jueves, 19 de abril de 2018

El terapeuta y la espiritualidad



 El terapeuta y la espiritualidad

Por. Bismarck Pinto Tapia, Ph.D.

¿Qué haría Cristo
si estuviera en mi lugar?

Padre Alberto Hurtado

Cuando
 era estudiante de Psicología en el pregrado tuve un profesor que insistía en transmitirme la idea de asumir una actitud amoral en la psicoterapia. ¿Cómo era posible? ¿Renunciar a mis principios a ratos y recuperarlos después? De pronto resultaba ridículo creer en Dios, su muerte anunciada por Nietzsche fue sellada por el Psicoanálisis, Dios era creación del hombre, una sublimación de nuestra miseria. Los terapeutas debíamos estar encima de esas creencias innecesarias.

En mis primeras experiencias con el sufrimiento, me percaté que Dios era en muchos casos el único refugio de mis pacientes. Nada ni nadie podía consolarlos cuando el sufrimiento era inmenso: la muerte de un ser querido, la ruptura amorosa, la soledad, la enfermedad mental. No existía ninguna posibilidad de encontrar paz después de haber experimentado situaciones con dolores inverosímiles. De nada servía la reestructuración cognitiva, menos la interpretación de su estado actual. Mi sensación era de impotencia y al mismo tiempo de admiración ante la capacidad de las personas para sobrellevar y en algunos casos superar aquello indescriptible. Me sentía necio e incapaz ante las demandas recibidas. La teoría no alcanzaba, no existían las técnicas para salvar a los pacientes de sus estados desesperados.

Un paciente estaba enfrentando la inquebrantable decisión de divorcio planteada por su esposa. En su desazón entró a una iglesia, donde habían colocado provisionalmente un Cristo de plastoformo. Me dijo que aquella fue una experiencia trascendental, la insignificancia del Cristo lo conmovió al punto de reconocerse como un simple mortal. Lo mismo experimenté ante la pequeña tumba de San Francisco en Asis, un pequeño cofre de piedra envuelto en cadenas acallaba la majestuosidad de la Iglesia construida encima de su capilla. La humildad silencia a la gloria. Es el Cristo de plastoformo ante la desazón de mi paciente quien le dio el consuelo necesario, como las actitudes ingenuas de Francisco presentes aún en su tumba, nada puede ser tan grande como la humildad, tan inquebrantable, el silencio calla el estruendo del trueno.

Todo terapeuta debe asumirse como un ser humilde, ignorante del sufrimiento ajeno, no es posible fingir comprenderlo porque es inconcebible. Wittggenstein hacía alusión a la propia conciencia del dolor para comprender el dolor ajeno, mi sufrimiento es minúsculo en comparación al que porta un paciente. La humildad se instala como el núcleo fundamental de mi moral, me sostiene porque no permite que me pierda en mi ego, me obliga a desprenderme de mí mismo, para abrirme ante la urgencia de consuelo de mis pacientes. Sobre todo no debo dañar, mi ego está hecho para lastimar, el desprecio y la arrogancia me impiden el contacto amoroso en la vinculación terapéutica.

No señor profesor, usted estaba equivocado, un terapeuta debe tener muy clara su moralidad, sino se pierde en el océano de confusiones de los pacientes. El sostén de mis principios es el amor, y éste siempre, siempre emerge de la humildad. Por eso me alegro cuando algún estudiante me expresa su desasosiego al reconocer que sabe muy poco, sólo desde el no saber estamos obligados a conocer, cuando se tiene la certeza de saber la persona se estanca, incapaz de avanzar se estaciona en su ego y sus convicciones, deja de percibir la magnificencia del sufrimiento y se sitúa encima del otro, cuando lo pertinente es postrarse de rodillas ante el dolor.

El peor sufrimiento es el de los niños, ellos no deberían sufrir, ser niño es estar libre de condicionamientos, lleno de vida el niño juega con el mundo. ¡Ay! El dolor de los niños, aquellos desahuciados o esos otros con enfermedades crónicas y los abandonados… y los mal amados. Tal es la congoja de los psicólogos que se pueden pasar horas y días aplicando pruebas sin ton ni son, evitando el encuentro con el sufrimiento descarnado de los rostros sin sonrisa de los pequeños… Yo me hice terapeuta familiar por mi amor a los niños, son los padres los desubicados, no saben disfrutar de sus pequeños milagros, en realidad no saben disfrutar de nada, sin amor luchan por el éxito, les duele cuando sus hijos no responden a sus expectativas y los fuerzan a ser aquello que no pueden ser.

Cuando veo un niño sufriendo, no puedo alejar la imagen del Niño Jesús en el pesebre. Rodeado de inmundicia, abrigado con el amor de sus padres. Lo que los niños necesitan es tan simple de darles: protección y cuidado. Un niño está hecho para ser amado, nada más. La psicoterapia de niños tiene un solo derrotero, ayudar a los padres a proteger a su pequeño. Un pequeño ante la muerte de su padre no paraba de rezar por él, la hermana molesta porque le parecía insulsa la conducta de su hermanito, lo reprendió delante de mí. El niño respondió con ternura: “lo que pasa es que no conoces cómo marcar el teléfono del papá…”, e hizo la señal de la cruz. Fue su inocencia la que me llevó en ese momento a entender que no puedo hacer terapia sin contar con el apoyo de mi Dios.

La cuestión de la existencia de Dios es universal. Es una condición humana la conciencia de muerte y las creencias respecto a la vida eterna, la religión permite esbozar un sistema organizado de ellas. Tanto los terapeutas como los pacientes poseen principios que rigen el sentido de sus vidas en función a su fe. Pocos psicoterapeutas se han ocupado de incluir en su trabajo terapéutico los fundamentos religiosos de sus pacientes[1] y pocos estudios han  tocado el problema de la espiritualidad del terapeuta[2].

Quien esbozó una teoría consistente sobre la importancia de Dios en la psicoterapia fue Viktor Frankl, dos son sus escritos más citados al respecto:[3] “La presencia ignorada de Dios: psicoterapia y religión” y “Búsqueda de Dios y sentido de la vida: diálogo entre un teólogo y un psicólogo”.

Frankl sostiene la existencia de un elemento espiritual en el inconsciente, forjándose como su búsqueda el sentido de la vida, es impensable el concepto de ser humano sin su cimiento espiritual, el sí mismo sólo es posible ante la integración del espíritu con el yo. La conciencia del espíritu se da en la relación trascendental intencional con Dios, manteniéndose la fe a un nivel inconsciente. Piensa que la presencia de Dios ha sido reprimida y por eso se mantiene latente en todo ser humano. Durante el proceso terapéutico, Frankl considera que la actitud acertada será siempre el respeto por las creencias del paciente. El terapeuta usará sus creencias religiosas cuando haya concordancia con las del paciente, un terapeuta ateo no debería engañar al paciente creyente al usar la fe como una manipulación. La religión exige más de las personas que cualquier otro sistema de creencias porque se asienta en la fe. Finalmente hace hincapié en que la teología es independiente de la ciencia, deberá cada una mantener su autonomía.

Uno de los primeros investigadores en alertar sobre la importancia de los valores religiosos en terapia fue[4] Lovinger durante la década de los ochenta, definió la importancia de la espiritualidad en la vida de las personas, retomó a Feifel quien resaltó la relevancia de las creencias religiosas en el sentido de vida de las personas al revisar el significado de la muerte en moribundos[5] y su relación con la salud mental[6].

Algunos estudios han demostrado la influencia de las creencias religiosas del terapeuta durante el proceso terapéutico[7], coincidiendo con otros donde se ha planteado la imposibilidad de dejar de lado los principios personales vinculados a la espiritualidad[8]. Por ejemplo, Worthington parte de los estudios sobre valores realizados por el célebre psicólogo social Rokeach[9], quien estableció que las creencias religiosas son uno de los pilares de la identidad de grupo. Worthington concluye después de encuestar a 407 psicoterapeutas de distintas orientaciones teóricas que el 40% afirmaron creer en Dios, 30% creen en una dimensión trascendente, 26% consideran a Dios una ilusión pero respetan las creencias de sus pacientes, y el 2% piensan que Dios es una ilusión y que su existencia es irrelevante en el mundo real. Su investigación concluye en la inevitable influencia de las creencias del terapeuta durante el proceso terapéutico[10].

Por su parte Bergin y Jansen, parten de la premisa: toda interacción terapéutica es necesariamente un encuentro cultural. Por lo tanto es imposible evitar la formación religiosa tanto del terapeuta como del paciente. El proceso terapéutico se hará profundo en la medida de la consonancia entre los cambios y la postura espiritual de los actores. La tendencia a la satisfacción con la terapia es mayor cuando existe coincidencia de valores y de creencias. Estos investigadores encuestaron a 414 profesionales en salud mental: psicólogos clínicos, psicoterapeutas familiares, psiquiatras y trabajadores sociales. Concluyen que es indispensable la sintonía entre las creencias, puesto que los pacientes se sienten más comprendidos y tienden a adherirse al tratamiento con mayor compromiso que cuando hay disonancias[11].

Newberg es el más importante investigador de las relaciones entre la fe y la actividad cerebral fundando la Neuroteología[12]. Encontró que los estados místico religiosos determinan la activación de las zonas internas del lóbulo temporal e inhibición de las zonas prefrontales izquierdas, mientras se excitan las del lóbulo prefrontal derecho y el lóbulo parietal de ese mismo hemisferio. La vía neurológica del estado místico se inicia con la activación del parietal derecho paralelamente a la progresiva inactividad del izquierdo[13]. Es interesante el resultado de las diferencias entre la meditación de maestros budistas y mujeres consagradas a la vida religiosa católica, en los primeros se excitan las regiones occipitales y en las segundas las zonas temporales[14].

Los estudios neuropsicológicos de la experiencia religiosa manifiestan que se trata de experiencias sui generis, el cerebro posee conexiones peculiares para producir la conciencia de la trascendencia espiritual. Las especulaciones de Newberg y su equipo conllevan a considerar que estos estados de conciencia son primitivos, probablemente nuestros antepasados más remotos también tuvieron este tipo de experiencias.

La esencia de mis creencias católicas radica en la fe. La fe es creer en la existencia de Dios, su resurrección y la vida eterna. La consecuencia inmediata de la fe es la confianza en un Ser Supremo protector a quien ciegamente nos entregamos[15]. Si bien San Agustín plantea la interacción entre la fe y la razón, concluyendo que la fe es indispensable para la razón: Credo ut intelligam[16], Santo Tomás diferencia el conocimiento de la fe, el primero utiliza la razón para acercarse a la verdad natural, la fe en cambio lo hace para el encuentro con las verdades reveladas a través de la inspiración divina[17]. Kierkegaard explica la sustancia irracional de la fe cuando analiza el sacrificio de Isaac: Abraham obedece sin chistar el mandato de Dios a pesar de actuar en contra de sus sentimientos[18]: credo quia absurdum est, lo absurdo es el fin de la fe y lo único en que puede tenerse fe. Para el Papa Francisco, la fe es una creencia en un Dios Persona, donde es factible la experiencia del encuentro con Él[19].

Mi inspiración teológica proviene de la obra de J.R.R. Tolkien, profundo teólogo católico, traspone las historias bíblicas a las mitologías célticas y nórdicas, con el afán de demostrar su idea de mitopoeia, es decir la existencia ineludible de Dios en todas las historias míticas. Sustentado principalmente por la teología agustiniana, considera que el pecado se relaciona con el poder y la salvación con la redención. En su obra, el Anillo Único representa el peso del poder y la ambición, sólo el desprendimiento permite el encuentro con Dios. La fe es el motor que nos mueve al sacrificio y a la esperanza[20].

La psicoterapia es mi quehacer cotidiano donde me esfuerzo para despojarme de las ilusiones del poder para alcanzar la posibilidad de amar incondicionalmente a las personas que acuden a mí con la esperanza de cambiar su vida. La humildad debe ser siempre el resultado de mi fe, la confianza en la esencia divina de todos los seres humanos promueve mi aceptación del otro a pesar de aquellas cosas que pueden resonar en mi ego. No es dejar las cosas en manos de Dios, es hacer cosas como si fuera un instrumento divino, lo decía Teresa de Calcuta: “ser el lápiz de Dios”, mi labor como terapeuta debe ser un acto de amor[21].

Quizás el problema más frecuente en mi trabajo sea el del dilema ético: ¿estará bien o mal esta decisión? Es inevitable decidir, estar más allá de la moral, actuar en base a la intuición ética. Cuándo guardar sigilo, cuándo orientar, cuándo evitar. Son decisiones donde se juega la vida del paciente y también mi integridad. El recurso en el cual me apoyo es mi fe, arrimarme a la pregunta del Padre Alberto Hurtado: ¿qué haría Jesús en mi lugar?, porque lo que Él haría siempre será lo acertado. No se trata de una actitud moralista, va más allá de lo establecido como correcto o incorrecto, tiene que ver con el sobre todo no dañar. No dañar al paciente pero tampoco a quienes lo aman. Es frecuente el error en terapia individual cuando se tratan incautamente temas conyugales sin considerar a la pareja, una intervención en la persona puede afectar al cónyuge ausente porque la narración no necesariamente describe los sucesos en sí, los sesga con la interpretación. Necesito escuchar a la otra parte para clarificar el camino de mis intervenciones.

Jamás descuido la protección de la Virgen, en Ella deposito mi desamparo, me encomiendo a su ternura para depositar los dolores que me dejan mis pacientes, también pido por ellos. Sería un desatino el quedarme envuelto en el sufrimiento ajeno sin tener esperanza en que mi accionar tendrá un efecto beneficioso.

Es una costumbre generalizada orar por los enfermos, por ejemplo en un estudio realizado en hospitales de Estados Unidos, se verificó que el 73% de las enfermeras ora por sus pacientes, el 81 % los encomienda a Dios y el 79% alientan a los familiares a orar por sus enfermos[22]. Por otra parte, los enfermos suelen recurrir a la oración como un recurso de afrontamiento a la enfermedad, la fe está ligada necesariamente a la esperanza[23]. Sobre todo en la terapia del duelo es indispensable sintonizar con las creencias de los pacientes, aceptar y alentar los recursos ofrecidos por su religión, reconociendo la fortaleza que otorgan para sobrellevar el dolor a través de la esperanza. Es un desatino desprender la fe de las condiciones lamentables de una experiencia, no se trata de ser racional sino de mantenerse firme a pesar de las circunstancias[24].

Pienso que la frase de Jesús: “Donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, Yo estoy en medio de ellos (Mt 18, 15-20)”, sintetiza el ambiente que debe reinar en el contexto terapéutico. Mi visión es científica, fundamento mi accionar terapéutico en técnicas confiables porque existe evidencia empírica sobre su efectividad, pero al mismo tiempo entrego mi trabajo a Dios seguro de tener una misión en la vida: servir incondicionalmente a los demás.

La terapia que practico se define desde el amor, acólito de la teología agustiniana mi accionar se sustenta en uno de sus fundamentos: la medida del amor es amar sin medida. Mi paciente me importa, no existe amor terrenal más desprendido que el amor en la psicoterapia. Es un amor sin retorno, pura entrega desinteresada hacia un desconocido sufriente, es un amor sin límite, quizás soy el único capaz de amarlo porque me muestra desde lo más recóndito de su alma hasta lo más deplorable de su accionar. Mi trabajo es remover la miseria humana para dejar florecer los potenciales dormidos. Es hacer de una persona sufriente una mejor persona. El único camino es el amor sin medida.

También lo señaló San Agustín: si está dentro de ti la raíz del amor, ninguna otra cosa sino el bien podrá salir de tal raíz. Ese es el fundamento de la ética, nada malo puede salir del amor y muchas veces el amor debe rebasar la moral, porque lo bueno no necesariamente es correcto. Mi quehacer en terapia es la constante búsqueda de la perfección, lo cual me obliga a la renovación continua de mis conocimientos, reconocer errores para buscar nuevos derroteros, ampliar mi mente para aprender nuevas lógicas, modelos y teorías, todo ello en pos del mejor servicio, mis pasos se guían por otra máxima agustiniana: ora como si todo dependiera de Dios. Trabaja como si todo dependiera de ti.

Es indispensable la pasión para la perseverancia, las metas deben estar claras para disciplinar el estudio. Debo ofrecerles alternativas de solución con fundamentación empírica a mis pacientes. Mientras oro con todas mis fuerzas para que Dios me ilumine.

Termino estas reflexiones transcribiendo “la oración del psicoterapeuta” que escribí el 2005, sintetiza mi fe en la labor terapéutica[25]:

De rodillas, Señor, mi Dios…
Te pido me mantengas en esta postura,
Jamás permitas que  mi conocimiento enceguezca mi corazón.
Ayúdame a contemplarte crucificado en el dolor de mi prójimo…
Deja que siga sintiendo el intenso dolor al que me obliga tu Amor,
limpia el barro maloliente formado por la lluvia del poder.
Siembra en mi alma las semillas de la humildad serena de tu Madre…
Haz que mis ojos busquen tu Espíritu en la mirada del que sufre…
Ayúdame a devolverles la sonrisa a los niños
¡la soledad se las robó!
Ayúdame a devolverles el amor a los esposos
Dejaron de buscarte en sus besos…
Ayúdame a mostrarles la magnificencia de la vida
a los que se envolvieron en las sombras
profundamente oscuras del miedo a la existencia.
Ayúdame a escuchar las voces que yo no oigo,
a ver las imágenes que no veo,
a sentir en mi piel las heridas sangrantes que no siento.
Ayúdame a navegar sin miedo
en las turbulentas aguas del océano del suplicio ajeno…
Dame la paciencia, mi Dios, para descubrirte
en las mariposas moribundas
enterradas en las arenas humedecidas
por el llanto del desesperado…
Pon en mis palabras y en mis manos tu cariño
para encender una hoguera dentro del corazón congelado
por el alcohol, por las drogas y otras pasiones fútiles
de quienes no conocen el placer de vivirte
en el perfume de una rosa,
en el embrujo de un orgasmo,
en la música dulce de tu voz silenciosa.
Pon en mis oídos la serenidad de tus ángeles
para escuchar tu canto escondido en el bullicio
de las miserias de quien huyó del amor
escondiéndose en el odio.
Descubre mis ojos con la fe de tus manos sangrantes
para que pueda ver la bondad que nadie ve
en aquél presa de vanidad y orgullo.
¡Señor, haz de mí un ser humano feliz,
Acurrucado en tus brazos tiernos!
¡Fortalece mi capacidad de amar a mi esposa!
¡Ayúdame a empujar a mis hijos hacia la libertad!
¡Fortalece mi pasión por la vida y por el arte!
¡Enséñame a aceptar mi ignorancia!
Señor… protege a mis pacientes de los errores que pueda cometer.
Ilumíname para reconocer mis limitaciones,
y para descubrir mis potencialidades.
No dejes que me sienta derrotado ante las acciones desesperadas
de quienes convirtieron su vacío en rabia.
Dótame de tu infinita capacidad de perdón.
Nadie merece ser despreciado.
No dejes que la danza de la muerte me lleve
hacia la ilusión nefasta de saberlo todo.
Ayúdame a aprender de los demás,
no quiero encerrarme en la cárcel helada de las teorías…
dame el coraje para aceptar la posibilidad
de que la ciencia puede más bien alejarme
del encuentro humano.
Entrégame tu espada de fuego
para romper las rejas que me aparten de las personas.
Señor…
Gracias por haberme llamado para este oficio…
He de cumplir la misión encomandada:
¡debo ser feliz para hacer felices a los demás!





La Paz,19 de abril del 2018






[1] Frankl, V. E. (1955). The doctor and the soul. An introduction to logotherapy; Frankl, V. E. (2011).; Richards, P., & Bergin, A. E. (2014). Handbook of psychotherapy and religious diversity. American Psychological Association.
[2] V.g.: Shafranske, E. P., & Malony, H. N. (1990). Clinical psychologists' religious and spiritual orientations and their practice of psychotherapy. Psychotherapy: Theory, Research, Practice, Training, 27(1), 72; Bergin, A. E., & Jensen, J. P. (1990). Religiosity of psychotherapists: A national survey. Psychotherapy: Theory, Research, Practice, Training, 27(1), 3.
[3] La presencia ignorada de Dios: psicoterapia y religión. Barcelona: Herder Editorial; Lapide, P., & Frankl, V. E. (2010). Búsqueda de Dios y sentido de la vida: diálogo entre un teólogo y un psicólogo. Herder Editorial.
[4] Lovinger, R. J. (1984). Working with Religious Issues in Therapy. New York: Jason Aronson.
[5] Feifel, H. (Ed.). (1959). The meaning of death. Nueva York: McGraw-Hill.
[6] Feifel, H. (1958). Introduction to the symposium on the relationship between religion and mental health. American Psychologist, 13, 565-566.
[7] Hillowe, B. V. (1986). Effects of Religiosity of Therapist and Patient on Clinical Judgment. Dissertation Abstracts International, 46(5-B), 1687.
[8] Worthington, E. L. (1988). Understanding the values of religious clients: A model and its application to counseling. Journal of Counseling Psychology, 35(2), 166.

[9] Rokeach, M. (1973). The nature of human values. Nueva York: Free Press.
[10] Worthington, E. L. (ob.cit.)
[11] Bergin, A. E., & Jensen, J. P. (1990). Religiosity of psychotherapists: A national survey. Psychotherapy: Theory, Research, Practice, Training, 27(1), 3.
[12] Newberg, A. B. (2010). Principles of neurotheology. Ashgate Publishing.
[13] d'Aquili, E. G., & Newberg, A. B. (1993). Religious and mystical states: A neuropsychological model. Zygon®, 28(2), 177-200.
[14] Newberg, A., & d'Aquili, E. G. (2008). Why God won't go away: Brain science and the biology of belief. Ballantine Books.
[15] El Papa Benedicto XVI, profundo teólogo explicó de manera sencilla el concepto de fe para los católicos en: https://www.aciprensa.com/noticias/el-papa-benedicto-xvi-explica-que-es-la-fe-31067
[16] Agustín, S. (1986). Las confesiones (Vol. 1). Ediciones AKAL.
[17] Aquino, T. D. (2001). Suma Teológica, vol. 1 Madrid: BAC.
[18] Kierkegaard, S. (2001). Temor y temblor, trad. V. Simón Merchán, Tecnos, Madrid.
[19] Homilía del Papa Francisco, disponible en: https://es.aleteia.org/2013/04/18/papa-francisco-la-fe-es-creer-en-un-dios-persona-no-en-un-dios-spray/
[20] Pinto, B. (2012) Realidad y simbolismo en “El Señor de los Anillos”. La Paz: SOIPA.
[21] Teresa, M. (2012). El amor más grande. New World Library.

[22] Tracy, M. F., Lindquist, R., Savik, K., Watanuki, S., Sendelbach, S., Kreitzer, M. J., & Berman, B. (2005). Use of complementary and alternative therapies: a national survey of critical care nurses. American Journal of Critical Care, 14(5), 404-415.
[23] Bearon, L. B., & Koenig, H. G. (1990). Religious cognitions and use of prayer in health and illness. The Gerontologist, 30(2), 249-253.
[24] Jackson, E. N. (1957). Understanding grief. Pastoral Psychology, 8(7), 41-48; Andersen, C. B. (2014). Good Faith; Good Grief. Int'l Trade & Bus. L. Rev., 17, 310.


[25] Pinto, B. (2005) Las raíces del amor.  La Paz: SOIPA Pags. 50-51.

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