Por: Bismarck Pinto Tapia, Ph.D.
La Paz, 5 de febrero
del 2018
¡La escuela, la escuela! Toda mi pobre vida
es una jaula triste, ¡mi juventud perdida!
Pero no importa, ¡vamos!, pues mañana o pasado
seré burgués lo mismo que cualquier abogado,
que cualquier doctorcito que usa lentes y lleva
cerrados los caminos hacia la luna nueva…
¡Qué diablos, y en la vida como en una revista,
un poeta se tiene que graduar de dentista!
Pablo Neruda
Cuando la familia disfuncional se encuentra con la escuela
disfuncional, se produce una colusión perjudicial para el desarrollo de la
persona. Las dos instituciones incuestionables fomentarán como sea la
obediencia a sus mandatos. Son los dos inventos sociales más perniciosos para
la existencia. La primera condenando el amor a la obligación y a la deuda, la
segunda promoviendo el establecimiento de normas dirigidas al logro de las
metas establecidas por los mitos familiares.
La disfuncionalidad es la misma, la negación de la
existencia autónoma del niño y del adolescente. Está prohibido ser uno mismo,
se debe ajustar a las exigencias de los modelos impuestos por ambas
estructuras. Tanto la familia y la escuela funcionales promueven la autonomía y
legitiman los potenciales de cada hijo y de cada estudiante.
La escuela tiene más probabilidades de ser un sistema
cerrado, resiste el cambio y perdura en su perseverancia anodina de ser
tautológica. Sus enseñanzas sólo son útiles dentro de sí misma. No forma para
la vida, forma para la escuela misma. Su prolongación es la Universidad,
institución muchas veces idéntica a la escuela. Si bien se están desarrollando
planes para cambiar el sistema educativo, es un proceso muy lento, y a veces en
el afán de cambio lo que hace es fortalecer los recursos represivos
inhabilitando la posibilidad de autorrealización de sus componentes.
En la psicoterapia interesa el lazo entre la familia y la
escuela para abordar el sufrimiento del hijo/estudiante. Cuando la familia
adolece del mito del “buen alumno”, la situación del niño es muy grave. Este
mito señala la ineludible obligación de los hijos de responder al modelo de
excelencia académica ya sea en la escuela o en la universidad. El mito se
origina por lo general en aquellas familias donde un antepasado achacó a su
falta escolaridad la desgracia de su vida. En otros casos tiene que ver con el
afán del pavoneo de los padres al tener un hijo buen alumno y compararlo con
los hijos de sus hermanos. La estupidez del mito se encuentra en que alguien es
buen alumno porque tiene adecuados hábitos de estudio[1]
y no porque tiene una familia amorosa. Es más frecuente ser buen alumno en una
familia amargada, donde se ve al ajuste social como más importante que el amor familiar.
Otro mito es el referido a la profesión. Se sustenta en la
creencia de la existencia condicional a un título universitario[2].
Esto es, la persona se supera a sí misma y es alguien sólo si logra ser profesional.
La irracionalidad continúa, pues se considera la profesionalización como la gestora
de la estabilidad económica, en el estado actual de nuestro país de manera
inverosímil la gente sin formación académica logra puestos de gerencia
importantes, mientras los profesionales están sin trabajo.
La escuela tradicional mantiene un esquema obsoleto de
formación, ajena a la vida promueve el aprender para aprobar el curso[3],
los intentos en el siglo XX por crear una escuela útil para la vida fracasaron
rotundamente[4],
las críticas severas tampoco hallaron eco[5].
El surgimiento del posmodernismo con sus epistemologías construccionistas,
dieron lugar a una forma ingenua de mirar la educación, distorsionando las
teorías dialécticas de Vygotsky y las cognitivas de Piaget, en vez de mejorar,
empeoraron la educación, ocasionando una torre de Babel[6].
La tendencia de una educación basada en competencias, dio
lugar a mayores decepciones en la formación. Se ha obviado el criticismo y la
toma de decisiones al fomentar la eficiencia en el rendimiento. Con esta medida
la educación se ha perdido en el intento de reparar sus errores[7].
Selvini Palazzoli intentó introducir el enfoque de la
terapia sistémica en el quehacer del psicólogo en la escuela, sus conclusiones
son deprimentes: la escuela es un sistema cerrado donde el cambio se hace
imposible[8].
A las incoherencias del sistema educativo se añaden los
problemas de aprendizaje relacionados con alteraciones neurológicas. La
ignorancia de la escuela hacia esa problemática es suprema. Considera aún que
el aplazo permite la recuperación de una incapacidad. No tiene sentido la
“repetición del curso” si no se identifican las razones de las dificultades
para aprender que tiene el niño.
La propuesta del modelo Finlandés, parece auspiciar algunas
esperanzas[9],
centrado en la legitimación del estudiante y en el respeto de su ritmo e
intereses, ha demostrado ser una nueva manera de educar arrasando con los
modelos posmodernos y tradicionales. Mientras arremeta con la educación caduca
de nuestro país nuestros consultorios seguirán recibiendo niños y jóvenes
aquejados por las opresiones educativas.
¿Cómo debe actuar el terapeuta ante demandas de rendimiento
escolar o universitario? Lo primero es especificar los motivos del problema.
Existen tres tipos de estudiantes con dificultades para el rendimiento o la
adaptación escolar: el niño que no puede, el niño que no quiere y el niño que
quiere pero no le dejan[10].
El que no puede tiene un impedimento biológico o de mala
inserción a la escuela. Lesiones cerebrales concomitantes con alteraciones de
las funciones cognitivas indispensables para la lectura, escritura y cálculo,
también afectando el lenguaje y la motricidad, epilepsia infantil, deficiencias
intelectuales, etcétera, impedirán el aprendizaje requerido.
Está el niño que no quiere, es aquél que sabe lo que quiere.
Ya han definido su vocación, entonces el colegio es un estorbo para su
realización. Lo peor que le puede pasar a un escolar es conocer sus
potencialidades, porque entonces nada de la escuela le podrá servir. Mi hijo
decidió su vocación musical desde su niñez, estudiaba en el Conservatorio de
Música, ¡se aplazó en música!
Por último están los niños con mala formación previa.
Provienen de aprendizajes insuficientes para la asimilación de conocimientos
exigidos por el nivel al cual ingresan. Muy frecuente en hijos de militares,
debido al trabajo de sus padres, deben pasar temporadas en distintas
poblaciones del país, no solamente deben adaptarse a los nuevos entornos, sino
deben enfrentar la deficiencia de su formación académica previa. También suele
pasar la improvisación de docentes sin la especialidad requerida, quienes no
dan los insumos requeridos.
La escuela tradicional encontró una solución inútil para los
problemas académicos de estos tres tipos de niños, la repetición del curso.
¿Esa medida favorecerá a alguno de esos niños? George Reavis inventó una fábula
ingeniosa[11],
le hice algunos arreglos:
Un día los burros se preocuparon por el futuro de los
animales en la selva y decidieron organizar una escuela… el plan de estudios
comprendía: vuelo, escalada, natación y carreras. El estudiante más entusiasta
fue un pato, se empeñó tanto entrenando para las carreras que sus patas se
llenaron de ampollas y perdió muchas plumas en el intento, está más decir que
llegó entre los últimos. Le fue muy mal en natación donde se esperaba que esté
entre los mejores debido a las heridas no logró nadar como lo sabía hacer. En
vuelo reprobó y en escalada fue incapaz de dar un paso. Al águila le iba muy
bien, inalcanzable en vuelo, pero lo expulsaron de la escuela porque pretendía
escalar a su manera. Un conejito intentó natación pero por poco se muere
ahogado, en vuelo sufrió un accidente que lo dejó inhabilitado para el resto de
las materias. Le fue muy mal a un pez dorado, del cual es mejor ni hablar. A
quien le resultó genial la escuela fue a una mosca, montada sobre una llama fue
la primera en carreras, en vuelo fue la única competidora sobreviviente, en
escalada no le fue nada difícil y en nado lo hizo más o menos bien.
La escuela boliviana es un sistema caduco, cerrado e ineficiente.
Promueve el convencionalismo, transmite valores egoístas dirigidos a la
competencia en vez de favorecer la cooperación. Aquellos estudiantes
desadaptados al sistema escolar, suelen tener aptitudes ajenas a los planes de
estudio. Recuerdo con tristeza a una niña con habilidades para la danza, la
dirección del colegio alentó la vocación de la pequeña fomentando su asistencia
a una academia de danza, sin embargo cuando tuvo la oportunidad de viajar para
una presentación la escuela rechazó rotundamente su pedido. En otro caso un
niño tenista era el orgullo de su colegio, sin embargo al final del año reprobó
en tres materias a pesar del supuesto apoyo a su actividad deportiva.
La escuela pretende un estudiante excelente en todas las
materias del programa de estudios, no le interesa la motivación ni las
dificultades para el aprendizaje, todos son evaluados con la misma vara.
Tampoco importa el aprendizaje, la atención se centra en la evaluación, se
trata de aprobar las materias y evitar los aplazos.
En la consulta, lo más importante es cuestionar los mitos
familiares asociados con el rendimiento escolar. Menciono algunos:
1) Los estudios se relacionan con el amor en la
familia. Irracional afirmación, el aprendizaje se relaciona con los hábitos
de estudio y las condiciones para aprender. La escuela avergüenza a los padres
porque supone que el aprendizaje de los hijos depende de los padres. Lo que los
padres pueden hacer es favorecer las condiciones de estudio de los hijos
otorgándoles un ambiente adecuado y dotándoles de los materiales requeridos.
Por otra parte pueden ayudar en desenvolver hábitos de disciplina. Pero nada
pueden hacer en relación a los contenidos del aprendizaje.
2) Los valores se transmiten en la escuela.
Varios estudios han demostrado que los valores de aprenden en las interacciones
familiares[12] y
en la relación con los pares[13].
3) Los buenos alumnos son buenas personas.
No necesariamente. El rendimiento escolar no es referente de las actitudes
éticas. Lo que desarrolla la ética es el servicio a los demás[14].
4) Los buenos estudiantes tienen su futuro
asegurado. No necesariamente, generalmente el buen alumno tiene más dudas
sobre su futuro, mientras quien discrimina lo interesante y útil de lo inútil
dirige mejor su decisión profesional[15].
5) La escuela nos prepara para la vida.
¡Jajajajajajaja![16]
6) Ser bachiller es el primer paso, el
siguiente es ser profesional. Este mandamiento no está en las tablas de
Moisés. No necesariamente salir de la escuela obliga a la persona a ingresar a
la universidad. En muchos colegios de élite paceños se pregona la preparación
para la universidad en los últimos años de secundaria, sin considerar la
presencia de un contingente de estudiantes con miras a otra actividad.
Durante los últimos años se ha puesto de moda un fenómeno:
el acoso escolar o bullying[17],
término acuñado por Lowenstein en 1978[18],
en español acoso escolar[19],
se define como:
“una forma de conducta agresiva, intencionada y
perjudicial cuyos protagonistas son jóvenes escolares. Un rasgo específico de
estas relaciones es que el alumno o grupo de ellos que se las da de bravucón
trata de forma tiránica a un compañero, al que hostiga, oprime y atemoriza
repetidamente, hasta el punto de convertirlo en su víctima habitual. No se
trata de un episodio esporádico, sino persistente que puede durar semanas,
meses e incluso años” (Cerezo, 200, p. 37)[20].
Los resultados no son contundentes, al parecer cualquiera puede ejercer de
agresor y víctima será quien tenga alguna característica que lo haga diferente[21]
Se han realizado múltiples estudios sobre la
personalidad de los acosadores y las víctimas[22].
Los estudios enmarcados en la pasividad del grupo, han establecido un nuevo
foco de atención: los testigos[23].
A la escuela no le conviene identificar la causa
del bullying, prefiere achacarla a
las condiciones de personalidad y a la organización familiar de los agresores y
víctimas. El extremo de esta situación es el de las matanzas en las escuelas
estadounidenses[24],
situación que llevó al absurdo planteamiento de Trump al sugerir que la
solución es que los maestros vayan armados a las escuelas[25].
La disparidad de criterios en relación a las
características de los acosadores y las víctimas en la escuela, además de los
estudios acerca de la pasividad de los testigos, quizás se deba a que la
problemática no se centra en las relaciones interpersonales sino en el contexto
escolar. Como dice Zimbardo: no se
trata de la manzana podrida sino del barril de manzanas podrido[26].
El efecto Lucifer enuncia que cualquiera puede desengancharse de su moral[27],
si el contexto favorece el abuso del poder. Algunos investigadores han
intentado vislumbrar el sistema escolar donde se produce el acoso escolar para
explicarlo, por ejemplo, Morrison
señala que es una especie de miopía focalizar el origen del acoso escolar en
los protagonistas, en vez de analizar las condiciones de la escuela[28]. Salin propone que el acoso escolar se
relaciona con el malestar del entorno escolar[29].
Independientemente al enfoque del problema, algunas
familias llegan a la consulta debido al sufrimiento de sus hijos víctimas del
acoso escolar. El efecto deriva en estrés postraumático[30],
depresión y ansiedad[31],
suicidio[32].
Existen casos en los cuales el acoso escolar fue un precipitante de episodios
psicóticos[33]. Además
el impacto de la experiencia en la víctima puede generar consecuencias
psicológicas a lo largo de los años: abuso de drogas[34],
problemas con el alcohol, depresión, trastornos de la conducta sexual y otras
dificultades de adaptación[35].
El trabajo terapéutico se centra en la reparación
del trauma y debe favorecer el cambio de escuela del niño o niña. Las técnicas
de afrontamiento y desarrollo de habilidades para hacer frente al acosador y al
grupo de pares, están destinadas al fracaso porque es muy difícil acceder a
todos los protagonistas del evento, además que puede acarrear sin percatarnos
de empeorar la situación de la víctima.
La presencia del agresor en la consulta suele ser más bien
extraordinaria, y las veces que ocurre usualmente está ligado a demandas
externas, juzgado de menores o la propia escuela. Cuando la demanda terapéutica
proviene de los padres, generalmente ocurre como problema complementario a
otros. Por ello, el trabajo se hace dificultoso, puesto que el niño o
adolescente es reacio a resolver su problema. Algunos intentos han sido dados
por modelos terapéuticos sistémicos, como la terapia multisistémica[36].
Nuestro impacto es efectivo cuando trabajamos con la familia, puesto que la
experiencia del acoso escolar es devastadora para el hijo, los padres y
hermanos[37].
Cuando los profesores y las profesoras buscan ayuda,
generalmente lo hacen por conflictos conyugales. El trabajo en la escuela
produce altos niveles de estrés, en los peores casos burnout[38]. He trabajado
veintiún años en establecimientos escolares, encontré una alta relación entre
amargura y maltrato a los estudiantes, ocurre ante dos circunstancias: burnout
y problemas de pareja. El burnout se
instala en profesores y profesoras con alto potencial vocacional en su rubro,
pero la institución no lo aprovecha, derivando a la persona a actividades
ajenas a sus intereses. Es interesante observar el cambio radical de los
maestros y maestras eficaces cuando son ascendidos a la dirección del
establecimiento, se produce la despersonalización, uno de los síntomas del burnout[39],
la persona se transforma, de ser generosa y amable a un ente egoísta y
deplorable. A eso se suma la fatiga y la sensación de baja autorrealización[40].
Los problemas de pareja se circunscriben dentro del estilo
de vida agitado y la excesiva presión de la burocracia, las exigencias de los
estudiantes y el pobre reconocimiento de la labor docente. Es frecuente el
matrimonio entre profesores o de profesoras con militares o médicos, vínculos
formados en el entorno de los estudios profesionales y de las prácticas en el
año de provincia. Entonces el núcleo de la relación es el apaciguamiento del
estrés, con el tiempo el matrimonio en vez de ayudar a disminuir las tensiones
laborales ocasionan problemas conyugales por la situación económica, el
descuido de los hijos y los problemas sexuales consecuentes con la fatiga y el
estrés. Todo ello puede desembocar en infidelidad, celos y violencia.
Para concluir vale la pena reflexionar sobre la función del
psicólogo sistémico en la escuela. Las expectativas de la escuela se centran en
utilizar el trabajo del psicólogo para mantener la estabilidad del sistema.
Puede definir la labor del psicólogo como homeostato, chivo expiatorio y
discriminador.
Cuando el psicólogo es homeostato lo utilizan para
justificar las decisiones educativas, se parte de las teorías psicológicas para
fomentar el mantenimiento de las políticas y estrategias pedagógicas de la
institución, el psicólogo es una especie de bombero que debe apagar los
incendios a través de conferencias, talleres, reuniones con grupos y
reflexiones con aquellos elementos disruptivos.
El chivo expiatorio sirve para achacar a la labor
psicológica las consecuencias de los problemas emergentes de las incoherencias
de la estructura escolar. Típico es el consejo disciplinario, se recurre a los
diagnósticos para justificar las decisiones en contra de los estudiantes.
El peor de los tres es el discriminador, se recurre a las
evaluaciones psicológicas para decidir el ingreso o la permanencia de
estudiantes, maestros y administrativos. Son frecuentes las entrevistas y
pruebas psicológicas para el ingreso a la escuela.
En síntesis la Escuela es un invento cuya intención inicial
era favorecer la adaptación de los niños al entorno. Ahora se ha convertido en
un fin en sí misma, se trata de aprobar los cursos en una carrera desesperada
hacia el vacío. La función de los psicoterapeutas es proteger a las víctimas
del sistema escolar, promoviendo sus potencialidades a pesar de las
limitaciones impuestas por las instituciones familiares y escolares.
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