Por: Bismarck Pinto Tapia, Ph.D.
Yo no
elijo a mis discípulos,
unos
se quedan, otros se van.
Mi
espíritu permanece tranquilo,
no
elige.
Taisen
Deshimaru
Cuando
|
Elizabeth Sotelo fundó el Instituto Boliviano
de Terapia Familiar (IBTF), veníamos estudiando el modelo sistémico pensando en
mejorar nuestros conocimientos acerca de la Psicoterapia. Sin embargo,
Elizabeth estaba preocupada con la expansión del modelo, por lo tanto, su
emergencia de crear un centro de formación emulando el programa de la Accademia di Psicoterapia della Famiglia
dirigida por nuestro mentor Maurizio Andolfi.
Es así que iniciamos los cursos de
formación divididos en tres años, el primero dedicado al autoconocimiento desde
la base del genograma, el segundo tenía que ver con la teoría sistémica y con
la posibilidad de que nuestros estudiantes nos vieran trabajar detrás del
espejo. Y el tercer año lo dedicábamos a la supervisión directa de casos
atendidos por nuestros discípulos.
Al cerrar el IBTF consolidamos la formación
académica en la Especialidad de Terapias Breves y posteriormente en la Maestría
de Terapia Familiar en la Universidad Católica. Se trata de dos años intensivos
de formación, debido a las circunstancias académicas con un mayor peso en la
formación teórica.
Percy Medrano y su equipo de
psicoterapeutas tuvieron la feliz idea de crear el Centro de Desarrollo
Personal, de la Pareja y la Familia “Trasciende”. Desde su fundación trabajo
como formador de terapeutas, en un modelo que combina la Accademia con el IBTF y las ideas que expondré a continuación.
Mi modelo de formación recae en el espíritu
pedagógico de Aristóteles al referirse a la retórica (τέχνης ῥητορικής),
considera que la persuasión se apoya en tres pilares: ethos (ἦθος),
pathos (πάθος) y logos (λóγος)[1].
Un estudiante de psicoterapia debe integrar los tres pilares para convertirse
en un psicoterapeuta sistémico eficiente, porque la psicoterapia es un proceso
de persuasión y sugestión dirigido al alivio del sufrimiento, por ello quien se
dedica a este oficio dentro del marco de exigencias del modelo relacional, está
en la obligación de dedicar su vida a cultivar diariamente estas tres cualidades.
1.
Ethos.
El ethos
se relaciona con la ética. La condición humana que permite diferenciar lo
bueno de lo malo. La ética es la encargada de evaluar la pertinencia de la
moral, ésta define lo correcto y lo diferencia de lo incorrecto a partir de las
normas establecidas por la sociedad. La moral por lo tanto es relativa a la
cultura, mientras que la ética es absoluta, puesto que es universal.
Wittgenstein señala que de la ética no se puede hablar[2], porque el ethos es eminentemente emocional, no
responde a la lógica, puede trascender a la moral. Las decisiones éticas se
vinculan con la angustia, justamente por la imposibilidad de encontrar referentes
externos para justificarlas.
Nuestro trabajo como terapeutas nos
confronta con dilemas éticos, nuestra actitud irreverente ante lo establecido y
nuestra filosofía trascendente se relaciona permanentemente con la crítica a
los parámetros sociales de la moral, en el afán de compenetrarnos con la
experiencia insólita de nuestro paciente debemos cuestionar nuestra propia
moral para asumir posiciones éticas insoslayables, caso contrario nos apartamos
de la visión de mundo del paciente, fácilmente juzgaríamos su comportamiento si
lo enmarcamos en las normas cuando éstas no necesariamente son éticas.
Lo más difícil es reconocer nuestros
principios morales porque como protagonistas no podemos ser testigos.
Parafraseando a Whorf: en un mundo azul es imposible el concepto de azul[3]. Wittgenstein hace
referencia a los distingos lógicos como los recursos que permiten definir un
concepto, es decir, algo es en la medida en que no es. Si no se da el contraste
no se puede establecer la identidad del concepto. Por lo tanto, hemos nacido en
un mundo establecido, somos insertados en el lenguaje para poder interactuar
con los demás y con nosotros mismos, el lenguaje es un instrumento de
regulación y de configuración de la realidad. El problema se suscita ante la
imposibilidad de establecer distingos cuando estamos anegados en un mundo
limitado por las palabras. Como resaltaba Wittgenstein: “el límite de mi
lenguaje es el límite de mi mundo” (Die
Grenzen meiner Sprache bedeuten die Grenzen meiner Welt)[4].
Ante la imposibilidad de ver aquello que no
aprendimos a ver pero que existe independientemente a nuestra existencia, es ineludible
esa especie de punto ciego ante la realidad del paciente, no podemos tomar
conciencia de aquellas cosas que no podemos contrastar. Nuestra empatía tiene
un límite, es aquél demarcado por la ausencia de referentes personales,
sustituidos por la teoría.
Al ser nuestra función la de aliviar el
sufrimiento, hacemos todo lo posible por ubicarnos en el centro del ojo del
huracán del dolor del paciente, tarea imposible porque jamás podremos sentir
con certeza ese dolor ajeno al nuestro. Nuestras experiencias son nuestros
referentes de interpretación a partir de la compenetración, el dolor del otro
es en función a nuestro propio dolor. Nuevamente recurro a Wittgenstein para
quien la privacidad epistémica caracteriza a la experiencia, jamás podremos
aprehender ciertamente el sentir del otro. El dolor ajeno será siempre
inimaginable, sólo disponemos de nuestras experiencias dolorosas como distingos
del dolor del otro.
El ethos
surge como el recurso perentorio para evitar el daño. Es imposible no comunicar[5], y si entendemos a la
comunicación como un proceso de manipulación, se deduce que es posible dañar
sin querer porque toda nuestra acción proviene de los referentes determinantes
de los distingos, y aquello bueno en nuestro mundo puede ser malo en el mundo
del otro.
Un riesgo es pensar en la aceptación
incondicional del quehacer del paciente. Se puede relativizar lo moral pero no
lo podemos hacer con la ética. Caer en la falacia de justificar la acción del
otro porque si es buena para él debe ser aceptada. Conlleva al desenganche
moral del terapeuta[6],
justificando el daño a partir de la premisa errónea de aceptar lo inaceptable.
Un ejemplo de esto es el accionar de los
terapeutas narrativos post modernos al reducir su comprensión del mundo a la
narración, estableciendo que la realidad es una construcción dialógica,
consideran al mal como consecuencia de los juegos de poder, dando voz a las
víctimas del entorno donde han aprendido a actuar con maldad, sin reflexionar
acerca del libre albedrío y de la vulnerabilidad biológica. Es así que una
investigadora narrativa describía el relato de una adolescente asesina sin
percatarse que al hacerlo justificaba el acto violento y se convertía en
cómplice. El mal no puede relativizarse, es absoluto porque es daño
independientemente a la historia de la persona, lo que está mal, está mal,
aunque provenga de alguien víctima de las condiciones de su entorno.
El terapeuta no debe aceptar
incondicionalmente las acciones malas del paciente, debe trabajar para la toma
de conciencia del error ético, aunque moralmente sea aceptable. Esto es muy
difícil, porque se hace necesario discriminar entre la moral vigente del
terapeuta y el accionar ético. Por ello es muy importante que los terapeutas
seamos conscientes de nuestro código moral, y que éste se sostenga
racionalmente, tal como lo planteó Kant en su imperativo categórico, si bien
pretende ser independiente de la ideología se fundamenta en la razón, por lo
cual mantiene su sentido moral antes que ético, denominada ley básica de la
razón pura práctica, consiste en el aforismo:
obra de tal modo que la máxima de tu voluntad siempre pueda valer al mismo
tiempo como principio de una legislación universal[7].
La moral se fundamenta en nuestras
creencias sobre lo correcto e incorrecto, ha sido resultado de nuestra
experiencia familiar y social, por lo tanto, es una condición aprendida. Sobre
ella podemos hablar, es revisable al contrastarla con las vivencias personales.
Las más sólidas ocasionan con frecuencia disonancia cognitiva[8], situación cotidiana en
nuestro trabajo porque rara vez encontraremos pacientes que coincidan
plenamente con nuestros fundamentos morales. Quizás sea en la terapia de pareja
donde ocurra con mayor frecuencia.
Recuerdo una pareja que recurrió a mí por
un problema en la respuesta sexual del esposo. Cuando la señora expuso la
situación, sin terminar de escucharla deduje que se trataba de algo que ocurría
entre ellos. Sin embargo, me corrigieron pues en la relación genital entre
ellos no ocurría la disfunción eréctil del marido, ocurría con otras mujeres, y
eso a ambos les preocupaba por lo que recurrieron a relaciones sexuales en
tríos.
Este es un ejemplo entre muchos de
situaciones en las cuales la moral de mis pacientes no coincide con la mía.
Como consecuencia se produce la disonancia cognitiva y con ello el riesgo de no
trascender de lo moral a lo ético y juzgar. La terapia no se debe convertir en
un espacio de discusión moral, pero sí de discusión ética, entonces
comprenderemos que la ética trasciende necesariamente a lo moral. Esta
aseveración fue el eje de la filosofía existencial de Kierkegaard.
El filósofo danés desarrolla su filosofía
desde planteamientos subjetivos, es decir desde el pensar y el sentir de la
persona, lo cual derivó en una filosofía transgresora, es pues un pensamiento
de la experiencia individual, obligando a la consideración central del libre
albedrío enajenando cualquier posibilidad de la justificación de nuestro
accionar achacando al contexto. Kierkegaard nos anuncia que somos libres, sin
embargo las decisiones pueden ser peligrosas, puesto que tenemos que amar lo
desconocido, asumir la irracionalidad de la fe, plasmada en la historia del
sacrificio de Isaac, obedecer a pesar de reconocer la necedad de lo pedido,
esto conlleva necesariamente afrontar el misterio de la fe, envuelta obligatoriamente
en la paradoja de aceptar lo inaceptable, asumir la futilidad del conocimiento
ante lo desconocido, vivir angustiados, desesperados al saber que nuestro
elegir perenne jamás alcanzará la certeza, porque lo amado es inefable, es
enfrentarnos con Dios mismo[9].
Nuestro sentido está dentro no fuera,
afuera están las normas, adentro la conciencia. Si bien es una conciencia
desdichada porque perseguimos un ideal inalcanzable nos hace humanos y no
desgraciados, el que vive la desgracia se busca fuera de sí, entonces se aleja
de su ser y se aparta de Dios, de tal modo que siempre está fuera de sí, nunca
está profundamente presente.
El ethos
es la conciencia del bien y del mal absolutamente subjetiva e individual,
imposible de enunciarse sino después de haber sido aprehendida, la razón
explica aquello que ha fluido desde la inconsciencia de las emociones. Al mismo
tiempo la esencia del ethos es
universal se sustenta en el amor.
Humberto Maturana ha especulado sobre el
origen de la humanidad, según este epistemólogo, sólo es plausible una
comunidad si esta parte de la confianza. El creer en el otro es el fundamento
del amor, por lo tanto, el ethos tiene
como sustancia al amor. El amor es la aceptación del otro como un ser
independiente a mí, legítimo en sí mismo y autónomo en su sentir y actuar, el
amar es la creación de un espacio de interacción donde las personas se
legitiman mutuamente. El ethos no es
más que la preocupación por el bienestar del otro, no es racional, es emocional
y universal porque su base es biológica, es la condición humana por excelencia,
somos humanos porque somos éticos[10].
Tres principios rigen a la ética:
benevolencia, autonomía y justicia. De los tres el más importante es el
primero: primum non nocere, sobre
todo no dañar[11].
Los terapeutas debemos someter todo nuestro a accionar a la obediencia de esos
referentes, sin embargo, no los debemos buscar en las normas deontológicas,
sino en nuestra conciencia muda. La consecuencia de nuestras decisiones éticas
es la angustia ante la incertidumbre de haber obrado sin razón y muchas veces
en contra de la moral.
Desde mi fe católica, el centro de mi ética
debe ser Cristo, es mi modelo a seguir. Por eso la pertinencia de la pregunta
del Padre Hurtado ante los dilemas en las interacciones: ¿qué haría Cristo en
mi lugar? El ethos va de la mano con
la fides, sustentados por el amor, ese amor desdichado
porque se dirige hacia lo desconocido, por ello la angustia se hace
insoportable en las decisiones éticas, nos confronta necesariamente con Dios
porque en Él se encuentra la respuesta a nuestro obrar, es decir, en el
silencio infinito.
¿Cómo enseñar el ethos a los futuros responsables por el alivio del sufrimiento? ¡Es
un dilema ético! No hay forma de saber si el discípulo hará buen uso de las
técnicas enseñadas. Recuerdo con tristeza a uno de ellos, fue mi estudiante en
un curso de hipnosis clínica, ahora hace terapia de regresiones y alienta el
desarrollo de terapias alternativas.
El ethos
viene constituido en la personalidad de los estudiantes, no es posible su
enseñanza directa, podemos discutir sobre ética, pero no es posible enseñar a
ser éticos. Puedo establecer las normas fundamentales de la moral de los
códigos deontológicos, pero eso no asegura el desarrollo de la trascendencia de
lo correcto hacia lo bueno. Tampoco es bueno una formación exclusiva para
cierta élite, no hay forma de saber si las personas podrán soportar la angustia
de los dilemas éticos de nuestro oficio antes de supervisarlas, y aún en ese
momento de la formación no hay forma de saber si la persona está siendo
auténtica o está actuando para satisfacer las expectativas del maestro. Como lo
ha planteado el Dr. House: everybody lies.
En mi experiencia he visto personas que inicialmente
parecían ineptos y otras aparentemente eficientes contradecir mis apreciaciones
tempranas en las primeras sesiones supervisadas. Están quienes ven en los
pacientes oportunidades para mejorar sus técnicas y satisfacer su eficacia, y
aquellos que ven en los pacientes personas sufrientes por quienes se esfuerzan
hasta lo imposible para ayudarles. A los primeros no les importa la persona a
los segundos sí. Ese es el ethos en
acción.
El único recurso para el desarrollo de la
actitud ética es el ejemplo del maestro. Estoy obligado a la coherencia entre
mis principios y mis acciones, a la integridad de mi vida personal y la
obligatoriedad de mi felicidad. No hay otra que ser el ejemplo de mis
estudiantes como la manera de mostrarles que la felicidad y la bondad
necesariamente van juntas, ambas recaen en la efectividad terapéutica, y más
aún en la factibilidad del encuentro legítimo entre el paciente y yo.
2. Pathos.
El factor pathos es la condición afectiva del terapeuta, hace alusión a la
pasión por su oficio y a la importancia de las emociones en la interacción con
los pacientes. La palabra paciente deriva
de la voz latina patiens y esta a su
vez del griego ασθενής (pathiens), el
que sufre. Razón por la cual, a pesar de las críticas de muchos colegas,
prefiero utilizar la palabra paciente en vez de cliente[12] para referirme a las
personas que buscan en mi trabajo alivio a su sufrimiento.
Terapeuta proviene del
griego θεραπευτής (therapeuein),
cuidar/aliviar. La palabra ψυχή (psique) del griego significa aire frío, relacionado con el último
aliento. Se ha traducido como alma,
palabra proveniente del latín ánima,
significa aliento. De ahí a la palabra alma.
Psicoterapia es el alivio del alma.
Uno de los objetivos
de la formación es desarrollar en el discípulo[13]
los máximos niveles de empatía, esto es la posibilidad de acercarse
emocionalmente al padecimiento del paciente. Una vez más la etimología nos
ayuda, la palabra empatía es de
origen griego, ἐμπάθεια empátheia, significaba alguien que se apasiona internamente, la Psicología le
ha dado el sentido de colocarse en el
lugar del otro, sin embargo, existen dos vías para ese fin, la empatía
asociada a la comprensión de los sentimientos y la teoría de la mente, relacionada con el pensar lo que la otra
persona piensa[14]. El pathos se vincula con
la empatía.
Jamás podremos sentir
lo que el otro sienta, pero sí acercarnos a sus sentimientos a partir de
nuestros referentes afectivos. Una vez más el cerebro nos muestra que sus
funciones perceptuales se forjan desde las representaciones cognitivas o
esquemas[15].
Ante un estímulo nuestro cerebro procede con su interpretación desde el
distingo establecido por los esquemas[16],
proceso descrito por Piaget en el desarrollo perceptual: adaptación,
acomodación y asimilación[17].
En otras palabras, nuestro cerebro posee un intérprete de la realidad que
utiliza como mediadores a los esquemas. Nada puede tener sentido si no se
compara con los referentes. Por eso es interesante que lo percibido se procesa
desde dos vías, la interna y la externa, no solamente desde la recepción, sino
al revés desde adentro hacia afuera, y recién desde afuera hacia adentro[18].
Desde esas
consideraciones neuropsicológicas, la empatía resulta del autoconocimiento,
permitiendo el reconocimiento de nuestros referentes interpretativos. Es banal
mencionar la evidente conclusión epistémica: la imposibilidad de la
objetividad. El cerebro humano está hecho para inmiscuir la experiencia
personal en la interacción con la realidad, nada escapa a su interpretación, lo
cual no significa que la realidad es una construcción independiente del
fenómeno en sí, la realidad está ahí, para aprehenderla requerimos de nuestros
referentes para definirla.
La formación de los
terapeutas necesita de la supervisión del conocimiento de sí mismo, tarea que
la realizo desde las actividades del IBTF en los cursos de “autoconocimiento”.
La propuesta es permitir al estudiante un espacio para reflexionar sobre su
historia familiar, los mitos, leyendas y misiones. Desde ese punto de partida
identificar los límites y alcances personales como terapeuta.
La atención de
personas conlleva necesariamente procesos de identificación con las historias
que escuchamos. A esa dinámica la denominamos resonancia, término acuñado por Mony Elkaïm a partir de las
consideraciones de la cibernética de segundo orden, donde el observador observa
observar[19]. Partimos
de una condición indispensable que los terapeutas debemos aceptar: todas las
hipótesis no son separables de uno mismo, de nuestra historia constructora de
nuestra identidad[20].
Esta idea surgió en la terapia de pareja, cuando Elkaïm observó que las
demandas entre esposos se relacionaban con sus carencias infantiles, cada uno resonaba en la historia de su pareja.
El análisis de la resonancia permite que el maestro pueda
trabajar con el discípulo en dos niveles: la relación de la resonancia con su
historia personal y la función de esa experiencia en su trabajo con la familia,
pareja o persona que atiende. La reflexión sobre estos niveles permite la
flexibilización del punto de vista del terapeuta ante las problemáticas que
recibe, le permite comprender el dolor si lo compara con el suyo, por otra
parte, le facilita el colocarse un escudo para protegerse de aquellas cosas que
le remueven su propia historia. Elkäim propone una metáfora: el terapeuta
desconocedor de su historia se colocará una armadura ante los pacientes, ésta
lo hace inflexible e incómodo, mientras que aquél que trabajó sobre su historia
personal portará un escudo, también protege, pero a diferencia de la armadura
es movible[21].
El terapeuta puede entrar y salir del sistema sin dejarse atrapar por él porque
reconoce lo suyo de lo ajeno.
Cuando hemos sido
criados en un mundo no podemos ver sino aquellas cosas de ese mundo. Al no
existir distingos es imposible concebir lo nuevo[22].
Al ser imbuidos en los juegos del lenguaje de nuestra familia es imposible
concebir nuevos juegos fuera de ella. Por eso el terapeuta tiene puntos ciegos
cuando interactúa con los pacientes. Estos aspectos inaccesibles pueden ser
percibidos por quien observa observar, es decir, el supervisor. Por lo tanto, llamará
la atención del discípulo cuando éste no consiga percibir aquello obvio para
los observadores.
Cuando la persona ha
reconocido en su historia los juegos en los que participó, las palabras podrán
tener nuevos significados y recién podrá concebir los juegos de lenguaje en sus
pacientes. Recuerdo un estudiante carente de la concepción de funciones del
padre porque su padre fue alcohólico y desacreditado por su madre. Ante una
familia con un padre desvalorizado era incapaz de percibir el juego familiar
donde la hija había asumido claramente la función del padre. El juego era
evidente para el supervisor y los estudiantes que estaban detrás del espejo. En
la reunión de análisis del caso, el mencionado estudiante no era capaz de comprender
los puntos de vista de sus compañeros hasta que se hizo el análisis de su
propio juego familiar. No tenía idea del significado del padre, en su familia
no fue necesario.
Es interesante cómo
los pacientes usan palabras sin conocer el sentido de las mismas, asimilándolas
como ciertas hasta que el terapeuta irreverente pregunta acerca del
significado. Esas son las palabras del mundo azul donde no existe el concepto
de azul por la ausencia de referentes para contrastarlo. La resonancia es un concepto sistémico
ajeno a la transferencia y contratransferencia freudiana porque implica un
intercambio en la relación, no es un fenómeno de uno y uno, lo es de uno con
otro.
El pathos también hace alusión al
apasionamiento por nuestro oficio, nos lanza a la entrega al otro, es el amor ágape, del griego ἀγάπη, definido por Platón como
el amor a la humanidad. En el cristianismo lo asociamos a la caridad
término utilizado desde 1690 en vez de ágape. Proviene del latín caritas,
misericordia, es la solidaridad con el sufrimiento humano, la clemencia y la
piedad. Misericordia proviene del latín miserere y cordium. La
primera indica compasión y la segunda, corazón; por lo tanto, sentir compasión
con el corazón.
El
quehacer terapéutico es un amar caritativo, ágape, entrega ilimitada al
otro para aliviar su dolor sin esperar retorno de nuestro amor. Es compasivo,
piadoso y misericordioso. La compasión implica acompañar el dolor ajeno,
hacer lo posible por estar presente a la par de silente al lado del otro,
compenetrarnos en su dolor hasta llegar a sentirlo, no es posible la terapia
sin la compenetración desinteresada y plena. Se trata de un amor piadoso,
porque la piedad (del latín pietas: devoto) es humillarnos ante el
dolor, es un acto de conmiseración donde nos sometemos a la ignorancia porque
no podemos imaginar el sufrimiento ajeno, a pesar de nuestros distingos
parecidos jamás serán los mismos, la piedad nos obliga a la humildad. Por último
es un amor misericordioso porque sufriremos (pathos) ante la miseria de
la situación sufriente, albergaremos angustia ante la imposibilidad de sanación,
nos doblegaremos porque lo único que podremos hacer es estar ahí, y eso es
indispensable.
3. Logos.
Muchas
personas piensan que la psicoterapia es un procedimiento primordialmente
afectivo, dicho de manera vulgar, basta ser buena persona. Algunos estudios
acerca de la efectividad terapéutica han demostrado en muchos casos que no
importa la línea epistemológica y sí el carisma del terapeuta[23].
Se sigue
debatiendo si la psicoterapia es arte o ciencia. He criticado a las escuelas
sin fundamento científico porque son peligrosas para el bienestar de las
personas, las considero sobre todo anti éticas porque atentan contra el
principio de benevolencia y en algunos casos inclusive contra la autonomía.
Toda psicoterapia debe ser plausible de ser falseada y evaluada en su
efectividad.
Si bien
mi postura es fundamentar a la psicoterapia con la evidencia empírica[24],
coincido con las ideas de mi amigo y colega Eric Roth quien tácitamente ha
planteado los argumentos epistemológicos para una psicoterapia fruto de la
Psicología Clínica sustentada en evidencias[25].
Sin
embargo, considero un error plantear arte y ciencia como una dicotomía,
ocasiona la bifurcación de las escuelas psicológicas. Cuando la síntesis entre
la tesis ciencia y la antítesis arte es una psicoterapia integral, donde deberían
converger las técnicas eminentemente provenientes del arte con aquellas
derivadas de la ciencia. La condición será la posibilidad de falsearla y
evaluar su efectividad, a la par que interese la satisfacción del paciente con
su terapeuta.
Indudablemente
si nuestra función es el alivio del sufrimiento, debemos asegurarnos que fueron
nuestras intervenciones las que produjeron el cambio. Necesitamos del logos
entendido como el factor racional, científico de nuestro oficio. Se sustenta en
evidencias sólidas y argumentos lógicos. Sus premisas pueden ser puestas a
prueba y provienen de investigaciones científicas creíbles.
En
términos de la formación, considero a las siguientes áreas indispensables:
psicología del desarrollo humano, neuropsicología y psicopatología. Dentro del
saber sistémico: teoría general de sistemas, cibernética, teoría de los tipos
lógicos, teoría de los grupos, teoría de los juegos.
La atención de los
pacientes debe ofrecer eficiencia, además de ética y empatía. El psicoterapeuta
es un científico experto en el estudio de los trastornos mentales, está actualizado
en los avances de la investigación sobre ellos. Conoce la efectividad de la
terapia que practica, además de poner en consideración la propia falibilidad de
su trabajo. El logos recae en el
principio ético de benevolencia, pues haremos todo lo posible para entregar lo
más útil para aliviar el sufrimiento de nuestros pacientes. Nuestro trabajo
debe responder a la credibilidad, y ésta sólo es factible si nuestro quehacer
terapéutico se fundamenta en la ciencia.
Es inconcebible un
psicoterapeuta que haga uso de recursos pseudocientíficos, actualmente están en
boga terapias alternativas[26],
constelaciones familiares, programación neurolingüística, coaching coercitivo,
hipnosis regresiva, bioneuroemoción, rebirthing,
desensibilización y reprocesamiento por movimientos oculares (EMDR)[27],
y otras no menos peligrosas.
Afirmar que nuestros
recursos terapéuticos son idóneos obliga a su confirmación. En otro capítulo
del presente libro he presentado algunos estudios acerca de la efectividad de
la terapia sistémica. Cabe resaltar la poca evidencia acerca de la validación
de la terapia sistémica, debido a dos factores: la carencia de protocolos de
intervención y los criterios de éxito terapéutico.
Las metodologías de
validación utilizan rigurosas técnicas experimentales y estadísticas, requieren
parámetros de diagnóstico precisos, generalmente basados en el DSM. También
exigen formalidades en los procedimientos terapéuticos utilizados. La terapia
sistémica posee criterios diagnósticos relacionales, por ejemplo: familia
funcional, triangulaciones, colusión, etc., lo que obliga a validaciones que
consideren estos aspectos sui generis.
La psicoterapia familiar estructuralista es la que más protocolos de
intervención ha desarrollado, no así las corrientes existencialistas y
centradas en la comunicación.
Podemos aseverar a la
luz de los estudios de la efectividad, que la terapia familiar y la terapia de
pareja ofrecen datos moderados[28].
También vale la pena considerar que la terapia familiar cuando hace parte de un
sistema terapéutico multimodal demuestra su eficiencia en incrementa la de
otras terapias[29].
La mejor manera de
hacer entender a los futuros terapeutas la importancia del logos es definirnos como psicólogos y como psicoterapeutas. El
quehacer del psicólogo tiene que ver con la investigación y el enfoque
científico del comportamiento humano. El psicoterapeuta aplica el saber de la
Psicología en el alivio del sufrimiento. Uno y otro necesitan interactuar, el
primero dotando de los hallazgos investigativos y el segundo aplicando esos
aportes en el manejo de sus pacientes. La Psicología Clínica aporta con las
hipótesis acerca de las disfunciones cognitivas, emocionales y conductuales
involucradas en las dificultades para resolver problemas, permitiendo el
diagnóstico diferencial del cual derivará la estrategia terapéutica. La
Psicoterapia permite la revisión permanente de las hipótesis al asentar sus
acciones en ellas.
El hecho de trabajar
en un país Latinoamericano añade una labor a lo anteriormente descrito. La consideración
de la cultura en el establecimiento del contexto terapéutico. En nuestro medio,
el ciclo vital familiar, conyugal e individual son diferentes a los
establecidos en los países norteamericanos y europeos. No es posible definir la
funcionalidad de los ciclos sin considerar la variedad cultural de nuestros
países. Los psicoterapeutas latinoamericanos forzosamente debemos relativizar
nuestra mirada a los condicionantes socio - culturales de nuestros pacientes.
Es impensable un
terapeuta boliviano sin que posea el conocimiento fundamental de la cultura de
sus pacientes. No es lo mismo atender a alguien del llano que a otra persona
del oriente. Las estructuras cognitivas, los valores, las motivaciones y la
percepción son dependiente de historias desarrolladas en contextos culturales
peculiares.
Me he percatado que al
plantear a mis discípulos la importancia del logos se produce una especie de agobio, ocurre al reconocer lo poco
que se sabe, la deformación recibida en la Universidad, y la emergencia de aprender
antes de abordar un paciente. Pero no veo otra alternativa, sino reconocer la
ignorancia para ser efectivos en nuestro trabajo, sabiendo que aún así siempre
tendremos preguntas sin respuestas.
La Paz, 26 de junio del 2018
[1]
Aristóteles (Edición 2004) Retórica.
Madrid: Alianza Editorial
[3] Kay, P., & Kempton, W. (1984). What is the
Sapir‐Whorf hypothesis?. American anthropologist, 86(1), 65-79.
[4] Witgenstein, L. (ob.cit)
[5] Watzlawick, P., Beavin, H., & Jackson, D. D.
(1974). Teoría
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[6] Bandura, A. (1999). Moral disengagement in the
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[7]
Kant, I. (2009). Crítica de la razón pura. Ediciones Colihue SRL
[11] Ferrero, A. (2000). La
ética en psicología y su relación con los derechos humanos. Fundamentos en
humanidades, (2), 21-42.
[12] Del griego πελάτης,
en latín cliens, hace alusión a las
personas protegidas en Roma por un patricio. Por ello se la empezó a utilizar
en la Terapia Centrada en la Persona para evitar la connotación médica de la
palabra paciente. Se le da el sentido
de persona que requiere protección.
[15] Tesser, A., & Leone, C. (1977). Cognitive
schemas and thought as determinants of attitude change. Journal of
Experimental Social Psychology, 13(4), 340-356.
[16] Roser, M. E., & Gazzaniga, M. S. (2006). The
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Oxford: Elsevier.
[18] Zyss, J., & Ledoux, I. (1994). Nonlinear optics
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[19] Glanville, R. (2002). Second order
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[20] Elkaïm, M. (2004). L'expérience personnelle
du psychothérapeute: approche systémique et résonance. Psychothérapies, 24(3), 145-150.
[21]
Elkaïm, M. (ob.cit)
[22] Ruiz Abánades, J. (2009). La
superación lógica y mística del límite entre yo y mundo: nuevas lecturas del
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Revista de Filosofía II, 4, 289-296
[23] V.g: Csordas, T. J. (1990). The psychotherapy analogy
and Charismatic healing. Psychotherapy: Theory, Research, Practice, Training,
27(1), 79; Migone, P. (2017). Psicoterapia. Arte o tecnica?. Psicobiettivo.; Hernández Córdoba, Á. (2007).
Trascender los dilemas del poder y del terapeuta como experto en la
psicoterapia sistémica. Universitas psychologica, 6(2).
[24]
Pinto, B. (2006) La psicoterapia es ciencia. Disponible en mi blog: https://bpintot-bismarck.blogspot.com/
[25]
Roth, E. (2018) Ciencia y psicoterapia: una historia de mitos y errores
lógicos. En: Pinto, B. (Compilador) Construyendo un modelo terapéutico
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[26] Sampson, W. (1995). Antiscience trends in the
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[27] Cuevas-Barranquero, J. M.,
Dahbi, R., & Barba-Ruíz, E. Pseudoterapias y sectarismo entre estudiantes universitarios.
Traspasos, Revista de Investigación sobre Abuso Psicológico, disponible en:
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