jueves, 30 de mayo de 2019

Historia de la evolución del concepto amor


Historia de la evolución del concepto amor
Por: Bismarck Pinto Tapia, Ph.D.

Es muy difícil imaginar un mundo sin amor. Más difícil considerar que existieron personas sin el concepto actual del amor. Regina Navarro (2017)  ha escrito un libro dedicado a revisar la evolución del amor desde los albores de la humanidad, basaré mis consideraciones en su obra.

Si bien es difícil conocer cómo amaban los prehistóricos, es posible afirmar que los griegos fueron los inventores del amor. Ellos conceptualizaron dos tipos de amor: el amor físico (Eros) y el amor espiritual (Ágape). Platón discute la pertinencia del amor en la vida humana en su hermoso libro “El Banquete”. Los griegos asumieron a Eros como un sentimiento aberrante, mientras que Ágape se ceñía en las expectativas idealistas alejadas de las pasiones. En esas épocas, alrededor del 400 antes de Cristo, el casamiento se sostenía únicamente en razones económicas, marido y mujer firmaban una promesa oficial de cuidar la dote de la novia, al mismo tiempo que se la familia de la novia la  contemplaba como una especie de indemnización puesto que la hija sería mantenida económicamente por el esposo. El casamiento era considerado como una oportunidad para ampliar la riqueza personal y le ofrecía a la mujer la chance de ascender en su posición social.

En los tiempos de la Grecia clásica la mujer era tenida a menos. Aristóteles atribuía a la mujer una única cualidad: la procreación. Eurípedes la consideraba naturalmente infiel y perversa sexual, por su parte Aristófanes la consideraba chismosa, peleadora e interesada. Siendo la mujer un ente detestable, el casamiento sólo era atractivo por razones meramente económicas. El amor estaba exento de incluirse en la relación de los esposos.

En las ciudades griegas proliferaban los prostíbulos, amparados por Afrodita pandemia. Las prostitutas y prostitutos pertenecían al más bajo nivel social. Esclavos y esclavas o ex siervos y siervas liberadas, usualmente migrantes o infantes abandonados, se denominaban pornae, sin derechos sociales se vestían con ropajes ornamentados y teñían sus cabellos con azafrán. Encima de ese grupo estaban las auletrides, tocadoras de flauta, entrenadas para animar fiestas y tener relaciones sexuales con los anfitriones. Por encima de ambos grupos estaban las hetarias, mujeres letradas, hábiles en las artes de la conquista y del sexo, cumplieron un importante papel en la vida hedónica de los hombres mejor acomodados.

Vale la pena señalar la naturalidad con la que los griegos asumían la homosexualidad, inclusive la colocaban moralmente más aceptable que la hererosexualidad. Platón señalará que los guerreros más feroces tenían vinculaciones con jóvenes homosexuales, éstos se denominaban los efebos, generalmente púberes entrelazados amorosamente con viejos honorables. Se decía que en Esparta todo combatiente tenía su amante masculino, lo cual lo dignificaba.

Sintetizando, para los griegos el amor no se vinculaba con el casamiento ni se le atribuía ningún valor ético. Era una diversión fugaz o una enfermedad tormentosa enviada por los dioses, duraba demasiado tiempo.

Con el advenimiento del Imperio Romano, la vida amorosa tuvo ligeros cambios. El matrimonio se construye para el dominio absoluto de la mujer por parte de su marido. La palabra matrimonio significa: lugar de la madre. Sentido claramente establecido para la mujer quien debía generar hijos para el pater familias: cuya semántica es la de “dueño de servidores”. La palabra familia tiene su origen en famulus, sirviente. Alusión por demás obvia del dominio masculino en la sociedad romana, tanto la mujer como los hijos eran servidores del padre. Situación difícil de entenderse en la actualidad, no existía el concepto de familia como lo asumimos, sino una organización donde el padre regentaba la vida de sus descendientes y la de sus clientes, del latín cliens, plebeyos protegidos por el pater familias.

Las esposas romanas (sponsus, prometido-a) asumían su condición natural de seres inferiores y por ello debían someterse a todas la voluntades del marido (maritus, macho), se las consideraba las cuidadoras del hogar, bajo la protección de la diosa Vesta, deberían dedicarse al cuidado del marido y de los hijos.

En cuanto al amor, los romanos al igual que sus antecesores griegos, lo suponían una enfermedad con pasiones desenfrenadas, ajenas a la cualidad humana. Ovidio (alrededor del año 43 a.C.) escribió el libre Ars Amatoria, (El Arte de Amar), apreciado por muchos como el manual de la infidelidad. Será el precursor del amor cortesano, planteando al amor como un suceso ajeno al matrimonio.

Con el surgimiento del cristianismo las cosas iban a cambiar rotundamente. San Pablo (en torno al 50 d.C.) incluyó al amor dentro del matrimonio, una pareja tenía que convivir solamente si era bendecida por Dios. Sin embargo, el amor al cual hace referencia el cristianismo primitivo está exento de pasión. Los esposos debían mantenerse castos y tener relaciones coitales únicamente para la procreación. Cualquier atisbo de placer era censurado y asociado al demonio. Se sanciona a la homosexualidad, vista como sodomía será aberrante ante los ojos divinos porque nada más antinatural y obsceno. San Pablo piensa al amor como caridad (caritate), el amor a Dios y al prójimo, el retorno de agape, la Venus sublime y la Afrodita Urania.

Durante la Antigüedad Tardía, comprendida como la era de transición  entre la Edad Antigua y la Edad Media (hasta los siglos VI y VII aproximadamente), el predominio de la concepción amorosa siguió siendo la griega anegada en el cristianismo prístino, caracterizada por la valoración de la castidad, simbolizada en la Virgen y manifiesta en los textos de San Pablo, exhortando a que los hombres se apeguen al celibato, las viudas se mantengan castas y las solteras sean vírgenes. Esas ideas fueron desarrolladas por San Agustín de Hipona (354-430 d.C.) enunciando que el acto sexual es sobretodo repulsivo. Arnóbio se refirió a la sexualidad como sucio y degradante, Jerónimo dijo que era la cosa más inmunda. Fueron los responsables por asociar el pecado original al coito. Este cristianismo primitivo se forjó como un baluarte en la lucha contra la lujuria, condenando al placer de la carne y santificando el dolor del cuerpo. La vida de los santos de ese tiempo estaba ceñida por el masoquismo, justificándose desde la concepción del tormento y la emulación a la pasión de Cristo.

El matrimonio cristiano se centraba en la oración y la castidad, por ejemplo Clemente III en su obra Instrutor, señalaba las horas del día cuando la pareja debía dedicarse a la oración y a la lectura de obras religiosas, dando permiso a la pareja para acostarse juntos únicamente después de la cena a condición de no incurrir en contactos físicos lujuriosos. Jerónimo sentenció: “es indecoroso amar a la mujer de otro hombre, como también lo es amar a la propia esposa en exceso”. Se debe amar a la esposa con la razón, jamás con la pasión.

El origen de la palabra pasión proviene del latín passionis, sufrir o aguantar. En este origen se conjetura la idea de la antigüedad asociada a la denigración del placer. Cuando el Imperio Romano sucumbe al cristianismo se expande la consideración pecaminosa del placer y la importancia de la culpa como base del arrepentimiento, definiéndose a la sexualidad como una ofensa a Dios. Así se funda una actitud peyorativa hacia el cuerpo, enfatizándose la caída del ser humano al sucumbir al deseo. Concepción ajena a las creencias judías, el pecado original no está ligado al sexo sino al poder del conocimiento.

Del siglo V al XV la humanidad se instala en la Edad Media, aún impera la ideología cristiana, disociando el sexo del amor. El amor era conceptualizado como pasión ciega, irracional e inclusive destructiva. El papa Inocencio hizo referencia al lazo matrimonial fundado en un sentimiento amoroso denominado charitas conjugalis, referido a un sentimiento tierno y amigable. Amar era una entrega a Dios con el alma piadosa y el cuerpo casto, se debía amar resignándolo todo inclusive a uno mismo. El amor sólo era plausible en la relación con Dios donde se experimentaba la absoluta separación de la carne. El cuerpo según el Papa Gregorio era la abominable vestidura del alma, el ser humano entregado a Dios debía vivir en abstinencia y continencia sexual, si posible debía usar el cilicio sobre su piel como expresión de piedad. Dios castigaba con enfermedades los pecados de la carne, así se explicaba la lepra que devoraba a los ardientes sexuales.

Durante el siglo XIII surge en Venecia el amor cortés, entendido como la verdadera felicidad encontrada en una mujer noble y digna de ser amada. Esa mujer no se encuentra en el matrimonio, sino fuera de él. Debía ser un amor clandestino y perturbado por la situación adúltera. Se trataría de un amor verdadero consistente en la elevación del espíritu, de tal manera que el caballero se instaura como un grandioso guerrero.

El amor cortesano derivó en el amor recíproco en vez del amor unilateral del hombre a Dios. La entrega apasionada a una mujer obligaba a que ésta devolviese lo recibido. Esta nueva concepción del amor otorgó cierto poder a la mujer, quien ahora podía rechazar el amor produciendo la frustración y el desencanto masculino. El amor se establecía en un proceso, la etapa inicial era la del aspirante al amor (fegnedor), para continuar con el adulador (entendedor) para dar con la consecución de la relación en la aceptación del amante (drut). El romance Sir Gawain y el Caballero Verde, escrito en el siglo XIV y analizado por R.R. Tolkien hace alusión a la lucha entre el deber y el amor de los caballeros de la época, a pesar del deseo sexual debe imponerse al honor del caballero, ser ejemplo de gallardía y celibato.

El matrimonio se instala como un ritual religioso, es Dios quien lo celebra con testigos acerca de la castidad de los novios. La noche nupcial se instaura como la primera experiencia sexual de la pareja, se debe llegar virgen al matrimonio. Se insiste en la anulación del placer, el orgasmo es una aberración demoníaca, el sexo debe limitarse a la procreación. Se mantiene a la esposa sometida a la voluntad del marido siempre y cuando sus mandatos no contraríen las Leyes Divinas.

La Edad Media es el tiempo de la Inquisición y sus implacables persecuciones a las brujas. Además se organizan las Cruzadas para recuperar las tierras santas en manos de los herejes. Estos años de horrores fueron el crisol para los crímenes más desalmados de la historia, perpetrados a nombre de Dios.

Durante el renacimiento, siglos XVI a XVII, se instaura el amor cortesano proveniente de Venecia preámbulo del amor romántico, la idea se centra en que el amor debe ser apasionado, éste sólo es posible en las relaciones idílicas y en las ilícitas. El amor sin consumarse, el anhelado, la persona amada inalcanzable, son las pautas para el surgimiento del amor sentimental. La filosofía del amor durante el renacimiento enaltece la sensualidad y la estética porque nos induce a centrarnos en la belleza.

El matrimonio antes del Concilio de Trento, durante los años 1545 a 1563, se define como una experiencia exclusivamente religiosa, pasa de ser una elección de la familia de los novios a una decisión de los sacerdotes. La ceremonia se hace dentro de las iglesias. Se instaura la obligatoriedad de casarse antes de los 25 años, implantando la obligatoriedad del marido en la manutención de la esposa. La mayoría de las esposas tenían una edad que oscilaba entre los 14 y 16 años. Sin embargo el matrimonio no requería del amor, seguía siendo una cuestión de conveniencia económica, importaba mucho más la dote que los sentimientos de los novios. Entre otras desventajas de la mujer una era denigrante, el marido tenía derecho de golpear a su mujer.

El matrimonio no solamente era ajeno al amor, también lo era a la sexualidad. La relación marital obligaba al celibato, el sexo no debía dar placer, los esposos sólo debían recurrir al coito con fines procreativos. Esta situación privilegiaba a las relaciones ilícitas, el adulterio y la infidelidad. En el espacio del adulterio sí se concebía la posibilidad del amor y del placer. Influyó mucho en la sociedad de ese tiempo los escritos  de Alessandro Piccolomini (1508-1579), quien refirió al amor como una reciprocidad del alma por lo que sus leyes son diferentes a las que rigen al matrimonio. Podemos considerarlo como el precursor del amor romántico.

Con el tiempo se conocieron historias que demostraban que el amor romántico culminaba en matrimonio. La historia de Romeo y Julieta es el retrato de la incoveniencia del amor en el matrimonio porque las familias se oponen rotundamente a la consecución del romance entre estos personajes shakesperianos.

El Renacimiento continúo despreciando a la mujer y sobrevalorando la masculinidad, era impensable la igualdad de sexos. Se inventa la imagen del caballero, un personaje conquistador y seductor pero sin moralidad. Es la mujer la única culpable de los deslices sexuales de los caballeros. Se instala la creencia de la naturaleza promiscua de las mujeres, seres sexualmente insaciables.

En ese sentido el varón es una inocente víctima de la voluptuosidad femenina. Levinus Lemnius (1505-1568) equipara a la mujer con las bestias porque su cuerpo no emana fragancias aceptables sino una hediondez repulsiva que llega a inquietar a los hombres. Durante ese tiempo emerge una actitud extremadamente aversiva hacia las mujeres, eran juzgadas como las responsables de todos los males del mundo y por ello eran fácilmente seducidas por el demonio. Por ello el auge durante esos tiempo de la cacería de brujas. En el 1487 el papa Inocencio VIII asumió el libro Malleus Maleficarum, El Martillo de las Brujas, escrito por James Sprenger y Heinrich Kramerm como el manual para la detección de brujas y hechiceros, la sustancia de ese libro se resume en la siguiente afirmación: “todo hechizo proviene del deseo carnal, que en las mujeres es insaciable”. Se hace lo imposible para inhibir el deseo sexual y el orgasmo, afirmando que ambas experiencias son cosas del diablo.

La situación iba a cambiar con el surgimiento de las ideas vertidas por Martin Lutero (1483-1546) quien al rebelarse contra los dogmas de la Iglesia Católica promueve ideas liberadoras de la sexualidad, por ejemplo anuncia que la virginidad es indeseable, la represión sexual y la castidad como peligrosas. Postula que el matrimonio era una necesidad como alimentarnos. Sin embargo piensa a la mujer ideal dedicada al hogar y al esposo, si no es así es repudiable. Lutero establece al matrimonio como una instancia civil antes que religiosa, por lo tanto no es un sacramento obligatorio.

Calvino (1509-1564) promovió la obediencia ciega a los textos de la Biblia, juzgó a Lutero como ardiente e impulsivo, por ello sugiere una fe más serena y libre de pasiones. Su postura ante la sexualidad es de control. Define al matrimonio como una necesidad para la procreación y el alivio de los deseos carnales. No lo propone como el lugar del amor, sigue siendo el sitio de la maternidad. Con el pasar del tiempo, las ideas de la Reforma se hicieron más rigurosas hasta instaurar la prohibición de cualquier expresión cariñosa entre los esposos, ternura y placer fueron erradicados de la convivencia.

La Ilustración ocurre durante la mitad del siglo XVII y el siglo XVIII. Un libro influyó sobre la concepción del amor en Europa: Les liaisons dangereuses escrito por Choderlos de Laclos en 1782, traducido al castellano como “Relaciones peligrosas”, fue llevado al cine en 1960 y renovada en 1988. En esta obra se plantea la complejidad de las amistades entre ambos sexos, el surgimiento inevitable de los sentimientos amorosos y la insostenible traición.

En estos tiempos el amor perdió su prestigio principalmente en la aristocracia y el mundo intelectual, se abandona la metafísica al pronunciarse una visión racional del mundo. La Enciclopedia rige las ideas humanistas de Francia, Rousseau (1712-1778) tratará de recuperar la visión romántica del mundo ante la arremetida furiosa del racionalismo.

Jonathan Swift (1667-1745) enuncia al amor como una pasión ridícula, pertinente únicamente en las novelas románticas. Es así que en los ambientes nobles el amor era sinónimo de deseo sexual nada más. La norma era la represión de las emociones, manifestarlas era una vergüenza. Es así que se inventan los bailes de máscaras donde era posible la manifestación libre de la libido. Navarro Lins plantea que es factible llamar a la época de la Ilustración, la era de la cultura del disfraz.

Se desarrollan las “buenas maneras”, las danzas inclusive estaban regidas por rígidas rutinas. De la misma manera la conquista amorosa requería del flirteo, consistente en pasos galantes para lograr el vínculo sexual. Esta manera de actuar se llamó “galantería”. El amor consistía en seducir, conseguir la consumación sexual y luego abandonar, reforzándose en consabido amor cortesano.

El matrimonio continuó siendo un lugar para el dominio masculino. Se pensaba al varón como dueño de la familia, era pues una condición impuesta por la naturaleza, entonces la mujer debía someterse a los deseos del marido. El coito se mantuvo exento de placer dentro del casamiento, cumplía su función procreativa y punto. Nicolás Venette (1633-1698) escribió Tableau d l’amour conjugal, influyendo a la cultura europea de esa era, sostiene tácitamente que la mujer es un ser sexualmente insaciable, por ende incapaces de controlar su apetito carnal. Sin embargo, estos deseos eran indecorosos, la buena esposa necesariamente tenía que inhibirlos para convertirse en una madre y esposa hacendosa.

Llama la atención la presencia del divorcio como un recurso de solución liberal a los malos matrimonios. Se trataba de un arreglo basado en el consentimiento mutuo. Lo curioso es que dio lugar al advenimiento del matrimonio igualitario.

Otro aparecimiento repentino fue la proliferación de material pornográfico, mostrando la doble moral de la época, por un lado la severa represión de la sexualidad y por otra la descontrolada onda de perversiones, marcada por las transgresiones presentes en la literatura y la cultura gráfica. Estas contradicciones se expresaron en el libro: Disertaciones sobre las enfermedades producidas por la masturbación, publicado en 1760 por Simon Abdré Tissot (1728-1797) censor acérrimo del onanismo, la eyaculación fuera de la vagina era una aberración de la naturaleza humana.

El Marqués Donatien Alphonse Francoise de Sade (1740-1814) se encumbra como el maestro de las artes amatorias perversas. Junto a él Juan Tenorio eternizado por Zorrilla y las aventuras de Giacomo Casanova (1725-1798) darían lugar al amor prohibido y por ello el más deseado. Gestándose aún la idea del matrimonio como la condena del erotismo.

No tardaría en llegar el Romanticismo, 1800 a 1914. El amor se conceptualiza como un sentimiento apasionado, el ideal romántico promueve la comunicación de sentimientos en la relación de pareja. Johan Wolfgang von Goethe (1749-1832) con su obra Los sufrimientos del joven Werther, marca el hito del inicio de esta época. Se trata del amor como un sufrimiento enmarcado fuera del matrimonio, manifiesta la lucha contra los sentimientos amorosos consecuentes con la naturaleza romántica del ser humano. Es un amor desprovisto de lujuria, otra vez la sexualidad es tomada a menos.

El Romanticismo coincide con el reinado de Victoria (1819-1901) quien censura cualquier atisbo de erotismo, de tal forma que su nombre se asocia con la mayor represión sexual de la historia, la era victoriana. Esta reina favorece las publicaciones anti placer de médicos y psicólogos, como William Acton quien justifica desde la falsa ciencia de la época la condición natural hogareña de la mujer como única manera de contrarrestar las pasiones desenfrenadas que las dominan. Para Navarro Lins, no cabe la menor duda de nombrar a esa época como el siglo del pudor.

La exposición a la pornografía, la desnudez y la masturbación eran las causas de enfermedades como la histeria, justificativa de la represión de los placeres carnales, asociadas a la sexualidad como una dolencia consecuente con los traumas ocasionados por esas manifestaciones lujuriosas. La filosofía a su vez definía a la mujer como un ser estúpido, Comte la veía como una niña incapaz de madurar, Schopenhauer la detesta porque es el origen de todos los males y Hegel un ser detestable e ignorante.

En esos tiempos se estructuran los pasos necesarios para el casamiento: enamoramiento, noviazgo y matrimonio. Durante el noviazgo la pareja se compromete para casarse, el enamoramiento es una etapa de conocerse mutuamente. Esos son los albores del amor ingresando en la vida matrimonial. En el siglo XIX junto con el amor romántico surge la familia nuclear compuesta por el padre, madre e hijos, relaciones que obligan al fortalecimiento de la pareja. El matrimonio es la base de la familia, y la familia lo es de la sociedad.

Las ideas freudianas se insertan en la ciencia psicológica, producto de la represión sexual, Freud explica los males psicopatológicos desde el concepto de represión, y ve en el amor una sublimación de los deseos sexuales inconscientes. Esta aproximación se ha sustentado hasta el siglo XX.

Durante la primera mitad del siglo XX el amor emerge como un fenómeno importante. Quizás las historias románticas de Napoleón y Enrique VIII hayan influido en los cambios de pensamiento al respecto. Es una especie de nuevo Renacimiento, el amor se forja como el medio para alcanzar la felicidad. Las revoluciones en las artes y las ciencias, fomentaron la supremacía de lo romántico sobre lo racional, es un tiempo de ruptura de cánones sociales conservadores, un devenir del erotismo y la libertad.

Es factible identificar a 1860 como el año del grito libertario del amor. Se proclama que no es más aceptable un matrimonio sin amor y un amor sin placer. En el periodo que abarca las dos guerras mundiales, las parejas abandonan sus tapujos sexuales y buscan besarse en la boca, acariciarse los cuerpos y tener relaciones coitales. Son los movimientos femeninos los que llevarán la bandera de la liberación sexual.

La crisis económica mundial ocurrida durante 1929 derivó en la búsqueda de vínculos más sólidos y el surgimiento de la autorrealización. En política eso llevó a la emergencia de feroces dictaduras: Franco, Mussolini y Hitler. Quizás como manifestación de la incapacidad de romper las limitaciones impuestas durante siglos a la libertad humana.

La concepción de la individualidad dio lugar al desarrollo de un concepto del amor focalizado en la satisfacción personal, la búsqueda del sí mismo promovió el auge del romanticismo en los lazos amorosos. Se idealiza al romance, fuente de las más intensas alegrías y sufrimientos, se pondera la idea de la unidad en los encuentros relacionales de dos, meta fecunda para la integración de los amantes.

Se consideran cuatro convicciones en relación al amor romántico durante los albores y mediados del siglo XX: para cada persona existe un compañero correcto, alguien en el mundo nos espera; la existencia de un estado de la conciencia denominado “enamoramiento”; el amor es ciego y finalmente: el amor todo lo consigue.

El amor del siglo XX combina la satisfacción sexual con la procreación. La atracción sexual es la base de la vinculación romántica, se espera que la pasión y al ternura faciliten la convivencia. El amor romántico es la única manera de establecer un buen matrimonio. Se hace impensable el casamiento sin amor. Casarse significó formar un hogar, conformar una familia como base de la sociedad. La fundamentación del matrimonio es un amor romántico, determinado por la atracción mutua y la presencia de comunicación efectiva entre los cónyuges. Se anula el matrimonio arreglado, estimulándose la elección libre de pareja como requisito. El placer es introducido en la vida conyugal, sexo y disfrute se asocian, ya no se pretende un sexo ligado exclusivamente a la procreación, las mujeres buscarán la consecución de su orgasmo, demandando a los hombres pericia en la relación sexual, la mujer no es más un objeto de placer para el hombre, asume su protagonismo en la vida sexual y conyugal.

Entre 1930 y 1950 las mujeres expresan su insatisfacción ante una sociedad machista, se rebelan en contra del rol de esposas, se promueven revolucionarios movimientos feministas. El adulterio se presenta como la evidencia del fracaso de la institución matrimonial. Llama la atención que en Estados Unidos el 80% de las demandas de divorcio fueron realizadas por las esposas.

Una nueva época se establece después de la Segunda Guerra Mundial, es la pós guerra. Como consecuencia del caos gestado por la Guerra, la Humanidad se vio sometida a la urgencia de cambios estructurales, éstos a su par derivaron en la modificación radical de la cosmovisión. Latinoamérica también tuvo que asumir transformaciones importantes, la búsqueda de identidad nacional fue la consigna asumida por nuestros pueblos. La lucha contra el Imperialismo como resabio de la Colonización derivó en cruentas luchas de clases y de naciones, que aún se vivencian en los días actuales.

La píldora anticonceptiva arrojada al mercado en 1951 fue sin duda un evento que puso fin a la inseparable unión entre el sexo y la concepción. Fue la precipitante de la liberación sexual femenina. Se acababa el destino indefectible de la maternidad en las mujeres. El matrimonio dejó de ser el “lugar de la madre” para dar paso al “lugar del amor”. Las parejas decidían casarse para consolidar sus ansias de vivir juntos y no por el mandato de conformar necesariamente una familia.

Son los tiempos de la paulatina desaparición de la familia nuclear para la emergencia de otros tipos de familia, siendo las monoparentales las más frecuentes. Se mantiene la idea de la sociosexualidad restrictiva como base de la relación amorosa, los fundamentos del lazo conyugal son la exclusividad sexual y afectiva. El matrimonio pasa de la dictadura del varón a la democracia entre el esposo y la esposa. El hogar no es más el ambiente de la mujer, ésta paulatinamente lucha por su emancipación económica y afectiva, se hace doble jornada laboral, una en el hogar y otra en el trabajo.

El trabajo de Alfred Kinsey (1894-1956) y los experimentos de William Masters (1915-2001) y Virginia Johnson (1925-2013) fueron determinantes para los cambios de actitudes hacia la sexualidad. El Informe Kinsey publicado en dos ediciones, la primera referido a los estudios provenientes de entrevistas a varones en 1948 y el segundo sobre la vida sexual de las mujeres estadounidenses en 1953, echaron por tierra las ideas conservadoras de la era victoriana, demostraron con evidencia la importancia del placer en la vida sexual. A la vez, la publicación de las investigaciones  fisiológicas sobre la respuesta sexual humana publicado en 1966 hacían referencia a 10.000 relaciones  sexuales en un grupo de 382 mujeres (de edades entre 18 y 70 años) y 312 hombres (de edades entre 21 y 89 años), revisaron alrededor de diez mil interacciones sexuales. Por fin era posible tener referencias científicas del comportamiento sexual en vez de posturas moralistas carentes de ellas.

De estas investigaciones se deriva el término revolución sexual, atribuido a la década de los sesenta. La reivindicación del placer sexual se solapó a los movimientos antibélicos y al hipismo. La psicología también jugó un papel determinante con el retorno de las sensaciones y la experiencia en el aquí y ahora propuesto por los movimientos terapéuticos de la denominada tercera ola: humanismo, existencialismo y terapia guestáltica.

Hoy vivimos una época de globalización donde se insertan ideologías primordialmente individualistas, somos testigos de las crisis institucionales, familia y matrimonio se han visto cuestionadas, sus concepciones tradicionales derrocadas por las nuevas formas de familia (Golombok, 2006, 2017), primacía de las familias monoparentales, surgimiento de familias con progenitores homosexuales, familias ensambladas, familias adoptivas, hijos de vientres en alquiler, hijos probeta, etcétera.

Las formas de conquista han cambiado gracias al advenimiento de las tecnologías informáticas (ver: Cornwell, y Lundgren, 2001; Sumter, Vandenbosch y Ligtenberg, 2017; Hobbs, Owen y Gerber, 2017). Por otra parte, la decadencia del matrimonio incrementó las uniones libres y los divorcios, generando nuevas maneras de relaciones amorosas como el prende (Pinto, Alfaro y Guillén, 2010).

Mirando hacia el futuro es factible predecir la escisión definitiva entre el amor y el matrimonio, el primero sobreviviendo y el segundo sucumbiendo ante las necesidades de individualización contrapuestas al compromiso social. Los jóvenes tienen actitudes negativas hacia el matrimonio y positivas hacia el amor. La dicotomía forzará a la búsqueda de alternativas ajenas a la institucionalización del amor.

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