LA CONMOCIÓN EN LA PSICOTERAPIA SISTÉMICA
Por:
Dr. Bismarck Pinto Tapia, Ph.D.
Miremos la perla. La perla
es un producto del dolor y del sufrimiento. Atormentada por una materia extraña
incrustada en su blanda carne, la ostra responde abrazando el objeto irritante
hasta transformarlo en una pieza de gran belleza. La creación de la perla no
sólo proporciona alivio a la ostra sino que también es una fuente de asombro y
placer para muchos hombres. ¡Pero cuidado! El brillo único de la perla puede
ser destruido fácilmente. Tintes o aceites pueden contaminar y destruir su
belleza. Perlas depositadas en viejas tumbas a menudo se pudren con el cadáver
de su propietario y su polvo se mezcla con el polvo de la muerte.
Sadhu-ji
Uno de los problemas
más debatidos en el ámbito de la psicoterapia ha sido la pertinencia o no de la
neutralidad del terapeuta. El psicoanálisis decidió por una paradoja, la
asociación libre, suponiendo que de esa manera se evitaba influir en el
paciente. Rogers propuso desarrollar unja vinculación empática, mientras Perls
presentaba su terapia eminentemente directiva. La terapia cognitiva
comportamental se afianzó en la objetividad del enfoque experimental aplicado
al ámbito de la relación terapéutica.
Watzlawick y el equipo
de Palo Alto a partir de los supuestos epistemológicos propuestos por Bateson,
definen la imposibilidad de no comunicar como un axioma de la comunicación
humana, y con él el postulado de una terapia eminentemente manipuladora, en la
cual la manipulación es un procedimiento benevolente.
Las clarificaciones
epistémicas formuladas por Von Foerster y las especulaciones sobre la
objetividad de Maturana recaen en el planteamiento de Magoroh Maruyama acerca
de la segunda cibernética. En la primera cibernética en el énfasis es puesto en
el sistema de control regulado por el observador, podemos decir: el observador observa el sistema. Von
Foerster hace referencia a la cibernética de la cibernética, para reflexionar
acerca de ¿quién observa al observador?, de esa manera las disquisiciones
epistémicas se centran en los procesos personales de quien observa, por ello la
frase ahora es: el observador observando
observar el sistema.
Las consecuencias de la
ampliación de la visión del contexto terapéutico derivaron en críticas a la
neutralidad del terapeuta, Carlos Sluzki define la importancia del
construccionismo en la psicoterapia sistémica y Moni Elkaïm introduce el
término “resonancias” para redefinir el concepto freudiano de contratransferencia.
Los cursos de formación
en terapia sistémica conllevan la urgencia del trabajo personal de los
estudiantes, partiendo del supuesto: es
imprescindible conocer tu propio sufrimiento para recibir el sufrimiento del
paciente. Se hizo también indispensable la formación con equipos
supervisores alojados detrás de un espejo de visión unidireccional, para la
detección de las resonancias en los aprendices y la posterior reflexión sobre
su incidencia en el proceso terapéutico. Determinándose una recaída en el
quehacer psicoanalítico donde el análisis es obligatorio para los futuros
psicoanalistas. La diferencia es notable, en el caso de los psicoanalistas el
proceso de análisis personal visa como objetivo central el control de la
contratransferencia para evitar la influencia; en nuestro caso, el
autoconocimiento hace alusión a la necesidad de utilizar las resonancias para
introducirlas en la relación terapéutica.
Pienso que es posible
identificar dos formas de concebir la psicoterapia, en la primera el fin es el
cambio de la situación problema, en la segunda, además de promoverse el cambio
se trabaja en la búsqueda de sentido (parafraseando a Viktor Frankl).
El síntoma se instala
como un refugio para protegernos de las arremetidas vigorosas de quienes
deciden impedir nuestra existencia a través de la desprotección y la
legitimación. Así el síntoma me protege y me da identidad. Lamentablemente con
el tiempo el síntoma devora nuestra vida y dejamos de vivir, por ello es más
conveniente el retorno del monstruo a enfrentar el vacío dejado por el desamor.
Metafóricamente el
síntoma es el cobertor del vacío. Reconocernos ausentes en la presencia, genera
un inmenso sufrimiento, el cual subyace en las profundidades del infierno.
Juan Luis Linares ha
elaborado un modelo fundamentado en la parentalidad y la conyugalidad para
demostrar la activación de los procesos de identidad del sí mismo depresivo. La
armonía entre los dos sistemas permite el desarrollo funcional de los hijos, el
desequilibrio (armonía parental-desarmonía conyugal; armonía
conyugal-desarmonía parental; desarmonía conyugal y parental) fomentas las
alteraciones de identidad concomitantes a los diversos estados depresivos. Se
trata de personas con una forma de vida anegada en el sufrimiento y el desamor.
Se instalan en sus relaciones interpersonales los juegos de poder, con ellos la
incapacidad de amar y reconocer ser amados, remembranzas trágicas de estilos de
apego inseguros.
La desazón ante la
incapacidad de encontrar reparación ante la pérdida se transforma en
desesperación y con ella se produce el grito del sufrimiento vertido en el
silencio agónico del vacío tremendo y oscuro, sin nombre. Es entonces cuando el
síntoma se torna anodino, no es suficiente su precaria protección, ha quedado
desnuda la miserable existencia de la soledad indefensa.
La familia interviene
desconcertada ante la presencia insoslayable de la denuncia al falso amor
patentada en la desesperación del paciente (el que sufre). Los profesionales de
la salud mental hablarán de crisis o brote, para culpabilizar a la patología
del desaforo producido. Hacen caso omiso al aforismo que dicta: si alguien grita, es probablemente que lo
haga porque quiere ser oído. Y nadie escucha, entonces el síntoma se hizo
presente, las lágrimas no alcanzan entonces llora la vejiga, la demanda no se
escucha entonces grita el cuerpo, la rabia no encuentra asidero entonces emerge
el vómito, etcétera.
Cuando el síntoma no
alcanza a cubrir al vacío, surge nauseabunda desde el fondo del alma oscura la
depresión, al no poderse esconder en la banalidad de las conductas sintomáticas.
Puede emerger constreñida en ideaciones suicidas o desbordada en intenciones
homicidas, talvez paralizando la vida de la persona en un perenne boicot de la
felicidad. Esta es la circunstancia más difícil para afrontarse en la
psicoterapia.
Difícil porque conmueve
al terapeuta cuando éste encuentra referentes personales resonantes en la
relación con el paciente, la pareja, la familia o el grupo. Experiencias
personales archivadas o irreconocibles despertadas del letargo en la evocación
provocada por el sufrimiento ajeno a la palabra manifestado por el paciente, el
grito de la voz silenciosa del vacío.
Difícil porque puede
ser inadmisible encontrar un referente personal, produciendo la inefable
angustia en el afán de comprender el padecimiento, sin esquemas para definir la
empatía indispensable en el vínculo relacional terapéutico.
Son las dos
circunstancias que obligan a la remoción de la pasividad racional del
terapeuta. Es urgente la conmoción. Palabra derivada del latín conmotiõ, según el diccionario de la
Real Academia Española: Movimiento o perturbación violenta del ánimo o del
cuerpo. Es exactamente eso en psicoterapia, la presencia de una perturbación
ante el dolor del paciente.
Adelaide Berardi me
decía en la formación como terapeuta familiar: “debes vaciar el dolor de tu corazón para recibir el dolor del paciente”.
Frase extraña en su momento, aún sin la experiencia de vida y con experiencia
terapéutica nobel, tuvieron que pasar muchas cosas en mi existencia y en mi
práctica clínica para que pueda entenderla: debo contemplar mi sufrimiento para
escuchar el silencio moribundo de los gritos desesperados del paciente. Eso es
conmoverme.
Para conmoverme ante el
sufrimiento debo sumergirme en las vivencias estancadas del abandono, soledad,
desprotección, descalificación: palabras que intentan expresar la terrorífica
sensación de inexistencia. Sólo mi accionar hacia el reconocimiento de aquello
considerado ajeno a los demás permitirá a la persona diluir su depresión en la
nueva sensación de sentirse vivo a partir de la legitimación del terapeuta, o
del accionar del terapeuta que conmueve a la pareja, a la familia o a los
miembros del grupo presentes en el instante intenso de la recuperación del sí
mismo.
¿Qué hacer cuando la
conmoción se produce a partir de la resonancia? Buscar dentro de nuestra propia
historia los recursos utilizados para confrontar aquella experiencia similar a
la reactivada en la sesión terapéutica. Reconocer que nuestros recursos no
necesariamente son los del paciente, pero la puesta en común de ellos permitirá
a ambos la reflexión sobre alternativas de solución.
Debemos hacer
consciente lo consciente. Tomar contacto con las reacciones de nuestro cuerpo
cuando recibimos el sufrimiento del paciente. Evitar la racionalización o la
distracción. Es importante asumir el dolor que nos produce el sufrimiento.
Además no se trata de una técnica, sino de la experiencia relacional legítima.
Debería ser imposible no conmovernos ante el tormento de los pacientes. Nuestro
trabajo tiene que ver sustancialmente con el alivio del sufrimiento, para
lograr nuestra eficacia laboral debemos ser expertos en conocerlo al dedillo.
El enfoque sistémico
define la terapia como un proceso relacional, así que no se trata de un
profesional y un usuario, se trata de dos o más personas interactuando entre
ellas, uno de ellos es el terapeuta, el experto en el sufrimiento. Ingresar al
sistema implica involucrarse con su dolor, reconocerlo y comprenderlo. Será
irrelevante para el paciente, la pareja, la familia o el grupo si no percibe
nuestros afanes para ingresar a la turbulencia de su tormento.
La conmoción deriva en
la compasión. La compasión es un sentimiento moral, según la tradición
aristotélica hace referencia al dolor que sentimos ante el sufrimiento
desafortunado e injusto de una persona que nosotros seríamos incapaces de
soportar. Se trata de un sentimiento altruista indispensable para motivarnos en
el auxilio de los demás.
Esta manera de proceder
define una manera de trabajar en la psicoterapia sistémica, Carl Whitaker le
llamó terapia experiencial. También
creo que no todos los psicoterapeutas podrán incluir en su estilo esta manera
de involucrarse con el paciente. Está bien, sin embargo independientemente a
ello vale la pena reflexionar sobre la conmoción para clarificar su postura
relacional.
2 comentarios:
Dr. Pinto, considero atrevida la posición que plantea, pero absolutamente válida y muy necesaria. Sumergirnos con el paciente en sus dolores (desde los nuestros también) y salir de estos; implica una entrega plena, tanto que su vida afecta a la mía (conmoción) y viceversa y como usted dice esto genera compasión.
Qué difícil esta labor, pero muy hermosa. Su artículo me ha conmovido, gracias.
Atte. Percy Medrano
Psicoterapeuta boliviano.
Dr. Pinto, considero atrevida la posición que plantea, pero absolutamente válida y muy necesaria. Sumergirnos con el paciente en sus dolores (desde los nuestros también) y salir de estos; implica una entrega plena, tanto que su vida afecta a la mía (conmoción) y viceversa. Y esto genera como usted dice conmoción.
Qué difícil esta labor, pero muy hermosa. Su artículo me ha conmovido, gracias.
Atte. Percy Medrano
Psicoterapeuta boliviano.
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