martes, 26 de junio de 2018

La formación de los terapeutas sistémicos


Por: Bismarck Pinto Tapia, Ph.D.



Yo no elijo a mis discípulos,
unos se quedan, otros se van.
Mi espíritu permanece tranquilo,
no elige.
Taisen Deshimaru


Cuando
 Elizabeth Sotelo fundó el Instituto Boliviano de Terapia Familiar (IBTF), veníamos estudiando el modelo sistémico pensando en mejorar nuestros conocimientos acerca de la Psicoterapia. Sin embargo, Elizabeth estaba preocupada con la expansión del modelo, por lo tanto, su emergencia de crear un centro de formación emulando el programa de la Accademia di Psicoterapia della Famiglia dirigida por nuestro mentor Maurizio Andolfi.

Es así que iniciamos los cursos de formación divididos en tres años, el primero dedicado al autoconocimiento desde la base del genograma, el segundo tenía que ver con la teoría sistémica y con la posibilidad de que nuestros estudiantes nos vieran trabajar detrás del espejo. Y el tercer año lo dedicábamos a la supervisión directa de casos atendidos por nuestros discípulos.

Al cerrar el IBTF consolidamos la formación académica en la Especialidad de Terapias Breves y posteriormente en la Maestría de Terapia Familiar en la Universidad Católica. Se trata de dos años intensivos de formación, debido a las circunstancias académicas con un mayor peso en la formación teórica.

Percy Medrano y su equipo de psicoterapeutas tuvieron la feliz idea de crear el Centro de Desarrollo Personal, de la Pareja y la Familia “Trasciende”. Desde su fundación trabajo como formador de terapeutas, en un modelo que combina la Accademia con el IBTF y las ideas que expondré a continuación.

Mi modelo de formación recae en el espíritu pedagógico de Aristóteles al referirse a la retórica (τέχνης ῥητορικής), considera que la persuasión se apoya en tres pilares: ethos (ἦθος), pathos (πάθος) y logos (λóγος)[1]. Un estudiante de psicoterapia debe integrar los tres pilares para convertirse en un psicoterapeuta sistémico eficiente, porque la psicoterapia es un proceso de persuasión y sugestión dirigido al alivio del sufrimiento, por ello quien se dedica a este oficio dentro del marco de exigencias del modelo relacional, está en la obligación de dedicar su vida a cultivar diariamente estas tres cualidades.

1. Ethos.

El ethos se relaciona con la ética. La condición humana que permite diferenciar lo bueno de lo malo. La ética es la encargada de evaluar la pertinencia de la moral, ésta define lo correcto y lo diferencia de lo incorrecto a partir de las normas establecidas por la sociedad. La moral por lo tanto es relativa a la cultura, mientras que la ética es absoluta, puesto que es universal. Wittgenstein señala que de la ética no se puede hablar[2], porque el ethos es eminentemente emocional, no responde a la lógica, puede trascender a la moral. Las decisiones éticas se vinculan con la angustia, justamente por la imposibilidad de encontrar referentes externos para justificarlas.

Nuestro trabajo como terapeutas nos confronta con dilemas éticos, nuestra actitud irreverente ante lo establecido y nuestra filosofía trascendente se relaciona permanentemente con la crítica a los parámetros sociales de la moral, en el afán de compenetrarnos con la experiencia insólita de nuestro paciente debemos cuestionar nuestra propia moral para asumir posiciones éticas insoslayables, caso contrario nos apartamos de la visión de mundo del paciente, fácilmente juzgaríamos su comportamiento si lo enmarcamos en las normas cuando éstas no necesariamente son éticas.

Lo más difícil es reconocer nuestros principios morales porque como protagonistas no podemos ser testigos. Parafraseando a Whorf: en un mundo azul es imposible el concepto de azul[3]. Wittgenstein hace referencia a los distingos lógicos como los recursos que permiten definir un concepto, es decir, algo es en la medida en que no es. Si no se da el contraste no se puede establecer la identidad del concepto. Por lo tanto, hemos nacido en un mundo establecido, somos insertados en el lenguaje para poder interactuar con los demás y con nosotros mismos, el lenguaje es un instrumento de regulación y de configuración de la realidad. El problema se suscita ante la imposibilidad de establecer distingos cuando estamos anegados en un mundo limitado por las palabras. Como resaltaba Wittgenstein: “el límite de mi lenguaje es el límite de mi mundo” (Die Grenzen meiner Sprache bedeuten die Grenzen meiner Welt)[4].

Ante la imposibilidad de ver aquello que no aprendimos a ver pero que existe independientemente a nuestra existencia, es ineludible esa especie de punto ciego ante la realidad del paciente, no podemos tomar conciencia de aquellas cosas que no podemos contrastar. Nuestra empatía tiene un límite, es aquél demarcado por la ausencia de referentes personales, sustituidos por la teoría.

Al ser nuestra función la de aliviar el sufrimiento, hacemos todo lo posible por ubicarnos en el centro del ojo del huracán del dolor del paciente, tarea imposible porque jamás podremos sentir con certeza ese dolor ajeno al nuestro. Nuestras experiencias son nuestros referentes de interpretación a partir de la compenetración, el dolor del otro es en función a nuestro propio dolor. Nuevamente recurro a Wittgenstein para quien la privacidad epistémica caracteriza a la experiencia, jamás podremos aprehender ciertamente el sentir del otro. El dolor ajeno será siempre inimaginable, sólo disponemos de nuestras experiencias dolorosas como distingos del dolor del otro.

El ethos surge como el recurso perentorio para evitar el daño. Es imposible no comunicar[5], y si entendemos a la comunicación como un proceso de manipulación, se deduce que es posible dañar sin querer porque toda nuestra acción proviene de los referentes determinantes de los distingos, y aquello bueno en nuestro mundo puede ser malo en el mundo del otro.

Un riesgo es pensar en la aceptación incondicional del quehacer del paciente. Se puede relativizar lo moral pero no lo podemos hacer con la ética. Caer en la falacia de justificar la acción del otro porque si es buena para él debe ser aceptada. Conlleva al desenganche moral del terapeuta[6], justificando el daño a partir de la premisa errónea de aceptar lo inaceptable.

Un ejemplo de esto es el accionar de los terapeutas narrativos post modernos al reducir su comprensión del mundo a la narración, estableciendo que la realidad es una construcción dialógica, consideran al mal como consecuencia de los juegos de poder, dando voz a las víctimas del entorno donde han aprendido a actuar con maldad, sin reflexionar acerca del libre albedrío y de la vulnerabilidad biológica. Es así que una investigadora narrativa describía el relato de una adolescente asesina sin percatarse que al hacerlo justificaba el acto violento y se convertía en cómplice. El mal no puede relativizarse, es absoluto porque es daño independientemente a la historia de la persona, lo que está mal, está mal, aunque provenga de alguien víctima de las condiciones de su entorno.

El terapeuta no debe aceptar incondicionalmente las acciones malas del paciente, debe trabajar para la toma de conciencia del error ético, aunque moralmente sea aceptable. Esto es muy difícil, porque se hace necesario discriminar entre la moral vigente del terapeuta y el accionar ético. Por ello es muy importante que los terapeutas seamos conscientes de nuestro código moral, y que éste se sostenga racionalmente, tal como lo planteó Kant en su imperativo categórico, si bien pretende ser independiente de la ideología se fundamenta en la razón, por lo cual mantiene su sentido moral antes que ético, denominada ley básica de la razón pura práctica, consiste en el aforismo: obra de tal modo que la máxima de tu voluntad siempre pueda valer al mismo tiempo como principio de una legislación universal[7].

La moral se fundamenta en nuestras creencias sobre lo correcto e incorrecto, ha sido resultado de nuestra experiencia familiar y social, por lo tanto, es una condición aprendida. Sobre ella podemos hablar, es revisable al contrastarla con las vivencias personales. Las más sólidas ocasionan con frecuencia disonancia cognitiva[8], situación cotidiana en nuestro trabajo porque rara vez encontraremos pacientes que coincidan plenamente con nuestros fundamentos morales. Quizás sea en la terapia de pareja donde ocurra con mayor frecuencia.

Recuerdo una pareja que recurrió a mí por un problema en la respuesta sexual del esposo. Cuando la señora expuso la situación, sin terminar de escucharla deduje que se trataba de algo que ocurría entre ellos. Sin embargo, me corrigieron pues en la relación genital entre ellos no ocurría la disfunción eréctil del marido, ocurría con otras mujeres, y eso a ambos les preocupaba por lo que recurrieron a relaciones sexuales en tríos.

Este es un ejemplo entre muchos de situaciones en las cuales la moral de mis pacientes no coincide con la mía. Como consecuencia se produce la disonancia cognitiva y con ello el riesgo de no trascender de lo moral a lo ético y juzgar. La terapia no se debe convertir en un espacio de discusión moral, pero sí de discusión ética, entonces comprenderemos que la ética trasciende necesariamente a lo moral. Esta aseveración fue el eje de la filosofía existencial de Kierkegaard.

El filósofo danés desarrolla su filosofía desde planteamientos subjetivos, es decir desde el pensar y el sentir de la persona, lo cual derivó en una filosofía transgresora, es pues un pensamiento de la experiencia individual, obligando a la consideración central del libre albedrío enajenando cualquier posibilidad de la justificación de nuestro accionar achacando al contexto. Kierkegaard nos anuncia que somos libres, sin embargo las decisiones pueden ser peligrosas, puesto que tenemos que amar lo desconocido, asumir la irracionalidad de la fe, plasmada en la historia del sacrificio de Isaac, obedecer a pesar de reconocer la necedad de lo pedido, esto conlleva necesariamente afrontar el misterio de la fe, envuelta obligatoriamente en la paradoja de aceptar lo inaceptable, asumir la futilidad del conocimiento ante lo desconocido, vivir angustiados, desesperados al saber que nuestro elegir perenne jamás alcanzará la certeza, porque lo amado es inefable, es enfrentarnos con Dios mismo[9].

Nuestro sentido está dentro no fuera, afuera están las normas, adentro la conciencia. Si bien es una conciencia desdichada porque perseguimos un ideal inalcanzable nos hace humanos y no desgraciados, el que vive la desgracia se busca fuera de sí, entonces se aleja de su ser y se aparta de Dios, de tal modo que siempre está fuera de sí, nunca está profundamente presente.

El ethos es la conciencia del bien y del mal absolutamente subjetiva e individual, imposible de enunciarse sino después de haber sido aprehendida, la razón explica aquello que ha fluido desde la inconsciencia de las emociones. Al mismo tiempo la esencia del ethos es universal se sustenta en el amor.

Humberto Maturana ha especulado sobre el origen de la humanidad, según este epistemólogo, sólo es plausible una comunidad si esta parte de la confianza. El creer en el otro es el fundamento del amor, por lo tanto, el ethos tiene como sustancia al amor. El amor es la aceptación del otro como un ser independiente a mí, legítimo en sí mismo y autónomo en su sentir y actuar, el amar es la creación de un espacio de interacción donde las personas se legitiman mutuamente. El ethos no es más que la preocupación por el bienestar del otro, no es racional, es emocional y universal porque su base es biológica, es la condición humana por excelencia, somos humanos porque somos éticos[10].

Tres principios rigen a la ética: benevolencia, autonomía y justicia. De los tres el más importante es el primero: primum non nocere, sobre todo no dañar[11]. Los terapeutas debemos someter todo nuestro a accionar a la obediencia de esos referentes, sin embargo, no los debemos buscar en las normas deontológicas, sino en nuestra conciencia muda. La consecuencia de nuestras decisiones éticas es la angustia ante la incertidumbre de haber obrado sin razón y muchas veces en contra de la moral.

Desde mi fe católica, el centro de mi ética debe ser Cristo, es mi modelo a seguir. Por eso la pertinencia de la pregunta del Padre Hurtado ante los dilemas en las interacciones: ¿qué haría Cristo en mi lugar? El ethos va de la mano con la fides,  sustentados por el amor, ese amor desdichado porque se dirige hacia lo desconocido, por ello la angustia se hace insoportable en las decisiones éticas, nos confronta necesariamente con Dios porque en Él se encuentra la respuesta a nuestro obrar, es decir, en el silencio infinito.

¿Cómo enseñar el ethos a los futuros responsables por el alivio del sufrimiento? ¡Es un dilema ético! No hay forma de saber si el discípulo hará buen uso de las técnicas enseñadas. Recuerdo con tristeza a uno de ellos, fue mi estudiante en un curso de hipnosis clínica, ahora hace terapia de regresiones y alienta el desarrollo de terapias alternativas.

El ethos viene constituido en la personalidad de los estudiantes, no es posible su enseñanza directa, podemos discutir sobre ética, pero no es posible enseñar a ser éticos. Puedo establecer las normas fundamentales de la moral de los códigos deontológicos, pero eso no asegura el desarrollo de la trascendencia de lo correcto hacia lo bueno. Tampoco es bueno una formación exclusiva para cierta élite, no hay forma de saber si las personas podrán soportar la angustia de los dilemas éticos de nuestro oficio antes de supervisarlas, y aún en ese momento de la formación no hay forma de saber si la persona está siendo auténtica o está actuando para satisfacer las expectativas del maestro. Como lo ha planteado el Dr. House: everybody lies.

En mi experiencia he visto personas que inicialmente parecían ineptos y otras aparentemente eficientes contradecir mis apreciaciones tempranas en las primeras sesiones supervisadas. Están quienes ven en los pacientes oportunidades para mejorar sus técnicas y satisfacer su eficacia, y aquellos que ven en los pacientes personas sufrientes por quienes se esfuerzan hasta lo imposible para ayudarles. A los primeros no les importa la persona a los segundos sí. Ese es el ethos en acción.

El único recurso para el desarrollo de la actitud ética es el ejemplo del maestro. Estoy obligado a la coherencia entre mis principios y mis acciones, a la integridad de mi vida personal y la obligatoriedad de mi felicidad. No hay otra que ser el ejemplo de mis estudiantes como la manera de mostrarles que la felicidad y la bondad necesariamente van juntas, ambas recaen en la efectividad terapéutica, y más aún en la factibilidad del encuentro legítimo entre el paciente y yo.

2. Pathos.

El factor pathos es la condición afectiva del terapeuta, hace alusión a la pasión por su oficio y a la importancia de las emociones en la interacción con los pacientes. La palabra paciente deriva de la voz latina patiens y esta a su vez del griego ασθενής (pathiens), el que sufre. Razón por la cual, a pesar de las críticas de muchos colegas, prefiero utilizar la palabra paciente en vez de cliente[12] para referirme a las personas que buscan en mi trabajo alivio a su sufrimiento.

Terapeuta proviene del griego θεραπευτής (therapeuein), cuidar/aliviar. La palabra ψυχή (psique) del griego significa aire frío, relacionado con el último aliento. Se ha traducido como alma, palabra proveniente del latín ánima, significa aliento. De ahí a la palabra alma. Psicoterapia es el alivio del alma.

Uno de los objetivos de la formación es desarrollar en el discípulo[13] los máximos niveles de empatía, esto es la posibilidad de acercarse emocionalmente al padecimiento del paciente. Una vez más la etimología nos ayuda, la palabra empatía es de origen griego, ἐμπάθεια empátheia, significaba alguien que se apasiona internamente, la Psicología le ha dado el sentido de colocarse en el lugar del otro, sin embargo, existen dos vías para ese fin, la empatía asociada a la comprensión de los sentimientos y la teoría de la mente, relacionada con el pensar lo que la otra persona piensa[14]. El pathos se vincula con la empatía.

Jamás podremos sentir lo que el otro sienta, pero sí acercarnos a sus sentimientos a partir de nuestros referentes afectivos. Una vez más el cerebro nos muestra que sus funciones perceptuales se forjan desde las representaciones cognitivas o esquemas[15]. Ante un estímulo nuestro cerebro procede con su interpretación desde el distingo establecido por los esquemas[16], proceso descrito por Piaget en el desarrollo perceptual: adaptación, acomodación y asimilación[17]. En otras palabras, nuestro cerebro posee un intérprete de la realidad que utiliza como mediadores a los esquemas. Nada puede tener sentido si no se compara con los referentes. Por eso es interesante que lo percibido se procesa desde dos vías, la interna y la externa, no solamente desde la recepción, sino al revés desde adentro hacia afuera, y recién desde afuera hacia adentro[18].

Desde esas consideraciones neuropsicológicas, la empatía resulta del autoconocimiento, permitiendo el reconocimiento de nuestros referentes interpretativos. Es banal mencionar la evidente conclusión epistémica: la imposibilidad de la objetividad. El cerebro humano está hecho para inmiscuir la experiencia personal en la interacción con la realidad, nada escapa a su interpretación, lo cual no significa que la realidad es una construcción independiente del fenómeno en sí, la realidad está ahí, para aprehenderla requerimos de nuestros referentes para definirla.

La formación de los terapeutas necesita de la supervisión del conocimiento de sí mismo, tarea que la realizo desde las actividades del IBTF en los cursos de “autoconocimiento”. La propuesta es permitir al estudiante un espacio para reflexionar sobre su historia familiar, los mitos, leyendas y misiones. Desde ese punto de partida identificar los límites y alcances personales como terapeuta.

La atención de personas conlleva necesariamente procesos de identificación con las historias que escuchamos. A esa dinámica la denominamos resonancia, término acuñado por Mony Elkaïm a partir de las consideraciones de la cibernética de segundo orden, donde el observador observa observar[19]. Partimos de una condición indispensable que los terapeutas debemos aceptar: todas las hipótesis no son separables de uno mismo, de nuestra historia constructora de nuestra identidad[20]. Esta idea surgió en la terapia de pareja, cuando Elkaïm observó que las demandas entre esposos se relacionaban con sus carencias infantiles, cada uno resonaba en la historia de su pareja.

El análisis de la resonancia permite que el maestro pueda trabajar con el discípulo en dos niveles: la relación de la resonancia con su historia personal y la función de esa experiencia en su trabajo con la familia, pareja o persona que atiende. La reflexión sobre estos niveles permite la flexibilización del punto de vista del terapeuta ante las problemáticas que recibe, le permite comprender el dolor si lo compara con el suyo, por otra parte, le facilita el colocarse un escudo para protegerse de aquellas cosas que le remueven su propia historia. Elkäim propone una metáfora: el terapeuta desconocedor de su historia se colocará una armadura ante los pacientes, ésta lo hace inflexible e incómodo, mientras que aquél que trabajó sobre su historia personal portará un escudo, también protege, pero a diferencia de la armadura es movible[21]. El terapeuta puede entrar y salir del sistema sin dejarse atrapar por él porque reconoce lo suyo de lo ajeno.

Cuando hemos sido criados en un mundo no podemos ver sino aquellas cosas de ese mundo. Al no existir distingos es imposible concebir lo nuevo[22]. Al ser imbuidos en los juegos del lenguaje de nuestra familia es imposible concebir nuevos juegos fuera de ella. Por eso el terapeuta tiene puntos ciegos cuando interactúa con los pacientes. Estos aspectos inaccesibles pueden ser percibidos por quien observa observar, es decir, el supervisor. Por lo tanto, llamará la atención del discípulo cuando éste no consiga percibir aquello obvio para los observadores.

Cuando la persona ha reconocido en su historia los juegos en los que participó, las palabras podrán tener nuevos significados y recién podrá concebir los juegos de lenguaje en sus pacientes. Recuerdo un estudiante carente de la concepción de funciones del padre porque su padre fue alcohólico y desacreditado por su madre. Ante una familia con un padre desvalorizado era incapaz de percibir el juego familiar donde la hija había asumido claramente la función del padre. El juego era evidente para el supervisor y los estudiantes que estaban detrás del espejo. En la reunión de análisis del caso, el mencionado estudiante no era capaz de comprender los puntos de vista de sus compañeros hasta que se hizo el análisis de su propio juego familiar. No tenía idea del significado del padre, en su familia no fue necesario.

Es interesante cómo los pacientes usan palabras sin conocer el sentido de las mismas, asimilándolas como ciertas hasta que el terapeuta irreverente pregunta acerca del significado. Esas son las palabras del mundo azul donde no existe el concepto de azul por la ausencia de referentes para contrastarlo. La resonancia es un concepto sistémico ajeno a la transferencia y contratransferencia freudiana porque implica un intercambio en la relación, no es un fenómeno de uno y uno, lo es de uno con otro.

El pathos también hace alusión al apasionamiento por nuestro oficio, nos lanza a la entrega al otro, es el amor ágape, del griego ἀγάπη, definido por Platón como el amor a la humanidad. En el cristianismo lo asociamos a la caridad término utilizado desde 1690 en vez de ágape. Proviene del latín caritas, misericordia, es la solidaridad con el sufrimiento humano, la clemencia y la piedad. Misericordia proviene del latín miserere y cordium. La primera indica compasión y la segunda, corazón; por lo tanto, sentir compasión con el corazón.

El quehacer terapéutico es un amar caritativo, ágape, entrega ilimitada al otro para aliviar su dolor sin esperar retorno de nuestro amor. Es compasivo, piadoso y misericordioso. La compasión implica acompañar el dolor ajeno, hacer lo posible por estar presente a la par de silente al lado del otro, compenetrarnos en su dolor hasta llegar a sentirlo, no es posible la terapia sin la compenetración desinteresada y plena. Se trata de un amor piadoso, porque la piedad (del latín pietas: devoto) es humillarnos ante el dolor, es un acto de conmiseración donde nos sometemos a la ignorancia porque no podemos imaginar el sufrimiento ajeno, a pesar de nuestros distingos parecidos jamás serán los mismos, la piedad nos obliga a la humildad. Por último es un amor misericordioso porque sufriremos (pathos) ante la miseria de la situación sufriente, albergaremos angustia ante la imposibilidad de sanación, nos doblegaremos porque lo único que podremos hacer es estar ahí, y eso es indispensable.

3. Logos.

Muchas personas piensan que la psicoterapia es un procedimiento primordialmente afectivo, dicho de manera vulgar, basta ser buena persona. Algunos estudios acerca de la efectividad terapéutica han demostrado en muchos casos que no importa la línea epistemológica y sí el carisma del terapeuta[23].

Se sigue debatiendo si la psicoterapia es arte o ciencia. He criticado a las escuelas sin fundamento científico porque son peligrosas para el bienestar de las personas, las considero sobre todo anti éticas porque atentan contra el principio de benevolencia y en algunos casos inclusive contra la autonomía. Toda psicoterapia debe ser plausible de ser falseada y evaluada en su efectividad.

Si bien mi postura es fundamentar a la psicoterapia con la evidencia empírica[24], coincido con las ideas de mi amigo y colega Eric Roth quien tácitamente ha planteado los argumentos epistemológicos para una psicoterapia fruto de la Psicología Clínica sustentada en evidencias[25].

Sin embargo, considero un error plantear arte y ciencia como una dicotomía, ocasiona la bifurcación de las escuelas psicológicas. Cuando la síntesis entre la tesis ciencia y la antítesis arte es una psicoterapia integral, donde deberían converger las técnicas eminentemente provenientes del arte con aquellas derivadas de la ciencia. La condición será la posibilidad de falsearla y evaluar su efectividad, a la par que interese la satisfacción del paciente con su terapeuta.

Indudablemente si nuestra función es el alivio del sufrimiento, debemos asegurarnos que fueron nuestras intervenciones las que produjeron el cambio. Necesitamos del logos entendido como el factor racional, científico de nuestro oficio. Se sustenta en evidencias sólidas y argumentos lógicos. Sus premisas pueden ser puestas a prueba y provienen de investigaciones científicas creíbles.

En términos de la formación, considero a las siguientes áreas indispensables: psicología del desarrollo humano, neuropsicología y psicopatología. Dentro del saber sistémico: teoría general de sistemas, cibernética, teoría de los tipos lógicos, teoría de los grupos, teoría de los juegos.

La atención de los pacientes debe ofrecer eficiencia, además de ética y empatía. El psicoterapeuta es un científico experto en el estudio de los trastornos mentales, está actualizado en los avances de la investigación sobre ellos. Conoce la efectividad de la terapia que practica, además de poner en consideración la propia falibilidad de su trabajo. El logos recae en el principio ético de benevolencia, pues haremos todo lo posible para entregar lo más útil para aliviar el sufrimiento de nuestros pacientes. Nuestro trabajo debe responder a la credibilidad, y ésta sólo es factible si nuestro quehacer terapéutico se fundamenta en la ciencia.

Es inconcebible un psicoterapeuta que haga uso de recursos pseudocientíficos, actualmente están en boga terapias alternativas[26], constelaciones familiares, programación neurolingüística, coaching coercitivo, hipnosis regresiva, bioneuroemoción, rebirthing, desensibilización y reprocesamiento por movimientos oculares (EMDR)[27], y otras no menos peligrosas.

Afirmar que nuestros recursos terapéuticos son idóneos obliga a su confirmación. En otro capítulo del presente libro he presentado algunos estudios acerca de la efectividad de la terapia sistémica. Cabe resaltar la poca evidencia acerca de la validación de la terapia sistémica, debido a dos factores: la carencia de protocolos de intervención y los criterios de éxito terapéutico.

Las metodologías de validación utilizan rigurosas técnicas experimentales y estadísticas, requieren parámetros de diagnóstico precisos, generalmente basados en el DSM. También exigen formalidades en los procedimientos terapéuticos utilizados. La terapia sistémica posee criterios diagnósticos relacionales, por ejemplo: familia funcional, triangulaciones, colusión, etc., lo que obliga a validaciones que consideren estos aspectos sui generis. La psicoterapia familiar estructuralista es la que más protocolos de intervención ha desarrollado, no así las corrientes existencialistas y centradas en la comunicación.

Podemos aseverar a la luz de los estudios de la efectividad, que la terapia familiar y la terapia de pareja ofrecen datos moderados[28]. También vale la pena considerar que la terapia familiar cuando hace parte de un sistema terapéutico multimodal demuestra su eficiencia en incrementa la de otras terapias[29].

La mejor manera de hacer entender a los futuros terapeutas la importancia del logos es definirnos como psicólogos y como psicoterapeutas. El quehacer del psicólogo tiene que ver con la investigación y el enfoque científico del comportamiento humano. El psicoterapeuta aplica el saber de la Psicología en el alivio del sufrimiento. Uno y otro necesitan interactuar, el primero dotando de los hallazgos investigativos y el segundo aplicando esos aportes en el manejo de sus pacientes. La Psicología Clínica aporta con las hipótesis acerca de las disfunciones cognitivas, emocionales y conductuales involucradas en las dificultades para resolver problemas, permitiendo el diagnóstico diferencial del cual derivará la estrategia terapéutica. La Psicoterapia permite la revisión permanente de las hipótesis al asentar sus acciones en ellas.

El hecho de trabajar en un país Latinoamericano añade una labor a lo anteriormente descrito. La consideración de la cultura en el establecimiento del contexto terapéutico. En nuestro medio, el ciclo vital familiar, conyugal e individual son diferentes a los establecidos en los países norteamericanos y europeos. No es posible definir la funcionalidad de los ciclos sin considerar la variedad cultural de nuestros países. Los psicoterapeutas latinoamericanos forzosamente debemos relativizar nuestra mirada a los condicionantes socio - culturales de nuestros pacientes.

Es impensable un terapeuta boliviano sin que posea el conocimiento fundamental de la cultura de sus pacientes. No es lo mismo atender a alguien del llano que a otra persona del oriente. Las estructuras cognitivas, los valores, las motivaciones y la percepción son dependiente de historias desarrolladas en contextos culturales peculiares.

Me he percatado que al plantear a mis discípulos la importancia del logos se produce una especie de agobio, ocurre al reconocer lo poco que se sabe, la deformación recibida en la Universidad, y la emergencia de aprender antes de abordar un paciente. Pero no veo otra alternativa, sino reconocer la ignorancia para ser efectivos en nuestro trabajo, sabiendo que aún así siempre tendremos preguntas sin respuestas.


La Paz, 26 de junio del 2018










[1] Aristóteles (Edición 2004) Retórica. Madrid: Alianza Editorial
[2] Wittgenstein, L. (1994). Tractatus logico philosophicus. Madrid: Alianza
[3] Kay, P., & Kempton, W. (1984). What is the Sapir‐Whorf hypothesis?. American anthropologist, 86(1), 65-79.
[4] Witgenstein, L. (ob.cit)
[5] Watzlawick, P., Beavin, H., & Jackson, D. D. (1974). Teoría de la comunicación. Barcelona: Herder.
[6] Bandura, A. (1999). Moral disengagement in the perpetration of inhumanities. Personality and social psychology review, 3(3), 193-209.
[7] Kant, I. (2009). Crítica de la razón pura. Ediciones Colihue SRL
[8] Festinger, L. (1962). A theory of cognitive dissonance (Vol. 2). Stanford university press.
[9] Kierkegaard, S., & Liacho, C. (1960). Tratado de la desesperación. Santiago Rueda.

[10] Maturana, H. R. (2008). El sentido de lo humano. Barcelona:Ediciones Granica.
[11] Ferrero, A. (2000). La ética en psicología y su relación con los derechos humanos. Fundamentos en humanidades, (2), 21-42.

[12] Del griego πελάτης, en latín cliens, hace alusión a las personas protegidas en Roma por un patricio. Por ello se la empezó a utilizar en la Terapia Centrada en la Persona para evitar la connotación médica de la palabra paciente. Se le da el sentido de persona que requiere protección.
[13] Del griego μαθητής, mathítis, de ahí al latín discipulus, el que se deja enseñar.
[14] Sterelny, K. (1990). The representational theory of mind: An introduction. Basil Blackwell.
[15] Tesser, A., & Leone, C. (1977). Cognitive schemas and thought as determinants of attitude change. Journal of Experimental Social Psychology, 13(4), 340-356.
[16] Roser, M. E., & Gazzaniga, M. S. (2006). The interpreter in human psychology. The evolution of primate nervous systems. Oxford: Elsevier.
[17] Piaget, J. (2005). The psychology of intelligence. Nueva York: Routledge.
[18] Zyss, J., & Ledoux, I. (1994). Nonlinear optics in multipolar media: theory and experiments. Chemical reviews, 94(1), 77-105.
[19] Glanville, R. (2002). Second order cybernetics. Systems Science and Cybernetics, 3, 59-85.
[20] Elkaïm, M. (2004). L'expérience personnelle du psychothérapeute: approche systémique et résonance. Psychothérapies, 24(3), 145-150.
[21] Elkaïm, M. (ob.cit)
[22] Ruiz Abánades, J. (2009). La superación lógica y mística del límite entre yo y mundo: nuevas lecturas del Tractatus de Wittgenstein. Bajo Palabra Revista de Filosofía II, 4, 289-296      

[23] V.g: Csordas, T. J. (1990). The psychotherapy analogy and Charismatic healing. Psychotherapy: Theory, Research, Practice, Training, 27(1), 79; Migone, P. (2017). Psicoterapia. Arte o tecnica?. Psicobiettivo.; Hernández Córdoba, Á. (2007). Trascender los dilemas del poder y del terapeuta como experto en la psicoterapia sistémica. Universitas psychologica, 6(2).
[24] Pinto, B. (2006) La psicoterapia es ciencia. Disponible en mi blog: https://bpintot-bismarck.blogspot.com/
[25] Roth, E. (2018) Ciencia y psicoterapia: una historia de mitos y errores lógicos. En: Pinto, B. (Compilador) Construyendo un modelo terapéutico sistémico latinoamericano. La Paz: Universidad Católica Boliviana “San Pablo”, 85-106.
[26] Sampson, W. (1995). Antiscience trends in the rise of the “alternative medicine’movement. Annals of the New York Academy of Sciences, 775(1), 188-197.
[27] Cuevas-Barranquero, J. M., Dahbi, R., & Barba-Ruíz, E. Pseudoterapias y sectarismo entre estudiantes universitarios. Traspasos, Revista de Investigación sobre Abuso Psicológico, disponible en: http://revista.aiiap.org/pseudoterapias-sectarismo-universitarios/
[28] Shadish, W. R., Ragsdale, K., Glaser, R. R., & Montgomery, L. M. (1995). The efficacy and effectiveness of marital and family therapy: A perspective from meta‐analysis. Journal of marital and Family Therapy, 21(4), 345-360.
[29] Baglivio, M. T., Jackowski, K., Greenwald, M. A., & Wolff, K. T. (2014). Comparison of multisystemic therapy and functional family therapy effectiveness: A multiyear statewide propensity score matching analysis of juvenile offenders. Criminal Justice and Behavior, 41(9), 1033-1056.

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