martes, 13 de septiembre de 2016




Cuidado con la autoestima
Por: Dr. Bismarck Pinto Tapia, Ph.D.


Pasa a menudo con las palabras, las decimos sin preguntarnos por su significado. Al respecto de la palabra tiempo, San Agustín decía: si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé. Nuestra lengua tiene raíces indo europeas, latinas y árabes, si consideramos el castellano utilizado en Bolivia, las cosas se hacen más complejas, pues en nuestros diálogos usamos palabras aymaras, quechuas y guaraníes. Algunas palabras castellanas han sido tergiversadas en su significado, otras han sufrido influencias de países vecinos, y lo más nuevo es la introducción de palabras anglosajonas. Una de ellas es la palabra autoestima.
La palabra autoestima es un neologismo proveniente del inglés self-esteem: Confidence in one’s own worth or abilities; self-respect[1], traducido al castellano: confianza en nuestro propio valor o habilidades; auto-respeto.  Un híbrido del griego y del latín, formada por el prefijo griego αὐτός (aytós) proveniente del pronombre adjetivo αὐτός, αὐτή, αὐτόν (aytón), significa por él mismo, a lo que se suma  el vocablo latino aestima, del verbo aestimo, aestimavi, significa estimar, valorar. Asimilada al castellano por la Real Academia de la Lengua Española, definiéndola de la siguiente manera: de auto y estima, valoración generalmente positiva de sí mismo[2]. La cultura aymara se sustenta en la comunidad, la organización de su lengua refleja la ideología comunitaria, el individuo es extraño en su lógica, todo está en relación a la influencia del entorno social, por lo tanto no existe la palabra aymara para hacer referencia al estimarse a sí mismo, lo más cercano es decir munasiña quererse a sí mismo, aunque los aymaras lo usan más en el sentido de quererse entre ambos[3]. Lo propio ocurre con el quechua. En guaraní es posible decir valorarse a sí mismo: oñemomba’eva[4].
En la calle, en la universidad y en mi consultorio es frecuente escuchar esa palabra, como si se tratase de una parte del cuerpo que baja y sube: “tengo la autoestima baja”, “mi hijo tiene problemas con su autoestima”, “estoy deprimido porque tengo baja autoestima”, etcétera. Cuando me atrevo a preguntar ¿qué quieren decir?, las personas me miran perplejas, como si fuera evidente lo que pretenden expresar. Su incidencia social ha sido tan grande, al grado de la creación en  del “Comité de la autoestima” (Commission of self-esteem) en los Estados Unidos, con el afán de crear políticas para mejorar la autoestimas de los estadounidenses (Peplau y Perlman, 1982)
Es una palabra que aparentemente lo explica todo, cuando en realidad nada dice. Los psicólogos novatos exceden en su uso dentro de un lenguaje rimbombante al pretender justificar los problemas de quienes les consultan. Por ejemplo: Fulano tiene problemas en su vida relacional afectiva generados por alteraciones en sus niveles de autoestima. Otro: Mengano ha disminuido su rendimiento laboral y afectado su vida amorosa debido a desequilibrios en su autoestima.
Inclusive notorios psicólogos como Abraham Maslow, la consideraron fundamental en la comprensión de la psicología humana. Es una necesidad, asociada al respeto y confianza en uno mismo. Se trata de un requerimiento universal debido al deseo de ser aceptados y valorados por los demás. Su concreción nos hace más seguros anteponiéndonos a la imagen de vernos como fracasados.
Mientras que por su parte, Albert Ellis asume una postura crítica en relación al concepto autoestima, pues lo considera un mito peligroso en sí mismo (Ellis, 2006), es fundamentalmente frustrante y destructivo porque emerge como una conclusión definitiva, siendo irreal, ilógica y peligrosa para las personas y la sociedad. Las premisas de donde surge el término son arbitrarias y pertenecen a la generalización y al perfeccionismo, claros ejemplos de pensamientos irracionales (Ellis, 2001).
Sus orígenes en la Psicología se remontan a la obra Principles of Psychology de William James, consideraba que la estima de uno mismo se relacionaba con el alcance de las metas, propone una relación entre logro de metas y pretensiones, según esta ecuación si las pretensiones no coinciden con los logros, disminuye la valía de sí mismo. Para James, la autoestima se estructura como sentimientos de realización o de humillación, responde a la valoración del éxito en el alcance de nuestras metas, es el resultado de la comparación entre los logros con las aspiraciones (James, 1890/2013).
El precursor de la idea fue el teólogo anglicano Joseph Butler (1692-1752), quien en sus Fifteen Sermons (1726) hace alusión al amor a uno mismo, asociado a la necesidad de maximizar los placeres personales. Propone al amor propio como aprendido en vez de natural, expone el dilema moral del egoísmo versus la benevolencia con los demás, cuyo resultado sería el manejo de las pasiones (Mauri, 2011)
La fundamentación filosófica se asienta en la filosofía empirista de David Hume (1711-1776). Este filósofo escocés considera que la realidad es formada a través de la experiencia, rechaza las ideas innatas y fomenta el psicologismo. Piensa que si algo existe es por las impresiones recibidas pero no de la presencia real de lo percibido, por ello lo real es creado por la imaginación. De ello se desprende la idea del yo, podemos tomar conciencia de lo que deseamos y sentimos, pero no existe la vivencia del yo; podemos experimentar una serie de vivencias, sin embargo ninguna de ellas es el yo, por ende, ninguna de las sensaciones de mí mismo se relacionan con el yo. El yo es una idea ficticia. La noción del sí mismo es resultado de las asociaciones basadas en la contigüidad, se acoplan en la mente uniéndose unas a otras. Las cosas se explican por las impresiones de ellas. La realidad se explica porque se la siente y no por la lógica, por ello no existe causalidad ni explicaciones, sino sólo descripciones (Hume, 1739/2014).
Para Hume los sentimientos son el fundamento de la moral y no la racionalidad (Ríos, 2011). Considera al amor propio como secundario a nuestra tendencia prosocial (Hume y Cuadrado, 2006). La moralidad está más allá de la conservación de uno mismo. Si bien acepta que la utilidad es una fuente del sentimiento moral, niega que la moralidad sea indiferente a un fin más allá de la persona, el bienestar de los demás es recomendable en sí mismo y no por referirse a un interés individual, el sentimiento de benevolencia está encima del amor propio (Hume, 1739/2014).
El concepto de “sí mismo” es central en la filosofía humeana, lo concibe como la sucesión de ideas y sensaciones recordadas en nuestra conciencia íntima. Sin embargo es una ficción, no tiene sustancia, aunque es indispensable para nuestra existencia, porque nos da seguridad y nos hace sentir en el mundo. El “sí mismo” es la idea que tenemos de nosotros mismos, le da sentido al mundo, porque la realidad siempre se vincula con nosotros (Hume, 1739/2014)
Para Hume, la autoestima se relaciona con el orgullo excesivo, la arrogancia daña a los demás, de ahí la necesidad de establecer reglas para regular el egoísmo humano. Nos recomienda la modestia, para favorecer el bienestar hacia los demás, la relaciona con el respeto y el temor a perjudicar a los otros (Hume 1740/2006). Reconoce la necesidad de aprobación de sí mismo para evitar la humillación. La modestia es la virtud más preciada al tornarse una moderación interna sincera ante “el jurado de la conciencia”. No considera al deseo de alcanzar la fama como un vicio, siempre y cuando esté moderado por el talento y la disposición generosa.
La concepción de la autoestima en la filosofía de Hume se enlaza con la dignidad, independiente de la opinión social, es autónoma, depende de la apreciación que la persona tiene de sí a partir del juicio del “jurado de su conciencia”, concebido como un espectador interno del quehacer moral (Ríos, 2011).
Es interesante la coincidencia de las ideas morales de Hume con los descubrimientos actuales de la organización cerebral en la regulación del comportamiento correcto (v.g. Tangney, Stuewig, Mashek, y Hastings). La respuesta ética es emocional y no racional (Greene, y Haidt, 2002), además existe un regulador interno, localizado en la región supraóptica de las regiones prefrontales denominado “el intérprete”, responsable por el análisis y disquisición de la acción (Gazzaniga, 2012).
La concepción de la autoestima en Adam Smith es un concepto indispensable en su ética coincidente en varios aspectos con Hume: ¿la moral es dependiente de la conciencia de la persona o una condición aprendida? La respuesta es el libre albedrío, sin embargo para llegar a él se precisa de un concepto explicativo, la autoestima es la idea imprescindible para explicar el comportamiento moral. Actuamos correctamente porque deseamos sentirnos bien con nuestro obrar, el beneplácito sólo es posible si la acción moral incrementa la valoración de mí mismo. En la filosofía que dará origen al capitalismo, Smith deja de pensar en el interés propio como un mal, lo transforma en el factor que favorece el orden en la sociedad y el bien público (Smith, 1759/2010).
Smith diferencia al vanidoso del virtuoso, el primero se centra en la opinión que los demás tienen de él, lo cual coadyuva a las conductas inmorales pues no es una persona digna al ser incapaz de asumir una imagen de sí mismo respetuosa y honorable. La persona virtuosa, al contrario es feliz porque es independiente de la opinión pública, su referente es la buena opinión que tiene de sí mismo en su propia conciencia crítica. Reemplaza la idea del “jurado de la conciencia” por el “espectador imparcial”, puesta su independencia del elogio, el individuo virtuoso posee una conciencia autónoma, es libre al depender de su propia opinión.
No identifica al amor propio con el egoísmo, lo ve como una forma de generosidad hacia el prójimo por un “sistema de simpatía”, esto es, la capacidad de colocarse en el lugar del otro. Este sistema es coincidente con el concepto actual de “empatía”, Smith señala que no consiste solamente en aprehender el sufrimiento del otro, sino en salir de uno mismo hacia el otro, no es un accionar solipsista, sino una tendencia hacia la existencia del otro, por ello no es un obrar egoísta sino generoso (Espinoza, 2008).
Hasta este punto, el concepto de autoestima pertenece a la filosofía individualista al ser una concepción del valor moral primario achacado a las decisiones individuales, inspirada en Kant al plantear a los seres humanos como fines en sí mismos, además de otorgarles autonomía, esto es la capacidad de tomar decisiones a pesar de las influencias del entorno social y los condicionantes biológicos (Honderich, 2011).
El problema radica en la complicada definición del “sí mismo”. Hume lo define como intangible, una ficción en resumidas cuentas. Se trata de reflexionar sobre el yo empírico, esto es la conciencia de uno mismo. Según Hume es una construcción a partir de las impresiones y sensaciones, por lo tanto resultante de sensaciones y emociones en vez de razones. Es un ente irracional, al cual no se puede acceder a través de la lógica. Se trata de una sustancia en constante flujo, coincidiendo con la idea de yo sugerida por James, quien comprende al sí mismo como todo aquello que llamamos “mí”, actuamos y sentimos a partir de ese ente, todo lo que hacemos tiene que ver con mí mismo, efecto de nuestras experiencias (James, (1890/2013).
La neuropsicología ha demostrado que no es posible la construcción del yo sin una memoria histórica (Conway, y Pleydell-Pearce, 2000). Esa memoria da la sensación de permanencia a pesar de la fluidez de las experiencias. Hume concluye que el acceso al yo se hace gracias a la creencia en su existencia, el credo hacia el sí mismo se impone emocionalmente. Plantea en relación al aforismo cartesiano, que existimos antes de pensar: siento que siento y luego pienso que existo (Elósegui, 1993). No es posible el conocernos de manera objetiva porque somos resultado de sensaciones indecibles, indiscernibles e ilógicas. La concepción de la autoestima surge como evidencia de la existencia del “sí mismo” porque alguien lo juzga, es ese “tribunal de la conciencia” el evaluador de la consistencia del “yo”, deriva en la humildad o la soberbia. Lo que produce una sensación agradable relacionada con uno mismo produce la pasión del orgullo, el cual es adorable y se dirige al “yo”.
Freud (2014/1922) utilizó el término Selbstgefühl (amor propio) para indicar la importancia de la valoración de nosotros mismos en el desarrollo normal de la personalidad, entendido como la experiencia del valor de nuestro sistema de ideales, es la conciencia de uno mismo a partir de la comparación del ideal con el yo real.
El amor propio hace referencia al deseo de autoafirmación, ocurre en las personas que dudan de su propia valía. El amor propio es el amor del yo hacia el propio yo, una instancia asociada al egoísmo, independiente del aprecio de los demás, es voluntarismo estúpido, el querer afirmarse como consecuencia de pensamientos y creencias personales. Este concepto se enlaza con la vanagloria, esto es la jactancia de uno mismo. Por todo ello es factible afirmar que el amor propio se vincula con el narcisismo, esto es la inútil búsqueda de amarse a sí mismo a expensas de la anulación del otro[5] (Polaino-Lorente, y Manglano, 2003)
El amor propio implica el rechazo del otro, se trata de una tiranía del yo, porque trata de imponerse sobre los demás. Se fundamenta en la valoración del otro para uno mismo, cuando la actitud saludable es valorarlo por sí mismo. No existe coincidencia entre este concepto y la autoestima aunque existe una vinculación, el amor propio puede considerarse parte de la autoestima. La autoestima se afecta por la opinión de los demás, mientras el amor propio obvia a los otros, se centra exclusivamente en sí mismo. (Polaino-Lorente, y Manglano, ob.cit.)
Alfred Adler (1870-1937) desarrolla una teoría de la personalidad centrada en el yo. Dentro de ella plantea la presencia del complejo de inferioridad consecuente con una historia infantil donde se sufrieron vejámenes y desvalorizaciones. Una persona al mostrarse como superior esconde una baja valoración de sí mismo (Adler, 1964).
Los fundamentos de Adler subyacen al constructo de perfeccionismo, lo pensaba como una condición de nuestra especia. Actualmente es considerado en una dicotomía destructivo-beneficioso. En el extremo de la destrucción existen posturas que lo sitúan como una “insidiosa necesidad” (Pacht, 1984) y aquella que lo relaciona con la depresión debido a los “suicidas intensamente perfeccionistas” (Barrow y Moore, 1983). El polo positivo se relaciona con la visión de la perfección como meta, organiza el comportamiento al dirigirlo hacia su realización, en ese sentido produce entusiasmo y motivación (Slaney, Ashby, y Trippi, 1995).
Hamachek (1978) postula la existencia de dos tipos de perfeccionismo, el neurótico y el normal. El primero lo ubica en el extremo destructivo debido a la tendencia de la búsqueda infructuosa y obsesiva de la perfección, impidiendo la adaptación y las sensaciones de placer. El perfeccionismo normal genera habilidades para el logro de metas dentro del reconocimiento de limitaciones.
Existe una ecuación entre perfeccionismo y depresión: a mayor tendencia al perfeccionismo, más probable deprimirse (Preusser, Rice, yAshby, 1994). El perfeccionismo es un factor indispensable para la construcción de la autoestima. La valoración del sí mismo tiene una franca vinculación con el yo ideal, éste se estipula dentro de los cánones de la imagen perfecta de uno mismo. La retroalimentación de los logros con la realización de lo esperado de uno, determina la evaluación de la valoración del sí mismo (Horney, 1950/1991).
Carl Rogers (1902-1987) creador de la Terapia Centrada en la Persona, coloca como núcleo esencial de su teoría humanista a la autoestima, considerándola como la necesidad de sentirnos amados. En el proceso de encontrarse a sí mismo, la persona debe evaluar en nivel de satisfacción que se tiene, una gran parte de su vida la ha dedicado a perderse, a dejar de ser para deber ser, sometido a las expectativas de los demás. Rogers coincide con Kierkegaard al referirse a la desesperación como aquél instante de revelación cuando tomamos conciencia de haber dejado de ser uno mismo en pos de ser diferente a lo que auténticamente deseamos ser (Kierkegaard, 1847/1960). La entiende como un conjunto de percepciones dinámicas desarrolladas por la persona hacia sí misma. Son aspectos valóricos organizados por la persona para definir su identidad. Señala, además que se caracteriza por ser fundamentalmente subjetiva, posee una cualidad individual, los atributos dados a ella no pueden ser generalizables (Rogers, Smith, y Coleman, 1978).

Abraham Maslow (1908-1970) también sustenta su teoría en el concepto de autoestima. En la escala de necesidades humanas, considera el aprecio como fundamental. Según este autor, existen dos clases de aprecio, el que se tiene a uno mismo (amor propio) y el recibido por los demás (Maslow, 1973).
El concepto autoestima ha sido utilizado de muchas maneras, durante los ochenta fue su apogeo, para decaer notablemente en la investigación científica del siglo XXI. Sin embargo se ha mantenido en el discurso popular y en algunos modelos teóricos. Se mantiene en el DSM V, como parámetro de evaluación para distintos trastornos, por ejemplo es un indicador importante en la distimia (DSM V, p.168).
Habiendo sido definido de manera imprecisa y muchas veces confusa, es necesario diferenciarlo de otros conceptos con los cuales suele asociarse, tales como autoconcepto, autoimagen, amor propio.
El término autoconcepto(Self-concept)  está referido a la descripción de uno mismo, cómo la persona se define. Es la imagen que la persona tiene de sí; se encuentra determinada por la información externa e interna integrada y valorada mediante la interacción de los sistemas de estilos (la manera específica que la persona tiene de razonar sobre la información) y los valores (la selección de los aspectos significativos de dicha información con prevalencia afectiva. Esta integración es fruto de la coordinación entre aquello de lo cual ya se dispone y lo nuevo que se debe integrar.  (González-Pienda, Núñez, y cols. 1990). Rosenberg (1979) entiende al autoconcepto como la totalidad de pensamientos y sentimientos que hacen referencia a uno mismo como objeto.
El autoconcepto comprende tres factores: autoimagen, autoestima y motivación (Burns, 1990). Entonces, es factible señalar a la autoestima como un componente del autoconcepto, es su elemento evaluador. La validación del constructo ha demostrado incertidumbre a la hora de verificar su confiabilidad, es difícil discriminar su connotación descriptiva de la evaluativa (Shavelson, Hubner, y Stanton, 1976).
El constructo autoconcepto, ha sido utilizado de cinco maneras: 1) como marco de referencia para juzgar el alcance de logros, 2) atribución causal, las personas achacan a su autoconcepto el alcance de sus metas, 3) reflejo de las apreciaciones de los demás, 4) experiencias de dominio, se constituyen en esquemas del sí mismo creados en experiencias de ciertas habilidades, 5) centralidad psicológica, se considera el eje de todo el quehacer psicológico de la persona (Bong, y Skaalvik, 2003).
El siguiente concepto es el de autoimagen, definida como la representación psicológica de uno mismo. Rosenberg (1965)  introduce el término para explicar la formación del sí mismo en los adolescentes. Sin embargo, varios autores hacen uso del término sin discriminarlo del autoconcepto ni de la autoestima (v.g. Steele, Spencer, y Lynch, 1993). Se lo asume como un elemento más del proceso de evaluación del sí mismo (Chon.1992). A pesar de todo, la autoimagen hace alusión a la percepción de uno mismo, se lo asimila al término cognitivo autoesquema en un proceso de percepción autorreferencial (Markus, Crane, Bernstein, y Siladi, 1982). La tendencia es utilizar el constructo autoesquema en la percepción del cuerpo y su relación con la definición sexual (v.g. Elder, Brooks, y Morrow, 2012).
La autoimagen es la representación de uno mismo, posee connotaciones afectivas, mientras que el autoconcepto es la identidad, posee connotaciones racionales.  Surge la posibilidad de considerar a la autoimagen como un componente del autoconcepto, sin embargo, a pesar de estas distinciones sutiles, la tendencia es reemplazar el término autoimagen por el de autoconcepto (Gonzales, 1999).
Por otra parte, el usual uso indistinto del autoconcepto y de la autoestima es un error, de ahí la aclaración: en tanto el autoconcepto es la descripción y cognición del sí mismo, la autoestima es su evaluación (Watkins, y Dhawan, 1989). El conocerse tiene que ver con el autoconcepto, la autoestima con la evaluación.
Como vimos hay muchos problemas en establecer una definición operativa del constructo sí mismo (self), lo cual deriva en conflictos a la hora de referirnos al autoconcepto. ¿Cómo determinar un concepto de evaluación del autoconcepto, si es endeble su precisión? Rosenberg (1986) define a la autoestima visando al sí mismo como una realidad tangible, escribe: la autoestima es una actitud positiva o negativa hacia un objeto en particular: el sí mismo (en: Polaino-Lorente, y Manglano, 1993). Rosenberg parte de un modelo social, considera a la autoestima como actitud, se desarrolla en procesos de comparación entre los valores y sus discrepancias. La síntesis de la autoestima es la relación entre la imagen del sí mismo en relación a los valores personales adquiridos en las relaciones interpersonales de la socialización. Si la relación entre el sí mismo ideal y el real es pequeña, la valoración de la autoestima es mayor; al contrario, cuanto mayor es la discrepancia, menor será la autoestima.
Es posible establecer cuatro maneras de definir autoestima. La primera, considerarla como una actitud, al plantear al sí mismo como un objeto social factible de generar actitudes en la persona. La segunda, identificarla como la diferenciadora entre el yo real y el yo ideal, esto es cuánto se acerca el uno al otro. La tercera, hace referencia a la vinculación afectiva que la persona le da a su self, es decir, el sentimiento de valoración personal. La cuarta, propone a la autoestima como un elemento de la personalidad, enlazada con la motivación (Vallejos, Bravo y Ruiz, 2000).
De algo podemos estar seguros, la autoestima es un concepto forjado en el ámbito social. Se crea en las interrelaciones con los demás. Ha sido central en los estudios psicológicos del ámbito educativo, encontrándose relaciones significativas con el aprendizaje (v.g. Trautwein, Lüdtke, Köller y Baumert, 2006). Por supuesto no se trata de un constructo exclusivamente social, la persona decide en función a su autoconcepto la validación que le dará (Campbell, 1990).
La autoestima es una construcción que se hace a partir de la idea de lo que somos, esto es, desde el autoconcepto. Es el descubrimiento de la persona como valor, el valor inalienable de ser alguien. Su calidad tendrá que ver con la legitimación recibida en los primeros años de vida (Jost, Burgess y Mosso, 2011). Así mismo, la autoestima va ligada a la autoeficacia, al confirmarse la realización de las metas planeadas se produce una adecuada valoración del sí mismo (Judge, y Bono, 2001)
Al definirse la autoestima como una actitud hacia el autoconcepto, es posible establecer parámetros estadísticos para medirla. Esto es lo que hace Rosenberg al crear su cuestionario “Escala de Autoestima” (Rosenberg Self-esteem Scale). Es uno de los instrumentos más utilizados en la Psicología Social, ha sido traducida a 28 idiomas, entre ellos al español (v.g. Rojas-Barahona, y Zegers, y Förster, 2009). Además ha sido validada interculturalmente en 50 países (v.g. Chen, Starosta, 2000). Lamentablemente no se ha realizado su validación en Bolivia.
La construcción de la escala se hizo a partir de una muestra de 5024 estudiantes de secundaria elegidos en diez escuelas de Nueva York. Consta de diez preguntas formuladas en el formato Likert (Rosenberg, 1965). Los ítems se agrupan en dos factores: autoconfianza y autodesprecio, definiéndose como una escala que responde a un modelo bifactorial. La dimensión de la autoconfianza hace referencia a los aspectos asociados al asumirse competente, la vinculada al autodesprecio se vincula con la antipatía hacia unomismo (Tafarodi y Milne, 2002).
Se ha demostrado su validez en la educación, tanto universitaria (v.g.Martín-Albo, Núñez, Navarro, y Grijalvo, 2007) como escolar (Wood, Gladwell, y Barton, 2014). Se la utilizó para determinar la relación entre la baja autoestima y  la depresión (v.g.; Steiger, Allemand, Robins, y Fend, 2014). Fue empleada para determinar la influencia de la familia en la autoestima (v.g. Demo, Small, y Savin-Williams, 1987).
Se han producido varios estudios sobre su validación, la mayoría de ellos concluye que se trata de una escala con altos niveles de confiabilidad estadística y consistencia interna (Gray-Little, Williams, y Hancock, 1997). Los valores de la alta consistencia interna obtenidos en países de habla castellana oscilan entre 0,70 y 0,90, estos números son coeficientes ideales,  Cogollo, Campo-Arias, y Herazo  (2015) citan como ejemplos a: Góngora y Casullo, (2009); Martin-Albo, Núñez, Navarro y Grijalvo (2007); Meurer, Luft, Benedetti, & Mazo, 2012; Rojas-Barahona, Zegers, & Förster, 2009; Sbicigo, Bandeira, y Dell’Aglio (2010); Vasconcelos-Raposo, Fernandes, Teixeira, y Bertelli (2012).

Sin embargo, los problemas de la escala se relacionan con el constructo y sus dos dimensiones. Por ejemplo, en un estudio de validación llevado a cabo en Cartagena, se encontró una consistencia interna débil (coeficiente de Kuder-Richardson de 0,63). La confiabilidad del constructo estuvo muy debajo del esperado (coeficiente de Mosier de 0,61) (Cogollo, Campo-Arias, y Herazo, 2015).

En otro estudio se puso en duda la pertinencia de la medición ofrecida por la escala debido a una probable “tendencia techo”, es decir que las personas tienden a responder con dirección positiva. En esta misma investigación, se encontró la duda acerca de la bidimensionalidad de la escala, el análisis factorial sugiere una tendencia hacia la unidimensionalidad. Otro problema se refiere a la comprensión de los ítems, al parecer no es clara la interpretación de los mismos (Meurer, Luft, Benedetti, y Mazo, 2012).

Otro investigador importante para el estudio de la autoestima fue Stanley Coopersmith (1926-1979). Al igual que Rosenberg, define la autoestima como la actitud hacia el sí mismo. Se diferencia en su postura conductual y en la consideración de distintos niveles de autoestima. Para este psicólogo, la autoestima es un fenómeno universal, sin embargo dinámico porque puede modificarse dependiendo de la situación en la que se encuentre la persona. La cualidad de rasgo y de estado de la autoestima, se relaciona con la construcción del sí mismo, que sería según su visión resultado de las interacciones sociales y de las experiencias personales. Una vez construido el sí mismo, la persona pasará a evaluarlo, ese proceso es la actitud de valoración, a la cual Coopersmith llama autoestima (Coopersmith, 1959; 1967).

Coopersmith define a la autoestima de esta manera: “la evaluación que hace el individuo de sí mismo y que tiende a mantenerse; expresa una actitud de aprobación o rechazo y hasta qué punto el sujeto se considera capaz, significativo, exitoso y valioso. La autoestima es el juicio personal de la valía que es expresada en las actitudes que tiene un individuo para sí mismo” (Coopersmith, 1967, pág. 5).

La autoestima es una abstracción que resulta de las relaciones interpersonales, reacciones de la persona hacia sí misma, sus habilidades para la resolución de problemas y su capacidad de afrontamiento. Todo ello incide en las decisiones y por ende en la selectividad más compleja de las experiencias, haciendo de la persona alguien que buscará experiencias en las cuales se sienta bien consigo mismo. Es así que la autoestima se instaura como un recurso mediador en la definición de conductas dirigidas a un fin (Deniz, 2006).

Coopersmith crea un cuestionario para medir la autoestima, consistente en 25 ítems dicotómicos (sí-no). Es una prueba tridimensional, considera las siguientes áreas: a) Si mismo general: hace referencia a las actitudes que presenta la persona de su  autopercepción y propia experiencia valorativa sobre sus características físicas y psicológicas; b) área social: las actitudes de la persona en su medio social. Así como sus vivencias en el interior de instituciones educativas  y su satisfacción con su rendimiento académico o profesional; c) área familia: a las actitudes y/o experiencias en su entorno familiar (Coopersmith, 1981).

Ryden (1978) encontró una confiabilidad  prueba-pos prueba de 0.80. Por su parte Perlow(1987) al validar el constructo encontró diferencias significativas entre la muestra de alta con la de baja autoestima.

Al analizar su confiabilidad, Ryden (1978) encontró una confiabilidad test-retest de 0.80 en mujeres, en períodos de 6 a 58 semanas. Con respecto a la validez del constructo, se refieren diferencias significativas entre los grupos de alta y baja autoestima (Perlow, 1987). Sin embargo, en otros estudios de validación se encontró debilidad en el constructo (Cowan, Altmann, y  Pysh, 1978), sobre todo cuando se contrasta el cuestionario con otras pruebas.

La validación realizada en países de habla castellana ha mostrado un alto nivel de significancia estadística, por ejemplo: Villanueva (2014) en una muestra colombiana; en una muestra mexicana se definió que los ítems de la escala discriminan significativamente, por lo tanto el constructo es válido y la validez concurrente con el test de Personalidad de Eysenck, también lo es (Acevedo y Cortés, 1993).

Además de las escalas de Rosenberg y Coopersmith, se desarrollaron varias entre los años sesenta y noventa, siendo las más utilizadas las que figuran en la Tabla 1. A partir de los noventa a la actualidad ha disminuido el interés en construir nuevos cuestionarios. La mayoría de los trabajos se realizaron sobre las mencionadas escalas. Sin embargo, se llevaron a cabo meta análisis para evaluar la pertinencia del constructo, los estudios muestran cierta ambigüedad, debido a los sesgos que se encuentran en la comparación de grupos (Aberson, Healy, y Romero, 2000).

Otro asunto que se discute es la debilidad del constructo cuando se realizan validaciones divergentes; por ejemplo se halló relación entre la medida de la autoestima y los sentimientos de inadecuación (Janis, y Field, 1959) y las habilidades sociales (Helmerich, y Stapp, 1974). Se ha mostrado evidencia acerca de los sesgos en los resultados obtenidos en estudios de grupos.

Si bien las críticas metodológicas realizadas por Wylie (1974) son antiguas, es quien más ha insistido en las falencias psicométricas realizadas sobre los constructos de autoconcepto y autoestima, aduciendo la falta de consistencia interna de las escalas utilizadas, definiendo componentes dispares.

En defensa del constructo uno de los estudios más citados es el realizado por Hogg y Abrams (1990), estos investigadores encontraron dos corolarios críticos en la medida de la autoestima. El primero hace referencia a cuando los participantes de una muestra se encuentran en una situación de logro de sus metas, lo que deriva en calificarlos con alto nivel de autoestima; el segundo, cuando los participantes están deprimidos, ocurrirá que manifiesten baja autoestima. Esto mostraría la congruencia teórica entre el logro y la depresión asociados indefectiblemente a la autoestima. Por lo tanto concluyen que el constructo es indispensable en la teoría de la identidad social. Esto es, según los corolarios mencionados, la autoestima se constituye en resultado y en predictor del comportamiento de la persona en un grupo (Turner, 1990).

Caso (2000) encontró cien variables relacionadas con el constructo autoestima, entre ellas están: asertividad, rendimiento académico, consumo de sustancias adictivas, establecimiento de metas, depresión. Lo cual indica la importancia del concepto en relación a diversidad de comportamientos.


Tabla 1: Los cuestionarios más utilizados en el estudio de la autoestima. (Balscovich y Tomata, 1991)
 
Nombre de la escala
Autor (es)
Año
Self- esteem scale
Rosenberg
1965
Self -esteem inventory
Coopersmith
1967
Tennesse self-concept
Roid & Fitts
1988
Piers-Harris self-concept
Piers
1984
Barron ego- strength
Barron
1953
Janis and Field Feelings of inadequacy
Janis & Field
1959
Personal orientation inventory
Shoström
1966
Texas social behavior inventory
Helmreich & Stapp
1974
Body-cathexis
Secord & Jourard
1953
Rosenberg Simmons self esteem
Rosenberg & Simmons
1972
Berger self acceptance
Berger
1952
McFarland and Ross self-esteem
McFarland & Ross
1982
Ziller social self-esteem
Ziller, Hagey, Smith & Long
1969
SDQ III
Marsh, Smith & Barnes
1983
Index of adjustments and values
Bills, Vance & McClean
1951
Butler Haigh Q-sort
Butler & Haigh
1954
Self perception inventories
Soares & Soares
1970
Self valuation triads
Gergen
1965
Adjective check list
Gough & Heibrun
1965

Actualmente se ha desarrollado un  cuestionario para medir la autoestima relacionada con las actividades académicas y no académicas de niños y adolescentes, el short version of the Self Description Questionnaire II (Marsh, Ellis, Parada, Richards, y Heubeck 2005), versión en castellano, Cuestionario de Autodescripción-II abreviado (Fernández, Inglés, Herrero, San Martín, Torregrosa, y González, 2016). Se trata de una escala de 51 ítems, son tres componentes: actividades académicas, no académicas y autoestima general. A pesar de otros intentos, siguen siendo privilegiadas las escalas de Rosenberg y Coopersmith (v.g. Ferris, Lian, Brown, y Morrison, 2015; Chao, Vidacovich, y Green, 2016).

La influencia socio cultural es inevitable para el desarrollo de la identidad y por ende de los criterios para la autoestima, es así que se ha evidenciado la importancia de estar al día con la moda, por lo tanto principalmente los adolescentes necesitan vestirse con ropa de marca. En varios estudios se ha contemplado la importancia actual de esta actitud para definir los niveles de autoestima en los adolescentes. Por ello se ha construido una escala con la inserción de la “pertenencia a la marca” (brand ownership) (Isaksen, y Roper, 2016).

La debilidad del constructo autoestima consiste principalmente en sus amplias coincidencias con otros constructos. De ahí una solución inclusiva consiste en considerar como sus componentes al autoconcepto, el autoreconocimiento, la autoeficiencia, al autocontrol y a la autoconciencia (Caso y Hernández, 2007).

Otro debate se realiza acerca de si es pertinente considerar a la autoestima como un componente de la personalidad. El asunto es si se trata de un componente estable de la persona o está ligada a las eventualidades contextuales. Cattell incorpora a la autoestima como un factor entre los dieciséis de su escala. La denomina factor O, se basa en las tendencias de la persona a sentirse insegura, evita determinar el nivel porque puede estar influenciado por situaciones transitorias, las altas puntuaciones tienen que ver con la vivencia del sufrimiento (Cattell, 1966).

Eysenck (1991) es uno de los más importantes psicólogos para la comprensión de la personalidad desde la perspectiva del análisis factorial. Prontamente pone en tela de juicio los factores identificados por Cattell, lo cual conlleva al cuestionamiento de la presencia entre ellos de la autoestima. Los estudios sobre el mismo problema definieron en el último tiempo que son solamente cinco los factores resistentes a los análisis de validación y confiabilidad, entre ellos no se encuentra el factor autoestima (McCrae, y Costa 1999).


La pronta implementación del término autoeficacia al lenguaje coloquial, se asocia probablemente con la creciente valoración del individualismo y con él un culto a la eficacia. Fenómeno definitivamente central en la economía anglosajona, como pudimos ver, el concepto tiene su auge en el pensamiento filosófico capitalista de Adam Smith. Por ello la necesidad del Estado capitalista de fomentar la idea de un factor indiscutible de la formación del ser humano. El éxito de dicha inmersión ideológica de un constructo psicológico se aprecia en la relación de la autoestima con la “pertenencia a la marca”, al grado de suscitarse la construcción de la identidad juvenil en función a la marca de moda. En síntesis se existe solamente si se posee un aceptable nivel de autoestima, alimentado por el consumismo. La sobrevaloración de la imagen corporal se enlaza con la autoestima en las jóvenes de hoy, un cuerpo esbelto asegura una buena autoestima, al contrario una chica con un cuerpo incongruente con el estereotipo estipulado por el medio se verá afectada por la depresión (v.g. Seo, y Son, 2014).
Echeverría (1941-2010) reflexiona sobre la modernidad latinoamericana, plasmando el concepto de ethos barroco, para referirse a los valores atribuidos a los productos de consumo instalados dentro de costumbres irreflexivas o “comportamientos automáticos” determinantes de una forma de ser, de tal manera que se trata de vivir lo invivible en una actualización de un estilo de vida aliado a la inconciencia, a la imposibilidad de cuestionar o reflexionar sobre el sentido sin sentido generado por la obnubilación de la conciencia ante la urgencia de poseer. Es barroca la manera de vivir destrozando la subjetividad, promoviendo lo superfluo en lugar de lo sustancial (Echeverría, 1996). La visión barroca del mundo denota la creación de un escenario impuesto como real para enmascarar la miseria, distrayéndola de sus necesidades vitales hacia la búsqueda de lujos (Cevallos, 2013).

El término autoestima se instala pues en una sociedad dormitiva, con él se pretende explicar el éxito y el fracaso en la inserción de la persona en los juegos de lo establecido. Es parte del barroco, obedece a sus tres atributos: bizarro, falso y formal. Bizarro porque emerge de las preocupaciones filosóficas de Hume y Adams para trasladarse a la ciencia psicológica y su pretendida cientificidad cuando es capaz de medir un constructo; falso porque es una construcción forzada para establecer parámetros de valoración del sí mismo, tendenciosos a la concreción de los marcos referenciales de lo que está bien y lo que no, según los criterios de aquello conveniente para el sistema; finalmente es tendencioso y formal porque promueve una dirección general de la autovaloración personal.

Estas razones explican el motivo de la tendencia de investigaciones en el ámbito escolar, y la presencia de ítems en las escalas de autoestima relacionadas con el rendimiento académico. La ecuación arribada es: a menor autoestima el rendimiento académico es también bajo. Por lo tanto el problema se centra en el estudiante, se deberá incrementar su autoestima para mejorar su ejecución. El sistema escolar queda inmune ante la explicación tácita de la mencionada ecuación. Y al dejar de lado la reflexión sobre la pertinencia de la escuela en la formación de las personas, se mantiene el sistema como siempre estuvo, caduco y sin horizontes (Selvini, Cirillo, y D’Ettore, 1987).
Desde la perspectiva sistémica comprendemos al ser humano como un elemento perteneciente a diversos sistemas en los cuales desempeña alguna función para facilitar la homeostasis y el cumplimiento de las metas por las cuales se ha organizado el sistema (Bateson, 1982). Los sistemas hacen parte de otros sistemas en una sucesión infinita (Von Bertalanffy, 1968). Desde este enfoque es inevitable la influencia de un sistema sobre otro. Las reflexiones e investigaciones sobre la psicopatología derivaron en el desarrollo de la terapia familiar sistémica (Gladding, 2014). Desde esta terapia se ha considerado a la autoestima como resultante de las interacciones entre los miembros del sistema familiar. Virginia Satir es quien ha empleado explícitamente el término, siendo central en su forma de abordaje, según ella la baja autoestima es consecuente con la disfuncionalidad personal y familiar (Satir, y Watson, 1975).
La autoestima se relaciona con la nutrición afectiva (Linares, y Gamburg, 1996), con la legitimación (Maturana y Dávila, 2006), con la protección (Pinto, 2014). Sin embargo su concepción desde la mirada sistémica no es un concepto aislado de las relaciones interpersonales. El sí mismo es una construcción a partir de la interacción con los demás, por ende, la autoestima está en relación con las interacciones sociales.
No es posible la autoestima si no existe un referente para definirla. Por lo tanto es erróneo considerarla un fenómeno solipsista, es indefectiblemente resultado de un proceso de comparación. Por ejemplo, mi autoestima en el ámbito deportivo será baja si comparo mi rendimiento en velocidad con el rendimiento de Usain Bolt, pero será alta si la equiparo a la velocidad de un caracol. De ello resulta una paradoja: ¡quien tiene baja autoestima en realidad la tiene alta! Porque se compara con personas claramente más hábiles.
En la psicoterapia relacional sistémica, es inevitable ante una definición tácita del sí mismo, preguntar acerca del referente. Por ejemplo: el paciente dice “soy tímido”, el psicoterapeuta pregunta: “¿en relación a quién?” (v.g. Feixas, 1991).
El entusiasmo fue grande al encontrar relaciones entre la autoestima y la efectividad (Silverman, 1964). Al poco tiempo se plantearon programas ingenuos de incremento de la autoestima para mejorar varias condiciones, desde dejar de fumar (Schwartz, y Dubitzky, 1968), mejorar el rendimiento académico (Randolph, y Howe, 1966), el rendimiento laboral (Morse,  y Gergen, 1970),  inclusive las relaciones de pareja (Blinder, y  Kirschenbaum, 1967). Pues bien, esos programas implicaban otras actividades además de las relacionadas con la evaluación del sí mismo, por lo cual los resultados cuando eran positivos estaban contaminados por las actividades complementarias.
El enfoque erróneo es considerar a la autoestima como causa del mejoramiento, cuando en realidad es efecto (Pierce, y Wardle, 1997). Ante la falta de evidencia se plantearon investigar la relación entre la autoestima y el mejoramiento (v.g. Baumeister, Campbell, Krueger, y Vohs, 2003). Al parecer, la atención estaba centrada en validar el constructo y no en analizar si tenía algún efecto en el alcance de metas. Los estudios muestran que no influye de manera directa, sino mediacional (v.g. Huntsinger, y Luecken, 2004).
Asumiendo que la autoestima es una actitud hacia el concepto de uno mismo, se trata del elemento afectivo, no así cognitivo (Brown, 2014). Establece una gradiente de valoración del autoconcepto, el sentirse bien consigo es tener alta autoestima y no la baja. ¿Nos evaluamos sin considerar nuestra conducta?
Bandura (1978) plantea la presencia de una falacia cuando consideramos al comportamiento como efecto de una sola variable, sin identificar la reciprocidad entre causa y consecuencia; es correcto pensar que el ambiente ocasiona la conducta, pero también lo es ver a la conducta influyendo en el ambiente. De ello se deriva la imperiosa necesidad de relacionar lo afectivo con lo conductual y cognitivo. Al comprender al ser humano como un ser inmerso en un entorno social no debemos caer en el error de pensar en un determinante central de su comportamiento. Se trata de un sistema del sí mismo en vez de una estructura aislada. Al contemplarse así el sí mismo está formado por organizaciones cognitivas complejas y funciones facilitadoras de la percepción, evaluación y control.
Entonces lo importante no es sentirnos bien con nosotros mismos, sino ser capaces de hacer las cosas bien. El refrán “querer es poder”, está equivocado, no logramos nada queriéndonos o valorándonos positivamente. De lo que se trata es de actuar (Bandura, 2003), por lo tanto son más importantes nuestras creencias acerca de las capacidades que nos permiten organizar y ejecutar acciones  para alcanzar un buen rendimiento (Bandura, 1977; 1982; 2013).
¿Cuál la función de la autoestima en el sistema de regulación del sí mismo? Su participación es exigua, las dudas de la toma de decisiones se vinculan más con los factores asociados a la autoeficacia (Schwarzer, 2014). El resultado del proceso de ejecución es la eficiencia de la acción que conlleva claro está un sentimiento de bienestar (v.g. Herrick, Stone,  yMettler, 1997).
Uno de los mayores peligros del constructo autoestima, es que a partir de ella, sin dilucidarla mínimamente, las falsas psicologías se asientan en ella. Un ejemplo actual es el coaching, fundamentado en el pensamiento positivo (Kauffman, 2006). Se la relaciona con cualquier trastorno mental y los neófitos la colocan como la causa fundamental de ellos. Las consecuencias son desastrosas para las personas aquejadas de sufrimientos inducidos por complejos factores. Al sufrimiento se añade la vergüenza ocasionada por pensarse como alguien incapaz de valorarse adecuadamente a sí mismo.
Puedo concluir después de esta exhaustiva revisión de la construcción del constructo psicológico autoestima, que se trata de un mito emergente en un momento histórico donde los valores humanos habían sido socavados por el individualismo a ultranza. La creación durante el año de 1995 de la National Association for SelfEsteem (NASE) en California, tenía como objetivo primordial promover el conocimiento de la autoestima para el de desarrollo del liderazgo y la mejora de la condición humana. El incremento de la autoestima no mejora el rendimiento escolar ni disminuye las conductas violentas  (Baumeister, Campbell, Krueger, y Vohs, 2005), lo que logra es incrementar el ingreso económico de los psicólogos que la pregonan como el núcleo de la solución a los problemas humanos.
El gran problema reside en el hecho de que al centrarse sobre la autoestima, la aíslan de las condiciones históricas que la sustentan. Al perder su base, se pierden las posibilidades de analizarla contextualmente, derivando en conclusiones ridículamente vacías (Martins, 2011). La palabra autoestima, añade al sentido del éxito y la capacidad la definición de una persona obligada a ajustarse a los cambios de su realidad social. Está prohibido no valorarse adecuadamente. No falla el sistema sino la persona, su baja autoestima es consecuencia de su incapacidad de adaptación, cuando lo más probable es que sea fruto de su capacidad autorreflexiva, resultado de su crítica pasiva al sistema opresor (Tavares, 2002).
En el caso de la familia, son los padres quienes atribuyen los problemas del hijo o hija a su baja autoestima: se droga por su baja autoestima, se orina en la cama por su baja autoestima, se suicidó por su baja autoestima. Respuestas estúpidas ante la incapacidad de fomentar una familia basada en el amor y el respeto. Los hijos con baja autoestima lo que hacen es denunciar el franco fracaso de sus padres al intentar protegerlos y nutrir su sí mismo expuesto a la soledad.
Lo mismo ocurre en el sistema escolar, su fracaso se patentiza en la excusa ingenua para señalar al culpable: es el estudiante y su deficitaria autoestima. La propuesta es la educación por competencias, visa educar a partir de especialidades dirigidas a la efectividad del trabajo, destruye la posibilidad de reflexión y autonomía bajo la disimulada promoción del constructivismo, no se hace sino lavar el cerebro de los estudiantes en pos de formarlos hacia el éxito. Se evalúa el sí mismo en vez del aprendizaje, confundiéndose el hacer con el ser, lo que está en juego durante la evaluación es la relación pre establecida por el sistema escolar entre lo esperado del aprendizaje y el fin ideológicamente planteado.
Se denomina evaluación auténtica a la relación entre los resultados obtenidos y el sistema utilizado para evaluar (Gallego, 2006), asegurando la coincidencia entre las exigencias de la meta con el modelo de aprendizaje. Si no se logra satisfacer la meta se debe modificar el proceso de enseñanza. El objetivo de la formación es la asimilación de conocimientos, el desarrollo de conductas y la posibilidad de aplicarlos en situaciones pertinentes a las metas finales de los programas académicos. Se abandona el protagonismo de la crítica del estudiante ante su entorno, en base a un estudio de mercado se formulan las metas de la educación y se entrena a los maestros y maestras para el entrenamiento en las competencias requeridas de los niños y jóvenes. Las metas se establecen a partir de la realidad compleja de la vida social y profesional (Wiggins, 1990).
La educación basada en competencias tiene un matiz mercantilista del conocimiento. Ahonda en la falencia del juicio crítico de las personas, fomenta una formación tecnócrata ligada a los mitos de la realización personal dentro de la profesión (Bonvecchio, 1991), produce un decremento en la formación integral. Como núcleo de la formación se enfatiza la importancia de la autoestima. En los programas educativos europeos se considera a la autoestima como una competencia (Garagorri, 2007). Se plantea como una premisa incuestionable la relación entre la autoestima y el aprendizaje, indicando que la persona necesita de entornos seguros para el desarrollo de sus “emociones positivas”, sin explicitar cuáles son éstas, sin embargo ante su ausencia el aprendizaje será deficiente (Avia, 2007). La pedagogía está preocupada en desarrollar “itinerarios vitales” (Tirado, 2007) cuyos fines son la inserción laboral y la realización profesional. La pedagogía se ha convertido en un instrumento de la ideología en vez de cuestionarla y favorecer la formación de seres humanos dispuestos a construir su propia historia, siendo reflexivos con su entorno.
La autoestima es señalada como un factor indispensable para tener una buena salud, sin embargo, se ha exagerado. Taylor y Brown (1988) proponen que la salud mental está vinculada con el afrontamiento de la realidad, las personas capaces de tomar conciencia de su estado de salud tienen más probabilidades que aquellas ensimismadas en sí mismas. Los juicios certeros provienen del afrontamiento y no de los niveles de autoestima. Los puntos de vista positivos del sí mismo exageran la percepción del control personal produciendo un optimismo irrealista. Es posible caer en un razonamiento regido por las emociones: “si me siento bien conmigo mismo esta enfermedad pasará”, o “basta quererse a uno mismo para tener una buena salud”.
Lo propio pasa con la salud mental, si bien la autoestima es un elemento presente para el diagnóstico de diversos trastornos, su incremento no es suficiente para su erradicación. Branden (1995) propuso seis pilares para el desarrollo de la autoestima: la práctica de vivir conscientemente, la práctica de aceptarse a sí mismo, la práctica de asumir la responsabilidad de uno mismo, la práctica de la autoafirmación, la práctica de vivir con propósito, la práctica de la integridad personal. Este psicólogo sugiere como finalidad de sus ejercicios incrementar per se la autoestima, entendiéndose su logro como la aprobación de uno mismo como consecuencia de ello se producirán respuestas más efectivas permitiendo conseguir trabajo, pareja y cualquier meta que uno se proponga.
Este tipo de programas derivan en la frustración, como vimos la autoestima es efecto de los logros no su causa. Las personas son engañadas, muchas veces erogando fuertes sumas de dinero, sometidas a una programación para incrementar su autocontrol tienen las mismas posibilidades de alcanzar sus metas que las personas con amuletos para la buena suerte.
Para finalizar, es importante desarrollar estudios acerca del tema en nuestro medio, si bien las reflexiones a partir de investigaciones que terminan poniendo en duda la pertinencia de la autoestima como un factor importante en el desarrollo humano, no es posible coincidir o no con ellas sin tener datos de nuestro contexto. Mientras tanto se debe proceder con cautela, evitando centrar el trabajo terapéutico y educativo en el polémico constructo, se deben buscar otros criterios para evaluar los programas psicoterapéuticos, psicopedagógicos y laborales, además de evitar en lo posible ensoñar a la persona con cambios extraordinarios con solamente mejorar su autoestima.  

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[1] Oxford Dictionary of English (2015) Third Edition. También disponible en : http://www.oxforddictionaries.com/definition/american_english/self-esteem
[2] Disponible en: http://dle.rae.es/?id=4SXaTku
[3] Comunicación personal del Dr. Félix Layme, lingüista aymara.
[4] Comunicación personal de la Lic. Gilda Ferreira, psicóloga paraguaya.
[5] Narciso fue un personaje de la mitología griega. La ninfa Eco estaba perdidamente enamorada de él, sin embargo el joven en vez de dar curso al interés de ella, estaba intrigado consigo mismo, al grado que al ver su imagen reflejada en el agua, se lanzó impertérrito para abrazarse, muriendo ahogado. Eco quedó inconsolable, tanto que compadeció a los dioses. Éstos decidieron convertirla en una roca.

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