a cuando los participantes
de una muestra se encuentran en una situación de logro de sus metas, lo que
deriva en calificarlos con alto nivel de autoestima;
el segundo, cuando los participantes están deprimidos, ocurrirá que manifiesten
baja autoestima. Esto mostraría la
congruencia teórica entre el logro y la depresión asociados indefectiblemente a
la autoestima. Por lo tanto concluyen que el constructo es indispensable en la
teoría de la identidad social. Esto es, según los corolarios mencionados, la
autoestima se constituye en resultado y en predictor del comportamiento de la
persona en un grupo (Turner, 1990).
Caso (2000) encontró cien
variables relacionadas con el constructo autoestima,
entre ellas están: asertividad, rendimiento académico, consumo de sustancias
adictivas, establecimiento de metas, depresión. Lo cual indica la importancia
del concepto en relación a diversidad de comportamientos.
Tabla 1: Los cuestionarios más
utilizados en el estudio de la autoestima. (Balscovich y Tomata, 1991)
Nombre de la escala
|
Autor (es)
|
Año
|
Self- esteem scale
|
Rosenberg
|
1965
|
Self -esteem inventory
|
Coopersmith
|
1967
|
Tennesse self-concept
|
Roid & Fitts
|
1988
|
Piers-Harris self-concept
|
Piers
|
1984
|
Barron ego- strength
|
Barron
|
1953
|
Janis
and Field Feelings of inadequacy
|
Janis
& Field
|
1959
|
Personal orientation inventory
|
Shoström
|
1966
|
Texas
social behavior inventory
|
Helmreich
& Stapp
|
1974
|
Body-cathexis
|
Secord
& Jourard
|
1953
|
Rosenberg
Simmons self esteem
|
Rosenberg
& Simmons
|
1972
|
Berger self acceptance
|
Berger
|
1952
|
McFarland
and Ross self-esteem
|
McFarland
& Ross
|
1982
|
Ziller social self-esteem
|
Ziller,
Hagey, Smith & Long
|
1969
|
SDQ
III
|
Marsh,
Smith & Barnes
|
1983
|
Index of adjustments and values
|
Bills,
Vance & McClean
|
1951
|
Butler
Haigh Q-sort
|
Butler
& Haigh
|
1954
|
Self perception inventories
|
Soares
& Soares
|
1970
|
Self
valuation triads
|
Gergen
|
1965
|
Adjective check list
|
Gough
& Heibrun
|
1965
|
Actualmente se ha desarrollado un
cuestionario para medir la autoestima relacionada con las
actividades académicas y no académicas de niños y adolescentes, el short version of the Self Description
Questionnaire II (Marsh, Ellis, Parada, Richards, y Heubeck 2005), versión
en castellano, Cuestionario de Autodescripción-II abreviado (Fernández, Inglés,
Herrero, San Martín, Torregrosa, y González, 2016). Se trata de una escala de
51 ítems, son tres componentes: actividades académicas, no académicas y
autoestima general. A pesar de otros intentos, siguen siendo privilegiadas las
escalas de Rosenberg y Coopersmith (v.g. Ferris, Lian, Brown, y Morrison, 2015;
Chao, Vidacovich, y Green, 2016).
La influencia socio cultural es
inevitable para el desarrollo de la identidad y por ende de los criterios para
la autoestima, es así que se ha evidenciado la importancia de estar al día con
la moda, por lo tanto principalmente los adolescentes necesitan vestirse con
ropa de marca. En varios estudios se ha contemplado la importancia actual de
esta actitud para definir los niveles de autoestima en los adolescentes. Por
ello se ha construido una escala con la inserción de la “pertenencia a la
marca” (brand ownership) (Isaksen, y Roper,
2016).
La debilidad del constructo autoestima consiste principalmente en
sus amplias coincidencias con otros constructos. De ahí una solución inclusiva
consiste en considerar como sus componentes al autoconcepto, el autoreconocimiento,
la autoeficiencia, al autocontrol y a la autoconciencia (Caso y Hernández, 2007).
Otro debate se realiza acerca de
si es pertinente considerar a la autoestima como un componente de la
personalidad. El asunto es si se trata de un componente estable de la persona o
está ligada a las eventualidades contextuales. Cattell incorpora a la
autoestima como un factor entre los dieciséis de su escala. La denomina factor
O, se basa en las tendencias de la persona a sentirse insegura, evita
determinar el nivel porque puede estar influenciado por situaciones
transitorias, las altas puntuaciones tienen que ver con la vivencia del
sufrimiento (Cattell, 1966).
Eysenck (1991) es uno de los más
importantes psicólogos para la comprensión de la personalidad desde la
perspectiva del análisis factorial. Prontamente pone en tela de juicio los
factores identificados por Cattell, lo cual conlleva al cuestionamiento de la
presencia entre ellos de la autoestima. Los estudios sobre el mismo problema
definieron en el último tiempo que son solamente cinco los factores resistentes
a los análisis de validación y confiabilidad, entre ellos no se encuentra el
factor autoestima (McCrae, y Costa 1999).
La pronta implementación del término
autoeficacia al lenguaje coloquial, se asocia probablemente con la creciente
valoración del individualismo y con él un culto a la eficacia. Fenómeno
definitivamente central en la economía anglosajona, como pudimos ver, el
concepto tiene su auge en el pensamiento filosófico capitalista de Adam Smith.
Por ello la necesidad del Estado capitalista de fomentar la idea de un factor
indiscutible de la formación del ser humano. El éxito de dicha inmersión
ideológica de un constructo psicológico se aprecia en la relación de la
autoestima con la “pertenencia a la marca”, al grado de suscitarse la
construcción de la identidad juvenil en función a la marca de moda. En síntesis
se existe solamente si se posee un aceptable nivel de autoestima, alimentado
por el consumismo. La sobrevaloración de la imagen corporal se enlaza con la
autoestima en las jóvenes de hoy, un cuerpo esbelto asegura una buena
autoestima, al contrario una chica con un cuerpo incongruente con el
estereotipo estipulado por el medio se verá afectada por la depresión (v.g.
Seo, y Son, 2014).
Echeverría (1941-2010) reflexiona
sobre la modernidad latinoamericana, plasmando el concepto de ethos barroco, para referirse a los
valores atribuidos a los productos de consumo instalados dentro de costumbres
irreflexivas o “comportamientos automáticos” determinantes de una forma de ser,
de tal manera que se trata de vivir lo invivible en una actualización de un
estilo de vida aliado a la inconciencia, a la imposibilidad de cuestionar o
reflexionar sobre el sentido sin sentido generado por la obnubilación de la
conciencia ante la urgencia de poseer. Es barroca la manera de vivir
destrozando la subjetividad, promoviendo lo superfluo en lugar de lo sustancial
(Echeverría, 1996). La visión barroca del mundo denota la creación de un
escenario impuesto como real para enmascarar la miseria, distrayéndola de sus
necesidades vitales hacia la búsqueda de lujos (Cevallos, 2013).
El término autoestima se instala pues en una sociedad dormitiva, con él se pretende explicar el éxito y el
fracaso en la inserción de la persona en los juegos de lo establecido. Es parte
del barroco, obedece a sus tres atributos: bizarro, falso y formal. Bizarro
porque emerge de las preocupaciones filosóficas de Hume y Adams para
trasladarse a la ciencia psicológica y su pretendida cientificidad cuando es
capaz de medir un constructo; falso porque es una construcción forzada para
establecer parámetros de valoración del sí mismo, tendenciosos a la concreción
de los marcos referenciales de lo que está bien y lo que no, según los
criterios de aquello conveniente para el sistema; finalmente es tendencioso y
formal porque promueve una dirección general de la autovaloración personal.
Estas razones explican el motivo
de la tendencia de investigaciones en el ámbito escolar, y la presencia de
ítems en las escalas de autoestima relacionadas con el rendimiento académico.
La ecuación arribada es: a menor autoestima
el rendimiento académico es también bajo. Por lo tanto el problema se centra en
el estudiante, se deberá incrementar su autoestima para mejorar su ejecución.
El sistema escolar queda inmune ante la explicación tácita de la mencionada
ecuación. Y al dejar de lado la reflexión sobre la pertinencia de la escuela en
la formación de las personas, se mantiene el sistema como siempre estuvo,
caduco y sin horizontes (Selvini, Cirillo, y D’Ettore, 1987).
Desde la perspectiva sistémica
comprendemos al ser humano como un elemento perteneciente a diversos sistemas
en los cuales desempeña alguna función para facilitar la homeostasis y el
cumplimiento de las metas por las cuales se ha organizado el sistema (Bateson,
1982). Los sistemas hacen parte de otros sistemas en una sucesión infinita (Von
Bertalanffy, 1968). Desde este enfoque es inevitable la influencia de un
sistema sobre otro. Las reflexiones e investigaciones sobre la psicopatología
derivaron en el desarrollo de la terapia familiar sistémica (Gladding, 2014).
Desde esta terapia se ha considerado a la autoestima como resultante de las
interacciones entre los miembros del sistema familiar. Virginia Satir es quien
ha empleado explícitamente el término, siendo central en su forma de abordaje,
según ella la baja autoestima es
consecuente con la disfuncionalidad personal y familiar (Satir, y Watson, 1975).
La autoestima se relaciona con la nutrición afectiva (Linares, y
Gamburg, 1996), con la legitimación (Maturana y Dávila, 2006), con la
protección (Pinto, 2014). Sin embargo su concepción desde la mirada sistémica
no es un concepto aislado de las relaciones interpersonales. El sí mismo es una
construcción a partir de la interacción con los demás, por ende, la autoestima está en relación con las
interacciones sociales.
No es posible la autoestima si no existe un referente
para definirla. Por lo tanto es erróneo considerarla un fenómeno solipsista, es indefectiblemente
resultado de un proceso de comparación. Por ejemplo, mi autoestima en el ámbito
deportivo será baja si comparo mi rendimiento en velocidad con el rendimiento
de Usain Bolt, pero será alta si la equiparo a la velocidad de un caracol. De
ello resulta una paradoja: ¡quien tiene baja autoestima en realidad la tiene
alta! Porque se compara con personas claramente más hábiles.
En la psicoterapia relacional
sistémica, es inevitable ante una definición tácita del sí mismo, preguntar
acerca del referente. Por ejemplo: el paciente dice “soy tímido”, el
psicoterapeuta pregunta: “¿en relación a quién?” (v.g. Feixas, 1991).
El entusiasmo fue grande al
encontrar relaciones entre la autoestima y la efectividad (Silverman, 1964). Al
poco tiempo se plantearon programas ingenuos de incremento de la autoestima
para mejorar varias condiciones, desde dejar de fumar (Schwartz, y Dubitzky,
1968), mejorar el rendimiento académico (Randolph, y Howe, 1966), el
rendimiento laboral (Morse, y Gergen,
1970), inclusive las relaciones de
pareja (Blinder, y Kirschenbaum, 1967). Pues
bien, esos programas implicaban otras actividades además de las relacionadas
con la evaluación del sí mismo, por lo cual los resultados cuando eran
positivos estaban contaminados por las actividades complementarias.
El enfoque erróneo es considerar
a la autoestima como causa del
mejoramiento, cuando en realidad es efecto (Pierce, y Wardle, 1997). Ante la
falta de evidencia se plantearon investigar la relación entre la autoestima y el mejoramiento (v.g.
Baumeister, Campbell, Krueger, y Vohs, 2003). Al parecer, la atención estaba
centrada en validar el constructo y no en analizar si tenía algún efecto en el
alcance de metas. Los estudios muestran que no influye de manera directa, sino
mediacional (v.g. Huntsinger, y Luecken, 2004).
Asumiendo que la autoestima es una actitud hacia el
concepto de uno mismo, se trata del elemento afectivo, no así cognitivo (Brown,
2014). Establece una gradiente de valoración del autoconcepto, el sentirse bien
consigo es tener alta autoestima y no
la baja. ¿Nos evaluamos sin considerar nuestra conducta?
Bandura (1978) plantea la
presencia de una falacia cuando consideramos al comportamiento como efecto de
una sola variable, sin identificar la reciprocidad entre causa y consecuencia;
es correcto pensar que el ambiente ocasiona la conducta, pero también lo es ver
a la conducta influyendo en el ambiente. De ello se deriva la imperiosa
necesidad de relacionar lo afectivo con lo conductual y cognitivo. Al
comprender al ser humano como un ser inmerso en un entorno social no debemos
caer en el error de pensar en un determinante central de su comportamiento. Se
trata de un sistema del sí mismo en vez de una estructura aislada. Al
contemplarse así el sí mismo está formado por organizaciones cognitivas
complejas y funciones facilitadoras de la percepción, evaluación y control.
Entonces lo importante no es
sentirnos bien con nosotros mismos, sino ser capaces de hacer las cosas bien.
El refrán “querer es poder”, está equivocado, no logramos nada queriéndonos o
valorándonos positivamente. De lo que se trata es de actuar (Bandura, 2003),
por lo tanto son más importantes nuestras creencias acerca de las capacidades
que nos permiten organizar y ejecutar acciones para alcanzar un buen rendimiento (Bandura, 1977;
1982; 2013).
¿Cuál la función de la autoestima en el sistema de regulación
del sí mismo? Su participación es exigua, las dudas de la toma de decisiones se
vinculan más con los factores asociados a la autoeficacia (Schwarzer, 2014). El
resultado del proceso de ejecución es la eficiencia de la acción que conlleva
claro está un sentimiento de bienestar (v.g. Herrick, Stone, yMettler, 1997).
Uno de los mayores peligros del
constructo autoestima, es que a
partir de ella, sin dilucidarla mínimamente, las falsas psicologías se asientan
en ella. Un ejemplo actual es el coaching,
fundamentado en el pensamiento positivo (Kauffman, 2006). Se la relaciona con
cualquier trastorno mental y los neófitos la colocan como la causa fundamental
de ellos. Las consecuencias son desastrosas para las personas aquejadas de sufrimientos
inducidos por complejos factores. Al sufrimiento se añade la vergüenza
ocasionada por pensarse como alguien incapaz de valorarse adecuadamente a sí
mismo.
Puedo concluir después de esta
exhaustiva revisión de la construcción del constructo psicológico autoestima, que se trata de un mito
emergente en un momento histórico donde los valores humanos habían sido
socavados por el individualismo a ultranza. La creación durante el año de 1995
de la National Association for SelfEsteem
(NASE) en California, tenía como objetivo primordial promover el conocimiento
de la autoestima para el de desarrollo del liderazgo y la mejora de la
condición humana. El incremento de la autoestima
no mejora el rendimiento escolar ni disminuye las conductas violentas (Baumeister, Campbell, Krueger, y Vohs,
2005), lo que logra es incrementar el ingreso económico de los psicólogos que
la pregonan como el núcleo de la solución a los problemas humanos.
El gran problema reside en el
hecho de que al centrarse sobre la autoestima,
la aíslan de las condiciones históricas que la sustentan. Al perder su base, se
pierden las posibilidades de analizarla contextualmente, derivando en
conclusiones ridículamente vacías (Martins, 2011). La palabra autoestima, añade
al sentido del éxito y la capacidad la definición de una persona obligada a
ajustarse a los cambios de su realidad social. Está prohibido no valorarse
adecuadamente. No falla el sistema sino la persona, su baja autoestima es
consecuencia de su incapacidad de adaptación, cuando lo más probable es que sea
fruto de su capacidad autorreflexiva, resultado de su crítica pasiva al sistema
opresor (Tavares, 2002).
En el caso de la familia, son los
padres quienes atribuyen los problemas del hijo o hija a su baja autoestima: se
droga por su baja autoestima, se
orina en la cama por su baja autoestima, se suicidó por su baja autoestima. Respuestas
estúpidas ante la incapacidad de fomentar una familia basada en el amor y el
respeto. Los hijos con baja autoestima
lo que hacen es denunciar el franco fracaso de sus padres al intentar
protegerlos y nutrir su sí mismo expuesto a la soledad.
Lo mismo ocurre en el sistema
escolar, su fracaso se patentiza en la excusa ingenua para señalar al culpable:
es el estudiante y su deficitaria autoestima. La propuesta es la educación por competencias, visa educar
a partir de especialidades dirigidas a la efectividad del trabajo, destruye la
posibilidad de reflexión y autonomía bajo la disimulada promoción del
constructivismo, no se hace sino lavar el cerebro de los estudiantes en pos de
formarlos hacia el éxito. Se evalúa el sí mismo en vez del aprendizaje,
confundiéndose el hacer con el ser, lo que está en juego durante la evaluación
es la relación pre establecida por el sistema escolar entre lo esperado del
aprendizaje y el fin ideológicamente planteado.
Se denomina evaluación auténtica a la relación entre los resultados obtenidos y
el sistema utilizado para evaluar (Gallego, 2006), asegurando la coincidencia
entre las exigencias de la meta con el modelo de aprendizaje. Si no se logra
satisfacer la meta se debe modificar el proceso de enseñanza. El objetivo de la
formación es la asimilación de conocimientos, el desarrollo de conductas y la
posibilidad de aplicarlos en situaciones pertinentes a las metas finales de los
programas académicos. Se abandona el protagonismo de la crítica del estudiante
ante su entorno, en base a un estudio de mercado se formulan las metas de la educación
y se entrena a los maestros y maestras para el entrenamiento en las
competencias requeridas de los niños y jóvenes. Las metas se establecen a
partir de la realidad compleja de la vida
social y profesional (Wiggins, 1990).
La educación basada en
competencias tiene un matiz mercantilista del conocimiento. Ahonda en la
falencia del juicio crítico de las personas, fomenta una formación tecnócrata
ligada a los mitos de la realización personal dentro de la profesión
(Bonvecchio, 1991), produce un decremento en la formación integral. Como núcleo
de la formación se enfatiza la importancia de la autoestima. En los programas
educativos europeos se considera a la autoestima como una competencia
(Garagorri, 2007). Se plantea como una premisa incuestionable la relación entre
la autoestima y el aprendizaje,
indicando que la persona necesita de entornos seguros para el desarrollo de sus
“emociones positivas”, sin explicitar cuáles son éstas, sin embargo ante su
ausencia el aprendizaje será deficiente (Avia, 2007). La pedagogía está
preocupada en desarrollar “itinerarios vitales” (Tirado, 2007) cuyos fines son
la inserción laboral y la realización profesional. La pedagogía se ha
convertido en un instrumento de la ideología en vez de cuestionarla y favorecer
la formación de seres humanos dispuestos a construir su propia historia, siendo
reflexivos con su entorno.
La autoestima es señalada como un factor indispensable para tener una
buena salud, sin embargo, se ha exagerado. Taylor y Brown (1988) proponen que
la salud mental está vinculada con el afrontamiento de la realidad, las
personas capaces de tomar conciencia de su estado de salud tienen más
probabilidades que aquellas ensimismadas en sí mismas. Los juicios certeros provienen
del afrontamiento y no de los niveles de autoestima. Los puntos de vista
positivos del sí mismo exageran la percepción del control personal produciendo
un optimismo irrealista. Es posible caer en un razonamiento regido por las
emociones: “si me siento bien conmigo mismo esta enfermedad pasará”, o “basta
quererse a uno mismo para tener una buena salud”.
Lo propio pasa con la salud
mental, si bien la autoestima es un
elemento presente para el diagnóstico de diversos trastornos, su incremento no
es suficiente para su erradicación. Branden (1995) propuso seis pilares para el
desarrollo de la autoestima: la práctica de vivir conscientemente, la práctica
de aceptarse a sí mismo, la práctica de asumir la responsabilidad de uno mismo,
la práctica de la autoafirmación, la práctica de vivir con propósito, la
práctica de la integridad personal. Este psicólogo sugiere como finalidad de
sus ejercicios incrementar per se la autoestima, entendiéndose su logro como
la aprobación de uno mismo como consecuencia de ello se producirán respuestas
más efectivas permitiendo conseguir trabajo, pareja y cualquier meta que uno se
proponga.
Este tipo de programas derivan en
la frustración, como vimos la autoestima
es efecto de los logros no su causa. Las personas son engañadas, muchas veces
erogando fuertes sumas de dinero, sometidas a una programación para incrementar
su autocontrol tienen las mismas posibilidades de alcanzar sus metas que las
personas con amuletos para la buena suerte.
Para finalizar, es importante
desarrollar estudios acerca del tema en nuestro medio, si bien las reflexiones
a partir de investigaciones que terminan poniendo en duda la pertinencia de la
autoestima como un factor importante en el desarrollo humano, no es posible
coincidir o no con ellas sin tener datos de nuestro contexto. Mientras tanto se
debe proceder con cautela, evitando centrar el trabajo terapéutico y educativo
en el polémico constructo, se deben buscar otros criterios para evaluar los
programas psicoterapéuticos, psicopedagógicos y laborales, además de evitar en
lo posible ensoñar a la persona con cambios extraordinarios con solamente
mejorar su autoestima.
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Disponible en: http://dle.rae.es/?id=4SXaTku
[3]
Comunicación personal del Dr. Félix Layme, lingüista aymara.
[4]
Comunicación personal de la Lic. Gilda Ferreira, psicóloga paraguaya.
[5] Narciso fue un personaje de la mitología griega. La
ninfa Eco estaba perdidamente enamorada de él, sin embargo el joven en vez de
dar curso al interés de ella, estaba intrigado consigo mismo, al grado que al
ver su imagen reflejada en el agua, se lanzó impertérrito para abrazarse,
muriendo ahogado. Eco quedó inconsolable, tanto que compadeció a los dioses. Éstos
decidieron convertirla en una roca.
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