Lo he dicho y escrito, el
matrimonio es uno de los más mortales enemigos del amor. Sucede que el
matrimonio es una institución social, el amor en cambio es una realidad
construida por dos personas. El amor esencialmente es transgresor, los amantes
reconocen que están inmersos en una sociedad definida por convenios
arbitrarios, descubren que para ser felices es suficiente estar juntos
independientemente a las condiciones históricas y económicas de su entorno. Por
eso es que se hace comprensible que podamos amar a cualquiera, pero no
deberíamos casarnos con cualquiera.
El amor exige la entrega total al
ser amado, el matrimonio exige sobrevivir al ser amado. Es que nos casamos con
un extraño, alguien que pertenece a otra familia, en algunas circunstancias a
otra cultura, es de otro sexo, tiene otra historia, lo descubriremos en la
convivencia. Lamentablemente esa convivencia está definida por el juego social:
trabajar para tener dinero con el cual pagar el alquiler, comprar muebles,
ropa, comida, transporte, etcétera. Y para esas exigencias el amor es
insuficiente pero fundamental.
Insuficiente porque el alquiler
se paga con dinero no con los besos que nos damos. Fundamental porque urge
adaptarnos al otro y si no lo amamos: colapsamos. Es triste afirmar que puede
haber un buen matrimonio sin amor, pero es cierto, porque para ser esposos se
necesita saber negociar para construir una familia y criar a los hijos.
La primera en abandonar la casa
es la pasión, porque los esposos trabajan y se cansan y se estresan…¿quién
puede mantener una actividad sexual desenfrenada después de un tiempo completo
en el trabajo y tiempo parcial en la casa? Eso explica el uso del sildenafilo (Viagra)
por usuarios ejecutivos jóvenes y los “dolores de cabeza” en las esposas de los
sildenafilófilos.
Según Helen Fisher[1]
la pasión no aguanta más de cuatro años de matrimonio, y el amor en muchos
casos ni se presenta, en otros patalea un tiempo hasta morir. Es que el amor es
como una plantita delicada que requiere ser cuidada todos los días, un pulgón puede
ser el anuncio de un desastre. Los requerimientos del matrimonio hacen que los
amantes se olviden del amor. Este es un escenario preocupante, pues ha derivado
en que la nueva generación de amantes evite contraer nupcias, porque intuyen
que al casarse serán devorados por las obligaciones. ¿Qué hacer para que el
amor venza al matrimonio?
Existen amores que han
sobrevivido a la crueldad del casamiento, ¿qué han hecho esos amantes para que
el amor no se muera? Pues bien, estas son las claves:
Primera: asumir que tu pareja es
lo más importante de tu vida. Es una decisión que requiere trascender a los
mandatos biológicos de la procreación indiscriminada, nuestro organismo está
hecho para la infidelidad sexual, le interesa tener hijitos en cualquiera,
donde sea y como sea. Felizmente somos humanos y no gorilas, el amor se impone
al impulso sociosexual. Decides tratar a tu pareja como una reina o como un
rey, es la persona que elegiste no es casualidad, por lo tanto debes hacer todo
lo posible por apoyarla, aceptarla como es sin intentar cambiarla y
conquistarla todos los días por el resto de tu vida, no hay tiempo para otra
persona, ella te espera con los brazos abiertos, invertiste toda una vida en
ese amor, abrázala porque puede dejar de amarte cualquier rato y tiene derecho.
Todos los días piensa en ella, todos los días dale algo más de ti, deja que
cuide tu amor, le pertenece, se lo entregaste no tienes derecho a andar por ahí
repartiéndolo en quienes no son parte de esta maravillosa historia.
Segunda: construye fronteras.
Toda buena relación produce envidia, mientras mejor te sientas con tu pareja
alguien estará poniéndole alfileres a un muñeco de trapo que los representa.
Pon fronteras, tu familia de origen es una accidente, tu matrimonio una
decisión. Tus padres ya son lo suficientemente grandecitos para hacerse cargo
de ellos mismos y no eres papá ni mamá de tus hermanos. Asume tu desvinculación
con alegría, los padres que aman dejan partir, lo cual no significa que no dejes de estar pendiente de ellos, los seguirás queriendo pero no dejarás que se
conviertan en más importantes que tu relación amorosa. Haz lo mismo con los
amigos, ellos y ellas no pueden ser más importantes que tu pareja. A los hijos
hay que darles su lugar, al inicio exigirán mucho de los dos, ambos deben
encontrar formas para darse “escapaditas” y cuando menos lo esperes ya no te
necesitarán.
Tercera: pelea de manera
racional. Como vivirás por el resto de los días con un extraño necesitas asumir
que deberás defender tus derechos, negocia cuando sea posible y pelea por
aquello que no merece la pena perder, pero hazlo sin ofender, sin agredir, sin
manipular. La ley del amor es la reciprocidad, si en una ocasión ganas tú, en
la otra ganará ella. Es muy importante no pelear cuando estamos enojados, la
furia enceguece los ojos delicados del amor y enaltece al orgullo. Recuerda que
no importa si tienes o no razón, si te pillas en una discusión de ese estilo no
es parte del amor, es parte de la lucha de poder, cierra la boca, retírate del
lugar, reflexiona, y conversa cuando la ira se haya pasado.
Cuarta: planes para todos los
días. El amor es un entusiasta de los sueños, los empuja, los realiza. Por eso
que la palabra que más se debe escuchar en el matrimonio es “nosotros”. Hacer
planes para todos los días, propósitos a corto plazo y otros a largo plazo,
sueños compartidos, no hay cosa más deliciosa en este mundo cuando los
realizas. Y lo que hace eso es que dan ganas de volver a soñar, luego se toman
de la mano mientras contemplan la meta que alcanzaron, son los orgasmos
existenciales compartidos.
Quinta: dar rienda suelta a la
ternura. Hoy sabemos que el amor activa nuestro estilo de apego, es decir
nuestra manera de buscar protección. Por eso en la relación amorosa además de
la presencia de la locura de la pasión está la serenidad del sentirse bien con
el otro. Di cuánto lo amas, acaricia su alma con la dulzura de tus ojos, consuélalo
aunque no comprendas el porqué de su tristeza, alégrate por sus alegrías aunque
no sepas muy bien de qué se trata, acompáñalo sin saber a dónde te lleva,
entrégate porque confías en que sabrá cuidar de ti. Anímate a mostrar tus
debilidades, a buscar su consuelo, porque amar no solamente es dar sino también
saber recibir.
Sexta: mirar juntos hacia Dios. Sea
cual sea tu credo, Dios es amor, orar juntos es maravilloso, es conocer por un
instante el rostro sagrado del creador. Déjense abrazar por Él, en ese silencio
místico de las miradas furtivas, al llegar del trabajo, antes de dormir, al
despertar, al tomarnos de la mano cuando tenemos que enfrentar una desgracia o
una alegría, en todos esos silencios está la calidez de Dios. La gente feliz es
gente de fe, a los amantes les urge anunciar su amor, que es lo mismo que
decir: ¡Dios existe está entre nosotros dos!
[1] Fisher, H. (1994) Anatomía del amor: Historia natural
de la monogamia, el adulterio y el divorcio. Barcelona: Anagrama.
1 comentario:
El quinto punto, respecto a "dar rienda suelta a la ternunra¨, no es tan fácil. Particularmente, me cuesta bastante el tema de ser cariñosa. Sinceramente, me molesta en cierto grado, no me agrada lo salamero, tampoco estar con mimos, arrumacos, besitos todo el tiempo. Me estresa y asfixia. Supongo que el problema lo tengo yo, porque siempre me han dicho que no es normal.
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