Por: Dr. Bismarck Pinto Tapia
¿Qué es el amor? Es posible conocerlo desde su accionar, como ocurre con el
electrón, partícula subatómica escurridiza,¿es energía o es materia? Así es el
amor, escurridizo, eterno, no por nada los antiguos griegos lo equipararon con
la diosa Afrodita, Ἀφροδίτη, significa proveniente de la espuma. El mito griego
cuenta que Cronos, el dios del tiempo castró a su padre Urano y de esa espuma
sanguinolenta nació la diosa del amor. Hija del tiempo y del espacio, ella es
la madre primigenia del universo.
Los neurofisiólogos han encontrado el trono de Afrodita en el núcleo
estriado y la ínsula (Cacioppo,
Bianchi-Demicheli, Hatfield y Rapson, 2012). Helen Fisher (2004) sistematiza
los hallazgos de los estudios de cerebros enamorados, encontrando que dos áreas
son las responsables: núcleo caudado y área tegmental ventral del hipotálamo.
Estudios previos demostraron la relación del tegmentum con la segregación de dopamina (Gessa, Muntoni, Collu, Vargiu y Mereu, 1985), lo que explicaría las sensaciones
de placer asociadas con la excitación del deseo.
Esas
aproximaciones definen al amor como un sentimiento, es la Afrodita Pandemia,
aquella enlazada con las pasiones, enceguecida por el deseo. Es volver a los
devaneos de los antiguos griegos en la dicotomía del amor puro y el pagano. El
amor no es un sentimiento, eso hace referencia al deseo sexual reprimido,
trastornado en la gestión del estrés del ansia sexual. Tampoco radica en los
afanes de revivir las experiencias de bienestar de nuestra niñez, en el apego
promotor de la ternura (Hazan, y Shaver,
1987).
Las investigaciones
neurocientíficas apenas pueden acercarse a los fenómenos experienciales de los
sentimientos que subyacen al amor. Sin embargo, el amor está más allá de la
biología. Es una experiencia eminentemente social, un constructo que ha
evolucionado a lo largo de la historia. Entretejido con el matrimonio y la
familia. Es un problema ontológico, estético y ético. Tiene que ver con la
esencia del hombre, la delicadeza del arte y las acciones de los amantes que
están más allá del bien y del mal.Subyace entre la confianza, el respeto y la
libertad. Esas condiciones explican las acciones humanas fundamentadas en el
amor, como el sacrificio de Maximiliano Kolbe en Auschwitz.
El mandato de San Agustín: amoris vis, et quod vis fac, incita a
considerar al amor como nuestro eje ético, la trascendencia deviene del amor,
más allá de la moral. ¿Entonces qué es aquello que nos mueve a ser buenos? El
Papa Benedicto XVI lo enuncia así: Deus
caritas est, Dios es amor, en griego: Θεòς ἀγάπη ἐστι, se remite al Paraíso
de la Divina Comedia, Dios es el amor luminoso, eterna luz enceguecedora, motor
del Universo. Por lo tanto, el amor es Dios, y definirlo nos acarrea el
problema de su indecible enunciación,
parafraseando a Wittgenstein como de la ética y la estética, del amor no
es posible hablar.
¿Qué queremos decir al
enunciar “te amo”? Sterneberg sin más complicaciones estudió los factores
componentes del amor, encontrando tres: intimidad, pasión y compromiso
(Sternberg y Grajek, 1984) Rusbult puso énfasis en la satisfacción conyugal,
puntualizando al compromiso como el pilar fundamental (Rusbult, 1983). Estos
estudios conllevan a asegurar la presencia del amor en nuestra vida cotidiana.
Un acercamiento a la
conceptualización del amor en niños, encontró respuestas interesantes: por
ejemplo, una niña de ocho años expresó: “Cuando mi abuela comenzó a tener
artritis no se podía inclinar, así que ya no se podía pintar las uñas de los
pies. Ahora mi abuelo se las pinta todo el tiempo, incluso cuando él mismo
empezó a tener artritis en las manos”. Otro pequeño de 4 años dijo: Cuando alguien te ama, la forma en la que dice tu nombre es diferente. Sabes que tu nombre está a salvo en su boca”. Otro de 7 años: “El
amor es cuando mi mamá le hace un café a mi papá y lo prueba antes de dárselo,
para asegurarse de que el sabor está bien”. Una nena de 7: “El amor es cuando
le dices a un niño que te gusta su camiseta y luego él la usa todos los días”.
Otra de 5: “El amor es cuando mi papá le da a mi mamá la mejor parte del
pollo”. El último ejemplo, un niño de 7 años: El amor es como un par de
viejitos que aún son amigos después de conocerse bien[1].
¿Qué tienen en
común estas definiciones? Sacrificio y generosidad. Al amar renunciamos al
bienestar personal por el bienestar del otro. Llama la atención la actitud
desinteresada de los amantes, se entrega en silencio y sin esperar recompensa.
Si bien la relación en convivencia obliga a la reciprocidad, quid pro quo, lo uno por lo otro, donde
la acción benevolente de uno requiere la devolución del otro (Falk y Fischbacher,
2006).
Malinowski (1978) al tratar de entender el cumplimiento de reglas en las sociedades ajenas a lo occidental,
encuentra que se daban de manera espontánea sin la presencia de normas
explícitas, sino porque se hallaban inmersas en contextos religiosos. Sin
embargo un análisis más profundo puntualizó que los nativos reconocían la obligación
de obediencia a la presencia de beneficios y privilegios establecidos por las
relaciones sociales. Por esta razón Malinowski introdujo el principio de
reciprocidad.
Es así que entendemos a la
reciprocidad por un sistema de equilibrio fundamentada en prestaciones mutuas
establecidad entre dos personas o dos grupos. Se trata de prestaciones de
intercambios simétricos de bienes o servicios indispensables para una de las
partes involucradas. Se sintetiza en la regla: cada persona o grupo está en la
obligación de dar para tener el derecho de recibir. Es un lazo de
interdependencia entre los participantes, donde se debe vislumbrar los derechos
y pretensiones de unos y de los otros. No se trata de un cumplimiento
espontáneo como Malinowski supuso al principio, sino el seguimiento de reglas
sociales donde se deben reconocer los intereses y la jerarquía. La subsistencia
de la persona se rige por el cumplimiento de esta norma, aquél que no entrega y
el otro que no devuelve son expulsados del sistema social.
El orden social depende del
sistema de prestaciones recíprocas generadas por la dependencia mutua. Las
personas se adscriben al cumplimiento de la regla como un medio social para el
alcance de ciertos fines, en ese sentido el principio de reciprocidad permite
el mantenimiento del orden grupal y su reproducción.
Marcel Mauss (1872-1955) fue un
antropólogo francés dedicado a comprender los mecanismos sociales de culturas
consideradas primitivas. Describe la entrega de regalos o servicios sin
expectativas de devolución. Desarrolla la teoría
del don (Mauss, 1925/2009), no es lo mismo que la reciprocidad comercial
(Abduca, 2007). Esta teoría permitió entender los principios regentes de los
sistemas de bienestar social, dan sentido a la caridad, la colecta y la ayuda
social. Es una cosmovisión centrada en la entrega incondicional aunque genera
la obligatoriedad de la gratitud, en una lógica del devolver.
El don es un regalo, un
donante entrega un objeto o una acción para satisfacer la necesidad del
receptor. Dominique Temple hace referencia a la dialéctica del don (Temple, 1986),
un sistema de intercambio asentada en la siguiente lógica: “si para ser, hay que dar, para dar, hay que
producir”, dando lugar a: “si para
ser el más grande, hay que dar más, para dar más, hay que producir más”.
Quien dona es alguien socialmente superior, su entrega muestra a quien recibe
como un ser en existencia, por lo tanto el don legitima.
La recepción del regalo
produce una deuda: la urgencia de devolver. Quien entrega no espera reciprocidad,
sino que el don sea aceptado y cuidado, porque el sólo hecho de recibir
compensa la entrega. La ética del don señala la obligatoriedad de la aceptación
de la dádiva a la vez de generar la necesidad de la devolución en forma de
agradecimiento.
Lo que se da no es el objeto
o el servicio, se da el alma. Quien recibe está aceptando la esencia del
donador, por ello no se trata de un intercambio comercial, sino de un acto
espiritual. De ahí que el don tiene esa particularidad ambigua: por un lado es
benéfico pero por otro maléfico. La bendición recae en la aceptación y la
maldición en el rechazo. El don es diabólico, en sí carga las energías
espirituales del mal. Por eso el don es temido y debe ser mantenerse intacto,
al resguardo de no dejar que emanan los demonios. No se intercambian riquezas,
sino gentilezas, festines, ritos, danzas, ferias. El don es un símbolo.
El intercambio de dones instaura
un vínculo para dar y otro para recibir. Este lazo se fortalece con los
mecanismos gestados por la obligación de dar y recibir. Es un enlace de
espíritus, no se relaciona con el objeto o el servicio dado, sino con el
compromiso entablado entre el donador y el recibidor. El proceso se inicia con
la necesidad de devolver, debido a la formación del sentimiento de deuda, une a
ambos protagonistas (Mauss, 1925/2009). Quien recibe adquiere sentido de
existencia, se considera importante para el otro, por lo tanto es legitimado
(Maturana, 1997).
El proceso del retorno
requiere de un plazo, ni muy largo ni muy corto. Si la persona devuelve
demasiado pronto informa que lo recibido no necesitó de tanto cuidado, y si
demora demasiado implica la incertidumbre ante la valoración de lo recibido.
La teoría del don se instaura
como una dialéctica, el otro es la tesis, la antítesis es el yo y la síntesis
el gran Otro. Según la mirada de Temple, el otro fue primero antes de la
conciencia del sí mismo. Será a partir de la donación que el yo se fue
construyendo, somos el resultado de la experiencia del otro (Temple, 1986). Cuando
Mauss se percató de la ambivalencia del don, por un lado bendición y por el
otro, maldición, comprendió que la moral del don se instalaba a partir del
tercero incluido, cimiento del simbolismo. La función simbólica dentro de la
reciprocidad permite identificar a cada uno de los componentes como agente y
receptor, contextualizando dos conciencias básicas relativizadas la una por la
otra, como consecuencia se produce la experiencia del sí mismo, por ello la
reciprocidad es el origen del sentido de las cosas. La función del símbolo
determina el sentimiento de existencia como producto de la contradicción de la
relación pero que se expresa de manera tácita en la palabra.
Hasta este punto queda clara
la relación entre la reciprocidad del don y el lazo amoroso. Es en la entrega
incondicional del otro donde se funda la posibilidad de existir. El amor es el
proceso relacional indispensable para la toma de conciencia del sí mismo. Es en
el accionar del otro donde las personas tomamos conciencia de nuestra presencia
en el mundo, la profundidad del vínculo se encuentra en los afanes desesperados
del amante para interiorizarse en el mundo del amado. La manera como se expresa
esa desazón es a través de los símbolos ajenos a la palabra: los regalos y las
marcas indelebles del vínculo. Una rosa, un detalle cualquier y la insistente
motivación por marcar para la eternidad los nombres de los amantes. Hoy los
tatuajes como heridas simbólicas (Ganter, 2005;Walzer, 2015) incluyen al cuerpo
como lienzo de las experiencias significativas, entre ellas la relación
romántica. Otra urgencia es marcar en las redes sociales el “estado” de la
persona (Castro, 2004; Linne, 2014; Ladino y cols., 2015: Orosz y cols., 2015; Lowe-Calverley
y cols., 2018).
¿Por qué la obligatoriedad
del dar y el aceptar lo dado? Según Mauss, se explica a través del tercero
incluido. El ente espiritual que lo ve todo. Si no se da y si no se acepta lo
entregado se predice la maldición del gran Otro. Si bien el dador adquiere
prestigio, también se arriesga a que su don no sea reconocido. Esta inclusión
del prestigio, define a la teoría del don en una relación de cuatro: el don, la
obligación de devolver, el prestigio y el tercero incluido. El tercero regula
el proceso recíproco, se mantiene invisible para promover el surgimiento del
símbolo. Es el ser esperado, nunca llega pero promete aparecer, este
advenimiento conmueve a la relación otorgando el sentido de responsabilidad. Esto explica la
inoperancia de la reciprocidad ante el retorno que puede ser minúsculo en
relación a lo recibido, porque el sentido no está en la cosa sino en el lazo
entre los protagonistas, interesa la reciprocidad del sentido y no de los
objetos. Cada uno debe hallar fuera de la relación el sentido de su accionar,
lo comprende a partir de la iniciativa del dar y del recibir. El donante
experimenta la gloria al poder expresarse ante la necesidad del otro, conlleva
la sensación de prestigio y el otro obtiene la existencia a partir del interés
del otro. Entonces es el tercero la justificación del proceso, se construye
desde el imaginario del donante, son los dioses el significado del significante
sin rostro, aparición mística de la responsabilidad, obligación, deber de
entregar y recibir.
Estamos hablando de una
fuerza espiritual, conmueve el accionar de las personas, el halo misterioso que
justifica el dar y el recibir. En cuanto a la relación de los amantes, ese
tercero invisible es el amor propiamente dicho. Indudablemente asociado a los
misterios de la espiritualidad: Dios es amor. Cuando finalmente el matrimonio
se celebró dentro de las iglesias, el catolicismo anunciaba a los novios: lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre.
El amor se introdujo en la convivencia,
haciendo eco a las palabras de Jesucristo: Donde
hay dos o tres reunidos en mi nombre, Yo estoy en medio de ellos (Mt 18,
15-20).
Las parejas justifican su
relación desde el amor, sin que puedan definirlo, aunque tampoco les interesa.
Es un pretexto que los mantiene juntos, a pesar de los conflictos y
diferencias. La notrosidad se hace
parte del lenguajear de los amantes.
Es el ente invisible en la terapia de pareja, aquello inexistente y a la vez
indispensable para explicar las relaciones románticas. Es el gran Otro, el nosotros. Entonces el don es un símbolo
del ente invisible, el don proviene de su espíritu, lo representa. No dar es
una ofensa al tercero, no aceptar también lo es. Entonces el lazo amoroso es
sagrado, es el lugar del tercero, se reaviva y perpetúa gracias a los dones.
Sin embargo la entrega
desinteresada y el retorno agradecido no son sino una ilusión, ninguno está en
el juego generosamente, ambos esperan retribución. Esperan evitar el castigo o
recibir el premio del gran Espíritu. Los mueve entonces la esperanza, existimos
el uno para el otro desde la experiencia mística del tercero incluido. Temple
hace referencia a: el incentivo de la
ganancia, máscara del más egoísta de los intereses privados.
La teoría del don puede
explicar dos fenómenos, el de las uniones libres y el divorcio difícil. Es
interesante observar el fracaso de las uniones libres cuando la pareja decide
casarse. No es pues una antesala de la satisfacción marital, si bien se ha dado
un incremento notable en la opción de convivencia antes que el matrimonio (Hernández,
2007; López y cols., 2007; García 2012; Sebastián y Pinto, 2016). Las causas
del incremento de parejas convivientes se debe probablemente a la idealización
del matrimonio (Sebastián y Pinto, ob.cit.) de tal manera que al esperar un
matrimonio perfecto las parejas pretenden construirlo a partir de una experiencia
conyugal previa, sin embargo otros estudios contradicen este hallazgo al
proponer el fracaso del matrimonio como institución (Talciani, 1994; Rios,
1998; García, 2012; Riggio, 2008; Daugherty y Copen, 2016).
Algunas parejas consideran a
la unión libre como una antesala del matrimonio, con la idea de un matrimonio a prueba. Sin embargo, las
crisis conyugales no son ajenas a la convivencia sin matrimonio, por ejemplo en
Bolivia el 75% de las mujeres en
convivencia son víctimas de violencia. El concubinato como matrimonio a prueba
no augura un matrimonio satisfactorio (Dush y cols., 2003;Jay, 2012; Kline y
cols., 2012). Las parejas en cohabitación una vez casadas tienen más
probabilidades de divorciarse que los matrimonios sin experiencia de
convivencia (Dush y cols., ob. Cit.; Teachman, 2003), tampoco existe evidencia
de reducción del estrés marital (Whisman y Uebelacker, 2006), además se
encontró que la cohabitación extiende sus problemas conyugales durante el
matrimonio. El único hallazgo sobre la ventaja del concubinato antes del
matrimonio ha sido mejor manejo en la división del trabajo doméstico y baja
actitud inicial hacia el divorcio, aunque este último efecto es estadísticamente
modesto (Brinnes y Jones, 1999).
El divorcio difícil hace
alusión a las dificultades en concretar la separación definitiva de la pareja y
la incapacidad de establecer lazos funcionales con los hijos (Isaacs, Montalvo,
B., Abelsohn, 1986). Considerando que el proceso del divorcio es complejo (Wallerstein
y Kelly, 2008), los miembros de la pareja deben emplear muchos recursos de
negociación (Wallerstein y Kelly, 1976).
Considerando la teoría de
Rusbult, el sacrificio permite la consolidación del compromiso (Van Lange y
cols., 1997), principio relacionado con el don. La entrega incondicional a un
desconocido sólo es posible en las relaciones entre personas emancipadas
familiarmente y autorrealizadas. No se trata de dos seres incompletos sino de
dos completos, no es complemento es compañía (Gikovate, 2005). El precio del
don es el sacrificio por un desconocido. La consolidación del vínculo romántico
requiere de dos donadores, ambos entregan y ambos reciben, la integración se
hace entre los espíritus, no solamente en la carne, sino en el entrelazamiento
de dos historias en una síntesis existencial, uno existe gracias al don del
otro. La ruptura amorosa es dolorosa debido al desapegar de las almas, antes
fundidas deben aislarse la una de la otra.
El amor como ente invisible
fusiona a los amantes, la unión libre no se instala dentro del compromiso, se
elude el sacrificio y el riesgo. No es lo mismo que casarse, el matrimonio
obliga al testimonio de la sociedad como avales del amor de los novios, además
si se rige por el contexto religioso, la pareja es bendecida por Dios. El
divorcio es una consecución del fracaso del don, una llamada de atención ante
la incapacidad de entrega, el matrimonio fracasa porque el amor no fue
suficiente para sostener las diferencias.
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