Por: Bismarck Pinto Tapia, Ph.D.
La Paz, 29 de enero del
2018
En el cuarto vacío, la noche cerrará los espejos.
Borges
Una
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situación embarazosa
para los psicoterapeutas es el abandono de la terapia. ¿Qué ha pasado? Las
cosas son más calamitosas cuando el evento no es una excepción, sino una norma.
Los psicoanalistas resuelven el problema achacando la ausencia a la “resistencia”,
piensan que su accionar fue efectivo ocasionando una hecatombe en el
inconsciente del paciente reaccionando éste con resistencia a las sabias
intervenciones del analista. Es tan absurda esa explicación, en vez de develar
los errores se aplica la teoría al abandono de la terapia.
No es el caso de los terapeutas sistémicos, queremos
identificar las fallas de nuestro sistema terapéutico para mejorar la atención
de nuestros pacientes. En la investigación se ha recurrido al término
“adherencia al tratamiento”[1]
estableciendo el seguimiento de las prescripciones dadas a los pacientes en los
ámbitos de la salud, incluyendo la psicoterapia. En ese sentido involucra la no asistencia a la primera
consulta, inasistencia a las sesiones de seguimiento, incumplimiento de las
prescripciones y el abandono de los tratamientos.
Existen estudios que relacionan los rasgos de personalidad y
el nivel educativo con la baja adherencia al tratamiento[2],
achacando la responsabilidad a los pacientes. Sin embargo la tendencia actual
es analizar la relación paciente-terapeuta y del entorno del paciente con su
familia y grupos sociales. En uno de los primeros estudios al respecto, se
encontró que el 42% del abandono se debía a que los pacientes sentían haberse
recuperado, 6% consideraba que el tratamiento no les había servido, otro 6%
mencionaba que la distancia de su domicilio al consultorio era demasiada, 20%
responsabilizaba a sus actividades domésticas, el resto se distribuyó en
distintas razones singulares[3].
Las investigaciones actuales han identificado las variables
a las cuales se deben prestar atención cuando se estudia el fenómeno de la
adherencia al tratamiento psicoterapéutico. Independiente a la orientación
teórica del terapeuta interesa especificarlas en relación a tres aspectos:
paciente, terapeuta y relación entre ambos[4].
El paciente tiene derecho a elegir el terapeuta. Esto se
relaciona con el principio ético de la autonomía[5],
según el cual no tenemos derecho de forzar a los pacientes trabajen con
nosotros, a ello se suma el derecho de abandonar la terapia, sin embargo el
terapeuta debe evitarla cuando la vida de la persona o la de otros se vean en
riesgo si se produjera el abandono.
El terapeuta tiende derecho de elegir a sus pacientes. Esto
se relaciona con el principio ético del bienestar[6].
Existen dos circunstancias fundamentales, la primera hace alusión a la pericia
del terapeuta y la segunda a las implicaciones interpersonales. Si el terapeuta
reconoce que para solucionar el problema del paciente le falta conocimiento y
habilidades debe derivarlo al especialista. En el segundo caso, cuando el
problema del paciente coincide con alguna resonancia personal es preferible
derivar al caso.
Cuando se ha producido algún impase en la relación
terapéutica, es pertinente discutir con el paciente la pertinencia de seguir
trabajando juntos. En algunos casos la crisis relacional no puede resolverse
poniendo en peligro el bienestar del paciente o del terapeuta, de tal modo que
lo mejor resultará la suspensión del tratamiento, buscando alternativas para
que el paciente continúe su proceso terapéutico con otro terapeuta.
Los estudios estadísticos han tenido algunos sesgos, por
ejemplo, no todos los pacientes que abandonan la terapia lo hacen por fracaso
del tratamiento, sino porque consiguieron algunos objetivos y se retiran de la
terapia debido a dicha mejora, por lo tanto es factible hablar de “abandono
como mejoría”[7].
De ahí que es difícil plantear criterios radicales para establecer el abandono
como fracaso terapéutico. Por ello la tendencia es focalizarse en las causas de
la deserción. No interesan los abandonos parciales, es decir cuando las
personas dejan inconcluso un tratamiento y buscan otro terapeuta, a veces en
ciclos infinitos. Interesa el “abandono total”, cuando el paciente decide
retirarse del tratamiento y no volver jamás[8].
Gavino y Godoy[9]
revisan el motivo de abandono en la terapia conductual, encuentran diez
motivos: el motivo de deja de preocupar, prefieren otro profesional de escuela
diferente, mudanza del paciente, desmotivación, incumplimiento de tareas, disminución de la
gravedad del problema, objetivos
inalcanzables, rechazo para hablar de
algunos temas, falta de compenetración
con el terapeuta, mudanza del
terapeuta. Posteriormente se dedican a
analizar aquellos relacionados con la interacción entre paciente y terapeuta
para ofrecer medidas de prevención.
En otra investigación relacionada con el abandono del
tratamiento en drogodependientes[10],
se halló que el 29% abandonó porque consideraron haber logrado sus objetivos
independientemente a los criterios clínicos de los profesionales, 23% lo
hicieron por desagrado con la efectividad de los servicios recibidos y 10% por
falta de motivación, el resto lo hizo por cambio de domicilio o incompatibilidad
con el horario. Lo llamativo de esta pesquisa es el abandono asociado al
alcance de objetivos personales independientes del criterio clínico,
probablemente se deba a que el planteamiento de metas es unilateral, en lugar
de negociarlo con el paciente, de tal forma que se circunscriban objetivos
dentro de un contrato relacional. Sintetizan los investigadores que el abandono
se asocia a dos factores: la falta de motivación y el tipo de demanda. Cuando
el paciente obtiene beneficios de su adicción el erradicarla le produce
demasiado malestar lo cual conlleva una falta de motivación al cambio. En
cuanto a la demanda, puede ser que los terapeutas se centren en la adicción
dejando de lado problemas más relevantes para el paciente.
La ocurrencia del abandono ha sido estudiada también en la
terapia sistémica, existe una coincidencia, los pacientes tienen más tendencia
al abandono de la terapia cuando no han establecido un acuerdo sobre los
objetivos con su terapeuta.
El presente año, en el consultorio psicológico de la
Universidad Católica Boliviana, donde se atiende pacientes desde la perspectiva
sistémica se obtuvo un 37% de abandono total del tratamiento de un total de 87
pacientes atendidos en terapia individual o de familia, lo que hace 33
abandonos[11].
¿Qué pasa? La alternativa más cómoda es culpar a la
“resistencia”, entendida como “la energía psicológica que opone el
sujeto a que ciertos contenidos inconscientes penosos o
problemáticos se hagan conscientes”[12].
La culpa la tiene el paciente, el psicoanalista es el que sabe y si hace una
interpretación negada por la persona, es una resistencia a los contenidos
inconsciente removidos por la intervención. Del mismo modo el abandono e
inclusive la “cura” se consideran consecuencia de la resistencia[13].
Inclusive si este artículo fuese leído por algún psicoanalista, vería en él una
forma de resistencia.
Desde el enfoque sistémico, la resistencia puede ser
contemplada como una oportunidad para el cambio o simplemente como un error de
la relación terapéutica. La primera concepción fue ampliamente trabajada por
Milton H. Erickson[14],
quien hace referencia al Jiu Jitsu, arte marcial basada en aprovechar la fuerza
del adversario. En ese marco, la resistencia es una oportunidad para usarla
como favorecedora del cambio, el lema es “jamás resistirse a la resistencia”.
Nos interesa revisar la segunda perspectiva, la resistencia
como una advertencia. En terapia sistémica elaboramos hipótesis relacionales, a
partir de ellas vamos elaborando mapas para organizar nuestras intervenciones.
El diagnóstico relacional se establece desde la construcción de hipótesis a
confirmarse en el proceso terapéutico. Esta construcción no es unilateral, se
trata de plantear hipótesis dialógicas[15],
es decir, definidas en la interacción con el paciente o pacientes. Esta es una
característica esencial del modelo sistémico. Yo suelo decirles a mis
pacientes: “tus victorias se convertirán en nuestras victorias”. El proceso
terapéutico se da en el acompañamiento hacia el destino planteado
mancomunadamente. Ese camino está construido por las hipótesis dialógicas,
mientras más acertadas más nos acerca al objetivo. Por ello la meta y las
hipótesis son resultado de acuerdos explícitos.
El abandono siempre es consecuencia del error del sistema
terapéutico, cuando las metas son definidas de manera unidireccional, ya sea de
parte del paciente o del terapeuta y las hipótesis sostenidas a rajatabla por
parte del terapeuta. Entonces se produce una corresponsabilidad. La derrota es
de ambos.
Una vez establecidas la meta y las hipótesis, el terapeuta
interviene. Las intervenciones responden a la pertinencia de la técnica
aplicada a la hipótesis. Si la hipótesis es verdadera, la técnica facilitará el
alcance de la meta, si es falsa, derivará en el mantenimiento del problema. En
este punto la responsabilidad recae en el terapeuta, quien debe ser experto en
las técnicas más eficientes y eficaces. Una terapeuta conductual acuñó una
frase pertinente para este aspecto: “No hay tal cosa como paciente difícil sino que hay pacientes
difíciles para mí”[16].
Eso remite a la obligación que tenemos de reconocer nuestras habilidades y
nuestras deficiencias como terapeutas. Ante nuestros errores los pacientes
empeoran o abandonan la terapia.
Esto explica el alto grado de abandono en el consultorio de
mi Universidad, los terapeutas jóvenes a pesar de su formación teórica aún no
han definido sus campos de especialidad. Aún poseen vacíos teóricos y falta de
experiencia. Un error que genera la terapia breve es consolidar la idea de que
mientras más rápido mejor. Cuando es más bien al contrario, es breve porque la
terapia es lenta. Primero se debe establecer con la mayor precisión posible las
hipótesis relacionales y diferenciales, para posteriormente organizar un plan
terapéutico adecuado para el alcance de las metas establecidas.
Por supuesto que existe un obstáculo singular: las
resonancias del caso. Entendemos por resonancia al isomorfismo entre el sistema
de los consultantes y el sistema personal del terapeuta. Las experiencias de
los pacientes “resuenan” con la historia personal del terapeuta, quien puede
adoptar posturas prejuiciosas o juzgar moralmente la problemática presentada
haciendo huir a la familia, pareja o persona.
Esto deriva en otra consideración importante, ¿cómo despedir
al paciente inconveniente? No podemos aceptar a todos los pacientes que nos
piden ayuda, algunos pueden ser dañados por nuestra inexperiencia o por
nuestras experiencias. El no saber y el temer, consecuentes el primero con la
ignorancia y el segundo con nuestras experiencias son muy peligrosos para la
vida de quienes nos consultan. Por lo tanto, es preferible que abandonen la
terapia porque les hará daño a mantenerse con alguien incapaz de abordar su problemática,
este punto es crucial en nuestra ética profesional[17].
No es correcto atender a alguien que nos genere incomodidad.
A veces llegan personas con creencias ajenas a las del terapeuta, ocasionando
incoherencia moral insostenible. Otro tipo de paciente es el antipático,
debemos entender la imposibilidad de la aceptación incondicional generalizada.
También está el amedrentador, posee características vinculadas a los temores
del terapeuta. Están los allegados, amigos, amigos de amigos y parientes. Por último
está aquel paciente del cual podemos enamorarnos, ese tema lo abordaré en otro
artículo. Todos los mencionados pueden salir dañados o dañarnos, si bien los
manuales de ética profesional hacen referencia a evitar el daño a los
pacientes, también es importante nuestra protección[18].
Vale la pena hacer referencia a un problema singular, cuando
la terapia llegó a su fin y el paciente insiste en continuar el tratamiento. En
terapia sistémica el criterio de finalización de la terapia radica en el logro
de los objetivos consensuados. Una vez alcanzados puede ocurrir la aparición de
una nueva demanda, y con ella el planteamiento de nuevas metas. Sin embargo,
tarde o temprano se consiguen los propósitos y es consecuente la finalización
del trabajo. Erickson narra el caso de una anciana insistente en continuar su
tratamiento sin necesidad de hacerlo, esto acarreaba perjuicios para los
pacientes suspendidos por la presencia de la señora y malestar en el terapeuta.
La solución propuesta fue cobrarle el doble cada vez que ella volviese a tomar
la cita. Varios casos tratados por este singular terapeuta nos sorprenden por
la originalidad de su abordaje, sin embargo se ha discutido la pertinencia
ética de algunas de sus intervenciones.
[1] Blackwell, B. (1976). Treatment
adherence. The British Journal of Psychiatry, 129(6), 513-531.
[2] Por ejemplo:Freire
Arteta, B.
(1986). Interrupción prematura del tratamiento en psiquiatría. Una revisión
bibliográfica. Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría., 6(16),
022-042.
[3] Roberts, H. (1985). Neurotic
patients who terminate their own treatment. The British Journal of
Psychiatry, 146(4), 442-445.
[4] Jacobson, N. S., Follette, W. C., &
Revenstorf, D. (1984). Psychotherapy outcome research: Methods for reporting
variability and evaluating clinical significance. Behavior therapy, 15(4),
336-352.
[5] Pope, K. S., & Vasquez, M. J.
(2016). Ethics in psychotherapy and counseling: A practical guide. John
Wiley & Sons.
[6]
Ob.cit.
[7] Medina,
M. P. (2005). El abandono en las terapias psicológicas. Aposta. Revista de Ciencias Sociales, (14),
1-16.
[8] Castillo,
J., Pérez-Testor, S., & Aubareda, M. (1996). El abandono de los
tratamientos psicoterapéuticos. Clínica y
salud, 7, 271.
[9] Gavino,
A., & Godoy, A. (1993). Motivos de abandono en terapia de conducta. Análisis y Modificación de Conducta,
19(66), 511-536.
[10] Domínguez-Martín,
Á. L., Miranda-Estribí, M. D., Pedrero-Pérez, E. J., Pérez-López, M., &
Puerta-García, C. (2008). Estudio de las causas de abandono del tratamiento en
un centro de atención a drogodependientes. Trastornos
adictivos, 10(2), 112-120.
[11] Pinto,
B. (2017) Informe del consultorio Psicológico de la Carrera de Psicología,
Universidad Católica Boliviana San Pablo.
[12]
Definición de resistencia en psicoanálisis. Guirao, M. (2010) Disponible en: http://psicoterapeutas.eu/resistencia/
[13]
Un análisis de este absurdo se puede encontrar en: http://pedromoralespaiva.blogspot.com/2012/05/230512-la-fuga-la-salud.html
[14]
Por ejemplo: Erickson, M. H. (1967). Advanced techniques of hypnosis and therapy: Selected papers of Milton H. Erickson. Grune & Stratton.
[15] Bertrando, P., & Arcelloni, T.
(2006). Hypotheses are dialogues: sharing hypotheses with clients. Journal of Family Therapy, 28(4),
370-387.
[16] Quintero, P. (2010) Disponible em:
https://www.psyciencia.com/entrevista-paula-jose-quinteros-terapeuta-dialectica-conductual
[17]
Según el código ético de la APA. 2.01: Cuando el conocimiento científico o
profesional de la disciplina psicológica establece que la comprensión de los
factores asociados con la edad, el género, la raza, el origen étnico, la cultura, la
nacionalidad, la religión, la orientación o identidad sexual, la discapacidad,
el idioma o el nivel socioeconómico es esencial para la investigación o para
implementación eficaz de sus servicios, los psicólogos tienen o deben obtener
la capacitación, la experiencia, la consulta o la supervisión necesarias para
asegurar la competencia de sus servicios, o realizan las derivaciones
apropiadas, excepto en lo casos que establece la norma
[18]
Según el código ético de la APA 10.10.b: Los psicólogos pueden terminar una
terapia cuando sean amenazados o puestos en riesgo por el cliente/paciente u
otra persona con quien el cliente/paciente tenga una relación.
Ver: Bergman, J. (1991). Pescando barracudas. Pragmática
de la terapia sistémica breve. Barcelona: Paidós.
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